El sol se filtraba por las cortinas gruesas, llenando la habitación con una luz suave y cálida. Carlos despertó, pero no con la tranquilidad que solía acompañar sus mañanas. Esta vez, su cuerpo se sentía pesado, y su mente seguía dando vueltas alrededor de lo que había sucedido la tarde anterior en El Susurro. Se pasó las manos por el rostro, intentando despejarse, pero las imágenes del beso seguían presentes, tan vívidas como si aún estuviera en ese momento. 

Se sentó en el borde de la cama, sintiendo un nudo incómodo en su estómago. No fue solo un beso, pensó, fue más. Se puso de pie, todavía desorientado y caminó hasta el gran espejo de su cuarto. Su reflejo lo observaba con una mezcla de duda y confusión. ¿Qué diablos me pasa? Es Martha, por Dios. Intentó convencerse de que todo era pasajero, que se trataba solo de una reacción física, nada más. Trato de mentirse, aunque no sabía si funcionaría. 

Por un instante se quedó de pie, con la mirada perdida en algún punto de la habitación. El aire acondicionado refrescaba la habitación, pero no lograba disipar el calor que sentía en su pecho. No estaba preparado para lo que estaba a punto de enfrentar. 

Sabía que en cuanto bajara las escaleras, Martha estaría en la cocina, ocupada, probablemente. Lo primero que haría sería ignorarlo, y fingir que nada había pasado entre ellos la tarde anterior. Él haría lo mismo; era lo ideal. 

Las imágenes del beso, inundaron una vez más su mente; era como una película que se repetía una y otra vez. Le causaban sensación de nerviosismo, una que jamás había sentido. No era miedo, pero tampoco simple excitación, era algo más. Carlos siempre había sido seguro de sí mismo, arrogante en ocasiones, pero ahora, se encontraba vulnerable, atrapado en emociones que no podía controlar ni entender del todo. 

⎯Es solo Martha ⎯dijo en un murmullo. Sin embargo, esa frase que alguna vez le había servido para menospreciarla ya no tenía el mismo efecto. 

Ella no era “solo Martha”. Había algo en ella que lo manía atrapado, ansioso, expectante. Desde el momento que había probado sus labios en aquel lugar bajo el sol dorado de la playa, supo que había firmado su sentencia de muerte; supo que había robado su tranquilidad. 

Por un momento, consideró no bajar. Podía quedarse en su habitación, pedirle a Jenny que le subiera la comida y evitar ese encuentro incómodo; postergarlo para otro día, cuando sus emociones estuvieran claras. Pero sabía que eso no resolvería nada. Tarde o temprano, tendría que enfrentarla, Martha no se iría a ningún otro lado; no todavía. 

Apretó los puños a los costados, intentando reunir la determinación necesaria para salir. Con la mirada buscó algo con qué entretenerse, algo que le ayudara a quedarse ahí, pero, no lo encontró. Acostarse y fingir dormir no era una opción, así que no le quedó de otra. Finalmente, Carlos avanzó hacia la puerta. Su mano se detuvo en el picaporte por un instante. Suspiró y, sin más preámbulos, abrió la puerta.

Descendió las escaleras de la mansión en silencio; su casa siempre estaba así. A pesar de tener los pies descalzos sus pisadas resonaban con fuerza, haciendo un pequeño ruido que delataba su presencia. Por primera vez, el color blanco de su casa lo cegó. El reflejo de la luz era demasiado fuerte, por lo que entrecerró los ojos para evitar que lo lastimara más. 

A lo lejos escuchó los murmullos de la cocina. Se dirigió hacia allá, pasando sus dedos por su sedoso cabello y arreglándose un poco la ropa informal que se había puesto. Se detuvo justo en la entrada del pasillo cuando escuchó una voz familiar. Martha, estaba ahí, ayudando a su madre a limpiar los estantes. Se acercó con cautela; no quería interrumpirlas. 

Carlos se quedó inmóvil, observándola desde la distancia. El mismo cabello que había sentido entre sus dedos la noche anterior ahora estaba recogido con una trenza simple, y su expresión parecía la de siempre: tranquila, imperturbable, como si lo de ayer no hubiera significado nada para ella. Sintió su aroma,  el calor de su piel, el roce de sus labios en sus labios; todas las sensaciones llegaron de golpe. 

Sentía la urgencia de acercarse, de hablar, de preguntarle si lo que había sucedido les había afectado tanto como a él. Pero su orgullo, su miedo a mostrarse vulnerable, lo detuvieron. En lugar de avanzar, permaneció en la sombra, observando en silencio, sin ser visto.

Por unos instantes, todo en la casa pareció congelarse. El sonido de los platos en la cocina se apagó, y Carlos se quedó atrapado en ese espacio de incertidumbre. Se preguntaba si Martha, la misma chica a la que apenas había prestado atención durante tanto tiempo, pensaba siquiera en él después de lo que había pasado en el mar.

Sin embargo, justo cuando Carlos estaba a punto de retroceder en silencio, Jenny, la madre de Martha, lo vio de reojo mientras pasaba un trapo por la encimera. Con su típica actitud directa y sin ningún interés en disimular, se giró hacia él y lo enfrentó de inmediato.

⎯¿Qué haces ahí? ⎯le preguntó, con un tono firme que resonó en la cocina.

Carlos se tensó. No había planificado este encuentro y mucho menos una confrontación con Jenny. Sabía que ella siempre lo había mirado con cierta desconfianza, y ahora no había manera de escaparse de ese incómodo momento.

Sintió el calor subirle al rostro, y aunque intentó mantener la compostura, la sensación de haber sido atrapado lo desarmó por completo. No tuvo más opción que salir de su escondite, como si fuera un niño sorprendido haciendo una travesura.

Martha, sin embargo, no lo volteó a ver. Continuó en lo suyo, ocupada con los platos que secaba cuidadosamente, como si no hubiera notado la presencia de Carlos. Esa indiferencia, o al menos la apariencia de la misma, le resultaba desconcertante. ¿En serio no iba a mirarlo ni una vez?

Carlos tragó saliva, nervioso. Se sentía torpe, fuera de lugar. Solía tener el control en todas las situaciones, pero en este momento, frente a Martha y bajo la mirada vigilante de Jenny, sentía que todo se le escapaba. No sabía qué decir o cómo justificar el hecho de haber estado observando desde las sombras.

⎯Pues es mi casa, ¿qué no?, puedo estar donde quiera  ⎯espetó de repente, adoptando un tono arrogante que le devolvió una pizca de la seguridad que le faltaba. Era su mecanismo de defensa más habitual: recurrir a su papel de hijo de la casa rica, donde todo le pertenecía y nadie debía cuestionar su presencia.

Jenny arqueó una ceja, sin dejarse intimidar. No era la primera vez que veía a Carlos asumir esa actitud, y había aprendido a no dejarse afectar por sus desplantes.

⎯Supongo que querrás algo de desayunar ⎯respondió ella, sin emoción, mientras colocaba un plato limpio en la mesa.

Carlos vaciló un instante, consciente de la tensión en el aire, pero no quería mostrarse más nervioso de lo que ya estaba. Miró de reojo a Martha, quien seguía ocupada, sin darle ni la más mínima señal de reconocimiento.

⎯Solo comeré cereal ⎯respondió, volviendo a adoptar ese aire despreocupado que solía usar para encubrir su incomodidad.

Jenny asintió con una ligera inclinación de la cabeza, como si no se viera afectada por su respuesta, y fue a buscar la caja de cereal, dejando a Carlos de pie en medio de la cocina, atrapado entre la indiferencia de Martha y su propio intento fallido de parecer seguro. Le acercó el plato hondo, el litro de leche y la caja de cereal. Con un gesto seco de la mano, le indicó que se sirviera él mismo.

