⎯¿Un amigo? No sé de qué me habla, señor, ⎯responde Suplicio con una expresión de desconcierto.

Había esperado hasta su llegada para hablar con ella sobre el asunto de Mía y “Galo”. Algo en mi estómago se retuerce de frustración y preocupación, mientras intento que mi tono sea más calmado, aunque la situación me supera.

⎯Sí, Su. Fuimos al parque, Mía se alejó por un momento, y resulta que… el amigo aparece. No lo vi, pero lo que realmente me molesta es que tú no me hayas dicho nada. ⎯Intento mantener la calma, pero la tensión en mi voz es evidente.

⎯¿Decir qué? ⎯repite ella, claramente confundida y quizás, ¿un poco a la defensiva?

⎯¡Lo del amigo, Suplicio! ¡Las muñecas que han estado apareciendo! ¡Lo que pasa con Mía cuando yo no estoy cerca! ⎯Las palabras salen casi en un susurro cargado de rabia contenida. ¿Cómo era posible que nadie más notara que alguien le estaba dando regalos a mi hija sin que yo estuviera al tanto?

Su me observa con los ojos muy abiertos, sorprendida, y parece estar tratando de procesar lo que acabo de decir.

⎯¡Pensé que las muñecas se las daba usted! ⎯me responde, claramente alterada ahora.⎯ Ella jamás me ha mencionado a ningún “Galo”, ni siquiera me ha insinuado que alguien le esté dando estos juguetes.

Ambos nos quedamos en silencio por un momento, cada uno procesando lo que acaba de escuchar. ¿Podría ser que Mía estuviera ocultando algo de forma intencionada? ¿O tal vez no comprendía del todo la gravedad de lo que estaba pasando? Pero entonces, ¿quién es “Galo”, y cómo había logrado acercarse tanto a ella sin que nadie se diera cuenta?

⎯Mire, cuando salimos, jamás se separa de mí. Si tiene un amigo, entonces debe ser en la escuela o en la clase de lenguaje. Pero, conmigo, Mía está segura. Si usted piensa que no es así, despídame.

Respiro hondo, sintiendo el peso de mis palabras colgando en el aire entre nosotros. Supongo que en mi preocupación no pude moderar el tono, y Su ha captado la desesperación en mis ojos. Ella cruza los brazos, mirándome con esa mezcla de firmeza y vulnerabilidad que la caracteriza. Sé que lo único que quiere es lo mejor para Mía.

⎯No es así. Lo siento, Su. Solo estoy nervioso… Justo hoy en la mañana recibí un anónimo.

⎯¿Un anónimo? ⎯pregunta ella, la sorpresa clara en sus ojos. La tensión en su rostro se suaviza un poco, y de inmediato se preocupa.⎯ ¿Qué decía?

Me paso una mano por el cabello, tratando de recordar las palabras exactas que se quedaron grabadas en mi mente.

⎯Decía algo sobre los hilos del pasado y que debía cuidar con quién tejía mi futuro… No sé, Su, sonaba como una advertencia.

Ella frunce el ceño, asimilando cada palabra. No se apresura a responder, y sé que está evaluando el mensaje en busca de alguna conexión. Finalmente, su mirada se encuentra con la mía, cargada de una seriedad que rara vez muestra.

⎯¿Y ya denunció? ⎯me pregunta, con una mezcla de preocupación y reproche en su tono.

⎯¿A quién, Su? ¿Al cartero? ⎯respondo, tratando de aliviar la tensión con un toque de sarcasmo, aunque sé que el tema no tiene nada de gracioso.

Pero Su no se deja desviar. Su expresión se mantiene firme, y la preocupación en su rostro es más palpable de lo que esperaba. Al parecer, esta situación la inquieta tanto como a mí.

⎯Pero es que debe hacerlo, señor. Así, al menos, queda un antecedente. Además, ahora con lo de la niña, ¡más razón aún! No vaya a ser lo peor… ⎯Hace una pausa, eligiendo sus palabras con cuidado⎯. ¿Qué pasaría con Mía si le llega a pasar algo? ¿La dejará sola? ¿Acaso terminaría de nuevo en una casa de adopción?

El peso de sus palabras me golpea de lleno, despertando en mí una mezcla de miedo y responsabilidad. Mía es todo para mí, y la sola idea de que pudiera perderme y quedar desamparada es algo que nunca quiero que suceda. Su sigue mirándome con esa intensidad, esperando una respuesta, así que respiro hondo antes de hablar.

⎯No. Espero que no me pase nada ⎯respondo, con voz firme⎯, pero tengo todo listo. Si algo me llega a suceder, Mía quedará bajo tu cuidado, Su. ⎯Noto la sorpresa en sus ojos mientras procesan lo que le estoy diciendo⎯. Ella heredará todo lo mío al cumplir los 18 años. Hasta entonces, mi amigo Salvador será el albacea. Él manejará todo lo relacionado con su herencia. Tú y Mía estarán protegidas… hasta el último día de sus vidas.

Por un momento, Su se queda en silencio, completamente atónita. La seriedad en su rostro se suaviza y noto un brillo de emoción en sus ojos. Parece que no esperaba algo así de mi parte.

⎯¿Yo seré la guardiana de Mía? ⎯pregunta en un susurro, como si todavía le costara asimilar lo que acaba de escuchar.

Asiento, sin dudar ni un instante.

⎯Sí. Solo a ti te confiaría el cuidado total de Mía. No importa lo que me pase, sé que estaría segura y protegida contigo.

Su se lleva una mano a la boca, claramente conmovida. La he visto en muchas facetas, pero jamás había presenciado esta vulnerabilidad en ella. Durante unos instantes, el silencio entre nosotros es absoluto, un silencio lleno de entendimiento y promesas no dichas. Sé que Su comprende la magnitud de lo que le estoy confiando.

Finalmente, ella respira hondo y asiente, bajando la mano y mirándome con determinación.

⎯Gracias… ⎯dice Su, con una voz apenas audible, pero cargada de emoción⎯. Prometo cuidarla con mi vida si llega a ser necesario.

⎯Pues espero que no sea así… sobre todo ahora ⎯le respondo, tratando de aliviar el ambiente. Una mueca se dibuja en mi rostro, delatando los pensamientos que pasan por mi mente. Sin poder evitarlo, la mueca se convierte en una sonrisa, y siento cómo el calor sube a mis mejillas. Me sonrojo.

Su frunce el ceño y entrecierra los ojos, observándome con esa expresión que solo alguien como ella puede lograr. Sabe que algo pasa.

⎯¡Ay, no! ⎯exclama de pronto, llevándose una mano a la frente con dramatismo⎯. ¿Se enamoró de la rubia? ¡Lo que me faltaba! Eso es peor que las amenazas y… ⎯hace una pausa y me mira con los ojos entrecerrados⎯. Dígame que no es Carol Parker. DÍGAME que no tiene nada que ver con esa mujer.

Su tono es tan directo y alarmado que no puedo evitar soltar una risa, y niego con la cabeza mientras intento calmarla.

⎯Tranquila, Su. No es Carol Parker.

Ella alza una ceja, aún escéptica, esperando más detalles. Por un momento, pienso en mantener la intriga, pero la mirada de Su es como la de un detective que no se da por vencido hasta obtener la verdad.

⎯¿Ah, no? Entonces, ¿quién? ⎯insiste, cruzando los brazos.

Respiro hondo, preparándome para la confesión, y con un suspiro, le digo:

⎯Se llama Cecilia, es la chef… la que estuvo aquí la otra vez.  ¿La recuerdas?

La expresión de Su cambia de inmediato. La sorpresa y la incredulidad se transforman en una sonrisa emocionada, casi infantil. Sus ojos brillan y se lleva una mano al pecho, como si no pudiera contener la emoción.

⎯¡Ay, señor! ¡Esa sí que es una noticia buena! ⎯exclama, aplaudiendo suavemente y mirándome como si fuera un niño pequeño al que acaban de darle un dulce⎯. ¿Entonces se ha enamorado de verdad? ¡Y encima de alguien decente!

No puedo evitar reírme ante su reacción. Es raro verla tan efusiva, pero es reconfortante. Su siempre ha sido como una especie de roca en mi vida, alguien en quien puedo confiar. Así que ver su apoyo de esta manera, con esa energía tan positiva, me llena de satisfacción.

⎯Sí, Su, se podría decir que sí. Es… diferente. Con ella, siento que puedo ser yo mismo. No tengo que fingir, ni esforzarme demasiado. Es… especial ⎯digo, mirando al suelo, un poco avergonzado de admitirlo en voz alta.

⎯¡Especial! ⎯repite Su, llevándose una mano a la boca con una sonrisa pícara⎯. Pues claro que lo es, si hasta a usted lo tiene embobado. Pero, ¿por qué no me lo había dicho antes? ¡Y yo aquí pensando que estaba en las garras de la bruja rubia!

Su referencia a Carol me hace reír de nuevo, y siento cómo la tensión acumulada por el día empieza a disiparse. Hablar con Su es como tener una conversación con una vieja amiga que siempre sabe cómo hacerme sentir mejor.

⎯Bueno, no es que te haya querido ocultar nada, solo que… tampoco sabía cómo decirlo. Apenas estamos empezando, y después de tantas complicaciones, quería estar seguro antes de hablar de esto.

Su asiente, comprendiendo.

⎯Tiene razón, señor, no hay que apresurarse. Pero me alegra verlo tan… tan feliz. Usted lo merece, y Mía también merece ver a su padre feliz. Esta vida no tiene que ser solo trabajo y preocupaciones.

⎯Gracias, Su. En verdad, gracias por siempre estar aquí y por cuidar a Mía como si fuera tuya. No sé qué haríamos sin ti.

⎯Yo tampoco sé qué harían sin mí ⎯bromea, con una sonrisa pícara mientras me lanza una mirada cómplice.

Ambos reímos, y ese momento de ligereza es como un respiro en medio de toda la tensión que últimamente ha rodeado mi vida. Su es alguien invaluable, una persona en quien siempre puedo confiar, y tenerla cerca es un recordatorio de que, a pesar de todo, no estoy solo.

⎯Bueno, señor, yo me retiro. Mañana será un día largo y tenemos que descansar, ¿verdad? ⎯dice, dándome una última sonrisa antes de dirigirse hacia la salida.

Asiento, observando cómo se va. El silencio vuelve a llenar la casa cuando cierro la puerta de mi habitación detrás de ella. Me siento agotado, física y emocionalmente, pero satisfecho. Estoy a punto de comenzar a prepararme para descansar, cuando el sonido de mi teléfono me interrumpe.

Es un mensaje de Ceci: 

“¿Mismo lugar de anoche?”

Mi corazón da un salto. No puedo evitar sonreír mientras leo esas palabras. De inmediato, siento una energía renovada recorriendo mi cuerpo, una mezcla de emoción y anticipación. No lo dudo ni un segundo; agarro las llaves, me pongo el abrigo y salgo de mi casa sin pensarlo dos veces.

El aire nocturno de Madrid es fresco y revitalizante. Conduzco por las calles casi vacías, con una ligera sonrisa que no puedo contener. Cada minuto me acerca a ella, y aunque sé que las cosas podrían complicarse con Carol, y que el anónimo sigue dando vueltas en mi mente, estar con Ceci hace que todo lo demás se desvanezca.

Finalmente, llego al lugar donde nos vimos la noche anterior. Estaciono el auto y bajo, buscando su silueta entre las sombras. Ahí está, de pie, con el cabello suelto, iluminada por las luces de la calle que resaltan su belleza. Cuando me ve, sonríe, y siento que mi corazón se acelera una vez más.

Me acerco, sin prisa, disfrutando de cada paso que me acerca a ella. Ceci me recibe con una sonrisa cálida, esa que me hace sentir en casa, sin importar dónde estemos. Me detengo frente a ella, y por un momento, solo disfrutamos de la cercanía, del silencio compartido y de la conexión que hemos construido.

⎯Te extrañé ⎯murmura suavemente, casi como un susurro que solo yo puedo escuchar. Sus ojos me miran con esa intensidad que me hace sentir deseado y querido.

⎯Yo también te extrañé ⎯respondo, entrelazando nuestros dedos.

Ella sonríe, pero en sus ojos hay algo más, una chispa que no había visto antes. Sin soltarme, da un paso hacia mí y susurra en mi oído, con una voz llena de deseo y complicidad.

⎯Vamos… que tengo poco tiempo, y te tengo muchas ganas.

Sus palabras me desarman por completo. No necesito más para saber que esta noche será especial, que estos momentos son para nosotros, sin preocupaciones ni sombras del pasado. Me dejo guiar por ella, permitiéndome perderme en este instante.

***
Ceci acaricia mi cuerpo como si fuera la primera vez que lo hace, sus manos recorriendo cada rincón, cada línea, cada espacio, como si estuviera memorizándome de nuevo. Sus caricias son lentas y deliberadas, casi reverentes, y siento que con cada roce me va devolviendo a la vida, arrancando cualquier rastro de soledad o vacío que pudiera haber quedado en mí.

Ella toma la iniciativa, y me encanta. Me dejo llevar por el ritmo de sus besos y sus caricias, cerrando los ojos y entregándome por completo a este momento. Siento su piel bajo mis manos, cálida y suave, y me pregunto cómo tuve tanta suerte de encontrar a alguien que me devolviera esa chispa, ese deseo de querer y ser querido.

Sus labios se deslizan suavemente por mi cuello, y un escalofrío recorre mi cuerpo. En cada beso hay una promesa, en cada caricia un susurro sin palabras que me dice que esto es real, que no tengo que temer perderla, que en este instante solo existimos nosotros dos.

Mis manos la rodean, aferrándose a ella como si temiera que fuera a desvanecerse. Pero ella está ahí, firme, segura, y siento que el mundo entero podría desmoronarse alrededor y no importaría. Sus manos me recorren con una ternura qu me enciende a la vez, recordándome lo bien que se siente ser amado, ser deseado, y volver a experimentar esa paz y ese fuego a la vez.

⎯No dejes de mirarme ⎯murmuro, mis palabras, apenas un susurro.

Ella sonríe, sus ojos reflejando una mezcla de dulzura y deseo. Me mira como si yo fuera el único hombre en el mundo, y en ese momento, lo soy. Solo existimos ella y yo, dos almas que han encontrado un refugio en medio de esta habitación, un rincón donde el pasado no importa y el futuro es una promesa que estamos construyendo juntos, con cada caricia, cada suspiro, cada latido en conjunto. 

Ceci termina exhausta, su respiración aún agitada mientras se deja caer entre mis brazos, su cuerpo relajado y satisfecho. Una risita coqueta se escapa de sus labios, suave y musical, llenando el cuarto con una calidez indescriptible. Esa risa, ligera y despreocupada, hace que mi corazón lata más rápido, y me doy cuenta de cuánto me vuelve loco, de cómo cada pequeño gesto suyo me desarma y me atrapa aún más.

La rodeo con mis brazos, sosteniéndola contra mi pecho, sintiendo su piel cálida contra la mía. Sus dedos se deslizan lentamente por mi brazo, como si trazaran un mapa invisible de mi piel, y se queda en silencio, disfrutando de la cercanía, de la paz que hemos construido entre los dos.

⎯Me haces sentir tan bien, ¿lo sabes? ⎯murmura, sin levantar la vista, con una sonrisa en sus labios que me hace sonreír también.

⎯Tú haces que todo valga la pena ⎯le respondo, apretándola un poco más cerca, como si temiera que este momento se desvaneciera.

Ella suspira, dejándose llevar, y yo me pierdo en el aroma de su cabello, en la forma en que su cuerpo encaja perfectamente con el mío, en la serenidad que nos envuelve a ambos.

⎯Tengo una duda ⎯me comenta Ceci, rompiendo el silencio mientras se acomoda mejor en mis brazos.

⎯Dime ⎯le respondo, curioso, mientras acaricio suavemente su espalda.

Ella se toma un momento, como si buscara las palabras adecuadas. Su expresión es seria, pero en sus ojos hay una chispa de emoción y, quizás, de un ligero nerviosismo.

⎯He estado pensando… en lo que me dijiste. Si me voy a vivir contigo.

Me incorporo un poco, sorprendido. La miro directamente, con una mezcla de expectativa y un poco de ansiedad.

⎯¿No lo estás dudando, verdad? ⎯pregunto casi al instante, sin poder contenerme.

Ella se ríe, una risa ligera y sincera que calma mis temores.

⎯No, claro que no. No estoy dudando en absoluto. Solo… estaba pensando en los detalles.

⎯¿Detalles? ⎯le pregunto, aún sin entender.

⎯Sí, detalles importantes. Tenemos hijos, Miguel. Mía no me conoce realmente y Vidal… Bueno, Vidal te ha visto en algunas ocasiones, y Mía a mí, pero ya sabes que no es lo mismo. Ellos no han tenido tiempo de conocernos como pareja, de entender lo que está pasando entre nosotros. No quiero que se sientan desplazados o confundidos.

Me quedo en silencio por un momento, asimilando sus palabras. Tiene razón; en medio de nuestra propia historia, a veces olvidamos que nuestros hijos también forman parte de ella. Ellos tienen sus propios sentimientos, sus propios procesos, y lanzarnos a esta nueva vida sin considerar eso sería injusto para ellos.

⎯Te comprendo perfectamente ⎯le respondo, acariciando su mejilla⎯. ¿Qué propones?

Ella se acomoda un poco más, como si estuviera ordenando sus pensamientos antes de hablar.

⎯Quizás… podríamos comenzar con encuentros casuales. No sé, pasar días juntos en lugares fuera de casa. Así ellos nos ven en un ambiente relajado, como… ⎯Ceci se detiene, mirando hacia el lado como si sus pensamientos fueran demasiado grandes para expresarlos todos de golpe. Sus ojos reflejan una mezcla de emoción y temor, como si temiera decir algo que pudiera cambiarlo todo.

⎯¿Como qué? ⎯le pregunto suavemente, tomando su mano entre las mías, animándola a continuar.

Ella suspira, tomando aire, y su mirada vuelve a encontrar la mía. Hay una ternura en sus ojos que me hace sentir vulnerable y fuerte a la vez.

⎯No, bueno… no. ⎯Ceci baja la mirada, como si estuviera buscando las palabras exactas para expresar lo que pasa por su mente.

⎯Dilo ⎯le pido suavemente, acariciando su mano y alentándola a abrirse conmigo⎯. Como una…

⎯Familia ⎯finalmente susurra, con una voz apenas audible, pero llena de significado.

Sonrío y le doy un ligero beso en los labios, un beso que es tanto una respuesta como una promesa. Ambos queremos lo mismo, aunque nos cuesta admitirlo en voz alta.

⎯No quiero que te sientas presionado ⎯me dice de inmediato, con un destello de preocupación en sus ojos⎯. Solo que… Bueno, quiero que todo sea natural y que esto no sea algo impuesto para ninguno de los dos. Es solo que… después de todo lo que hemos vivido, después de todo lo que hemos compartido… siento que quizás es el momento.

Le acaricio el rostro, sintiendo la calidez de su piel bajo mis dedos, y miro sus ojos, esos ojos que me han dado un propósito nuevo en la vida.

⎯Yo también lo deseo ⎯le contesto, con la misma intensidad⎯. Una familia, Ceci. Contigo, con Mía, con Vidal. No hay nada más que anhele tanto.

Se queda mirándome, como si quisiera asegurarse de que lo que estoy diciendo es real, de que este sueño compartido puede volverse una realidad. Sus labios dibujan una sonrisa pequeña, casi tímida, pero sus ojos están llenos de esperanza.

⎯¿De verdad? ⎯me pregunta, en un susurro cargado de emoción⎯. A veces siento que… no sé, que esto es solo un sueño, que en cualquier momento algo puede pasar y… no quiero perderlo, Miguel. No quiero perderte.

La acerco más a mí, envolviéndola en mis brazos, como si quisiera protegerla de cualquier tormenta que pudiera intentar arrasarnos. En este momento, soy consciente de todo lo que hemos pasado para llegar aquí, de las dificultades, de las dudas, de las amenazas que todavía nos rodean. Pero ahora, con ella aquí, en mis brazos, sé que todo vale la pena.

⎯No vamos a perder esto, Ceci. No voy a permitir que nada ni nadie nos quite esto ⎯le digo, con firmeza⎯. Vamos a construirlo, poco a poco, paso a paso. No será fácil, lo sé, pero estoy dispuesto a hacer todo lo necesario para que funcione. Porque al final del día, lo único que deseo es tenerte a ti, a Mía y a Vidal juntos, como una familia.

Ceci me mira con una mezcla de amor y gratitud, y una lágrima solitaria se desliza por su mejilla, que rápidamente seca con una sonrisa de ternura.

⎯Nunca pensé que alguien podría hacerme sentir así ⎯admite, tomando mi mano y entrelazándola con la suya⎯. Nunca pensé que después de todo, después de tanto dolor, podría volver a creer en algo tan… tan completo, tan hermoso.

Le acaricio el cabello, enredando mis dedos entre sus mechones mientras ella se acurruca en mi pecho. La calidez de su cuerpo y la suavidad de su respiración me traen una paz que no había sentido en mucho tiempo.

⎯Entonces, hagamos esto bien ⎯digo, mi voz en un susurro que rompe el silencio que nos rodea⎯. Pasemos tiempo juntos, como dijiste. Que Mía y Vidal puedan conocernos en un ambiente donde se sientan seguros. Así, cuando llegue el momento, para ellos será natural, algo que también deseen.

⎯Si sabes que la fiesta de Salvador está cerca, y no creo que tengamos mucho tiempo para salidas familiares ⎯me recuerda Ceci, sonriendo, pero con una leve preocupación en sus ojos.

⎯Lo sé… no planeamos esto bien, ¿cierto? ⎯digo entre risas, tratando de aligerar la tensión.

⎯Si me voy a ir después de esa fiesta… no creo que nos dé tiempo de muchas salidas ⎯comenta ella, mirando sus manos, como si la idea la pesara un poco.

La observo, y en ese momento, me doy cuenta de cuánto deseo que esté cerca de mí, no solo en esos momentos fugaces, sino todo el tiempo. Quiero que esto sea real, constante, que no tenga que despedirme de ella al final de la noche. Quiero que Mía y Vidal nos vean juntos cada día, que sientan que este es nuestro hogar, su hogar.

⎯¿Has hecho maletas? ⎯pregunto, tratando de disimular mis pensamientos.

⎯No tengo mucho. En realidad, entre Vidal y yo llenamos una ⎯dice, encogiéndose de hombros con una sonrisa suave⎯. Así que, por eso no te preocupes. No ocuparé mucho espacio en el armario.

Sonrío, pero de pronto, algo me golpea: ¿dónde dormirá Ceci cuando esté en mi casa? Será la chef de la casa, sí, pero ¿dormirá en los cuartos de los empleados? ¿En el cuarto de visitas? ¿Conmigo? Me percato de que en realidad no he pensado en nada de esto. He actuado sin un plan, y eso es completamente ajeno a mí. Siempre suelo planear cada detalle, prever cada paso.

⎯¿Qué pasa? ⎯me pregunta Ceci, notando la confusión en mi rostro.

No sé si debería decirle lo que realmente pasa por mi mente, pero, como siempre, parece que ella me lee la mente. Se acerca y me toma de la mano con su cálida sonrisa.

⎯Tranquilo… no hay presión de nada ⎯me asegura suavemente⎯. Puedo quedarme en la sala si lo deseas. No quiero que sientas que estoy invadiendo tu espacio.

⎯No ⎯murmuro, atrapado por su mirada, viendo en sus ojos todo lo que quiero para nuestro futuro⎯. No quiero que sea así. Quiero que hagamos las cosas bien, que no haya espacios vacíos o distancias entre nosotros.

Y entonces, sin pensarlo demasiado, algo dentro de mí se decide. Me levanto, y arrodillándome sobre la cama, tomo sus manos entre las mías y la miro directo a los ojos, con toda la sinceridad y el amor que soy capaz de expresar.

⎯Cásate conmigo, Ceci.

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