Cecilia
Cierro la puerta de mi habitación con manos temblorosas y dejo escapar el aire que había estado conteniendo desde el momento en que Carol me empujó.
Mi cuerpo aún tiembla por la adrenalina, y mi espalda late con un dolor sordo donde me golpeó contra la pared.
Me acerco al espejo, tratando de controlar mi respiración. Observo mi reflejo: mis ojos están agrandados, llenos de confusión y miedo. El maquillaje que me había aplicado apresuradamente ahora está un poco corrido, como si mi propio cuerpo reflejara lo que estoy sintiendo por dentro.
Me paso una mano por la nuca, masajeando la tensión acumulada en mis músculos. El cuarto parece más frío y hostil de lo normal, como si las sombras en las esquinas estuvieran llenas de ojos que ahora me observan detenidamente.
Carol. No puedo sacarla de mi mente. La forma en que sus ojos se clavaron en los míos, esa mezcla de rabia y amenaza, como si quisiera devorarme entera. Nunca la había visto así. Siempre supe que era controladora, pero esta vez fue diferente. Esta vez vi una nueva faceta que no me sorprende pero si me asusta.
Me dejo caer en la cama, sintiendo el colchón ceder bajo mi peso. Cierro los ojos por un momento, tratando de encontrar un espacio de calma en medio de este caos. Pero no puedo. Las palabras de Carol siguen resonando en mi mente, su advertencia cargada de veneno: “No te metas en mi camino, Ceci. Si me estorbas, pagarás las consecuencias.”
Mi corazón late rápido, no sé si es el alcohol que aun corre por mis venas o la adrenalina; quiero pensar que es la segunda.
Sabe de Miguel, pienso, y un instinto de protección me llega. No fue una simple advertencia; fue una amenaza directa. ¿Pero por qué? ¿Qué pretende? ¿Acaso está tan enamorada de Miguel que se ha puesto celosa?
Es una probabilidad. La forma en que habló de lealtad, esa manera en que pronunció su nombre como si Miguel le perteneciera… Durante toda la conversación, había un dejo de posesión en su voz, como si Miguel fuese un objeto que solo ella tiene derecho a reclamar.
⎯No creo que sean celos, no puedo creer que sea tan simple ⎯me digo, en un susurro, intentando convencerme a mí misma.
Carol es mucho más que una mujer despechada;lo he visto en sus ojos. Este no es un simple triángulo amoroso.
Lo mejor sería alejarme de ella, cortar todo contacto, alejarme. Pero sé que eso no es posible, al menos no ahora. Quiera o no, trabajo para Carol, y no es algo de lo que pueda deshacerme tan fácilmente. No puedo zafarme de esto, no cuando estoy tan cerca de pagar mis deudas y recuperar un poco de control sobre mi vida. Carol lo sabe, por supuesto. Lo sabe y juega con ello, usándolo como una herramienta para mantenerme bajo su dominio.
La realidad es que estoy atrapada. Si intentara alejarme, si intentara renunciar, no tengo ninguna duda de que Carol haría todo lo posible para hundirme. Me lo ha dejado claro hoy, con ese empujón, con sus palabras envueltas en amenazas. Y aunque me repito que no puedo dejar que el miedo me controle, sé que no puedo simplemente ignorarla.
Ahora, la pregunta que me tortura es: ¿Debería decirle a Miguel? O, tal vez, ¿debería dejarlo pasar? Es una pregunta tonta, una pregunta que ya debería tener respuesta, pero no es tan simple como parece. Decirle la verdad a Miguel sería lo correcto. Es lo que debería hacer. Pero, ¿qué consecuencias traería eso?
No puedo evitar pensar en lo que hay detrás. Carol claramente tiene sus propios intereses, y me pregunto qué más sabe, qué otras cartas guarda bajo la manga.
⎯Basta, no exageres ⎯me regaño, escuchando el propio sonido de mi voz⎯.No dejes que Carol arruine el recuerdo de una noche tan especial.
Entonces, me pongo de pie y, sin más preámbulos, me arreglo para iniciar el trabajo de hoy; Carol me espera.
****
Este día Carol me ha traído de arriba para abajo. De repente, se le ocurrió hacer una comida para agasajar a su mejor amigo, Camilo, que llegó como visitante pero parece que se quedará como habitante de la casa. Entre platillos especiales, postres y bebidas, la cocina se convirtió en un caos absoluto. Me pidieron preparar recetas que jamás había hecho, algunas que ni siquiera había escuchado, pero, para mi sorpresa, salieron bien. Al menos, eso me dijeron.
He estado de pie desde que empezó el día, y ahora que el banquete ha terminado, la cocina está hecha un desastre. Ni un solo plato limpio, los utensilios regados por doquier, y el suelo… bueno, podría contar las veces que lo he trapeado hoy. Carol supervisó todo, atenta a cada detalle, observando cada uno de mis movimientos con ese aire autoritario que tan bien maneja.
Creo que fue su manera de castigarme. Me escapé de su fiesta la noche anterior, y aunque no me dijo nada directamente, la jornada de hoy ha sido su forma de dejar claro que no se me permite ni el más mínimo desliz. Cada platillo, cada pedido, cada exigencia se sentía como una sutil represalia, como si quisiera recordarme que ella tiene el control. Estoy bajo su poder, y parece dispuesta a hacerme sentir su enojo en los próximos días.
El día ha sido largo. No solo he tenido que cocinar, sino que al final del día, como terminé a deshoras, la tarea de limpiar la cocina se me ha caído encima. La responsabilidad es mía, y sé que Carol no me dejaría marchar sin hacerla. El personal se ha ido hace horas, y ahora estoy sola, exhausta, restregando las encimeras, el suelo, y lavando los platos acumulados. Comúnmente yo no hago toda la limpieza, pero hoy es diferente.
Al menos Vidal no está aquí, eso me alivia. Lo dejé en casa de una amiga para que pasara la tarde jugando, y aunque le prometí que dormiría aquí conmigo, no me dio tiempo de ir por él. Lo siento mucho, pero lo mejor es que se quedara allá. Mientras limpiaba, pude ver los mensajes de Miguel, quien me escribió varias veces durante el día. No fue insistente, pero se notaba su preocupación. No tuve oportunidad de responderle en todo el día, y ahora, al ver sus mensajes al final de esta interminable jornada, siento un pequeño nudo en el estómago. Me pregunto si entenderá que todo esto fue parte del control que Carol está ejerciendo sobre mí.
Después de dos horas de limpieza exhaustiva, mi cuerpo está agotado. Siento los brazos pesados, y mis manos doloridas después de tanto picar, moler y batir. El cansancio se ha apoderado de mí, pero al menos la cocina ha quedado impecable. Doy una última mirada a todo el lugar, saboreando el pequeño logro de terminar, y dejo el trapo húmedo sobre el fregadero. Es hora de irme a dormir, o al menos intentarlo.
Con esfuerzo, tomo la bolsa de basura, luchando con el peso que ahora se siente como una tonelada en mis brazos, y me dirijo a la puerta de servicio. Cuando abro la puerta, una suave brisa nocturna me recibe, pero también escucho la música que proviene del piso superior, donde Carol y Camilo siguen de fiesta. Parece que la celebración no ha terminado para ellos, y yo solo quiero que el día lo haga para mí.
Llevo la bolsa hasta donde se encuentran los botes de basura, vaciándola con dificultad en el contenedor. Me quedo unos segundos, tomando aire, sintiendo que por fin he terminado. No más órdenes, no más exigencias por hoy.
⎯Terminé ⎯digo en voz baja, casi en un susurro, como si temiera que Carol me escuchara y me volviera a pedir algo más.
Al regresar hacia la puerta de servicio, noto algo que me hace sonreír: el coche de Miguel está estacionado frente a la casa, las luces apagadas y en total silencio.
La felicidad hace que mi cansancio desaparezca, a pesar de la hora y de todo lo que ha pasado hoy.
Me detengo un momento antes de ir hacia él, no quiero que Carol o Camilo lo vean. Me acerco al coche, esperando que la noche me regale unos momentos de paz y tal vez algo de compañía. Me hace bien verlo después de este día tan largo.
