DANIEL
Al día siguiente, el sol se filtra entre las persianas de mi habitación. Ya estoy despierto, mirando al techo, repasando mentalmente la conversación que tuve con Bart la noche anterior. Mi mente está inquieta, dividida entre la confusión y la claridad. Las palabras de Bart fueron tan nuevas como conocidas; fue como hablar con un viejo amigo, aunque yo en realidad no lo conozco. ¿Cómo puede alguien que apenas conozco comprenderme tan bien? Es como si hubiera estado ahí conmigo todo este tiempo, en la oscuridad de mis pensamientos, en mis momentos más vulnerables.
De la plática con Bart he entendido muchas cosas, pero lo que se ha quedado en mi mente es que si yo pensaba que ya estaba confundido y mal, ahora estoy peor, porque estoy mezclando mi pasado con mi presente: Tazarte, Raúl y Sebastián. Ellos flotan en mi mente como piezas de un rompecabezas que no sé cómo encajar.
¿Por qué volví a pronunciar su nombre? Raúl… Hace tiempo que se fue, que no sé nada de él, pero anoche, en medio del pánico, lo invoqué de nuevo. Su nombre salió de mis labios como si fuera parte de mí, como si todavía estuviera atado a ese dolor que tanto luché por enterrar. Y no puedo evitar preguntarme si tal vez estoy volviendo a ese lugar oscuro de mi pasado, si de alguna forma el triángulo extraño entre Tazarte, Sebastián y yo está reavivando esas viejas heridas que nunca sanaron del todo.
Raúl… él fue mi todo en su momento. Pero ahora, ¿qué lugar ocupa en mi vida? No quiero volver a pensar en él, no quiero sentir que aún tiene poder sobre mí, pero algo de lo que sucedió anoche con Bart me está empujando hacia esos recuerdos. Tal vez es la incertidumbre, la idea de que podría estar repitiendo el mismo patrón. Me enamoré de Raúl de manera tan ciega, tan completa, que cuando me dejó, me rompió en mil pedazos. Y ahora, aquí estoy, sintiendo algo que no sé cómo manejar.
Tazarte. Me siento tan atraído por él, pero al mismo tiempo, siento que no me atrevo a acercarme. Él parece tenerlo todo resuelto, y yo… yo no sé si estoy listo para dejar que alguien me vea roto de nuevo. ¿Qué pensaría si supiera todo lo que he pasado? ¿Qué pensaría si supiera que aún me atormenta el fantasma de alguien que ya debería haber superado?
Y Sebastián… bueno, con él es distinto. No me presiona. A su lado me siento cómodo, porque parece que estamos en el mismo barco, ambos con nuestras vidas desordenadas. Pero, ¿es suficiente? ¿Es justo conformarme con lo que parece más fácil? Con lo que duele menos.
Siento que estoy a punto de colapsar de nuevo, que estos tres nombres, estas tres personas, están tirando de mí en diferentes direcciones, y no sé cuál camino tomar.
Respiro hondo y cierro los ojos, tratando de calmar mi mente. Pero los recuerdos de Raúl, la presencia de Tazarte y la cercanía de Sebastián se entrelazan en mis pensamientos, formando un caos que no sé cómo deshacer.
Quizás la clave no está en elegir entre ellos. Quizás lo que debo hacer primero es elegirme a mí mismo, empezar a reconstruirme desde dentro. Pero, ¿cómo hago eso cuando ni siquiera sé por dónde empezar?
⎯¡Ay, Daniel!, ¿cómo pasaste de ser un hombre ordenado, con sueños y una guía, a ser un perro callejero que no encuentra su hogar? ⎯me pregunto en voz baja, casi como si pudiera responderme a mí mismo.
El teléfono suena repetidas veces, interrumpiendo el silencio cargado de mis pensamientos. Miro la pantalla y veo el nombre de Jo parpadeando. Suspiro. Ayer, ella me encontró en uno de mis peores momentos, en medio del corredor, con la camisa abierta y empapado en sudor frío. Estaba a punto de desmoronarme, pero ella no dijo nada a nadie. No hubo palabras de lástima, ni miradas de juicio. Simplemente, me llevó al baño privado de la oficina del gerente y se quedó conmigo hasta que pude recuperar el aliento.