⎯Yo solo sirvo y atiendo en horas de desayuno ⎯comentó, justificando su actitud sin darle demasiada importancia.

Carlos miró la barra de la cocina con una mezcla de incomodidad y resentimiento. No era la respuesta a la que estaba acostumbrado. En su mundo, todos hacían las cosas por él. Jenny, sin embargo, siempre había sido diferente. No se dejaba impresionar por su apellido ni por su posición en la casa. Para ella, Carlos era un niño malcriado y solitario. 

Martha, por su parte, soltó un suspiro pesado, claramente cansada después de haber quitado los platos, limpiado la repisa y volver a acomodarlos. Dejó el trapo sobre la escalera y bajó de ella con una naturalidad que solo demostraba lo cómoda que estaba en el espacio que Carlos llamaba “su hogar”. Sin embargo, no le dedicó ni una mirada, ignorando por completo la presencia de él, a pesar de sentir cómo sus ojos la seguían.

⎯Iré por las cosas de limpieza ⎯anunció Martha con voz neutra, dirigiéndose hacia la salida de la cocina sin más preámbulos.

Jenny, por otro lado, cruzó los brazos y le lanzó una mirada a Carlos, que no dejaba lugar a interpretaciones.

⎯Y tú apúrate, que no tengo todo el día para verte comer ⎯dijo, con ese tono de autoridad que Carlos odiaba y respetaba al mismo tiempo. Acto seguido, guardó la caja de cereal, dejando claro que, en esa cocina, las cosas se hacían a su ritmo, no al de Carlos.

Sin decir nada más, él tomó el plato y se dirigió hacia la mesa, sintiendo un malestar extraño. Sabía que las sirvientas no solían hablarle así a los patrones, y mucho menos a los hijos de los dueños. Pero Jenny no era como las demás. Ella había estado en la casa desde que tenía memoria, y en más de un sentido, había sido más madre para él que su propia madre biológica. Siempre presente, siempre controlando, siempre vigilando, pero también cuidando.

Al salir ahí con su plato, Carlos no pudo evitar notar cómo Martha ya no estaba en el pasillo, ni siquiera cerca. Había desaparecido, como si se desvaneciera, y el eco de la indiferencia con la que lo había tratado seguía resonando en su cabeza.

Aun así, Carlos no se enojó. Estaba acostumbrado a manejar situaciones tensas y evitar emociones que lo hicieran sentir vulnerable. En lugar de confrontar lo que realmente estaba sintiendo, simplemente se dirigió hacia las escaleras, subiendo con pasos lentos y el eco del silencio acompañándolo. Sabía que si se encerraba en su habitación, tal vez el deseo inexplicable de verla de nuevo desaparecería. Quizá el tiempo solo, lejos de las miradas inquisitivas de Jenny y la indiferencia de Martha, le permitiría reacomodar sus pensamientos.

***

Martha subía las escaleras con pasos rápidos, llevando una bandeja con un par de utensilios que su madre le había pedido que dejara en una de las habitaciones. Su mente estaba distraída, pero su cuerpo parecía moverse con una seguridad automática, como si conociera el recorrido de memoria. Sabía perfectamente que la habitación de Carlos estaba al final del pasillo, y aunque intentaba no pensar en él, el solo hecho de estar cerca le hacía recordar todo lo sucedido en la playa.

Las imágenes surgían sin permiso: el sonido de las olas, el roce de sus labios, la sensación de su cuerpo mojado por el agua del mar y la intensidad de su mirada. Fue solo un beso, se repetía una y otra vez, como si esas palabras pudieran disminuir el impacto que había tenido en ella. Pero la verdad era que ese beso, esa conexión inesperada, había abierto una puerta que Martha no estaba segura de querer cruzar.

Justo cuando pasó frente a su puerta, esta se abrió de golpe. Carlos, como si hubiese estado esperando ese momento, la tomó del brazo y la jaló hacia el interior de la habitación antes de que ella pudiera reaccionar. El sonido de la puerta cerrándose resonó en el espacio, dejando a Martha atrapada dentro, con el corazón, latiéndole descontrolado.

⎯¡Carlos, déjame salir! ⎯le dijo de inmediato, intentando soltarse de su agarre, pero él no la dejó.

⎯Tenemos que hablar, Martha ⎯respondió él, con la voz baja y seria, sus ojos fijos en ella.

Martha lo miró desafiante, tratando de no mostrar la confusión y el nerviosismo que le recorría el cuerpo. Se apartó de él con brusquedad y negó con la cabeza.

⎯No, no tenemos que hablar de nada. Esto… lo que pasó no tiene que significar nada. Además, tengo prohibido estar aquí ⎯dijo rápidamente, intentando mantener el control sobre la situación⎯. Mi madre me lo ha dejado claro. No debo entrar a tu habitación, Carlos.

El tono en su voz era firme, pero Carlos no parecía dispuesto a dejarlo pasar. Dio un paso hacia ella, acercándose, pero antes de que pudiera decir algo más, ambos escucharon la voz de Jenny desde el otro lado del pasillo.

⎯¡Martha! ¿Dónde estás? ⎯gritó⎯. ¡Ay, está niña, dónde está! ⎯se quejó. 

⎯Déjame salir ⎯le pidió Martha, en tono firme. 

⎯No, no hasta que hables conmigo. 

Martha se tensó de inmediato. Sabía que si su madre la encontraba en la habitación de Carlos, no solo habría una reprimenda, sino que podría perder su confianza. Pero antes de que pudiera moverse, Jenny abrió la puerta de la habitación. Carlos, reaccionando, tomó a Martha de nuevo del brazo y la jaló hacia el baño de su habitación, arrastrándola con él.

⎯¡Carlos, por favor! ⎯susurró, mientras lo seguía a regañadientes. La puerta del baño se cerró justo a tiempo cuando la voz de Jenny se escuchó dentro de la habitación⎯. Déjame salir, me vas a meter en problemas. 

⎯Ya estas en problemas ⎯dijo Carlos.

Dentro del baño, la tensión era palpable. Carlos la tenía acorralada, su espalda contra la pared mientras ambos intentaban mantener el silencio, escuchando los pasos de Jenny acercarse más y más.

⎯Carlos, ¿estás aquí? ⎯preguntó. 

Los ojos de Martha se abrieron con horror cuando escuchó el ruido de la perilla girando.

⎯¡Se va a dar cuenta! ⎯susurró, su respiración agitada.

⎯No lo hará ⎯contestó Carlos rápidamente, mientras le daba un tirón a la cortina de la bañera y la arrastraba hacia dentro. En un movimiento rápido, encendió el agua de la ducha, dejando que el agua fría comenzara a caer sobre ambos.

⎯¿Qué estás haciendo? ⎯exclamó Martha entre dientes, sintiendo cómo el agua mojaba su ropa rápidamente, su cabello pegándose a su rostro.

⎯¡Me estoy duchando! ⎯gritó. 

⎯Vale, haré tu cama rápido, después paso al baño. 

El sonido del agua llenó la habitación, pero lo que más llenaba el espacio era la cercanía entre ellos. Martha estaba contra la pared, y Carlos tenía su cuerpo justo delante del de ella, bloqueando cualquier salida. El agua que caía sobre ambos hacía que la situación fuera aún más intensa. Las gotas resbalaban por sus rostros, y la camiseta de Carlos se adhería a su cuerpo, mientras el vestido de Martha comenzaba a mojarse por completo, haciéndolo semitransparente.

⎯Te ha puesto a pensar genio, ¿qué le diré cuando me vea empapada? ⎯preguntó ella, con ese tono firme que siempre tenía con él. 

Carlos la miró un instante, con una chispa de diversión mezclada con la tensión que ya los envolvía, y se llevó un dedo a los labios.

⎯Shhhhhh.

Sus manos, firmes y decididas, alcanzaron las llaves de la ducha y giraron con precisión, modulando el agua hasta que dejó de caer fría. El agua tibia comenzó a fluir, y con ella, la tensión física en el cuerpo de Martha se alivió levemente. Pero aunque la temperatura del agua cambiara, la intensidad entre ambos solo parecía aumentar.

Carlos bajó la mirada hacia ella, y aunque intentaba controlar el caos de emociones que le llenaba el pecho, no pudo evitar fijarse en cada detalle de su rostro: el cabello que se pegaba a su frente por el agua, la piel húmeda y brillante, y esos ojos que lo miraban con una mezcla de incredulidad y algo más profundo. Algo que ambos estaban evitando nombrar, pero que era tan tangible como las gotas que resbalaban por sus cuerpos.

Martha, consciente de su cercanía, sentía cómo cada gota que caía sobre su piel aumentaba el peso del momento. Su respiración era rápida y desordenada, pero no por el agua, sino por el hombre que la tenía acorralada contra la pared de la bañera. La tibieza del agua apenas lograba contrarrestar el calor que se extendía en su interior, el mismo que había sentido aquella tarde en la playa.

⎯Carlos, esto… esto es una locura ⎯susurró Martha, aunque su voz se quebraba entre la respiración agitada y el latido acelerado de su corazón.

⎯Lo sé ⎯respondió él, pero no se movió.

Ambos respiraban con dificultad, intentando no hacer ruido, pero sus cuerpos ya no respondían a sus mentes. La cercanía, el roce de la piel, el agua deslizándose entre ellos, los hizo recordar la playa, el beso, ese momento de intimidad que habían compartido. Todo estaba volviendo.

Carlos mantuvo la mirada fija en Martha, sintiendo la presión del agua caer sobre ellos, pero lo que más sentía era la atracción innegable que crecía. Sus cuerpos estaban tan juntos que podía sentir cada respiración de ella, su pecho subiendo y bajando, su piel húmeda bajo sus manos. Los ojos de Martha, confundidos, pero llenos de deseo, se encontraron con los suyos.

En ese instante, el mundo exterior dejó de existir. No había Jenny, ni reglas, ni límites. Solo ellos, el agua envolviéndolos y la tensión que ya no podían ignorar. Lentamente, sus rostros se acercaron, y antes de que pudieran detenerse, sus labios se encontraron en un beso apasionado, mucho más intenso que el de la playa. 

La humedad de sus pieles, los llevó a un punto de no retorno. Martha rodeó el cuello de Carlos con sus brazos, entregándose al beso, mientras él la sujetaba por la cintura, acercándola más a su cuerpo, como si no pudiera soportar la distancia entre ellos.

El deseo los consumía, cada segundo era más intenso que el anterior. Sus labios se movían con desesperación, como si el agua que caía no fuera suficiente para apagar el fuego que ardía dentro de ellos. Sus respiraciones eran profundas, provocando que sus corazones latieran con rapidez. 

Las manos de Carlos, temblorosas de deseo, se deslizaron lentamente por el contorno de las caderas de Martha hasta alcanzar sus piernas. En un movimiento fluido, sin detener el beso apasionado que los consumía, la levantó con facilidad. Martha, por puro instinto, enredó sus piernas alrededor de su cadera, ajustándose a él como si sus cuerpos hubieran sido diseñados para encajar de esa manera.

El agua seguía cayendo, empapando sus ropas, pegándolas a sus cuerpos como una segunda piel. La tela del vestido de Martha se aferraba a su silueta, y Carlos, con sus manos ahora explorando por debajo de esa fina tela mojada, acarició la piel desnuda de sus muslos. La suavidad de su piel, combinada con la calidez que emanaba de su cuerpo, lo embriagó.

