-Horas antes del reencuentro con Tristán-
Valentina abre los ojos al escuchar el insistente sonido de su móvil vibrando y timbrando en la mesita de noche. La tenue luz de la mañana apenas comienza a entrar por la ventana de su habitación, pero ya sabe que este día no comenzará como tranquilidad.
Se estira hacia el teléfono y lo toma con una mano temblorosa, mirando la pantalla que parpadea con un número que proviene de México. Al ver el código del área, un escalofrío recorre su espalda.
No, él no. Ahora no, piensa, con el corazón palpitando con fuerza en su pecho.
Por un momento, duda en contestar. Sabe lo que significa esa llamada. Es un recordatorio de todo lo que había tratado de dejar atrás desde que llegó a Madrid, de la sombra que la ha seguido incluso en los momentos de felicidad.
Respira profundo y después, desliza el dedo por la pantalla, respondiendo la llamada.
⎯¿Valentina? ⎯la voz al otro lado es grave, directa, fría pero familiar.
⎯Tito ⎯murmura ella, con la voz aún quebrada por el sueño, aunque su mente ya está completamente despierta y alerta.
⎯Buenos días, allá en Madrid. Te quise llamar a esta hora solo para asegurarme de que contestarías el teléfono. ¿Te has olvidado de nuestro trato? Ya es hora ⎯le dice, sin preámbulos. Cada palabra que cae sobre ella es como una losa de realidad, borrando de golpe la felicidad de los últimos días y recordándole el precio que debe pagar por su libertad.
Valentina aprieta los labios. No había olvidado el trato, pero había dejado que se desvaneciera de su mente, sumergida en el trabajo, en los momentos compartidos con Tristán y en esa burbuja de nueva normalidad que había llegado a disfrutar.
Pero Tito no es alguien que pueda ignorar. Él le dio una salida, la saco del infierno que fue su vida antes de llegar a Madrid, y ahora, quiere su parte.
⎯Lo sé ⎯responde⎯. No lo he olvidado.
⎯Entonces cumple. No puedo esperar más. Tu boleto de regreso está para la próxima semana. ⎯Su voz no deja lugar a protestas, y Valentina siente cómo su corazón se acelera aún más.
Debe regresar a México, a cumplir con la parte del trato, se terminó el tiempo de espera, pero no quiere dejar el proyecto de la Casa de la música a medias y menos el que está trabajando con Tristán.
⎯No, necesito más tiempo ⎯dice, con un hilo de desesperación⎯. Todavía no termino lo que te comenté en la llamada anterior. Solo unos días más, dos semanas para ser exactos.
⎯No es una petición, Valentina. Es una orden. Recuerda el trato que hicimos; yo estoy cumpliendo mi parte. Dijiste que si te ayudaba y te alejaba…
⎯Lo sé. ⎯Lo interrumpe Valentina⎯. Pero te lo pido… solo hasta el final del mes ⎯ruega, aunque sabe que Tito no es alguien que concede favores libremente sin querer algo a cambio; él es un político, no un mecenas.
⎯Muy bien. ⎯Finalmente concede⎯. Tienes hasta el fin del mes. Pero no te olvides de lo que me prometiste, dijiste que me ayudarías, yo te ayudaba a ti. Y yo quiero mi ayuda, también estoy poniendo mi vida en juego.
Claro que no, piensa Valentina. Estar en campaña y mover algunos hilos no pone tu vida en juego. Tú no sabes lo que es tener tu vida en juego; yo si. Mi vida ha estado así por años.
La llamada termina abruptamente, dejándola en el silencio de la habitación. Valentina permanece sentada en la cama, inmóvil, incapaz de procesar lo que acaba de ocurrir.
En Madrid, al lado de Tristán y de las nuevas amistades, olvidó que su vida no es tan rosa como ella lo quiere dibujar. No está llena de poesía, ratos para escribir, picnics bajo las estrellas o recorridos nocturnos bajo la ciudad. Su vida es otra, diferente, triste, solitaria y en cierta manera peligrosa. Una vida dónde David Tristán no la puede seguir.
Las palabras de Tito aún hacen eco en su mente, sumergiéndola en un remolino de emociones. Sabe que por más que intente esconderse o retrasar lo inevitable, su pasado la persigue y su presente es cruel; ella espera que su futuro sea más tranquilo.
Valentina cierra los ojos, intentando calmar su mente, pero en vez de eso, las memorias de su pasado la invaden, llevándola de vuelta a México. Allí, se ve a sí misma atrapada en la inmensidad de aquella enorme casa, aunque su realidad era mucho más pequeña. Siempre refugiada en el pequeño cuarto al lado de la cocina, ese era su único espacio en aquel lugar que debía ser su hogar. La casa, fría y vigilada, no tenía espacio para su libertad.
Su tío, un hombre de presencia imponente y una voz que resonaba como el trueno, había controlado cada aspecto de su vida durante años. No importaba cuánto tratara de escaparse, él siempre encontraba una forma de mantenerla bajo su mando. El acceso al exterior era casi nulo; sus salidas eran estrictamente a misa o a eventos comunitarios, siempre vigilada de cerca. El único momento en que podía respirar con algo de libertad era en las actividades de la comunidad católica, donde el padre Jera, líder del grupo, se encargaba de los eventos. Pero incluso ahí, Valentina sabía que no debía llamar la atención, que su vida pendía de un hilo y cualquier paso en falso podría llevar a terribles consecuencias.
⎯Recuerda que todo esto lo hago por tu bien ⎯le repetía su tío cada vez que la dejaba atrás mientras él y su familia se iban de viaje. Valentina se quedaba sola, bajo la constante vigilancia de los guardaespaldas que nunca la perdían de vista. No era libre, y su vida se había convertido en una prisión silenciosa—. No puedo permitir que te pase lo mismo que a tu madre.
Pero ese control se rompió la noche que decidió huir. Las imágenes de aquella noche están grabadas en su mente con una claridad que la asusta. Esa misma noche, después de negociar con Tito, el hombre que le ofreció una oportunidad de escapar, corrió con lo único que tenía en la vida: una vieja mochila rota, heredada de su prima; cinco cambios de ropa, que habían pasado por varias manos antes de llegar a ella; y su libro de poesías, el único recuerdo que le quedaba de su padre.
Tito, un político con influencia, candidato a gobernador de Jalisco, le ofreció un trato, uno que ella nunca imaginó hacer. Su única opción para salir de ese infierno era aceptar su oferta, aunque sabía que ese camino venía con un precio alto. Al recordar su primera reunión con él, su piel se eriza.
⎯Tú lo hundes y yo te doy lo que más deseas ⎯le dijo Valentuna.
⎯Nunca pensé que me darían tanto, por tan poco ⎯le había dicho Tito con una sonrisa astuta⎯. Yo te ayudaré, pero si fallas, tendrás que enfrentarte a las consecuencias.
Con ese trato sellado, su vida en México quedó atrás, pero el peso de lo que acordó aún la sigue.
Se levanta lentamente y camina hacia la ventana. Abre las cortinas, dejando que la luz inunde la habitación. Desde allí, puede ver las calles de Madrid, llenas de vida y movimiento, como si el mundo no supiera del conflicto interno que la consume.
Fija su vista en el horizonte y finge percibir el edificio dónde se encuentra la Casa de la Música, cree que puede ver desde allí el piso de Tristán. Se imagina que en este momento él yace dormido, envuelto en las sábanas de algodón y soñando.
¿Tristán tendrá pesadillas?, se pregunta.
Valentina camina por la habitación del hotel mientras la conversación con Tito sigue resonando en su mente, envolviendo sus pensamientos. El día anterior había estado llena de ilusiones, esperando que David Tristán cumpliera con lo prometido, esperando verlo y tal vez, solo tal vez, aclarar lo que sentía. Pero él no llegó.
Se quedó ahí, en el jardín del hotel, tumbada sobre el pasto, mirando las estrellas mientras su mente vagaba entre recuerdos y sensaciones. Quería llorar. Quería dejar que toda esa frustración, esa tristeza que llevaba acumulada, fluyera de una vez. Pero, al final, no lo hizo. Tazarte, con su calma y naturalidad, llegó justo en el momento indicado, evitando que las lágrimas salieran.
Hoy, la llamada de Tito la había regresado a la realidad de golpe. La urgencia en su voz, el recordatorio del trato, de la promesa que ella había hecho para poder ser libre, la habían puesto en alerta. Entendió en ese instante lo que ayer había sido solo una intuición: David Tristán no era parte de su vida. No podía serlo. Él tenía una vida construida, una familia, una novia, un trabajo que lo anclaba a Madrid. Ella, en cambio, era una extranjera, una sombra pasajera en su mundo. Al final del mes se iría, y lo que había entre ellos, ese beso, no era más que un fugaz regalo del destino. Algo bonito pero efímero, que le recordó lo que alguna vez pudo sentir.
Se mira al espejo, repitiéndose las palabras que había estado meditando desde anoche:
⎯No puedo sentir nada por ti, Tristán ⎯murmura para sí misma—. No sería justo ni para ti, ni para mí. Me prohíbo sentir algo por ti.
La verdad de esa afirmación la golpea con fuerza. Aunque quisiera negarlo, sabe que ha empezado a sentir algo más profundo, algo que la asusta y que no puede permitirse. Tristán pertenece a otra vida, a un mundo al que ella no tiene acceso, uno que nunca será suyo. Ella tiene que marcharse, y tiene que hacerlo sin mirar atrás.
¿¿Y ahora??
¿De dónde salió Tito? ¿Cómo se conocieron? ¿Qué le pidió a cambio? ¿Qué significa “lo hundes” realmente?
🥺🥺🥺💔
Esa vida de Valentina en México está llena de tanto misterio, que me asusta 😟😟
No entendí a quien hay que undir al tío o a Tristán?
Me quedé en el limbo, ahora si no entendí nada. Pd: ana solo no me tires a David Tristan de pedestal donde lo tengo.