DANIEL 

-Al día siguiente-

⎯Buenos días, Marlen ⎯saludo al entrar en la oficina. Ella está absorta en la pantalla de la computadora, con una expresión de concentración que apenas cambia al escucharme. Sin embargo, tras unos segundos, levanta la mirada y arquea una ceja con curiosidad.

⎯¿Es un traje… nuevo? ⎯me pregunta, insegura, mientras sus ojos examinan mi atuendo de pies a cabeza.

⎯No. Ya lo tenía… ¿No te gusta? ⎯respondo con cierta sorpresa mientras acomodo el cuello de mi camisa blanca. La pregunta parece genuina, pero por dentro estoy casi seguro de que Marlen notará el pequeño esfuerzo que he hecho hoy por verme… diferente.

Marlen entrecierra los ojos y se cruza de brazos, como si estuviera procesando lo que tiene frente a ella. Su mirada recorre el traje de color rosa mexicano perfectamente entallado, combinado con la camisa blanca y los accesorios que he elegido con cuidado esa mañana.

⎯No es que no me guste… es que estás… ⎯Se queda pensativa por un segundo antes de soltar⎯… brillante. Es decir, ¿en serio te pusiste ese traje para un día normal de oficina?

Me río bajito, un poco consciente de que, tal vez, me haya esmerado más de lo habitual.

⎯Es perfecto para el verano, ¿no crees? ⎯digo con un tono despreocupado, pero en mi interior sé que estoy esperando su aprobación, o al menos su usual comentario sarcástico.

Marlen ladea la cabeza, aun evaluándome. Finalmente, niega con la cabeza, como si estuviera dándose por vencida.

⎯No sé qué está pasando, pero sea lo que sea, te sienta bien. Aunque… si me preguntas, pareces alguien que acaba de cerrar un trato millonario o… ¿Algo que contar, Daniel? ⎯me pregunta, alzando ambas cejas con una sonrisa pícara.

Intento mantener la compostura, pero no puedo evitar que una ligera sonrisa me delate. Me acerco al escritorio de Marlen, apoyándome en el borde mientras reviso los documentos que dejó listos para la reunión de la mañana.

⎯Nada fuera de lo común. Solo un buen domingo… una buena cena, eso es todo ⎯digo con un aire casual, aunque sé que mi respuesta es insuficiente para satisfacer su curiosidad.

⎯¿”Una buena cena”? ⎯repite, enfatizando cada palabra mientras sus ojos se entrecierran nuevamente⎯. Sabes que soy la reina del olfato cuando se trata de algo jugoso. ¿Fue con…?

Antes de que pueda terminar su frase, la interrumpo.

⎯Marlen, si no te importa, tenemos una reunión en quince minutos y todavía tengo que revisar las notas. ¿Podemos enfocarnos, por favor? ⎯le digo, intentando sonar autoritario, pero no puedo evitar que mi tono tenga un dejo de nerviosismo.

Marlen me observa con una sonrisa satisfecha, como si ya tuviera todas las respuestas que necesitaba.

⎯Lo que tú digas, jefe ⎯dice, alzando las manos en señal de rendición, pero esa chispa en sus ojos me dice que este tema no ha terminado para ella.

Me siento en mi escritorio, abro mi agenda y comienzo a repasar los pendientes del día. Sin embargo, mientras mis ojos recorren las palabras escritas, mi mente se desliza de vuelta a la noche anterior: las luces tenues del restaurante, la risa de Tazarte resonando en mis oídos, y esa conexión inesperada que parecía llenar cada rincón del lugar. Todo había sido tan sencillo, tan natural, como si las horas se hubieran desvanecido en un suspiro.

Pero, de pronto, mi mente se desvía, como si no pudiera evitarlo, hacia Sebastián. Su cercanía siempre tenía un peso, una fuerza gravitacional imposible de ignorar. Su energía parecía contener una carga eléctrica, un erotismo sutil que, sin embargo, tenía la capacidad de sacudir mi mundo. Pienso en su forma de mirarme, en cómo sus palabras siempre parecían buscar una profundidad oculta. Era imposible no notar el magnetismo que irradiaba, esa intensidad que me hacía sentir al borde de algo indefinido, algo peligroso.

El calor sube a mi rostro, y siento una mezcla incómoda entre la incomodidad de estar en mi lugar de trabajo y el innegable atractivo que Sebastián despertaba en mí. Intento enfocar mi atención en la agenda, pero las imágenes de su proximidad son persistentes. Siento una chispa encenderse en mi interior, una chispa que no había sentido en mucho tiempo.

⎯Daniel ⎯la voz de Marlen me saca abruptamente de mis pensamientos.

Parpadeo y levanto la vista hacia ella, tratando de recomponerme. Sin embargo, la mirada de Marlen es astuta, como si ya supiera exactamente dónde había estado mi mente.

⎯Sea lo que sea, me alegra verte así ⎯dice con un tono despreocupado, pero hay una sonrisa de conocimiento en sus labios⎯. Hace tiempo que no te veía tan… ¿Cómo decirlo? ¿Enérgico? ¿Optimista? Tal vez hasta un poco feliz. Pero no te preocupes, no diré nada más… por ahora.

Le lanzo una mirada de advertencia, intentando mantener el control. Pero sé que mi expresión, con una sonrisa involuntaria asomándose en mis labios, me traiciona.

Tal vez Marlen tenía razón. Algo estaba cambiando, y aunque no sabía exactamente qué era, tampoco quería detenerlo. Las posibilidades eran un enigma; Tazarte, con su risa cálida y su empatía desarmante; Sebastián, con su intensidad y esa energía que parecía electrificar el aire. Ambos tan diferentes, y, sin embargo, ambos ocupando un espacio inesperado en mi mente.

Mientras Marlen vuelve a concentrarse en su trabajo, yo cierro la agenda con un suspiro. Mi día apenas comenzaba, pero una parte de mí ya estaba anticipando lo que vendría después. La inquietud era sutil, como un leve cosquilleo bajo la piel, una mezcla de ansiedad y emoción que no podía ignorar.

Me obligo a abrir el ordenador y comenzar con el primer pendiente de la lista, pero mis dedos se detienen sobre el teclado. Pienso en las miradas de Sebastián, cargadas de una energía que parecía contener secretos. Pienso en la risa de Tazarte, tan fácil, tan honesta, como si no existieran barreras entre nosotros. Ambos eran polos opuestos, y, sin embargo, algo en mí gravitaba hacia ellos de una manera inexplicable.

El sonido de un correo entrando me devuelve a la realidad. Veo el remitente: Sebastián. Mi corazón da un pequeño vuelco. Lo abro con rapidez, casi con ansiedad, como si necesitara ver lo que tiene para decirme. Es breve, directo, pero suficiente para encender esa chispa que siempre parecía acompañar cualquier interacción con él.

“Daniel, ¿puedes reunirte conmigo después del trabajo? Hay algo que necesito discutir contigo. Dime si te parece bien a las 6 p. m.”

Mi respiración se acelera un poco. Lo leo varias veces, como si tratara de descifrar un mensaje oculto entre las líneas. ¿Por qué ahora? ¿Por qué tan repentino? Respondo con un simple “Sí, a las 6 está bien.” y me recuesto en mi silla, mirando el techo por un momento.

Entonces, mi teléfono vibra en la mesa. Un mensaje de Tazarte. Lo abro y sonrío al leerlo:

“Espero que hayas tenido un buen día. Por cierto, encontré una playlist que creo que te gustará. Te la paso más tarde, pero solo si prometes escucharla completa.”

No puedo evitar reír. La forma tan simple en la que Tazarte logra iluminar incluso los momentos más grises es, en sí misma, un regalo.

Dejo el teléfono a un lado y me quedo mirando la pantalla de la laptop, mi mente dividida entre dos nombres, dos personalidades, dos energías completamente distintas. Intento concentrarme, pero la frase “te veo a las seis” sigue rebotando en mi cabeza como una canción pegajosa. ¿Dónde? ¿A dónde se supone que debo ir? Y, lo más importante, ¿cómo se supone que debo actuar?

Frustrado, giro mi silla y miro a Marlen, quien está enfrascada en su pantalla, probablemente organizando alguna junta o revisando reportes. Respiro hondo, porque sé que recurrir a ella implica dos cosas: una solución y una dosis extra de sarcasmo.

⎯Marlen, tú que sabes tantas cosas y las que no las inventas… ⎯le digo, intentando sonar casual.

Ella levanta una ceja, sin apartar los ojos de la pantalla.

⎯Ajá… ⎯responde, claramente no convencida de mi tono casual.

⎯¿Puedes ayudarme con algo? ⎯pregunto, ahora un poco más directo.

⎯Literal es mi trabajo… ayudarlo. ⎯Su tono es plano, pero me sigue mirando como si estuviera evaluando cuánto me va a costar esta consulta.

⎯Bien… bien, bien, bien… ⎯repito nervioso, mientras tamborileo los dedos contra el escritorio.

⎯Bien… ⎯dice ella, alargando la palabra para darme pie a que finalmente hable.

⎯Haz de cuenta que tienes una cita… ⎯empiezo, con una sonrisa tensa.

⎯¿Amorosa? ⎯interrumpe, mientras ladea la cabeza.

⎯No, cita… no es amorosa, pero tampoco es de negocios. ⎯Intento explicarme, pero cuanto más hablo, más confusa parece.

⎯¿Personal? ⎯pregunta, levantando ambas cejas.

⎯Eso… ⎯digo, casi con entusiasmo⎯. Personal. Es inesperada, totalmente no planeada. Te dicen: “te veo a las seis”, pero… no te dicen a dónde.

Marlen por fin deja el teclado y me mira directamente. Sé que estoy a punto de escuchar un análisis digno de una estratega militar.

⎯¿Por qué no le preguntas a tu cita personal dónde? ⎯dice con absoluta naturalidad.

⎯¿Debería? ⎯pregunto, inseguro, como si necesitara permiso.

⎯Sí, así… casual… ⎯se pone de pie, cruzando los brazos mientras me observa con una mezcla de impaciencia y burla⎯. A ver, yo le pongo el mensaje.

⎯¡No, no, no! ⎯digo rápidamente, moviendo el teléfono fuera de su alcance⎯. Yo puedo solito. Gracias.

⎯Claro que puedes… ⎯Marlen rueda los ojos, pero no retrocede del todo. En cambio, se queda ahí, mirándome de reojo. 

Respiro hondo, abro la conversación y empiezo a escribir. Trato de sonar relajado, natural, como si no estuviera debatiéndome internamente entre miles de opciones de cómo estructurar una simple pregunta. Escribo rápido y, justo cuando estoy a punto de enviar, siento la presencia de Marlen acercándose peligrosamente.

⎯¿Qué haces? ⎯pregunta, inclinándose hacia mí para espiar la pantalla.

⎯¡Nada, nada! ⎯exclamo, cubriendo la conversación con una mano para que no vea. Ella se echa hacia atrás, riendo.

⎯Ay, tranquilo, Sherlock. Tampoco es que no me lo imagine ⎯dice con un brillo travieso en los ojos.

Ignorándola, envío el mensaje y me preparo para la espera. Pero, claro, esperar es un lujo que Marlen no está dispuesta a concederme. Ambos nos vemos, sin decir nada, en un incómodo y silencioso duelo de paciencia. Entonces, el sonido del mensaje entrante rompe la tensión.

⎯¡Ahí está! ⎯dice Marlen emocionada, como si el mensaje fuera para ella.

Lo abro rápidamente, mis ojos recorren la pantalla mientras mi corazón late más rápido de lo que quisiera admitir. La respuesta es breve, directa, y me deja más sorprendido de lo que esperaba.

⎯¿Qué dice? ⎯Marlen insiste, ahora demasiado interesada.

Trago saliva, levanto la mirada y, con una mezcla de incredulidad y nerviosismo, le respondo:

⎯A las seis… en su casa.

Marlen se queda en silencio por una fracción de segundo, un tiempo que dura lo suficiente como para que mi mente empiece a divagar. Entonces, rompe el silencio con una sola palabra, directa y sin filtros:

⎯Sexo.

⎯¡¿Qué?! ⎯exclamo, sorprendido, mientras mi cara empieza a ponerse roja.

⎯Sexo ⎯repite Marlen, como si fuera la conclusión más lógica del universo⎯. Es obvio, Daniel. “A las seis, en su casa”. Eso no es para discutir contratos, ¿o sí?

⎯¡No tiene que significar eso! ⎯protesto, aunque mi tono suena más defensivo de lo que pretendía.

⎯Claro que no. Me equivoqué. Quiere que vayas a ayudarle a mover muebles… con sus cuerpos ⎯añade con una sonrisa sarcástica que me hace querer lanzarle algo.

⎯¡Marlen, basta! ⎯le digo, llevándome una mano a la cara.

⎯Está bien, está bien, ya no digo nada. ⎯Levanta las manos en señal de rendición, pero su sonrisa sigue ahí, burlona y triunfante⎯. Aunque, mi consejo es que vayas listo para… ya sabes.

⎯¡Ya basta! ⎯repito, aunque esta vez no puedo evitar soltar una risa nerviosa.

⎯Pediste mi ayuda, te la di. Es lo que es, Daniel. Yo solo interpreto la información ⎯dice mientras se cruza de brazos, satisfecha consigo misma

⎯Yo quiero pensar que es para otra cosa… ⎯murmuro, intentando convencerme más a mí mismo que a ella.

⎯Sí, claro. Te está invitando para hablar sobre la Bolsa de Valores, seguro ⎯responde con ironía, mientras busca algo en su escritorio.

⎯En fin ⎯digo, tratando de ignorarla⎯. Iré a trabajar.

⎯Y yo iré al baño ⎯responde ella, casualmente.

⎯Sí, claro… al baño del nivel 5 ⎯comento con sarcasmo, mientras la veo recoger su teléfono y salir de la oficina con una actitud que grita: “voy a contarle esto a todo el edificio”.

⎯¡Oye! ⎯grita desde la puerta, apuntándome con el dedo⎯. Yo no soy chismosa, solo informo. ¡Suerte a las seis, Daniel!

Respiro hondo y me dejo caer en la silla. Marlen tiene el don de sacarme de quicio y hacerme reír al mismo tiempo. Pero, a pesar de su humor, hay algo en lo que dice que me pone aún más nervioso. Miro nuevamente el mensaje en mi teléfono, como si pudiera encontrar algo oculto entre las palabras. “A las seis, en su casa”, ¿es una invitación casual o algo más? ¿Debería prepararme para una charla relajada o para algo completamente distinto? Y, lo más importante… ¿Qué demonios voy a ponerme?

***

⎯Es sexo ⎯confirma mi hermano, Héctor, mientras nos dirigimos hacia la escuela de baile de nuestra madre. De pronto, mis padres quisieron invitarnos a comer⎯. Nadie te cita en su casa para otra cosa, sobre todo Sebastián… es sexo. La pregunta aquí es… ¿Quieres sexo?

⎯No lo sé… ⎯murmuro, él voltea a verme con cara de que no me cree.

⎯Todos queremos sexo.

⎯No todos…

⎯Sí, si lo quieres. Llevas años sin sexo… prácticamente eres carne nueva.

⎯Dios…

⎯Pero no me respondes… ¿Quieres sexo o no lo quieres?

La pregunta queda flotando en el aire mientras seguimos caminando por la calle adoquinada. La verdad es que no lo sé. Y es extraño, porque en alguna parte de mí, esa duda comienza a incomodarme. Sebastián se nota que el tipo de hombre que sabe lo que quiere, que nunca vacila, siempre directo, siempre seguro de sí mismo. Y yo… ¿Yo qué? Hace años que no siento esa chispa, esa necesidad urgente que todo el mundo parece experimentar. Tal vez la falta de sexo no sea el verdadero problema, sino la sensación de estar perdiéndome en algo que nunca entendí del todo.

⎯Vamos, no te pongas así ⎯Héctor me mira con una media sonrisa, como si todo esto fuera un juego. Como si fuera algo sencillo. Como si fuera solo cuestión de dar el siguiente paso.

⎯Es que nunca he entendido el sexo. Con Raúl era muy… rápido. Siempre preocupados por si nos atrapaban, en lugares incómodos. Siempre era planeado, premeditado. Esto es espontáneo… ¿Qué tal si no estoy a la altura de Sebastián? Quiero pensar que él desea alguien… como él.

⎯Respira… tampoco le des tanta mente. Siempre existe la palabra “no”. Le dices que no estás listo y se terminó. Ahora, si retomarás el mundo de las citas debes considerar que te lo seguirán pidiendo…

⎯No sé si quiero que me lo pidan ⎯digo en voz baja, casi como si lo estuviera pensando en voz alta. El roce con la realidad, la responsabilidad de las decisiones, me aprietan el pecho.

Sebastián no es Raúl, y la diferencia me asusta. A Raúl lo conocí muy joven, en una situación que no nos beneficiaba para nada. La mayoría de las veces, Raúl terminaba llorando y yo sintiéndome mal. Ahora que lo pienso, nunca he disfrutado el sexo. 

⎯Lo que quiero decir ⎯continúa Héctor, más serio de lo que normalmente lo haría⎯, es que te pongas las pilas. No es una carrera, no es una obligación. Pero no te quedes en tu zona de confort. El mundo ahí afuera sigue girando, y si no sales a correr tras lo que te gustaría, tal vez nunca lo encuentres. Sebastián no es la excepción, es solo otra pieza en el juego. El punto es que sigas jugando.

⎯No lo sé ⎯murmuro, más para mí que para él. El silencio se extiende mientras seguimos caminando, y siento la presión de la duda apoderándose de mí. Pero algo en lo que dice Héctor me resuena. Tal vez sea cierto que me he quedado estático, atrapado en recuerdos de algo que no quiero que defina mi futuro. Posiblemente, Sebastián no sea la respuesta, pero sí podría ser el inicio de algo nuevo.

⎯Entonces, ¿vas a dejar que te pase de largo? ⎯Héctor lanza una última mirada con una mezcla de desafío y complicidad. La decisión está en mis manos. 

⎯Iré… ⎯finalizo.

Héctor me sonríe, como si estuviera orgulloso de mi decisión. Él parece que resolvió el problema, pero yo no lo he hecho. Mi decisión de ir no significa que haya resuelto las dudas que me consumen, ni que de repente entienda cómo funciona el juego de la atracción o el deseo.

¿Cómo es que llegué tan lejos? Hace unos meses estaba lamentándome por la vida y ahora… ¿sexo? 

El ruido familiar del estudio de mi madre me distrae. Héctor ha abierto la puerta y me pide que pase delante de él. Justo entramos a la recepción cuando vemos a Mar y su novio, Rambloq, su exguardaespaldas. Es tan alto que Mar parece pequeña a su lado, una diferencia que resalta aún más cuando él la toma de la mano con esa mezcla de seguridad y ternura.

⎯¡Héctor! ⎯saluda Mar, con una sonrisa que ilumina la habitación.

⎯¡Ah, hola! ⎯responde mi hermano, intentando sonreír, aunque sus ojos reflejan algo distinto, una tristeza que parece imposible de ocultar⎯. No sabía que estabas aquí.

⎯Sí, tengo que dar clases ⎯explica Mar, lanzando una mirada fugaz a su novio⎯. Iremos a comer algo, ¿nos acompañan?

⎯No, no, no, no… ⎯Héctor niega tantas veces, tan rápido, que me hace entender cuánto le duele verla con otro. Su incomodidad es palpable⎯. Daniel y yo iremos a comer con nuestros padres.

⎯¡Vaya!, bueno… disfruten. Nos vemos mañana para ensayar el baile de la boda. Por cierto, Daniel… Pablo regresó.

⎯¿De verdad? ⎯pregunto, y no puedo evitar que la emoción se refleje en mi voz. Pablo, mi mejor amigo, está de vuelta.

⎯Sí, él y Théa ya regresaron de México. Se están quedando en casa de mis padres.

⎯Espero que no quiera su piso ⎯bromeo, recordando que Pablo me vendió su piso cuando se fue a buscar a Théa. 

Ella ríe, y por un segundo la tensión en la habitación se disuelve. Héctor, sin embargo, sigue con la misma expresión, con ese rostro de idiota que se le pone cada vez que la mira. Esa mirada que dice todo lo que sus palabras no logran expresar.

⎯No, no… ya tienen otro piso. Le digo que te viste ⎯me promete Mar, divertida.

⎯Por favor… muero por verlo ⎯contesto, sintiéndome repentinamente esperanzado. Mi mejor amigo ha vuelto, y de alguna forma, el mundo se siente un poco más completo. Además, tengo dos pretendientes, lo cual es una novedad interesante.

⎯Vámonos, bonita ⎯murmura Rambloq, apretando la mano de Mar con suavidad.

⎯Sí… ⎯Mar asiente, pero antes de irse, lanza una última mirada a Héctor. Es una mirada cargada de algo que solo ellos entienden, como si ella estuviera esperando ese algo que Héctor nunca se atreve a decir, la palabra o el gesto que podría hacerla cambiar de opinión, perdonarlo, regresar a él. Pero él guarda silencio, inmóvil, dejando que ella se aleje una vez más.

Al final, las puertas se cierran tras ellos y el sonido de sus pasos se va desvaneciendo. Héctor suelta un suspiro que parece contener toda la frustración que lleva acumulada, y yo lo observo en silencio, entendiendo que algunas palabras no se dicen por miedo, pero el precio de callarlas suele ser más alto que el de pronunciarlas.

⎯¿Todo bien? ⎯pregunto, aunque la respuesta parece evidente.

Héctor voltea hacia mí, y sus ojos reflejan una mezcla de melancolía y resignación. Es como si, en ese instante, todas las palabras que nunca se atrevió a decirle a Mar estuvieran pesando sobre sus hombros.

⎯Haz lo que tengas que hacer ⎯dice finalmente, con un aire de tristeza en su voz⎯. Recuerda que la vida no espera a nadie. Me soltaría a llorar aquí, pero tengo práctica por la tarde.

⎯Hermano ⎯expreso, y voy a abrazarlo, tratando de brindarle algo de consuelo.

Héctor suspira profundamente, dejando que su fachada de dureza se desmorone un poco en mis brazos.

⎯Fui tan idiota, Daniel. Ahora estoy metido en un problemón.

⎯¿Qué problema? ⎯pregunto, genuinamente preocupado.

Antes de que pueda responder, escucho la voz de nuestro padre detrás de nosotros.

⎯Mis hijos… ⎯Nos volteamos, y allí está él, con una sonrisa tranquila y un porte impecable. Su apariencia juvenil y su energía contagiosa resaltan aún más en contraste con las sombras de duda y nostalgia que cargamos Héctor y yo. Por un instante, me siento más viejo de lo que realmente soy, como si la carga emocional que llevo pesara físicamente⎯. ¿Todo bien, muchachos? ⎯pregunta mi padre, observándonos con curiosidad. Se acerca a nosotros y nos da un abrazo en conjunto, como solíamos hacer desde pequeños⎯. Su madre y yo les tenemos grandes noticias.

Mi padre sonríe, y esa chispa de ilusión en sus ojos me intriga. Algo me dice que pronto dejaremos de ser una familia de cuatro. Héctor y yo intercambiamos una mirada y, sin decir nada, dejamos a un lado nuestras preocupaciones amorosas. Nos dirigimos juntos al restaurante donde han reservado la comida familiar, las palabras de mi padre resonando en mi mente.

Al sentarnos, nuestros padres nos cuentan que la agencia de adopción les ha notificado acerca de una niña de seis meses. Pero la pequeña no está en Madrid; tendrán que viajar al sur de España para conocerla.

⎯David y Luz irán con nosotros ⎯aclara mi padre⎯, así que partiremos este fin de semana.

⎯¿Eso quiere decir que irán a adoptarla? ⎯pregunta Héctor, sin poder contener la curiosidad.

Mi madre niega con la cabeza, y su tono se vuelve serio y pausado.

⎯No. Primero iremos a conocerla. Después la traerán a Madrid y tendremos un encuentro con ustedes para presentársela. Incluso antes de adoptarla formalmente, necesitamos ver cómo se adapta a nosotros y cómo nosotros nos adaptamos a ella. Son varios procesos ⎯explica⎯. Así que les pediré paz en la casa.

Al decir esto, su mirada se posa en Héctor, y ambos entendemos el mensaje: nada de discusiones acaloradas ni de gritos con Angélica en el pasillo.

⎯No te preocupes, habrá paz ⎯asegura Héctor, levantando las manos en señal de rendición⎯. Les prometo que no habrá discusiones. 

Mis padres se toman de las manos.

⎯No saben lo emocionados que estamos de que haya llegado la oportunidad tan rápido. Esperamos que todo salga bien. Confieso que estoy nerviosa ⎯habla mi madre. 

⎯Eres excelente madre, mamá ⎯dice Héctor⎯. Que tus hijos hayamos salido un desastre, no es tu culpa. 

⎯Héctor ⎯le pide mi padre⎯. No digas eso. Los dos estamos orgullosos de ustedes. Y confiamos que recapacitarán y tomarán las decisiones. 

Sonrío. En sus ojos veo la ilusión de volver a ser padres, el entusiasmo de empezar de nuevo en la etapa de la crianza. Hay algo tan inspirador en la forma en que miran hacia delante, sin temor, abiertos a lo que venga.

Si ellos están iniciando sin miedo, ¿por qué no hago lo mismo?, pienso. 

Miro a Héctor, quien también observa a nuestros padres con una intensidad poco habitual. Quizás esté pensando en Mar, en sus errores, en la relación que por motivos que nadie entiende no se atrevió a llevar al siguiente nivel. Me doy cuenta de que, aunque nuestras historias son distintas, compartimos una misma incertidumbre; la incertidumbre del amor. 

***

Las seis llegaron más pronto de lo que yo esperaba. Después de la comida, no me dio tiempo de regresar a cambiarme a mi casa, ya que tuve una junta larguísima que terminó justo al filo de la hora de mi cita. Voy nervioso, la impaciencia se mezcla con una expectativa que hace que mis pensamientos se aceleren. La mirada de Marlen no me ayudó en nada. Al salir, sus ojos se posaron en mí con una expresión traviesa que me hizo sonrojar. Esa mujer siempre parece saber más de lo que dice.

Mientras voy hacia allá, me distraigo un momento con el móvil, repasando las fotos que Alegra ha subido de la boda. Entre todas, una captura que me llamó mi atención de inmediato: Tazarte, mirando a la nada con una sonrisa tranquila, casi imperceptible, pero tan genuina que me hace detenerme. Por un instante, me pregunto qué está viendo, qué pensamientos le pasan por la mente para sonreír de esa forma. ¿Quién o qué provoca esa expresión tan natural en él?

Paso a la siguiente imagen, y mi mirada se detiene en otra escena inesperada. Valentina de la Torre, en una conversación con mi primo David. Están cerca, muy cerca, tanto que el lenguaje corporal de ambos cuenta más de lo que se ve a simple vista. Hay algo en la inclinación de sus cabezas, en la suavidad de los gestos, en la forma en que sus ojos se encuentran, que sugiere algo más profundo. La complicidad que muestran, incluso sin palabras, me hace pensar que mi primo, también está en problemas y que pronto me enteraré del asunto. 

⎯Llegamos, joven ⎯me indica el chofer.

Vuelvo la mirada y noto que estamos frente a una casa imponente, apartada, con un aire de misterio que me recuerda cuán lejos estamos de la ciudad.

⎯Gracias ⎯le digo mientras me bajo del coche⎯. Quédate, al parecer no hay transporte público por aquí. Trataré de no tardarme.

⎯No se preocupe. ⎯El chofer saca un libro del compartimiento lateral y lo deja sobre el asiento del frente, listo para esperarme.

Me bajo del coche, me quito el saco y me quedo solo con la camisa. Acomodo mis gafas y respiro hondo antes de caminar hacia la puerta. Las manos me tiemblan un poco, y no puedo evitar murmurar para mí mismo:

⎯Dios…

Trato de calmarme, repitiendo que esto no es para tanto; no estoy entrando a la casa de un asesino serial… aunque hay algo en la grandeza de esta mansión que me hace sentir tan vulnerable como si estuviera por enfrentarme a algo desconocido.

Toco el timbre, y casi de inmediato, la voz de Sebastián me responde a través del intercomunicador.

⎯Ya está abierto, Daniel. Pasa.

⎯Gracias ⎯contesto.

Empujo el portón y entro, sintiendo un pequeño escalofrío cuando el peso de la puerta cede. Al frente se despliega la imponente y exuberante casa de Sebastián, una obra arquitectónica que parece fundirse con el bosque circundante. Las grandes ventanas y los muros de cristal me permiten ver el interior sin restricciones: una decoración industrial y moderna que, a pesar de sus líneas limpias y sobrias, respeta y realza la naturaleza que lo rodea. Es como si la casa respirara junto a los árboles, como si cada ventana fuera una invitación a la serenidad del bosque.

Me detengo un momento en el umbral, fascinado y un poco intimidado. Las luces de la casa están todas encendidas, bañando el espacio en una calidez que contrasta con el exterior sombrío. Desde aquí, tengo un vistazo completo del interior: paredes llenas de arte, fotografías en blanco y negro, y estanterías con libros que parecen bien leídos y apreciados. De fondo, el jazz resuena en cada rincón, los tonos graves del saxofón y el suave ritmo del piano creando una atmósfera íntima y acogedora. Todo en esta casa tiene un aura de cuidado, de alguien que aprecia los detalles.

Sebastián camina hacia mí con una sonrisa tranquila. Está vestido de manera tan cómoda que me hace sentir un poco fuera de lugar en mi camisa formal y pantalón rosa mexicano. Lleva un pantalón deportivo gris que, al ajustarse a sus piernas, resalta sus músculos bien definidos, y una camiseta blanca ajustada que deja adivinar la forma de su torso. Al mirarlo, es imposible ignorar su presencia física; hay algo casi magnético en su manera de moverse, como si estuviera en completa sintonía con el ambiente.

⎯Daniel, me alegra que hayas llegado ⎯dice, su tono bajo y envolvente mientras se acerca.

⎯Gracias… tu casa es increíble ⎯respondo, sin poder ocultar la fascinación en mi voz.

Él sonríe, esa sonrisa tranquila y segura que parece conocer algo más de lo que yo alcanzo a entender en este momento.

⎯Me alegra que te guste. Vamos, pasa ⎯me dice, dándome una señal para que lo siga.

Doy un paso al interior, el sonido del jazz envolviéndome mientras cruzo el umbral.

⎯Estoy preparando de cenar… ¿te gusta el pesto?

⎯Eh… sí ⎯respondo, mientras mis ojos se pasean por la cantidad de fotografías en blanco y negro que adornan las paredes, cada una de ellas capturando momentos e historias desconocidas.

⎯¿Vino?

⎯No, gracias… no puedo tomar ⎯contesto, sin querer entrar en muchos detalles.

⎯¿No puedes o no quieres? ¿Me rechazarás el vino que compré para acompañar este increíble pesto? ⎯bromea, arqueando una ceja.

⎯No es rechazo… bueno, me encantaría, pero estoy tomando medicamentos y no los puedo mezclar con alcohol.

⎯¡Vaya! ⎯exclama, con una mezcla de sorpresa y simpatía⎯, entonces, ¿qué te ofrezco, además de agua?

⎯Pues… ¿agua? ⎯digo en broma, arrancándole una sonrisa genuina.

Sebastián se dirige al refrigerador y saca una botella de agua fría. Me la extiende y, al recibirla, noto su mirada fija en la mía por un instante más de lo necesario, lo que me hace sentir un leve cosquilleo.

⎯Gracias…

Me guiña un ojo, y ese pequeño gesto, tan casual, hace que mis nervios se mezclen con una chispa de emoción.

⎯Pensé que pasaría más tiempo antes de vernos. 

⎯Bueno, hoy me desperté y pensé “quiero ver a Daniel” ⎯contesta, dando una vuelta hacia la cocina para revisar la pasta. Después, gira de nuevo hacia mí, y me mira con una intensidad inesperada⎯. La verdad te llamé porque… quiero conocerte más.

⎯¿Conocerme más? ⎯repito, sintiendo una mezcla de intriga y nervios.

⎯Sí. Me parece que hay mucho de ti que aún no descubro… ⎯murmura, con una media sonrisa, mientras sirve el pesto⎯. Y que tú mismo no te has permitido explorar.

⎯¿Qué yo mismo no me he permitido explorar? ⎯pregunto, bastante asombrado.

Sebastián sonríe, y esa sonrisa tiene una mezcla de diversión y certeza que me desconcierta.

⎯Así es… mi papel como fotógrafo es ver eso que las personas no ven ⎯responde, con un tono suave y seguro.

⎯Pensé que era… tomar fotografías ⎯balbuceo, sintiéndome un poco ridículo. En este momento solo quiero que la tierra me trague.

Sebastián suelta una risa baja, cálida, que resuena en la cocina como un eco tranquilizador. Después, da unos pasos hacia mí y, mirándome de frente, dice con total seguridad:

⎯Me gustas… me gustas mucho.

Paso saliva, sintiendo cómo esas palabras laten en el aire.

⎯¿Ah, sí? ⎯consigo decir, con un nudo en la garganta.

⎯Sí… No puedo ser menos directo, porque no es mi estilo. Quiero que lo sepas. Me gustas, desde el primer momento en que te vi. Y jamás me había gustado tanto un hombre como me gustas tú.

Sin más palabras, se inclina hacia delante y me besa, un beso intenso que me toma por sorpresa. Me quedo paralizado, tratando de asimilar lo que acaba de pasar, pero la calidez de sus labios, la cercanía, me envuelve en un torbellino de sensaciones.

⎯Ok… ⎯susurro, aun mirándolo a los ojos, sintiendo cómo mi respiración se entrecorta.

Pero antes de que pudiera procesarlo del todo, Sebastián me besa nuevamente, esta vez con más pasión, dejándose llevar. Sus labios exploran los míos con una intensidad que me hace olvidarme de todo, y por un momento, simplemente me dejo llevar, sintiendo cómo mi cuerpo reacciona ante el contacto, redescubriendo esas sensaciones que parecían dormidas.

Sin darme cuenta, mis pies retroceden hasta que el borde del sofá me hace perder el equilibrio y caer suavemente hacia atrás. Él se acerca, y en el calor del momento, la urgencia de sus manos y sus besos me envuelven. Me encuentro tocando su pecho por encima de la playera.  Pero algo en mi interior me detiene; mi mente parece regresar de golpe.

⎯Espera, espera… ⎯murmuro, levantándome del sofá y apartándome, sintiendo cómo mi corazón late desbocado, como si quisiera escapar de mi pecho.

Sebastián se queda mirándome, respetuoso, sin un atisbo de presión, solo con una intensidad que me desarma.

⎯No pasa nada ⎯dice suavemente, sin dejar de mirarme⎯. Solo quiero que te sientas cómodo, y esto sea… lo que tú quieras que sea.

Sus palabras me dan un respiro, y aunque sigo sintiendo la adrenalina en mi pecho, una calma inesperada se abre paso.

⎯Mira… yo ⎯trato de explicar, pero las palabras no me salen. Aún estoy demasiado sorprendido por lo que acaba de pasar.

Sebastián se pone de pie y da un par de pasos hacia mí. Su presencia imponente me hace sentir pequeño, vulnerable, y, cuando se quita la camiseta, dejándome ver su pecho bien formado, su abdomen marcado y su piel bronceada, siento una mezcla de fascinación y timidez.

⎯Guau ⎯murmuro sin poder evitarlo, provocando que una sonrisa divertida asoma en sus labios.

En este momento, me siento como un ratón asustado frente a un gato juguetón. Como si hubiera vuelto a ser ese Daniel de dieciséis años, inseguro y temeroso ante su primera vez. Me siento pequeño, inseguro, pero a la vez algo dentro de mí se siente atraído por la novedad y la emoción de todo esto.

⎯Solo es un vistazo… ⎯me dice suavemente, con una mirada que me hace sentir seguro.

Respiro hondo y recuerdo las palabras de mi hermano. Me gusta lo que veo, me atrae pero…

⎯Hoy no ⎯digo, esta vez con más seguridad.

⎯Vale… hoy no ⎯repite él, aceptando mi decisión sin cuestionamientos. 

⎯Mira que… el beso… ¡guau! ⎯agrego, intentando suavizar la situación, deseando no parecer tan intimidado.

Él sonríe y se acerca una vez más, pero esta vez con calma, sin prisas. Siento que sus labios se posan sobre los míos con una suavidad diferente, un beso lleno de calidez y ternura, que me hace recordar lo que se siente ser deseado, sentirme atractivo. Es un beso que me envuelve y me hace redescubrir una parte de mí que había olvidado. Y, por primera vez en mucho tiempo, me permito disfrutar de la sensación, sin prisas, sin expectativas, solo en el presente.

Me alejo, aunque siento que un fino hilo de deseo se queda suspendido entre nosotros, conectándonos aún en la distancia. Marlen tenía razón, Héctor también. Esto es lo que él quería, y yo… yo aún no estoy seguro. Sin embargo, debo admitir que, de alguna forma, Sebastián me impulsa a dar esos saltos al abismo que, por mí solo, nunca me atrevería a intentar.

⎯Yo… me tengo que ir ⎯comento, tratando de sonar firme, aunque la tentación de quedarme aún late en el aire.

⎯Yo… me tengo que ir ⎯comento, tratando de sonar firme, aunque la tentación de quedarme aún late en el aire.

⎯Vale… ⎯murmura Sebastián, con una aceptación que casi me desarma.

⎯Sebastián, no es que seas tú, ¿si lo sabes? ⎯Trato de justificarme, sin saber muy bien por qué⎯. Soy yo. Simplemente, yo… es largo de explicar, pero… soy yo.

Él me sonríe, y en esa sonrisa veo comprensión, una paciencia infinita que me hace sentir expuesto, pero a la vez seguro.

⎯Tranquilo… en otra ocasión será mejor.

⎯Por supuesto ⎯respondo, aunque no estoy seguro de lo que digo, de lo que realmente quiero. Sin más, me doy la vuelta y empiezo a dirigirme hacia la entrada.

⎯Daniel ⎯pronuncia mi nombre, y el sonido de su voz me hace detenerme, girar, como si algo en mí quisiera escucharle una última vez⎯. Que no te dé miedo de aceptar lo que deseas.

Asiento con la cabeza, consciente de lo que me está diciendo. Es como si sus palabras tocaran una parte profunda de mí, una verdad que he mantenido oculta. Salgo de la casa y me subo al auto, aun sintiendo en mi piel el rastro de su cercanía, la intensidad de esos momentos que compartimos.

Mientras el coche avanza, me doy cuenta de que mi cuerpo está despierto, lleno de una energía que no había experimentado en mucho tiempo. Es como si Sebastián me hubiera transmitido algo de su propia vitalidad, de su deseo de vivir sin reservas. Siento un calor que se apodera de mi cuerpo, una vibración en mi pecho que me sorprende y me saca una sonrisa.

Y de pronto, sin que nada me importe, comienzo a reír. Una risa liberadora, casi eufórica, como si algo en mí hubiera estado dormido durante años y, de golpe, hubiera despertado. El calor sube por mi cuerpo, y una presión inesperada se instala en mi abdomen, una sensación que no había experimentado con tanta fuerza en mucho tiempo. Todo en mí parece responder al encuentro, mis pensamientos se vuelven borrosos mientras una corriente eléctrica recorre mi piel. Me sorprende esta reacción tan visceral, tan incontrolable, y por un momento, respiro profundamente, intentando calmar la intensidad que se apodera de mí.

Apoyo la cabeza en el respaldo del asiento, cerrando los ojos y dejándome llevar por esa mezcla de emociones y sensaciones que todavía palpitan. Es como si el simple contacto con Sebastián hubiera reactivado algo en lo profundo de mi ser, una chispa que había permanecido apagada durante tanto tiempo que ya ni recordaba cómo se sentía estar así, tan vivo, tan despierto.

Siento una energía inusual en cada fibra de mi cuerpo, una tensión sutil que hace que mi piel se vuelva más sensible al roce de la ropa, al aire fresco que se filtra por la ventana entreabierta. Todo a mi alrededor parece más vibrante, más intenso, como si el mundo de repente cobrara un nuevo matiz, más vívido, más cercano.

⎯¿Está bien, joven? ⎯pregunta Armando, mirándome por el espejo retrovisor con una mezcla de preocupación y curiosidad.

⎯Sí, sí… solo llévame a mi casa ⎯contesto, aun sintiendo el calor en mi piel, esa energía palpitante que me recorre⎯. Y abre las ventanas, hace mucho calor.

⎯Claro… ⎯responde con una ligera sonrisa, como si entendiera algo que yo aún no alcanzo a verbalizar.

Las ventanas se abren, dejando entrar el aire fresco de la noche, que acaricia mi rostro y ayuda a calmar la intensidad de mis pensamientos. El viento se lleva parte de la tensión, dejándome con una sensación renovada, ligera, como si el simple hecho de respirar fuera una experiencia nueva.

Me recuesto en el asiento, dejando que el aire frío me envuelva, y vuelvo a sonreír.

***

-al siguiente día – 

⎯¡Tuve una erección! ⎯le suelto a Tristán, casi sin pensarlo.

Él escupe el café sobre la mesa de la sala de juntas, impactado por lo que acabo de decir. Comienza a toser incontrolablemente mientras intenta recuperar la compostura.

⎯Empezamos fuerte esta junta “extraordinaria” a las siete de la mañana… ¿Sabes que hay cámaras en el salón de juntas? ⎯dice con los ojos aún muy abiertos.

⎯¿Sabes lo que eso significa? ⎯insisto, sin hacer caso a su comentario sobre las cámaras.

⎯¿Que tu cuerpo bombeó sangre a esa parte y pues…? ⎯me mira, insinuando la explicación obvia.

⎯No. Sabes que por los medicamentos que tomo… no puedo. Y pude.

Tristán me observa, ahora sí, con una mezcla de curiosidad y sorpresa genuina.

⎯¿Eso es verdad? ⎯pregunta, como si aún no pudiera creerlo.

⎯Sí. Tenía años sin nada y después… Sebastián me besó y…

⎯Espera, espera, espera… ⎯me interrumpe, alzando las manos como si necesitara detener el tiempo⎯. ¿Sebastián te besó?

Asiento, sin saber muy bien si reírme o sentirme apenado por la expresión en su rostro.

⎯Me dijo que fuera a su casa y…

⎯¡Ah! ⎯exclama Tristán, como si todo le quedara claro de repente.

⎯Fueron instantes… y pues…

⎯Te gustó ⎯afirma, mirándome con una sonrisa divertida, casi retadora.

⎯No… lo sé. Me gustó la sensación, eso te lo puedo decir ⎯admito, rascándome la nuca y evitando su mirada por un segundo.

Tristán me observa en silencio, con una expresión que mezcla sorpresa y complicidad, como si estuviera intentando entender exactamente lo que siento sin presionarme a decirlo. A pesar de lo extraño de la conversación, su actitud me hace sentir algo más cómodo. Mi primo es mi mejor amigo, y le he contado tantas cosas que esto no lo asusta. 

⎯No tiene nada de malo que te guste… hay… sensaciones que no podemos evitar ⎯dice Tristán, con una comprensión que me desarma.

⎯Pero, ¿por qué me siento tan culpable? Siento como si no me lo mereciera ⎯admito, sintiendo el peso de esa confesión en cada palabra.

⎯Porque pasaste mucho tiempo pensando que sentir para ti era prohibido. Pero no lo es, Dan. Te gusta lo que te gusta, y eso te hace quien eres. Tienes que empezar a admitir que ser tú no tiene nada de malo. ¿Vale? No estás en un armario… ¿qué te da miedo?

⎯Enamorarme… ⎯confieso, apenas en un susurro.

⎯¿Enamorarte? ¿De Sebastián?

⎯No… el sentimiento de estar enamorado. Me da miedo hacerlo y que… ⎯Me acerco más a él, buscando esa complicidad que hace más fácil abrirme⎯. No sé lo que es estar enamorado. No sé lo que es tener intimidad. Todo lo que tuve con Raúl, ahora que lo veo, fue tan… ⎯Me detengo, sintiendo que no encuentro las palabras adecuadas⎯. Y ahora pasa esto y… Dios.

Tristán asiente, su expresión sigue siendo cálida y amable.

⎯Te comprendo… ⎯dice con una sonrisa tranquilizadora⎯. A veces, uno no se entiende.

⎯Es triste… porque iba a dejar todo por él, y hoy que lo pienso, no sé si ha estado enamorado… ¿Qué es estar enamorado? ⎯le pregunto, sintiendo el peso de esa pregunta en cada rincón de mi ser.

Tristán se recarga sobre la silla, cruza los brazos a la altura del pecho y suspira, como si mi pregunta le trajera recuerdos propios. Se queda mirando hacia la ventana del salón, perdido en sus pensamientos. De pronto, sonríe, como si hubiera encontrado la respuesta en algún lugar dentro de sí.

⎯Es… un caos tranquilo ⎯dice finalmente, con una mirada cálida⎯. Estar enamorado es sentir que todo en ti está revuelto, que tus emociones y tus pensamientos son un desastre… pero al mismo tiempo, todo cobra sentido. Es querer ser la mejor versión de ti mismo, no porque sientes que te falta algo, sino porque deseas compartir lo mejor de ti con esa persona.

Hace una pausa, reflexionando, como si buscara la forma correcta de explicarlo.

⎯Es cuando alguien te conoce y, aun así, elige quedarse, cuando te das cuenta de que sus pequeñas manías, esas cosas que deberían molestarte, te hacen sonreír. Es… sentir que no tienes que esconderte, que puedes ser tú, con todo lo bueno y lo malo.

Lo miro, tratando de imaginar esa paz y ese caos al mismo tiempo.

⎯Entonces… estar enamorado no es perfecto ⎯murmuro, entendiendo de a poco.

⎯No, no lo es. Pero tampoco tiene que serlo. Enamorarse es descubrir, aceptar y aprender… y a veces, soltar. Porque el amor verdadero no viene del miedo a perder a alguien, sino de la libertad de elegir a esa persona, todos los días, con todos sus defectos. Es sentir que, aunque no puedas decirle nada, el solo hecho de verla, de compartir un espacio con ella, es suficiente ⎯murmura lo último, como si estuviera perdido en sus pensamientos.

⎯¿Cómo? ⎯pregunto, sin entender bien lo último.

⎯Nada… ⎯responde, recuperando su compostura justo antes de que nos interrumpan.

En ese instante, la puerta se abre, y Valentina de la Torre entra distraída, con varios documentos en la mano. Al notar nuestra presencia, se detiene, sorprendida.

⎯Lo siento… ⎯dice, con una sonrisa algo nerviosa⎯. Venía a trabajar acá; el escritorio me queda pequeño.

Tristán se pone de pie de inmediato, y por un segundo parece a punto de hacerle una reverencia. Su reacción me hace sonreír.

⎯No pasa nada… ⎯responde, suavemente⎯, ya nos íbamos, Valentina.

⎯No, puedo esperar afuera… ⎯insiste ella, mirando a Tristán con cortesía.

⎯No, no, no… quédate, por favor ⎯dice, sin poder ocultar una sonrisa.

Tristán sale de la sala de juntas, y yo lo sigo, viendo la torpeza en sus gestos y entendiendo cada vez más.

⎯Pues… no sé qué decirte… ¿Felicitaciones por…? ⎯bromea, intentando aliviar la tensión que ha quedado en el ambiente. Sé que suele bromear para ocultar sus propios nervios.

⎯David ⎯respondo, serio, mirándome como si quisiera cambiar de tema⎯. ¿Algo que me quieras decir?

Parece que quiere confesarme algo, pero niega con la cabeza. 

⎯No, bueno, sí. Acompáñame a cuidar a la tropa este fin de semana. Iremos a una casa de campo. Tu hermano se postuló para ir, hoy en la mañana.

⎯¿Héctor? ⎯pregunto, sorprendido.

⎯Sí. Dijo que iba encantado… También irá Jo, y Jon… puedes invitar a alguien si gustas. ⎯Hace una pausa y me lanza una mirada cómplice⎯. ¿Por qué no invitas al músico, eh? A Tazarte. Me agrada ese hombre.

Lo miro, sabiendo que su sugerencia lleva una pizca de provocación.

⎯¿Para qué querría ir Tazarte a un viaje al campo? ⎯pregunto, tratando de justificar su presencia antes de pensarlo demasiado.

⎯Creo que tú sabes las razones… ⎯me responde, alzando una ceja y esbozando una sonrisa⎯. Bueno, me voy a trabajar. ⎯Antes de irse, me da un abrazo rápido⎯. Felicidades por el pequeño milagro.

⎯¡Ash, cállate! ⎯le digo, sintiendo el calor subir a mis mejillas.

David se aleja, riendo, pero se da la vuelta y me lanza una última mirada.

⎯No, en serio. No tomes ese beso como algo malo; míralo como un escalón para más. Te guste o no Sebastián… te gustó la sensación. Ahora, haz algo para que te gusten los dos. Nos vemos.

Con esa despedida, mi primo entra a la sala de juntas y se pierde entre los pasillos. Yo me quedo allí, en silencio, dejando que sus palabras resuenen en mi mente.

¿Invitar a Tazarte? La idea se asienta, y, en lugar de pensar en las razones por las que no debería ir, me sorprendo buscando las excusas que le daría para convencerlo. 

2 Responses

  1. Buenooo Sebastian lo despertó, ahora a trabajar para Tazarte jejeje. Ay Hector, David, todos en sus lios amorosos. Q lindo David como describe estar enamorado pero creo q lo q dijo fue pensando en Valentina y no es Ana Caro.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *