Tazarte 

⎯¿Ir al campo? ⎯pregunto, algo sorprendido al escuchar las palabras de Daniel.

⎯Sí, ir al campo ⎯repite, sonriendo tímidamente mientras juguetea con sus dedos sobre la mesa. Nos hemos reunido en la Casa de la Música, para ver algunas especificaciones⎯. Mi primo cuidará a mis sobrinos este fin de semana. Han rentado una casa de campo y, bueno… ¿Quieres ir?

La invitación me toma por sorpresa. En mi mente, Daniel no es el típico hombre que hiciera planes espontáneos. Me inclino un poco hacia delante, evaluando si está siendo serio o si me está tomando el pelo, pero su mirada, aunque tímida, es sincera. Lo piensa de verdad.

⎯¿Quieres que vaya contigo? ⎯le pregunto, dejando que una sonrisa ligera se dibuje en mi rostro.

⎯Sí… ⎯contesta, levantando la vista para mirarme⎯. Bueno, no es solo conmigo, es un plan familiar. Pero… pensé que sería divertido si vinieras. Además, podrías inspirarte para el concierto y, bueno, descansar. ¿Qué dices? 

Su argumento me hace sonreír aún más. Daniel tiene un encanto especial cuando se esfuerza por convencer a alguien, un nerviosismo encantador que, lejos de incomodar, te invita a dejarte llevar.

⎯Pues… no sé. Digo, es muy buena idea, pero, tengo que buscar piso. El cuarto del hotel me está quedando pequeño y necesito conseguir algo antes del final del mes. 

⎯¿No has encontrado nada todavía? ⎯pregunta, cruzándose de brazos mientras me observa.

⎯No ⎯respondo, dejando escapar un suspiro mientras me paso una mano por el cabello⎯. He visto algunas opciones, pero o son demasiado caras, o están en zonas que no me terminan de convencer. No sé, encontrar un lugar que realmente sienta cómo mío está siendo más difícil de lo que pensaba.

Daniel se queda en silencio por un momento, como si estuviera considerando algo. Finalmente, sus labios se curvan en una ligera sonrisa, esa sonrisa suya que parece esconder un millón de pensamientos detrás.

⎯Hay un piso en el barrio de La Latina ⎯dice, finalmente, su voz tranquila pero con un toque de entusiasmo⎯. Solían vivir ahí mis padres antes de casarse. Es parte del Conglomerado, pero puedo hablar con mi tía para que te dé un precio especial. Digo, si es que te gusta.

⎯¿Un piso de tus padres? ⎯pregunto, aunque en realidad la idea me parece bastante interesante.

Daniel se encoge de hombros, como si estuviera restándole importancia.

⎯Sí. Fue su primer nido de amor. Han pasado años desde que vivieron ahí. Es un buen lugar, en una zona tranquila pero con vida. Además, La Latina tiene su encanto. Hay muchos bares, plazas… y, bueno, está cerca del centro.

⎯¿Bares y plazas? Vaya, suena tentador ⎯bromeo, aunque en el fondo estoy considerando seriamente su propuesta⎯. ¿Y dices que tu tía podría hacerme un precio especial? ¿Por qué siento que esto viene con algún tipo de trampa?

Daniel suelta una risa suave, y esa sonrisa tímida suya vuelve a aparecer.

⎯No hay trampa. Solo tengo que mover mis influencias y listo. ¿Qué te parece? 

Me quedo en silencio por un momento, sopesando la oferta. Vivir en La Latina suena bien, solo tengo que asegurarme de que el área cumpla con los requisitos que necesito. Además, la idea de que Daniel esté involucrado en este proceso hace que sea aún más atractivo. Sin embargo, no puedo evitar bromear un poco más con él.

⎯¿Y qué pasa si no me gusta el piso? ¿Me dejarás quedarme en tu casa mientras sigo buscando? ⎯pregunto, alzando una ceja con una sonrisa juguetona.

Daniel se ríe, pero noto un leve rubor en sus mejillas, como si mi comentario lo hubiera tomado por sorpresa. Se muerde el labio, un gesto que me parece terriblemente encantador.

⎯Pues… si lo necesitas ⎯contesta, evitando mirarme directamente.

Sonrío, disfrutando del momento.

⎯Mantendré esa oferta en mente ⎯respondo.

Daniel se ríe para evitar profundizar en lo que acaba de decir. Es curioso verlo nervioso, no porque me guste incomodarlo, sino porque es una faceta que rara vez muestra. Siempre parece tan contenido, tan calculado. Pero en momentos como este, hay algo genuinamente vulnerable en él que me atrae aún más.

⎯¿Qué dices?, ¿vamos a verlo? 

⎯Vamos… ⎯respondo. 

Ambos salimos de la Casa de la Música y nos subimos a mi auto. Jo tenía razón, desde que yo tengo auto, Daniel viaja conmigo y deja descansar al chofer, así que pasamos bastante tiempo juntos platicando de cosas superficiales como música y películas. Aunque nuestras conversaciones parecen ligeras, siempre hay una especie de conexión que hace que estos momentos sean más especiales de lo que deberían.

⎯Me alegra que te haya gustado la playlist ⎯comento mientras manejo. 

⎯Me encantó. La puse mientras trabajaba ayer, la música es bastante energizante.

⎯Es Vivaldi, ese hombre puede levantar un muerto ⎯respondo, riendo un poco.

Daniel suspira, y por un momento se queda mirando por la ventana, como si estuviera debatiéndose internamente sobre si decir algo o no. Finalmente, rompe el silencio.

⎯¿Sabes por qué yo no me metía a la música? ⎯pregunta, su tono cargado de una reflexión que parece venir de algún lugar profundo dentro de él.

⎯¿Por qué no le querías opacar a Héctor en talento? ⎯respondo en tono de broma, arqueando una ceja mientras trato de aligerar el ambiente.

Daniel se ríe bajito, sacudiendo la cabeza, mientras una sonrisa tímida se asoma en su rostro.

⎯No, no, no… claro que no ⎯contesta, con un ligero brillo en los ojos que sugiere que está a punto de compartir algo importante.

⎯¿Entonces? ⎯le pregunto, mirándolo con curiosidad.

Daniel toma un pequeño respiro antes de continuar, como si estuviera reuniendo las palabras adecuadas para explicar algo que ha llevado consigo por mucho tiempo.

⎯Por mi abuelo, David. Él vio talento en mí desde que tenía cinco años, un talento innato para las matemáticas. ⎯Hace una pausa, como si los recuerdos de su abuelo pasaran por su mente⎯. Mi hermano Héctor y mi abuelo Tristán comparten día de cumpleaños, ¿sabes? Ellos tienen esa conexión. Pero yo… yo compartía algo más con mi abuelo David. Yo compartía ese talento matemático con él. Era como nuestro idioma secreto. Éramos únicos, nadie más lo tiene. 

Lo escucho atentamente, percibiendo la emoción en sus palabras.

⎯Cuando él murió ⎯continúa, bajando un poco la voz⎯, me propuse continuar con ese talento, con ese legado. Y pues… me dediqué a ello. Fue mi forma de mantenerlo conmigo, de honrar lo que él me enseñó. ⎯Suspira, mirando hacia el frente, pero con la mirada perdida⎯. Mi hermano y yo, tan diferentes en todo, pero iguales en una situación.

⎯¿En qué? ⎯pregunto con curiosidad genuina, inclinándome un poco hacia él.

Daniel sonríe, pero es una sonrisa nostálgica, cargada de un peso que parece haber llevado por años.

⎯En tomar decisiones.

⎯Espera, ¿me estás diciendo que el jefe del departamento de finanzas del Conglomerado CanCon no sabe tomar decisiones? ⎯pregunto, fingiendo incredulidad mientras alzo las cejas⎯. Creo que tu tía Julie debería saber esto.

Daniel se ríe, relajándose un poco, aunque su risa lleva un tinte de ironía.

⎯Es muy diferente… ⎯se defiende, con una ligera sacudida de la cabeza⎯. Esas decisiones que tomo en el trabajo tienen datos, números, pruebas. Todo tiene lógica y un sentido. Pero hablo de otras decisiones.

Lo miro, intrigado.

⎯¿Decisiones donde no hay pruebas ni datos? ⎯le pregunto, inclinándome un poco hacia él.

⎯Exacto. Solo intuición ⎯admite, su voz baja y reflexiva.

⎯Ah… intuición. Ese misterioso arte de lanzarte al vacío sin una red que te asegure que no caerás ⎯respondo, sonriendo suavemente.

Daniel me devuelve la mirada, y por un momento parece estar sopesando mis palabras, como si lo que acabara de decir le resonara profundamente.

⎯No soy muy bueno en eso ⎯confiesa, con una pequeña risa nerviosa⎯. Siempre he confiado en los números porque me dan seguridad, me dan un camino a seguir. Pero cuando se trata de confiar en mí mismo, en lo que siento… ahí es donde todo se complica.

Asiento, dándole espacio para continuar. Siento que este es uno de esos momentos en los que Daniel está dejando caer una barrera, mostrando una parte de sí mismo que no muchos conocen.

⎯No sé si tiene que ver con mi familia, o con mi educación, o con lo que me pasó… ⎯sigue, con la voz un poco más baja⎯. Pero siempre siento que necesito algo más que “intuición” para tomar una decisión. Que si me equivoco, no tendré a quien culpar más que a mí mismo.

⎯Tal vez la intuición no se trata de tener todas las respuestas ⎯digo, tratando de que mis palabras sean un consuelo y no una lección⎯. A veces, solo se trata de dar el primer paso y confiar en que, aunque no tengas un plan perfecto, encontrarás la manera de seguir avanzando.

Daniel me observa con una mezcla de sorpresa y gratitud. Por un momento, parece que está considerando lo que acabo de decir.

⎯No sé si estoy listo para eso ⎯admite finalmente⎯. Pero tal vez… tal vez debería intentarlo.

⎯Bueno, ya tomaste una decisión intuitiva hoy ⎯comento, sonriendo ampliamente.

⎯¿Cuál? ⎯pregunta, claramente confundido.

⎯Invitarme a la casa de campo… ⎯respondo, con un leve tono burlón mientras lo observo de reojo.

Daniel se ríe, negando con la cabeza.

⎯Eso no cuenta. Fue más una decisión espontánea… ⎯dice, aunque su voz se va apagando mientras reflexiona.

⎯¿Ah, sí? ¿No usaste ninguna fórmula matemática para decidirlo? ⎯le digo, divertido, fingiendo buscar una calculadora imaginaria en mi bolsillo.

⎯No… ⎯admite, con un toque de inseguridad, que trato de disipar con una sonrisa. Su mirada parece perderse un momento mientras piensa⎯. Supongo que sí fue un poco de intuición, ¿no?

⎯Un poco ⎯afirmo, dándole un leve empujón con mi codo⎯. Pero ahí lo tienes, Daniel. Tomaste una decisión basada en lo que querías, no en datos ni análisis. Y, al menos hasta ahora, no ha sido una mala decisión, ¿o sí?

Daniel me mira con una mezcla de incredulidad y algo más, como si aún no pudiera creer lo que está escuchando.

⎯Supongo que no… ⎯dice, finalmente cediendo. Su risa baja y genuina me hace sonreír también⎯. Pero no te emociones demasiado. Una decisión intuitiva no significa que estoy listo para ser un aventurero.

⎯Oh, claro, porque invitarme a pasar un fin de semana en una casa de campo de tu familia no tiene nada de aventurero… ⎯bromeo, haciendo que Daniel ruede los ojos con una sonrisa divertida.

⎯Es solo un fin de semana. No lo conviertas en algo más grande de lo que es ⎯me responde⎯, pero hay una ligereza en su tono que me dice que no está tan serio como quiere aparentar.

⎯Como digas, “rey de las decisiones calculadas” ⎯respondo, alzando las manos en un gesto de rendición.

⎯¡Vamos a chocar! ⎯me pide, entre risas⎯. Sólo concentrate. 

Llegamos al edificio en La Latina media hora después. La fachada es clásica, con ese encanto histórico que caracteriza la zona. Mientras subimos las escaleras hacia el tercer piso, noto a Daniel relajado, sin estrés; muy diferente al Daniel que conocí hace semanas. 

⎯¿Sabías que este edificio tiene más de cien años? ⎯me dice, mientras se detiene frente a la puerta del piso que vamos a visitar.

⎯¿En serio? Bueno, eso explica el crujido de las escaleras. Me sentí en una película de terror ⎯bromeo, ganándome una sonrisa de su parte.

⎯No te preocupes, las vigas están reforzadas ⎯asegura, antes de sacar las llaves y abrir la puerta.

El interior del piso es un espacio amplio y luminoso, con techos altos y grandes ventanales que dejan entrar la luz del atardecer. Los suelos de madera tienen ese toque desgastado que, en lugar de restar encanto, le añade carácter al lugar.

⎯¿Qué te parece? ⎯pregunta Daniel, observándome con atención mientras recorro la sala principal.

⎯Es… ⎯me detengo un momento, buscando las palabras adecuadas⎯. Es perfecto. Bueno, casi perfecto. Quizás un poco de pintura y algunos muebles modernos lo harían sentir más mío, pero tiene mucho potencial. 

Daniel sonríe, claramente aliviado por mi reacción.

⎯Sabía que te iba a gustar. Este lugar siempre me ha parecido especial. Mis padres solían hablar de cómo aquí empezó todo para ellos. Me hace pensar que es un buen lugar para empezar algo nuevo.

⎯¿Hay parques cerca? ⎯pregunto.
⎯Sí, por allá ⎯me indica, señalando al balcón del otro lado de la habitación. 

Daniel saca su móvil y comienza a enviar un mensaje. Yo me quedo viendo el paisaje cuando de pronto escucho la vibración de mi móvil en el bolsillo. Lo tomo y me percato que no es mi móvil personal el que ha vibrado… Es el de Bart.  Al sacarlo, mi estómago se revuelve al ver el nombre de Daniel parpadeando en la pantalla. Está enviando un mensaje a Bart… es decir, a mí.

Trato de mantener la calma mientras leo el mensaje:

 “Bart, ¿puedes hablar? Necesito contarte algo.”

El universo tiene un sentido del humor retorcido, pienso para mí mismo. No puedo ignorarlo, porque sé que Daniel podría sospechar. Pero responder mientras estoy literalmente frente a él añade un nivel de dificultad que no puedo subestimar.

⎯¿Todo bien? ⎯pregunta Daniel, notando cómo miro mi móvil.

⎯Sí, sí, todo bien. Creo que la orquesta me necesita ⎯respondo rápidamente, guardando el móvil en el bolsillo antes de que él pueda ver algo más.

⎯¿Seguro? Pareces… raro.

⎯Solo cosas del trabajo ⎯le aseguro, forzando una sonrisa.

El móvil vibra de nuevo, recordándome que tengo mensaje. 

⎯¿Te importa si hago una llamada rápida? Necesito resolver algo.

⎯Claro, adelante ⎯dice, aunque me mira con un ligero dejo de curiosidad.

Me excuso y salgo al pequeño balcón del piso. Necesito un momento para mí. Una vez fuera, abro el chat en mi móvil, y veo que Daniel ha enviado otro mensaje.

“Bart, es importante. No sé con quién más hablar.”

Mis dedos escriben casi automáticamente: “Ahora no…” Pero, antes de que pueda enviar el mensaje, el móvil comienza a vibrar. Daniel está llamando. 

Volteo hacia donde él está. Lo veo caminar hacia una de las habitaciones vacías, como si tampoco quisiera ser escuchado por nadie más. Está buscando privacidad, lo cual me da una oportunidad perfecta para atender la llamada sin que sospeche. Respiro profundo, ajusto mi tono para adoptar esa voz grave y distante que he estado usando como Bart, y presiono el botón para contestar. No tengo tiempo para pensar, así que improvisaré como siempre.

⎯¿Bart? ⎯la voz de Daniel suena al otro lado de la línea, ansiosa, nerviosa, como si estuviera a punto de desmoronarse.

⎯Aquí estoy ⎯respondo, fingiendo un carraspeo para ganar tiempo y prepararme mentalmente.

⎯Gracias por responder… Sé que estás ocupado ⎯dice, y en mi mente puedo imaginarlo pasándose una mano por el cabello, un gesto que hace cuando está abrumado.

⎯No te preocupes, estoy aquí para ti. ¿Qué sucede? ⎯pregunto, forzando un tono calmado, como si nada en este mundo pudiera desconcertarme.

⎯Es sobre… bueno, sobre Sebastián ⎯admite. Su tono cambia al decir el nombre, como si buscara medir mis palabras antes de continuar.

Mis dientes se aprietan al escuchar ese nombre. Mi mandíbula se tensa automáticamente, pero respiro hondo para mantener la compostura. Por dentro, estoy en alerta máxima. ¿Sebastián? ¿Qué demonios quiere ese tipo ahora? Me pregunto con una mezcla de celos y frustración.

⎯¿Qué pasó con él? ⎯pregunto, esforzándome por sonar neutral.

En ese momento, un auto ruidoso pasa por la calle y el sonido me interrumpe. Aprieto la bocina del móvil contra mi oreja mientras maldigo para mis adentros.

⎯Y no sé qué hacer… yo… ⎯escucho decir a Daniel al otro lado. No logro captar todo y me siento como un idiota perdiendo el hilo de la conversación.

⎯Disculpa, ¿cómo? ⎯pregunto rápidamente, enderezándome y esforzándome por volver a la llamada.

⎯Bueno, es que no sé qué hacer. Fue intenso, rápido y energizante, pero… creo que no fue real. Pero lo sentí. Me caló en los huesos, en la sangre… despertó algo en mí.

No sé de qué demonios está hablando, y eso me pone más nervioso. Me recargo sobre el barandal del balcón y cubro la bocina con la mano, tratando de procesar lo que escucho.

⎯Disculpa, no entiendo… ¿qué? ⎯repito con cautela.

⎯Estoy igual que tú. Es que… no sé. Con Sebastián siento algo, pero al mismo tiempo… ⎯Su voz se apaga, y por un instante temo que va a colgar.

⎯¿Al mismo tiempo? ⎯lo animo, aunque mis pensamientos ya están a mil por hora.

⎯Al mismo tiempo, no dejo de sentirme… vacío. Como si, incluso en ese momento, hubiera algo… o alguien que me falta ⎯admite. Su vulnerabilidad atraviesa la línea como un golpe. No tengo idea de cómo responderle sin que sospeche algo.

⎯Daniel… creo… ⎯intento decir algo, pero no sé ni por dónde empezar.

⎯No puedo sacarme el beso de la mente, pero no porque sea inolvidable, sino por todo lo que me hizo sentir ⎯confiesa.

⎯¿Beso? ⎯pregunto, la palabra casi se me atora en la garganta.

⎯Sí, me besé con Sebastián… pensé que había sido claro.

El mundo se detiene. Mis pensamientos son un caos, una mezcla de sorpresa y ¿celos? ¿Tengo celos?
¡Lo besó!, ¡Lo besó!, pienso. 

En ese momento, escucho pasos. Volteo rápidamente y veo a Daniel caminando hacia mí, móvil en mano, como si intentara encontrar una mejor señal. Mi cerebro entra en pánico. Bajo el móvil rápidamente y trato de meterlo en mi bolsillo, pero mis manos tiemblan tanto que el dispositivo se me resbala. Miro con horror cómo cae por el balcón.

El sonido del impacto es inconfundible. El móvil ha aterrizado en la acera y, por lo que puedo ver desde aquí, está completamente destrozado. Por fortuna, nadie pasaba por ahí, pero mi situación se acaba de complicar.

⎯¿Hola? ⎯dice Daniel al otro lado de su móvil, mirando la pantalla con confusión.Me aferro al barandal, tratando de no perder la compostura mientras lo observo⎯.¡Qué raro! ⎯comenta Daniel, mirando su teléfono como si algo no tuviera sentido.

⎯¿Todo bien? ⎯pregunto rápidamente, tratando de desviar la atención.

⎯Sí, creo que se cortó la llamada ⎯dice, rascándose la cabeza. Luego me mira, y siento que mis nervios se disparan de nuevo⎯. ¿Por qué estás tan agitado?

⎯¿Yo? No, nada. Solo… ¿hace calor aquí, no? ⎯digo, intentando parecer casual mientras mis pensamientos siguen siendo un caos.

Lo besó. ¡Sebastián lo besó!, repito en mi mente. 

Daniel no parece sospechar nada. Guarda su móvil y me sonríe, con esa tranquilidad que logra hacerme olvidar momentáneamente todo el caos interno que siento.

⎯¿Entonces? ¿Te convencí para que te quedes con este piso? ¿O me harás buscarte otro para que puedas ir el fin de semana? ⎯me pregunta, despreocupado, pero con ese tono confiado que parece asegurar que ya sabe mi respuesta.

⎯Bueno… ⎯Observo el piso de nuevo, tratando de que mi mente se concentre en las características del lugar en lugar de lo que me acaba de decir sobre Sebastián. Desvío la mirada hacia los balcones, que parecen más frágiles de lo que realmente son⎯. ¿Puedo asegurar aún más los balcones?

Daniel suelta una pequeña risa, como si mi comentario le pareciera gracioso, pero asiente.

⎯Sí, claro… El piso sería tuyo. Puedes hacerle los cambios que quieras.

⎯Pues… entonces, tienes un trato ⎯contesto finalmente, tratando de mantener mi voz neutral.

Daniel sonríe ampliamente, como si acabara de cerrar un trato millonario. Su entusiasmo es contagioso, aunque yo sigo sintiendo una punzada en el pecho por lo que sé, por ese beso del que no puedo dejar de pensar.

⎯¿Ves? ⎯dice, cruzándose de brazos mientras me mira con satisfacción⎯. Tenía la intuición de que te iba a gustar.

Hay algo en su mirada, en su tono, que me indica que hoy se siente más seguro. Incluso, me atrevo a decir que me está coqueteando. Me río un poco, más para relajarme que por otra cosa.

⎯Sí… ⎯respondo, evitando mirarlo directamente por miedo a que mis pensamientos me traicionen. Lo del beso con Sebastián sigue clavado en mi mente como una espina. No puedo dejar de pensar en lo qué significa para mí. Ni siquiera he tenido tiempo de procesarlo. 

Celos… tienes celos, me dice la voz de mi cabeza. Sabes lo que eso significa… 

⎯Entonces, ¿vas a ir al campo este fin de semana? No tienes excusa para rechazar mi invitación.

⎯Supongo que no tengo otra opción ⎯respondo, sonriendo, aunque mi mente sigue algo dispersa.

Daniel se acerca un poco más, apoyando una mano sobre el balcón. Su proximidad no me incomoda, pero hay algo en el ambiente que cambia, como si el aire se volviera más denso, cargado de algo que no sé cómo describir. Él baja la mirada hacia la calle y sonríe, sin notar ⎯o al menos no dar señales de haber notado⎯ el móvil destrozado varios pisos abajo.

⎯Me imagino a mis padres despertando con esa vista todos los días ⎯dice en un tono nostálgico, mientras sus ojos se pierden en el horizonte⎯. Mi padre leyendo un libro con café en mano y mi madre haciendo sus ejercicios de estiramiento. Él se despierta a las cuatro de la mañana todos los días, ¿sabes?

No digo nada, pero lo observo con interés mientras habla. Hay algo en su voz, una mezcla de añoranza y calidez, que me atrapa.

⎯Recuerdo que cuando me levantaba para ir al colegio, él ya estaba en la sala. Siempre igual: un café en una mano y un libro en la otra. Siempre leyendo, siempre sonriendo. ⎯Hace una pausa, como si el recuerdo lo inundara por completo⎯. Mi madre se levanta una hora más tarde. Hace yoga y luego practica en el pequeño estudio que tenemos en casa. Tienen la misma rutina desde hace años. Café y Tchaikovsky.

⎯¿Cómo? ⎯pregunto, ligeramente desconcertado por la última frase.

⎯“Café y Tchaikovsky” ⎯repite, sonriendo de lado⎯. Así llamo a sus mañanas. El sueño a lograr, ¿sabes? Mi padre en su mundo de palabras y mi madre en el suyo, tan coordinados, pero tan diferentes. Complementándose.  El único problema aquí es que no tomo café… ⎯bromea, rompiendo la atmósfera melancólica con un destello de humor.

No puedo evitar reírme un poco. Es un cambio repentino, pero bienvenido. Aun así, no puedo evitar imaginarlo. Puedo verlo perfectamente, a Daniel en un futuro, con un libro entre sus manos, perdido en las palabras, o sentado frente a una ventana como esta, absorto en sus pensamientos. 

⎯No necesitas café para lograrlo ⎯digo finalmente, apoyándome también en el balcón⎯. Tú puedes tener tus mañanas con agua de limón y Mahler, si así lo prefieres.

⎯¿Mahler? ¿Te gusta Mahler? ⎯pregunta Daniel, arqueando una ceja, como si mi respuesta le hubiese tomado por sorpresa.

⎯Me encarna Mahler ⎯contesto sin dudar.

Daniel susurra, casi para sí mismo:

⎯Té y Mahler… ⎯Una leve sonrisa se forma en sus labios, esa sonrisa que siempre parece contener algo más, algo que nunca termina de decir. Después, tamborilea los dedos sobre el barandal del balcón y suspira profundamente⎯. En fin. Tengo que irme. Hay una junta en el Conglomerado.

⎯Está bien… ⎯respondo, pero algo en mí quiere detenerlo, aunque no lo haga.

Daniel gira hacia mí, sus ojos fijos en los míos, y sonríe. Esa sonrisa suya es diferente, más íntima, y el aire a nuestro alrededor parece cambiar, como si se volviera más ligero, pero al mismo tiempo cargado de una tensión silenciosa. No hay palabras, solo esa mirada que parece decir más de lo que cualquiera de los dos se atrevería a expresar en voz alta. Siento un leve escalofrío recorrer mi espalda, y el tiempo parece detenerse.

⎯Te ves bien hoy. Siempre te ves bien, pero hoy… más ⎯dice de repente, sus palabras saliendo con una honestidad que me deja sin aliento por un momento.

Lo observo alejarse, tratando de procesar lo que acaba de decir. Mi corazón late más rápido de lo que debería, y una sonrisa involuntaria se dibuja en mi rostro. Siento el calor subir por mis mejillas, y sé que me he sonrojado.

¡Bendito beso!  grita mi voz interna, burlándose de mí una vez más.

⎯Cállate… ⎯murmuro para mí mismo, intentando disipar los pensamientos que comienzan a formarse en mi mente. No puedo permitirme pensar en eso ahora, no mientras las cosas son tan inciertas.

Respiro hondo y lo sigo a la entrada, tratando de calmarme, pero mi mente sigue volviendo a sus palabras, a su sonrisa, a la forma en que me miró. Mientras camina hacia la puerta, me doy cuenta de que, aunque no lo diga, yo también lo estoy viendo de una manera distinta.

***

-más tarde ese día-

⎯¡¿Hiciste qué?! ⎯exclama Jo, con las manos en las caderas, mientras me mira como si acabara de confesar un crimen.

⎯Se me resbaló de las manos ⎯me excuso, alzando las manos en señal de rendición⎯. No quería tirarlo, de verdad. Pero Daniel estaba ahí y no sabía cómo manejarlo. Fue un accidente… un accidente muy desafortunado.

Jo resopla con exasperación, sacándose el patín del pie izquierdo y dejándolo caer al suelo con un golpe seco. Cuando la llamé para hablar con ella, se encontraba en pleno entrenamiento, y claramente no está de humor para excusas.

⎯Pues no hubieras contestado ⎯me reprende, mientras se quita el otro patín, con movimientos bruscos y molestos.

⎯¡No podía ignorarlo! ⎯me defiendo, cruzándome de brazos⎯. ¿Qué querías que hiciera? ¿Dejar que él pensara que Bart no estaba disponible justo cuando más lo necesita?

Jo me mira fijamente, con las cejas alzadas, como si no pudiera creer lo que está escuchando.

⎯Sí. Eso era exactamente lo que quería que hicieras. ¡No puedes exponerte así, Tazarte! ¿Qué pasaba si Daniel descubría la verdad? ¿Qué le ibas a decir? “Oh, por cierto, soy Bart y llevo meses engañándote”. ¿Eso, eh?

⎯¡Jo, ya lo sé! ⎯respondo, alzando la voz, pero luego suspiro y trato de calmarme⎯. Sé que no fue la mejor decisión, pero en el momento no podía pensar con claridad. Él estaba hablando de… de cosas importantes. ¡Me dijo que se besó con Sebastián! ⎯añado, señalándola, como si eso justificara mi torpeza.

⎯¿Qué? ⎯pregunta Jo, sus ojos abriéndose con sorpresa.

⎯Sí, eso me dijo. Y estaba tan confundido, tan perdido, que no pude simplemente ignorarlo. ¿Qué clase de persona sería si lo hiciera?

Jo deja de moverse por un instante, como si estuviera procesando lo que acabo de decir. Luego, suspira profundamente y se sienta en el banco de madera junto a la pared, cruzando las piernas.

⎯Esto se está saliendo de control ⎯dice finalmente, frotándose las sienes⎯. Y para colmo, ahora te quedaste sin móvil, ¿verdad?

Asiento, sintiéndome como un niño que acaba de ser regañado por romper una ventana con un balón.

⎯Sí, cayó por el balcón… y se hizo pedazos. ⎯Hago una mueca⎯. Pero nadie resultó herido, al menos.

⎯¡Oh, genial! ⎯ironiza Jo, lanzándome una mirada de incredulidad⎯. Así que no solo casi te descubres a ti mismo, sino que también pierdes el único medio de comunicación que tenías como Bart. ¿Qué piensas hacer ahora, eh?

⎯No lo sé ⎯admito, pasándome una mano por el cabello⎯. Supongo que conseguir un móvil nuevo y… seguir adelante.

⎯¿Y Daniel? ⎯pregunta Jo, mirándome fijamente⎯. ¿Qué pasa con él? Porque, por lo que dices, parece que está más enredado que nunca entre tú y Sebastián.

Me quedo en silencio por un momento, tratando de ordenar mis pensamientos. La imagen de Daniel, hablando del beso con Sebastián, vuelve a mi mente, y siento una punzada de celos mezclada con algo que no puedo identificar.

⎯No lo sé, Jo ⎯digo finalmente, dejando caer los hombros, como si cargar el peso de todo esto ya me estuviera aplastando⎯. No sé qué va a pasar con Daniel, ni con esto de Bart, ni con Sebastián. Pero lo único que sé es que no puedo simplemente dejarlo. No puedo alejarme ahora. No ahora que me gusta… y mucho.

Jo, que hasta ese momento parecía contenerse, sonríe de inmediato. Su rostro cambia por completo, dejando atrás el enojo que traía consigo. Ahora parece más como si acabara de ganar la lotería.

⎯¿Te gusta Daniel? ⎯pregunta con un entusiasmo que no intenta esconder.

⎯Sí ⎯respondo, cruzándome de brazos con frustración⎯. Y mucho. Me encanta. Es mi tipo de hombre. ¿Eso querías escuchar? ⎯digo, un poco molesto porque me obligó a admitir mis sentimientos.

Jo da un pequeño salto de alegría, como una niña que acaba de recibir la mejor noticia del mundo.

⎯¡Eso es perfecto! ⎯exclama, casi gritando. Se lleva las manos al pecho y sonríe como si estuviera viviendo una novela romántica en tiempo real.

⎯¿Perfecto? ⎯respondo, mirándola como si estuviera loca⎯. Jo, esto no es perfecto. Esto es un desastre. Estoy enamorado de alguien que no sabe que soy dos personas, que tiene una conexión con otro hombre y que está tan confundido que ni siquiera sabe lo que quiere. Esto no tiene nada de perfecto.

⎯Claro que sí lo es ⎯replica Jo, ignorando mi queja por completo y cruzando los brazos con una sonrisa confiada⎯. Porque ahora sé que todo esto tiene sentido. Porque te gusta. Porque te importa. Porque estás dispuesto a luchar por él.

Sus palabras me golpean de una manera que no esperaba. Tal vez tiene razón. Tal vez lo que me ha mantenido en esto todo este tiempo es que realmente me importa Daniel. Pero eso no significa que las cosas sean fáciles.

⎯Sí, tal vez no necesite a Bart después de todo ⎯comento, más para mí mismo que para Jo, mientras me froto el cuello nerviosamente.

⎯¡Claro que necesitas a Bart! ⎯dice Jo de inmediato, con tanta seguridad que no puedo evitar mirarla confundido⎯. Por ahora… pero después… ⎯hace un gesto amplio con las manos, como si estuviera imaginando un gran desenlace⎯. ¡Qué emoción! Me encanta cuando las cosas me salen bien.

⎯¿Cuándo las cosas te salen bien? ⎯pregunto, arqueando una ceja⎯. Jo, esto está a un paso de convertirse en una telenovela barata.

⎯¿Y cuál es el problema? ⎯responde con descaro, señalándome con una sonrisa burlona⎯. Siempre y cuando tú seas el galán y termines quedándote con el chico, yo estaré feliz.

Me río, a pesar de todo. Jo tiene una manera única de ver las cosas que, aunque a veces me irrita, también logra calmar mis nervios. Tal vez tiene razón. Tal vez, solo tal vez, las cosas podrían salir bien.

Me río, a pesar de todo. Jo tiene una manera única de ver las cosas que, aunque a veces me irrita, también logra calmar mis nervios. Tal vez tiene razón. Tal vez, solo tal vez, las cosas podrían salir bien.

⎯Por cierto… ⎯digo, intentando sonar casual mientras me cruzo de brazos y me apoyo en la pared⎯. Me invitó a la casa de campo este fin de semana.

Jo, que estaba a punto de tomar un sorbo de agua, se congela por completo. Sus ojos se abren como platos y, por un segundo, parece que va a atragantarse. Finalmente, explota.

⎯¡¿QUÉ?! ⎯exclama, con una sonrisa que amenaza con partirle la cara⎯. ¿A la casa de campo? ¡Eso es enorme!

⎯Sí ⎯respondo, encogiéndome de hombros⎯. Le dije que sí. No sé para qué quiere que vaya, pero…

⎯¿Cómo que no sabes? ⎯me interrumpe, apoyando las manos en su cadera y mirándome como si estuviera hablando con alguien que no entiende lo básico de las relaciones humanas⎯. ¡Es obvio! Quiere que estés ahí, contigo. Este es el momento, Tazarte.

⎯¿El momento? ⎯pregunto, levantando una ceja. No estoy seguro de si Jo está exagerando o si realmente sabe algo que yo no.

⎯¡Claro! Es la casa de campo. Es tiempo fuera de la rutina. Es intimidad. Es perfecto para conectar de una manera más… significativa ⎯hace un gesto exagerado con las manos, como si estuviera escribiendo el guion de una película romántica⎯. ¿No te das cuenta de que esto podría ser el principio de algo grande?

⎯O simplemente quiere compañía para no estar solo con su primo y los niños ⎯comento, intentando bajar un poco las expectativas.

Jo frunce el ceño y niega con la cabeza, claramente decepcionada de mi falta de entusiasmo.

⎯¿Por qué eres tan escéptico? ⎯pregunta, cruzando los brazos⎯. Daniel no invita a cualquiera a pasar un fin de semana fuera. Esto significa algo.

⎯Jo, no estoy diciendo que no signifique algo… solo que no quiero asumir nada. Daniel está confundido. Tiene demasiadas cosas pasando en su cabeza, y no quiero presionarlo. ⎯Suspiro, rascándome la nuca mientras intento explicarme⎯. Lo único que sé es que quiero estar ahí para él, pero no quiero forzar nada.

Jo me observa en silencio durante un momento, como si estuviera evaluando cada palabra que acabo de decir. Finalmente, asiente, pero lo hace con una sonrisa traviesa que no me da buena espina.

⎯Lo bueno es que iré con ustedes… y podré ver todo en primer plano ⎯dice, como si fuera la cosa más obvia del mundo.

⎯¿Qué? ⎯repito, sin poder ocultar mi sorpresa. Me enderezo de la pared, mirándola fijamente⎯. ¿Cómo que irás con nosotros?

⎯Voy a ayudar a mis primos a cuidar a los sobrinos. Además, mi hermano Jon también va, tiene vacaciones ⎯dice Jo, como si fuera lo más natural del mundo.

⎯Eso no es justo… ⎯protesto, cruzando los brazos.

⎯Claro que lo es. Además, así me aseguraré de que tú y Daniel tengan tiempo juntos. Y, de paso, espantaré a David, que suele ser como una mosca dando vueltas alrededor ⎯comenta con una sonrisa traviesa.

No puedo evitar reírme ante su elección de palabras. Solo Jo podría describir a su primo de esa manera. Otros lo describirían como un dios griego, pero para ella, claramente, es otra cosa.

⎯Será incómodo… ⎯murmuro, pensando en cómo la dinámica podría complicarse con Jo y su hermano Jon en el mismo lugar.

⎯No, ni siquiera notarás que estoy ahí. Seré como una sombra… una sombra encantadora, claro ⎯bromea, arqueando las cejas⎯. De verdad, Tazarte, verás que no te arrepentirás de que vaya. Además, si algo se pone raro, ¡yo lo arreglaré! Soy excelente para manejar dramas familiares.

⎯Eso no me tranquiliza mucho, Jo ⎯le respondo, con una mezcla de risa y resignación.

Ella me da un leve golpe en el brazo y sonríe ampliamente.

⎯Confía en mí. Al final del día, solo estoy ahí para ayudar… y bueno, tal vez para disfrutar un poco del espectáculo ⎯añade, guiñándome un ojo.

⎯Eso no suena nada tranquilizador ⎯le digo, levantando una ceja.

⎯Ah, vamos, Tazarte. Será divertido. Y quién sabe, tal vez hasta termines agradeciéndome. Después de todo, ¿cuántas veces alguien tiene la oportunidad de pasar un fin de semana en el campo rodeado de Ruiz de Con?

⎯¿Eso debería ser bueno o malo? ⎯pregunto en broma, alzando una ceja con una sonrisa divertida.

Jo se cruza de brazos y me lanza una mirada desafiante.

⎯Bueno, depende de cómo lo veas. Podrías considerarlo una experiencia única o… una prueba de resistencia. Tú decides.

⎯Ah, genial. Como un “survivor” de élite, pero versión aristocrática ⎯respondo, riendo.

Jo ríe también y asiente con entusiasmo.

⎯Exacto. Entre David, Jon, mis primos y mis sobrinos, esto va a ser un caos organizado. Pero, si sobrevives, Tazarte, juro que te ganarás una medalla de honor.

⎯¿Medalla de honor? Créeme, lo único que espero es agradarle más a Daniel… ⎯respondo, medio en broma, pero con un toque de sinceridad que no puedo ocultar.

Y otra cosa, dice mi voz interior. 

Jo me observa con una sonrisa torcida, como si supiera exactamente lo que estoy pensando, incluso lo que no digo en voz alta.

⎯Olvídate de Bart. Que descanse el fin de semana. Tú encárgate de cazar a un Ruiz de Con, y yo de casarlo… ⎯dice, con un tono que mezcla humor y determinación.

No puedo evitar reírme, aunque no sé si es de nervios o de felicidad. Jo tiene una habilidad especial para hacer que incluso las situaciones más serias se sientan como un juego emocionante, pero ahora mismo no estoy seguro de si debería tomarlo como una broma o como un plan maestro.

⎯¿De verdad crees que necesito un plan? ⎯pregunto, tratando de ocultar mi nerviosismo detrás de una sonrisa.

⎯Tazarte ⎯comienza, cruzando los brazos y mirándome con esa mirada de “escúchame bien”⎯, Daniel es un Ruiz de Con. Y los Ruiz de Con no se conquistan solos, siempre necesitan un empujoncito. Así que, sí, necesitas un plan.

⎯¿Y tú vas a ser mi estratega o mi cazadora personal? ⎯bromeo, aunque en el fondo sé que Jo es capaz de tomar este asunto demasiado en serio.

⎯Soy TU Ruiz de Con. Tienes una gran ventaja ⎯responde sin dudar, con esa confianza típica que la caracteriza. Me mira como si fuera evidente que, con ella de mi lado, el éxito está garantizado.

⎯Ah, claro, porque tener un Ruiz de Con como aliada siempre facilita las cosas… ⎯digo con sarcasmo, pero no puedo evitar sonreír. La energía de Jo siempre es contagiosa, incluso cuando me pone en estas situaciones tan extrañas.

⎯Todos los que entran a la familia siempre tienen ayuda de un Ruiz de Con… está en nuestra historia ⎯responde con orgullo, como si estuviera citando un mandato sagrado. Cruza los brazos y me mira como si acabara de darme el mejor regalo del mundo.

⎯Pues, gracias por la ayuda ⎯respondo con un tono medio sarcástico, medio sincero. No sé cómo lo hace, pero Jo siempre logra que me sienta un poco más ligero en estas conversaciones.

⎯Pero recuerda: estás jugando en terreno Ruiz de Con. Aquí, o ganas el partido o te vas a casa sin trofeo ⎯advierte, alzando una ceja con esa mezcla de seriedad y humor que solo ella maneja tan bien.

⎯¿Y tú te aseguras de que yo gane, ¿no? ⎯le digo, entre broma y en serio. Aunque las palabras salen con un tono juguetón, en el fondo no puedo evitar preguntarme si realmente lo que quiero es “ganar” o simplemente tener una oportunidad con Daniel.

⎯Obvio ⎯responde, dándome una palmadita en el hombro como si ya hubiera resuelto mi vida amorosa. Su sonrisa confiada ilumina la habitación⎯. Tienes a la mejor estratega de tu lado. No puedes perder.

⎯Esa confianza tuya me abruma ⎯respondo, dejando escapar una risa ligera.

⎯Es un don ⎯contesta, mientras toma su bolsa y se pone de pie, lista para salir⎯. Y ahora, como estratega oficial, declaro que necesitas un plan para ese fin de semana en el campo. Por suerte para ti, yo soy experta en todo lo que necesitas: desde manejar primos entrometidos hasta crear momentos románticos casuales. Así que… confía en mí.

⎯¿No crees que lo estás llevando un poco lejos? ⎯pregunto, entrecerrando los ojos con escepticismo.

Jo se detiene en la puerta y me mira, completamente seria por un segundo antes de volver a sonreír.

⎯Tazarte, si vas a jugar este partido, lo juegas bien. Ahora, déjame trabajar en mi magia.

Antes de que pueda responder, sale de la habitación con esa energía característica suya, dejándome entre divertido y un poco nervioso. ¿Qué clase de “magia” planea Jo para este fin de semana? No lo sé, pero lo único que puedo hacer es prepararme para lo que venga.

3 Responses

  1. Prepárate mi amor porque esta noche, te tengo preparada una sorpresa (canta mentalmente y se emociona)

  2. Ay Diossss me dio un mini infarto con eso del celular, bart, la confesion, el beso, jajajajaja mori. Y Jo es tan unica jajaja me encanta. Preparate Tazarte

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