David Canarias – padre. 

-Diciembre- 

Una vez más soy padre.

Es una sensación abrumadora, pero llena de luz, distinta a cualquier otra. Después de tantos años de intentarlo, de esperar, finalmente sostengo a mi hija en mis brazos. Ainhoa ha llegado, no solo a nuestro hogar, sino a nuestras vidas como un torrente de luz que arrasó con todo lo malo.

Llegó con la tormenta; como un huracán. Aunque sabíamos que venía, su fuerza y su resistencia nos tomaron por sorpresa y nos mostraron lo que es capaz de hacer. La tormenta que rugía fuera de nuestra casa aquella noche reflejaba perfectamente la agitación interna que sentíamos. Habíamos esperado tanto tiempo, anhelado tanto su llegada, y, sin embargo, cuando Ainhoa decidió que era el momento, la intensidad de su entrada al mundo nos dejó atónitos. No fue solo la tormenta física, con sus truenos, relámpagos y vientos que sacudían las ventanas, sino también la tormenta emocional, una oleada de sentimientos que lo cambió todo.

Fátima se comportó como la mujer valiente y decidida que es. Dio a luz a Ainhoa en la oscuridad de la habitación, con el viento meciendo las ventanas y el ruido inundando el lugar. Pero el llanto de Ainhoa sobrepasó ese estruendo. Recuerdo cómo el viento sacudía la casa, como si la naturaleza misma quisiera ser testigo del momento. El sonido del exterior era ensordecedor: ráfagas de viento, la lluvia golpeando el techo, los truenos que sacudían los cimientos. Sin embargo, en medio de todo ese caos, el sonido más impactante fue el primer llanto de Ainhoa. Fue tan fuerte, tan claro, que sobrepasó el estruendo de la tormenta. Con ese llanto, ella reclamaba su lugar en el mundo, desafiando el viento y la oscuridad, declarando que había llegado para quedarse.

No puedo evitar comparar este nacimiento con el de David. También nació en casa, a las tres de la tarde, un día de primavera, con un sol perfecto. Pero, a pesar del clima sereno, todo se sentía sombrío. Alegra lo tomó en brazos y comenzó a llorar, mientras yo trataba de consolarla, intentando mostrar alegría por la llegada de mi primogénito. Amé a mi hijo desde el primer momento en que lo vi, pero no supe cómo demostrarlo, cómo exteriorizar ese amor. Sostuve a David en mis brazos, pero nunca lo arrullé de la misma manera en que ahora lo hago con Ainhoa. Tal vez, en aquel entonces, no entendía la importancia de esos pequeños momentos, o tal vez porque, en el fondo, no me sentía lo suficientemente conectado con ser padre. 

Ahora me siento mal por David, porque sé que él sabe que con él no fue igual. Lo veo en su mirada cada vez que me observa mecer y arrullar a su hermana, con esa mezcla de curiosidad y nostalgia. Sé que, en silencio, se pregunta si alguna vez lo hice con él, si alguna vez lo sostuve de la misma manera, con la misma devoción y ternura. Y la respuesta es sí, por supuesto que lo hice. Pero el problema es que no lo hice lo suficiente. Hubiese deseado hacerlo por más tiempo, y no puedo evitar sentir una punzada de culpa por no haberle dado lo que ahora puedo darle a su hermana.

Cada vez que lo veo convivir con ella, me doy cuenta de que, a pesar de mis errores, David ha crecido para ser un niño maravilloso, lleno de bondad y compasión. Eso me llena de orgullo y, al mismo tiempo, de tristeza, porque sé que parte de esa fortaleza que tiene proviene de la soledad emocional que tuvo que soportar en sus primeros años. Fue un niño que, en su inocencia, me dio más de lo que yo fui capaz de darle en ese momento.

Ahora que Ainhoa está aquí, me prometo a mí mismo no cometer los mismos errores. Quiero ser mejor para ella, pero también para David. Quiero que, aunque no puedo volver atrás en el tiempo, él sepa que siempre lo he amado con la misma intensidad que amo a su hermana ahora. Al igual que con David, cuando sostuve a Ainhoa por primera vez, tan pequeña y frágil, me sentí inundado de orgullo. No importa que no sea mi hija biológica, ella lleva mi apellido, y eso es más que suficiente.

Ainhoa es mi hija, su hermana y le ha dado a David algo invaluable: una compañera de vida. Sé que la protegerá, que será el hermano mayor que siempre soñé que fuera, y en ese vínculo encuentro una satisfacción que nunca había sentido antes. Los veo juntos, y sé que, a pesar de todo, he hecho algo bien.

Los primeros tres meses con Ainhoa han sido un viaje maravilloso. Ver a Fátima convertirse en madre de nuevo ha sido uno de los mayores regalos. Es increíble la paz que emana de ella cuando sostiene a nuestra hija, cómo la calma con solo susurros y caricias. Fátima ha demostrado ser una madre excelente, paciente y amorosa, y veo en ella la fortaleza que siempre admiro, pero ahora con una ternura renovada.

Ainhoa es una niña tranquila, y cada mañana cuando despierto y la veo dormir en su cuna, siento que todo en la vida tiene sentido. Sus pequeños suspiros, la manera en que se aferra a mis dedos con sus diminutas manos, me recuerdan que, aunque el camino hacia su llegada fue largo y a veces doloroso, todo valió la pena. Ella es luz, una luz que ha sanado viejas heridas, que ha cerrado capítulos oscuros y ha abierto una nueva etapa para nosotros.

David también ha cambiado desde la llegada de su hermana. Lo noto en cada pequeño gesto, en la manera en que la mira con ese aire protector, como si supiera que, a partir de ahora, parte de su misión en la vida es cuidar de Ainhoa. Sus ojos, antes llenos de curiosidad infantil, ahora brillan con una madurez temprana que no esperaba ver tan pronto. Se ha vuelto más paciente, más considerado, y ha aprendido a compartir su espacio y su tiempo sin quejarse. Es como si la llegada de Ainhoa hubiera activado en él algo más grande, un propósito que va más allá de sí mismo. Ella le ha dado una razón para ser mejor, para crecer.

A veces lo observo desde la distancia, en esos momentos íntimos que solo pertenecen a ellos dos, y me maravilla lo mucho que ha crecido emocionalmente en tan poco tiempo. David se sienta junto a su cuna, acaricia suavemente su diminuto cabello o le susurra palabras que solo ellos entienden. Se ha convertido en una presencia constante en su vida, y aunque es un niño de apenas seis años, ha asumido el rol de hermano mayor con una seriedad conmovedora.

Sé que David quiere ser pediatra. Lo ha dicho en varias ocasiones, con esa convicción tan característica de él. Y ahora, parece que ha encontrado a su primera paciente. Lo veo en la forma en que ayuda a Fátima a cuidarla, como si estuviera practicando para el futuro. Ya no se limita a jugar o a mirar desde lejos; David está involucrado en todo. Cuando llega la hora de cambiarle los pañales, ahí está él, listo para ayudar a Fátima, observando cada movimiento y aprendiendo. Cuando es hora de vestirla, se sienta a su lado, eligiendo cuidadosamente la ropita y asegurándose de que Ainhoa esté cómoda.

Pero lo que más me conmueve es cuando la arrulla. Es un gesto simple, pero en David, cobra una profundidad inesperada. Me parece increíble que un niño de su edad tenga tanta sensibilidad, tanta capacidad de empatía. Lo veo mecerla suavemente en sus pequeños brazos, moviéndose al ritmo de una canción que solo él conoce. 

Hemos pasado los meses más bonitos de nuestras vidas, y ahora es momento de festejar. Fátima y yo, como lo habíamos planeado, nos casaremos por la iglesia, y aprovecharemos para bautizar a nuestra pequeña Ainhoa. Sin embargo, la boda no será tan grande como antes la habíamos imaginado. Lo que en algún momento planeamos como una gran celebración con 400 invitados se ha transformado en algo más íntimo, más personal. Esta vez, solo tendremos a 100 personas a nuestro lado, los más cercanos, los más importantes.