Recuerdo cómo, mientras me limpiaba el rostro con una toalla húmeda, sus ojos solo me mostraban comprensión. No me preguntó qué había pasado, ni por qué había terminado en ese estado. Solo me ofreció su silencio, su apoyo incondicional. Y el resto de la boda fingí estar tranquilo. Fingí que todo estaba bien, aunque no lo estaba. Sonreí, reí en los momentos adecuados, conversé con las personas que se me acercaban, pero por dentro… todo seguía siendo un caos.
Jo sabía que no estaba bien, que aún no lo estoy. Y ahora me llama, probablemente preocupada, queriendo asegurarse de que al menos haya dormido algo después de lo ocurrido.
Me quedo mirando el teléfono por un momento, debatiendo si debería contestar o no. Sé que si contesto, me preguntará cómo estoy, y no sé si estoy listo para mentirle de nuevo. No quiero seguir fingiendo, pero tampoco quiero que me vea como alguien débil. Ella ha sido mi apoyo tantas veces, y siento que le debo una versión de mí que esté completa, que esté bien.
El teléfono deja de sonar, y un mensaje aparece en la pantalla.
«¿Daniel? ¿Estás bien?”»
Suspiro. Claro que no estoy bien, Jo. Pero no quiero decírtelo, no quiero preocupar a nadie más con mi desastre.
Mis pensamientos vuelven a la conversación que tuve con Bart anoche. No sé cómo ni por qué, pero hablar con él fue como tener un espejo delante, mostrando todas las piezas rotas que trato de esconder. ¿Por qué me sentí tan expuesto? ¿Por qué fue tan fácil abrirme con alguien a quien ni siquiera conozco?
El teléfono vuelve a sonar. Es Jo otra vez.
⎯Daniel, contéstame… ⎯pienso en voz baja, como si yo mismo pudiera responder al llamado.
Finalmente, deslizo el dedo por la pantalla y contesto.
⎯Hola, Jo.
Su voz al otro lado de la línea es suave, pero firme.
⎯Daniel, ¿cómo estás? No me digas que bien, porque sé que no lo estás.
Cierro los ojos y respiro hondo.
⎯No lo sé, Jo… estoy, y eso es lo que cuenta.
Ella se queda en silencio por un momento, como si estuviera dándome espacio para procesar mis propios pensamientos antes de continuar.
⎯¿Vas a estar bien hoy? ⎯me pregunta Jo, con esa preocupación maternal en su voz⎯. ¿Quieres que vaya a tu piso y…?
⎯No ⎯la interrumpo rápidamente⎯. Por fortuna, tengo cosas que hacer. Iré a una exposición de arte con Sebastián.
Le comunico todo a Jo: qué haré, con quién estaré, a dónde voy. Siempre lo hago, en parte para que se sienta tranquila, para que piense que, al menos, sigo teniendo cierto control sobre mi vida. Sé que ella se preocupa más de lo que admite, y quiero evitar que esa preocupación la consuma.
⎯No me mientas, ¿verdad? ⎯me pregunta, con un tono serio pero suave. Sabe cuándo estoy mintiendo, conoce mis miedos y mis estrategias para evadir la realidad.
⎯No, Jo. Jamás te mentiría a ti ⎯le contesto, con una ternura que se escapa en mi voz sin que lo pueda evitar.
Para mí, Jo siempre será esa niña pequeñita, llena de energía y sueños que se cruzaba el jardín para venir a mi casa y platicarme sobre su día. A pesar de todo, ella nunca me ha dejado solo. Es mi confidente, mi hermana de alma, y a veces me siento culpable por no ser capaz de retribuirle todo lo que ella me da.
⎯Está bien ⎯me dice al fin, aunque puedo percibir que no está del todo convencida. Sé que no le gusta Sebastián, lo ha expresado varias veces, cuando Alegra lo menciona. Solo hace falta un gesto.
⎯Prometo que estaré bien ⎯le aseguro, con una pequeña sonrisa que espero que ella pueda sentir a través del teléfono.
