DANIEL 

Es extraño estar entre la intensidad de Sebastián y la pasión de Tazarte. Cada uno de ellos me atrae de una manera distinta, y no puedo evitar sentir que estoy siendo empujado fuera de mi zona de confort, pero de formas completamente opuestas. Sebastián es todo control, una presencia avasallante que insiste en mostrarse como la mejor opción en todo momento. No lo dice directamente, pero lo hace evidente en cada conversación, cada comentario. Se siente como si estuviera tratando de ganarse un lugar en mi vida con currículum en mano, mostrando sus logros y conexiones, como si la vida fuera un concurso en el que se premia al más destacado.

Por otro lado, está Tazarte. Su pasión no radica en sus logros o en sus intentos de impresionar. No es un hombre que te inunde con palabras, pero cada gesto suyo, cada mirada, transmite algo más profundo. Es un hombre que no necesita hablar para hacerse sentir, alguien que vive la vida con intensidad, sin embargo, desde otro lugar, uno que resuena con algo en mi interior que había olvidado que existía.

Y aquí estoy yo, atrapado en medio de estas dos energías que me sacan de mi equilibrio. Lo curioso es que ambas tienen su ventaja. Sebastián, con su confianza desbordante, me desafía a mantenerme firme, a no ceder a la presión de sus logros. Con él, siento que debo ser más astuto, más centrado. Por el contrario, con Tazarte, siento que puedo dejar de pensar tanto y simplemente… sentir. Y eso me da miedo, porque hace mucho que no me permito a mí mismo sentir de esa forma.

Hay una parte de mí que aprecia la claridad y seguridad que Sebastián ofrece. Podría ser fácil. Podría ceder a lo que él representa y dejar que tome las riendas. Pero con Tazarte, hay algo más incierto, más arriesgado. Y en esa incertidumbre, encuentro una chispa que me intriga y me atrae de una manera que ni siquiera puedo explicar.

Los escucho hablar, sus voces entrelazándose mientras se disputan las palabras, los gestos, las miradas. Cuando están juntos, parece que todo se centra en ellos, como si fueran actores principales en una obra en la que yo solo soy un espectador. Es extraño, me siento pequeño, casi invisible, a pesar de ser yo la razón de esta conversación tensa. No sé cómo responder, y cada vez que intento abrir la boca, me detengo, inseguro de qué decir, de si lo que diga será lo suficientemente importante para robar un poco de su luz.

He vivido tanto tiempo en las sombras, acostumbrado a no ser el centro de atención, que ahora, estar aquí, entre estas dos personas que parecen tan seguras de sí mismas, me abruma. Es como si el brillo que emanan me deslumbrara, cegándome, haciéndome sentir aún más perdido. Quiero decir algo, intervenir, pero mi lengua se siente pesada, y las palabras se me escapan antes de que pueda articularlas.

Dos hombres se están peleando por mí. ¿No debería sentirme feliz? Es lo que se supone que debería sentir, ¿no? Orgullo, quizás. O al menos diversión. Pero, por alguna razón, no es así. En lugar de disfrutar de la situación, me siento atrapado, abrumado por la intensidad de todo. Me pregunto si el problema soy yo. ¿Es que he estado tanto tiempo escondido en mi propia oscuridad que ahora no sé cómo lidiar con la luz? 

⎯Iré al sanitario ⎯se disculpa Tazarte, poniéndose de pie y dejando la mesa. 

Nos quedamos sentados mis padres, mi hermano, Sebastián y yo. Mis ojos siguen a Tazarte y noto como se aleja de la mesa. Sebastián voltea a verme. 

⎯¿Harás algo mañana? ⎯me pregunta. 

Las miradas de mis padres se posan sobre mí, y no sé si estoy obligado a decir que “no” o que “sí”. Así que simplemente sonrío. 

⎯Quisiera invitarte a una exposición de fotografía. ⎯Sebastián se toma un sorbo del whisky que ha pedido⎯. Creo que te gustará. 

⎯Sí, claro ⎯respondo. No sé si lo hago por educación, o porque en verdad quiero ir. 

⎯Perfecto. Sé que te gustará. 

⎯Estoy seguro de que sí. 

Sebastián voltea a ver a Héctor, y de pronto, se sumergen en una conversación sobre fútbol o alguna otra cosa que no me interesa en este momento. Las palabras se difuminan a mi alrededor, son solo ruido de fondo. Mi mente está en otro lugar. 

Volteo disimuladamente hacia la dirección en la que se fue Tazarte. Sé que no simplemente fue al sanitario; más bien, se alejó para evitar seguir en la creciente tensión entre Sebastián y él. Me pregunto si eso fue lo correcto. Mi mirada se fija en la puerta, esperando alguna señal de su regreso. De repente, siento una mano suave sobre la mía. Mi madre. Su toque cálido y reconfortante me saca de mis pensamientos. La miro y me encuentro con sus ojos llenos de comprensión. No dice nada, pero su gesto habla más que mil palabras. Ella siempre ha tenido esa habilidad para leerme sin necesidad de preguntas.

⎯No tienes que estar en esta situación si no quieres, hijo ⎯me dice, en un murmullo y una sonrisa tranquila. 

⎯¿Qué situación? ⎯pregunto, como si no conociera ese hecho. 

⎯Dani.

⎯Mamá ⎯contesto, una sonrisa. 

⎯Te conozco más de lo que tú crees; a tu hermano y a ti, y sé cuándo algo les agobia. Pero esto, no tiene por qué agobiarte, al contrario, debería gustarte. Dos hombres guapos peleando por ti. 

Me acerco a mi madre. 

⎯Apenas conozco a ambos ⎯le confieso. 

⎯Sí, pero desde mi perspectiva creo que ya escogiste un lado. 

⎯Ningún lado. No tengo interés por nadie, ¿vale? ⎯le contesto. 

Mi madre sonríe. Sé que ella no me cree esto, porque sabe que soy una persona que expresa más con acciones y miradas que con palabras. Aun así, encoge los hombros y me contesta: 

⎯Si tú lo dices. 

⎯Dan ⎯llama mi atención Héctor. Volteo a verlo y sonrío⎯. Dice Sebastián que él puede ayudarnos con el proyecto de la Casa de Música. 

⎯¿Cómo? ⎯pregunto, bastante confundido. 

⎯Sí. Me platica que puede hacer las fotografías de promoción del proyecto, así como una revista digital de promoción de la Casa y los conciertos. Tiene muchos amigos que podrían interesarse en la orquesta ⎯explica mi hermano. 

Volteo a verle. 

⎯¿De verdad? ⎯pregunto. 

⎯Sí. Ahora que la agencia que tengo con Alegra ha tomado su camino, puedo dedicarme a otros proyectos y, ¿por qué no a este? Siempre me ha gustado la música, la encuentro de buen gusto y bueno, ¿formar niños desde temprana edad en la música?, ¿por qué no? Es mejor eso a que anden de perezosos viendo televisión o encerrados en su habitación viendo el móvil. ¿No crees? 

Sonrío levemente. 

⎯¿Bailamos? ⎯escucho la voz de Tazarte. 

Volteo, y sin esfuerzo dibujo una sonrisa en mi rostro. Sin embargo, un miedo me invade. Estoy en un lugar público, rodeado de personas, miradas, personas que pueden hablar de mí. Personas que no saben que soy gay, y los recuerdos de aquella noche vuelven a mí. Noto a Tazarte tan seguro que me asusto; yo solía tener esa seguridad. 

⎯¿Cómo? ⎯respondo, pretendiendo que no entendí. 

⎯Bailamos ⎯me dice seguro, y estira su mano para que la tome. 

Niego con la cabeza. Tomo mi vaso y me paso un sorbo frío del agua mineral que estoy tomando. Si quiero, pero no debo, no puedo… no así. ¿Cómo cree que voy a tomar su mano, así nada más? Tazarte está loco. No, Tazarte no tiene miedo de demostrar quién es. 

⎯Yo… ⎯trato de responder, pero las palabras no me salen. 

⎯Yo bailo contigo. ⎯Interrumpe mi padre. Él me cierra el ojo, se levanta de la silla y toma la mano de Tazarte sin pena⎯. Si mi esposa me lo permite. 

Mi mamá sonríe y asiente. Luego, veo cómo se alejan hacia el centro de la pista. La música animada inunda el salón, y yo estoy aquí sentado, sin saber qué hacer. Quería bailar con Tazarte porque me gusta bailar. Habían pasado ya cinco años desde la última vez que alguien me había invitado.

⎯No todos somos bailarines, ¿cierto?⎯habla Sebastián⎯. Eres de mi equipo, a mí tampoco me gusta bailar.

⎯Daniel solía bailar ballet⎯interrumpe mi madre⎯. Lo hacía en mi academia junto con otros niños y niñas a los que les daba clase. Héctor también lo hacía. Cuando eran pequeños y Manuel trabajaba a tiempo completo en la fundación, yo me quedaba con Dan y Héctor. Nunca me gustaron las niñeras, así que como daba clases todas las tardes, me los llevaba a la academia conmigo, ¿recuerdas? ⎯me pregunta. Yo asiento, recordando aquellos tiempos en que todo era más fácil, todo era felicidad⎯. Fue allí donde Héctor descubrió su amor por el piano, gracias a Kike, mi pianista.

⎯El buen Kike ⎯recuerda Héctor. 

⎯Y Dan empezó a bailar. Su amigo Pablo también iba a ballet, y su hermana Mar estaba allí. Ambos bailaban muy bien. Dan era un bailarín excelente, hasta que decidió que ya no lo deseaba. Nunca le dio pena que lo pusiera de pareja de Pablo, o de Fabio, otro niño que asistía. Siempre disfrutó bailar, siempre…

Veo en los ojos de mi madre el recuerdo del niño que fui. Aquel que estaba a gusto con lo que era, con lo que sentía; el niño que jamás tuvo limitaciones o prohibiciones. El niño cuyos padres lo amaron y lo aman, tal como es.

Me pongo de pie en ese instante, como si una corriente eléctrica recorriera mi cuerpo, sacudiéndome del letargo en el que había caído. El bullicio del salón parece desvanecerse, y todo lo que queda es la vibración de mis propios pasos, resonando en el suelo de madera pulida. Mis manos tiemblan ligeramente, pero no es de nervios, es la sensación de tomar una decisión largamente pospuesta. La música sigue sonando, pero ahora su ritmo parece acompasarse con los latidos de mi corazón.

⎯Con permiso ⎯hablo. 

Camino hacia la pista, sintiendo cada mirada en mí, cada par de ojos preguntándose por qué, después de todo este tiempo, he decidido moverme. El aire se vuelve denso, y por un momento, dudo si debo dar el siguiente paso. ¿Realmente estoy listo? Pero una voz interna, más fuerte que la duda, me empuja hacia delante.

Tazarte está allí, con su risa fácil y sus ojos brillantes, ajeno al torbellino de emociones que gira en mi interior. No sé si notará el leve temblor en mi respiración, o si percibirá la nostalgia que me invade. Todo lo que sé es que ya no puedo quedarme sentado en la sombra de lo que fui.

⎯¿Te importa si me uno? ⎯le pregunto, mientras noto que baila con mi padre. 

Él me mira sorprendido, pero no duda en extender su mano. Y entonces, así, con un simple esto, el pasado y el presente se entrelazan. En ese instante, no hay juicios, ni recuerdos que pesen más que el momento compartido. Solo soy yo, bailando con él, y al parecer a nadie le importa. 

Al bailar con Tazarte, una sensación de libertad se apodera de mí. No es el tipo de libertad que te aleja del mundo, sino la que te devuelve a ti mismo. Los primeros pasos son torpes, pero después mi cuerpo recuerda lo que había olvidado: el placer de moverse sin pensar, de dejar que la música te guíe sin cuestionarla.

Mientras bailo con él, siento algo que no había sentido en años: diversión pura, sin filtros. No tengo que ser perfecto, ni siquiera tengo que impresionar a nadie, pero sobre todo, no debo temer el mostrarme cómo soy, que vean quién soy. La pista de baile se convierte en mi espacio, un lugar donde no existen los miedos, solo el ritmo que fluye a través de mí.

La risa de Tazarte, ligera y despreocupada, me contagia, y me sorprendo a mí mismo sonriendo, soltando una carcajada que se me escapa sin permiso. No me importa si alguien nos mira, no me importa cómo me veo. En este momento, soy simplemente yo, el que disfruta, el que se atreve.

La canción se termina, y me siento ligero, feliz. Sé que mi padre aceptó bailar con Tazarte para no dejarlo plantado, y se lo agradezco; sin embargo, debí ser yo quien dijera que sí desde el inicio. 

⎯Tengo sed, ¿quieres algo de beber? ⎯le pregunto. 

Tazarte acepta, y yo me dirijo hacia la barra. Llego, y pido un agua mineral y espero a que Tazarte llegue para que él pueda pedir su bebida. Él camina hacia mí, con una sonrisa en su rostro y ese cabello rizado, completamente despeinado. Me recuerda al actor que me gusta, Xandro Cazals, siempre con ese estilo desaliñado pero encantador.

Tazarte llega a la barra y se apoya sobre ella, inclinándose hacia mí con una mirada que brilla de manera casi magnética. Sus ojos reflejan algo que no sé si es pura alegría o esa seguridad que parece envolverlo todo el tiempo. El brillo en su mirada me hace bajar la mía, incómodo, como si no estuviera preparado para sostener tanta luz frente a mí.

⎯¿Me vas a invitar lo más caro del bar? ⎯pregunta con esa simpatía suya que siempre parece desarmar cualquier tensión.

⎯Si eso quieres… creo que te la debo ⎯respondo, intentando sonar igual de relajado, pero en mi interior la confusión sigue haciéndose un nudo.

Tazarte pide la misma bebida que estaba tomando en la mesa, le da un sorbo, y luego la deja sobre la barra. Nos quedamos allí, de nuevo frente a frente. Él, tan suelto, tan cómodo en su propia piel, irradiando esa tranquilidad que yo envidio. Yo, por otro lado, siento cómo mi mente sigue enredada, llena de preguntas y dudas. ¿Cuándo fue la última vez que me sentí así de libre? Quiero ser como él… o más bien, quiero ser como yo era antes.

⎯Parece que me la paso rechazando, cancelando y compensando por todo lo que no hago  ⎯digo finalmente, sin siquiera pensarlo demasiado. Es algo que simplemente se escapa de mis labios.

Tazarte se ríe, pero no de mí, sino como si entendiera exactamente lo que quise decir. Esa risa suya es tan genuina, tan llena de vida, que no puedo evitar sentir una punzada de envidia mezclada con admiración. Él no se preocupa por lo que no fue, por lo que pudo haber hecho o dicho. Él está aquí, en este momento, siendo simplemente él. 

⎯No tienes que hacerlo ⎯finalmente me dice⎯. Recompensarlo. 

⎯Pero, siento que debo hacerlo. Desde que nos conocemos te he puesto en situaciones que dicen lo peor de mí. Te he respondido enojado, te dejo plantado o te rechazo un baile. Parece que no quiero estar contigo. 

⎯Eso es válido ⎯habla sin dificultad⎯. Nadie se queda dónde no quiere estar, o quién no quiere estar. Así que no te sientas obligado a recompensarme Daniel. Yo no actúo para buscar una recompensa. 

⎯¿Entonces? ¿Por qué? ⎯Me gana la curiosidad. 

Tazarte suspira, parece que se toma un momento para saborear su bebida antes de mirarme, con esos ojos que siempre parecen tener más que decir de lo que muestran. Sus labios se curvan ligeramente, pero con una actitud tan relajada que no sé si es juego o verdad. Luego, como si me estuviera retando a descubrirlo, responde:

⎯¿No es obvio? ⎯pregunta, un tono bajo y algo juguetón en su voz.

⎯¿Obvio? ⎯repito, no porque no lo entienda, sino porque necesito confirmación. Es la respuesta más acertada que puedo dar, pero también la que más me confunde.

Me siento intrigado. Mi corazón late más rápido, y el peso de su mirada me hace pensar que tal vez, tal vez, he estado pensando en esto más de lo que quiero admitir. Mi mente da vueltas tratando de encajar las piezas, pero todo parece desmoronarse en algo más simple, más crudo. ¿Será eso lo que estoy pensando? ¿Será que Tazarte acaba de decir lo que llevo tanto tiempo evitando pensar?

En la forma en que se apoya en la barra, ligeramente inclinado hacia mí, con esa calma que sólo él parece tener, me doy cuenta de que tal vez lo ha estado insinuando todo este tiempo. Cada gesto suyo, cada palabra, parece diseñado para mantenerme en suspenso, para ponerme en ese estado donde ya no sé si estoy soñando o si estoy despierto.

Siento la tensión crecer, pero no por incomodidad, sino porque algo en mi interior se estremece. ¿Es esto lo que necesito escuchar? ¿Es esta la confirmación que, aunque no quiero admitir, he estado esperando? Su mirada no se aparta de la mía, y en esa calma implacable, puedo ver que no está jugando. No hay burla, solo esa certeza tranquila de quien sabe lo que quiere y cómo hacerlo.

⎯Al parecer ⎯dice Tazarte, su voz suave deslizándose por el aire, envolviéndome en un eco que casi parece mágico en mis oídos⎯, contigo se debe ser muy directo, porque las insinuaciones no sirven. Yo espero que tú lo descubras por tu cuenta.

El tono en su voz es tan cálido, tan cercano, que me cuesta pensar con claridad. Sus palabras flotan entre nosotros, como si intentara deshacerse de las barreras que nos separan. Yo no sé si es su forma de decirlo o la cercanía que ha creado entre nosotros, pero su voz tiene ese poder que parece tocar algo profundo en mí, algo que hasta ahora había mantenido oculto.

⎯¿Descubrir? ⎯murmuro, acercándome a su oído. Siento cómo el aire caliente de mi respiración roza su piel, y el simple hecho de estar tan cerca de él me hace perder el rumbo por un momento. No sé si estoy desafiándolo o si simplemente no puedo evitar la necesidad de acercarme más.

Tazarte se inclina ligeramente hacia mí, su respiración ahora tan cercana que casi se entrelaza con la mía. Su risa silenciosa se asoma en su garganta, pero no es burlona. Es más bien un desafío suave, como si jugara con la idea de ver cuánto me atrevo a entender lo que realmente está pasando entre nosotros.

⎯O ya lo hiciste ⎯susurra, con una sonrisa en su voz⎯, y simplemente no lo quieres poner en palabras. ¿Harás que yo lo ponga por ti? Quiero que lo digas en voz alta.

Su pregunta me golpea como una ola, y aunque debería sentirme más nervioso, una parte de mí responde con una mezcla de deseo y necesidad de no quedarme en silencio. Quiero decir algo, pero las palabras se me quedan atrapadas. El aire entre nosotros se espesa, y lo único que puedo escuchar es mi propio corazón latiendo con fuerza, como si estuviera esperando a que yo finalmente admitiera lo que sé.

⎯Yo… 

⎯Tú ⎯habla. En su mirada hay una invitación, una promesa de algo más, solo me debo atrever a dar el siguiente paso. 

Es como si, de alguna manera, Tazarte supiera que no puedo hacerlo solo. Sabe que la inseguridad me frena, que me cuesta admitir lo que ya está evidente. Me observa por un momento, evaluándome, como si buscara la respuesta en mis ojos. Luego, sin decir nada, se aleja ligeramente, dejándome con una sensación de vacío momentáneo.

⎯¿Quieres que sea directo? ⎯pregunta, con una media sonrisa, como si ya supiera la respuesta. Su tono es ligero, pero con un dejo de desafío ⎯. ¿O prefieres que te componga una pieza para decírtelo?

No puedo evitar sonreír ante su comentario. El humor en su voz, aunque juguetón, me hace sentir una calma extraña. Pero no tengo tiempo para jugar con las palabras. Esta vez, ya sé lo que quiero.

⎯Directo ⎯respondo, con una firmeza que no sé de dónde surge. No hay miedo esta vez. Solo una necesidad de ser claro, de enfrentar lo que está a punto de suceder.

⎯Bien. 

Tazarte asiente, su sonrisa crece un poco más, como si ya supiera lo que está a punto de hacer. Se acerca lentamente, y el espacio entre nosotros se reduce. Siento su calor, el ritmo de su respiración que parece acompañar el latido acelerado de mi corazón. Sus ojos no se apartan de los míos, y en su mirada encuentro una calma que me da el valor para seguir adelante.

Finalmente, se detiene justo frente a mí. Y en un gesto suave, casi imperceptible, su rostro se inclina un poco hacia el mío. No hay presión, ni urgencia. Solo una sutilidad que me hace contener la respiración.

Con un movimiento ligero, Tazarte me da un beso en la mejilla. No es un beso lleno de promesas ruidosas o gestos grandiosos. Es simple, delicado, pero tiene el peso de todo lo que no se dice en palabras. Es una caricia que, en su silencio, dice más de lo que cualquier otra cosa podría haber expresado.

El beso de Tazarte es breve, casi efímero, pero el impacto de su delicadeza reverbera en mí mucho más allá de lo que había imaginado. No es una explosión de sensaciones, ni un gesto de pasión arrolladora. Es simple, suave, pero tiene un peso que me desarma de una manera que no había experimentado en años.

Hace mucho tiempo que no pensaba en esto que estoy sintiendo. Después de la experiencia que me dejó marcado, aquella amarga vivencia llena de prejuicios y odio, dejé de creer en el amor. Esa noche, cuando el rechazo, la burla y la violencia se entrelazaron, no solo me alejé de los demás, sino que me alejé de mí mismo, de lo que sentía.

 Dejé de permitirme el derecho de ser amado, de sentirme deseado sin miedo a las consecuencias. El dolor y el rechazo me hicieron construir una barrera que me aislaba, que me hacía pensar que no merecía lo que una vez soñé.

Por años, he vivido con esa herida abierta, sin saber cómo cerrarla. He aprendido a ser autosuficiente, a depender de mí mismo, a no esperar más de lo que los demás me podían dar. He vivido rodeado de amigos, de gente que aprecio, pero con una parte de mí siempre cerrada, siempre protegiéndose de lo que podría hacerme daño.

Y ahora, este pequeño gesto, tan ligero como el roce de sus labios en mi mejilla, me hace sentir algo que había olvidado. No es solo la sensación de estar deseado o de ser visto. Es la sensación de estar vivo nuevamente. Es como si, por un instante, las sombras que he cargado por tanto tiempo se despejaran, dándome espacio para respirar. Tazarte en este momento, me ha dado parte de su luz, sin pedir nada, sin esperar nada; me ha dado parte de esa luz que irradia en él. 

Tazarte se aleja, me mira a los ojos y sonríe. 

⎯Espero que puedas descifrar esta pregunta, Daniel y darle una respuesta ⎯me murmura. 

Esas palabras, tan cargadas de un misterio que aún no puedo entender del todo, se quedan flotando en el aire entre nosotros, dejando una sensación de incertidumbre. Me siento como si me hubiera lanzado a un abismo sin saber si habrá un suelo para aterrizar, pero, por alguna razón, no tengo miedo. 

Él da un último sorbo a su bebida, un gesto simple, pero que parece marcar el cierre de un capítulo. Y luego, con esa misma tranquilidad que lo caracteriza, se da la vuelta y comienza a alejarse.

Me quedo solo, sin darme cuenta de que tengo una sonrisa en el rostro. Subo la mano y acaricio mi mejilla, justo en el lugar donde Tazarte me besó. De repente, los recuerdos me invaden, y el rostro del primer amor de mi vida aparece en mi mente.

⎯No… ⎯murmuro, sintiendo cómo la ansiedad empieza a apoderarse de mí.

¿Por qué? ¿Cómo? Estaba viviendo un momento de felicidad, de felicidad plena, y de repente mi pasado aparece de nuevo. Las sombras regresan, envolviéndome, y la luz que Tazarte me acaba de dar, con un simple roce de sus labios en mi mejilla, se desvanece.

Miro a mi alrededor. Todos están felices, celebrando el amor y la unión. Y yo… yo estoy a punto de arruinarlo con un ataque de pánico. Busco a David con la mirada, mi ancla, mi calma, pero no está. Mis padres conversan alegremente con mis tíos, y Sebastián… no, él no.

Entonces, decido caminar lo más rápido posible hacia fuera del salón, dirigiéndome hacia los baños del recibidor para buscar protección. Entro al pasillo y, al llegar al fondo, me dejo caer en el suelo. Es demasiado tarde, esto va in crescendo y no va a parar.

Me desato la corbata, aflojo el cuello de la camisa y el saco. Quiero aligerarme, pero la carga no está en la ropa, está en mi corazón.

⎯Dios… ⎯murmuro, tratando de tomar aire.

Todo me tiembla. Las manos me sudan. El corazón parece estar a punto de salirse de mi garganta. Mi respiración se acelera, y las lágrimas comienzan a correr por mis mejillas. Saco el móvil de la bolsa, con una mano, ya que la otra está sobre mi pecho.

Marco a mi primo David, pero no responde. Debe estar muy ocupado. Veo el nombre de Tazarte en la pantalla, pero después de lo que acaba de pasar, me parece impertinente llamarlo, así que no lo hago. Entonces, veo su nombre, ese que siempre ha estado ahí, esa persona que ha estado a mi lado y que sabe lo que ocurre, ese confidente inesperado.

Sin dudarlo más, porque necesito a alguien que me acompañe, que esté presente por si me da un infarto, le marco. El móvil suena varias veces, pero nadie contesta. Termino la llamada.

⎯Estoy solo, estoy solo… yo. ⎯Digo en voz baja, casi sintiendo el vacío.

De repente, el móvil suena y veo su nombre en la pantalla. Contesto sin pensarlo dos veces.

⎯¿Bart?

6 Responses

  1. Wowwwww. Quede con el corazón a mil por todoooo el capitulo. Todo fue emocionante y tensionante con ese final. Que hará tazarte? Reconocera la voz? Ay nooo quede con un nudo en el estomago.

  2. Ay no Ana nos dejes con la incertidumbre……otro capítulo más por fis
    Me encantó el capítulo, lastima que le dió el ataque de ansiedad a Daniel….

  3. Que dulce gesto, pero q lástima que le haya dado un ataque de pánico a Daniel, ojalá q al menos con Bart pueda calmarse un poco y vaya abriéndose con Tazarte aunq sean la misma persona. Debe entender q no todos se van a comportar asi

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