Decidimos que la ceremonia tendrá lugar en la imponente Catedral de Santa María, en el corazón del Centro Histórico de Ibiza, y después tendremos la fiesta en el salón del Hotel Lafuente Ibiza, donde actualmente viven Nadir y Amira. 

Fátima estará radiante, como siempre lo está, pero en este día lucirá aún más especial. Vestirá los  tres vestidos, que son la tradición en su familia, confeccionados con delicadeza y cuidado por Ximena Caballero, quien los envió desde México hace dos semanas. 

Cada detalle ha sido supervisado por Ximena, desde los encajes hasta los bordados, creando piezas que reflejan no solo la belleza de Fátima, sino también su estilo: elegante pero sencillo. Ximena, siempre atenta y creativa, se adaptó perfectamente al nuevo cuerpo de mi mujer, un cuerpo que me fascina y que refleja la transformación que ha vivido desde el embarazo.

Fátima ha embarnecido, y su figura ha cambiado de manera sutil, pero poderosa. Sus caderas ahora son más redondeadas, su silueta más suave, y sus curvas han ganado una plenitud que antes no tenía. Sus piernas, firmes y fuertes, son testimonio de la resiliencia de su cuerpo, que ha dado vida a nuestra hija. Su vientre, aunque más abultado que antes, me parece una fuente de vida, una huella que quedó del milagro de traer a Ainhoa al mundo. Sus brazos, más robustos, envuelven a nuestra hija con una calidez y fuerza que me conmueven profundamente.

Es una belleza distinta, más madura, más terrenal. Y aunque ella a veces se siente insegura por los cambios, para mí, este nuevo cuerpo es el reflejo perfecto de todo lo que ha dado y soportado. Me fascina cada detalle de ella, cada curva nueva que antes no estaba. 

Invitamos a Ximena y a Tristán a nuestra boda, pero, rechazaron la invitación. Al igual que nosotros, Ximena acaba de dar a luz a un hermoso niño hace un mes, Manuel, y comprensiblemente no creen conveniente viajar al extranjero en este momento. Aunque entiendo la situación, hay algo en su ausencia que me entristece. Tristán ha estado presente en todos los momentos importantes de mi vida, incluidas mis dos bodas con Alegra. Sin embargo, por alguna razón, parece que el destino no ha querido que compartamos estos momentos especiales que he vivido con Fátima.

Es raro, porque Tristán y yo siempre nos hemos acompañado en la vida. Pero a veces toma caminos inesperados, y entiendo que su prioridad ahora es estar con su nueva familia, con su hijo recién nacido y con su pequeña Luz.

 Aun así, no puedo evitar sentir que hay un vacío, una especie de desconexión en esta etapa de mi vida. Pero sé que, tarde o temprano, podremos compartir este momento. La vida nos dará otra oportunidad para celebrar juntos, para ponernos al día y reírnos de cómo las cosas no siempre salen como planeamos.

Lo más importante ahora es que Fátima, Ainhoa, David y yo estamos juntos. Nos casaremos rodeados de las personas que más significan para nosotros, en un lugar que tiene tanto peso simbólico como emocional. Celebrar nuestra unión, el bautizo de nuestra hija y el futuro que estamos construyendo juntos es lo que realmente importa. Es lo que necesitaba, sobre todo, para darle a ella su lugar. 

***

Día de la boda – Ibiza. 

Me encuentro en el hotel Lafuente, dentro de mi habitación, tomando un whisky en las rocas mientras espero a que sea el momento de salir. El cristal frío del vaso se siente bien contra mis dedos, y el suave quemor del whisky al bajar me ayuda a calmar los nervios que, para mi sorpresa, están más presentes de lo que esperaba.

Es curioso, porque esta no es la primera vez que me caso con Fátima, pero hoy todo se siente distinto. Esta vez, lo hago completamente entregado, perdidamente enamorado. Es como si, por fin, lo que siempre debió ser, estuviera a punto de suceder.

La primera vez que me casé con ella, no fue por amor. Fue una decisión estratégica, algo que en su momento parecía lógico, casi necesario. Las circunstancias nos empujaron a hacerlo, pero la pasión o la conexión no estaban allí de la misma manera. Lo recuerdo como un compromiso que asumí con la cabeza, no con el corazón. Acepté un papel que creía conveniente, aunque algo me decía que en el fondo no era lo que realmente quería, al menos no en ese momento. Hoy, todo es diferente.

Hoy me caso porque la amo. Porque cada día que ha pasado desde entonces, me ha demostrado que es la mujer con la que quiero compartir mi vida. Desde el nacimiento de Ainhoa, desde nuestras conversaciones hasta las noches en que nos hemos quedado despiertos hablando de todo y de nada, me he dado cuenta de lo afortunado que soy de tenerla.

 Este es el momento en el que todo lo que hemos construido se siente verdadero, palpable. Ahora sé que estamos haciendo esto porque nos elegimos, no porque tengamos que hacerlo.

Mientras espero en esta habitación, mirando por la ventana, me invade una mezcla de emoción y nostalgia. Pienso en cómo hemos cambiado, en cómo yo he cambiado; la emoción que siento en estos momentos. Me pregunto si Fátima también está sintiendo lo mismo, si también tiene esas mariposas en el estómago que yo tengo ahora. 

El whisky en mis manos empieza a derretir el hielo, y sonrío para mí mismo. Esta vez, no es una estrategia, no es una obligación. Esta vez es amor.

⎯¿Estás disponible? ⎯Escucho la voz de Nadir. 

Al levantar la vista, lo veo entrar con su característica sonrisa tímida, un gesto que contrasta con la imponente figura que tiene. Viste un traje impecable, hecho a la medida, que resalta su porte elegante. Su altura siempre me ha impresionado; aunque yo mismo soy alto, cuando estoy frente a Nadir, siento que me sobrepasa, y debo admitir que, a veces, me intimida un poco. Pero es su personalidad la que realmente equilibra todo. A pesar de su aspecto, es un hombre sencillo, amable y accesible. Mi concuño no solo ha sido un gran socio en los negocios, sino también un excelente consejero en lo personal. Con Nadir siempre he podido contar.

⎯David ya te espera en el auto junto con Ainhoita y Esme ⎯me avisa, haciéndome regresar al presente.

Sonrío al escuchar sus nombres. Hoy no caminaré solo hacia el altar. David y Ainhoa estarán a mi lado, dándoles ese peso e importancia. Una forma simbólica de decirle a todos que ellos son mis hijos, los que llevaban el apellido Canarias. 

⎯Gracias, Nadir ⎯digo, mientras termino lo que queda de whisky en mi vaso.

Él asiente y me da una pequeña palmada en el hombro, un gesto de camaradería que aprecio más de lo que él se imagina.

⎯Vamos, que Fátima espera  ⎯añade con esa calma que lo caracteriza.

Dejo el vaso sobre la mesa, y me arreglo el saco del esmoquin. Vuelvo a peinar mi cabello frente al espejo y después salgo de ahí junto con Nadir, para dirigirnos ambos hacia el auto. 

⎯Yo me iré en el mío, mis dos hijos están ahí. Nos vemos en la entrada de la iglesia ⎯me comenta. 

⎯Claro ⎯respondo. 

Yo me dirijo al carro antiguo que he escogido para llegar a la iglesia, y al abrir, veo a David sentado, llevando traje y a mi hija Ainhoa dormida entre los brazos de Esme. La niña lleva un vestido que Ximena le mandó de regalo para que lo usara en la boda. 

⎯¿Listos? ⎯les pregunto, subiéndome con ellos. 

⎯Listos, señor ⎯contesta Esme, con una sonrisa. 

David asiente con la cabeza y, después, dirige su vista hacia la ventana. A través del reflejo en el cristal, veo una mezcla de emociones en su rostro. Está emocionado, no cabe duda. Para él, estar en el auto del novio y acompañarme al altar es algo grande, algo que seguramente recordará para siempre. 

Lo observo y me doy cuenta de lo mucho que ha crecido en tan poco tiempo. Ya no es el niño que solía ser, aquel que dependía de mí para todo. Poco a poco, lo veo transformarse en un joven con su propio pensamiento, con una madurez que a veces me sorprende. Pronto será un adolescente. Me pregunto cómo será mi comunicación con él. De por sí, nuestra relación ya es difícil, y ahora, la edad nos lo complicará todo; me pregunto si algún día él me invitará a su boda. 

El auto avanza, y por un momento, mis nervios se disipan. La boda se siente cada vez más real, más cercana, pero mi mente viaja, como inevitablemente lo hace en ocasiones como esta. Pienso en mis otras bodas, en las decisiones que tomé en su momento y en lo que cada una representó. Hay una inevitable comparación entre lo que estoy viviendo ahora y lo que viví antes. Las circunstancias han sido tan diferentes, las emociones, tan distintas.

Mi mente se detiene en aquellos que no están aquí hoy. Pienso en las personas que he perdido a lo largo del camino, pero sobre todo, pienso en mi madre. Un nudo se forma en mi garganta cuando la recuerdo. Me hubiese gustado que estuviera aquí, presente en este momento tan importante. Siempre tuvo una manera de entenderme, de saber lo que necesitaba sin que yo tuviera que decir una palabra. Creo que si ella hubiera estado a mi lado en los últimos años, todo habría sido más fácil. Mi enfermedad, mis fracasos, y las dudas que me han asaltado en más de una ocasión… Con ella aquí, probablemente habría sido más sencillo encontrar la fuerza para superarlo todo.

También pienso en mi hermana, en su propia boda. Era tan joven cuando la vi casarse. Recuerdo ese día con claridad, su vestido blanco, su sonrisa llena de esperanza, y la manera en que sus ojos brillaban con la emoción de quien tiene toda la vida por delante. A veces me pregunto cómo habría sido su vida si las cosas hubieran sido diferentes, si hubiera tenido hijos, si yo hoy tuviera sobrinos corriendo por ahí. Tal vez habría tenido una familia numerosa, y tal vez, ella me habría apoyado en la empresa, trayendo nuevas ideas, nuevas energías. Me imagino que, de estar viva, yo no sería la cabeza de la familia. Su presencia habría cambiado todo, porque siempre fue la más centrada, la que entendía las dinámicas familiares mejor que nadie.

⎯Ahí está la iglesia ⎯expresa, David, lleno de emoción, señalando hacia afuera.

El auto se detiene frente a la imponente Catedral de Santa María, y puedo sentir la anticipación en el aire. David, con una sonrisa que no puede ocultar, espera a que abra la puerta. Lo hace con cuidado, casi con reverencia, como si supiera lo importante que es este momento. Una vez fuera, se vuelve hacia Esme, que está sentada junto a Ainhoa. Nuestra pequeña sigue dormida, ajena a todo el alboroto a su alrededor.

⎯Con cuidado, mi niño ⎯le dice Esme, mientras David extiende los brazos para cargar a su hermana. La sostiene con delicadeza, como si fuera el tesoro más preciado, y el orgullo en sus ojos es palpable.

⎯¿La puedo llevar? ⎯me pregunta, mirando a Ainhoa en sus brazos mientras yo termino de ajustarme el esmoquin. Su inocente petición me conmueve profundamente. Verlo tan protector, tan dispuesto a ser parte de este momento, me recuerda lo afortunado que soy de tenerlo a mi lado.

⎯Claro… pero, cuida tus pasos ⎯le respondo con una sonrisa.

David asiente. Mientras me acomodo la solapa del esmoquin, lo veo ajustar sus brazos para asegurarse de que Ainhoa esté cómoda. Es un momento que guardaré en mi memoria para siempre. Mis dos hijos, juntos, acompañándome en este día tan especial.

Caminamos hacia el atrio de la iglesia, y desde el primer paso, siento la energía de todos los presentes. Mis socios y amigos me saludan efusivamente, estrechando mi mano y felicitándome por el enlace que está a punto de suceder. Sus sonrisas y palabras de aliento me rodean, dándome un sentido de apoyo y camaradería que me conforta. Están todos aquí, cada rostro familiar que ha formado parte de mi vida en diferentes momentos, incluidos los Santander, a quienes Fátima no pudo dejar fuera de la lista, más por protocolo que por verdadera amistad. Hay una cordialidad fría entre nosotros, pero hoy todo queda de lado.

Veo también a Nadir, Amira y su familia, siempre elegantes y enamorados. Incluso la hermana mayor de Fátima, Sarahí, está aquí, aunque su saludo no es el más cálido. Me dirige una leve sonrisa que, aunque fingida, cumple con lo que la etiqueta le exige. Luego da una bocanada al cigarro, expulsando el humo de manera calculada, como si creyera que eso añadiera un toque de sofisticación a su actitud distante. No es la primera vez que veo ese gesto, y aunque no lo apruebo, prefiero ignorarlo por hoy.

Entre la multitud, veo a mi primo que ha traído a otra de sus novias, una nueva cara que parece casi invisible junto a él. También veo a mi asistente, que se mantiene un poco alejada, tímida entre la gente. Me esboza una sonrisa nerviosa desde su rincón, yo le sonrío de regreso. Cada vez que estrecho una mano o devuelvo un saludo, intento no dejar a nadie de lado. Quiero que todos sientan que forman parte de este momento, que su presencia es importante para mí y para Fátima.

Pero entonces, escucho cómo las voces de los invitados comienzan a cambiar de tono, un murmullo distinto que señala que algo está sucediendo. Las cabezas empiezan a girar hacia la entrada, y no hace falta que me digan nada: Fátima ha llegado. Todo en la atmósfera cambia; la anticipación crece, y sé que es hora de entrar a la iglesia.

⎯Vamos… ⎯le digo a David y a Esme, mientras observo a mi hijo  que aun carga a Ainhoa con una ternura y orgullo que me hacen sonreír. 

Caminamos hacia el altar entre los murmullos de la gente. Algunos me saludan con sonrisas y gestos, mientras que otros fijan su atención en David, mi hijo. Él camina con seriedad, sus ojos recorriendo las miradas curiosas que nos rodean. Lo veo tratando de proteger a Ainhoa, sosteniéndola con más firmeza, casi ocultándola de la vista de todos, como si no quisiera que la vieran o la tocaran. Hay algo en su actitud que me llama la atención, una especie de instinto protector que va más allá de su edad, pero no tengo tiempo de preguntarle. En ese momento, el cuarteto de cuerdas comienza a tocar la melodía de entrada y los nervios me invaden.

¿Cuántas veces he estado parado frente a un altar y todavía me siento como si fuese la primera vez? El peso de lo que está por suceder, la magnitud de lo que significa, me golpea de nuevo. No es solo el acto de casarme, es todo lo que hemos recorrido hasta llegar aquí. Mi mirada se centra en la puerta principal, la puerta por donde Fátima hará su aparición en cualquier momento, sola, justo como ella lo pidió. Es un símbolo de su fuerza, de su independencia, de todo lo que ella representa. Esta vez no habrá padre que la entregue, ni figura que la acompañe. Es ella, caminando hacia mí, hacia su propia decisión, y eso me llena de una admiración profunda.

De repente, las grandes puertas de la iglesia se abren y la veo a lo lejos. El murmullo de la gente se disipa, y por un momento, parece que todo se ha detenido. Ahí está Fátima, como un cuadro majestuoso traído a la vida. El vestido que lleva es sencillamente impresionante. Confeccionado en finísimo encaje, el diseño es un equilibrio perfecto entre elegancia clásica y detalles modernos. Las mangas largas envuelven sus brazos con un delicado patrón floral en relieve, que resalta cada movimiento con una gracia exquisita. 

La silueta del vestido es volumétrica, la falda se extiende en un suave movimiento, creando un efecto casi de princesa, mientras que la parte superior se ajusta perfectamente a su cuerpo, destacando su figura de una manera sutil pero poderosa. Es imposible no notar cómo el encaje cubre su cuerpo desde el cuello alto hasta los pies, aportando una sensación de delicadeza y sofisticación, como si cada hilo estuviera cuidadosamente colocado para adornar su belleza.

La capa que arrastra tras ella está adornada con los mismos detalles intrincados, bordados que parecen contar una historia, añadiendo una grandiosidad extra al conjunto. Y luego está el velo, tan delicado, pero al mismo tiempo lleno de brillo gracias a la pedrería que lo adorna, complementando el vestido en perfecta armonía. Todo en su atuendo irradia elegancia, opulencia y una serenidad que me deja sin aliento.

La gente a mi alrededor contiene el aliento por un momento. Y yo, en medio de los nervios, no puedo apartar la vista de ella. Fátima avanza con una calma imperturbable, con la seguridad de quien sabe exactamente lo que quiere. Es en ese momento, viendo cómo se acerca, que me doy cuenta de la verdad: no importa cuántas veces haya estado frente a un altar, nunca había experimentado algo como esto. Nunca había sentido este amor profundo, esta certeza de que estoy donde siempre debí estar. Hoy no es solo una boda más, hoy es la culminación de un viaje, el inicio de todo lo que siempre soñé.

⎯Hola ⎯me murmura, con una sonrisa que ilumina todo el lugar.

⎯Hola ⎯contesto, devolviéndole la sonrisa, aunque las palabras se me quedan cortas ante lo que siento en este momento.

Por un instante, mi mente viaja al pasado. Pienso en la Fátima joven, esa mujer de apenas 18 años que caminó al altar conmigo por primera vez hace tantos años. En aquel entonces, era una joven llena de sueños, pero aún insegura, en muchos sentidos todavía una niña aprendiendo sobre la vida. Esa Fátima ya no está aquí. La mujer que tengo frente a mí ahora ha recorrido un largo camino a mi lado. Ya no es la misma, ahora es una mujer completa, fuerte, decidida. Es la mujer que estuvo conmigo en mis peores momentos, que no solo adoptó a mi hijo como suyo, sino que lo ama profundamente, como si siempre hubiera sido parte de ella. Es la mujer que me dio una hermosa bebé, Ainhoa, y que, con cada sacrificio, me ha mostrado lo que realmente significa el amor incondicional.

Ella ha sido mi compañera en este camino de reconstrucción, y mientras la miro ahora, a punto de prometerle una vez más mi vida, me doy cuenta de cuánto hemos crecido juntos. Hemos pasado por tormentas, por caídas, por decisiones difíciles, pero aquí estamos, más fuertes que nunca. Fátima ha sido mi refugio, mi fuerza cuando yo no la tenía, y hoy me doy cuenta de que no quiero seguir otro camino que no sea a su lado.

Pienso en todo lo que hemos vivido y en lo que está por venir. Tenemos tantos proyectos juntos, tantas cosas que aún queremos construir. Desde nuestra familia, hasta los sueños que aún no hemos cumplido. Con ella, tengo la certeza de que no hay obstáculo que no podamos superar. Con ella, construiré no solo una vida, sino un legado, una historia que contará de amor, de resiliencia, de segundas oportunidades.

El cuarteto sigue tocando suavemente, la iglesia está llena de murmullos, pero en este instante, todo lo demás desaparece. Solo existimos nosotros dos, frente a frente, listos para comenzar una nueva etapa. Y en su mirada, veo lo mismo que siento: que esta vez es para siempre.

4 Responses

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *