Valentina camina con paso ligero, casi perdido, antes de decidirse a tomar un taxi hacia la iglesia que ha visitado en varias ocasiones desde que llegó a Madrid. La llamada de Tito la ha dejado con el ánimo agitado, y aunque sabe que dejar el trabajo en ese momento no es lo más profesional, necesita encontrar paz, y este sitio ha sido su refugio desde que puso pie en la ciudad.
Mientras el taxi avanza, ella mira por la ventana, absorbiendo cada detalle de la ciudad que ha aprendido a recorrer sin el mismo miedo que antes la atenazaba. Algo en Madrid le ha permitido bajar la guardia, sentirse menos observada y un poco más libre. Tal vez sea la energía de la ciudad o simplemente el cambio de aires, pero el constante temor que le acompañaba en México ha disminuido, dejándole espacio para relajarse y observar el mundo a su alrededor.
El taxi se detiene frente a la iglesia, y ella, al bajar, agradece al conductor antes de dirigirse a la gran puerta. Al cruzarla, un silencio profundo y reverente reemplaza el bullicio exterior, y Valentina siente cómo se calma instantáneamente. La iglesia está tranquila y apenas iluminada por las suaves luces de las velas y el sol que se filtra a través de los vitrales. Todo en este lugar emana paz, y eso es lo que ella más necesita.
Después de persignarse, se dirige a una de las bancas del fondo, eligiendo un rincón discreto. Lentamente, se arrodilla, entrelaza las manos y se queda mirando el altar, la mirada fija en el crucifijo. A lo largo de los últimos días, sus pensamientos han girado en torno a Tristán y a la atracción que siente por él, a pesar de saber que su vida y la de él nunca podrían coincidir. La intensidad de sus sentimientos la asusta, pero también el recuerdo de Tito y la sombra de su tío en México, la regresan a la realidad de su situación y a la razón por la que está en Madrid.
Valentina suspira y cierra los ojos. Quiere paz, pero, sobre todo, claridad para entender lo que siente, y la fortaleza para no caer en tentaciones que podrían desviarla del camino. No todo ha sido como ella pensó desde que llegó aquí; las cosas se han complicado. Aun con la sonrisa en el rostro, observa al padre mientras sus palabras resuenan en el silencio de la iglesia. La promesa que ha lanzado con impulsividad parece no tener el efecto que esperaba en el sacerdote; al contrario, él la mira con esa comprensión profunda que la hace sentir tan transparente.
⎯Lo que dije es una promesa que estoy dispuesta a hacer, padre ⎯aclara, aun con la mirada fija en el altar.
El sacerdote la observa con una leve sonrisa y suspira, dejando entrever la sabiduría de quien ha escuchado promesas como esas, cientos de veces.
⎯¿Sabes cuántas veces he oído a jóvenes como tú decir eso? ⎯pregunta, sin tono de reproche, solo con una curiosidad tierna⎯. Jóvenes como tú, que vienen aquí, confundidos, buscando hacer tratos con Dios y prometiendo entrar al convento si Él les concede un favor.
Valentina baja la mirada, sintiéndose levemente avergonzada.
⎯Tal vez es mi llamado, padre ⎯responde con un murmullo.
El padre coloca una mano sobre su hombro, transmitiéndole una calma que ella tanto necesita.
⎯Hija, el hecho de que busques a Dios en tus momentos de confusión no significa que tu camino deba ser entregarte completamente a la vida religiosa. Ser cercana a Dios y confiar en Él puede ser parte de tu vida diaria, sin convertirlo en una promesa radical. A veces, la vida misma nos llama a amarlo desde donde estamos, no donde pensamos que deberíamos estar.
Valentina asiente lentamente. Sabe que, más allá de sus palabras impulsivas, la vida religiosa no es realmente lo que desea. Ella suspira, buscando las palabras correctas.
⎯Es solo que… me siento perdida, padre. Cada vez que pienso que lo tengo todo bajo control, aparece algo o alguien que me hace cuestionarlo todo, y siento que pierdo mi rumbo.
⎯Tal vez Dios te está enseñando a encontrar ese rumbo dentro de ti, sin tener que aferrarte a promesas de convento o sacrificios extremos ⎯le responde con calma⎯. Tal vez lo que necesitas es tener el valor de hacer lo que realmente deseas, sin miedo, pero siempre en paz contigo misma.
Valentina siente que sus palabras van directo a ese rincón de su alma que siempre ha mantenido oculto. Un rincón lleno de miedos, de promesas y de dudas, pero también de una fe profunda que a veces teme explorar por completo.
El padre mantiene su mirada fija en Valentina, observando la vulnerabilidad y el dolor que asoman en sus ojos, y entiende que está en una batalla interna.
⎯No creo que pueda hacer lo que realmente deseo… nunca he podido hacerlo, menos ahora ⎯confiesa Valentina con la voz entrecortada.
⎯No seas tan fatalista, hija.
⎯Lo es, padre. Nunca he podido hacerlo y ahora, mucho menos. ⎯Valentina hunde el rostro entre sus manos⎯. Es pecado amar al hombre de otra mujer, ¿no es así?
El padre arquea una ceja, sorprendido, pero su rostro refleja empatía más que juicio.
⎯No solo lo dicen los mandamientos, se sabe que es verdad. Por eso no puedo hacer lo que quiero. Ni siquiera me puedo enamorar.
⎯Hija, todos enfrentamos desafíos que a veces parecen insuperables ⎯responde el sacerdote con una voz que busca tranquilizarla⎯. No estás cometiendo un pecado por sentir amor. Los sentimientos no siempre se eligen, pero puedes elegir cómo vivir con ellos y cómo honrar lo que llevas en el corazón.
Valentina suspira profundamente, las palabras del sacerdote se mezclan en su mente con sus propios pensamientos. Una mezcla de esperanza y resignación se asienta en ella mientras observa el altar, buscando algo de claridad en medio de la confusión.
⎯Entonces, ¿qué hago? Porque siento que, si lo hago, perderé la paz. Pero también siento que, si lo ignoro, me perderé a mí misma.
El sacerdote coloca una mano reconfortante sobre su hombro.
⎯La paz y el amor no deben excluirse entre sí. Confía en que encontrarás la manera de vivir en paz con lo que sientes. Tal vez no puedas amarlo de la manera que tú deseas, hay muchas formas de amar.
Valentina suspira profundamente, tratando de encontrar el valor para liberar aquello que lleva oculto en su corazón desde hace tiempo.
⎯Yo no vine a Madrid a amar, vine a… ⎯Su voz se apaga, dejando la frase inconclusa, llena de significados.
El padre la observa con comprensión y una suave sonrisa que busca animarla.
⎯Puedes decirlo en secreto de confesión, si gustas. A veces, confesarse ayuda a despejar el alma.
⎯Lo haré, necesito sacarlo de mi pecho ⎯responde Valentina, con una mirada que muestra la tormenta interna en sus ojos⎯. Pero, primero… ¿qué otras formas hay para amar a un hombre como él?
El padre guarda silencio un momento, reflexionando sobre la pregunta, como si las palabras que está a punto de pronunciar tuvieran el peso de una verdad profunda.
⎯No estoy seguro… pero sé que, si lo piensas bien, algo se te ocurrirá. A veces, amar en silencio o de una forma diferente nos permite ver el amor desde un nuevo lugar.
La voz del padre es suave y firme, llenando el espacio con una tranquilidad que Valentina tanto necesita. Ella asiente, aceptando las palabras con una mezcla de resignación y esperanza.
⎯Vamos al confesionario, hija ⎯dice el padre, señalando la dirección.
Valentina se pone de pie, y, mientras camina, siente que cada paso hacia el confesionario es una decisión de dejar ir. Necesita liberarse de los sentimientos que la atormentan y del peso del secreto que ha llevado consigo desde México. Sabe que aún le quedan días en Madrid, y debe encontrar la paz, aunque sea solo por un momento, para enfrentar lo que le espera.
***
Al salir de la iglesia, Valentina siente una calma que hacía tiempo no experimentaba. La confesión la había ayudado a aliviar el peso que llevaba en el pecho, y después de cumplir su penitencia y rezar en silencio, había aprovechado el momento para “hablar” con sus padres. En sus pensamientos, les compartió sus dudas, sus temores, y el vacío que dejaban en ella sus palabras que nunca escuchaba. Los extrañaba, pero ahora más que nunca.
⎯Te hubiera agradado, Tristán ⎯le dijo a su padre⎯, le gusta la poesía y sabe escribir Haikus. Y a ti, mamá, te hubiera hecho reír. Es un hombre que enamora con su personalidad. Quiero pensar que en otra vida, esto hubiese funcionado. Como en otra vida, ustedes estarían aquí conmigo.
Valentina estaba cansada de llorar, de sentirse como una víctima, algo que jamás había deseado. Así que también sale de ahí con un cambio de actitud que no sabía que podía tener. Su nuevo objetivo: disfrutar del tiempo que le queda en Madrid, antes de regresar a México.
⎯Supongo que solo tengo dos semanas ⎯se dijo, mientras caminaba por la calle directo al hotel.
⎯¡Valentina! ⎯escucha su nombre, y al voltear se sorprende al ver a la persona que lo pronuncia: es Ana Carolina, la rubia y perfecta novia de Tristán. Valentina da un paso atrás, sorprendida de ver a Ana Carolina, quien avanza hacia ella con una sonrisa despreocupada y cálida. Aun asimilando lo inesperado del encuentro, Valentina intenta mantener la compostura. Todo en Ana Carolina irradia perfección, desde su atuendo impecable hasta su sonrisa que parece genuina y amistosa, algo que desconcierta a Valentina, pues ella esperaba que el encuentro fuese, quizás, mucho menos casual⎯. ¡Hola! ⎯dice Ana Carolina, al llegar frente a ella.
⎯Hola ⎯responde ella, casi en un murmullo.
⎯¿Estás bien? Tristán y yo nos quedamos preocupados después de cómo te fuiste. Él te estuvo llamando al móvil, pero no respondiste.
Valentina había olvidado por completo que traía el celular en la bolsa. Sintió un poco de vergüenza al escuchar eso.
⎯Si, estoy mejor. Lo siento, mi intención no era preocuparlos.
⎯No pasa nada ⎯responde ella con un tono amistoso que a Valentina le sorprende⎯. ¿Quieres ir a comer algo? Muero de hambre, no he parado en todo el día; hacer trámites debería considerarse tortura.
Valentina sonríe levemente. Al parecer, acaba de encontrar una de las tantas razones por las que David Tristán está enamorado de ella.
⎯Bueno, ni siquiera he almorzado, todavía… pero.
⎯Perfecto, te invito. Hay un lugar maravilloso por aquí ⎯le interrumpe.
Valentina, de pronto siente que no puede negarse. Asiente con una ligera sonrisa, tratando de ocultar la mezcla de sorpresa y nervios que le provoca la presencia de Ana Carolina. Todo en ella, desde su tono amistoso hasta su expresión cálida, resulta desconcertante. Apenas puede creer que esté a punto de ir a almorzar con la mujer que ocupa el lugar que, aunque no quiera admitirlo, ha imaginado para sí misma junto a Tristán.
Las dos caminan por las calles de Madrid mientras Ana Carolina continúa conversando con un tono relajado, compartiendo pequeños detalles de su día y algunas anécdotas sobre su trabajo. Valentina escucha en silencio, impresionada por la sencillez de Ana Carolina, que parece estar genuinamente interesada en conocerla.
⎯Este lugar tiene una de las mejores ensaladas de Madrid, te encantará ⎯comenta Ana Carolina mientras toman asiento en un restaurante pequeño y acogedor⎯. Estoy tratando de mantener mi figura para entrar en el vestido que me ha diseñado Lila. Creo que mi exposición a la comida italiana este verano, me ha pegado bastante. Y luego, está Tristán, ese hombre come como si el mundo se fuese a terminar mañana, y jamás sube un gramo, debe ser genética.
Valentina sonríe levemente.
⎯¿Por qué todos le dicen Tristán? Creo que David es igual de… bonito ⎯pregunta.
⎯Por facilidad ⎯responde ella⎯. Es la cuarta generación de David en toda su familia, El bisabuelo, abuelo y padre se llamán igual. Es la segunda del nombre Tristán. Y es más fácil distinguir a quién buscan en su casa.
Valentina sonríe, entretenida por el relato y por esa faceta más cotidiana de Tristán que Ana Carolina describe con tanta naturalidad. La forma en que habla de él, con ternura y un toque de humor, revela cuánto lo conoce y lo cómodo que se siente en esa relación.
⎯Debe ser encantador ver a toda la familia reunida con tantos nombres repetidos ⎯comenta Valentina, con un interés genuino.
Ana Carolina asiente, riendo.
⎯Y ni te cuento cómo se pone cuando aparece Davide, el hijo de su hermana… ¡Parece que nunca van a acabar los David en la familia!
Valentina sonríe.
⎯Si tienen un hijo, ¿lo llamarían David? ⎯pregunta. Ana Carolina se sorprende, de buena manera, con la pregunta⎯. Lo siento, no quería ser imprudente.
⎯No, está bien. Nos lo preguntan todo el tiempo. Parece que a la gente le urge que tengamos un bebé. ⎯Ella toma un sorbo de agua⎯. David no quiere otro hijo llamado David; dice que es suficiente. Luego le vienen a la mente esos nombres locos que les quiere poner… Soumaya, Pakal…
⎯¿Cómo el gobernante maya? ⎯pregunta Valentina, con una sonrisa en su rostro.
⎯No sabía que lo era, pero, supongo que sí ⎯responde ella⎯. El más decente es Rosalía, creo que iremos por ese, sí es niña.
Valentina se ría ante la respuesta.
⎯En fin… me alegra que Tristán tenga una amiga, ¿sabes? ⎯le dice, y Valentina se sorprende⎯. No tiene muchos amigos, sus amigos son sus primos y primas. No tiene nada de malo, pero es bueno siempre tener a alguien que lo quiera diferente.
⎯Tú también eres su amiga. Él me dice todo el tiempo que eres su mejor amiga.
⎯Lo soy… pero, también es mi pareja, así que una amiga más, no hace mal.
La mesera se acerca y Ana Carolina pide la ensalada de siempre. Valentina no tiene mucha opción, así que pide una que tenga ingredientes que conozca. Cuando se va, ella continúa.
⎯Debe ser lindo pensar en todo lo que construirán juntos ⎯le comenta.
Ana Carolina sonríe.
⎯Tristán, es más de construir desde cero, ¿sabes? Tiene esta fantasía de crear su propio imperio. Quiere demostrarle al mundo que es más que su apellido.
⎯Y, ¿tú? ⎯pregunta Valentina, entrando en confianza.
⎯Soy una Santander… es todo lo que te puedo decir ⎯Debe ser lindo pensar en todo lo que construirán juntos ⎯le comenta.
Ana Carolina sonríe.
⎯Tristán, es más de construir desde cero, ¿sabes? Tiene esta fantasía de crear su propio imperio. Quiere demostrarle al mundo que es más que su apellido.
⎯Y, ¿tú? ⎯pregunta Valentina, entrando en confianza.
⎯Soy una Santander… es todo lo que te puedo decir ⎯responde de nuevo⎯. Nací y me pasó como Harry Potter. Mi apellido ya era famoso y tenía cierta responsabilidad atada.
⎯¿Harry Potter? ⎯pregunta Valentina, sin entender.
⎯¿El personaje del libro? ¿El mago? Es mi saga favorita. Tristán y yo la leímos una vez en maratón. Son siete libros, maravillosos.
Valentina, entonces, saca de su bolsa una libreta y pluma, abre una página en blanco y le acerca el cuaderno a Ana Carolina.
⎯¿Lo escribes para mí?
⎯¿Qué?
⎯El nombre de los libros…
Ana Carolina sonríe y con una letra perfecta le escribe “Harry Potter”. Valentina sonríe. Después, guarda la libreta en su bolso.
⎯Es como si el apellido viniera con un guion prescrito ⎯concluye Ana Carolina.
⎯Aunque no lo creas, te entiendo.
⎯Envidio a Tristán. Su familia no tiene un guion premeditado para él, lo dejan hacer lo que su corazón y razón le indiquen. Por eso ha hecho tantas cosas: se ha ido a retiros espirituales, tirado de un paracaídas, a festivales de música, de voluntariado. Tiene derecho a equivocarse.
⎯¿Tú no?
Ana Carolina niega con la cabeza.
⎯No… aunque este verano me he equivocado mucho, ¿sabes? Supongo que es una carga que debo llevar para mí sola ⎯habla en tono melancólico.
El silencio se hace entre las dos. Las ensaladas llegan y Ana Carolina comienza a prepararlas.
⎯Dicen que es de sabios equivocarse.
⎯Creo que quién dijo eso, hizo una gran cagada ⎯responde, y luego comienza a reír. El silencio llega y la mirada de Ana Carolina se posa en Valentina. La examina, trata de percibirla, de leerla. Al final, esboza una sonrisa.
⎯Eres interesante, Valentina ⎯dice Ana Carolina después de unos segundos, con un tono que suena más íntimo, como si no estuviera hablando con una desconocida, sino con alguien en quien empieza a confiar⎯. Me hace bien hablar contigo. Tal vez porque noto que entiendes lo que es sentirse atrapada en un mundo que no se elige del todo.
Valentina, sorprendida, se da cuenta de que Ana Carolina le está abriendo una puerta a su vida, una que probablemente pocos ven. La imagen de perfección que proyecta esta mujer parece desmoronarse, revelando vulnerabilidad y un deseo oculto de libertad. Y aunque la conversación ha tocado una fibra melancólica, Ana Carolina mantiene su compostura, mostrando que, incluso en sus momentos de duda, sigue siendo fuerte.
Valentina la observa y asiente suavemente, respondiendo con la misma sinceridad.
⎯Sí, sé lo que se siente. Siempre he pensado que el mundo que me tocó no es exactamente el que hubiese elegido. Pero a veces creo que el desafío está en encontrar algo que lo haga valer la pena… o alguien.
Ana Carolina la escucha con interés, percibiendo que, en sus palabras, hay un reflejo de lo que ella misma siente. Se queda en silencio por un momento, como si estuviera considerando sus propios pensamientos, y luego toma un sorbo de agua.
⎯Ahora entiendo por qué le agradas a David; son igual de filosóficos.
Valentina sonríe levemente aceptando el cumplido.
⎯Venga, pruébala. ⎯Ana Carolina le pide que coma la ensalada⎯. No me dejes sola en este sufrimiento.
⎯Pensé que eras “fitness” como David.
⎯Soy todo lo lejos de Fitness. Soy parte italiana… no existe el fitness.
Valentina se ríe.
El resto de la tarde estuvieron hablando de todo o nada, aunque fue Valentina la que le preguntó más a Ana Carolina, y descubrió lo educada y letrada que era. “No era solo una rubia”, le dijo entre risas; Valentina se rio igual. Descubrió lo mucho que a ella le faltaba por conocer y se avergonzó por un segundo.
Valentina sacó su libreta, y como niña en lección, tomó nota de las cosas que le recomendaba hacer en Madrid.
⎯Deberías decirle a Tristán que te lleve ⎯le dice, mientras salen del restaurante. Ya la noche estaba presente y era hora de regresar al hotel⎯. Él hizo su servicio social en la oficina de Turismo de Madrid. Daba tours a pie.
⎯¿De verdad? ⎯piensa Valentina.
Ella tratando de mantenerse lejos de David y Ana Carolina recomendando que lo busque.
⎯Sí, es bueno. Ama eso de ser turista en su propia ciudad. ⎯El móvil de Ana Carolina suena, y al ver la llamada suspira⎯. En fin, ¿cuánto tiempo te quedarás en Madrid?
⎯Me voy dos días después de la inauguración de la Casa de la Música.
⎯¿Dos semanas? Bueno, supongo que todos tenemos un límite de tiempo para quedarnos en un lugar, ¿no crees?
Valentina asiente con la cabeza, aunque por un momento siente que esa frase tiene un significado más profundo. Ambas caminan hacia la esquina para tomar taxis distintos.
⎯¿Nos vemos mañana? ⎯le pregunta.
⎯Sí, claro ⎯responde Valentina.
Ana Carolina, con una sonrisa suave, se despide, y sube al taxi, dejando a Valentina sola. Ella, al notar que ya está algo oscuro, también toma el suyo. Mientras sube al taxi que la llevará de regreso al hotel, repasa mentalmente los momentos que acaba de vivir con Ana Carolina. La conversación le ha dejado un sabor agridulce: se siente agradecida por haber conocido una faceta tan amable y sincera de la novia de Tristán, y, al mismo tiempo, un dejo de tristeza se cuela en sus pensamientos. Hay algo en la forma en que Ana Carolina habla, como si en cada palabra hubiese una especie de despedida encubierta, una aceptación de que nada en la vida es eterno, ni siquiera el amor.
Con la libreta en mano, Valentina observa las anotaciones que ha hecho de los lugares que Ana Carolina le ha recomendado, los sitios emblemáticos de Madrid que aún no ha visitado y las experiencias que podría vivir en estos pocos días que le quedan. Valentina siente cómo crece dentro de ella una mezcla de emoción y nostalgia. Estos lugares serán recuerdos que guardará para siempre, pedacitos de una vida que está viviendo intensamente, aunque sepa que tiene fecha de caducidad.
Por un momento, la imagen de Tristán aparece en su mente, y con ella, las preguntas que se niega a responder: ¿qué hubiera pasado si se hubiesen conocido en otro contexto, sin prisas, sin las barreras que ahora los separan? “Supongo que todos tenemos un límite de tiempo para quedarnos en un lugar,” había dicho Ana Carolina, y, de alguna forma, esa frase también parece aplicarse a ella y a Madrid, a su vida y a este amor imposible que la ronda.
En un impulso, Valentina saca su libreta y anota algo en la última página: Mis 10 deseos para Madrid. Decide que hará todo lo posible por aprovechar cada instante, por vivir todo lo que pueda y llevarse consigo esos recuerdos. Al final de esa lista, agrega un deseo más: Vivir un día sin miedo, sin límites.
Valentina y Ana Carolina tienen tanto en común, ambas viven de una manera que no desean. Ambas quieren libertad… A su propia manera.
Quede 😱😱😱 gratamente sorprendida, que esconde tambien Ana Caro? Y la manda a q comparta mas con Tristan jajajaja me dio mucha risa eso. Que triste esas vidas ya planeadas desde antes uno nacer. 😵💫🥹
Gracias Ana pr regalarme hoy 7 de nov que es mi cumpleaños un capitulo más de esta historia a sido uno de mis mejores regalos espero no tener que esperar un año + para leer el siguiente capitulo
Vaya sorpresa con Ana Caro… Realmente me gustó esta conversación, aunque ninguna conoce realmente los sentimientos de la otra, demuestra que, punto a parte de Tristán, ellas podrían ser grandes amigas.