⎯Hola. ⎯Saludo a Miguel con timidez, sintiendo que las palabras se me escapan en un susurro.
Él se ve increíble hoy, lleva un suéter de cuello alto negro que resalta su piel y unos pantalones de vestir del mismo color que le dan un aire elegante y casual a la vez. No puedo evitar mirarlo, notando cómo la luz de la noche juega con las sombras en su rostro.
Cuando nuestros ojos se encuentran, Miguel sonríe, y sin que yo pueda decir nada más, se acerca, toma mi rostro suavemente entre sus manos y me besa. Sus labios se presionan contra los míos con esa mezcla de calidez y deseo que me revive, como si todo el cansancio del día desapareciera en ese instante. Cuando nos separamos, puedo sentir cómo el calor sube por mis mejillas, y me doy cuenta de que me he sonrojado.
⎯Te extrañé, ¿se nota? ⎯susurra, con la voz baja y un tono que me hace estremecer.
Sonrío nerviosa, bajando la mirada por un segundo antes de levantarla de nuevo hacia él.
⎯Creo que sí ⎯le digo, riendo bajito, sintiéndome más ligera por primera vez en todo el día.
Miguel me mira con una mezcla de ternura y curiosidad, y su sonrisa tranquila me hace sentir que todo está bien, que nada malo puede suceder mientras estamos juntos.
⎯Dejé de enviarte mensajes porque no quería parecer pesado. Al ver que no me respondías, decidí venir a verte ⎯confiesa, con aire despreocupado.
Quiero decirle cuánto agradezco que haya venido, lo mucho que necesitaba verlo después de todo lo que ocurrió con Carol, pero algo más me preocupa. No puedo quedarme callada, no quiero ocultar lo que está pasando.
⎯Carol… sabe de los dos ⎯digo, de repente. Mi voz sale algo insegura, pero sé que tengo que decírselo.
Miguel se echa ligeramente hacia atrás, levantando una ceja, sorprendido por lo que acabo de decir. Pero en lugar de alarmarse, sonríe levemente, como si le diera gusto que la verdad haya salido a la luz.
⎯Creo que no fuimos tan discretos como pensábamos ⎯contesta, sin darle demasiada importancia al principio, ajeno a la gravedad del asunto.
⎯Hoy por la mañana, cuando regresé, me encontró en la entrada y me amenazó. Me dijo que no se tocará el corazón a la hora de quitarme de su camino, entre otras cosas.
Miguel frunce el ceño, su expresión cambia por completo. Ahora está más serio, más atento.
⎯¿Qué otras cosas? ⎯pregunta, su tono cambia de inmediato. Está mucho más preocupado por lo que Carol podría haber dicho que por la amenaza en sí.
Miro hacia la casa, a la ventana donde se filtra la luz y se escucha la música alta que sigue resonando en la habitación de Carol. Sé que quedarnos aquí es peligroso. Ella podría salir en cualquier momento, y aunque Miguel no parece estar tan preocupado, yo sí lo estoy. No quiero que nos vean juntos, pero tampoco quiero quedarme aquí.
Además, no he comido nada en todo el día, y mi cuerpo me lo está exigiendo.
⎯¿Crees que podamos ir a otro lado? ⎯le pregunto, rompiendo el silencio⎯. Me muero por una hamburguesa. No he comido nada en todo el día.
Miguel sonríe, una sonrisa ligera, casi traviesa.
⎯Pensé que jamás lo propondrías ⎯contesta, encendiendo el motor del auto. Ambos sabemos que no es solo la comida lo que queremos, sino un momento para estar juntos, lejos de todo este caos.
Miguel apaga las luces del coche, siendo cuidadoso y discreto mientras sale de la propiedad. Yo sonrío, aliviada. Salir de aquí, aunque sea por un rato, me dará un respiro, me permitirá olvidarme, al menos por unas horas, de la tormenta que Carol está desatando a nuestro alrededor.
Mientras el auto se aleja, siento que mi corazón late más calmado. Estoy con él, y eso es lo único que importa ahora.
⎯Gracias por venir a verme ⎯susurro, mi mano busca la suya, y él la toma, dándome un apretón suave que me llena de tranquilidad.
Nos alejamos, dejando atrás la casa y la fiesta, buscando un refugio donde por fin podamos relajarnos.
***
Miguel me lleva al puesto de hamburguesas que le mencioné, un lugar sencillo pero con el mejor aroma a comida callejera que se pueda imaginar. El tipo de lugar donde las luces son suaves, las mesas están llenas de comensales felices, y el aroma a carne asada y papas fritas lo invade todo. Me encanta este sitio, no solo por la comida, sino porque tiene una calidez que va totalmente con mi estilo y que, por hoy, me aleja de las rabietas de la niña mimada de Carol.
Nuestro plan es simple: pedir las hamburguesas para llevar y después dirigirnos al mirador, ese lugar especial donde Madrid se ve como un océano de luces titilantes bajo un cielo oscuro. Quiero pensar que este será el cierre perfecto de una jornada caótica, algo que me haga desconectar de todo.
Aparcamos en la esquina, justo enfrente del pequeño local. Desde el coche puedo ver la fila de personas esperando su turno, mientras algunos clientes comen afuera en las mesas metálicas, riendo y charlando despreocupadamente. Me hace bien ver esa normalidad. Es justo lo que necesito después de un día tan extraño.
⎯Aquí estamos ⎯dice Miguel con una sonrisa mientras apaga el motor.
⎯Este es el mejor lugar de todos, te lo aseguro ⎯le contesto con emoción, sintiendo cómo el olor a hamburguesas me abre el apetito aún más.
Bajamos del auto y, tomados de la mano, nos dirigimos al pequeño puesto. El viento de la noche acaricia mi rostro, y puedo sentirme por fin relajada. No importa el lugar, sino que estoy aquí con Miguel, después de todo lo que pasó hoy.
Cuando llegamos a la fila, él me mira con esa sonrisa cómplice que siempre tiene, como si estuviéramos a punto de hacer algo travieso.
⎯¿Qué quieres? ⎯me pregunta, echando un vistazo al menú, aunque sé que no necesita preguntarlo.
⎯Lo de siempre ⎯respondo, con una sonrisa. ⎯Una hamburguesa doble con queso extra y papas con salsa especial, nada más.
Miguel levanta una ceja, bromeando.
⎯¿Eso es todo? Pensé que después de todo lo que has trabajado hoy pedirías algo más grande.
⎯No quiero que te asustes ⎯le contesto riendo⎯. Pero la verdad es que una hamburguesa es lo que necesito para terminar el día.
Pedimos la comida, él elige algo parecido, y después de unos minutos de espera, el dueño del puesto nos entrega dos bolsas de papel llenas de hamburguesas y papas fritas, con el aroma delicioso impregnando el aire.
⎯Vamos al mirador, antes de que esto se enfríe ⎯dice Miguel, mientras volvemos al auto.
Nos subimos al coche y Miguel arranca el motor. El suave rugido del auto acompaña nuestra salida, mientras conduce en silencio, pero con una sonrisa tranquila en su rostro. Ambos sabemos que el mirador será el escape perfecto, un refugio donde podremos relajarnos, alejados del caos de la ciudad y donde podemos demostrar que nos amamos.
Mientras el coche avanza por las calles nocturnas de Madrid, me quedo observando las luces de la ciudad que parpadean a nuestro alrededor. El cielo está despejado, y puedo ver algunas estrellas tímidas asomándose entre las nubes. Siento cómo mi corazón late más despacio, más tranquilo, disfrutando del momento.
Miguel conduce con una mano en el volante, y con la otra, me acaricia la mano suavemente. Es un gesto simple, pero me llena de calidez, como si solo el hecho de estar aquí juntos fuera suficiente para hacer que el mundo se vea un poco más brillante.
⎯Ya casi llegamos ⎯me dice, rompiendo el silencio con una voz suave.
⎯Perfecto ⎯respondo, con una sonrisa.
Cuando llegamos al mirador, la vista es incluso mejor de lo que recordaba. La ciudad se extiende ante nosotros, con miles de luces brillando en la oscuridad. Es un contraste hermoso con el cielo oscuro y las estrellas que ahora parecen un poco más visibles.
⎯Wow ⎯susurro⎯. Nunca me canso de esta vista.
⎯Es hermosa, ¿verdad? ⎯responde Miguel mientras apaga el motor y sale del coche para abrirme la puerta.
Me ayuda a bajar, con esa gentileza que lo caracteriza, y juntos caminamos hacia uno de los bancos del mirador. El aire nocturno es fresco, pero no frío, lo justo para hacernos sentir cómodos.
Nos sentamos uno junto al otro, y Miguel coloca las bolsas de papel con las hamburguesas entre nosotros.
⎯Hamburguesas con la mejor vista de Madrid ⎯comenta, viéndome a mí; me sonrojo. Él abre una de las bolsas y me ofrece la mía.
Mientras comemos, Miguel me cuenta un poco sobre su día. Me percaté que hoy le había preguntado nada, así que lo hice. Él comienza a hablar, lo hace con entusiasmo. Lo hace de una forma tan entretenida que, aunque no comprenda del todo, le presto atención como si lo hiciera.
⎯Lo siento, es que pocas personas me preguntan cómo me fue en el día ⎯finaliza, al notar que se ha extendido un poco.
⎯Está bien; me gusta escucharte hablar. Me gusta tu voz.
⎯Y tú me gustas a mí ⎯responde, para luego darme un ligero beso sobre los labios. Después, lanza un suspiro⎯. Estaba esperando a que comieras un poco y recobraras fuerzas, pero, ahora quiero que me platiques lo de la amenaza de Carol y las otras cosas que no me has querido decir.
No quiero hablar de Carol, ya no. Odio que esa mujer siempre sea parte de nuestras conversaciones, pero, tiene que ser así. Si no fuese por ella, Miguel y yo no nos hubiésemos conocido nunca.
⎯Bueno. Carol sabe de nosotros… ⎯empiezo a decir con cierta resignación.
⎯Lo sé ⎯me interrumpe Miguel⎯, quiero que me cuentes de lo otro.
Mi garganta se seca al instante. Tomo un sorbo de mi bebida, como si eso fuera a ayudarme a encontrar las palabras adecuadas. Después, en un murmullo, casi imperceptible, le confieso lo que llevo tanto tiempo callando.
⎯Carol, ella… me hizo lo que soy. Si no fuera por ella creo que no tendría tanta reputación en la ciudad. Además, ella me pagó algunos cursos que yo jamás hubiese podido. Ella me creo.
Miguel me mira fijamente sin decir nada por unos segundos, como si procesara mis palabras. Finalmente habla:
⎯Eso es lo que piensas tú ⎯me comenta, casi como una observación, pero sé que no comparte de todo mi opinión.
Miro hacia otro lado, sabiendo que esto no es todo. Hay lago que me ha atormentado durante años. Suspiro profundamente y me atrevo a continuar.
⎯Pero, también hay algo más…
⎯¿Algo más? ⎯pregunta. Su voz ahora está llena de una mezcla de curiosidad y preocupación.
Me percato que este es el momento de contárselo a alguien, que estoy en confianza. La vergüenza se apodera de mí por un segundo, pero sé que Miguel necesita saberlo; quiero que entienda lo que me ha llevado hasta aquí. El porqué Carol tiene que ser tomada en cuenta y no la podemos eludir.
⎯Cuando recién empecé a trabajar con ella, no tenía nada de dinero. Estaba desesperada. Un día, Vidal se enfermó de gravedad, mucho más de lo habitual. Fue terrible, Miguel. Los médicos me dijeron que necesitaba un tratamiento costoso y yo… no podía pagarlo. Carol me prestó el dinero para ese tratamiento. ⎯Hago una pausa, mirando a Miguel para ver su reacción⎯. Fue una cantidad enorme, algo que nunca podría haber conseguido por mí misma.
Miguel me escucha en silencio, pero su expresión se va endurenciendo poco a poco.
⎯Le prometí que le pagaría cada dólar con mi trabajo ⎯continúo⎯. Desde entonces me descuenta la mitad de mi sueldo cada mes para saldar la deuda. En otras palabras, ella le salvó la vida a Vidal, pero ahora, mi vida es suya. Por eso puede exigirme todo lo que quiera, Miguel. Por eso ella puede hacer lo que desee y si se le pega la gana, hasta prohibirme que te vea.
Miguel se queda quieto, sorprendido, pero ahora puedo ver una chispa de ira creciendo en sus ojos.
⎯¿Me estás confesando que Carol te explota? ⎯Su tono es firme, pero su rostro revela una mezcla de incredulidad y rabia.
⎯Miguel, por favor.
⎯No, nada de “Miguel”. ⎯Me corta, elevando un poco la voz⎯. Ahora entiendo todo. Las exigencias, el cocinar a deshoras, las fiestas interminables. Dios, Ceci. ¿Todo este tiempo has estado atrapada en esto?
⎯Es que no tengo otra opción, Miguel ⎯le respondo, mi voz va temblado ligeramente⎯. No tengo como pagarle de otra forma. La deuda no deja de crecer porque lo que tiene Vidal no es algo sencillo. Tiene una enfermedad crónica en los pulmones. Mientras está bajo tratamiento, está bien, pero si dejamos de seguir los estudios y los medicamentos, podría empeorar. Si no hay tratamiento, la situación podría volverse crítica. Carol lo sabe. Por eso te digo que no es una persona que podamos ignorar tan fácil.
⎯¿De cuánto es la deuda? Dime la cantidad ⎯repite Miguel, su voz más firme esta vez, como si estuviera preparando un plan.
Dudo por un segundo. Decirle la cantidad hace que todo esto se sienta aún más real, más agobiante. Pero él ya lo sabe todo, ¿por qué ocultarlo ahora?
⎯Es mucho, Miguel. No puedo pagarlo fácilmente, y lo sabes. No es solo el tratamiento de Vidal, son también los intereses que Carol sigue sumando. Cada vez que necesito algo extra, el monto crece más y más.
⎯¿Cuánto, Ceci? ⎯insiste, mirándome directamente a los ojos.
Respiro hondo, sabiendo que no puedo evitar esta conversación.
⎯Cien mil euros ⎯respondo finalmente, con la voz casi temblorosa⎯. Eso es lo que debo hasta ahora. Pero seguirá creciendo por el próximo tratamiento.
Miguel suspira tranquilo.
⎯¿Cien mil euros? ⎯repite.
Asiento, con un nudo en la garganta. Es abrumador, y lo peor es que no deja de crecer. Cada mes siento que me ahogo más en esta deuda que nunca parece disminuir.
Miguel toma mi mano con ternura.
⎯Escucha, Ceci ⎯dice, con una intensidad que me hace prestar atención⎯. Voy a ayudarte a salir de esto, pero quiero que me prometas que saldrás de casa de Carol.
⎯Miguel…
⎯Yo te daré el dinero. Me dices dónde lo deposito y para mañana lo tienes. También te pagaré el tratamiento de Vidal.
Mi corazón late desbocado, como si no pudiera procesar lo que Miguel me está diciendo. ¿De verdad está ofreciéndome algo tan grande, tan importante? Su propuesta me toma por sorpresa, casi me parece irreal, como si de repente el peso que he estado cargando sobre mis hombros durante años pudiera desaparecer en un abrir y cerrar de ojos.
⎯Miguel, esto es demasiado. ⎯Mi voz sale entrecortada, luchando contra las emociones que se agolpan en mi pecho⎯. No quiero que lo hagas por sentirte obligado. Esta deuda es mía, es mi responsabilidad…
Miguel me interrumpe suavemente, apretando mi mano con ternura. Sus ojos se encuentran con los míos, llenos de una calidez y determinación que me deja sin aliento.
⎯No lo hago porque me sienta obligado, Ceci. Lo hago porque quiero. ⎯Su voz es firme, pero no dura⎯. Quiero verte libre de esa carga, quiero que estés lejos de Carol y de todo lo que te ha hecho pasar. Y lo más importante… quiero que sepas que ya no estás sola en esto. Yo estoy aquí y quiero estar a tu lado, ayudarte a salir de esto. Porque si tú me tienes a mí, entonces yo también te tengo a ti. ¿No es así? ⎯Sonríe levemente, con esa sonrisa que siempre consigue tranquilizarme.
Mis lágrimas, que había estado conteniendo con todas mis fuerzas, se desbordan sin control. La magnitud de lo que está haciendo por mí, por Vidal, me abruma. No esperaba esto, no esperaba que alguien se preocupara tanto por mí como para ofrecerme una salida tan directa, tan generosa.
⎯Miguel, yo no te conté esto para que sintieras que debías ayudarme, de verdad. ⎯Me limpio las lágrimas con el dorso de la mano, tratando de recomponerme⎯. No quiero que pienses que te lo dije por eso.
Miguel niega suavemente con la cabeza, y antes de que pueda decir algo más, él se adelanta.
⎯Lo sé, Ceci. Lo sé. Pero esto no es nada para mí, esa cantidad es mínima comparada con lo que puedo darte… con lo que quiero darte. ⎯Hace una pausa, mirándome con una suavidad que hace que mi corazón se derrita⎯. Le pagarás el dinero a Carol en efectivo y te vendrás conmigo. Trabajarás conmigo, ¿vale? Estoy seguro de que Su estará encantada de tener una chef que realmente haga buena comida, porque está harta de María.
No puedo evitar soltar una risa leve, pese a la emoción que todavía inunda mi pecho. Miguel siempre encuentra la manera de hacerme reír, incluso en los momentos más tensos.
⎯¿Qué dices? ⎯pregunta, mirándome con esa mezcla de ternura y seguridad que tanto amo⎯. ¿Te vienes conmigo?
Mi corazón late a mil por hora. La solución es tan sencilla, tan clara, y él la está ofreciendo como si fuera la cosa más natural del mundo. Me está dando una salida, una oportunidad de empezar de nuevo, de dejar atrás a Carol, de estar con él sin sombras que nos persigan.
La verdad es que quiero decir que sí. Quiero dejar atrás toda la oscuridad que Carol ha traído a mi vida y correr hacia Miguel, hacia una vida mejor, una vida en la que no tenga que preocuparme constantemente por Vidal o por la deuda. Pero, al mismo tiempo, una pequeña parte de mí duda. ¿Es correcto aceptar algo tan grande de alguien que apenas está entrando en mi vida de esta manera?
Pero cuando veo sus ojos, tan llenos de amor, de promesas de futuro, toda duda se desvanece.
⎯Sí ⎯digo finalmente, con la voz temblorosa, pero llena de certeza⎯. Sí, me voy contigo, Miguel.
Y en ese momento, siento cómo todo cambia, como si una gran carga se levantara de mis hombros. Por primera vez en mucho tiempo, veo un futuro donde no estoy sola, donde tengo a alguien que me respalda y que está dispuesto a compartir mi vida y mis problemas. Miguel me ha dado una salida, y ahora, con él, puedo ver una luz al final del túnel.
Me inclino hacia él, y nos besamos. Es un beso lleno de gratitud, amor y promesas. Promesas de que las cosas van a mejorar. Promesas de un futuro juntos.
Ojalá que esa bruja de Carol no siga entrometiéndose entre ellos, ya quiero saber más de Mía como crece, la relación entre ellos y Vidal, en fin todo jejeje
Cada vez más atrapada en esta historia… ME ENCANTA!!😍
Hay eso me da alegría y temor a la vez. Creo que Carol no se va quedar quieta…
🥰🥰🥰🥰🥰🥰
Esa mujercita de Carol se las trae, ojalá que Ceci y Miguel puedan escapar de ella 👀
Que lindo Miguel ❤️❤️ pero me da mucho susto Carol, no confio en esa vieja, le tengo miedo, panico, parece loca o esta loca. Jum no la va dejar ir asi tan facil, le dira q es mas plata. No se. Algo hara. Me da susto. Que le diga q consiguio un prestamo sin intereses jejeje ay no se q susto