Titular: Éxito rotundo en el evento de Santander Vinos, pero todas las miradas apuntan a Ana Eva y su misteriosa pareja
El evento anual de Santander Vinos, celebrado anoche en Madrid, se consagró una vez más como uno de los encuentros más destacados del mundo empresarial y social. Con una organización impecable, exquisitas degustaciones de nuevas añadas y la presencia de figuras clave de la industria vinícola, la velada fue, sin duda, un éxito rotundo.
Sin embargo, más allá de los logros de la bodega y la sofisticación del evento, lo que realmente acaparó la atención de los asistentes fue la aparición de la directora de Santander Vinos, Ana Eva Santander, acompañada de un misterioso y joven caballero. La empresaria, conocida por su elegancia y discreción, llegó al evento en solitario, pero no tardó en ser vista en compañía de Xavier Blanco, un apuesto hombre cuya presencia generó un sinfín de rumores.
Blanco, quien se presentó como la pareja de Ana Eva, cautivó a los asistentes con su carisma, naturalidad y una espontaneidad que contrastaba con el habitual carácter reservado de la empresaria. Durante la cena, su interacción fue el centro de atención de la sala, e incluso mesas vecinas se unieron al relato improvisado que Xavier compartió sobre cómo comenzó su historia con Ana Eva. Su cercanía, gestos cálidos y su habilidad para conquistar con palabras no pasaron desapercibidos, dejando claro que esta nueva faceta de la empresaria ha despertado curiosidad y fascinación.
Varios invitados, incluidos socios importantes y figuras de la prensa especializada, comentaron que la química entre Ana Eva y Xavier era innegable. Mientras algunos se preguntaban sobre el trasfondo del joven acompañante, otros celebraban esta renovada etapa en la vida de la influyente directora.
A pesar del impacto de su aparición, ni Ana Eva ni Xavier ofrecieron declaraciones formales sobre su relación, dejando en el aire una intriga que promete generar aún más atención en futuros eventos.
Por ahora, queda claro que, además de un éxito comercial, Santander Vinos ha vuelto a marcar tendencia en el ámbito social, y el próximo movimiento de Ana Eva Santander y Xavier Blanco será seguido de cerca por todos.
—Todo un éxito, ¿ves? —comenta Xavier, bajando el periódico y terminando de leer la noticia con una sonrisa de satisfacción. Ana Eva le había dicho que pasaría por él, pero Xavier como siempre, hizo lo que quiso y fue directo a la oficina.
Ana Eva permanece en silencio, con la mirada fija en la ventana. Lleva unos pantalones de vestir que realzan su esbelta figura y una blusa de color rojo vino con cuello en V, dejando al descubierto un delicado dije de oro que cuelga sobre su pecho. Su postura, recta y elegante, proyecta calma, pero su mente está lejos de estar tranquila.
—No les gustará que hablaron más de nosotros que del evento del vino, —murmura, casi para sí misma.
—¿Y eso qué tiene? —pregunta Xavier, cruzando una pierna sobre la otra mientras se reclina en la silla de su escritorio, irradiando seguridad—. Se supone que eso querías, ¿no? ¿Ves alguna noticia de Gerardo y su amante? No. En el titular viene solo tu nombre… y el misterioso acompañante.
Ana Eva suspira, entrecerrando los ojos como si procesara sus palabras
—Lo sé. Lo sé… —admite, girándose lentamente para mirarlo.
Xavier, sentado en una de las sillas frente al escritorio de Ana Eva, parece la encarnación de la confianza. Su traje azul hecho a medida abraza perfectamente su figura atlética, y la corbata más oscura añade un aire de sofisticación calculada. Su presencia, relajada pero imponente, llena la habitación como si siempre hubiera sido su espacio. Aunque no le pertenece, se comporta como si así fuera.
—¿Qué te preocupa, entonces? —insiste Xavier, dejando el periódico sobre el escritorio, cruzando los brazos y fijando su mirada en ella con curiosidad.
Ana Eva desvía la mirada un instante hacia sus brazos, que llenan a la perfección las mangas del saco. Esa atención a los detalles físicos que él siempre parece tener se mezcla con la irritación que sus palabras le generan.
—Quiero destruir a Gerardo, pero no quiero opacar la marca Santander, —admite Ana Eva finalmente, soltando un suspiro contenido—. Se supone que este evento es el más importante del año, y, sin embargo, no están hablando de eso.
Xavier alza una ceja, su expresión tranquila pero atenta.
—En este periódico, —señala el diario sobre el escritorio, con un gesto despreocupado—, solo es uno de los cientos que hay en Madrid.
Ana Eva lo mira, intentando medir si su indiferencia es una muestra de confianza absoluta o de simple descuido. Su ceño se frunce ligeramente, incapaz de contener la irritación.
—¿Por qué tomas todo tan a la ligera? —comenta, su tono con un matiz de reproche, pero también de genuina curiosidad.
Xavier se inclina un poco hacia delante, apoyando los codos sobre las rodillas, reduciendo la distancia entre ellos. Su rostro, ahora más cerca, refleja una mezcla de paciencia y determinación.
—No lo tomo a la ligera, Ana Eva, —responde con calma—. Lo que hago es ver el panorama completo. Claro, este periódico habla de nosotros. ¿Y qué? Eso era parte del plan, ¿no? Nadie está diciendo que el evento fue un fracaso. La atención está donde queremos que esté: en ti. En nosotros. Y mientras sigan hablando de eso, Gerardo no puede opacarte. Eso es lo importante.
Ana Eva cruza los brazos, asimilando sus palabras, pero no del todo convencida. Hay algo en su actitud relajada que la irrita, pero también hay una parte de ella que reconoce que Xavier está viendo algo que ella no.
—Esto no es un juego, Xavier. Es mi vida, mi reputación. Y si la prensa empieza a pintar esto como un circo, no será fácil recuperarme.
Xavier la observa con intensidad, su mirada suave pero segura, casi desafiándola a contradecirlo.
—No te estás arrepintiendo, ¿o sí? —pregunta, con un tono que mezcla curiosidad y provocación.
Ana Eva le sostiene la mirada, su postura firme como siempre.
—Yo nunca me arrepiento de nada, —dice con seguridad, pronunciando cada palabra como una declaración inquebrantable—. Solo no me gusta que cambien mis planes.
Xavier sonríe, dejando escapar una risa ligera, su expresión tan relajada como siempre.
—Es un juego sucio, mi amor, —le dice, con un tono que roza lo sensual, mientras se reclina hacia ella—. Y te puedo asegurar que si yo fuese Gerardo, jugaría sucio también.
Ana Eva frunce el ceño ligeramente, pero no responde de inmediato. Él aprovecha el momento para continuar, su voz adquiriendo un matiz más serio.
—Este no es un plan, Ana Eva. Es la guerra. Y en la guerra, no hay guiones perfectos, ni movimientos predecibles. Lo que importa es ganar, y para eso, tienes que estar dispuesta a ensuciarte las manos.
Las palabras de Xavier calan hondo. Ana Eva lo observa, analizando cada uno de sus gestos, buscando algún indicio de duda en él, pero no encuentra nada más que confianza. Finalmente, su boca se curva en una leve sonrisa, una que mezcla desafío y aceptación.
—Supongo que esperas que hagamos algo juntos, ¿hoy? —pregunta Ana Eva, su tono neutral, aunque sus ojos no ocultan cierta curiosidad.
Xavier se inclina ligeramente hacia ella, pero antes de que pueda responder, el sonido de un golpe en la puerta interrumpe la creciente tensión entre ambos. Él se aleja un poco, cruzando los brazos, mientras Ana Eva mantiene su mirada fija en él, esperando alguna señal de lo que sigue.
—Dime, —dice Ana Eva con autoridad, sin apartar los ojos de Xavier.
Fernando aparece en el umbral, su rostro solemne como siempre.
—El señor Gerardo está aquí, —anuncia, sin rodeos.
Xavier se pone de pie de inmediato, y con movimientos rápidos pero fluidos, acorrala a Ana Eva contra el escritorio, dejándola completamente desconcertada.
—¿Qué haces? —pregunta ella, su voz tensa mientras intenta retroceder, aunque no tiene espacio.
Las manos de Xavier envuelven su cintura, atrayéndola hacia él, y su rostro se acerca peligrosamente a su oído. Ana Eva siente cómo su piel se eriza ante la proximidad inesperada, el calor de su respiración contra su cuello.
—¿Qué haces? —repite, esta vez con un tono entre sorprendido e irritado.
—Jugando sucio, —susurra Xavier con una sonrisa que ella no puede ver, pero que siente en la intensidad de su voz.
—¿Qué? —Ana Eva está a punto de empujarlo, pero él no le da tiempo.
—Finge que ríes, —insiste, su tono firme pero bajo, casi como una orden—. Hazlo. Ahora.
La puerta se abre de golpe, y Ana Eva, contra toda lógica, deja escapar una leve risa. No sabe cómo, pero la naturalidad de su risa sorprende incluso a ella misma. Xavier, sin perder el ritmo, sube una mano por su espalda, rozando suavemente su piel a través de la tela, mientras sus labios se posan en su hombro con una ternura ensayada pero efectiva.
—Ana Eva, —la voz de Gerardo interrumpe el momento, seca y cargada de desaprobación.
Xavier no se inmuta. Gira ligeramente el rostro hacia Gerardo, pero sin soltar a Ana Eva, quien mantiene la calma a pesar del torbellino de emociones que siente en ese instante.
—Gerardo, —dice Xavier con una sonrisa despreocupada, inclinándose ligeramente hacia él mientras mantiene a Ana Eva firmemente en su lugar—. Qué sorpresa verte por aquí. Debo admitir que no llegas en un buen momento. Como ves, estábamos ocupados.
Gerardo, con el rostro tensado por una mezcla de incomodidad y enojo, no aparta la mirada de Ana Eva, como si con solo observarla pudiera desentrañar el significado de la escena.
—Bueno, esta es mi empresa. Puedo venir cuando desee, —responde, su tono frío y calculado, pero su atención aún fija en ella.
Ana Eva permanece callada, manteniendo la compostura a pesar del torbellino de emociones que siente. Las caricias de Xavier, subiendo y bajando lentamente por su espalda, logran mantenerla anclada en el momento, pero también la llenan de una incomodidad que no esperaba.
—Pues, qué bueno, pero hasta donde a mí me concierne, esta no es tu oficina, —replica Xavier con una sonrisa afilada, sin mostrar ni un ápice de intimidación—. Tal vez antes podías entrar así, pero ahora… ya no.
Gerardo da un paso hacia delante, su postura rígida y su mirada oscura.
—¿Quién te crees tú para darme instrucciones en mi propia empresa? —pregunta, molesto, mientras sus ojos finalmente se desvían hacia Xavier.
Xavier no se inmuta. Mantiene su sonrisa, ahora con un toque de desafío.
—Alguien que claramente está ocupando un lugar que tú dejaste vacío, —responde con un tono calmado pero cargado de intención.
Ana Eva, consciente de que la tensión está escalando más de lo necesario, decide intervenir. Con una voz firme y sin dejar que su incomodidad aflore, pone fin al enfrentamiento.
—Basta, Gerardo, —dice finalmente, su tono tan afilado como el filo de un cuchillo.
Ambos hombres giran la mirada hacia Ana Eva. Xavier le lanza una rápida mirada de complicidad, mientras Gerardo la observa con una mezcla de incredulidad y desafío. La tensión en el aire es palpable, y Ana Eva no pierde la oportunidad de mantener el control.
—¿Qué quieres? —pregunta, su voz firme y sin rastro de debilidad.
Gerardo da un paso adelante, intentando recuperar algo de autoridad en la situación.
—Necesito hablar contigo… a solas, —comenta, dirigiendo una mirada significativa a Xavier, como si esperara que comprendiera su lugar y se retirara.
Pero antes de que Xavier pueda decir algo, Ana Eva toma la palabra, sus ojos clavados en los de Gerardo.
—Lo que quieras decirme, puedes hacerlo frente a él, —responde, su tono neutral, pero con un filo que deja en claro que no piensa ceder.
Gerardo aprieta la mandíbula, claramente incómodo con la presencia de Xavier. Mira a Ana Eva como si intentara medir cuánto control tiene realmente sobre la situación, pero su expresión rápidamente delata su frustración.
—Esto es un asunto personal, Ana Eva, y creo que lo sabes.
—Todo lo que concierne a mi vida ahora incluye a Xavier, —replica ella, sin titubear—. Así que, si tienes algo que decir, adelante. Estoy escuchando.
Xavier se cruza de brazos, apoyándose ligeramente en el escritorio como si disfrutara del espectáculo; aun así, sin perder su postura de protección hacia Ana Eva. Su sonrisa, aunque contenida, no hace más que irritar a Gerardo, quien desvía la mirada hacia él.
—¿De verdad necesitas a alguien para defenderte? —pregunta Gerardo, con un tono cargado de sarcasmo.
Ana Eva da un paso adelante, colocándose entre los dos hombres, pero manteniendo su posición firme.
—No necesito que nadie me defienda, Gerardo. Pero tampoco necesito que me des órdenes ni que creas que puedes intimidarme. Así que, por última vez, ¿qué quieres?
Gerardo resopla, su frustración evidente, pero finalmente decide hablar.
—Esto se está saliendo de control, Ana Eva. Sabes que lo que estás haciendo con… este sujeto— señala a Xavier sin mirarlo directamente— no es solo perjudicial para ti, sino para nuestra familia.
Ana Eva ríe, un sonido bajo y seco que corta el aire.
—¿Familia? —repite, con sarcasmo—. ¿Hablas de familia ahora, Gerardo? Qué conveniente.
Xavier observa a Ana Eva en silencio, dejando que tome el control de la conversación. Gerardo, por su parte, parece quedarse sin argumentos mientras ella lo enfrenta, sin ceder un ápice.
—Tus hijos vieron la noticia… —dice Gerardo, con un tono que busca hacerla sentir culpable.
Ana Eva, aunque inmutable por fuera, siente un ligero nudo en la garganta. Había estado tan concentrada en su plan, en su venganza, que había olvidado completamente a sus hijos mayores, quienes vivían en sus internados lejos de ella. Su mente se detiene un instante, recordando sus rostros.
—¿Y? —responde, recuperando su compostura y manteniendo su tono desafiante.
Gerardo la observa con una mezcla de reproche y exasperación antes de continuar:
—Creen que es ridículo que salgas con un hombre como Xavier.
Ana Eva ríe, un sonido bajo y cargado de sarcasmo, que resuena en la oficina y desarma momentáneamente a Gerardo.
—Pero que tú me hayas engañado con una modelo de la edad de nuestro hijo mayor… ¿eso no les parece ridículo?—lanza con una sonrisa fría, dando un paso hacia él—. Venga, Gerardo. Eres mejor que eso. No seas tan cobarde como para escudarte en los niños.
La expresión de Gerardo cambia; su postura de superioridad se desmorona levemente. Por un instante, parece querer replicar, pero las palabras no salen. Ana Eva aprovecha el silencio para tomar el control completo.
—Mis hijos son lo único que respeto de nuestra relación, pero no voy a permitir que uses sus opiniones como arma para hacerme retroceder. Si quieres hablar de ellos, asegúrate de tener algo más inteligente que decir, porque esta conversación no va a funcionar conmigo.
Xavier, hasta ese momento en silencio, cruza los brazos y observa la escena con una leve sonrisa, como si estuviera disfrutando del espectáculo.
—Quiero decirte algo, —dice Gerardo, mirando directamente a Xavier con una mezcla de desafío y desdén—. No creo ni por un segundo esa historia que contaste ayer sobre cómo conociste a Ana Eva.
Hace una pausa, su mirada se desvía hacia Ana Eva, con un gesto cargado de desprecio.
—Esta mujer es fría, sin alma, y no cambia. Jamás se atrevería a hacer todo lo que dices. ¿Me entiendes?
La tensión en la habitación aumenta, pero Xavier no se inmuta. En lugar de responder de inmediato, suelta una leve risa, baja y casi burlona. Luego, con una calma inquietante, rodea la cintura de Ana Eva con su brazo y la atrae hacia él, rompiendo cualquier barrera física entre ambos. El gesto no solo es protector, sino claramente desafiante.
—¿Fría, sin alma? —comenta Xavier, inclinándose ligeramente hacia Ana Eva, como si considerara sus palabras—. Curioso. Yo diría que es todo lo contrario. Apasionada, valiente, una mujer que sabe lo que quiere. Tal vez el problema no era ella, sino la forma en la que la mirabas. ¿No te parece, Gerardo?
El tono de Xavier es afilado, pero no pierde su sonrisa tranquila, mientras sus dedos suben ligeramente por la espalda de Ana Eva, reforzando la cercanía entre ellos. Ana Eva, aunque tensa por el comentario de Gerardo, mantiene su expresión serena, permitiendo que Xavier lleve el control de la situación.
Gerardo aprieta la mandíbula, claramente molesto, pero intenta no perder la compostura.
—Sé perfectamente quién es Ana Eva, y no voy a caer en este jueguito barato que tienen ustedes dos. —Sus ojos se clavan en Ana Eva, como si intentara atravesarla con su mirada—. ¿De verdad estás dispuesta a rebajarte a esto? Fingir una vida que no es tuya.
Antes de que Ana Eva pueda responder, Xavier se adelanta.
—Rebajarse, dices. —Se endereza, sin soltar a Ana Eva—. Yo más bien diría que ha elevado sus estándares. Si te molesta tanto, Gerardo, quizás deberías preguntarte por qué. ¿Es porque sabes que ahora hay alguien que realmente la valora?
El comentario de Xavier golpea directamente, y por un instante, Gerardo parece descolocado. Sin embargo, su mirada endurecida vuelve rápidamente a Ana Eva.
—Esto no ha terminado. —Su voz es baja, pero cargada de amenaza.
Ana Eva, finalmente, habla, su tono firme y helado:
—No, Gerardo. Esto apenas comienza. Ahora, si no tienes nada más que decir, sabes dónde está la salida.
Gerardo la observa un momento más antes de girarse bruscamente y salir de la oficina, cerrando la puerta con fuerza. En cuanto se va, Ana Eva se separa ligeramente de Xavier, quien sigue con una sonrisa en los labios.
—¿Fría y sin alma? —comenta Xavier, divertido—. Definitivamente no te conoce.
Ana Eva lo mira, sin poder evitar una leve sonrisa irónica.
—Tú tampoco, —responde Ana Eva con un tono firme, mientras regresa a su escritorio—. En sí, creo que nadie lo hace.
Xavier se queda en silencio, observándola mientras se sienta con elegancia y comienza a acomodar unos documentos, como si el intercambio con Gerardo no la hubiera afectado en absoluto. Pero él sabe que no es así. Puede verlo en los pequeños detalles: la ligera tensión en sus hombros, el modo en que sus dedos se detienen por un instante antes de retomar su tarea. Ese escudo que ha construido a lo largo de los años es tan imponente como fascinante, diseñado para que nadie llegue a conocerla realmente.
Xavier cruza los brazos, apoyándose en el borde del escritorio, sin apartar la mirada de ella.
—¿Siempre ha sido así? —pregunta, su tono más suave, sin el sarcasmo que suele usar.
Ana Eva lo mira por un segundo, sus ojos buscando algo en él, pero rápidamente desvía la mirada, como si la pregunta fuera demasiado personal.
—¿El qué? —responde, fingiendo indiferencia.
—Ese muro, —dice Xavier, señalándola con un gesto de su mano—. Esa manera en la que mantienes a todos a raya. Ni siquiera tu exmarido, después de años contigo, parece haber entendido quién eres realmente.
Ana Eva suelta una leve risa, seca y sin humor, mientras entrelaza las manos sobre el escritorio.
—No es un muro, Xavier. Es supervivencia. —Lo mira directamente a los ojos, su expresión tan dura como su tono—. Si no mantienes las cosas bajo control, las personas encuentran formas de dañarte. Y eso no me lo puedo permitir.
Xavier asiente lentamente, procesando sus palabras. Por primera vez, entiende que su fría fachada no es solo una estrategia de poder; es una armadura forjada a base de dolor, decepciones y sacrificios.
—¿Y qué pasa si alguien intenta conocerte de verdad? —pregunta, su voz baja, casi un susurro—. ¿Lo permites o simplemente cierras más el muro?
Ana Eva lo observa, esta vez sin responder de inmediato. Por un momento, parece que sus palabras la han alcanzado de una manera que no esperaba. Pero, en lugar de profundizar, vuelve a desviar la conversación.
—No estamos aquí para analizarme, Xavier. Estamos aquí para un propósito. No lo olvides. Deja de preguntarme.
Ana Eva lanza las palabras con firmeza, dejando en claro que no hay lugar para la introspección ni para desviar el foco de su misión. Xavier sonríe ligeramente, como si su tono no lo intimidara en absoluto. Sin embargo, no insiste más. En cambio, la observa con atención, como si intentara descifrar el complejo rompecabezas que ella representa. Ella retoma su trabajo, dejando que el silencio domine la habitación, pero no puede evitar sentirse incómoda bajo el peso de la mirada de Xavier. Él no dice nada, pero su presencia lo llena todo. La sensación de ser estudiada, de ser vista más allá de su fachada, la inquieta, aunque no lo demuestre.
Minutos más tarde, Ana Eva cierra el expediente en el que estaba trabajando. Con movimientos meticulosos, guarda su agenda y unos papeles en su portafolio de cuero, y luego toma su abrigo de la percha junto al escritorio.
—Vamos… —le indica, sin levantar demasiado la voz.
Xavier, que estaba cómodamente sentado, levanta una ceja, intrigado.
—¿A dónde?
Ana Eva lo mira fijamente, su expresión cargada de impaciencia. No responde, pero su mirada es suficiente para que Xavier entienda que no está de humor para explicaciones. Con un suspiro resignado y una ligera sonrisa divertida, se pone de pie y la sigue.
Después de unos minutos, ambos viajan en la parte trasera de la camioneta de Ana Eva Santander. Ella está concentrada leyendo unos papeles, mientras Xavier observa hacia la calle, sumido en sus pensamientos. El silencio entre ellos no es solo incómodo; es casi palpable, como si cada uno estuviera lidiando con sus propias dudas y frustraciones. Con Ana Eva, todo ha sido incómodo hasta ahora, piensa Xavier, pero de alguna manera esa incomodidad tiene algo de adictivo.
Mientras las luces de la ciudad se reflejan en las ventanas, Xavier no puede evitar preguntarse si tomó la decisión correcta al aceptar este extraño acuerdo. ¿Qué estaba haciendo aquí? se cuestiona por enésima vez. Podría haber seguido trabajando en ese bar donde, aunque no ganaba mucho, al menos tenía la libertad de ser él mismo, sin expectativas más allá de preparar bebidas y charlar con los clientes.
Ahora, sin embargo, es un muñeco en manos de Ana Eva Santander, un accesorio que ella mueve a su antojo. Pero, al mismo tiempo, algo en esta dinámica le intriga profundamente. ¿Hasta dónde puede llegar este juego? se pregunta, permitiéndose un atisbo de curiosidad.
Finalmente, la camioneta se detiene frente a unos elegantes edificios con una fachada moderna y ventanales que brillan bajo las luces de la noche. El chófer baja de inmediato para abrir la puerta a Ana Eva, quien guarda los papeles en su portafolio con movimientos calculados antes de mirar a Xavier.
—Vamos… —le dice con un gesto breve antes de descender.
Xavier baja detrás de ella, y mientras caminan hacia la entrada del edificio, se da cuenta de que cualquiera que los viera pensaría que son más empleador y empleado que pareja. Ana Eva camina con una seguridad que hace parecer que todo el mundo le pertenece, mientras él la sigue con una mezcla de fascinación y desconcierto.
Cuando llegan a la puerta, Ana Eva saca una tarjeta y se la entrega a Xavier.
—¿Qué hacemos aquí? —pregunta, aún confundido por el misterio.
—Venimos a tu piso, —responde ella con total naturalidad, como si lo que acaba de decir fuera lo más obvio del mundo—. Aquí vas a vivir.
Xavier parpadea, sorprendido, mientras sigue sus pasos al interior del edificio. Ambos entran al elevador, y Ana Eva escanea otra tarjeta que activa de inmediato el número del piso. La cabina comienza a ascender con un movimiento suave, pero su firmeza se siente en el silencio que los rodea.
—Solo quien tiene la tarjeta puede acceder al piso. Solo la tenemos tú y yo, —le aclara Ana Eva, mirándolo por un momento antes de fijar nuevamente la vista en las puertas del elevador.
Cuando las puertas se abren, lo que Xavier ve lo deja sin palabras. Frente a él se despliega un espacio amplio, elegante y moderno, que podría haber salido de una revista de diseño. Los enormes ventanales ofrecen una vista espectacular de la ciudad, las paredes están adornadas con arte contemporáneo cuidadosamente seleccionado, y los muebles de líneas limpias y colores neutros transmiten lujo sin ser ostentosos.
—Este… es tuyo, —dice Ana Eva, avanzando al interior del piso con pasos seguros—. O al menos lo será mientras estés bajo contrato conmigo.
Xavier tarda unos segundos en asimilarlo, mientras recorre el espacio con la mirada, notando detalles como la cocina completamente equipada, una sala con un enorme sofá, y una habitación principal que se ve tan cómoda como lujosa.
—No esperaba algo así, —admite finalmente, girándose hacia ella.
Ana Eva deja su portafolio sobre la isla de la cocina y lo mira con calma.
—Necesitas un lugar que se ajuste a la imagen que estamos proyectando. Aquí tendrás todo lo que necesitas para convertirte en lo que necesito que seas. Eres libre de hacer lo que quieras aquí. —Ana Eva dice estas palabras con tono calmado pero firme, dejando en claro las reglas de este nuevo entorno.
—¿Libre? —Xavier repite con una sonrisa que mezcla ironía y diversión.
Ana Eva lo observa con una ceja ligeramente arqueada, pero decide jugar su propio juego.
—Sí. Puedes leer, escribir, hacer ejercicio; hay un gimnasio en la planta baja, —añade, cruzando los brazos mientras lo mira directamente.
—¿Puedo salir? —pregunta él, su tono burlón, pero con un dejo de curiosidad genuina.
Ana Eva lo mira fijamente a los ojos y hace una mueca que intenta ser una sonrisa.
—Claro que puedes salir. No eres mi prisionero. Además, siempre haces lo que deseas, ¿no? —comenta, logrando que Xavier suelte una risa breve—. Puedes salir, solo recuerda lo que dicta el contrato. Y no puedes traer amiguitas al piso.
Xavier, divertido, se deja caer en el amplio sofá, extendiendo los brazos sobre el respaldo. Su postura relajada y su imponente físico hacen que domine visualmente el espacio. Sus ojos brillan con un destello de travesura.
—¿Amiguitas? —pregunta, fingiendo curiosidad.
—Sí. Amigas o amiguitas. Solo tú y yo podemos subir a este piso. Posiblemente también Fernando. Nadie más. ¿Tienes algún problema con eso? Firmaste el contrato y…
Xavier la interrumpe con una sonrisa burlona.
—Pero no decía que no podía tener relaciones…
Ana Eva, alzando ligeramente el mentón, lo enfrenta con seriedad.
—Está implícito, Xavier. En el contrato eres mío.
En cuanto pronuncia esas palabras, un leve rubor sube por sus mejillas. No sabe por qué dijo eso, pero no puede retractarse ahora. Xavier lo nota, y su expresión cambia. Su sonrisa se desvanece, dando paso a una intensidad que la hace sentirse un poco vulnerable.
—¿Soy tuyo? —pregunta con un tono grave, su voz resonando en el espacio mientras fija sus ojos en los de ella.
Ana Eva intenta mantener su compostura, aunque siente su corazón acelerarse.
—Sabes a lo que me refiero, —responde, con una voz que intenta ser firme—. Si traes amigas o tienes relaciones, alguien podría verte y arruinar el plan. Aunque no esté explícito en el contrato… está implícito.
Xavier se pone de pie con una fluidez que resulta intimidante, su altura amplificando su presencia. Ana Eva, aunque alta para una mujer, siente la diferencia y, por primera vez en mucho tiempo, nota que alguien puede superarla físicamente.
—¿Implícito? —repite Xavier, inclinándose ligeramente hacia ella mientras mantiene su mirada fija—. ¿Así ha sido siempre todo para ti? ¿Implícito?
Ana Eva respira hondo, tratando de controlar su nerviosismo. Su voz no tiembla, pero hay algo en su tono que revela que la pregunta la ha afectado.
—No… No sé a qué te refieres, —contesta, su tono firme pero con una pequeña grieta de duda.
Xavier da un paso más cerca, reduciendo aún más la distancia entre ellos. Su proximidad la obliga a mirarlo directamente, y aunque intenta no mostrarlo, Ana Eva siente cómo su control habitual comienza a desmoronarse. La intensidad en los ojos de Xavier es inquebrantable, y su voz, baja, pero firme, resuena en el espacio como si desafiara su fachada.
—Sí sabes a qué me refiero, —insiste él, su tono cargado de significado—. Estaba implícito en tu matrimonio que tenías que ser fiel, pero tu esposo no lo hizo. Está implícito en nuestro contrato que soy tuyo, pero tú no lo demuestras. Las personas no leen tu mente, Ana Eva. No pueden adivinar lo que quieres… tienes que decirlo.
Las palabras de Xavier golpean con fuerza, y Ana Eva, sin darse cuenta, da dos pasos hacia atrás, hasta que su espalda toca el muro. Se recarga ligeramente contra él, buscando estabilidad, mientras sigue viéndolo fijamente. Su mirada no se quiebra, pero dentro de ella se libra una batalla para mantener el control.
—Yo te digo lo que deseo, —responde, intentando que su voz no tiemble.
Xavier inclina un poco la cabeza, como si analizara cada una de sus palabras.
—No, me dices lo que crees que es mejor… no lo que tú deseas. —Hace una pausa, dejando que el silencio pese en el aire antes de inclinarse un poco más hacia ella—. Dime, Ana Eva… ¿qué es lo que quieres?
La cercanía entre ellos es asfixiante, pero no en un mal sentido. Es una tensión que la envuelve, una fuerza que la mantiene inmóvil y, al mismo tiempo, la hace querer escapar. Ana Eva suspira profundamente, intentando ahuyentar el nerviosismo y la tensión que crecen en el ambiente. Los ojos de Xavier la hipnotizan; hay algo en ellos que parece hablar más que sus palabras.
—Quiero… —comienza, con la voz apenas un murmullo, como si estuviera saliendo de un trance. Por un momento, siente que está a punto de decir algo que nunca antes ha pronunciado.
Pero entonces, como si algo dentro de ella la despertara, sale del hechizo con rapidez y retoma su postura defensiva.
—Quiero que hagas lo que está en el contrato y no traigas amiguitas… ¿vale? —contesta con firmeza, sus palabras como un escudo para protegerse de lo que estaba a punto de revelar.
Xavier la observa, y una ligera sonrisa se dibuja en sus labios, pero no es burlona. Es una mezcla de aceptación y conocimiento. Da un paso atrás, dándole el espacio que claramente necesita, y asiente con una calma que resulta inquietante.
—Vale, Ana Eva. No habrá amiguitas, —responde Xavier, su tono relajado pero con un destello de desafío en los ojos que Ana Eva no pasa por alto.
Ella, aliviada por la distancia que él finalmente pone entre ambos, endereza su postura y camina hacia la ventana. Sus pasos son firmes, pero en su mente aún resuena el peso de la conversación. Observa la ciudad desde lo alto, intentando recuperar su compostura.
—Yo quisiera pedirte algo, —la voz de Xavier rompe el silencio. Hay un tono diferente en él, algo menos desafiante, casi serio.
Ana Eva se gira lentamente, cruzándose de brazos mientras lo observa con atención.
—Sí… claro. Ya te dije, no eres mi prisionero, —responde, tratando de mantener su tono neutral.
Xavier sonríe, ese tipo de sonrisa que parece un preludio de algo inesperado.
—Necesito que me des algo que hacer.
Ella frunce ligeramente el ceño, confundida.
—¿Cómo?
Xavier suelta una risa ligera y da un paso hacia ella, aunque mantiene una distancia respetuosa.
—Sí. Ya te dije que no puedo ser tu Ken, esperando en casa de Barbie hasta que ella viene en su convertible y lo pasea, —dice con sarcasmo, levantando las manos para enfatizar sus palabras—. Estoy acostumbrado a trabajar, a moverme, a tener una rutina. Así que te pido, dame algo que hacer. Supongo que está implícito en mi contrato que no puedo buscar trabajo, ¿cierto?
Ana Eva suspira, sabiendo que tiene razón.
—Lo está… —admite, con una ligera irritación que no logra ocultar.
—Así que… dame algo que hacer, —repite Xavier, con un tono más suave pero firme—. Me volveré loco si solo me la paso encerrado aquí, esperando el próximo evento.
Ana Eva lo observa durante unos segundos, evaluando su petición. Sabe que lo que dice tiene lógica; un hombre como él, acostumbrado a la acción, no se conformará con una vida de adorno. Finalmente, asiente, aunque su expresión refleja la carga de tener que pensar en otra pieza del rompecabezas.
—Bien… pensaré en algo, —dice con un leve tono de resignación.
Xavier sonríe, satisfecho.
—Gracias.
El ambiente en la habitación se relaja ligeramente, aunque la intensidad de su interacción previa aún flota en el aire como un eco sutil. Ana Eva, de pie junto a la ventana, observa la ciudad con una mirada reflexiva. Se da cuenta de algo que había intentado ignorar hasta ahora: Xavier no es solo una herramienta en su plan, es un elemento impredecible que, si no maneja cuidadosamente, podría cambiar todo, para bien o para mal.
Sin embargo, también sabe que los tratos deben ser mutuos, y Xavier no se conformará con ser una pieza más en su tablero.
—La música, —dice de repente, rompiendo el silencio y llamando la atención de Xavier.
—¿Cómo? —pregunta él, frunciendo ligeramente el ceño, sin comprender a qué se refiere.
Ana Eva se gira hacia él, sus ojos más suaves que de costumbre.
—Ayer me dijiste que tengo que demostrar algo que me gusta, algo que le haga ver a Gerardo que estoy mejor sin él, ¿recuerdas? —Hace una pausa, como si estuviera organizando sus pensamientos—. La música. Siempre me gustó. Podemos empezar yendo a conciertos juntos y de ahí…
Xavier esboza una sonrisa. No puede evitarlo; este lado más humano de Ana Eva lo desconcierta y lo fascina al mismo tiempo.
—Vale, —responde, con un tono relajado que contrasta con la sorpresa que realmente siente.
Ana Eva lo observa por un momento, evaluando su reacción, antes de continuar con una propuesta inesperada.
—Te propongo que hagamos una lista, —dice, cruzando los brazos como si intentara protegerse de la vulnerabilidad de sus propias palabras—. Cosas que a mí me gustan, cosas que a ti te gustan… y las hacemos. ¿Te parece?
Xavier parpadea, claramente sorprendido por el cambio en ella. La Ana Eva que había conocido hasta ahora no parecía ser alguien que cediera, mucho menos alguien que sugiriera algo tan… colaborativo. Pero justo cuando su mente empieza a considerar las implicaciones de este cambio, nota por la ventana algo que lo hace conectar las piezas: los paparazzi. Siguen la camioneta, sus cámaras apuntando directamente hacia ellos.
Comprende entonces que esta propuesta no es solo un acto de apertura; es también una estrategia. Una manera de fortalecer la narrativa que están construyendo juntos. Aun así, decide no comentar nada. Aunque sea una estrategia, el hecho de que Ana Eva esté dispuesta a incluirlo en el proceso ya es una pequeña victoria.
—Me parece, —responde finalmente, con una sonrisa que mezcla diversión y desafío—. Pero no esperes que sea un camino fácil. Mis gustos pueden ser un poco… extremos.
Ana Eva alza una ceja, intrigada pero manteniendo su compostura.
—Extremos, ¿cómo qué? —pregunta con un tono que mezcla curiosidad y escepticismo.
—Bueno, —dice Xavier, acercándose un poco a ella—, digamos que salir a bailar salsa hasta el amanecer o probar deportes acuáticos no es algo que me moleste. ¿Y tú? ¿Qué tan dispuesta estás para salir de tu zona de confort, Ana Eva?
Ella sonríe levemente, pero no responde de inmediato. En cambio, se gira hacia la ventana, observando a los paparazzi que intentan seguirles el ritmo.
—Estoy dispuesta a probar… con tal de que el plan funcione, —dice finalmente, aunque su tono deja entrever que hay algo más detrás de sus palabras.
Xavier asiente, satisfecho.
—Entonces hagamos la lista. Pero prepárate, jefa. Porque esto no será solo una actuación.
Ana Eva lo mira de reojo, su expresión impenetrable, pero su mente está lejos de estar tranquila. El comentario de Xavier resuena en su cabeza, su tono entre desafío y complicidad deja una marca que no puede ignorar. Sin embargo, ella es una Santander, y los Santander siempre consiguen lo que quieren… aunque eso implique romper las reglas implícitas que siempre la han mantenido en control.
—Bien… hagámoslo, —responde con firmeza, su voz tan sólida como su mirada fija en la ventana. Desde ahí puede ver cómo su vida ha cambiado en tan poco tiempo. Todo el mundo parece estar atento a Ana Eva Santander, y aprovecharía cada cámara y cada medio para demostrar quién es… para enviarle un mensaje claro a Gerardo.
“Te metiste con la Santander equivocada”.
Quiero ver hasta donde es capaz Xavier de sacar a Ana Eva de su zona de confort 😌😌😌
Cuánta tensión! Espero los siguientes capitulos para conocer esa lista