Kristoff no es una opción para David esta mañana. No desea que el ruso le grite en el oído ni escuchar sus historias en las que se compara con James Bond, insistiendo en que como soldado él es superior.

Esta vez, David necesita aire libre, espacio y concentración, y decide que correr será lo mejor. Lleva despierto desde las tres de la mañana, el insomnio ha pasado a ser parte de su vida. Antes de salir, estira sus músculos con algo de yoga, y luego se coloca una camiseta blanca ajustada que revela cada línea de su musculatura, como si no llevara nada. Añade unos pantalones deportivos negros, se asegura el móvil en una funda deportiva y coloca los audífonos en sus oídos.

Al salir del piso, el portero lo saluda, y David responde antes de dar play a El mal querer en su lista de reproducción. Necesita despejarse, así que corre sin rumbo fijo, repitiendo las letras en su mente mientras trata de no pensar en ella. Sin embargo, su subconsciente le juega una mala pasada; se encuentra corriendo mucho más allá de su ruta habitual, cada canción le da un nuevo impulso, y ya ha pasado media hora sin detenerse. Las letras de Saoko suenan ahora, y acelera el paso, convencido de que lo está logrando: treinta minutos sin pensar en ella, sin esa urgencia de saber de ella, sin…

⎯¡Valentina! ⎯grita de pronto, y acelera para sacarla de la ciclovía antes de que un motociclista la atropelle. En un movimiento rápido, la envuelve en sus brazos y ambos caen sobre la acera. Ella grita, sobresaltada, mientras su bolso cae y sus pertenencias se desparraman por el suelo. Entre los objetos esparcidos, una libreta se desliza de su mano.

⎯¡Coño! La ciclovía es para bicicletas, ¡pendejo! ⎯grita David al motociclista, que pasa de largo. Luego, al girar y ver la expresión de Valentina, siente que su corazón late con más fuerza, y se da cuenta de que, a pesar de su esfuerzo, no ha dejado de pensar en ella ni un solo instante.

⎯¿Estás bien? ⎯le pregunta Tristán, con una voz suave y llena de preocupación.

Valentina levanta la mirada, y aunque intenta disimularlo, una sonrisa de alivio e incredulidad se escapa de sus labios.

⎯Hola ⎯responde, en un tono que delata su sorpresa. Rápidamente se da cuenta de que su expresión es demasiado evidente, y baja la mirada, sonrojándose un poco⎯. Sí, sí, estoy bien.

⎯Casi te atropellan. Tienes que fijarte en dónde te detienes ⎯le dice él con un tono de advertencia, aunque su mirada refleja más ternura que reproche. La toma de las manos, ayudándola a ponerse de pie.

Por un instante, ambos quedan frente a frente, tan cerca que pueden sentir la respiración del otro. Sus miradas se encuentran, y en el cruce de sus ojos surge un reconocimiento tácito de lo que sienten. Sin querer, sus corazones se aceleran, y cada uno esboza una pequeña sonrisa que surge naturalmente, sin que ninguno de los dos lo pueda evitar.

⎯No todos respetan la ciclovía como deberían ⎯concluye Tristán, buscando un pretexto para sostener el contacto visual un poco más.

En ese instante, la ciudad parece detenerse a su alrededor; ambos están sumidos en ese breve y dulce momento en el que parecen ser los únicos en el mundo.

⎯¡Ah, sí! ⎯responde Valentina, aún hipnotizada por la presencia de Tristán.

No puede evitar fijarse en su sonrisa, en esos ojos marrones tan expresivos y en su cabello perfectamente peinado. Desde aquel beso, sus pensamientos vuelven constantemente a sus labios, y le cuesta disimular su atracción.

⎯Tú y yo siempre tenemos encuentros caóticos por las mañanas ⎯comenta Tristán, recordando su tropiezo en la puerta⎯. Ya te golpeaste la frente otra vez.

Valentina, aún un poco en trance, se lleva la mano a la frente y, al tocar el pequeño chichón, frunce el ceño ligeramente al sentir el dolor.

⎯Mejor siéntate, no vaya a ser que termines desmayándote ⎯sugiere Tristán con un tono desenfadado.

Ella obedece y se sienta en la banca de la acera mientras él recoge sus cosas esparcidas por el suelo. Tristán le va entregando los objetos uno a uno, y Valentina los guarda en su bolso, intentando organizar sus pensamientos mientras su corazón sigue acelerado.

⎯Gracias ⎯murmura finalmente, mirando hacia abajo mientras guarda todo en su bolsa.

⎯¿Cómo es que llegaste hasta acá? Estás muy lejos del hotel ⎯comenta Tristán, mirándola con curiosidad.

⎯En taxi ⎯responde Valentina con una sonrisa simple y despreocupada.

Tristán deja escapar una risa suave, entre divertido y asombrado.

⎯No, Valentina. Me habías dicho que tu fobia te impedía ir a lugares desconocidos, y esta zona no te resulta muy familiar, ¿cierto?

⎯¡Ah! ⎯exclama ella, dándose cuenta de lo que insinúa⎯. Es que estoy en modo empírico.

Tristán sonríe al recordar la vez que escuchó esa expresión por primera vez.

⎯¿Así que el “modo empírico” ha regresado?