⎯Más te vale ⎯bromea, aunque su tono sigue siendo serio⎯. Y no olvides llamarme después, ¿vale?
⎯Claro, Jo. Disfruta tu domingo.
Termino la llamada y me quedo mirando la pantalla por unos segundos. Sé que debería sentirme mejor después de hablar con ella, pero en lugar de eso, hay una sensación de vacío que sigue latente. Como si, a pesar de todo lo que digo, sigo estando en ese limbo emocional, entre la confusión y la claridad.
***
Vestirme fue bastante más fácil de lo que creí, ya que opté por un conjunto cómodo: una playera negra y un pantalón blanco. Algo simple, sin pretensiones. Me puse mis gafas de armazón negro, redondas, que siempre me han dado un aire intelectual sin proponérmelo, y un poco de perfume. El aroma fresco y sutil me hace sentir algo más seguro.
Después de asegurarme que todo estuviese en orden, revisé el chat familiar. Alegra había enviado las fotos de la boda de ayer, en las que todos, incluyéndome a mí, parecíamos felices, nos sentíamos felices, una boda siempre nos pone así.
Veo la hora, se me hace tarde, así que salgo del piso para emprender mi camino hacia la galería. Antes de irme, paso a ver a David. Sin embargo, no me abre la puerta, posiblemente no esté o siga dormido; seguro mañana lo veo cuando entrenemos con Kristoff.
Bajo al recibidor, dispuesto a salir del edificio y hablarle al chofer que normalmente me lleva a los eventos. Mientras salgo a la luz de la mañana, el sol me golpea de lleno, cegándome un segundo. Y entonces lo veo. Un coche negro, elegante, reluciente bajo el brillo del sol. Está estacionado justo frente a la entrada. Sebastián está sentado al volante, luciendo tan impecable como siempre, con una camisa blanca que destaca contra el negro del coche y sus gafas de sol que cubren esa mirada que siempre parece analizarlo todo.
⎯¡Hey, Danie!l ⎯me saluda con una sonrisa amplia y seductora cuando bajo la vista—. Pensé que tal vez preferirías que te recogiera en lugar de tomar un taxi o tu coche.
Sus palabras son amistosas, pero hay algo más en su tono, algo que me hace sentir que todo está planeado al detalle. Todo, desde su llegada hasta su manera de mirarme, como si fuera parte de un guion que él mismo escribió y en el que yo, de alguna manera, acabo de entrar.
⎯Gracias ⎯respondo, intentando sonar casual mientras me acerco al coche. Me toma un segundo abrir la puerta del copiloto y subirme. El interior huele a cuero caro y a algún perfume fuerte que no logro identificar, pero que claramente es de él. Una fragancia que parece hecha para dejar una impresión duradera.
⎯¿Listo para la exposición? ⎯me pregunta mientras arranca el coche, girando el volante con seguridad.
⎯Sí, claro ⎯respondo, jugueteando con mis dedos, jugueteando nerviosamente con el cinturón de seguridad.
El coche avanza suavemente por las calles de la ciudad. El trayecto hacia la galería es relativamente corto, pero el viaje en el auto se me hace un poco largo. Sebastián habla con pasión sobre la exposición, sobre las celebridades que fotografía y ha trabajado y todo sobre su más reciente proyecto. Me comenta que él puede ayudar mucho para el proyecto de la Casa de la Música, y que hará las mejores fotos de promoción para el concierto.
Yo solo lo escucho. No tengo muchas ganas de hablar así que me sirve que él lo haga por mí. Cuando menos me doy cuenta, nos estacionamos frente a la galería. Bajamos juntos, cada quien por su lado, y ya en frente de la puerta, él se pone las gafas de sol; noto los anillos plateados brillando sobre los dedos.
⎯Ven, creo que esto te va a gustar ⎯me comenta.
Cuando entro a la galería me impresiono bastante. Las paredes blancas, impecables, resaltan las fotografías que cuelgan con precisión meticulosa. Son fotografías “fractales” así las ha llamado, haciendo connotación a las matemáticas. Todas ellas testimonian del talento de Sebastián.
