-13 años antes -verano-
Martha nunca pensó que Carlos le propondría estar juntos “solo por el verano”. Incluso, jamás le pasó por la mente que Carlos se fijaría en ella como mujer, en lugar de seguir viéndola como una persona a la que podía molestar. Tenía miedo, no lo podía negar. Miedo de lo que implicaba, miedo de las miradas, miedo de lo que su madre diría si lo supiera. Pero más que nada, miedo de cómo eso podría cambiar su vida.
Carlos, durante muchísimo tiempo, había sido el causante de su inseguridad. La molestaba, la hacía pensar que no era valiosa, y se burlaba de ella junto con sus amigos. Hoy, sin embargo, ese mismo Carlos le pedía que fueran algo más, más que conocidos, más que compañeros de casa, más que “eso”. Pero, ¿más que amigos? Si ni siquiera lo habían sido. Solo habían convivido en casa debido a que su madre trabajaba como sirvienta para la familia Montenegro. Jamás habían sido amigos. Nunca había existido entre ellos una conexión, salvo aquella que venía de años de convivencia forzada.
Y ahora él quería ser “más”. Martha no lo podía negar: le gustaba Carlos. O, bueno, no exactamente. No le gustaba cómo se gusta alguien a quien podrías considerar una posibilidad, pero sí le atraía. Había algo en su forma de ser que siempre terminaba desarmándola, algo en la manera en que le hablaba que le hacía aceptar, de mala gana, todo lo que él quisiera.
Carlos no era guapo. No. Incluso, si tuviera que comparar, podría decir que era el menos agraciado de su grupo de amigos. Los otros chicos, con sus sonrisas perfectas y miradas intensas, habrían sido un sueño para cualquier chica en la isla. Carlos no tenía eso. Pero sí tenía algo que ninguno de ellos tenía: la seguridad de quien sabe que siempre obtiene lo que quiere.
Tal vez era eso lo que hacía que, aunque quisiera evitarlo, sintiera un cosquilleo en el estómago cada vez que él se acercaba. Ese nerviosismo que ella trataba de negar porque sabía que era peligroso, porque sabía que nada bueno podía venir de bajar la guardia con él.
Habían crecido juntos, lado a lado. Ella siempre había sido “la hija de la sirvienta”, invisible para él y su círculo, excepto cuando querían molestarla. Pero ahora, por razones que aún no comprendía, Carlos la veía diferente. Este era un verano diferente. Uno que traía consigo cambios que Martha no estaba segura de querer enfrentar.
A pesar de todo, ella se esforzaba por mantener su vida y su rutina lo más normal posible. El verano no podía detenerse por la propuesta de Carlos ni por lo que ahora él provocaba en su interior. Al día siguiente del acuerdo, Martha se despertó temprano, como siempre, y se preparó para ir a trabajar. La rutina era su refugio, su manera de evitar pensar demasiado en las palabras de Carlos, en lo que había pasado, en lo que podía pasar.
Por la mañana, llegó puntual al restaurante La Casona del Mar. Como siempre, el lugar estaba lleno de turistas y el ajetreo la mantuvo ocupada. Sirvió platos, atendió mesas y sonrió, pero no permitió que su mente se desviara ni un segundo hacia la posibilidad de encontrarse con Carlos. Había logrado no verlo en todo el día. ¿Por qué habría de pensar en él? Esa era la regla que se le había impuesto: mantenerlo fuera de su mente y fuera de su vida tanto como le fuera posible.
Por la tarde, después de su turno en el restaurante, Martha se dirigió a su otro trabajo. Caminó por las calles del centro de la isla hasta llegar al centro comercial donde estaba la librería. Este trabajo era diferente, más tranquilo, y le daba la oportunidad de disfrutar de su amor por los libros y el conocimiento. Además, recientemente había sido promovida a gerente, lo que significaba más responsabilidades, pero también una mejor paga. Era algo que agradecía profundamente. Mantenerse ocupada era su mejor excusa para no pensar en nada que la desconcentrara.
Cuando entró en la librería, el aroma al café recién hecho la envolvió. Los dueños del lugar habían implementado una pequeña cafetería dentro del espacio, y Martha pensaba que era una idea genial. Había atraído a más clientes y, con ello, más ventas. Además, Áurea, la nueva compañera encargada del café, se había vuelto alguien con quien disfrutaba trabajar.
Áurea era de su misma edad, pero con una personalidad opuesta a la de Martha. Era vivaz, extrovertida y siempre tenía algo que decir para llenar los silencios. Martha no siempre tenía paciencia para eso, pero la energía de Áurea lograba animarla, incluso en los días más pesados.
⎯¡Martha, justo a tiempo! ⎯dijo, Áurea, desde detrás de la barra, sonriendo mientras terminaba de preparar un capuchino para un cliente⎯. Hoy estuvo movido, ¿lista para un poco de caos?
Martha sonrió levemente y dejó su bolso detrás del mostrador.
⎯Como si no hubiera tenido suficiente caos por la mañana en el restaurante ⎯bromeó, mientras revisaba rápidamente el inventario del día.
Áurea soltó una carcajada mientras colocaba el café sobre la barra para el cliente.
⎯Bueno, aquí el caos es más refinado. Entre tazas de café y discusiones sobre qué libro es mejor, no te puedes quejar.
⎯No me quejo ⎯respondió Martha, concentrándose en sus tareas⎯. Me gusta este trabajo. Es tranquilo.
⎯Y tú amas el control, ¿verdad? ⎯Áurea arqueó una ceja, observándola con curiosidad⎯. Pero, dime, ¿qué es lo que realmente te tiene distraída? Hoy pareces más callada de lo normal.
Martha negó con la cabeza rápidamente.
⎯Nada. Estoy bien.
⎯Ajá ⎯respondió Áurea, no muy convencida, pero decidió no insistir.
Martha continuó con su trabajo, organizando libros, revisando pendientes y atendiendo a los clientes que llegaban. Pero, a pesar de sus esfuerzos por mantenerse ocupada, la imagen de Carlos aparecía una y otra vez en su mente. La intensidad de su mirada, sus palabras llenas de seguridad, la forma en que había dicho que quería “conocerla”. Todo eso la inquietaba más de lo que quería admitir.
⎯Martha, ¿ya viste quién va a entrar? ⎯le dijo Áurea, señalando hacia la puerta.
Martha giró hacia la puerta y su corazón se detuvo por un segundo. Ahí estaba Carlos, entrando a la librería con esa actitud despreocupada que le hacía saber que no le importaba nada. Tenía las manos en los bolsillos y una expresión de tranquilidad que contrastaba con el caos que acababa de desatar en la mente de Martha.
“Dios, ¿qué hace aquí?”, pensó Martha, quedándose de pie sin decir nada mientras lo veía cruzar la puerta de la librería con esa actitud despreocupada que tanto la desconcertaba.
⎯¡Es Carlos Montenegro! ⎯dijo Áurea emocionada, como si hubiese visto a una estrella de cine⎯. Es el hombre más rico de la isla.
Martha rodó los ojos, sintiendo cómo el calor subía a su rostro. No podía creer que incluso aquí, en su refugio, él lograra perseguirla.
⎯Su padre es el hombre más rico de la isla ⎯corrigió Martha con un tono seco.
⎯Y él es guapísimo, ¿no crees? Yo nunca pensé que lo vería así de cerca ⎯dijo Áurea, claramente impactada por la presencia de Carlos.
⎯No es para tanto ⎯respondió Martha, tratando de parecer indiferente.
⎯Hablas como si lo conocieras ⎯dijo Áurea entre risas, arqueando una ceja.
Martha dudó un instante, sin saber cómo responder.
⎯Tal vez… ⎯murmuró, sin mirarla.
Carlos se acercó con calma, deteniéndose justo frente a ella. Su sonrisa era casual, pero sus ojos estaban fijos en Martha, como si estuvieran midiendo cada una de sus reacciones.
⎯Buenas tardes. Estoy buscando un libro ⎯dijo Carlos, con ese tono despreocupado que parecía ser su marca personal.
⎯¿No quieres mejor un café? ⎯intervino Áurea rápidamente, ansiosa por no perder la oportunidad de interactuar con él.
Carlos volteó hacia ella, regalándole una sonrisa que la hizo ruborizarse de inmediato.
⎯No sabía que había cafetería aquí ⎯comentó, levantando una ceja con curiosidad.
Áurea, visiblemente nerviosa, se apresuró a contestar.
⎯Pues… ¿Qué te parece un café de la casa? ⎯dijo, con una voz que intentaba sonar segura, pero que no podía ocultar su emoción.
Antes de que Carlos pudiera responder, Martha intervino con firmeza.
⎯No. No, te puedes quedar ⎯dijo, mirando directamente a Carlos.
Ambos, Áurea y Carlos, la miraron confundidos.
⎯¿Por qué no? ⎯preguntaron al unísono.
Martha cruzó los brazos, sin dejar de sostener la mirada de Carlos.
⎯Porque te tienes que ir ⎯contestó con seriedad, como si eso fuera suficiente para hacerlo retroceder.
Carlos, sin embargo, negó con la cabeza, su sonrisa, ahora más divertida que nunca.
⎯No, Martha. Es verano… estoy aburrido, así que tomaré el café y me sentaré ⎯respondió con total naturalidad.
Martha sintió cómo el calor subía a su rostro, pero no era por vergüenza. Era frustración pura. Carlos siempre había tenido esa capacidad de ignorar lo que ella decía, de hacer lo que él quería sin importar las reglas o las consecuencias.
⎯Esto no es un lugar para que te aburras, Carlos ⎯replicó, tratando de mantener su compostura⎯. Aquí se viene a trabajar o a leer, no a molestar.
Carlos ladeó la cabeza, como si estuviera considerando sus palabras, pero la sonrisa no desapareció de su rostro.
⎯Bueno, entonces me pondré a leer ⎯dijo con despreocupación⎯. ¿Qué me recomiendas, gerente?
Áurea soltó una risa nerviosa, claramente disfrutando del espectáculo.
⎯¡Podemos ayudarte a buscar algo! Seguro hay algún libro que te guste ⎯dijo ella, tratando de calmar la tensión que claramente había entre Carlos y Martha.
Martha, sin embargo, no estaba dispuesta a ceder. Dio un paso hacia Carlos, cruzándose de brazos y mirándolo directamente a los ojos, con la firmeza que siempre mostraba cuando tenía que lidiar con su persistencia.
⎯¿Qué haces aquí, Carlos? ⎯preguntó, sin rodeos, tratando de mantener la calma que sabía que él intentaría quebrar.
Carlos arqueó una ceja, como si estuviera genuinamente confundido, aunque ambos sabían que no lo estaba.
⎯Ya te lo dije, estoy aburrido. Además, quería verte. La casa se siente vacía, sin ti.
Martha abrió los ojos con sorpresa y frustración. No esperaba una respuesta tan directa, pero mucho menos esperaba que él dijera algo así con esa ligereza. Miró rápidamente a Áurea, quien seguía detrás del mostrador, ocupada preparando un café para otro cliente.