⎯Sí ⎯dice Valentina, con una chispa de determinación en los ojos⎯. Decidí que voy a disfrutar al máximo mis últimas semanas en Madrid. Y, bueno… ⎯abre su libreta y la extiende hacia él, enseñándole una lista de lugares⎯. ¿Sabes dónde está este local?

Tristán toma la libreta y lee el nombre en voz alta, reconociendo la letra de Ana Carolina al instante, aunque no menciona nada al respecto.

⎯¿”Bum Giorno”? Claro que lo conozco, es la cafetería favorita de Ana Caro. Hacen unos roles de canela que… ⎯Tristán sonríe, recordando.

⎯Te mueres ⎯completa Valentina, con una sonrisa cómplice⎯. Sí, ella misma me lo dijo.

Tristán la observa, sorprendido.

⎯¿Hablaste con Ana?

⎯Sí, ayer fuimos a cenar. Me la encontré saliendo de misa. Es muy agradable y, la verdad, muy inteligente. ⎯Valentina se queda pensativa un instante antes de añadir con franqueza⎯. Hacen bonita pareja.

Tristán siente un extraño nudo en el estómago al escucharla. No está seguro de cómo responder, atrapado entre la familiaridad y la incomodidad de oír la impresión de Valentina sobre su relación con Ana Carolina.

⎯Le pedí que me recomendara cosas para comer en Madrid, y me mencionó esta cafetería ⎯complementa Valentina, sonriendo.

Tristán suelta una pequeña risa.

⎯Bueno, no es muy madrileño que digamos ⎯aclara con una sonrisa⎯. La cafetería es de su prima Ana Cynthia y de su tía Ana Vanesa. Pero sí, tienen los mejores roles de canela de Madrid, eso te lo puedo asegurar.

Con un gesto decidido, se pone de pie y le extiende una mano a Valentina para ayudarla a levantarse.

⎯Vamos. Si nos damos prisa, aún estamos a tiempo de probar la primera ronda de roles.

Valentina lo mira, sorprendida por la invitación.

⎯¿No estabas haciendo ejercicio? ⎯pregunta con una sonrisa, notando que, a pesar de su apariencia relajada, Tristán sigue ligeramente agitado por la carrera.

⎯Bueno, creo que ya no ⎯responde él, soltando una leve risa⎯. Además, debo asegurarme de que estés a salvo el resto del día. ¿Qué pasa si te atropellan o te desmayas? ⎯Su tono es relajado, pero hay una chispa en sus ojos que hace que Valentina sienta una mezcla de nervios y emoción.

Antes de que ella pueda contestar, Tristán extiende una mano hacia su frente, donde tiene el golpe del incidente. Con una suavidad que la toma desprevenida, pasa su dedo sobre la zona, como si quisiera comprobar que está bien. Valentina siente un leve escalofrío que le recorre la piel, y su pulso se acelera, como si su cuerpo reaccionara de inmediato a su cercanía.

⎯No es necesario ⎯murmura ella, aunque apenas puede sostenerle la mirada.

⎯Insisto. Además, ya se me antojó el rol de canela ⎯declara él, guiñándole un ojo.

Tristán le extiende su mano de nuevo, y ella la toma, dejando que la ayude a levantarse. Ambos comienzan a caminar por la acera, conversando de forma relajada, pero Valentina no tarda en notar las miradas curiosas que la gente les dirige. Al principio, piensa que es la natural presencia de Tristán la que atrae la atención, pero pronto se da cuenta de que su atuendo deportivo, especialmente la ajustada camiseta blanca, revela cada línea y contorno de su torso, dejando muy poco a la imaginación.

Valentina se sonroja y baja la vista, recordando ese día en la cascada, cuando sus cuerpos estuvieron tan cerca que la tentación se hizo palpable entre ellos. Aquella cercanía había despertado algo profundo y oculto en su interior, una atracción que había intentado reprimir desde entonces. Sin embargo, en este momento, mientras caminan por las calles de Madrid bajo el sol de la mañana, se descubre a sí misma queriendo pecar, queriendo dejarse llevar por esa atracción. David Tristán tenía un cuerpo que parecía esculpido para despertar deseos prohibidos, y Valentina no puede evitar pensar que está dispuesta a enfrentar cualquier penitencia, con tal de vivir un instante de esa tentación que arde cada vez más en ella.

David, acostumbrado a las miradas de los demás, continúa caminando sin prestarles atención. Conversa con Valentina sobre Bum Giorno, bromeando sobre su amor por la comida y la razón por la cual hace ejercicio.

⎯¿Crees que hago ejercicio por salud? ⎯pregunta en tono divertido mientras se acercan al local, donde ya hay una fila considerable para entrar⎯. No, lo hago porque soy un tragón. Siempre lo he sido. Mi padre solía decir que toda mi herencia la gastaría en llenar el refrigerador.

Valentina se ríe ante la imagen de David comiendo sin límites, imaginándolo como alguien que podría devorar una bandeja entera de roles de canela sin remordimiento.

⎯Si no hiciera ejercicio, rodaría por la Gran Vía en lugar de recorrerla en auto ⎯añade David, exagerando el gesto y provocando otra carcajada en Valentina.

Ella ríe con tanta fuerza que por un instante llama la atención de quienes están en la fila. Sin embargo, la mirada que más le pesa es la de David, que no deja de observarla con una sonrisa cómplice.

⎯Yo pensé que era genética ⎯comenta ella, aún con una sonrisa⎯. Con respeto, pero tu papá es guapo y se mantiene bien.