⎯Estas las llamo “Fractales” ⎯me comenta mientras camina a mi lado, su voz baja, pero segura, como si estuviera revelando un secreto solo para mí⎯. La belleza está en las matemáticas, ¿no crees? Los patrones repetidos, las formas dentro de las formas. Cada uno de estos retratos sigue esa estructura.
Asiento, pero realmente no sé qué decir. Mientras avanzo por la galería, mis ojos recorren las fotografías que parecen un entramado entre lo caótico y lo preciso. Hay algo fascinante en ellas, pero también algo inquietante, como si representaran lo fragmentado que puedo sentirme a veces. Lo que Sebastián ha logrado aquí es impresionante, no puedo negarlo, pero me cuesta concentrarme.
⎯Mira esta ⎯Sebastián se detiene frente a una imagen particularmente imponente. Una figura humana, un hombre que se ve borroso y casi deshecho en el patrón fractal que lo rodea⎯. Me costó semanas capturarla exactamente como quería.
⎯Es impresionante ⎯respondo, y lo digo en serio. La fotografía es bella en composición, en tonos, en luz.
Sebastián no deja de mirarme, como si intentara leerme, como si cada gesto mío fuese una obra de arte más que analizar.
⎯¿Qué piensas? ⎯pregunta Sebastián, en voz baja y con un tono seductor que, por alguna razón, no me incomoda tanto como pensé que lo haría.
⎯Es como si el hombre en la fotografía se estuviera desvaneciendo en medio del caos que lo rodea —respondo, esta vez con más seguridad⎯. Como si estuviera perdiéndose a sí mismo.
⎯Eso es exactamente lo que quería transmitir ⎯dice Sebastián, acercándose un poco más. Su voz es suave, envolvente, y el hecho de que esté tan cerca me provoca algo, una sensación cálida que no esperaba. Me fijo en su perfil, en sus ojos oscuros que brillan bajo la tenue luz de la galería.
Siento su proximidad como un toque invisible, pero no me alejo. De alguna manera, me permito dejarme llevar, como si su cercanía tuviera un efecto hipnótico sobre mí. No lo admito en voz alta, pero la idea de que alguien como Sebastián, un hombre tan seguro de sí mismo, tan encantador, me preste atención, me hace sentir bien.
⎯A veces creo que todos estamos un poco perdidos, ¿no? ⎯agrega, su tono ahora más bajo mientras su mirada se fija en la mía⎯. Es solo cuestión de encontrar a alguien que te ayude a no perderte del todo.
⎯Sí, puede ser ⎯respondo, permitiendo que mi voz suene más abierta de lo que normalmente sería.
Sebastián sonríe y su mano roza la mía, no accidentalmente, sino con un propósito claro. Un gesto sutil, pero lleno de intención. Y en lugar de apartarme, simplemente lo dejo pasar. Mi corazón late un poco más rápido. Después de todo, no es tan malo ser el centro de atención por una vez.
⎯¿Te está gustando la exposición? ⎯pregunta, y su tono es más íntimo, como si estuviéramos compartiendo algo más que una simple conversación sobre arte.
⎯Pues, tendría que ver el resto de la exposición para saberlo ⎯contesto. Él se ríe bajito. Sus ojos brillan, como lo hacen sus dos cadenas de plata que traer sobre el cuello.
⎯Ven ⎯ dice, tocando suavemente mi brazo, mientras me guía a la sección más privada de la galería, lejos de los visitantes.
Lo sigo. Dejándome llevar por la situación. Me pongo un poco nervioso, pero nada que me alerte.
⎯Esta parte de la exposición no la muestro a cualquiera ⎯me dice, mientras se detiene frente a un retrato en blanco y negro, uno de una mujer solitaria en una calle desierta, con el viento alborotando su cabello⎯. Pero, contigo… siento que es diferente.
Lo miro a los ojos.
⎯¿Por qué yo? ⎯pregunto.
Sebastián se acerca un poco más a mí. Su rostro queda cerca del mío.
⎯Porque… eres diferente. Tienes algo único y me gustaría capturar eso ⎯me dice en voz baja.
Siento mi corazón latir más fuerte, no estoy seguro de si es por el nerviosismo o la intensidad con la que Sebastián me mira. Su propuesta me toma por sorpresa. Nunca me había considerado alguien que pudiera ser el centro de atención de esta manera, y mucho menos para alguien como él, alguien tan seguro, tan encantador, tan acostumbrado a tener a las personas bajo su control.
⎯¿Fotografiarme? ⎯repito, sin saber muy bien si entender lo que me está pidiendo o si estoy buscando más tiempo para procesarlo.
⎯Sí ⎯responde suavemente, y noto que está más cerca de lo que estaba hace un segundo. La forma en que me mira, el tono de su voz, todo me está envolviendo, y aunque una parte de mí me dice que debería retroceder, hay otra parte que simplemente quiere dejarse llevar⎯. Pero no de la manera en la que fotografío a todos los demás. Quiero capturar algo más auténtico, algo que te haga sentir cómodo, sin máscaras.
Su mano roza la mía, suave pero con intención. Es un gesto sutil, pero suficiente para hacer que una corriente de energía recorra mi cuerpo. No puedo negar que su cercanía me está afectando. No puedo evitar sentirme halagado por la atención que me está brindando.
⎯No sé si soy tan interesante como para ser fotografiado ⎯digo en un intento de desviar la intensidad del momento, pero Sebastián no se deja intimidar por mi intento de evasión.
⎯Estás equivocado ⎯responde él, con una convicción que me desarma⎯. Tienes algo que los demás no tienen. Hay una profundidad en ti, algo que veo en tus ojos. Lo que sea que llevas dentro, eso es lo que quiero capturar.
La forma en que lo dice, la manera en que me mira, como si ya me entendiera mejor de lo que yo me entiendo a mí mismo, hace que todo parezca… ¿Seductor? Quizás sea el ambiente, quizás sea la luz tenue de la galería, o simplemente su confianza abrumadora, pero por un momento, me permito considerar su oferta.
⎯Sebastián, yo… ⎯empiezo, sin saber muy bien qué quiero decirle.
⎯No tienes que decidir ahora ⎯me interrumpe suavemente, y su mano se posa delicadamente sobre mi brazo⎯. Solo piénsalo. No estoy hablando de una sesión cualquiera. Estoy hablando de algo diferente. Algo que sea solo para nosotros.
El peso de sus palabras me deja momentáneamente sin aliento. No sé si se refiere solo a la fotografía o si hay algo más detrás de esa oferta, pero en este momento, la tensión entre nosotros es innegable. Y aunque sé que esto no es lo que debería estar buscando, no puedo negar la atracción que siento. Es algo distinto de lo que sentí con Tazarte, más directo, más físico. Y en este instante, me doy cuenta de que parte de mí está tentada a ceder a esa sensación.
Sebastián se inclina un poco más hacia mí, su rostro apenas a centímetros del mío. Sus labios esbozan una ligera sonrisa, y sus ojos no dejan los míos ni por un segundo.
⎯Déjame mostrarte, Daniel ⎯susurra de nuevo, su voz tan suave que casi me obliga a inclinarme hacia él⎯. Quiero que veas lo que yo veo.
El silencio de la galería nos envuelve, y siento que el momento se extiende, como si el mundo hubiera dejado de girar. No sé qué debería hacer, pero por un breve instante, permito que la tentación me domine.
Sebastián se acerca a mí, sus labios apenas a unos centímetros de los míos. Puedo sentir su respiración mezclándose con la mía, cálida y tentadora. Todo a mi alrededor se siente borroso, como si el espacio se hubiera reducido solo a él y yo. La tensión es palpable, y mi corazón late tan rápido que casi lo puedo escuchar retumbar en mis oídos.
Por un segundo, cierro los ojos. No sé si es el nerviosismo, la curiosidad, o simplemente el deseo de dejarme llevar por algo más allá de mis miedos. Pero, en ese momento, no puedo pensar en nada más que en la cercanía de Sebastián, en la forma en que me mira, en la sensación de sus dedos rozando ligeramente mi brazo.
Sus labios están tan cerca que casi los siento sobre los míos. Y, por un instante, creo que voy a ceder. Mi corazón late con fuerza, siento cómo el calor sube por mi cuello hasta mis mejillas. Su cercanía, su aroma, su presencia son demasiado embriagadores, demasiado intensos para que mi mente piense con claridad.
Sebastián da un paso más cerca, su mano apenas rozando mi cintura, su aliento cálido contra mi piel, y el mundo parece detenerse a nuestro alrededor. El aire se vuelve pesado, como si el espacio entre nosotros fuera la única cosa que realmente importa.
Pero, justo cuando estoy a punto de ceder, justo cuando estoy a punto de dejar que lo inevitable suceda, un sonido fuerte y metálico irrumpe en la escena.
Una alarma. Un destello rojo que ilumina la sala y nos saca bruscamente de ese trance en el que habíamos caído.
Mis ojos se abren de golpe, la realidad me golpea de lleno. Doy un paso hacia atrás, rápidamente, casi tropezando con mis propios pies mientras el eco de la alarma retumba en mis oídos. Mi cuerpo entero tiembla por la mezcla de emociones y adrenalina.
Sebastián también parece sorprendido, sus ojos aún cargados de deseo, pero con una sonrisa irónica en los labios. Se lleva una mano al cabello, despejando sus pensamientos, mientras el sonido de la alarma parece apagarse lentamente.
⎯Vaya… eso fue… inesperado ⎯dice, su voz ronca, tratando de ocultar la incomodidad detrás de una sonrisa.
Intento reír, aunque el nerviosismo me invade. Llevo una mano a mi rostro, tratando de calmarme, de no dejar que lo que acaba de pasar se note en mi expresión.
⎯Sí, creo que nos acercamos demasiado ⎯respondo, con la voz un poco más temblorosa de lo que me gustaría admitir.
Sebastián me mira con esos ojos oscuros que parecen querer retomar lo que quedó en pausa, pero la alarma, esa pequeña dosis de realidad, ha roto algo en el aire. Algo que no sé si quiero volver a encontrar.
⎯Supongo que… deberíamos seguir viendo la exposición ⎯digo, con una sonrisa incómoda, mientras intento recuperar mi compostura.
Sebastián asiente, aunque no parece rendirse del todo. Su mirada sigue clavada en mí, como si no hubiese terminado lo que había empezado.
⎯Claro, aún hay mucho por ver ⎯dice, con un tono que deja entrever que la galería no es lo único que quiere explorar.
Nos alejamos de la zona de la alarma, caminando en silencio, pero esa tensión, esa chispa, sigue ahí, latiendo bajo la superficie. Mis pensamientos giran en torno a lo que estuvo a punto de suceder, y no puedo evitar preguntarme qué hubiera pasado si no hubiésemos sido interrumpidos. ¿Me habría dejado llevar? ¿Hubiera sido capaz de cruzar esa línea?
3 Responses
Uffff qué tensión!!! Por un momento pensé que si sucedía el beso 😱… Aunque no estoy segura si Daniel hubiera sentido lo mismo que Tazarte le hizo sentir… Sin embargo, parece que Sebastián movió bien sus cartas, despertando esa parte de Daniel que había enterrado.
¿Se atreverá a saciar su curiosidad y descubrir que tan lejos puede llegar? ¿Daniel elegirá lo fácil en lugar de arriesgarse a tomar un rumbo nuevo?
Ayyyyyyy 😱😱😱😱😱 Sebastian no pierde el tiempo jajaja ese va de una a lo que es. Y Daniel como perrito regañado dejandose llevar, esta en su encrucijada, ojala Tazarte haga algo para que Daniel sepa que el tambien lo entiende, que no es perfecto, que tambien ha sufrido, que tambien ha estado roto, esa es la conexion de ellos, se entienden, se complementan. 😍😍😍 y asi deja de sentirse mal Dani al lado de Tazarte y sepa que Tazarte es mas que bien para el. Jejeje #TeamTazarte.
Creo que Sebastian podría encontrar en Daniel su faro pero no es en esta vida su historia de amor