Tristán pedalea con facilidad, llevando a Valentina detrás de él en la bicicleta. Ella lo abraza por la cintura, aferrándose para no perder el equilibrio. El aire de la mañana les despeja la mente mientras recorren las calles de Madrid, llenas de vida y movimiento.
⎯Creo que no fue un deseo muy bien pensado ⎯comenta Valentina, mientras Tristán esquiva con facilidad una moto.
⎯Claro que sí. Más aire, menos tráfico, y puedo quemar las calorías del rol de canela ⎯responde él, girando un poco la cabeza para mirarla. Su sonrisa despreocupada le da tranquilidad⎯. Además, querías la experiencia completa.
Valentina intenta no pensar en lo cerca que está de él, en cómo sus manos tocan ligeramente su abdomen con cada movimiento, o en cómo su aroma, una mezcla de lavanda y algo cítrico, la envuelve. Cada pedaleo parece un latido en el ritmo caótico que se instala en su pecho.
Las calles de Madrid están en plena actividad: el sonido de los autos, los cafés con clientes en las terrazas, y el murmullo de las conversaciones se entremezclan en una sinfonía urbana. Tristán pedalea con destreza, sorteando el tráfico como si conociera cada rincón de la ciudad.
⎯¿Siempre manejas así? ⎯pregunta Valentina, fingiendo indignación mientras se aferra más fuerte a su cintura.
⎯¿Así cómo? ⎯responde él con una sonrisa.
⎯Como si fueras un piloto de carreras en bicicleta.
Tristán suelta una carcajada, el sonido vibrando en el pecho de Valentina.
⎯Es una habilidad que desarrollé en las empinadas y estrechas calles de Puerto Vallarta. También solía hacer carreras con Moríns en el malecón.
Tristán da la vuelta y Valentina aprieta su abdomen, buscando estabilidad mientras un escalofrío le recorre el cuerpo. Hunde su rostro sobre la perfecta espalda de Tristán y cierra los ojos por un instante.
⎯¡Dios! ⎯expresa, sintiendo cómo su corazón late con fuerza.
⎯Ya casi llegamos. Ve el paisaje, te gustará ⎯responde Tristán con una sonrisa en su voz.
Valentina sube el rostro y sonríe, dejándose maravillar por la hermosa avenida que se abre ante ellos. Los árboles se mecen suavemente con el viento, mientras los rayos del sol se filtran a través de sus ramas, creando destellos que iluminan el camino. Turistas y locales caminan por las aceras, llenando el ambiente con risas y conversaciones.
De pronto, la bicicleta se detiene frente a un colorido mercado lleno de puestos con frutas frescas, quesos artesanales y panes recién horneados.
⎯¿Qué pasa? ⎯pregunta Valentina, aún aferrándose a su cintura.
⎯Venimos por provisiones ⎯contesta Tristán con entusiasmo, bajando de la bicicleta y ayudándola a descender⎯. Compraremos la mejor comida española para nuestro pícnic.
Él le ofrece la mano, y ella, con una confianza que la sorprende, se la toma mientras baja. Momentos después, entran a un lugar lleno de aromas de especias, frutas frescas y pan recién horneado. El aire está envuelto en tantos aromas que les despierta el apetito. Tristán guía a Valentina por los pasillos estrechos, deteniéndose en los puestos que más llaman su atención.
⎯¿Has probado el jamón ibérico? ⎯pregunta él, señalando una pieza colgante en un puesto.
⎯No… pero suena increíble ⎯responde ella, sus ojos brillando con curiosidad.
El tendero corta una pequeña rebanada de jamón ibérico y se la ofrece a Valentina. Ella toma el trozo con delicadeza, llevándolo a sus labios con esa elegancia natural que parece no notar. Lo prueba con cautela, dejando que el sabor la envuelva. Su expresión cambia al instante, sus ojos se agrandan y sus labios se curvan en una sonrisa de puro deleite mientras saborea el delicado y rico sabor.
⎯Es… increíble ⎯murmura Valentina, su voz suave pero llena de emoción. Sus labios aún brillan ligeramente por el aceite del jamón.
Tristán la observa, hipnotizado. Hay algo en la forma en que disfruta, en cómo sus ojos brillan y sus labios se mueven, que lo tiene completamente atrapado. Se siente algo torpe, incómodo en su propia piel, porque no puede dejar de mirar.
⎯Te lo dije… ⎯logra decir, carraspeando un poco para disimular el nerviosismo que lo invade.
Valentina lo mira, notando la intensidad en sus ojos, como si estuviera atrapado en un pensamiento que no podía o no quería compartir. Él aparta la vista rápidamente, como si el contacto visual lo hubiese quemado. Se pasa una mano por el cabello, un gesto automático que siempre hace cuando está nervioso, y ese pequeño detalle no pasa desapercibido para ella.
⎯¿Tengo algo en el rostro? ⎯pregunta Valentina, arqueando una ceja mientras limpia su boca con la servilleta, aunque no puede evitar sonreír ligeramente ante la expresión de Tristán.
⎯No, no… claro que no; sólo que… ⎯Tristán se detiene, buscando las palabras, pero ninguna parece adecuada.
⎯¿Sólo qué? ⎯insiste Valentina, su tono es una mezcla de curiosidad y travesura.
⎯Sólo me aseguro de que lo disfrutes ⎯miente, con una sonrisa ladeada⎯. Ya sabes, por lo de la fobia.
Valentina entrecierra los ojos, como si tratara de analizarlo, pero su sonrisa se ensancha.
⎯Ya te dije que hoy estoy de empírica ⎯le asegura, llevando una mano al puesto para apoyarse mientras lo mira de reojo.
Tristán suelta una risa ligera, aunque una parte de él sabe que está siendo evasivo. La manera en que ella usa esa palabra con tanta determinación lo divierte, pero, a la vez, lo invita a pensar muchas cosas más.
⎯Empírica, ¿eh? ⎯dice, inclinándose un poco hacia ella, manteniendo un aire despreocupado⎯. Entonces eso significa que estás lista para probar todo lo que Madrid tiene para ofrecer.
⎯Todo ⎯afirma Valentina, segura, pero su voz tiembla levemente al final, lo suficiente para que él lo note.
⎯Bueno, en ese caso, será mejor que no perdamos más tiempo ⎯responde Tristán, enderezándose y volviendo a pasar una mano por su cabello, como si el gesto pudiera calmar el desorden dentro de él.
Ella sonríe, pero en su interior sabe que hay más en la mirada de Tristán de lo que él deja ver. Y, aunque le asegura que todo está bajo control, ambos parecen entender que ese control está colgando de un hilo muy fino.
No pasa mucho tiempo para que Tristán y Valentina recorran todo el mercado y compren lo necesario. Él escoge con cuidado algunas frutas frescas, un par de botellas de agua y un queso artesanal que es el favorito de su familia. Después, compran un poco de pan recién horneado y para finalizar, un postre. Una caja llena de donas y pastelillos de diferentes sabores y colores.
Cuando todo está listo, Tristán lleva la bolsa con provisiones en la pequeña canasta de la bicicleta y se sube, esperando a que Valentina tome su lugar detrás de él. Ella lo hace, acomodándose con cuidado, y esta vez sus manos encuentran su lugar en la cintura de Tristán con más naturalidad.
⎯¿Estamos listos? ⎯pregunta él, girando la cabeza ligeramente hacia ella.
⎯Listos ⎯responde Valentina, sintiendo cómo su pulso se acelera al tenerlo tan cerca otra vez.
El recorrido hacia el parque de “El retiro” es tranquilo. El tráfico ha disminuido, dejando las calles libres para que Tristán pedalee con comodidad, mientras Valentina disfruta de la serenidad de la ciudad. Solo algunos turistas pasean, fotografiando las vistas. Tristán, como todo un guía turístico, reduce un poco la velocidad y comienza a explicar con soltura algunos detalles sobre los edificios, avenidas y estatuas que pasan.
Finalmente, llegan al parque. El Retiro les da la bienvenida con un solo brillante. Es un lugar amplio y sereno, donde la naturaleza se mezcla con la arquitectura. Los arbustos perfectamente cuidados y los macizos de colores vivos, añaden un toque vibrante al lugar.
En el centro del parque, hay un estanque con patos nadando, rodeado de rocas y plantas acuáticas que parecen estar ahí desde hace tiempo. El sonido suave del agua fluye desde una fuente cercana y da una sensación de calma.
Él detiene la bicicleta cerca de una zona de descanso y ayuda a Valentina a bajar. Sus manos se rozan, pero ambos fingen no darse cuenta mientras caminan hacia el área verde, rodeada de árboles altos y frondosos que parecen envolver el lugar en un cálido abrazo natural.
⎯Puedes tachar de tu lista: conocer el “Parque del Retiro” y hacer un picnic. Te dije, dos por uno ⎯dice Tristán, sonriendo mientras se quita las gafas de sol.
Él busca un espacio perfecto y extiende una manta sobre el suave pasto. Saca las provisiones del mercado, colocándolas cuidadosamente: el pan fresco, las frutas, el queso y las botellas de agua. Luego, se sienta, palmeando suavemente un lugar a su lado para invitar a Valentina a que lo acompañe.
⎯Ojalá tuviera una cámara para captar todo esto… ⎯comenta Valentina, mirando a su alrededor con una mezcla de asombro y nostalgia⎯. La cámara de mi celular no sirve.
⎯Bueno… ⎯Tristán saca su móvil con una sonrisa⎯. Si quieres, puedo tomarte fotos y luego te las paso.
Valentina se sonroja al instante.
⎯Solo una en cada lugar ⎯dice, tratando de sonar casual.
Pero antes de que termine la frase, Tristán ya ha capturado más de una imagen. En la pantalla, ella aparece riendo, mirando al horizonte con el sol iluminando su rostro, o simplemente disfrutando del momento. Tal vez no tenga el ojo de su madre o su hermana para las fotos, pero está seguro de que Valentina se ve hermosa en todos.
⎯Este lugar es increíble. Es como un oasis en medio de la ciudad. No se escucha el ajetreo de la ciudad.
⎯Así es… por eso se llama El Retiro⎯contesta Tristán con una sonrisa mientras acomoda lo que van a comer sobre la manta.
Valentina le ayuda, observando con asombro la cantidad de comida que han traído. Hay una variedad que incluye tortillas de patatas, jamón serrano, queso manchego, aceitunas, pan fresco y fruta. Es más comida de la que ella había visto en toda su vida en un picnic, y no puede evitar sonreír.
⎯¿Todo eso vamos a comer? ⎯pregunta, divertida.
⎯Bueno, puedes probar un poco de todo. Yo sí tengo que comer. Porque para pedalear todo el día hay que tener energía. Ven, prueba esto.
Tristán toma un pedazo de tortilla de patatas y se lo ofrece, sosteniéndolo entre sus dedos con un gesto seguro. Valentina lo mira un instante, y con una sonrisa acepta el pedazo; lo prueba.
⎯Está… delicioso ⎯dice, con los ojos cerrados, mientras saborea el bocado.
Tristán sonríe, complacido.
⎯Te lo dije. Ahora, déjame servirte un poco de aceitunas. Son las mejores que encontrarás.
Mientras Tristán se inclina para alcanzar el pequeño recipiente de aceitunas, Valentina lo observa con discreción. Hay algo en su forma de moverse, en su tranquilidad al preparar todo, que la hace sentir en calma pero al mismo tiempo extrañamente nerviosa.
⎯¿Qué piensas? ⎯pregunta él, alzando una ceja. La mirada de Valentina se encuentra con la suya, y por un momento, el aire parece detenerse entre ellos.
⎯Nada, solo que… ⎯Valentina sonríe, tratando de restar importancia⎯. Sabes muchas cosas.
⎯¿Sé muchas cosas? ¿A qué te refieres con eso? ⎯pregunta, ofreciéndole el bocado que acaba de preparar.
Valentina lo toma con cuidado, sus dedos rozando los de Tristán, algo que hace que ambos sientan un leve cosquilleo. Ella desvía la mirada hacia el pequeño plato, buscando las palabras.
⎯Pues… veo cómo te desenvuelves, todo lo que has hecho, las historias que cuentas, los idiomas que hablas, las cosas que conoces… Es como si hubieras vivido tres vidas en una sola.
Tristán sonríe, divertido, y toma una aceituna.
⎯Te aseguro que solo tengo una vida… y a veces no sé si la estoy viviendo correctamente.
⎯¿Por qué dices eso? ⎯pregunta Valentina, sorprendida por la honestidad en su tono.
Tristán se recuesta ligeramente en la manta, mirando hacia el cielo a través de las hojas de los árboles que se mecen con el viento.
⎯Porque saber mucho no siempre significa entender todo. A veces, siento que solo estoy llenando el tiempo, haciendo cosas para evitar pensar en lo que realmente quiero o… en lo que me falta.
Valentina lo mira con atención, sintiendo que, por primera vez, está viendo un lado más vulnerable de él.
⎯No lo parece ⎯dice, en voz baja⎯. Te ves como alguien que tiene todo bajo control.
Él la mira de reojo, con una sonrisa ladeada.
⎯¿De verdad lo crees? ⎯pregunta, y su mirada parece atravesarla⎯. ¿Crees que alguien puede tener todo bajo control?
Valentina siente cómo el calor sube a sus mejillas, y no sabe si es por la intensidad de su mirada o por lo cerca que está de él.
⎯No lo sé ⎯responde, jugando con un trozo de pan⎯. Supongo que a veces es más fácil aparentarlo.
Tristán se incorpora, apoyándose en su codo, y la observa con detenimiento.
⎯¿Y tú? ¿Aparentas o simplemente dejas que las cosas pasen?
Valentina lo mira por un instante, pero luego baja la vista, jugueteando con un trozo de pan.
⎯Mi caso es especial… ⎯responde, en voz baja.
⎯¿Especial? ⎯repite él, con un toque de curiosidad en su voz.
Ella suspira, sintiendo el peso de su respuesta y sabiendo que lo que está a punto de decir requiere más valentía de la que pensaba. Levanta la mirada, encontrándose con los ojos de Tristán, que la observan con paciencia y sin juicio.
⎯Sí. O no sé qué palabra usar, pero… es especial.
Él no insiste, pero su mirada la anima a continuar. Es como si le dijera que puede tomarse su tiempo, que él está allí para escucharla.
⎯Yo… ⎯Valentina se detiene, tratando de encontrar las palabras correctas⎯¿Conoces al ciervo en el bosque? Ese que siempre está alerta, sus orejas girando ante cualquier sonido, sus ojos atentos a los movimientos más sutiles, siempre listo para huir. Pero, a veces, el hambre o la curiosidad lo empujan a salir del refugio, a arriesgarse por un momento, aunque el miedo nunca lo abandone del todo. ⎯Tristán asiente⎯. Creo que mi vida ha sido como ese animal asustado, que siempre está escondido, alerta, sin confiar en nadie ni en nada. Le dijeron que afuera había cazadores y que tenía que mantenerse en su zona segura. El mundo era demasiado grande, demasiado peligroso ⎯habla con melancolía.
Tristán la observa en silencio, su expresión suavizándose mientras ella habla.
⎯Pero algo cambió, o tal vez fui obligada a cambiar. Como ese animal, tuve que salir de mi refugio, aunque nunca dejé de tener miedo.
⎯¿Por qué? ⎯pregunta él, suavemente.
Valentina se ríe, pero no es una risa feliz. Es amarga, llena de resignación.
⎯Porque, a veces, lo único que tienes es el instinto. Y mi instinto me decía que si me quedaba donde estaba, me consumiría el encierro.
Ambos se quedan en silencio. Los ojos de Valentina, color lila, se reflejan en los de Tristán, color café brillante. Él no sabe bien qué significan esas palabras, solo que hay algo en su mirada que lo desarma, algo que parece ir más allá de lo que ella está dispuesta a decir en voz alta.
⎯Al inicio, sentía miedo ⎯continúa Valentina, su voz apenas un susurro⎯. Angustia, desconfianza, pero ahora siento otras cosas que han llevado al miedo lejos.
Tristán la observa detenidamente, como si quisiera leer entre líneas, como si intentara entender qué es lo que realmente está diciendo.
⎯¿Ah, sí? ⎯pregunta, inclinándose ligeramente hacia ella, su voz más baja, casi íntima⎯. ¿Qué es lo que sientes?
El corazón de Tristán late emocionado, inquieto. Algo en él quiere que diga lo que él desea escuchar, aunque sabe que no debe.
⎯Libertad ⎯pronuncia Valentina, con una sonrisa suave que ilumina su rostro⎯. Me siento libre.
El viento sopla entre los árboles, moviendo las hojas y creando un susurro que acompaña sus palabras. Tristán se queda mirándola, dejando que esa palabra resuene en su mente. Libertad.
⎯Es una palabra poderosa, ¿no crees? ⎯dice él finalmente, con una media sonrisa⎯. Libertad.
Valentina asiente, desviando la mirada por un momento, como si fuera demasiado mantener el contacto visual con él.
⎯Lo es. Y no sabía cuánto la necesitaba hasta que la encontré aquí.
Tristán siente que algo dentro de él se agita, ese caos que no logra contener desde que ella entró en su vida. Por un instante, quiere extender la mano y tocar su rostro, sentir su piel, besar sus labios. Aplacar esa ansiedad que le carcome por dentro. Si Valentina tenía una lista de todos los deseos que quería cumplir, Tristán tenía la suya propia, una lista de todos los lugares donde deseaba besarla: en la comisura de sus labios cuando sonríe, en el hueco entre su cuello y su clavícula cuando ríe con timidez, en la curva de su hombro cuando aparta la mirada para ocultar su nerviosismo.
Pero no lo hace.
En su lugar, pone la mirada hacia el horizonte, donde el sol comienza a ocultarse tras los árboles. El aire se llena de ese suave aroma al césped y tierra húmeda, y el susurro de las hojas parece acompañar el latido acelerado de su corazón.
⎯Me alegra que te sientas libre ⎯finaliza Tristán.
Las palabras quedan flotando entre ellos. Ella voltea, su cabello ondeando suavemente con el viento, y lo mira a los ojos con una expresión que mezcla gratitud y algo más profundo, algo que no se atreve a nombrar.
⎯Gracias, Tristán.
Él la ve y sonríe con la mirada, esa sonrisa que parece desarmarla cada vez que aparece.
⎯¿Por qué?
⎯Por… ⎯Valentina se queda en silencio, buscando las palabras. Baja la mirada por un instante, como si estuviera reuniendo el valor para decir algo que lleva mucho tiempo guardado. Aun así, ella modera sus palabras⎯. Por hacer que esta ciudad deje de ser un lugar extraño. Por mostrarme que hay cosas bonitas por descubrir.
Por darme sensaciones y sentimientos que jamás pensé sentiría, piensa.
Tristán la escucha, sin apartar sus ojos de ella.
⎯No es la ciudad, Valentina ⎯dice en un tono suave, cargado de honestidad⎯. Eres tú. Tú decidiste salir de tu escondite.
Ella niega con la cabeza, incapaz de aceptar del todo sus palabras.
⎯No, Tristán. Si no fuera por ti, todavía estaría encerrada en mi habitación, pensando que el mundo es demasiado grande y aterrador para mí. Tú me empujaste a dar el primer paso, a creer que podía encontrar algo mejor. Por ti, la Valentina que regresa a México, no es la misma que salió de allá.
El corazón de Tristán late con fuerza ante sus palabras. La forma en que ella lo mira, con una mezcla de agradecimiento y deseo, lo hace querer acercarse, borrar cualquier distancia entre ellos. Pero se detiene, manteniéndose firme en su lugar, aunque todo en su interior le grita que lo haga.
⎯Bueno, en ese caso… ⎯dice, tratando de aligerar el momento con una sonrisa⎯. Me alegra haber contribuido a que le des una oportunidad al mundo.
Valentina sonríe, y por un momento, el mundo parece detenerse a su alrededor. El sol está en todo su esplendor, las hojas de los árboles se mueven con el viento, y ellos dos, en medio del parque, parecen ser los únicos que importan.
⎯¿Sabes qué más me alegra? ⎯pregunta Tristán, rompiendo el silencio que hasta ese momento había estado cargado de todo lo no dicho.
⎯¿Qué? ⎯responde Valentina, su voz suave, aún afectada por la intensidad del momento.
⎯Que todavía tenemos tiempo para tachar más cosas de tu lista ⎯responde él con una sonrisa juguetona, acompañada de un guiño. Su tono despreocupado parece un intento desesperado por aligerar el ambiente, por devolver algo de normalidad a una situación que los tiene al borde de algo más.
Valentina suelta una risa ligera, disipando un poco la tensión que aún flota en el aire. Pero mientras lo hace, Tristán respira profundo y aparta la vista, concentrándose otra cosa. Necesita alejarse de ella, aunque sea mentalmente, para tomar aire, para reorganizar sus pensamientos.
⎯Entonces, ¿cuál es la siguiente actividad?
Tristán se levanta, ofreciéndole la mano para ayudarla a levantarse.
⎯Ya lo verás. Pero te advierto que necesitarás un poco de coraje.
Valentina lo mira con curiosidad, pero toma su mano sin dudarlo, confiando plenamente en él.
***
Tristán guía a Valentina hacia el embarcadero del Parque del Retiro, donde varias pequeñas barcas descansan en el agua cristalina del lago. La brisa acaricia sus rostros, y el murmullo de las hojas de los árboles los envuelve. Valentina observa el lago con una mezcla de emoción y nerviosismo.
⎯¿De verdad vamos a subirnos? ⎯pregunta, entrecerrando los ojos al ver las barcas tambaleándose ligeramente con el movimiento del agua.
⎯Claro, es algo que tienes que hacer si visitas Madrid ⎯responde Tristán con una sonrisa traviesa⎯. Además, está en tu lista, ¿no?
⎯No exactamente ⎯murmura, apretando los labios, pero sigue a Tristán de todos modos.
Él paga el alquiler y ayuda a Valentina a subir a la barca. Cuando se sienta, su inseguridad se hace evidente; sus manos se aferran al borde de la embarcación mientras esta se balancea con suavidad.
⎯Tranquila, no vamos a hundirnos ⎯bromea Tristán, poniéndose en posición para remar.
⎯No sé si sea buena idea… ¿Qué pasa si nos caemos?
⎯Pues nadamos… no es que haya tiburones o cocodrilos aquí ⎯contesta con seguridad Tristán, comenzando a remar.
Valentina nota cómo se van alejando de la orilla hacia el centro del lago. Todavía su cuerpo está tenso, pero no deja de ver a Tristán. Sus brazos fuertes hacen que el movimiento de remar parezca fácil.
⎯Es… bonito ⎯admite finalmente, permitiéndose mirar alrededor. La superficie del agua refleja el cielo azul y las copas de los árboles, mientras otros visitantes disfrutan de sus paseos en bote.
⎯Lo es ⎯responde Tristán, aunque no está mirando el paisaje. Sus ojos están fijos en Valentina, observando cómo la luz del sol resalta el brillo de su cabello y cómo sus labios se curvan en una leve sonrisa. Por un momento, olvida que tiene los remos en las manos. El bote se tambalea un poco, sacándolo de su ensoñación. Tristán carraspea, volviendo a concentrarse⎯. ¿Quieres intentarlo? ⎯le ofrece, levantando uno de los remos.
⎯¿Yo? ⎯pregunta ella, señalándose a sí misma con incredulidad⎯. No, gracias. Prefiero no ser la responsable de que terminemos en el agua.
⎯¿Qué pasó con el empirismo? ⎯pregunta Tristán con simpatía⎯. Vamos, es fácil. Te enseño ⎯insiste, extendiéndole la mano. Su tono persuasivo y su mirada convincente hacen que Valentina ceda.
Ella se desliza hacia el banco opuesto, sus rodillas rozando las de Tristán por un breve instante. El contacto es eléctrico, aunque ninguno lo menciona. Tristán le entrega uno de los remos, sus dedos rozando los de ella, y Valentina siente un escalofrío que no tiene nada que ver con el agua o el viento.
⎯Así, sujétalo firme y sigue mi ritmo ⎯dice él, colocando su mano sobre la de Valentina para guiarla.
El espacio reducido de la barca los acerca más de lo que ella esperaba. Tristán se inclina hacia delante, con el brazo alrededor de ella, mientras ambos intentan coordinar sus movimientos. El aire entre ellos parece cargarse de algo más que simple atracción, y Valentina evita mirarlo directamente, aunque puede sentir el calor de su cuerpo cerca del suyo.
⎯No está tan mal ⎯admite Valentina, enfocándose en el agua.
⎯Aprendes rápido ⎯elogia él, con un tono que parece contener más de lo que sus palabras dicen.
⎯¿Dónde aprendiste a remar? ⎯pregunta Valentina.
⎯He venido muchas veces. Con mis sobrinos, con Ana Caro. Una vez vine con mi abuela Fátima.
Valentina sonríe. Un grupo de patos pasa cerca de la barca, ella baja sus dedos para tocarlo y después rozar el agua fresca. El recuerdo del beso en la cascada le viene a la mente, o más bien, nunca se ha ido de ahí. Se recarga más al borde cuando de pronto escucha a Tristán.
⎯¡Cuidado! ⎯La embarcación se ha inclinado un poco por el movimiento de Valentina, provocando que ambos casi caigan al agua.
Ella, asustada, pierde el remo y se aferra instintivamente al brazo de Tristán. Sus ojos se encuentran, y el mundo parece detenerse. Por un instante, el lago, los árboles, y los demás botes desaparecen, dejando solo el sonido de sus respiraciones y la tensión que late en el aire.
Tristán siente el agarre de Valentina, la calidez de sus manos en su piel, y la cercanía que lo deja sin aliento; esa que tanto ha estado evitando. El brillo de los ojos de ella, reflejando la luz del sol y una mezcla de sorpresa y vulnerabilidad, lo derriten por dentro. No puede evitarlo; sus ojos viajan de los de Valentina a sus labios, detenidos justo en esa curva que parece invitarlo a perderse.
⎯Valentina… ⎯murmura su nombre, apenas consciente de que lo está diciendo.
Ella lo mira, el sonido de su nombre en la voz de Tristán provoca que su corazón lata con fuerza. Por un instante, el tiempo parece detenerse. El lago queda en un segundo plano, los sonidos del parque se difuminan, y solo quedan ellos dos, suspendidos en un momento lleno de posibilidades y peligros.
⎯¿Qué? ⎯pregunta Valentina, su voz es apenas un susurro, como si temiera romper la magia.
Pero Tristán no responde con palabras. En lugar de eso, sus manos buscan las de ella, entrelazándolas con una suavidad que desarma cualquier resistencia. La cercanía entre ellos se reduce aún más, sus rostros a centímetros de distancia. Tristán siente su respiración entrecortada y, por un instante, se detiene, luchando contra el deseo de cruzar una línea que sabe que no debería.
⎯No puedo… ⎯murmura él, pero sus labios dicen otra cosa.
Sin pensar más, Tristán inclina el rostro y cierra la distancia, sus labios encontrándose con los de Valentina en un beso que comienza suave, casi temeroso, pero que pronto se llena de urgencia. Sus manos suben instintivamente hacia su rostro, sosteniéndola con una delicadeza que contrasta con la intensidad del momento.
Valentina tiene sus dedos aferrándose a los hombros de Tristán, y él no puede apartar la mirada de ella. Todo lo que ha intentado reprimir, lo que ha tratado de negar, parece derrumbarse en ese instante. La conexión es abrumadora, como si ambos hubieran estado esperando este momento sin saberlo.
⎯¿Tristán? ⎯escucha la voz de Valentina, suave pero suficiente para sacarlo del trance.
Parpadea, dándose cuenta de que el beso que había sentido con tanta intensidad no fue real. Fue producto de su imaginación, una acumulación de deseo que había cruzado la línea entre lo real y lo que anhelaba. La desilusión lo golpea como una ola, haciéndolo consciente de que todavía tiene a Valentina entre sus brazos.
⎯¿Estás bien? ⎯insiste ella, mirándolo con una mezcla de curiosidad y preocupación.
Él asiente, apartándose un poco para recuperar el espacio entre ellos, aunque su cuerpo protesta ante la distancia. Lleva una mano a la nuca, tratando de disimular el torbellino de emociones que lo invade.
⎯Sí, claro. Perdón, creo que… estaba pensando en otra cosa ⎯miente, con una sonrisa nerviosa que no termina de convencer ni a Valentina ni a él mismo.
⎯Bueno… ¿seguimos con el paseo? ⎯sugiere, con un tono ligero para aliviar la tensión.
⎯Sí, claro, sigamos ⎯responde él, su voz un poco más firme esta vez.
Pasaron el resto del día recorriendo la ciudad, dejándose llevar por el encanto de Madrid. Después de salir de El Retiro, terminaron en un pequeño mercado de pulgas. Allí, entre puestos llenos de antigüedades, libros viejos y joyas de segunda mano, ambos se entretuvieron admirando la mercancía para evitar mirarse mutuamente. Los nervios, las ganas, y la tentación flotaban en el aire, envolviéndolos con una tensión palpable que ninguno se atrevía a romper. Cada sonrisa, cada roce accidental, cada intercambio de palabras cargaba un significado que ninguno estaba dispuesto a admitir.
Cuando el sol comenzó a ocultarse, Tristán pedaleó de regreso al hotel Lafuente, con Valentina aferrada a su cintura, como si ese contacto pudiera calmar las emociones que le recorrían el cuerpo. Al llegar frente a la puerta del hotel, se estacionó cuidadosamente y bajó primero para ayudarla a descender.
⎯Llegamos ⎯le anuncia, con una voz más baja de lo habitual.
Valentina lo mira mientras se acomoda el cabello, todavía despeinado por el viento de la bicicleta. Sus ojos se encuentran por un instante y, como siempre, caen en este espacio donde solo son ellos dos.
⎯Gracias por hoy, fue increíble ⎯dice ella, con un tono suave y sincero.
Tristán asiente. Inclina la cabeza mientras da un paso hacia atrás, como si necesitara espacio para contener lo que siente.
⎯Me alegra que lo disfrutaras. Pero, ¿seguiremos tachando deseos de tu lista, no?
Valentina asiente. El silencio se hace entre los dos. Hay tanto que decir y demostrar, pero se contiene. Él no quiere irse, ella no quiere que se vaya y, sin embargo, nadie lo menciona.
Solo amigos, la frase hace eco en sus mentes.
Valentina juega con la cruz colgada sobre su cuello, como si buscara un poco de serenidad ante todo el caos que se ha desatado en ella.
⎯Buenas noches, supongo. ⎯Rompe el hechizo ella, dándole una sonrisa tímida.
⎯Buenas noches ⎯responde Tristán.
Ya no dice más. Ella se voltea y entra al hotel sin mirar atrás. Cuando se queda solo, él apoya las manos en el manubrio de la bicicleta y deja escapar un suspiro profundo. El caos que había intentado contener todo el día sigue ahí, y ahora parece imposible de ignorar.
⎯Tienes que sacártela de la cabeza, Tristán ⎯murmura para sí mismo, aunque la voz suena vacía incluso para él.
Pero sabe que no puede, que ella ha llegado para quedarse, y la culpa lo invade. Valentina sentía libertad, pero él sentía culpa, y no había bicicleta que pedalee lo suficientemente rápido para escapar de ese sentimiento, ni otra solución más que las que ha pensado:
O la deja ir… o le pide que se quede.
Tristán pasa la mano por su cabello, despeinándolo aún más. Mira hacia el hotel, sus ojos fijos en la puerta por la que Valentina acaba de desaparecer. Sabe que debería girar la bicicleta y marcharse, regresar a su piso, a su rutina, a la vida que siempre ha sido su refugio. Pero su cuerpo no responde. Se queda allí, inmóvil, como si una parte de él estuviera esperando que ella reaparezca.
El viento de la noche lo golpea suavemente, pero en lugar de despejarle la mente, solo lo llena de más caos. ¿Por qué no podía ser simple? Valentina había llegado a su vida como una ráfaga inesperada, rompiendo todo el orden que había construido meticulosamente durante años. Y lo peor era que no lo lamentaba. No del todo.
“Dejarla ir o pedirle que se quede”. La frase se repite en su mente, como si fueran las únicas dos opciones posibles. No hay términos medios, no hay escapatoria. Si la deja ir, tal vez recupere su equilibrio, pero también sabe que perderá algo que nunca podrá reemplazar. Si le pide que se quede… bueno, no es tan simple. Está Ana Carolina, está su vida planeada, está todo lo que debería ser, enfrentándose a lo que realmente desea.
Saca el móvil del bolsillo, casi sin pensar, y ve la foto que tomó en el parque, donde Valentina está riendo, iluminada por la luz del sol. Esa risa, ese momento, parecen tan auténticos, tan reales, que le duele el pecho. Se pasa la mano por el rostro, como si intentara borrar las emociones que lo están carcomiendo.
⎯Tienes que decidir, Tristán ⎯se dice en voz baja. Pero la decisión se siente imposible, como si cualquiera de las dos opciones lo rompiera de maneras diferentes.
Finalmente, suspira y se endereza. Sujeta el manubrio de la bicicleta y empieza a pedalear lentamente, alejándose del hotel. La noche es fría, y el silencio de las calles parece amplificar los latidos de su corazón.
Mientras pedalea, su mente sigue dividida. Cada esquina que gira, cada calle que cruza, lo acerca más al momento en el que tendrá que enfrentarse a la verdad: Valentina no es alguien que pueda simplemente olvidar. Y no importa cuánto intente convencerse de que todo esto pasará, sabe que no es cierto. Porque lo que siente por ella no es pasajero. Es un caos permanente. Y el caos, sabe bien, nunca desaparece. Solo se transforma. Se transforma en amor…
Que hermoso capítulo,ellos son amor puro
Ohhh.. que buen capítulo ..bueno espero que Tristán le cumpla todos sus deseos y a nosotras también jaja.. que pase de todo por favor entre ellos antes de que regrese Valentina ..Ana no nos hagas sufrir jiji