David levanta una ceja en un gesto de sorpresa divertida.

⎯¿Qué estás insinuando?, ¿qué te gusta mi papá? ⎯bromea, haciéndola sonrojar de inmediato.

⎯¡No! Claro que no, solo digo que no soy ciega.

David suelta una risa breve y asiente.

⎯Bueno, Moríns siempre dice que mi padre es como Dorian Gray y que tiene un cuadro que envejece por él. Empiezo a creer que es cierto. Cuando era pequeño y veníamos a visitar a mi abuelo David, él tenía un cuadro en el salón de mi abuela, mi padre, mi tía y él. Yo juraba que ese cuadro era como el de Dorian Gray; todas las mañanas iba a ver si envejecía.

⎯¡Ay, Moríns! ⎯dice Valentina entre risas.

⎯Lo sé ⎯responde Tristán, sonriendo⎯. Es el mejor hermano mayor que he tenido en la vida. Lo adoro, pero adoro más a su hija.

⎯Fátima me dijo en el viaje que tú eras su mejor amigo ⎯comenta Valentina con una expresión tierna.

⎯Sí, nos entendemos. Tiene apenas diez años, pero es como si ya supiera todo lo importante de la vida. A veces me pregunta cosas que me dejan completamente pensativo, hasta deprimido.

⎯¿Cómo crees? ⎯exclama Valentina, divertida.

⎯Te lo juro. Me hace preguntas como: “Si hacemos algo bueno pero nadie lo sabe, ¿eso sigue siendo bueno?” ⎯dice Tristán, recordando con una sonrisa⎯. O cosas como “¿Qué hace que algo sea hermoso y otra cosa no lo sea?” y “¿Es posible que estemos viviendo en los sueños de alguien más?”

⎯Vaya… ⎯murmura Valentina, sorprendida.

⎯¿Sabes cuál me dejó pensando toda una noche? ⎯pregunta Tristán, mirándola con un brillo cómplice en los ojos.

⎯¿Por qué queremos ser felices, si la tristeza también es parte de la vida? ⎯Tristán pregunta, con una seriedad que hace que Valentina se detenga y lo mire con una ligera sonrisa.

⎯Dile lo que dicen la mayoría de los psicólogos: “¿Y tú, cómo te sientes al respecto?” ⎯contesta ella, tratando de aliviar el peso de la pregunta con algo de humor.

La carcajada de Tristán es tan espontánea que varias personas en la calle voltean a verlo. Una chica, en particular, no puede evitar mirarlo detenidamente. Pero él no parece notarlo; su atención está completamente en Valentina.

⎯No sé si a Fátima le gustaría esa respuesta. Seguramente, me devolvería una pregunta aún más difícil. Esa niña no tiene fin ⎯comenta, divertido.

⎯Es una niña genial y curiosa ⎯responde Valentina, con ternura⎯. ¿Has probado contestar alguna de sus preguntas?

⎯Sí, de hecho. Y ahora que lo pienso, fue ahí cuando empezaron a salir las preguntas más profundas. Una vez me preguntó: “¿Por qué a veces tenemos que dejar ir a alguien que amamos?”

Valentina lo mira en silencio, mientras las palabras de Fátima se quedan flotando en el aire, conectando de una manera inesperada con lo que ella misma está viviendo. 

⎯¿Y qué le contestaste? ⎯pregunta Valentina, sin poder disimular la curiosidad.

Tristán se detiene por un segundo, bajando la mirada, como si aún estuviera buscando las palabras adecuadas.

⎯Le dije que, a veces, cuando queremos a alguien, nuestro amor también implica aceptar que esa persona necesita algo diferente a lo que nosotros le podemos dar ⎯responde, con un tono que va de la nostalgia a la resignación⎯. Le expliqué que a veces dejamos ir a las personas porque ellas necesitan encontrar su camino, su felicidad, aunque eso nos duela. Y eso, en sí, también es una forma de amor.

Dejar ir es una forma de amor, piensa. 

Ha Valentina le llegan esas palabras en muchos niveles. Pareciera como si Tristán se lo estuviera diciendo a ella. 

⎯Es… muy sabio de tu parte ⎯dice Valentina, con una sonrisa melancólica.

Tristán la mira, percibiendo que, tal vez, ha tocado un tema delicado para ambos. Y en el silencio que sigue se percata que acaba de darse respuesta a la pregunta que él tenía en la mente, ¿Por qué tengo que dejarla ir? 

Tristán la mira, percibiendo la conexión entre ambos, como si esas palabras fueran tanto para él como para ella. En el silencio que sigue, un entendimiento tácito se asienta entre los dos.

De pronto, una voz interrumpe sus pensamientos.

⎯¡Siguiente! ⎯llama el tendero, y ambos avanzan hacia el mostrador.

Al entrar, una mujer alta y robusta le sonríe, mostrando un entusiasmo desbordante.

⎯¡Tristán! ⎯exclama con un acento italiano marcado.

⎯Tía Vanesa ⎯responde él, sonriendo de regreso.

⎯Come stai? (¿Cómo estás?) ⎯le saluda, abriendo los brazos y dejando que Tristán pase detrás del mostrador para darle un fuerte abrazo.

⎯Bene, bene (Bien, bien) ⎯responde él, riendo.

La tía Vanesa se separa un poco, mirándolo con ojos brillantes.

⎯Era da tanto che non ti vedevo da queste parti (Hace mucho que no te veía por aquí) ⎯le comenta en perfecto italiano, mirándolo con cariño y un poco de reproche⎯. Pensavo che avessi abbandonato i migliori cannoli di Madrid (Pensé que habías abandonado los mejores cannoli de Madrid).

⎯Mai, tía (Jamás, tía). Sai che se non venissi, sarebbe peccato (Sabes que si no viniera, sería pecado) ⎯bromea él, mirando los dulces detrás del mostrador⎯. E poi, mi mancava la tua arte culinaria (Además, ya me hacía falta tu arte culinario).

Vanesa se gira hacia Valentina con una sonrisa cálida.

⎯¿Y tú eres? ⎯pregunta en español, observándola con curiosidad.

⎯Soy Valentina ⎯responde ella, nerviosa ante la calidez de la mujer.

⎯È la mia amica, zia Vanessa (Es mi amiga, tía Vanessa). Non voleva lasciare Madrid senza provare i migliori cinnamon rolls della città e italianizzati (No quería irse de aquí sin probar los mejores roles de canela de Madrid e italianizante) ⎯le dice Tristán.

⎯Sei incantevole, nipote (Eres encantador, sobrino). È per questo che mi piaci così tanto (Por eso me agradas tanto). Una ordinazione speciale per il mio nipote preferito! (¡Sale una orden para mi sobrino favorito!).

La tía Vanessa le da un cálido abrazo a Tristán y, tomando su rostro entre sus manos, le da un beso en la frente antes de alejarse con una sonrisa. Tristán vuelve con Valentina y le sonríe, y ella, algo sorprendida, le pregunta:

⎯¿Sabes hablar italiano?

⎯Sí ⎯contesta Tristán, con una risa ligera⎯. Mi novia es italiana, y me volvía loco no entender nada de lo que decían en las reuniones familiares. Así que lo aprendí… con un curso de “Aprende italiano en 30 lecciones” de YouTube. Fácil.

Valentina se ríe ante la respuesta, pensando que algo tan simple podría tener tanto significado.

⎯Diría Moríns: el chisme justifica los medios. También dice que potencia habilidades y descubre talentos.

Valentina suelta una carcajada y asiente, encantada con la comparación. En ese instante, se da cuenta de cómo, entre bromas y comentarios, Tristán la hace sentir ligera, sin las pesadas cargas que normalmente lleva consigo. Su risa es contagiosa, y al verle los ojos, se percata de un brillo en su mirada, uno que expresa más de lo que desea. 

La orden de los roles de canela finalmente llega, junto con dos cafés que Tristán no dudó en añadir a la compra. Salen del local y cruzan hacia el parque enfrente, donde encuentran un banco bajo un árbol para sentarse.

⎯Sé que no sueles tomar café por la ansiedad ⎯dice Tristán, extendiéndole un vaso con confianza⎯, pero creo que debes probar este. Además de la repostería, el café es lo fuerte aquí. Te juro que no te arrepentirás.

Valentina toma el vaso con cuidado. Al dar el primer sorbo, el sabor amargo y sin añadidos del café negro la transporta a un recuerdo de su infancia, a las mañanas en la casa de sus abuelos, cuando el aroma a café recién hecho llenaba las habitaciones. Aquella época en que sus padres y ella viajaban para visitarlos cada verano.

⎯Es… fuerte ⎯comenta, con una leve sonrisa nostálgica⎯. Pero delicioso.

⎯Así es como debe tomarse el café ⎯responde Tristán, divertido⎯. Pero prueba este otro.

Le pasa un segundo vaso, y Valentina, más confiada, da un sorbo. Esta vez el sabor es suave, cremoso y dulce, el perfecto contraste con el café negro anterior.

⎯Delicioso ⎯admite ella, sorprendida.

⎯Se llama capuchino ⎯explica Tristán⎯. Pero ojo, es una bebida de desayuno, jamás después de las once de la mañana.

Valentina lo mira, algo intrigada por la regla.

⎯En Italia y en otras culturas, el capuchino es una bebida de desayuno ⎯añade él, sonriendo⎯. Lleva leche, y es tradición no tomarlo más tarde en el día. A partir de la tarde, mejor el espresso, algo más ligero y sin leche.

Valentina se ríe ante la explicación detallada.

⎯¿Esto también venía en tu curso de italiano en YouTube? ⎯bromea.

Tristán se ríe y niega con la cabeza.

⎯No, eso lo he aprendido en doce años de relación ⎯presume, divertido⎯. Aunque también he hecho un par de diplomados en la Specialty Coffee Association, ya sabes, un poco de todo.

Valentina lo observa con admiración, con una mezcla de asombro y una sensación de haberse quedado atrás en la vida.

⎯Eres tan joven y has hecho tanto… Me siento algo… “atrasada”.

Tristán sonríe con amabilidad, notando la vulnerabilidad en su tono.

⎯Cada uno tiene su propio ritmo, Valentina. Lo importante es disfrutar el recorrido, y tú estás justo donde necesitas estar ahora mismo.

Valentina se sonroja, y Tristán, encantado, observa cómo sus mejillas adquieren un tono suave, como si esas palabras hubieran tocado algo profundo en ella. Siente una calidez en el pecho, un impulso inesperado de proteger esa sonrisa y verla siempre tan genuinamente feliz.

⎯Ahora, la razón por la que estamos aquí ⎯dice, devolviéndole una sonrisa llena de complicidad.

Con entusiasmo, abre la caja, revelando cuatro roles de canela enormes, con el glaseado brillante deslizándose por sus suaves capas. El dulce aroma a canela y mantequilla llena el aire, envolviéndolos en una atmósfera irresistible. Ambos se sienten casi empalagados solo con el aroma, pero la tentación es imposible de ignorar.

⎯Se ven… deliciosos ⎯dice Valentina, sus ojos brillando con una mezcla de sorpresa y deseo.

⎯Están deliciosos ⎯asegura Tristán, sosteniendo la caja para que ella tome el suyo primero.

Valentina agarra uno de los roles, admirando por un instante las espirales perfectas cubiertas de glaseado. Tristán, a su vez, toma el suyo, pero en lugar de morderlo de inmediato, observa la expresión de Valentina, ansioso por ver su reacción.

⎯Ahora, da una buena mordida y disfruta ⎯le dice, animándola con una sonrisa.

Valentina acerca el rol a sus labios, cerrando los ojos al dar la mordida más grande que puede. Tristán contiene la risa, disfrutando del espectáculo; sus ojos vuelven a abrirse, y su rostro refleja pura felicidad y asombro. El sabor suave y cálido de la canela, combinado con la textura esponjosa y el glaseado dulce, parece llevarla a otro lugar.

⎯¡Es increíble! ⎯exclama, limpiándose una pizca de azúcar que ha quedado en la comisura de sus labios.

Tristán la observa, atrapado en el gesto simple pero cautivador. Por un instante, su mirada se queda fija en sus labios. El azúcar brillante en su piel parece un imán que lo llama, y la idea de inclinarse hacia ella y saborear ese dulce resquicio cruza su mente con fuerza.

Pero lo ignora.

Se aclara la garganta y desvía la mirada hacia el horizonte, buscando un enfoque distinto mientras lucha por mantener la compostura.

⎯¿Te lo dije o no? ⎯responde Tristán, finalmente dándole un bocado al suyo⎯. Es como “un beso robado”.

⎯¿Un beso robado? ⎯pregunta Valentina, intrigada.

Tristán asiente, sonriendo como si guardara un pequeño secreto. La expresión en su rostro, un tanto traviesa, la hace inclinarse un poco más, interesada en escuchar su explicación.

⎯Sí, un beso robado… ⎯continúa él⎯. Es algo inesperado, algo que simplemente sucede y que disfrutas sin pensarlo demasiado. Como cuando pruebas algo que sabes que no deberías, pero que no puedes resistirte. Este rol, por ejemplo… es como un placer culposo, pero que vale cada segundo.

Valentina lo observa, dejando que sus palabras se hundan en el ambiente entre ellos, cada una resonando en su mente. La comparación hace que piense en el beso que compartieron, en esa chispa espontánea que parecía, en cierto modo, inevitable.

Ambos continúan comiendo en silencio, mientras el aroma a canela y café se desvanece lentamente en el aire. Tristán levanta la vista hacia Valentina y le pregunta, curioso:

⎯¿Hay otro lugar al que tengas que ir?

Valentina niega con la cabeza, y después de dar un último mordisco al rol, lo coloca con cuidado de nuevo en la caja. Tras limpiarse los dedos, saca una pequeña libreta de su bolsa y comienza a buscar algo en ella.

⎯Bueno, sí ⎯contesta, pensativa⎯. Pero tendrá que ser más tarde. Ahora tenemos que ir a trabajar.

En ese instante, una hoja se desliza de la libreta y cae al suelo. Tristán la recoge antes de que ella pueda reaccionar, y mientras la sostiene, su mirada se detiene en la lista escrita con trazos apresurados. Lee en voz baja, con una mezcla de asombro y ternura:

⎯”10 cosas que tengo que hacer/aprender antes de irme de Madrid”.

⎯Esa no es… ⎯empieza Valentina, abrumada por la vergüenza. Intenta quitarle la hoja, pero Tristán ya está leyendo cada línea con una sonrisa que crece en su rostro.

⎯”Aprender a cocinar, cantar en karaoke, ir al cine, aprender a manejar, comprar los libros de Harry Potter, encontrar a mi cantante favorito, ir a una fiesta, escuchar una orquesta, ir al museo, ir a un parque de diversiones, aprender a bailar, hacer un picnic…”

Al terminar de leer, Tristán observa a Valentina, quien parece mortificada. En ese momento, él entiende algo profundo: esos deseos, tan simples y cotidianos para la mayoría, representan una lista de anhelos que nunca tuvo la libertad de experimentar. Sus deseos son puros, genuinos y profundamente reveladores.

⎯Es una tontería ⎯murmura Valentina, desviando la mirada⎯. La lista que me dio Ana Caro es otra.

Tristán hojea la libreta y encuentra las recomendaciones de Ana Carolina, llenas de destinos turísticos y actividades de turismo, pero su atención vuelve a la pequeña lista de deseos de Valentina.

⎯Podemos hacer las dos listas, si quieres ⎯le dice con seriedad, sin quitar los ojos de los suyos⎯. Pero te digo algo… la tuya es perfecta tal y como es.

Valentina lo mira, dudando.

⎯¿No crees que son cosas un poco… infantiles? ⎯murmura.

Tristán niega con la cabeza.

⎯Creo que todos deberíamos tener una lista de cosas que nos hagan sentir vivos, aunque sean simples. ¿Y sabes qué? Me encantaría acompañarte en cada una de ellas.

La expresión de Valentina se suaviza, y una tímida sonrisa asoma en sus labios.

⎯No, está bien… ⎯niega ella.

⎯Venga, creo que hoy podemos hacer dos en uno. ¿Qué dices? ⎯le insiste Tristán con una sonrisa traviesa.

⎯¿Pero no tenemos que ir a trabajar? ⎯pregunta Valentina, dando otro bocado al rol de canela⎯. Creo que Tazarte y Daniel nos necesitan en la Casa de la Música y…

⎯Hoy pueden arreglárselas solos ⎯responde Tristán sin titubear⎯. Además, soy tu jefe, y declaro que tenemos un día libre para tachar deseos de esa lista. Ahora, si resulta que pusiste viajar a París o algo así, necesitaríamos más de un día.

Valentina suelta una pequeña risa y niega con la cabeza.

⎯Bien, pero primero necesito ducharme y cambiarme ⎯dice Tristán⎯. Estoy sudado y necesito mi auto. ⎯Ambos se ponen de pie y se alejan del lugar. 

Mientras caminan, Valentina piensa, Estoy segura de que Tristán suda agua bendita. Un leve rubor sube a sus mejillas, y rápidamente se persigna, intentando borrar ese pensamiento.

Tristán la observa divertido y, entre risas, le pregunta:

⎯¿Qué, es pecado algo que dije?

⎯No, no, no… ⎯responde Valentina, muerta de vergüenza, desviando la mirada.

Tristán sigue sonriendo, disfrutando de la reacción de Valentina, y siente cómo la tensión entre ambos flota en el aire, pero logran mantener el ambiente ligero mientras caminan. En un punto del recorrido, Tristán se detiene frente a un puesto donde hay varias bicicletas en fila. Saca su credencial de la cartera, la pasa por el lector para alquilar una de ellas, y en cuanto la toma, la acerca a Valentina, quien lo observa con cierta curiosidad.

⎯¿Qué pasa? ⎯pregunta ella, mirándolo con los ojos entrecerrados, intrigada por la expresión divertida de él.

Tristán se sube en la bicicleta y, señalando el asiento extra en la parte trasera, le indica que se siente.

⎯Deseo de tu lista, número veinte: “Paseo por la ciudad en bicicleta” ⎯anuncia, con una mezcla de emoción y satisfacción.

Valentina sonríe, sorprendida y emocionada, mientras se acomoda detrás de Tristán en la bicicleta. Se ríe nerviosa, pero al intentar estabilizarse, pierde el equilibrio por un momento. Tristán, notando su nerviosismo, le toma las manos con suavidad para ayudarla a encontrar su postura.

⎯Tienes que agarrarte de mi cintura… así ⎯dice, guiando sus manos hacia su abdomen para que se sienta segura. Valentina siente el calor de sus manos y sujeta la cintura de Tristán, aunque el contacto hace que se sonroje al notar la firmeza de su cuerpo.

⎯No me sueltes, no quiero que te caigas ⎯le dice él, en tono protector.

Valentina agacha la mirada un instante, esperando que Tristán no note el rubor en sus mejillas. Cuando él comienza a pedalear, ambos sienten cómo el aire fresco de la ciudad aligera el ambiente y llena sus pulmones, haciéndoles olvidar, aunque sea por un rato, las preocupaciones y las dudas.

⎯Pensé que no habías leído ese deseo ⎯comenta Valentina, divertida, recordando la lista que accidentalmente dejó caer.

Tristán gira la cabeza para mirarla con una sonrisa cómplice.

⎯Ya te dije que no me conoces… ⎯responde él, en un tono que parece invitarla a descubrir cada parte de él⎯. Pero no me opongo a que lo hagas.

El recorrido en bicicleta se convierte en un paseo lleno de pequeñas maravillas para Valentina. A medida que Tristán la guía por calles arboladas, cafés con terrazas y plazas bulliciosas, ella absorbe cada detalle con la intensidad de alguien que sabe que este momento podría ser único. Mira con atención los colores y las texturas de la ciudad, mientras siente el cálido respaldo de Tristán frente a ella y percibe el sutil aroma a lavanda de su piel. Todo parece una mezcla perfecta de estímulos que la envuelven y la hacen sentir, por primera vez en mucho tiempo, completamente en paz.

Sin una cámara para capturar la escena, Valentina abre bien los ojos y se esfuerza en retener todo: la imagen de la ciudad, el sonido del viento, la seguridad de sus brazos alrededor de Tristán. En medio de esta experiencia, una emoción inesperada la desborda y, sin poder evitarlo, las lágrimas empiezan a correr suavemente por sus mejillas. Una mezcla de felicidad y nostalgia se entrelaza, y en ese instante entiende la respuesta que tanto buscaba para la pregunta de Fátima Moríns: ¿Por qué queremos ser felices, si la tristeza también es parte de la vida?

Lo sabe ahora, sin dudas: los momentos de felicidad son fugaces, como destellos que iluminan y se esfuman con rapidez. Son raros, y quizá por eso, más valiosos. Hoy, con Tristán y su ciudad de fondo, se da cuenta de que vale la pena buscar esos instantes. Porque un día eres feliz y, al siguiente, esa felicidad ya se ha ido. Pero mientras dure, vale cada segundo.

***


Valentina se queda de pie en la entrada, sin saber si dar un paso más hacia el interior de ese espacio tan personal de Tristán. La decoración del loft es elegante y sobria, muy al estilo de él, con muebles en tonos grises y negros, y toques de madera que aportan calidez. En un rincón, hay una pared llena de estanterías repletas de libros, y al otro lado, una ventana enorme deja entrar la luz de la tarde, iluminando el lugar de una manera suave y acogedora.

Cuando Tristán desaparece en lo que parece su “armario convertido en habitación,” Valentina observa de reojo el orden impecable de su ropa y la cantidad de zapatos perfectamente alineados. Pero apenas está asimilando la estructura del lugar cuando Tristán reaparece, esta vez sin camisa. Ella siente cómo el calor sube rápidamente a sus mejillas al ver sus tatuajes: uno en el pecho y otro colocado en una zona que la hace desviar la mirada, demasiado consciente de su propia reacción.

Él parece completamente ajeno a su nerviosismo, relajado como si fuese lo más natural del mundo.

⎯Se supone que esta era mi habitación, pero… en fin, tuve que adaptarlo como armario ⎯explica mientras se dirige al baño⎯. La cama la moví a la sala, y me las arreglo bien así.

La calma y naturalidad con la que habla solo aumentan el rubor de Valentina, y para su alivio, Tristán se mete al baño sin notar su reacción.

Mientras escucha el agua correr, Valentina recorre con curiosidad la habitación de Tristán, moviéndose entre los objetos que narran pedazos de su vida. Sus dedos pasan suavemente por los lomos de los libros ordenados en una estantería, deteniéndose a veces en títulos que llaman su atención. Sonríe al encontrar unos trofeos deportivos y finalmente, llega a una pared llena de fotografías, un collage que cuenta visualmente su historia.

Cada imagen parece un fragmento de algún momento importante. Fotos familiares, instantáneas con amigos, recuerdos de celebraciones y viajes que atesora. Una foto en blanco y negro le roba el aliento: en ella, Tristán sostiene a una pequeña bebé en brazos, mirándola con una ternura que ella no había visto antes en su rostro. Sabe de inmediato que esa bebé es Fátima. Se sorprende ante la expresión de cariño tan puro, tan protector.

Otra fotografía capta su atención, y sin pensarlo, la toma entre sus dedos. Es una imagen antigua, donde un Tristán de seis o siete años está en brazos de su padre, mientras un hombre mayor, que parece ser su abuelo, los observa con una sonrisa suave. Tristán mira con alegría a su abuelo, irradiando la inocencia de un niño que admira a las figuras que tiene frente a él.

De repente, la voz de Tristán la saca de sus pensamientos.

⎯Es mi abuelo David y mi padre ⎯explica, con un tono suave y nostálgico⎯. Mi madre tomó esa foto en una sesión que hizo justo antes de que mi abuelo enfermara. Es la última imagen donde lo tengo sano. Años después el cáncer se lo llevó. 

⎯Lo siento mucho ⎯dice Valentina, devolviendo la foto a su lugar en la repisa con respeto.

⎯”Los Davides” ⎯continúa Tristán con una sonrisa melancólica⎯, así le llamaron a esa foto en la familia.

Valentina le dedica una sonrisa comprensiva y se fija en otra foto que él le señala.

⎯David el tercero ⎯murmura. 

⎯Esa es con Moríns… el Halloween en el que nos disfrazamos de astronauta y alienígena. Estaba obsesionado con el espacio cuando era niño, y a él le tocó ser el extraterrestre. Ese día hizo mucho calor en Puerto Vallarta y el sudor le adherió la pintura verde a la piel. Le duró días. ⎯Ambos se ríen. 

Tristán se suelta la toalla sin percatarse del impacto que eso tiene en Valentina, quien pega un grito y se cubre los ojos de inmediato. Sin darse cuenta, suelta la fotografía que estaba observando, la cual cae al suelo y se rompe en pedazos. Tristán, sorprendido, se gira hacia ella.

⎯¿Qué? ⎯pregunta, sin entender su reacción.

Valentina abre un ojo, con timidez, y nota que debajo de la toalla, Tristán en realidad lleva puestas unas bermudas. Suelta un suspiro de alivio y murmura entre dientes:

⎯Dios…

Consciente de la foto rota en el suelo, se agacha rápidamente para recogerla. Al ver su torpeza y el evidente rubor en sus mejillas, Tristán se acerca con una sonrisa divertida.

⎯Cuidado, te puedes cortar ⎯le advierte, mientras la observa intentar recoger los fragmentos.

⎯¡Ay, qué pena! Es que yo… pensé que… bueno, que… ⎯Valentina intenta explicarse, pero su vergüenza la traiciona y sus palabras se entrecortan. Su sonrojo se hace aún más intenso, lo cual no pasa desapercibido para Tristán.

Él, sin poder evitar la risa, se cruza de brazos y bromea con voz divertida:

⎯Tranquila, Valentina. Tampoco quiero que me conozcas tan bien.

Valentina, aún completamente sonrojada, intenta explicarse mientras recoge los pedazos de la fotografía rota.

⎯No, no es eso, lo que pasa es que… ⎯tropieza con sus palabras y suspira⎯. Yo te compro otro portarretratos.

Tristán sonríe y le hace un gesto con la mano para restarle importancia.

⎯No te preocupes, no es gran cosa.

Se pone la camisa, abotonándola con calma, y luego se dirige a un rincón donde guarda un pequeño recogedor y un cepillo. Cuando regresa, Valentina, ansiosa por ayudar, se apresura.

⎯Yo lo hago ⎯dice, nerviosa, y se agacha al mismo tiempo que él.

Ambos terminan chocando sus cabezas.

⎯¡Ay! Lo siento mucho ⎯se disculpa ella de inmediato, llevándose la mano a la frente.

Tristán se ríe bajito, sobándose la frente también.

⎯Debería poner un letrero de advertencia aquí. “Precaución: espacio reducido para dos personas”.

Valentina no puede evitar reírse, aunque sigue avergonzada. Pero cuando sus miradas se cruzan, las risas se detienen. Algo en el aire cambia, volviéndose denso y cargado de una tensión que ninguno de los dos sabe cómo manejar.

Los ojos de Tristán bajan por un momento a los labios de Valentina, quien, sintiendo el calor subir de nuevo a sus mejillas, desvía la mirada hacia los fragmentos en el suelo. Sin embargo, la conexión ya está ahí, y ambos lo saben.

⎯¿Sabes? ⎯dice Tristán, rompiendo el silencio, aunque su voz es más baja de lo habitual⎯. Si sigues disculpándote tanto, empezaré a pensar que disfrutas causar caos en mi casa.

Valentina suelta una risa nerviosa mientras termina de recoger los pedazos y los coloca con cuidado en el recogedor.

⎯No sé qué me pasa hoy. Es como si… ⎯comienza, pero se detiene al notar que Tristán la está observando detenidamente.

⎯Es como si… ⎯repite él, dejando la frase en el aire, con una pequeña sonrisa jugando en sus labios.

Valentina sacude la cabeza y se pone de pie rápidamente, alejándose un poco para llevar los fragmentos a la basura.

⎯Nada, olvídalo. Solo soy torpe, ya lo sabes.

Tristán, aún con la sonrisa en el rostro, la sigue con la mirada.

⎯Torpe, tal vez… pero entretenida como pocas.

Ambos ríen, pero la tensión no se disuelve del todo. Hay una chispa que ninguno de los dos sabe cuándo causará una explosión. 

⎯¿Crees que nos podamos ir? ⎯pregunta Valentina, evitando su mirada mientras se frota nerviosamente las manos⎯. No quiero terminar haciendo más caos.

Tristán se ríe por lo bajo, sacudiendo la cabeza.

⎯El caos ya está hecho, Valentina ⎯responde, con un brillo travieso en los ojos mientras se apoya en el marco de la puerta. Evidentemente no habla de su casa⎯. Pero, ¿sabes qué? No me molesta en lo absoluto. 

⎯¿De verdad? ⎯pregunta, un poco incrédula.

⎯Claro que sí ⎯afirma él, recogiendo las llaves de una mesa cercana⎯. Además, mi vida es demasiado ordenada. A veces hace falta un poco de caos para recordarme que estoy vivo.

Caos. Eso era lo que sentía Tristán en su mente, un torbellino constante desde el primer momento en que Valentina había entrado en su vida. Ella no solo alteraba el orden de su espacio, sino que invadía cada rincón de su pensamiento. Su sonrisa, sus gestos nerviosos, incluso la manera en que intentaba arreglar lo que no necesitaba arreglo. Era un desorden que lo consumía, pero del que no quería escapar.

¿Y qué pasa cuando el caos no se controla? Uno se deja llevar.

Tristán había pasado años construyendo una rutina perfecta, una vida en la que cada detalle estaba calculado. Sabía exactamente qué esperar de cada día. Hasta que ella llegó, con su torpeza encantadora, su risa que resonaba como un eco en su pecho, y esos ojos que parecían buscar siempre algo más.

Ya no podía controlarlo.

Cada vez que estaba cerca de Valentina, algo dentro de él se rompía y se reconstruía al mismo tiempo. Era como si ella tuviera el poder de desordenar su mundo y hacerlo sentir más vivo que nunca. Y eso lo aterraba. Pero también lo atraía de una forma que no podía explicar.

Ella suelta una risa nerviosa y cruza los brazos, como si quisiera protegerse de su propia vulnerabilidad.

⎯Bueno, creo que ya cumplí con eso por hoy.

⎯Eso y más ⎯responde Tristán, guiñándole un ojo mientras abre la puerta.

Valentina toma su bolso, lista para salir. Pero mientras cruza el umbral, no puede evitar voltear hacia él, preguntándose cómo alguien puede encontrar el caos tan encantador.

⎯Entonces, ¿a dónde vamos ahora? ⎯pregunta ella, intentando desviar sus pensamientos.

Tristán se queda pensativo por un momento, luego sonríe de manera cómplice.

⎯A tachar otro deseo de tu lista, por supuesto ⎯le asegura. Para después tomar sus gafas de sol y dirigirse hacia la puerta. 

El caos ya estaba hecho. Y lo peor, o tal vez lo mejor, era que no quería aplacarlo.

2 Responses

  1. 😱😱😱😱😱😱😱 esa tension entre ellos cada vez es mayor. No me.imagino el dia q eso se consuma bufffff sera epico, ademas por lo que conocemos de David T.🤤 . Y Fatima es unica 😍

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *