Siempre me han dado miedo las tormentas; desde que tengo memoria. Suelo evitar salir a la calle cuando las hay, y prefiero quedarme cómodo en casa, tocando el piano, sintiendo la calma que trae cada nota bajo mis dedos. La música es mi refugio, mi escudo contra el caos. Sin embargo, ahora, estoy atrapado entre dos tormentas. Una afuera, con las nubes densas cubriendo el cielo, la lluvia golpeando con fuerza el parabrisas del auto de Angélica; y la otra, la que está desatándose en mi corazón.

⎯No quiero seguir con esto, Angélica. Ya no puedo más. Nuestra relación ha terminado ⎯digo con la voz tensa, mirando de reojo mientras ella maneja.

Los faros del auto apenas logran perforar la cortina de lluvia, iluminando las curvas peligrosas y los charcos que se forman en el asfalto. Las gotas de agua resbalan con furia sobre el cristal, creando un ruido ensordecedor que apenas se filtra en el interior del coche, como si estuviéramos en una burbuja a punto de explotar. Pero el verdadero ruido, el verdadero estruendo, está aquí dentro, entre nosotros dos. Siento el nudo en mi garganta, pero no retrocedo. No puedo.

Angélica aprieta el volante con fuerza, sus nudillos blanqueando bajo la luz débil de los postes de luz que pasan a toda velocidad. Su mirada está fija en la carretera, pero su mente está lejos, atrapada en la tormenta que se desata dentro de ella.

⎯No… ⎯su voz apenas es un susurro al principio, no obstante con rapidez se llena de rabia⎯. ¡No puedes hacerme esto, Héctor! ¡No después de todo! ⎯grita, su pie pisando con más fuerza el acelerador.

El coche avanza más rápido de lo que debería, deslizándose ligeramente en los charcos del camino. Miro el velocímetro de reojo, el miedo apoderándose de mí. El latido en mis oídos se mezcla con el rugido de la tormenta afuera. Sin embargo, no es solo la velocidad lo que me preocupa, es la intensidad en su mirada, la desesperación en su voz.

⎯Angélica, por favor… ⎯trato de razonar, pero es inútil. La tormenta que se ha desatado en su interior no puede detenerse.

⎯¡Vamos a tener un bebé!, ¿qué no lo ves?, no puedes dejarme ahora, ¡te lo prohíbo! ⎯me grita Angélica, su voz quebrada por la rabia y la desesperación.

Mi mente se congela al escuchar esas palabras. Un torbellino de pensamientos me invade, pero no tengo tiempo para reaccionar. De repente, un auto que viene en sentido contrario nos toca el claxon con fuerza. Las luces brillan a través de la lluvia como cuchillos cortando la oscuridad. Angélica gira el volante bruscamente, el coche derrapa y apenas evita el choque.

⎯¡Angélica, por el amor de Dios, detente! ⎯le pido con desesperación, mis manos aferrándose al asiento, sintiendo cómo el miedo recorre mi cuerpo.

Ella no me escucha. Sus ojos están fijos en la carretera, pero su mente está perdida en su propio caos. Las lágrimas amenazan con desbordarse, aunque las contiene. El auto sigue avanzando peligrosamente rápido.

⎯¡Qué no entiendes que te amo!, ¡que eres todo para mí, Héctor! ⎯me grita con una intensidad que me deja helado⎯. Serás el padre de mi hijo, de tu primogénito. ¡Seremos felices!

Pero lo que Angélica no entiende, lo que no ha querido aceptar en meses, es que ese futuro que ella imagina, esa felicidad de la que habla, ya no existe para mí. Mi amor por ella se apagó hace tiempo, o tal vez nunca lo tuve,, aunque me costó admitirlo. Hace meses que he tratado de terminar esta relación, de encontrar una salida, pero ella se ha aferrado a mí con cada fibra de su ser, negándose a dejarme ir.

⎯Angélica… ⎯mi voz tiembla, pero tengo que mantenerme firme⎯. Te prometo que no te faltará nada, ni a ti, ni al bebé. ¡Nada! Pero esto no puede continuar, ¡no te amo!

Esas últimas palabras parecen atravesarla como una lanza. Su rostro se endurece, sus labios se tensan en una línea fina mientras las lágrimas que había estado conteniendo finalmente ruedan por sus mejillas. El coche sigue avanzando a toda velocidad, y de nuevo otro claxon retumba en nuestros oídos. Un auto más se cruza en nuestro camino, y Angélica lo esquiva bruscamente. El carro se ladea, y mi corazón se detiene por un segundo.

El coche derrapa peligrosamente, deslizándose sobre el pavimento mojado. Mi cuerpo se sacude con el impacto del movimiento y siento cómo el miedo sube por mi garganta, ahogándome.

⎯¡Angélica, por favor! ¡Vamos a matarnos! ⎯grito, mi voz rota por el terror.

Pero ella no escucha. El volante se sacude entre sus manos, el coche patina una vez más, y el sonido de otro claxon nos envuelve. 

⎯¿Es por ella, verdad? ⎯Angélica me corta, su voz afilada como una daga⎯. ¿Por Mar? ¿Por ella nos vas a dejar? ⎯me lanza la pregunta, pero su tono es más una amenaza que una duda.

La tensión en el aire es asfixiante. La tormenta fuera del auto parece reflejar la furia que arde dentro de Angélica. El sonido de la lluvia golpeando el parabrisas es ensordecedor, pero no tanto como la presión de sus palabras. Me mira de reojo, esperando una respuesta que tal vez ya sabe, pero que no está dispuesta a aceptar.

⎯Sí ⎯respondo, con un nudo en la garganta, pero firme⎯. Es por ella. Yo amo a Mar. Siempre la he amado y siempre la amaré.

Mis palabras resuenan en el silencio que sigue. Por un segundo, solo escucho el golpeteo de la lluvia, el zumbido del motor, y mis propios latidos acelerados. Sé que acabo de destruir el último vestigio de esperanza que Angélica tenía, pero no puedo seguir con esta mentira.

De pronto, el pie de Angélica aplasta el acelerador con fuerza. El coche responde al instante, rugiendo mientras se dispara hacia delante, más rápido, más incontrolable. La furia en su mirada es evidente, sus manos aprietan el volante con tanta fuerza que parecen a punto de romperlo.

⎯¡Angélica! ¡Por favor! ⎯le grito, el pánico escalando en mi interior. La lluvia es cada vez más espesa, cubriendo el parabrisas como una cortina de agua, y ya no puedo ver nada fuera del auto. La carretera se ha convertido en una mancha borrosa, y el miedo me inunda.

⎯¡No puedes dejarme por ella! ¡No puedes! ⎯Angélica grita, su voz rota por el dolor y el odio. Los neumáticos del coche resbalan sobre el asfalto mojado y siento cómo el control se escapa poco a poco.

Mi corazón late con fuerza, mi respiración se acelera. Un terror frío se apodera de mi cuerpo. Las luces de los autos que pasan se convierten en destellos cegadores, y el rugido del motor se vuelve parte de la tormenta en sí. No sé dónde estamos, no sé hacia dónde vamos, pero lo que sí sé es que esto no terminará bien.

⎯Angélica, ¡por favor, detente! ⎯le ruego, pero ya no hay vuelta atrás. Ella ha cruzado una línea.

El coche avanza a toda velocidad por una carretera que apenas se puede distinguir. Siento que todo está fuera de control, tanto el coche como la situación, y mi mente no deja de repetirme una cosa: esto va a terminar mal.

⎯¡Qué no entiendes que tú eres mío!, ¡mío! ⎯grita Angélica, su voz cargada de una furia que nunca había visto en ella.

El coche sigue avanzando a toda velocidad, el rugido del motor y el sonido de la lluvia son casi ensordecedores, pero nada puede ahogar las palabras que acaba de gritar. Me miró brevemente, y en sus ojos veo una mezcla peligrosa de desesperación y obsesión. El aire dentro del coche se vuelve irrespirable, pesado, cargado de tensión. Las luces de los autos que pasan a nuestro lado se convierten en flashes que me ciegan momentáneamente, mientras el vehículo sigue acelerando.

⎯Angélica, ¡por favor, para! ⎯le suplico, pero ella está más allá de la razón. El coche derrapa ligeramente, la carretera mojada amplificando el peligro. Mi respiración se acelera mientras me aferro con fuerza al asiento, sintiendo que en cualquier momento todo va a colapsar.

⎯¡No puedes dejarme por ella! ⎯grita de nuevo⎯. ¡Eres mío, Héctor! ¡Solo mío!

El coche avanza a toda velocidad por una curva demasiado cerrada. Mis manos tiemblan mientras todo dentro de mí se llena de una mezcla de miedo y adrenalina. Sé que no tengo el control, y eso me aterra más que cualquier tormenta que haya vivido.

La lluvia se vuelve aún más intensa, casi una pared de agua que hace imposible ver más allá de unos pocos metros. No tengo idea de hacia dónde nos dirigimos, solo sé que el final está cerca y no será bueno.

Sus palabras estallando en el aire como un trueno.

⎯Angélica, ¡detente, por favor! ⎯grito una última vez, sintiendo que mis palabras caen en el vacío.

De repente, entramos en una curva cerrada. En ese instante, todo parece ralentizarse, como si el tiempo se hubiera detenido para darme un último respiro antes del desastre. Miro a Angélica y veo su rostro bañado en lágrimas, sus labios temblando mientras murmura incoherencias entre la furia y el dolor. Sus ojos, antes llenos de vida, ahora reflejan el brillo de una mente rota, consumida por el odio y la desesperación.

De sus labios salen las últimas palabras que me dejan claro que ha llegado a la locura.

⎯Tú eres mío… ⎯susurra, su voz cargada de una obsesión desquiciada.

Y entonces, el coche derrapa.

El volante se le escapa de las manos. Las ruedas patinan violentamente sobre el pavimento empapado. El coche se desliza hacia un lado, como si fuera arrastrado por una fuerza invisible. Siento el tirón en mi estómago mientras todo a nuestro alrededor empieza a girar. Las luces de los autos que vienen en sentido contrario pasan a toda velocidad, los faros se convierten en manchas de luz que se funden con la oscuridad y la lluvia.

El golpe es brutal.

El coche se estrella contra el guardarraíl, el sonido de metal retorciéndose y vidrio rompiéndose llena el aire. Mi cuerpo se sacude con el impacto, la fuerza me lanza contra el asiento y el cinturón de seguridad se clava en mi pecho. El coche gira de nuevo, esta vez hacia el otro lado, deslizándose sin control. Los faros de otro coche aparecen de la nada, su claxon resonando con un eco aterrador antes de que el auto en el que estoy lo esquive por centímetros.

Siento la presión en mi cabeza, un zumbido constante que se mezcla con el caos. Mi visión empieza a nublarse. El coche sigue deslizándose, y otro golpe lo sacude, esta vez haciéndolo volcar. El mundo a mi alrededor se convierte en un torbellino de ruido, movimiento y oscuridad.

Y entonces, todo se detiene.

El coche queda inmóvil, destrozado en algún punto de la carretera. Mi cuerpo está entumecido, el dolor es distante, como si no fuera real. Los sonidos a mi alrededor se desvanecen, dejando solo un zumbido sordo en mis oídos. Intento abrir los ojos, pero la oscuridad comienza a envolverme, apoderándose de mí. Siento el peso de todo lo que ha sucedido aplastándome, y justo antes de que mi mente se apague por completo, solo hay un último pensamiento que resuena en mi cabeza: María del Mar, amo a Mar. 

Y entonces, todo se vuelve negro.

***

No sé dónde estoy. Todo es confuso. Hay una oscuridad que me envuelve, pesada, como si estuviera sumergido en un océano profundo del que no puedo salir. Pero, poco a poco, empiezo a escuchar voces. Son distantes, como si vinieran de otro lugar, de otro mundo, pero están ahí. Intento concentrarme, entenderlas, pero es difícil. El dolor me invade, no es agudo; sin embargo, está ahí, en el fondo de mi consciencia.

⎯Héctor Rafael Ruiz de Con Canarias, 24 años. Estado crítico ⎯escucho a alguien decir, una voz firme, profesional. ¿Estado crítico? ¿Estoy muriendo?

Siento frío. No puedo moverme. Mi cuerpo está completamente inmóvil; aun así, en mi mente, algo me dice que debería estar asustado. No puedo abrir los ojos. No puedo hablar. Solo puedo escuchar.

⎯Trauma craneoencefálico severo… necesitamos una tomografía de inmediato ⎯dice otra voz. Hay ruido a mi alrededor. Personas moviéndose, máquinas pitando. Siento algo en mi rostro, algo extraño en mi nariz y boca. ¿Es un respirador? Sí, lo es. Me están ayudando a respirar.

Intento recordar. Intento pensar en lo que sucedió. El coche… Angélica… la lluvia. Dios, el accidente. Mi corazón se acelera solo de pensarlo, pero no puedo hacer nada. Estoy atrapado en mi propio cuerpo, incapaz de reaccionar.

⎯Contusiones pulmonares… posible hemorragia interna ⎯dice otra voz, y siento un leve tirón en mi pecho. Mis costillas deben estar rotas. Trato de respirar más profundo, pero algo lo impide. Siento presión en mis pulmones, como si algo estuviera apretándome desde dentro. ¿Voy a morir?

Escucho el pitido constante de las máquinas, cada sonido es como un recordatorio de lo que está en juego. Mi vida.

⎯Fractura del fémur izquierdo… posible daño en la columna lumbar ⎯añade otra voz. Fragmentos de la conversación siguen llegándome, pero es como si estuvieran hablando de otra persona. Todo es un caos en mi mente, un torbellino de palabras médicas que no puedo procesar.

Me están evaluando, como si mi cuerpo fuera una lista de problemas por resolver. Sin embargo, el mayor problema está en mi cabeza, lo sé. Lo puedo sentir. Algo está mal, algo se rompió en mí. Intento concentrarme en lo que dicen.

⎯Lo mantenemos en coma inducido ⎯escucho. ¿Coma inducido? ¿Eso significa que estoy en coma? Las palabras resuenan en mi mente con una fuerza abrumadora. No puedo estar en coma. No puedo…

Quiero gritar, quiero moverme, quiero decirles que estoy aquí, que puedo escucharles. Pero no puedo hacer nada. Estoy atrapado en este cuerpo que no me responde. Me siento como un espectador, viendo cómo mi vida pende de un hilo.

⎯El edema cerebral puede ser letal si no lo estabilizamos. Preparen todo para cirugía de emergencia ⎯dice el médico. Cirugía… ¿Voy a sobrevivir a esto? No sé cuánto tiempo me queda, pero el miedo me inunda de una forma que nunca había experimentado. El miedo de no despertar jamás.

Puedo sentir que estoy al borde de algo. Estoy en un lugar donde todo es incierto. La luz blanca del hospital me llega de alguna forma, pero no puedo abrir los ojos para verla. Y mientras el equipo médico se apresura, escucho a alguien decir en un susurro:

⎯Si sale de esta, será un milagro.

Milagro… ¿Dependo de un milagro?

Todo empieza a desvanecerse de nuevo. La oscuridad vuelve a envolverme lentamente, como si fuera un manto pesado que me arrastra a lo más profundo. No sé si voy a despertar de esto. No sé si volveré a sentir, a moverme, a hablar, a tocar el piano… a vivir.

Y entonces, todo se apaga.

***

La oscuridad sigue siendo mi única compañía, pesada y abrumadora. No sé cuánto tiempo ha pasado desde el accidente, pero de alguna manera sé que estoy en un hospital. Puedo sentir la presencia de personas a mi alrededor, puedo escuchar fragmentos de conversaciones, pero no soy capaz de moverme ni responder. Estoy atrapado, en algún lugar entre la vida y la muerte, sin saber si alguna vez despertaré.

De repente, escucho voces más claras, como si me acercara a la superficie de este abismo en el que estoy sumergido.

⎯Su hijo está vivo de milagro, señores Ruiz de Con ⎯dice una voz que no reconozco. Es la de un médico, firme, pero cautelosa⎯. Tiene que pasar la noche, aún no podemos decirles si sobrevivirá o no, continuará en coma.

Mi corazón late fuerte en mi pecho al escuchar esto; aun así, no puedo hacer nada. Estoy vivo, pero aún no fuera de peligro. Me aferro a esa información, intentando procesar lo que significan sus palabras. No sé si debería sentir alivio o terror. Depender de un milagro nunca fue algo que pensé vivir tan de cerca.

Escucho un sollozo ahogado a lo lejos. Mi madre. Ella está aquí, pero no puedo verla ni consolarla. Puedo sentir su desesperación a través de los sonidos de su llanto. Esa sensación de impotencia me carcome. Todo lo que quiero es hacerle saber que estoy aquí, que estoy luchando, aunque sea desde este lugar oscuro.

⎯Y, ¿su novia? ⎯escucho la voz de mi padre. Su tono es bajo, lleno de una mezcla de miedo y algo más, algo que no puedo identificar del todo.

Hay una pausa, un silencio mortal antes de que el médico responda, y algo en ese silencio me pone en alerta.

⎯Lamentablemente, pereció en el lugar ⎯dice el médico, su voz firme, pero teñida de compasión⎯. No hubo nada que hacer.

Mi corazón se detiene por un segundo, o al menos eso siento. Angélica… ha muerto. Las palabras caen sobre mí como una losa, tan pesadas que apenas puedo procesarlas. La misma persona que estaba gritando que yo era suyo, la misma que conducía con furia… ahora ya no está. El accidente no solo la arrancó de mi vida, sino del mundo. Todo ha terminado de la manera más brutal posible, y yo no hice nada para evitarlo.

Y entonces, el siguiente pensamiento me golpea como una bofetada. El bebé. ¿Qué significa esto para él, o ella? Mi mente, ya abrumada por la culpa, se hunde aún más en el abismo de esa posibilidad.

¿Quiere decir que mi bebé también ha muerto? El silencio que sigue esa pregunta es ensordecedor, más aterrador que cualquier respuesta que alguien pueda darme. No he escuchado una sola palabra sobre el bebé, y la falta de información me devora por dentro. ¿Lo perdimos también?

El pánico empieza a crecer dentro de mí, pero estoy completamente atrapado en este cuerpo que no me responde. Intento recordar los detalles, los momentos previos al accidente. Angélica estaba embarazada… nuestro bebé, estaba en ese coche también. Ella lo gritaba con furia, con desesperación, como si fuera la última carta que tenía para jugar. Y ahora, al pensar en ello, el peso de su pérdida se vuelve insoportable. ¿Cómo podré cargar con esto? ¿Cómo podré vivir sabiendo que esa vida inocente, una vida que ni siquiera había empezado, se extinguió en ese coche, junto a su madre?

⎯Su hijo tiene que sobrevivir esta noche, es todo lo que les puedo decir. Mientras tanto, rueguen porque viva ⎯la voz del médico es firme, pero cautelosa, como si no quisiera dar falsas esperanzas.

Escucho las palabras, y aunque mi cuerpo sigue inmóvil, algo dentro de mí se retuerce. ¿Sobrevivir la noche? ¿Eso es todo lo que se puede esperar? ¿Mi vida ahora depende de que pase una sola noche?

El sonido del llanto de mi madre me llega como un eco lejano, pero cada sollozo atraviesa la oscuridad donde estoy atrapado. Su dolor es palpable, su desesperación es mi culpa. Estoy aquí, en este estado, por mis propias decisiones. El peso de la culpa me aplasta.

⎯¿Rogar? ⎯escucho su voz entre lágrimas, su tono tembloroso y lleno de angustia⎯. ¿A quién le voy a rogar?, ¡dígame! Mi hijo apenas tiene 24 años, tiene toda una vida por delante. ¡Quiero que me diga que va a vivir! ¡Necesito que me diga! ⎯grita, su voz rompiéndose, el dolor desgarrándola.

Puedo imaginarla, de pie, en medio del pasillo del hospital, rota, exigiendo respuestas que nadie puede darle. Mi madre, siempre tan fuerte, ahora destruida por el miedo de perderme. El dolor en su voz es insoportable, y lo peor es que no puedo hacer nada para calmarla. Estoy atrapado, inútil, mientras ella se ahoga en su propia desesperación.

⎯Noah, por favor ⎯escucho la voz tranquila de mi padre, aunque sé que está tan destrozado como ella. Puedo sentir cómo intenta mantener la calma, pero sé que su corazón está igual de desgarrado. En este momento, probablemente la está sosteniendo con fuerza, intentando ser el pilar que ella necesita, aunque él mismo esté a punto de colapsar.

El médico suspira, y su voz regresa, llena de impotencia.

⎯Lo siento, señora, hasta ahora es todo lo que puedo hacer. Ruego porque la recuperación de su hijo sea plena. Con permiso ⎯dice, alejándose.

El silencio que sigue es roto solo por el llanto de mi madre. Es un llanto fuerte, inconsolable, un sonido que jamás podré olvidar. Me duele escucharla sufrir de esa manera, y más aún, sabiendo que soy el responsable de su angustia. No puedo creer que esto me haya pasado a mí.

Mi mente se llena de recuerdos, pero lo único que puedo pensar es en la culpa que siento. Primero Daniel, y ahora yo. Somos malos hijos, Daniel y yo. Solo le hemos traído problemas y preocupaciones a nuestros padres. 

De pronto, siento algo. Un tacto suave que me hace temblar por dentro. Mi madre. Está tomando mi mano. Siento sus dedos entrelazarse con los míos, tan frágiles y cálidos, mientras ella se aferra a mí con la desesperación de una madre que no puede soportar la idea de perder un hijo. Quiero soltarme a llorar, pero no puedo. Estoy atrapado en esta oscuridad, incapaz de dejar salir el dolor.

⎯Vive, hijo ⎯susurra, con la voz rota, temblorosa⎯. Tienes toda una vida por delante. Tienes que envejecer, tienes que ser un gran pianista, tienes que tener tu propia familia…

Cada palabra que dice es como un puñal en mi pecho. Mi madre, aferrada a mí, rogando porque vuelva a la vida, mientras yo me siento culpable por todo. No puedo soportar escucharla sufrir más, pero tampoco puedo decirle que todo estará bien. No puedo prometerle que voy a despertar, que voy a envejecer, que voy a cumplir con esas expectativas que siempre tuvo para mí.

Sin embargo, sé cómo llegué aquí. Puedo estar atrapado en esta oscuridad, pero mi mente no es del todo ciega. Puedo recordar cada paso, cada decisión que me condujo a este momento. El camino que recorrí fue mío y de nadie más, así como las decisiones que tomé. Algunas equivocadas, otras forzadas por circunstancias que no pude controlar, pero todas mías.

Podría decir que fue el destino, o culpar a otros por lo que pasó. Podría señalar con el dedo a Angélica, a su obsesión, a su incapacidad de dejarme ir. Podría culpar a la tormenta, a la carretera mojada, al caos que estalló en esa noche. Pero la verdad es que fui yo. Yo permití que todo se desmoronara. Yo dejé que las cosas se salieran de control, que la relación con Angélica llegara a ese punto de no retorno. Y fui yo quien dejó que los sentimientos que tenía por María del Mar se enconaran, silenciados, hasta que explotaron de la peor manera posible.

Es fácil ver las señales que ignoré, los momentos en los que debí haber hecho algo, cuando debí haber frenado antes de que fuera demasiado tarde. Pero el pasado es un lugar del que no se puede escapar. Todo lo que queda ahora es aceptar que cada decisión, por pequeña que fuera, me empujó hacia este punto.

El accidente no fue un golpe del azar. Fue la culminación de una serie de elecciones, de palabras que nunca dije, de silencios que gritaron más fuerte que cualquier discusión. Y ahora, aquí estoy. En coma. Mi cuerpo atrapado entre la vida y la muerte, mi familia destruida por el dolor de verme así. Y, para colmo, Angélica está muerta. Todo por decisiones que, en su momento, parecieron inevitables.

Así que quiero que entiendas algo, lector. Esto no es solo una historia de un accidente. No es simplemente el relato de una noche fatídica en una carretera bajo la lluvia, ni de un coche fuera de control que terminó destrozado en la oscuridad. Esto es más grande que eso. Es el reflejo de cómo las pequeñas decisiones cotidianas, esas que parecen insignificantes en el momento, pueden construir algo inmenso, algo irreversible. Cada palabra que no se dijo, cada verdad que se ocultó, cada momento en que dejé pasar lo importante para evitar lo incómodo… todo eso me llevó hasta aquí.

Porque lo que ocurrió en esa carretera no fue un accidente aislado. Fue el resultado de una historia que comenzó mucho antes. Una historia de amor no correspondido, de decepciones que se fueron acumulando hasta que se convirtieron en resentimiento, de un ego que no supe manejar y de manipulaciones que me cegaron. 

Este no es solo mi relato, Mar. Es nuestra historia.

Te lo cuento a ti, Mar, porque aunque no estés aquí, aunque no puedas escucharme, quiero que lo sepas. Quiero que, de alguna manera, entiendas lo que nunca fui capaz de decirte cuando importaba. Quiero que escuches lo que siempre callé. Te lo cuento porque, si de alguna forma puedo salir de este estado, si alguna vez despierto de esta oscuridad, necesito que me perdones.

Perdóname por no haber sido honesto, por no haberte dicho la verdad cuando debí hacerlo. Perdóname por no haber tenido el valor de enfrentar lo que sentía por ti, por haberte dejado a un lado, creyendo que era lo correcto. Porque, al final, el tiempo no hace más que complicar lo que no se afronta de frente.

Pero, sobre todo, Mar, quiero que sepas algo que nunca tuve el coraje de decir. Algo que debería haberte confesado mucho antes de que todo se desmoronara. Quiero que sepas cómo me enamoré de ti.

7 Responses

  1. Wao que comienzo, como siempre tus historias tan prometedoras,gracias Ana por otra historia de esta familia que hemos aprendido a amar durante estos años. Que duro para Manuel y Ainoah

  2. Llegué…Gracias Ana por regalarnos otra historia….buen comienzo…un poco diferente y trágico, pobre Héctor.. ojalá salga bien de este accidente y tenga otra oportunidad para que alcance sus sueños y reconquiste a su Amor Mar…Ana eres Genial…

  3. -aire contenido-
    Qué fuerte tener que llegar hasta el extremo de la desesperación y toxicidad por no aceptar que alguien, no te corresponde o dejó de quererte 😔
    La familia Ruiz de Con Canarias, una vez más están en el hospital 😔💔
    Espero que puedas reaccionar sin complicaciones, Héctor. Mereces ser feliz y reparar tus malas decisiones ☹️.

  4. Wooow Ana!!! sin palabras con este super comienzo!!!! .. me tienes con la intrigaaa!! .. quiero saber mas! … espero q Hector pueda tener el perdón de Mar!.

  5. Atrapada desde el primer capitulo, triste comienzo pero para la familia, pero con ansias de saber que sigue!!!!

    Gracias Ana por tus historias

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