Un suave gemido escapó de los labios de Martha, un sonido entrecortado, lleno de placer, que resonó en la pequeña cabina de la ducha. El sonido, cargado de deseo y rendición, se mezcló con el ruido del agua y avivó algo aún más profundo dentro de Carlos. Los labios de Martha se entreabrieron, temblorosos, mientras intentaba contener lo que sentía, pero ya no había forma de ocultarlo.

El contacto entre ellos era eléctrico, y sin dejar de sostenerla, Carlos bajó sus labios, dejando el beso que compartían para deslizarse hacia el cuello de Martha. Su piel mojada le pareció el paraíso, y sus labios comenzaron a explorarla con una devoción casi reverente. Besó el suave arco de su cuello, sus dientes rozando apenas la piel, mientras sentía cómo el cuerpo de Martha se estremecía contra el suyo. Los suspiros de ella se mezclaban con el sonido del agua, y él podía sentir cómo cada roce, cada beso, la hacía rendirse un poco más.

Carlos sabía que podría tomarla en ese instante. El deseo palpitaba en su cuerpo con una urgencia abrumadora. Sentía la tentación de apagar el fuego que lo consumía, de liberar todas esas ansias que llevaban días acumulándose. Su cuerpo lo pedía, su respiración entrecortada y sus latidos desbocados lo suplicaban. Martha, vulnerable y entregada, le pertenecía en ese momento. Podía sentir la respuesta de su cuerpo, el temblor de sus piernas mientras lo rodeaban, el leve jadeo que escapaba de sus labios.

Pero no lo hizo.

En lugar de ceder al deseo que le nublaba la mente, Carlos se contuvo. No sabía de dónde sacaba la fuerza para detenerse, pero había algo más en ese instante que solo placer físico. El momento era tan intenso, tan cargado de emociones contradictorias, que no quería que acabara en algo impulsivo. No quería que lo que sucedía entre ellos fuera simplemente el resultado de una descarga de deseo.

Volvió a alzar el rostro, sus ojos buscaban los de Martha, y vio algo en ella: confusión, deseo, pero también una mezcla de vulnerabilidad que lo hizo detenerse.

⎯Carlos… ⎯susurró ella, sin aliento, sus labios a solo milímetros de los suyos.

Él no respondió con palabras. En lugar de eso, sus labios regresaron a los de ella, retomando el beso con suavidad, no obstante, sin perder la intensidad. No era un beso impulsado solo por el deseo, sino por algo más profundo, algo que ambos temían nombrar, pero que los mantenía atrapados en ese momento, en esa burbuja de intimidad bajo el agua.

Carlos la mantuvo sostenida contra la pared de la ducha, sus cuerpos aún envueltos en el calor del agua y el deseo no saciado. Sus manos seguían acariciando su piel con una delicadeza inesperada, como si temiera romper ese frágil lazo que se había creado entre ellos.

Martha, aun con sus piernas enredadas en su cadera, se rindió a ese nuevo beso, dejándose llevar por la mezcla de emociones que ahora la envolvían. No había prisa. No había necesidad de apresurarse. Solo el ahora, solo el momento.

Finalmente, ambos se separaron, jadeando, sus frentes apoyadas la una contra la otra. La realidad empezó a volver poco a poco, pero el sabor del beso aún estaba en sus labios, y la sensación de cercanía aún los mantenía atrapados.

⎯Carlos… ⎯susurró Martha, sin poder continuar la frase, abrumada por lo que acababa de ocurrir.

Pero antes de que pudiera decir algo más, escucharon a Jenny alejarse finalmente de la puerta, dejando a ambos solos, bajo el agua, y enfrentando la realidad de lo que acababan de hacer.

2 Responses

  1. Owwww, creo que ya nació el amor en estos dos jovencitos!!!
    Con este beso descubrieron que no sólo fue calentura, es algo más!!!

    La última parte no entendí Jenny se alejo de la puerta del baño o de la habitación???
    Por qué eso me puso nerviosa 😬😬😬😬

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