AMIRA

Despierto con una sensación de inquietud que no puedo sacudirme. Mi mente está inquieta, y aunque el sol entra a raudales por la ventana, no encuentro consuelo. Decido quedarme en mi habitación y desayunar aquí. No quiero enfrentarme a los Khalil esta mañana, no quiero ver a Nadir, ni a Amir, ni a nadie antes de salir al club. Siento que mi pecho está cargado con una presión invisible, una que no puedo sacudirme.

Sin embargo, la manera en que Nadir me defendió ayer, o al menos abogó por mí, me dejó con un buen sabor de boca… y muchas dudas. ¿Por qué lo haría? No hay razones para que él se preocupe por mí. No somos amigos, apenas hablamos, y aunque su presencia siempre es cautivadora, jamás había mostrado interés en mí, o al menos no hasta ahora.

Me pregunto si lo hizo simplemente para llevarle la contraria a Amir, o si hay algo más detrás de sus palabras. La intensidad con la que me miró durante la cena no fue casual. Pude sentirlo: él no hablaba solo por el placer de pelear con su familia. Había algo genuino en su tono, algo que no puedo dejar de pensar. ¿Acaso siente lástima por mí? La idea me mortifica.

Cuando llega mi desayuno, un café tibio y algo de fruta, trato de concentrarme en masticar, en tomar pequeños sorbos, en respirar profundamente. “Tienes que mantenerte tranquila,” me digo. Pero no lo logro. Mi mente no para de correr en círculos.

“¿Qué va a pasar hoy?”, me pregunto una y otra vez. Intento convencerme de que puedo manejar cualquier cosa, de que soy lo suficientemente fuerte para enfrentar lo que venga. Pero una parte de mí sabe que no será fácil. No confío en Amir. Nunca me ha dado una razón para hacerlo. Sé que no es capaz de comportarse como un prometido decente, mucho menos como un hombre que respete lo que esta unión significa. Sin embargo, no tengo opción. Este es mi papel, mi deber.

El momento de salir llega más rápido de lo que esperaba. Tomo un baño rápido y elijo el vestido de verano más bonito que tengo. Es blanco, con bordados en azul que resaltan la sencillez de su diseño. No es extravagante, pero me hace sentir elegante. Me miro en el espejo, ajustándome el cabello para que cada rizo quede en su lugar, colocando un toque de brillo en mis labios.

Tengo que lucir perfecta, porque Amir me tiene que ver así. Perfecta, tranquila, irreprochable. Sé que no lo hará, que sus ojos encontrarán algo para criticar, pero al menos quiero verme a mí misma y sentir que hice lo mejor posible. Respiro profundamente, tratando de convencerme de que esto es suficiente. “Él no puede decir que no me esforcé,” pienso, aunque sé que lo hará de todos modos.

El vestido me queda justo, y mi reflejo en el espejo me devuelve algo de confianza. “Todo saldrá bien,” intento repetirme, aunque las palabras no terminan de sonar convincentes. Lo que me espera con Amir no será fácil, pero al menos sé que puedo controlar esto: mi apariencia, mi compostura. “Finge, sonríe, no muestres tus emociones,” me repito como un mantra mientras tomo mi bolso y salgo de la habitación.

Me dirijo hacia el recibidor, donde Amir y su madre me están esperando. Antes de salir, arreglo mi vestido una última vez, alisando la tela con las manos nerviosas. Tomo el sombrero que había dejado sobre la mesa y me lo coloco, ajustándolo con cuidado. Es un gesto mecánico, algo para distraerme de la sensación de incomodidad que crece en mi interior. Respiro profundamente, intentando reunir fuerzas, y finalmente cruzo la puerta.

El sonido de mis tacones sobre el mármol rompe el silencio del recibidor. Amir me ve, y sus ojos recorren mi figura con una expresión que me hiela. Sus palabras caen sobre mí como una sentencia.

—¿Ese es el vestido que elegiste? —dice, su tono cargado de desprecio. Su mirada, evaluadora y crítica, recorre mi cuerpo como si estuviera buscando defectos—. Pensé que al menos te esforzarías un poco más.

El golpe de sus palabras es como una daga directa a mi orgullo. Quiero responder, quiero defenderme, pero sé que no vale la pena. Las palabras se quedan atrapadas en mi garganta, y me obligo a mantener la compostura. “No le des el gusto de verte afectada,” me digo, apretando los labios con fuerza para no dejar escapar nada.

—Vamos a llegar tarde —respondo simplemente, mi voz firme, aunque siento cómo mi estómago se revuelve.

Sin esperar una respuesta, camino hacia las escaleras, mis pasos resonando en el espacio amplio y frío del hotel. Mientras bajamos hacia el coche que nos llevará al club, Amir se vuelve hacia mí con una expresión seria, sus ojos helados como siempre. Hay algo en su mirada que no es solo desprecio; es una indiferencia que me pesa más que cualquier insulto.

—Escucha, Amira. No digas nada. No hables a menos que alguien te pregunte algo. Dedícate a no estorbar, ¿entendido? —dice, su tono imperativo, como si estuviera hablando con una empleada, no con su prometida—. Sonríe, finge bien, pero, sobre todo, no interrumpas.

Aprieto los labios nuevamente, obligándome a no reaccionar. Asiento con la cabeza, mi único movimiento para indicar que lo he escuchado. Pero en mi interior, siento un nudo formándose en mi pecho. “El día será terrible.” Sus palabras lo confirman. Esto no será más que una prueba de resistencia, una que tendré que superar sin ceder.

El coche arranca, y el paisaje del exterior comienza a deslizarse frente a mis ojos. Intento distraerme mirando por la ventana, siguiendo las líneas de los árboles y los destellos de luz que se filtran entre sus hojas. Pero no hay escape. Todo lo que Amir me ha dicho, todo lo que sé que me espera en el club, pesa sobre mí como una sombra.

“Solo respira y sobrevive el día,” me repito como un mantra silencioso. Porque, aunque nadie lo diga en voz alta, sé exactamente lo que esperan de mí: que sea invisible, que no cause problemas, que sea una sombra más en este juego de poder. Y eso es lo que seré, al menos hoy. Una sombra que finge ser fuerte.

***

El viaje en auto se hizo en silencio, con la radio a todo volumen para evitar cualquier conversación; aunque no hubiera estado encendida, tampoco habríamos hablado. Las palabras entre Amir y yo no suelen fluir más allá de lo estrictamente necesario. La incomodidad era palpable, pero me obligué a mirar por la ventana y concentrarme en el paisaje, tratando de calmarme antes de llegar.

Después de una hora, finalmente llegamos al club. Apenas pongo un pie fuera del auto, Amir me toma del brazo con brusquedad, jalándome hacia él. Su agarre es firme, casi doloroso.

—Ya sabes qué hacer… ¿vale? —dice con un tono imperativo que no deja espacio para preguntas.

—Me lastimas, Amir —respondo, intentando soltarme.

—Acostúmbrate, que así será.

Sus palabras son como un golpe frío, pero no dejo que mi rostro lo refleje. Camino junto a él, o más bien, dejo que me arrastre mientras intento mantener la compostura. Mi corazón late con fuerza, pero no por él, sino por la mezcla de rabia y humillación que se va acumulando en mi interior. “No te dejes vencer, Amira. Finge,” me digo, mientras levanto el rostro y coloco una sonrisa que no siento.

Entramos al club, un lugar imponente con techos altos, decoraciones clásicas y un ambiente que respira exclusividad. Apenas cruzamos las puertas, los amigos de Amir se acercan, saludándolo con entusiasmo.

—Amir, pensamos que no llegarías —dice uno de ellos, levantándose de la mesa.

Amir sonríe, pero es una sonrisa tensa, casi falsa.

—Lo siento, tuve un contratiempo —comenta, y luego me señala con un gesto rápido—. Amira, ellos son mis amigos. Ella es Amira Lafuente, mi prometida.

Las últimas palabras parecen costarle trabajo, como si fueran veneno en su lengua. Puedo sentirlo, y eso hace que mi incomodidad aumente. Aun así, me obligo a sonreír.

—Buenas tardes —saludo con suavidad, intentando sonar lo más educada posible.

—Un placer. Soy… —uno de ellos comienza a presentarse, pero Amir lo interrumpe con un gesto de la mano.

—Basta. Vamos a la mesa, que me estoy muriendo de hambre.

El grupo ríe con nerviosismo, y yo los sigo, sintiéndome como una extraña en un lugar al que claramente no pertenezco. Durante la comida, Amir se convierte en el centro de atención, liderando la conversación como siempre lo hace. No para de hablar, pero su tema favorito es mi familia. Cada vez que menciona a los Lafuente, lo hace con un tono exageradamente casual, pero sus comentarios están cargados de condescendencia, como si se tratara de una historia que él está disfrutando narrar.

Habla de mis hermanas, deteniéndose especialmente en Fátima. Describe su belleza, su encanto, su carisma. Su tono es admirativo, casi como si estuviera hablando de alguien que desearía tener a su lado. Entonces, voltea hacia mí, y con una risa seca y cruel, dice:

—Sí, a mí me tocó la Lafuente más fea. —Su comentario viene acompañado de una carcajada que comparte con sus amigos—. Pero al menos es la más educada.

Ríen todos. Todos menos yo.

Siento como si me hubieran quitado el aire. Trato de no reaccionar, porque sé que si muestro que me afecta, será peor. Me concentro en mi respiración, en mantener mi rostro impasible. “Esto no debería afectarte, ya lo has escuchado antes,” me digo, pero la verdad es que sí me afecta. Mucho.

Mi corazón sigue latiendo con fuerza, el nudo de rabia y humillación creciendo en mi estómago. Quiero levantarme, gritarle a Amir, decirle que no tiene derecho a tratarme así. Pero no lo hago. No puedo hacerlo. Mi deber es quedarme, aguantar, fingir que nada de esto me importa. “Sonríe, Amira. Finge. Solo tienes que soportar este día.” Me repito el mantra, pero siento que algo dentro de mí se resquebraja. Cada palabra de Amir, cada risa a mi costa, es como una gota más en un vaso que está a punto de derramarse.

Para mi fortuna, Amir se levanta de la mesa abruptamente, dejando su copa a medio terminar.

—Suficiente por ahora. Ya me aburrí. ¿Nos vamos a cabalgar? —dice con esa despreocupación que parece definirlo, como si nada de lo ocurrido tuviera peso.

Los amigos de Amir, siempre dispuestos a seguirlo, también se ponen de pie. Se ríen, hacen bromas, ignorando por completo mi presencia, excepto por Nazim, quien se gira hacia mí con una sonrisa educada.

—¿Vienes con nosotros? —pregunta, su tono amable contrastando con la indiferencia de los demás.

Antes de que pueda responder, Amir interrumpe con rapidez, como si mi opinión no tuviera importancia.

—No, Amira se queda. Ella no sabe cabalgar.

“No sabe cabalgar,” repite en mi mente, como una sentencia final, dicha sin el menor interés en si es verdad o no. Ni siquiera me mira al decirlo. Soy invisible para él, un accesorio que puede ignorar cuando quiera.

—Vale… entonces nos vemos después —responde Nazim, con un tono algo incómodo, antes de seguir a los demás.

Miro cómo se alejan, cómo Amir y su grupo desaparecen entre risas y comentarios banales. Me quedo sentada en la terraza, el ruido de sus voces desvaneciéndose poco a poco. Finalmente, estoy sola. Respiro profundamente, tratando de calmarme, pero el nudo en mi pecho no desaparece.

Observo el paisaje frente a mí, los jardines perfectamente cuidados, el cielo despejado, el murmullo de los pájaros. Debería sentirme más tranquila ahora que Amir no está, pero en lugar de eso, lo único que siento es un vacío, una sensación de estar completamente fuera de lugar. “No debería estar aquí. No debería tener que pasar por esto.”

Mi mirada se pierde en el horizonte, tratando de encontrar algo que me distraiga, algo que me saque de este agujero de frustración y tristeza en el que me encuentro. Pero no importa cuánto lo intente, los pensamientos vuelven a golpearme con fuerza. “Esto no es lo que me prometieron. Esto no es lo que debía ser.” Cada palabra resuena en mi mente, una y otra vez, como un eco imposible de ignorar. Las promesas que me hicieron, los sueños que una vez creí posibles, se sienten tan distantes como la vida que dejé atrás.

Entonces, algo cambia.

A lo lejos, veo una figura alta caminando hacia mí, y no puedo evitar que una pequeña sonrisa se forme en mis labios. Es un gesto involuntario, inesperado. “¿Qué está haciendo aquí?” pienso, mi corazón acelerándose ligeramente al darme cuenta de quién es.

Nadir.

Su porte inconfundible, la forma en que camina con esa seguridad tranquila que lo caracteriza, lo distingue de cualquiera. Lleva una camisa ligera de lino y unos pantalones oscuros, y su semblante parece sereno, como siempre. Pero hay algo en su presencia que tiene el poder de deshacer la nube gris que me rodea.

Mientras se acerca, su mirada se encuentra con la mía, y en ese momento, siento que el mundo a mi alrededor se detiene. Es una sensación extraña, como si todo lo que me pesa se desvaneciera por un instante. Nadir no debería estar aquí. Este lugar no es su estilo, ni siquiera parece disfrutar del tiempo con su familia. Y, sin embargo, aquí está, caminando directamente hacia mí.

Cuando finalmente llega donde estoy, su rostro muestra una ligera sonrisa, esa que siempre parece esconder algo más profundo.

—Amira —dice, su voz baja pero clara—. Te diría que no esperaba verte aquí sola, pero, sería una mentira. 

Yo me quedo sin palabras por un segundo, sorprendida de que su presencia pueda hacerme sentir así, más ligera, menos… sola.

—Ni yo esperaba verte aquí, Nadir —respondo, intentando sonar neutral, aunque mi voz traiciona un toque de alivio.

Él inclina la cabeza ligeramente, como si analizara mis palabras, y luego señala el asiento vacío a mi lado.

—¿Te importa si te acompaño? —pregunta Nadir con esa voz tranquila que siempre parece cargada de intenciones ocultas.

Niego con la cabeza, incapaz de ocultar una leve sonrisa. Su presencia, inesperada pero reconfortante, me trae un alivio que no puedo explicar.

—¿Qué te parece si mejor vamos a caminar por el jardín? —sugiero, intentando no sonar tan emocionada como me siento.

Él me ofrece su brazo con una elegancia natural, y yo, sin dudarlo, enredo el mío en el suyo. Mientras comenzamos a caminar por el hermoso sendero que lleva al jardín, noto lo fácil que se siente estar a su lado. Podemos escuchar a los otros miembros del club riendo y disfrutando de las distintas actividades, pero nosotros solo vemos hacia el camino, hacia adelante, como si el resto del mundo no importara.

—¿Cómo se la ha pasado? —pregunta, rompiendo el silencio.

—Sobrevivo… —contesto honestamente, mi voz tranquila pero cargada de verdad—. Sabes que tu hermano no es el caballero que debería ser.

—Ni me diga… —responde, con una media sonrisa que no alcanza a esconder la sombra de fastidio en sus palabras.

Suspiro, sintiendo que puedo ser sincera con él, al menos en este momento.

—Por cierto. Gracias por lo que hiciste anoche… —le digo, en un tono suave—. No debiste hacerlo. Sé cuál es mi papel, Nadir. Sé cómo me miran todos.

De pronto, Nadir se detiene. Su mirada busca la mía con intensidad, y nos encontramos debajo de un arco de flores que nos protege del mundo exterior. El aroma dulce de las flores llena el aire, pero todo mi enfoque está en él.

—Eso no lo hace correcto, Amira —dice, su voz firme pero cálida—. El deber no debería ser una excusa para dejarse maltratar.

Bajo la mirada, sin saber cómo responder. Sus palabras son tan directas, tan llenas de honestidad, que me desarman por completo. Nadir no tiene miedo de decir lo que piensa, y eso lo hace aún más desconcertante.

—Debes entender. Mi posición no es muy privilegiada. Y al parecer, eso es lo que se espera de mí… —respondo finalmente, intentando justificar lo injustificable.

—No, claro que no. Nadie debería tratarte así —responde de inmediato, con una firmeza que me sorprende—.El tiempo que hemos estado juntos, sé que eres una mujer fuerte y valerosa y si yo fuera tu prometido…

De pronto, guarda silencio, como si lo que acaba de decir hubiese sido un error. Lo miro a los ojos, buscando el resto de la frase, pero parece debatirse internamente.

—No digas eso, Nadir. No quiero problemas y menos tú —digo, intentando cortar la tensión que crece entre nosotros.

Él me mira con una mezcla de determinación y algo más que no logro descifrar.

—¿Y qué tal si quiero problemas? —pregunta, su voz baja y cargada de significado.

El ambiente se vuelve denso, y siento cómo mi respiración se acelera. Su mirada fija en mí hace que el aire se vuelva pesado, y comienzo a ponerme nerviosa.

—¿Cómo? —pregunto en un hilo de voz, temiendo la respuesta pero también deseándola.

Nadir da un paso hacia mí, acortando la distancia entre nosotros. Su voz se convierte en un susurro, casi un secreto, cuando dice:

—Amira, yo… yo pensé que podría guardar esto hasta el final, pero no puedo. Siento que si no te lo digo, voy a explotar de celos.

Abro los ojos sorprendida, sin poder moverme ni apartar la mirada de él.

—Nadir… —murmuro, incapaz de articular algo más.

Se acerca aún más, su aliento rozando mi oído, y con una sinceridad que corta el aire, me confiesa:

—Me gustas, Amira. Desde el momento en que te vi, lo supe. Eres diferente, y eso me gusta mucho… demasiado. Creo que me estoy enamorando de ti

Sus palabras caen como un peso sobre mi corazón, no por ser incómodas, sino porque son lo último que esperaba escuchar. Mi respiración se detiene por un segundo, y mis pensamientos se vuelven un caos. No sé qué decir, no sé cómo reaccionar. Lo único que sé es que su confesión ha cambiado mi vida por completo. 

6 Responses

  1. Nadir lo es todo!!! Deseando más capítulos.
    Tanto Amor como su familia… que aprendan a trabajar y no vivir de la herencia de Nadir, debería irse con lo que le pertenece y obvio con Amira..

  2. Empecé odiando a Amir y venia a descargar mi furia jaja pero lo que acaba de confesar Nadir se robó el capítulo 🤩

  3. Ughz!!! Ese Amir es tan insoportable!!😤😤

    Pero la confesión de Nadir, es lo mejor!!😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍

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