⎯¡Shhhhh! ⎯expresó Martha, llevándose un dedo a los labios y mirándolo con advertencia⎯. No hables tan alto.
⎯¿Qué? ⎯repitió Carlos, fingiendo no entender.
⎯Ella no sabe que te conozco ⎯susurró Martha, recalcando cada palabra con firmeza⎯. Ni ella ni nadie. De hecho, evito que todos sepan que te conozco.
Carlos la miró por unos segundos, como si estuviera procesando lo que acababa de escuchar. Luego, una leve sonrisa se dibujó en su rostro, una que hizo que Martha quisiera golpearlo.
⎯No puedo sentirme ofendido ⎯respondió él con tono burlón, claramente disfrutando de su incomodidad.
Martha suspiró, apretando los puños. Carlos siempre sabía cómo sacar lo peor de ella.
⎯Mira, Carlos… ⎯comenzó a decir, intentando mantener la paciencia, pero él no la dejó terminar.
⎯Te esperaré ⎯la interrumpió con firmeza, dejando claro que no tenía intención de irse⎯. Te esperaré hasta que salgas y nos iremos por ahí.
⎯Carlos… ⎯intentó replicar Martha, pero la mirada de él era tan decidida que supo que no valía la pena discutir.
⎯No me iré ⎯afirmó, encogiéndose de hombros, como si no hubiera otra opción.
Carlos era tan insistente que Martha sintió que su resistencia flaqueaba. Sabía que, si seguía discutiendo, él no solo no se iría, sino que probablemente haría algo para llamar aún más la atención.
⎯Toma café, pero no me distraigas. ¿Quieres? ⎯le advirtió finalmente, resignada.
⎯Bien ⎯contestó Carlos con una sonrisa triunfal, y se dirigió hacia el sofá más cercano. Se sentó con tranquilidad, como si fuera el dueño del lugar, y tomó un libro cualquiera del estante más cercano.
Martha trató de concentrarse en su trabajo, atendiendo a los clientes y organizando los pedidos que habían llegado esa mañana. Sin embargo, no podía evitar sentir la mirada de Carlos sobre ella. Aunque tenía un libro abierto entre las manos, estaba claro que no lo estaba leyendo. De vez en cuando, levantaba la vista y la observaba, como si estuviera, estudiándola, analizándola con detenimiento.
Carlos no podía evitarlo. Le gustaba verla trabajar, cómo se movía con agilidad y concentración entre las estanterías y la barra de la cafetería. Notó cómo jugaba con la punta de su trenza mientras revisaba las órdenes, un gesto que lo desarmaba por completo. Sus ojos viajaron hacia sus jeans ajustados, que marcaban perfectamente sus piernas torneadas, y hacia esa playera amarilla que llevaba, un color que la hacía brillar, que realzaba esa luz que siempre había visto en ella, aunque antes no quisiera admitirlo.
Había algo fascinante en la forma en que Martha se dedicaba a lo suyo, ignorándolo por completo, como si él no estuviera allí. Su concentración era tan genuina que parecía que el mundo entero desaparecía cuando ella trabajaba. Y aunque Martha intentaba evitarlo, Carlos sabía que, en el fondo, su presencia no le era indiferente.
Cada vez que Martha cruzaba la mirada con él por accidente, sus mejillas se sonrojaban levemente antes de apartar los ojos. Esa pequeña reacción era suficiente para alimentar la sonrisa de Carlos, quien disfrutaba de verla intentar fingir que no pasaba nada.
⎯¿Y bien? ¿Estás disfrutando de tu café? ⎯preguntó Martha finalmente, acercándose a él con una bandeja vacía, dispuesta a ponerle fin a su pequeña diversión.
⎯Es excelente ⎯respondió Carlos, cerrando el libro con lentitud y mirándola con una expresión que mezclaba diversión y algo más profundo⎯. Pero creo que disfruto más verte trabajar.
Martha rodó los ojos, sintiendo cómo su paciencia se agotaba. ¿Por qué siempre tenía que ser tan… Carlos?
⎯¿Sabes qué, Carlos? Creo que deberías buscar algo mejor que hacer con tu tiempo ⎯respondió, inclinándose ligeramente hacia él para tomar el libro que había estado fingiendo leer⎯. Algo que no incluya molestarme mientras trabajo.
Carlos levantó las manos en un gesto de rendición, pero su sonrisa permaneció intacta.
⎯De acuerdo, Martha. Pero sabes que no voy a rendirme ⎯dijo, inclinándose hacia ella con un tono bajo, casi un susurro⎯. Sabes que este verano es diferente.
Martha lo miró fijamente, con una mezcla de frustración y algo que no quería reconocer. Sabía que tenía razón. Este verano era diferente, pero no estaba lista para enfrentarlo, y mucho menos con Carlos Montenegro sentado frente a ella, desarmándola con su insistencia.
⎯Cuando te dije que sí, ayer por la noche, no era para esto ⎯le dijo Martha, cruzándose de brazos, intentando mantener el control de la situación⎯. Tienes que dejarme trabajar.
Carlos, sentado en el sofá con una postura relajada, arqueó una ceja y la miró con esa sonrisa despreocupada que siempre lograba irritarla.
⎯No estoy haciendo nada… ⎯respondió con tono inocente, como si realmente creyera que su presencia no tenía ningún impacto en ella⎯. En verdad, estaba aburrido y solo quería venir a verte. Después de aquí podemos irnos a otro lado.
Martha suspiró, pasando una mano por su frente. Sabía que discutir con él era inútil, pero aun así no podía evitar intentarlo.
⎯Carlos… ⎯dijo, bajando un poco la voz para no llamar la atención de Aurea ni de los clientes⎯. No estoy acostumbrada a que me vigilen o estén aquí, menos una persona como tú. La última vez que hiciste eso, fue para molestarme, ¿recuerdas? Cuando tú y tus amiguitos se quedaron hasta el final de mi turno en la cafetería del colegio para ensuciar una y otra vez las mesas y el suelo.
Carlos ladeó la cabeza, claramente sorprendido por el comentario. Por un momento, su sonrisa desapareció, reemplazada por una expresión de incomodidad. Recordaba perfectamente ese día. Él y sus amigos habían estado aburridos, buscando cualquier excusa para entretenerse, y Martha había sido su blanco. Habían pedido varias rondas de café y comida, derramando a propósito bebidas y dejando migajas por todas partes. Incluso su novia, mientras Martha se encontraba de rodillas secando el suelo, le había echado refresco sobre el cabello, y ellos se habían reído hasta el cansancio. Al final, la habían hecho quedarse hasta tarde limpiando mientras ellos se reían y hacían bromas. En ese momento, le había parecido divertido, pero ahora, al verlo desde la perspectiva de Martha, se sentía fatal.
⎯Tienes razón ⎯admitió, bajando la mirada por un segundo antes de volver a mirarla con seriedad⎯. Me comporté como un imbécil, Martha. No voy a justificarlo porque no tiene excusa. Pero eso fue hace mucho tiempo. Este verano es diferente. Yo soy diferente.
Martha lo observó, intentando encontrar alguna señal de que estaba siendo sincero. Había algo en su tono, en la manera en que la miraba, que la descolocaba por completo. Pero no quería bajar la guardia. No podía permitirse confiar en él tan fácilmente.
⎯No sé si puedas ser diferente, Carlos ⎯respondió con un tono más suave, pero igual de firme⎯. Todo en ti me dice que sigues siendo el mismo chico que siempre se salía con la suya, que nunca pensaba en los demás.
Carlos se inclinó un poco hacia delante, apoyando los codos en las rodillas, como si estuviera tratando de acercarse a ella no solo físicamente, sino emocionalmente.
⎯No puedo cambiar lo que hice antes, pero sí puedo mostrarte que ahora es distinto ⎯dijo, su voz más baja, casi un susurro⎯. No estoy aquí para molestar, Martha. Estoy aquí porque quiero estar contigo. Porque quiero conocerte de verdad, más allá de las peleas y los recuerdos del pasado.
Ella suspiró, y por un momento, sus ojos se encontraron con los de él. Carlos le sonrió, y durante ese instante, todo lo demás pareció desvanecerse. El bullicio de la cafetería, el sonido de la máquina de café, las risas de los clientes… todo se diluyó, dejando solo el peso de aquella mirada compartida. Carlos quiso inclinarse hacia ella, robarle un beso, aplacar las ganas que lo consumían desde la noche anterior. Pero no lo hizo. Algo en la expresión de Martha lo detuvo. Quizá fue la mezcla de desconfianza y resistencia en sus ojos. O quizá fue el temor de que un movimiento en falso lo empujara más lejos de lo que deseaba estar.
Martha desvió la mirada rápidamente, rompiendo el momento, aunque su pecho aún resonaba con el eco de aquel instante. Sentía su respiración un poco más rápida de lo habitual y, aunque no quería admitirlo, el corazón le latía más fuerte. Pero no podía permitirse flaquear. Carlos Montenegro siempre había sido un experto en jugar con las emociones de los demás, y no iba a ser ella quien volviera a caer en su juego.
⎯Está bien, Carlos ⎯dijo finalmente, enderezándose y cruzándose de brazos nuevamente⎯. Si realmente quieres estar aquí, al menos hazlo sin distraerme. Toma tu café, lee un libro, haz lo que quieras, pero no me mires como si fuera un experimento o algo por el estilo.
Carlos dejó escapar una pequeña risa, aliviado de que ella no lo echara de inmediato. Se recostó de nuevo en el sofá, tomando el libro que había dejado sobre la mesa.
⎯Lo que tú digas, jefa ⎯respondió con una sonrisa traviesa, abriendo el libro como si realmente fuera a leerlo.
Martha rodó los ojos y volvió al mostrador, tratando de concentrarse en su trabajo. Pero la presencia de Carlos seguía siendo una distracción, incluso cuando intentaba ignorarlo. Sentía su mirada sobre ella de vez en cuando, y aunque fingía que no le afectaba, no podía evitar sentirse nerviosa.
Carlos estuvo sentado ahí hasta que dieron las nueve de la noche, escuchando a Áurea, que no dejaba de hablar. La joven tenía una energía inagotable y hablaba de todo lo que se le cruzaba por la mente: clases aburridas, compañeros problemáticos, sueños frustrados. Carlos apenas respondía con monosílabos, claramente desinteresado. Sin embargo, Áurea no parecía darse cuenta o, más probablemente, no le importaba. Estaba emocionada de hablar con él, el chico más rico y guapo de la isla. Se sentía importante al poder hablar con él.
Áurea iba a la preparatoria local, el “Bachillerato de la Luz”, el único colegio público de la isla. Ahí estudiaban todos los jóvenes que no podían costear el exclusivo colegio privado donde tanto Carlos como Martha cursaban sus estudios. Para Carlos, el Bachillerato de la Luz era un mundo completamente ajeno, casi invisible. Para Martha, en cambio, representaba una especie de universo paralelo. Aunque nunca había pisado ese lugar, lo conocía bien por las historias de sus compañeros de trabajo en la cafetería.
Martha sabía que su lugar en el colegio privado no era del todo suyo. Si no fuera por la beca completa y por el apoyo incondicional del padre de Carlos, quien estaba bien posicionado en la junta directiva. Muchas veces se preguntaba si su vida habría sido más fácil en el Bachillerato de la Luz. Tal vez allí habría tenido amigos de verdad, personas con quienes compartir risas y preocupaciones sin sentirse juzgada. Quizás, en un entorno menos rígido, habría podido ser simplemente Martha, sin la presión de demostrar que merecía estar donde estaba y la tensión del acoso escolar que le provocaban.
Martha se acercó con profesionalismo hacia Carlos y le dijo:
⎯El local va a cerrar, ¿crees que podrías salir?
Carlos, aliviado de ya no tener que escuchar a Aurea, se puso de pie y caminó hacia Martha. En un movimiento rápido, le murmuró:
⎯Te espero en el estacionamiento de atrás, no tardes.
Martha asintió casi imperceptiblemente, sin despegar la vista de Aurea, que seguía distraída.
⎯No tardes ⎯repitió Carlos antes de voltear y despedirse desde lejos con un gesto casual.
Aurea, que hasta entonces parecía no haber notado nada, se sonrojó de inmediato.
⎯¡Vuelve pronto! ⎯gritó emocionada mientras Carlos salía por la puerta. Luego, volteó hacia Martha con una sonrisa soñadora.
⎯¿No es guapo?
Martha, esforzándose por mantener la calma, contestó sin ganas:
⎯Depende de lo que llames guapo.
No podía permitir que Aurea notara su nerviosismo, aunque sentía el pulso acelerado. Mientras Aurea hablaba sobre el “encanto” de Carlos, Martha se limitó a terminar de ordenar sus cosas. Su compañera no dejaba de insistir, pero Martha apenas escuchaba, atrapada en un remolino de pensamientos.
Cuando finalmente Aurea se despidió, Martha dejó escapar un suspiro de alivio. Cerró el local, apagó las luces y, tras asegurarse de que todo estaba en orden, se dirigió al estacionamiento trasero.
Carlos estaba allí, esperándola, sentado despreocupadamente sobre su moto. La luz tenue del alumbrado público resaltaba su figura y la sonrisa despreocupada que le dirigió al verla.
⎯¿Lista? ⎯le preguntó mientras le tendía un casco.
Martha lo tomó con cierta duda.
⎯Son las nueve de la noche, ¿dónde iremos? ⎯preguntó, intentando sonar indiferente, aunque la inseguridad era evidente en su tono.
⎯Es una sorpresa. Vamos, súbete ⎯respondió él, dando un ligero golpe al asiento de la moto para indicarle que se acomodara detrás de él.
Martha miró el casco entre sus manos por un momento. Solo le quedaba confiar en él. Se lo colocó, asegurándose de ajustarlo bien, y subió a la moto.
Cuando Carlos arrancó, el rugido del motor llenó el silencio de la noche. Martha no pudo evitar rodearlo con los brazos, sintiendo el calor de su cuerpo a través de la chaqueta. Era una sensación extraña, casi reconfortante, pero también aterradora.
⎯Confía en mí ⎯le dijo Carlos por encima del ruido del motor.
Martha cerró los ojos por un momento, intentando calmar su respiración. No tenía idea de a dónde la llevaba, pero algo en su interior le decía que esta noche dscubriría algo más.
***
Momentos después, Carlos entró al estacionamiento del “Museo del Mar”, un edificio imponente de arquitectura moderna que destacaba por sus líneas limpias y su conexión con la naturaleza circundante. Era un lugar especial para los habitantes de la isla, un espacio que albergaba la historia local y celebraba el talento artístico de su gente. Para Martha, tenía un significado aún más profundo: soñaba con que algún día sus pinturas se expusieran allí, aunque fuera en una esquina pequeña de una sala secundaria.
Durante las mañanas, el museo ofrecía visitas guiadas a las cuevas cercanas, donde se podían admirar los antiguos grabados rupestres que narraban la vida de los primeros habitantes. Pero por la noche, el edificio parecía dormido, sus ventanas reflejando la luna y el mar oscuro que se extendía más allá.
Carlos aparcó la moto y le tendió la mano a Martha con una sonrisa enigmática.
⎯Vamos ⎯dijo.
⎯¿Dónde? ⎯preguntó ella, riéndose nerviosa⎯. El museo está cerrado.
⎯Solo confía en mí ⎯respondió, tirando suavemente de su mano.
Para sorpresa de Martha, el guardia de seguridad en la entrada les abrió la puerta sin decir mucho, pero con un saludo amistoso.
⎯Ya sabe, señor Montenegro ⎯advirtió el hombre, con un tono que sugería que esto no era inusual.
⎯Sí, no te preocupes ⎯respondió Carlos con familiaridad.
Martha saludó al guardia con una tímida inclinación de cabeza, todavía tratando de procesar lo que estaba ocurriendo. Sin soltar la mano de Carlos, lo siguió al interior del museo, donde el silencio era absoluto. Las salas estaban vacías, llenas de historia y arte que parecían observarlos desde las paredes y vitrinas. La luz tenue hacía que el espacio se sintiera casi mágico.
Finalmente, Carlos la guió hasta el famoso balcón. Durante el día, era conocido por ofrecer las mejores vistas al atardecer, pero esa noche Martha se quedó sin palabras. Desde allí, el faro de la isla proyectaba su luz hacia el océano, iluminando las olas que rompían suavemente contra las rocas. Era un paisaje completamente distinto al que conocía, más íntimo, más impactante.
⎯Esto es… hermoso ⎯susurró ella, mirando fascinada el horizonte.
⎯¿Te gusta? ⎯preguntó Carlos, recargándose despreocupadamente en la barandilla del balcón.
⎯Sí. Jamás había venido a esta hora… ¿Tú sueles venir seguido?
⎯Sí ⎯contestó él, mirando hacia el mar.
Martha sintió una punzada de curiosidad, pero no pudo evitar la siguiente pregunta:
⎯¿Con… tu novia?
Carlos giró hacia ella, alejándose del balcón. Sin decir nada, caminó hasta donde Martha estaba apoyada, su figura ahora bloqueando la vista del mar. La sujetó suavemente por la cintura y la acercó hacia él. Sus cuerpos quedaron tan cerca que Martha apenas podía respirar; no había espacio para los nervios que la embargaban.
⎯Si te digo que no, ¿me crees? ⎯murmuró Carlos, su voz grave y cercana, sus ojos buscando los de ella.
Antes de que Martha pudiera responder, él inclinó la cabeza y la besó. Fue un beso breve al principio, suave, como si estuviera pidiendo permiso. Martha se quedó inmóvil, sorprendida por la calidez de sus labios. Pero cuando Carlos profundizó el beso, ella no pudo evitar corresponder. Algo en su interior se encendió, y ese primer contacto se transformó en algo más intenso, lleno de pasión contenida y de un deseo que ninguno de los dos sabía que tenía.
Carlos la levantó con facilidad y la sentó en la barandilla del balcón, asegurándose de que no pudiera caerse. Martha rodeó su cintura con las piernas, acercándolo aún más a ella. Sus manos, que al principio se aferraban al borde del balcón, subieron hasta los hombros de Carlos, y luego hasta su cabello, enredándose en él. El beso se convirtió en un diálogo mudo, una mezcla de emociones que a ninguno se había permitido expresar antes.
El rugido lejano del mar, el viento que soplaba suavemente y la luz intermitente del faro creaban un escenario que parecía sacado de un sueño. En ese momento, Martha olvidó todo: el museo, la isla, el mundo entero. Solo existían ellos dos, conectados de una manera que nunca había imaginado.
Cuando finalmente se separaron, ambos respiraban agitados. Carlos la miró con una mezcla de intensidad y ternura.
⎯¿Te he dicho que me encanta que confíes en mí? ⎯susurró Carlos, rozando su frente con la de ella.
Martha sonrió levemente, una sonrisa que apenas asomaba entre su incertidumbre y sus ganas de creerle.
⎯Dime, ¿cómo conociste este lugar? ⎯preguntó, con un tono suave pero inquisitivo.
Carlos se mordió los labios, deteniéndose un segundo antes de responder. Mientras acariciaba su cabello con ternura, sus ojos se mantuvieron fijos en los de ella, explorando cada duda que escondían.
⎯¿Por qué quieres saber?
⎯Quiero saber porque no quiero problemas más adelante con tus amigos ⎯admitió Martha, dejando escapar un suspiro. No quería cargar con un secreto que pudiera complicarse después. Le preocupaba que la novia de Carlos descubriera que habían estado juntos en un lugar tan especial.
Carlos notó la preocupación reflejada en su mirada. Esa fuerza habitual en Martha, esa coraza que siempre llevaba puesta, se había desmoronado por un momento, dejando al descubierto su vulnerabilidad.
⎯No. Siempre vengo solo ⎯respondió él con seguridad.
⎯No, no me mientas ⎯insistió Martha, sin apartar la vista de él.
Carlos negó con la cabeza y tomó su rostro entre sus manos, acariciando sus mejillas con los pulgares.
⎯Te lo juro ⎯dijo con firmeza⎯. Vengo solo, siempre lo hago. Puedes preguntarle al guardia si quieres. Este es mi lugar especial, donde puedo estar en paz por horas. Nadie sabe que estoy aquí. Yo… quería mostrártelo. Eres la primera persona que traigo aquí y la única.
Martha cerró los ojos por un instante, dejando que sus palabras la envolvieran. Antes de que pudiera responder, Carlos inclinó la cabeza y volvió a besarla. Sus labios se encontraron de nuevo, en un beso que era tan apasionado como lleno de significado. Este no era solo un impulso, era una conexión que ambos compartían, un deseo que habían intentado ignorar, pero que se hacía cada vez más evidente.
Martha correspondió sin dudar. Sus manos subieron hasta el cuello de Carlos, aferrándose a él mientras el beso se intensificaba. Se traían ganas, eso era innegable, pero también había algo más: un magnetismo, una atracción que iba más allá del físico. Ambos estaban perdiéndose en ese instante, en la sensación de estar juntos, de ser solo ellos dos en el mundo.
Cuando finalmente se separaron, ambos respiraban agitadamente. Sus ojos brillaban, reflejando el resplandor del faro que seguía iluminando el océano a lo lejos.
Carlos la miró con una fascinación que no podía ocultar. Estaba cautivado por Martha, por su carácter fuerte, su manera de hablar, su capacidad de ser vulnerable y su presencia que llenaba cualquier espacio. Cada momento con ella le hacía sentir que su vida podía ser algo completamente distinto.
Martha, sin embargo, no podía dejar de pensar en los riesgos. Su voz salió apenas un murmullo, cargada de dudas y emociones encontradas.
⎯No sé si creerte ⎯dijo, con los ojos fijos en los de él⎯. No quiero caer en esto… no quiero.
Carlos acarició su rostro una vez más, con una paciencia que no solía caracterizarlo.
⎯¿Qué tengo que hacer para que me creas?
Martha apartó la mirada, sintiendo un nudo en la garganta.
⎯No sé ⎯admitió, rompiendo el encanto del momento⎯. No sé cómo confiar por completo en ti. Si te soy sincera, siento que soy parte de algún juego turbio entre tus amigos y tú.
Carlos frunció el ceño, sorprendido por sus palabras, pero no dijo nada. Martha aprovechó el silencio para soltar todo lo que llevaba dentro.
⎯Dime la verdad, ¿apostaste algo?, ¿te pagaron algo?, ¿me tomarás fotos y las enviarás a toda la escuela? ⎯sus palabras eran rápidas, llenas de inseguridad y rabia contenida⎯. ¿Estás jugando conmigo, Carlos?
Él parpadeó, claramente impactado, pero entendía de dónde venían esas preguntas. Durante años, había sido testigo, aunque a veces pasivo, de cómo sus amigos la habían molestado y humillado. Sabía que no tenía derecho a sorprenderse de que ahora ella cuestionara cada uno de sus gestos.
⎯Solo dime, Carlos ⎯continuó Martha, con los ojos brillando por la frustración⎯. Ahórrame la decepción o al menos el caer esta vez. Mi verano ya es lo suficientemente complicado como para soportar un juego macabro entre ellos y yo. Te lo pido.
Carlos dio un paso atrás, tomándose un momento para respirar. Martha lo observó y, al no obtener una respuesta inmediata, suspiró. Se bajó del balcón con movimientos rápidos, tratando de recuperar algo de la compostura que sentía que había perdido.
⎯Lo sabía ⎯dijo, ajustándose la playera mientras recogía su bolso.
⎯No, no lo sabes ⎯respondió Carlos, con un tono firme y una intensidad en los ojos que la detuvo por un segundo.
⎯No lo sabes. Yo solo quiero que confíes en mí.
⎯¿Cómo voy a hacerlo si no niegas nada? ⎯replicó Martha, su voz temblando entre el enojo y la confusión⎯. Dime, ¿esto qué es? ¿Una apuesta? ¿Un trato?
Carlos negó con la cabeza, frustrado, buscando las palabras adecuadas.
⎯Me voy… ⎯dijo Martha, dando media vuelta hacia la entrada.
Pero antes de que pudiera dar más de dos pasos, sintió la mano de Carlos sujetándola suavemente del brazo.
⎯Suéltame, Carlos. Solo déjame en paz.
⎯No ⎯contestó él, su voz firme pero no agresiva⎯. Esto no tiene nada que ver con nadie más. Tiene que ver conmigo, Martha.
Ella se giró lentamente, confundida y cansada.
⎯¿Qué quieres decir con eso?
Carlos tomó aire, mirándola directamente a los ojos.
⎯Me gustas.
Martha parpadeó, como si no hubiera escuchado bien.
⎯¿Qué?
⎯Me gustas ⎯repitió él, su voz cargada de honestidad⎯. No hay trucos, no hay apuestas, no hay malas intenciones. Solo somos tú y yo.
Martha lo miró, buscando señales de duda, alguna grieta en sus palabras que pudiera confirmar sus temores. Pero no encontró nada. Carlos estaba ahí, expuesto, esperando a que ella decidiera si podía creerle o no.
⎯¿Por qué yo? ⎯preguntó finalmente, su voz más baja, más vulnerable.
Carlos sonrió levemente, esa sonrisa genuina que rara vez mostraba.
⎯Porque tú eres diferente, Martha. No sé cómo explicarlo, pero cuando estoy contigo… quiero ser alguien mejor.
Ella tragó saliva, sintiendo que las barreras que había levantado durante tanto tiempo comenzaban a derrumbarse.
⎯No, no juegues esa carta, Carlos, te lo pido ⎯le advirtió Martha, su voz quebrada entre el miedo y la frustración⎯. Sólo dime la verdad.
Carlos la miró con una intensidad que hizo que el aire entre ellos pareciera detenerse.
⎯Es la verdad ⎯dijo con firmeza, su voz cargada de emoción⎯. Me gustas. Me gustas cómo nadie me había gustado antes.
Martha bajó la mirada, luchando contra el torbellino de emociones que la atravesaba. Pero Carlos no se detuvo, como si supiera que tenía que decir todo ahora, antes de que ella volviera a levantar sus muros.
⎯Sé que al inicio fue solo un beso, pero desde que empezó el verano despertaste algo en mí que no puedo ignorar. Eres maravillosa. Y sí, vivo con la culpa de todo lo que te hicimos, de todo lo que pasaste por mi debilidad y mi miedo a ser yo mismo.
Carlos dio un paso hacia ella, acortando la distancia, pero sin invadir su espacio completamente.
⎯No sé cómo hacer que esos recuerdos se vayan, pero te juro que lo que siento por ti es verdad. Esto no es un juego, Martha. No hay nadie más. Solo somos tú y yo.
Con cuidado, inclinó la cabeza y dejó un beso suave en sus labios, un contacto breve pero cargado de todo lo que no podía expresar con palabras. Martha sintió la sinceridad en ese gesto, pero su corazón seguía dividido entre creerle o protegerse.
Se separó rápidamente, poniendo una mano en su pecho como si quisiera mantenerlo a raya.
⎯Te lo pido… no me lastimes más ⎯dijo, con los ojos llenos de lágrimas que se negaban a dejar caer⎯. Ya estoy en mi límite. Solo déjame en paz este verano. Te juro que pronto me iré de tu vida.
Carlos la observó en silencio por un momento, procesando sus palabras. Pero en lugar de retroceder, volvió a besarla, esta vez con más fuerza, con una intensidad que derribó las últimas defensas de Martha. Antes de que ella pudiera resistirse, la levantó con facilidad, sosteniéndola con firmeza mientras la colocaba de nuevo sobre el balcón.
El faro seguía iluminando las olas en la distancia, pero Martha ya no lo veía. Solo sentía las manos de Carlos sujetándola con cuidado, sus labios moviéndose con los suyos, y el calor que se propagaba por su cuerpo mientras lo abrazaba con fuerza.
A pesar de sus dudas, a pesar de los miedos que la atormentaban, Martha se dejó llevar. Sus manos subieron hasta el rostro de Carlos, acariciando su mandíbula con dedos temblorosos. Luego lo acercó aún más, pegando su cuerpo al de él, como si quisiera asegurarse de que ese momento era real.
No quería admitirlo, pero le encantaba besarlo, sentir la manera en que él parecía querer cuidarla, protegerla. Era un deseo que no había experimentado antes, mezclado con la tentación de confiar en él.
Cuando el beso finalmente terminó, ambos se miraron a los ojos, respirando agitadamente. Carlos apoyó su frente contra la de ella y, con un susurro apenas audible, dijo:
⎯No te lastimaré, te lo juro. Dime qué puedo hacer para que confíes en mí.
Martha cerró los ojos, dejándose llevar por el calor del momento, pero su mente seguía invadida por las dudas. Sin embargo, en lugar de alejarse, apoyó su rostro sobre el pecho de Carlos, buscando en ese abrazo un refugio que no sabía que necesitaba. Carlos respondió rodeándola con sus brazos, sosteniéndola como si temiera que pudiera escapar en cualquier momento.
⎯Esto va demasiado rápido ⎯murmuró ella, su voz, apenas un susurro contra su camisa⎯. Ayer dijiste que era algo leve, y hoy… estamos así.
Carlos bajó la mirada hacia ella, sintiendo la mezcla de confusión y miedo en sus palabras.
⎯Te juro que yo también estoy confundido ⎯confesó, su voz honesta y llena de vulnerabilidad⎯. Yo también tengo miedo.
Martha levantó la cabeza, sus ojos buscando los de él, como si intentara descifrar sus intenciones.
⎯¿Entonces qué hacemos con esto? ⎯preguntó, señalando el espacio entre ambos, donde sus emociones chocaban como olas contra las rocas.
Carlos tomó sus manos, entrelazando sus dedos con los de ella, como si ese contacto pudiera ayudar a responder todas sus dudas.
⎯Solo quiero disfrutar esto contigo ⎯dijo, con una intensidad que hizo que el corazón de Martha latiera con más fuerza⎯. No tengo todas las respuestas, pero necesito que me creas. No hay nadie más, no hay juegos, no hay mentiras. Sólo tú y yo.
Martha soltó un suspiro tembloroso, sintiendo cómo sus palabras desarmaban, poco a poco, la coraza que había construido durante años.
⎯Carlos, si esto no es real, no creo poder soportarlo ⎯admitió, con los ojos llenos de una honestidad que la hacía sentir más expuesta de lo que quería⎯. Ya he pasado por demasiadas cosas.
Carlos acercó su rostro al de ella, bajando la voz hasta un susurro.
⎯Es real, Martha. Esto… nosotros… somos reales.
Sin esperar una respuesta, dejó un beso suave en su frente, un gesto tan simple pero tan cargado de significado que Martha sintió que algo dentro de ella se rompía, pero no de dolor, sino de alivio.
El tiempo pareció detenerse mientras ambos permanecían en silencio, en ese abrazo que hablaba más que cualquier palabra. Afuera, el viento soplaba suavemente, llevando consigo el sonido lejano de las olas rompiendo contra las rocas.
Finalmente, Martha habló, su voz apenas audible.
⎯¿Y si me cuesta confiar?
Carlos sonrió levemente, acariciando su cabello con una ternura que parecía impropia de él.
⎯Tengo todo el verano para hacer que lo hagas.
Martha dejó escapar una risa suave, cargada de escepticismo.
⎯Solo unas semanas.
⎯Entonces, disfrutemos esto por unas semanas… confía en mí por unas semanas.
Ella alzó la vista hacia él, buscando algo que confirmara la sinceridad en sus palabras. Para su sorpresa, lo encontró. En esos ojos que tantas veces había evitado mirar directamente, vio algo que no había esperado: honestidad, quizás incluso algo más profundo.
Carlos no esperó a que hablara, inclinándose para besarla una vez más. Sus labios cálidos se encontraron con los de Martha, que estaban fríos, creando un contraste que los hizo estremecer a ambos. El viento soplaba alrededor de ellos, moviendo el cabello de Martha y refrescando sus cuerpos en la cálida noche de verano.
En ese momento, todo lo demás dejó de importar. El balcón del museo, que antes era el refugio secreto de Carlos, ahora era también un espacio compartido. Un lugar donde ambos podían ser simplemente ellos mismos. Ahí, Martha no era la hija de la criada, constantemente juzgada por las diferencias sociales que la separaban de los demás. Carlos no era el niño rico atrapado por las expectativas de un futuro ya escrito por otros.
Ahí, eran solo dos jóvenes, asustados y llenos de dudas, pero encontrándose el uno al otro de una manera que ninguno había anticipado.
Cuando finalmente se separaron, ambos respiraban agitadamente. Martha bajó la mirada por un instante, mordiendo sus labios con nerviosismo. Era un gesto que Carlos encontró fascinante, como si estuviera viendo una parte de ella que pocos conocían.
⎯¿Qué? ⎯preguntó él, esbozando una sonrisa.
⎯Nada ⎯murmuró Martha, mirando el horizonte iluminado por el faro⎯. Es solo que… esto no tiene sentido.
⎯No tiene que tenerlo ⎯respondió Carlos, dando un paso hacia ella y rozando su mejilla con los dedos⎯. Solo quiero que sea nuestro.
Martha lo miró nuevamente, dejando que esas palabras se asentaran en su mente. En ese lugar, con el mar como testigo y el viento como cómplice, parecía tan fácil creerle. Pero las cicatrices que llevaba en el corazón seguían recordándole que confiar no era algo que pudiera regalar tan fácilmente.
⎯Te lo advierto, Carlos ⎯dijo finalmente, con una mezcla de firmeza y vulnerabilidad⎯. Si esto es un juego, si me lastimas… no voy a perdonártelo.
Carlos negó con la cabeza, con la misma seguridad que había mostrado desde el inicio de la noche.
⎯No es un juego, Martha. Te lo prometo.
Ella asintió lentamente, sintiendo que, aunque el miedo seguía ahí, también lo hacía la esperanza. Por primera vez, pensó que tal vez, solo tal vez, podría permitirse disfrutar algo sin pensar en las consecuencias. Aunque fueran solo unas semanas.
Y en silencio, se quedó junto a Carlos, observando el océano iluminado, dejando que la brisa del verano les recordara que aún había tiempo para descubrir qué significaban realmente el uno para el otro.
***
Eran la una de la mañana cuando Martha y Carlos llegaron a la mansión. Ambos se bajaron unas cuadras antes para apagar la moto y llevarla en silencio hacia la puerta de la casa. Entraron por el enorme garaje, donde el eco de sus pasos parecía amplificar el peligro de ser descubiertos. Carlos dejó la moto en su lugar habitual, asegurándose de no hacer ruido.
⎯Me tengo que ir ⎯murmuró Martha, entregándole el casco mientras echaba un vistazo nervioso hacia las ventanas oscuras de la casa⎯. Mi madre me va a matar.
Carlos tomó el casco, pero en lugar de guardarlo, lo dejó sobre el asiento de la moto. Antes de que Martha pudiera dar otro paso, él la tomó suavemente de la cintura y la atrajo hacia sí.
⎯¿No me vas a dar un beso de buenas noches? ⎯preguntó, con una sonrisa que mezclaba picardía y ternura.
Martha lo miró, alzando una ceja.
⎯Creo que ya te di muchos besos de buenas noches ⎯replicó con un susurro.
⎯¿No me vas a dar uno más?
Ella rodó los ojos, divertida, pero no pudo evitar sonreír. Entonces, levantó la mirada hacia el techo y señaló con los ojos hacia la cámara de seguridad que los vigilaba. Carlos la soltó de inmediato, dando un paso atrás como si lo hubieran sorprendido en medio de un robo.
⎯Ves… ⎯comentó Martha, reprimiendo una risa ante su reacción⎯. Sabía que reaccionarías así.
Sin más palabras, tomó su bolsa y se dirigió a la pequeña puerta que llevaba a las habitaciones de los empleados. Sin embargo, apenas había avanzado unos pasos cuando Carlos, sin hacer ruido, la siguió. Antes de que pudiera bajar las escaleras hacia el área del personal, sintió cómo la mano de él la sujetaba del brazo, jalándola con delicadeza pero con firmeza.
⎯¿Qué haces? ⎯susurró Martha, alarmada, mientras Carlos la metía en el pequeño cuarto de limpieza junto al pasillo.
El espacio era reducido, apenas lo suficiente para que ambos estuvieran de pie entre los estantes llenos de productos y utensilios de limpieza.
⎯Carlos… ⎯murmuró ella, pero antes de que pudiera terminar la frase, él la miró fijamente a los ojos, con una intensidad que hizo que sus palabras se quedaran atrapadas en su garganta.
⎯Tal vez aquí, en mi casa, tenga que mantener la misma actitud de siempre, pero quiero que sepas algo ⎯dijo, su voz baja pero cargada de emoción⎯. Siempre estaré pensando en ti. En tus labios, en tu cuerpo… en tus besos, en tu boca.
Antes de que Martha pudiera responder, Carlos cerró el espacio entre ellos y la besó. Este no era un beso apresurado ni lleno de dudas, sino uno cargado de pasión y deseo, como si cada segundo con ella fuera imprescindible.
Sus labios se movieron con urgencia, explorando los de Martha, que al principio se tensó por el miedo de ser descubierta, pero pronto cedió, envolviendo sus brazos alrededor de su cuello. Sus cuerpos estaban tan cerca que podía sentir el latido acelerado de su corazón contra el suyo.
Carlos deslizó una mano por su cintura, atrayéndola más hacia él, mientras la otra se apoyaba en la pared detrás de ella, como si quisiera crear un mundo donde solo existieran ellos dos. Los labios de Martha respondieron con la misma intensidad, moviéndose al compás de los de él. Sus manos se aferraron a la camisa de Carlos, sintiendo el calor de su piel a través de la tela, como si temiera que si lo soltaba, este momento desapareciera.
El aire en el pequeño cuarto era denso, cargado de emociones contenidas y de un deseo que ninguno de los dos podía controlar. El aroma a productos de limpieza se mezclaba con el de Carlos, un contraste que Martha nunca olvidaría.
Finalmente, cuando ambos necesitaron respirar, Carlos se separó apenas unos centímetros, manteniendo sus frentes juntas.
⎯No importa dónde esté ⎯murmuró, su voz baja y ronca⎯, siempre voy a desearte, Martha.
Ella lo miró, todavía sin aliento, sintiendo que el mundo exterior había dejado de existir. Sin embargo, sabía que no podían quedarse ahí por mucho más tiempo.
⎯Tengo que irme ⎯dijo ella finalmente, aunque su cuerpo no parecía querer moverse.
Carlos asintió, soltándola a regañadientes, pero sus ojos no dejaron de mirarla mientras ella abría la puerta del pequeño cuarto y salía al pasillo. Antes de que desapareciera, él susurró:
⎯Hasta mañana.
Martha no respondió, pero al bajar las escaleras, no pudo evitar tocarse los labios, recordando la intensidad de su beso. No se podía quejar: Carlos besaba de manera excepcional. Y, desgraciadamente, eso la hacía flaquear.
Mientras descendía por el estrecho pasillo hacia las habitaciones del personal, su mente luchaba por recuperar algo de control. Esto no puede durar, se repetía como un mantra. Eran mundos distintos, realidades opuestas. Ella era la hija de la criada, y él, el heredero de una familia que ni siquiera sabía que ella existía más allá de un nombre en la lista de empleados.
Pero entonces, el recuerdo de sus palabras volvía a colarse en su mente: “Siempre estaré pensando en ti. En tus labios, en tu cuerpo… en tus besos, en tu boca.”
Martha soltó un suspiro frustrado, apoyándose por un momento en la pared fría. ¿Cómo podía competir su razón con eso? Su corazón latía con fuerza, y no estaba segura si era por la adrenalina de haberlo besado o por el miedo a lo que pudiera pasar si seguía dejándose llevar.
Entró a su habitación finalmente, cerrando la puerta con cuidado para no despertar a nadie. Dejó su bolso sobre la cama y se quedó quieta por un momento, mirando el pequeño espacio que llamaba suyo. Allí, todo era distinto, real. No había balcones mágicos ni confesiones al oído. Solo estaba ella, enfrentándose a sus propios pensamientos.
Se sentó en la cama, mirando sus manos, todavía temblorosas por la cercanía de Carlos. Quería convencerse de que podía detener esto, de que era mejor cortar todo de raíz antes de que fuera demasiado tarde. Pero cuando cerró los ojos, todo lo que podía ver eran los suyos: intensos, sinceros, y cargados de una emoción que ella había pasado años evitando.
Una noche más, pensó. Solo una noche más para permitirme sentir esto.
Y con esa promesa a medias, Martha se dejó caer sobre la cama, sin saber que la batalla entre su razón y su corazón apenas comenzaba.
***
Presentador: “Buenas noches. Lamentablemente, iniciamos este segmento informativo con la alarmante noticia de una nueva desaparición en nuestra isla. La joven Valeria Martínez, de 16 años, fue reportada como desaparecida anoche por sus padres, quienes informaron que no regresó a casa después de asistir a un evento comunitario. Según las autoridades, Valeria fue vista por última vez en el malecón alrededor de las 10 de la noche. Desde entonces, no se ha tenido rastro de ella.”
Reportera en el lugar: “Nos encontramos frente a la casa de la familia Martínez, quienes, visiblemente devastados, están solicitando ayuda de toda la comunidad para localizar a su hija. Escuchemos lo que tienen que decir.”
Madre de Valeria: “Por favor, ayúdenos. Si alguien sabe algo, si alguien la vio, se lo suplico, comuníquense con nosotros o con la policía. Valeria es una buena chica, nunca haría algo como desaparecer sin avisar. Esto no es normal.”
Padre de Valeria: “Ya hemos escuchado de otras desapariciones antes y nadie nos da respuestas claras. Temo lo peor, pero no voy a descansar hasta encontrarla. Si alguien la tiene, por favor, se los pido, devuélvannos a nuestra hija.”
Reportera: “Este caso no es el único. En los últimos meses, al menos cuatro jóvenes han desaparecido en circunstancias similares. Si bien algunas de ellas han sido localizadas, otras siguen sin ser encontradas, alimentando el temor de que estos casos estén relacionados con la trata de personas, un problema que, según organizaciones locales, está afectando a nuestra isla de manera alarmante.”
Presentador: “El alcalde de la isla, el señor Echeverría, emitió un comunicado hace apenas unas horas asegurando que se están tomando medidas extraordinarias para investigar lo que está ocurriendo. Escuchemos un extracto de su declaración.”
Alcalde Echeverría: “Estamos profundamente preocupados por esta nueva desaparición. He instruido a las autoridades locales para que refuercen la seguridad en toda la isla y trabajen en colaboración con las fuerzas estatales y federales. No descansaremos hasta dar con el paradero de Valeria y resolver de una vez por todas lo que está ocurriendo en nuestra comunidad. Este es un problema que nos afecta a todos, y necesitamos que la población se mantenga alerta y colabore con cualquier información.”
Presentador: “Las autoridades han habilitado una línea directa para recibir cualquier pista sobre el paradero de Valeria Martínez. Si tiene información, puede comunicarse al número que aparece en pantalla. Además, se invita a la comunidad a participar en una búsqueda organizada que partirá mañana desde el parque central a las 8 de la mañana.”
Reportera: “La comunidad está preocupada, pero también unida en la esperanza de encontrar a Valeria con vida. Seguiremos informando cualquier avance en este caso que mantiene a nuestra isla en vilo.”
Presentador: “Gracias, seguiremos atentos a esta situación. Mientras tanto, nuestra solidaridad está con la familia Martínez y con todas aquellas que aún esperan respuestas sobre sus seres queridos.”
Martha y su madre se encontraban en la cocina, como cada mañana. Mientras ella desayunaba avena con frutos rojos y leía un libro con atención, Jenny, su madre, tenía puesta la pequeña televisión que estaba instalada sobre el mostrador, un aparato viejo, pero funcional que se había convertido en una compañía constante en su hogar. Las noticias llenaban el espacio con voces monótonas, mezcladas con imágenes inquietantes.
⎯Pobres ⎯dijo Jenny, mientras tomaba un sorbo de café y observaba la pantalla⎯. ¿Qué está pasando con esta isla?
Martha levantó la vista de su libro, atraída por el tono preocupado de su madre. En la televisión se mostraban imágenes de una chica que había desaparecido recientemente. La foto parecía tomada del perfil de una red social: una sonrisa juvenil y un par de ojos brillantes que ahora solo reflejaban incertidumbre en quienes la buscaban. No tendría más de 16 años.
⎯Por eso no me gusta que regreses tan tarde de trabajar ⎯comentó Jenny, su voz cargada de inquietud mientras bajaba la taza a la mesa⎯. Por cierto, ¿dónde estabas ayer por la noche?
Martha cerró el libro lentamente y miró a su madre a los ojos. Sabía que Jenny no lo preguntaba para controlar, sino por genuina preocupación, pero aun así sentía que la interrogaba.
⎯Salí del trabajo tarde ⎯respondió con calma⎯. Hubo un problema con la nueva máquina de café.
⎯Hmm… ⎯murmuró Jenny, sin apartar la mirada⎯. ¿Y por qué no me llamaste?
⎯Mi móvil se descargó. La pila ya no dura tanto ⎯respondió Martha con sinceridad.
Era cierto. Su teléfono era tan viejo que no podía pasar más de unas horas encendido. Había pensado en reemplazarlo, pero siempre surgían cosas más importantes en las que gastar el dinero.
⎯Tendré que comprarte otro móvil ⎯dijo Jenny, soltando un suspiro resignado.
⎯No, mamá. Solo necesito llevarme el cargador al trabajo ⎯replicó Martha, intentando calmarla, pero Jenny negó con la cabeza.
⎯Veré cómo le hago. ¿Crees poder poner la mitad? ⎯preguntó, con ese tono que usaba para incluirla en las decisiones.
Martha asintió. Siempre procuraba ahorrar un poco para cualquier emergencia, aunque prefería destinarlo a otras cosas. Sin embargo, sabía que un móvil nuevo era algo necesario, no solo para ella, sino para calmar la preocupación constante de su madre.
⎯Claro, mamá. Siempre guardo algo para imprevistos ⎯respondió con una pequeña sonrisa.
Jenny dejó la taza sobre la mesa y suspiró profundamente antes de regresar a sus pensamientos.
⎯No me gusta que trabajes tanto ⎯dijo Jenny después de un momento de silencio, rompiendo la tranquilidad matutina⎯. Me siento mal de no poder darte todo lo que necesitas.
Martha dejó la cuchara a un lado, se levantó y abrazó a su madre con fuerza. Sentía el peso de las palabras de Jenny, pero también sabía que su amor y esfuerzo eran más de lo que cualquier cosa material podría ofrecerle.
⎯No digas eso, mamá ⎯le dijo Martha, cerrando los ojos mientras se aferraba a ella⎯. Trabajo porque me gusta, porque quiero superarme. Verás que un día yo podré darte todo lo que necesitamos y queremos. Todo estará bien.
Jenny se apartó un poco, lo suficiente para mirar a su hija a los ojos. Su mirada estaba llena de emoción, de orgullo y de algo de tristeza.
⎯Se supone que yo debería decirte eso ⎯respondió con una pequeña sonrisa, antes de besar el cabello de Martha⎯. Te amo, hija.
⎯Te amo, mamá ⎯respondió Martha, y se fundieron en un cálido abrazo.
Era un momento pequeño, pero lleno de significado. Martha sentía que este tipo de momentos eran lo que le daba fuerza para seguir adelante, para no rendirse incluso cuando el trabajo o los estudios se volvían agotadores. Sabía que Jenny cargaba con culpas innecesarias, pero también que haría lo posible por demostrarle que todo valía la pena.
Cuando finalmente se separaron, Martha tomó su plato y lo llevó al fregadero. Mientras enjuagaba la cuchara, sintió la mirada de Jenny todavía sobre ella, como si quisiera memorizar cada detalle de su hija.
⎯Bueno, voy a la escuela a ver lo de la colegiatura y la beca ⎯dijo Martha, rompiendo el silencio. Secó sus manos con un paño y se volvió hacia su madre⎯. Las clases empiezan pronto y necesito asegurar mi lugar.
Jenny asintió, aunque en su mirada se reflejaba un rastro de preocupación.
⎯¿Necesitas que te acompañe? ⎯preguntó.
Martha negó con la cabeza y sonrió.
⎯No, mamá. Estaré bien. Es algo que puedo manejar sola. Además, tengo que ir al trabajo después. Quiero aprovechar el día.
Jenny soltó un suspiro, resignada, pero orgullosa de la determinación de su hija.
⎯Está bien, pero por favor ten cuidado ⎯dijo, caminando hacia ella para colocarle un mechón de cabello detrás de la oreja⎯. Y no te olvides de llamarme si algo pasa, ¿de acuerdo?
⎯De acuerdo ⎯respondió Martha, con una sonrisa que intentaba tranquilizar a su madre.
Tomó su bolso, revisó que tuviera todo lo necesario y se despidió con un beso en la mejilla. Al salir de la casa, sintió el sol cálido en su rostro y el aire fresco de la mañana. Era uno de esos días en los que, a pesar de las preocupaciones, todo parecía posible.
Caminó con paso firme, siguiendo el mismo rumbo que tomaba siempre para ir a la escuela. Al sacar su móvil, que apenas mantenía algo de batería, conectó los audífonos y buscó su lista de reproducción. Lo que más le dolía de cambiar de teléfono era perder todas las canciones que había guardado ahí durante años. Para Martha, la música era más que un pasatiempo: era su escape, un refugio que la alejaba de los problemas y le hacía la vida más llevadera.
Los primeros acordes de “When You Were Young” de The Killers comenzaron a sonar en sus oídos. Martha murmuró la letra mientras se sincronizaba con el ritmo, dejando que la música la envolviera. Caminaba con determinación, como si los pasos y la melodía la guiaran hacia un día productivo. Pero no había llegado muy lejos cuando, al doblar la esquina, lo vio.
Carlos estaba ahí, apoyado en su moto, con una expresión de calma y seguridad que le resultaba imposible ignorar. Parecía haberse adelantado a sus pasos, esperándola como si fuera la cosa más natural del mundo.
Martha frunció el ceño. ¿Qué hace aquí? pensó, mientras el nudo en su estómago crecía. Dudó por un segundo, pero al final no tenía otra opción más que seguir avanzando. No había otro camino para llegar a la escuela. Respiró hondo y se acercó, fingiendo una tranquilidad que no sentía.
Cuando llegó a su lado, Carlos le dedicó una sonrisa amplia, de esas que hacían que cualquier chica en la isla suspirara. Pero Martha no era cualquier chica.
⎯Buenos días, Martha ⎯saludó, con ese tono casual que parecía ignorar por completo el malestar que ella sentía al verlo.
Ella miró a ambos lados de la calle, inquieta. No podía evitar sentirse insegura. A pesar de todas las palabras y promesas que Carlos le había dicho últimamente, sabía que cualquiera podría verlos juntos, y eso podría traer problemas. Había aprendido, desde muy joven, que el mundo de Carlos y el suyo no estaban destinados a mezclarse.
⎯Buenos días ⎯respondió, con una voz baja y neutral, intentando mantener la conversación breve.
Carlos, sin embargo, no parecía tener ninguna intención de dejarla ir tan rápido.
⎯¿Dónde vamos? ⎯preguntó con una mezcla de curiosidad y diversión, como si su presencia allí fuera lo más normal del mundo.
Martha levantó una ceja y sonrió levemente, aunque sin dejar de sentir el peso de su mirada sobre ella.
⎯Yo iré a la escuela a hacer trámites y, después, a trabajar. Tú… no lo sé. No sé qué planes tengas ⎯dijo, intentando marcar un límite.
Carlos se cruzó de brazos, y su sonrisa se volvió más traviesa, más Carlos.
⎯Pues… pensaba ir a la playa. Hoy es el día de San Juan.
⎯El día de San Juan es por la noche, Carlos. Irás muy pronto a la playa ⎯respondió ella, sin perder su tono práctico.
⎯No, porque planeo ir contigo ⎯contestó él, con una facilidad que desarmaba a cualquiera⎯. En el yate. Pasar el día besándote… y después, ir juntos a las hogueras.
Las palabras de Carlos cayeron como una bomba. Martha sintió cómo el calor subía por su rostro. Quería responder algo, pero la sorpresa y la tensión la dejaron momentáneamente muda.
⎯¿Qué? ¿Te parece un mal plan? ⎯agregó él, fingiendo una inocencia que no le quedaba.
Martha lo miró fijamente, intentando no dejarse llevar por el rubor que comenzaba a cubrirle las mejillas. Finalmente, suspiró y negó con la cabeza.
⎯Carlos, ¿no entiendes lo que significa que me vean contigo? ⎯dijo, cruzándose de brazos⎯. No puedo irme en un yate contigo. No puedo aparecer contigo en la playa. No puedo hacer todo lo que dices… porque no somos iguales. No vivimos en el mismo mundo, ¿entiendes eso?
Carlos la escuchó con paciencia, dejando que descargara sus palabras, pero sin apartar esa mirada intensa que siempre parecía tener respuestas para todo. Cuando Martha terminó de hablar, él se inclinó un poco hacia delante, y le sonrió.
⎯¿Qué pasó? Pensé que ayer habíamos llegado a un acuerdo ⎯preguntó con calma, pero con un tono que delataba cierta frustración.
Martha cruzó los brazos, evitando su mirada. La seguridad con la que había iniciado su discurso comenzaba a desmoronarse frente a la insistencia de Carlos. Pero ella no podía ceder tan fácilmente.
⎯Pues… ya lo pensé bien. No creo que sea bueno esto ⎯dijo, intentando sonar firme, aunque su voz traicionaba la duda que llevaba dentro.
Carlos frunció el ceño y, antes de que pudiera decir algo, Martha dio un paso hacia atrás, intentando marcar distancia. Sin embargo, él fue más rápido. La tomó suavemente del brazo, pero con la suficiente fuerza para detenerla, y la atrajo nuevamente hacia él. Ese gesto de control la descolocó. Había algo en la intensidad de Carlos que la confundía, una mezcla entre molestia y… ¿atracción?
⎯No me crees, ¿cierto? ⎯dijo Carlos, con una seriedad que casi la hizo tambalearse⎯. Piensas que esto es un juego.
⎯Me has demostrado que puedes jugar lo que desees ⎯respondió Martha, mirándolo directamente a los ojos, como si intentara atravesar la fachada de seguridad que él siempre mostraba.
Carlos apretó los labios, asintiendo lentamente, como si estuviera considerando sus palabras. Después de un momento, se inclinó un poco más hacia ella, reduciendo la distancia entre ambos.
⎯Pero esta vez no. Yo ya te dije que quiero pasar sinceramente mi tiempo contigo. Quiero conocerte, conocerme, conocernos… no tiene nada que ver con lo que piensas ⎯dijo con una voz baja y firme, como si cada palabra fuera una promesa.
Martha sintió cómo su corazón comenzaba a latir más rápido. Quería creerle, pero las cicatrices del pasado eran demasiado profundas. No podía simplemente ignorarlas.
⎯Se llama trauma… ⎯murmuró, desviando la mirada. No quería que él viera la vulnerabilidad que se asomaba en sus ojos.
Carlos suspiró, dejando que su mano soltara su brazo con cuidado. Por un momento, pareció abatido, pero no se rindió. Se inclinó un poco más, tratando de encontrar su mirada.
⎯Y lo siento. De verdad lo siento ⎯dijo con una sinceridad que Martha no esperaba escuchar⎯. Dime, ¿qué quieres que haga para que me creas?
Ella lo miró, sorprendida por la pregunta. No sabía qué responder. Había muchas cosas que podía pedirle, muchas pruebas que podría exigirle, pero en el fondo, no estaba segura de si valía la pena. Al final del verano, todo terminaría. Volverían a sus mundos separados, como siempre había sido. Entonces, ¿qué sentido tenía arriesgarse ahora?
⎯Dime… ⎯insistió Carlos, su voz cargada de una mezcla de urgencia y determinación.
Martha guardó silencio. Sentía el peso de sus palabras, el calor de su mirada, y algo más, algo que se negaba a nombrar. Finalmente, suspiró y dejó caer los hombros, como si hubiera perdido una batalla consigo misma.
⎯No lo sé, Carlos… ⎯dijo en voz baja⎯. No sé qué podrías hacer para que confíe en ti. No sé si quiero confiar en ti.
⎯Pero quiero intentarlo ⎯respondió él rápidamente, como si cada segundo de duda por parte de Martha fuera una oportunidad perdida⎯. Sé que no puedo borrar lo que pasó antes, pero estoy aquí ahora, dispuesto a demostrarte que puedo ser diferente. Que esto… que nosotros, podemos ser diferentes.
Martha lo miró con cautela, estudiando cada palabra que salía de sus labios. Era extraño verlo así, tan vulnerable, casi desesperado por obtener su aprobación. Carlos Montenegro nunca pedía nada. Él tomaba lo que quería, cuando quería, y ahora, frente a ella, parecía estar dispuesto a hacer lo contrario. Sin embargo, eso no era suficiente para borrar el pasado.
⎯Bien… quiero que bailes conmigo en la fiesta de San Juan ⎯dijo finalmente, con una sonrisa desafiante mientras cruzaba los brazos.
Carlos la miró con el ceño fruncido, tratando de procesar sus palabras.
⎯¿Cómo? ⎯preguntó, como si no hubiera escuchado bien.
⎯Sí, Carlos. En frente de todos. Quiero que bailes conmigo en medio del malecón, bajo las luces, rodeados de la música y la gente. Quiero que demuestres que no te importa lo que los demás piensen, que no te importa ser visto conmigo.
Por un instante, Carlos no pudo ocultar su incomodidad. Sus ojos se desviaron hacia un punto vacío, como si buscara una salida a la situación. La idea de bailar, y peor aún, de hacerlo en un lugar tan público como el malecón, lo sacudía por completo. No porque no supiera bailar, sino por lo que significaba. Bailar con Martha frente a todos implicaba ser visto con ella, admitir frente a sus amigos, conocidos y todo el pueblo que había algo entre ellos.
⎯No ⎯respondió finalmente, negando con la cabeza.
⎯¿Cómo que no? ⎯Martha arqueó una ceja, claramente molesta por la rapidez de su negativa.
⎯No. Pídeme otra cosa. Algo privado. Algo que no sea… eso.
La decepción cruzó el rostro de Martha como una sombra fugaz. Sus labios se apretaron y desvió la mirada, evitando que él viera cómo sus palabras la habían herido.
⎯Y es por eso que no puedo confiar en ti ⎯dijo, su tono lleno de amargura mientras daba un paso hacia atrás.
Carlos sintió un nudo en el estómago al ver la expresión de Martha. Sabía que la había decepcionado, pero la idea de enfrentarse a las miradas de todos lo paralizaba. No estaba preparado para eso, no todavía.
⎯Martha, no es lo que piensas… ⎯intentó explicarse, pero ella alzó una mano para detenerlo.
⎯¿Sabes qué? Olvídalo, Carlos. No importa. Tal vez fui una ilusa al pensar que podrías ser diferente. Tal vez este verano no será tan diferente después de todo. Nunca vas a cambiar. Yo seguiré siendo la hija de la chacha y tú el hijo del dueño. Esto, esto no está destinado. Mejor lo dejamos aquí, antes de que averigüe que, en realidad, siempre estuviste jugando.
Las palabras de Martha cayeron como un balde de agua fría sobre Carlos. Su tono era firme, decidido, como si cada palabra fuera una daga lanzada con precisión hacia su orgullo. Por un instante, él no supo qué responder. Había algo en la forma en que ella lo miraba, con esa mezcla de resignación y tristeza, que lo desarmaba por completo.
Martha se quedó inmóvil, con los brazos cruzados y la respiración contenida mientras observaba cómo Carlos arrancaba la moto y desaparecía por el camino, dejando tras de sí el eco del motor y una nube de polvo. La frialdad en sus palabras todavía resonaba en sus oídos, pero lo que más le dolía era esa sensación extraña que no podía poner en palabras. No era tristeza ni desilusión, pero definitivamente había una punzada que le molestaba justo en el centro del pecho.
Era decepción. Pero, ¿decepción por qué? ¿Por él, por ella misma o por todo lo que implicaba la situación? Se llevó las manos a las sienes, intentando ordenar sus pensamientos, pero no pudo evitar que las palabras de Carlos rebotaran una y otra vez en su mente: “Me dabas igual hace meses, puedes volver a darme igual ahora.”
No le gustó lo que sintió al escucharlas. Como si un vacío se hubiese abierto dentro de ella, un vacío que no debería estar allí, porque ella se había prometido a sí misma que no le importaría. Pero le importaba. Y eso la irritaba profundamente.
***
Martha suspiró mientras acomodaba los últimos libros en su lugar. Las estanterías relucían impecables, y el aroma a café recién hecho del pequeño café dentro de la librería inundaba el espacio, envolviendo su cansancio en una cálida sensación de rutina. Sin embargo, su mente seguía divagando, escapando de su control, llevándola de vuelta a los eventos recientes que intentaba evitar. Los trámites de la escuela habían pasado como un borrón y, aunque había logrado mantener la cabeza ocupada durante su turno en el restaurante y en la librería, los pensamientos sobre Carlos seguían regresando como olas, incontrolables.
Se prometió a sí misma que no lo pensaría más. Había decidido que él no valía la pena. Sus besos, sus palabras susurradas en momentos de vulnerabilidad, no significaban nada. O al menos, eso era lo que quería creer. Pero la verdad era que cada vez que recordaba el tacto de sus labios o el sonido de su voz llamándola por su nombre, algo dentro de ella se tambaleaba.
La campanilla de la puerta del café sonó, rompiendo sus pensamientos. Era Áurea, su compañera y ahora amiga, quien la miraba con una expresión de emoción contenida.
⎯Martha, ya es hora. Son las diez. Vamos, es la fiesta de San Juan, ¡no puedes quedarte aquí ordenando libros toda la noche! ⎯dijo, cruzando los brazos y mirándola con reproche.
Martha se quedó un momento en silencio, dudando. Lo último que quería era estar rodeada de gente, de risas y de música que la obligaran a pensar en lo que podría haber sido y no fue. Su primer impulso fue decirle a Áurea que no iría, que estaba cansada y que prefería ir a casa. Pero antes de que las palabras salieran de su boca, algo en su interior cambió.
Recordó que esta podría ser su última fiesta de San Juan en la isla. El próximo año, si todo salía como esperaba, estaría lejos, en otro país, comenzando una nueva vida. Una vida donde Carlos Montenegro no sería más que un recuerdo difuso de su adolescencia. La idea la golpeó con una mezcla de nostalgia y determinación. Esta noche no sería para él. Sería para ella.
⎯Está bien ⎯dijo finalmente, dejando el último libro en su lugar y girándose hacia Áurea con una leve sonrisa⎯. Vamos a la fiesta.
Áurea soltó un grito emocionado, como si hubiera ganado una pequeña batalla.
⎯¡Sabía que dirías que sí! No te arrepentirás, te lo prometo. Ahora, vámonos antes de que lleguemos tarde a las hogueras.
Martha tomó su bolso y se dirigió hacia la salida junto con Áurea. La noche era cálida y el sonido distante de la música y las risas ya comenzaba a llenar el aire. Mientras caminaban hacia la playa, Martha se permitió respirar profundamente, dejando que la brisa marina le despejara la mente.
Al llegar al malecón, la fiesta estaba en pleno apogeo. Las luces colgantes iluminaban el lugar con un brillo cálido, y las mesas con comida y bebida estaban rodeadas de personas que reían y bailaban al ritmo de la música en vivo. Las hogueras se encendían a lo largo de la playa, y el reflejo de las llamas danzaba sobre el agua, creando una atmósfera mágica.
Áurea la tomó de la mano y la arrastró hacia un grupo de jóvenes que bailaban cerca de una de las hogueras. Martha dejó que la música la envolviera, que el calor del fuego y el ambiente festivo la empujaran a olvidarse de todo por unas horas. Se prometió a sí misma que esta noche sería suya, que disfrutaría sin pensar en nada ni en nadie.
El ritmo de la canción comenzó a sonar con fuerza, vibrando en el aire y mezclándose con el crepitar del fuego. Los tambores y la melodía flamenca parecían tener vida propia, moviendo los cuerpos alrededor de la hoguera con una intensidad magnética. Martha cerró los ojos, dejó que la música la guiara, y comenzó a moverse. Al principio con timidez, pero pronto la energía de la canción la atrapó por completo.
Sus caderas comenzaron a marcar el ritmo, siguiendo el compás de los acordes, mientras sus brazos dibujaban líneas fluidas en el aire. Era como si todo el mundo se hubiera desvanecido y solo quedaran ella y la música. El calor del fuego acariciaba su piel, sus movimientos eran libres, sensuales, llenos de una confianza que pocas veces dejaba salir. Sonrió para sí misma, sintiendo por fin una paz que hacía tiempo no encontraba.
Entonces, algo cambió. Una sensación la hizo abrir los ojos. No sabía exactamente por qué, pero su piel reaccionó antes de que su mente pudiera procesarlo. Y ahí estaba él. Carlos.
Se acercó lentamente, como un depredador acechando a su presa, pero con una sonrisa juguetona en los labios que le añadía un aire encantador. Estaba vestido de manera casual, pero con ese toque desenfadado que lo hacía parecer irresistible. La luz de la hoguera iluminaba sus rasgos, acentuando su mirada intensa, fija en ella. Había algo en sus ojos que la hizo estremecerse, una mezcla de desafío y deseo que parecía quemarla más que el propio fuego.
Sin previo aviso, Carlos se unió a ella en la danza. No le pidió permiso, no le dio tiempo de procesarlo. Simplemente, se colocó detrás de ella, sus manos rozaron suavemente su cintura, guiándola al ritmo de la música. Martha se tensó por un instante, sorprendida, pero no se apartó. La conexión entre ellos era innegable, eléctrica, como si sus cuerpos hubieran estado esperando este momento.
Los movimientos de Carlos eran seguros, casi arrogantes, como si supiera exactamente cómo hacer que Martha se olvidara de todo lo demás. Sus manos permanecieron en su cintura, firmes, pero respetuosas, mientras la guiaba con maestría. Martha, sin quererlo, se rindió al momento, dejándose llevar por el calor que los envolvía.
⎯¿Qué haces aquí? ⎯susurró ella, intentando sonar molesta, pero su voz apenas se escuchó por encima de la música.
⎯Bailando contigo ⎯respondió Carlos, con una sonrisa traviesa, inclinándose ligeramente para que sus palabras llegaran a su oído.
La cercanía entre ambos era intoxicante. Cada movimiento parecía acercarlos más, y la música, con su ritmo flamenco-urbano, era el marco perfecto para la tensión que se sentía en el aire. Martha intentó ignorar cómo el cuerpo de Carlos se ajustaba al suyo, cómo su aliento rozaba su cuello cada vez que se inclinaba un poco más cerca.
⎯Carlos… no deberías estar aquí ⎯murmuró ella, aunque su voz carecía de convicción.
⎯No podía dejar que terminaras esta noche sin mí ⎯contestó él, con ese tono seguro que siempre lograba desarmarla.
Martha sintió cómo el ritmo de la canción parecía marcar también el latido de su corazón. Cerró los ojos por un momento, intentando recuperar el control, pero lo único que logró fue sentir aún más intensamente la cercanía de Carlos. Sus manos seguían en su cintura, moviéndola suavemente al compás de la música. El resto del mundo había desaparecido.
Cuando abrió los ojos, Carlos giró su rostro para que lo mirara. Sus ojos se encontraron, y en ese instante, la música, el fuego, las risas de los demás… todo desapareció. Solo estaban ellos dos, perdidos en una conexión que ninguno podía explicar.
Carlos se inclinó un poco más, sus labios rozaron la línea de su mandíbula. Martha sintió cómo la piel se erizaba, cómo todo su cuerpo reaccionaba a ese contacto tan sutil, pero tan poderoso.
⎯No puedo dejar de mirarte ⎯susurró él, su voz ronca, cargada de emoción.
Martha sintió cómo su corazón se aceleraba. Quería decirle que se detuviera, que no tenía que hacerlo, que solo se harían daño. Pero no pudo. En lugar de eso, se dejó llevar por el momento, por la música, por el fuego que sentía arder dentro de ella.
⎯Vamos a otro lado ⎯le murmuró Carlos, su voz apenas un susurro que se perdió entre la música y el crepitar de la hoguera⎯. Necesito hablar contigo.
Martha lo miró, desconcertada. Había tanta gente a su alrededor que nadie se había percatado de que Carlos estaba bailando con ella, ni siquiera Áurea, quien seguía absorta en su propio mundo, probablemente soñando con la posibilidad de que Carlos la mirara a ella en lugar de a Martha.
Carlos hizo un pequeño movimiento, girando a Martha para que ambos quedaran frente a frente. Sus manos, cálidas y firmes, se mantuvieron en su cintura, como si no quisiera soltarla nunca.
⎯Vamos, acompáñame ⎯insistió, esta vez con más determinación en su voz.
Martha lo miró directamente a los ojos. La luz del fuego iluminaba su rostro, dándole un aire casi irreal. Quería decirle que no, que no tenía sentido, que lo que fuera que él quisiera decirle no cambiaría nada. Pero entonces vio algo en su mirada, algo que la hizo dudar. Era como si detrás de toda esa arrogancia y confianza que siempre lo caracterizaban, hubiera algo más, algo que él no sabía cómo expresar pero que necesitaba desesperadamente compartir.
⎯Está bien ⎯dijo finalmente, aunque su voz no sonaba convencida ni para ella misma⎯. Pero no quiero ir muy lejos.
Carlos sonrió, esa sonrisa suya que siempre lograba desarmarla. Sin decir más, tomó su mano y la guió fuera del grupo de jóvenes que seguían bailando cerca de la hoguera. Martha sintió las miradas de algunos sobre ellos, pero Carlos parecía no notar o no importarle. Caminó con seguridad, sosteniendo su mano como si fuera lo más natural del mundo.
Se alejaron unos cuantos metros, lo suficiente para que el sonido de la música y las risas comenzaran a desvanecerse. Carlos la llevó hacia una zona más tranquila, cerca de unas rocas que daban directamente al mar. Las olas rompían suavemente contra las piedras, y el aire salado se mezclaba con el aroma de la madera quemada que llegaba desde las hogueras.
Cuando llegaron al lugar, Carlos soltó su mano, pero solo para girarse y mirarla de frente. Por un momento, ninguno de los dos dijo nada. Solo se quedaron ahí, mirándose, con el sonido del mar como único testigo. La luz de la luna iluminaba la playa, creando un ambiente íntimo, casi mágico. Las olas rompían suavemente contra las rocas cercanas, llenando el silencio con un murmullo constante y relajante.
⎯¿Y bien? ⎯preguntó Martha finalmente, rompiendo el silencio⎯. ¿Qué es tan importante que necesitas decírmelo ahora?
Carlos dio un paso hacia ella, acortando la distancia entre ambos. Su mirada era intensa, casi desarmante.
⎯Vine porque quiero darte un mensaje.
⎯¿Qué mensaje? ⎯preguntó ella, entre curiosa y cautelosa.
Carlos tomó aire, como si estuviera reuniendo el coraje necesario para decir lo que estaba a punto de confesar.
⎯El mensaje de que quiero que confíes en mí. No quiero que pienses que estoy jugando contigo, porque no lo estoy. El mensaje de decirte que me importas. Y que, me tienes que dar tiempo para acostumbrarme a esto que siento.
Martha lo miró fijamente, intentando descifrar la verdad detrás de sus palabras.
⎯¿Qué sientes? ⎯preguntó ella, extrañada.
⎯Sí. ⎯Carlos la tomó suavemente de la cintura y la acercó a él, reduciendo aún más la distancia entre sus cuerpos⎯. Todas las sensaciones que despiertas en mí. Este nuevo Carlos que ha surgido este verano. Quiero que sepas que todo el tiempo estoy pensando en ti. Y mira, no sé qué pasará después del verano, pero lo que sí sé es que no quiero desperdiciar lo que tenemos ahora. No quiero mirar atrás dentro de unos años y arrepentirme de no haber hecho nada para intentar estar contigo.
Martha bajó la mirada, sintiendo cómo esas palabras la golpeaban con una mezcla de miedo y emoción. Las defensas que había levantado durante tanto tiempo se tambaleaban peligrosamente.
Carlos, al ver su expresión, tomó su rostro con ambas manos, obligándola a mirarlo directamente a los ojos.
⎯¿Me crees? ⎯preguntó con sinceridad, su voz suave pero firme.
Martha suspiró, insegura. Había algo en la forma en que la miraba, algo que hacía que quisiera creerle, pero aún había temor en su corazón.
⎯Prométeme, no, júrame por lo más sagrado que no me estás engañando. Que ya no me vas a lastimar. Que serás honesto conmigo.
Carlos asintió, viéndola a los ojos con una seriedad que pocas veces había mostrado.
⎯Te lo juro por mi vida ⎯dijo con determinación.
Martha dejó escapar otro suspiro, como si al hacerlo liberara una pequeña parte del peso que llevaba en el pecho. La sinceridad de Carlos la desarmaba poco a poco, aunque todavía quedaban vestigios de duda.
Carlos, notando su fragilidad, acarició su rostro con delicadeza. Su pulgar rozó suavemente su mejilla mientras la miraba con una intensidad que le hacía difícil respirar.
⎯No sabes lo que provocas en mí, Martha. No tienes una mínima idea ⎯murmuró, su voz cargada de emoción.
Martha abrió la boca para responder, pero no tuvo tiempo. Carlos inclinó su rostro hacia el de ella, y en un movimiento lento pero decidido, sus labios se encontraron.
El beso comenzó suave, como si ambos temieran romper el momento, pero pronto se transformó en algo mucho más intenso. Carlos la sostuvo firmemente por la cintura, acercándola aún más a él. El calor de su cuerpo contrastaba con la brisa fresca del mar, y Martha sintió cómo sus manos viajaban lentamente por su espalda, recorriendo cada curva con devoción.
Martha, al principio sorprendida, pronto se dejó llevar. Sus manos se aferraron a los hombros de Carlos, buscando apoyo mientras el mundo a su alrededor desaparecía. Sus labios se movían con urgencia, como si ambos intentaran decir con ese beso todo lo que las palabras no podían expresar.
La conexión entre ellos era innegable. Cada roce, cada caricia, cada susurro de sus respiraciones mezclándose, hablaban de un deseo profundo y contenido durante demasiado tiempo. Las olas seguían rompiendo contra las rocas, pero para ellos, el único sonido que importaba era el latido acelerado de sus corazones.
Carlos, incapaz de contenerse, deslizó una mano hacia su cuello, sosteniéndolo con ternura mientras intensificaba el beso. Martha, sintiendo cómo sus rodillas se debilitaban, se aferró a su camisa, dejando que sus dedos se hundieran en la tela.
El tiempo pareció detenerse. Era como si en ese momento solo existieran ellos dos, unidos por algo más grande que ambos, algo que ni siquiera podían comprender por completo.
Finalmente, cuando el aire comenzó a faltarles, Carlos se separó ligeramente, apoyando su frente contra la de ella. Ambos respiraban con dificultad, sus ojos aún cerrados, como si temieran romper el hechizo.
⎯Esto no es un juego, Martha ⎯murmuró Carlos, su voz ronca pero llena de sinceridad⎯. Jamás jugaría contigo.
Martha abrió los ojos lentamente, encontrándose con los de él. No dijo nada, pero en su mirada había algo diferente. Tal vez era el comienzo de la confianza que tanto temía darle.
Martha abrió los ojos lentamente, encontrándose con los de él. No dijo nada, pero en su mirada había algo diferente. Tal vez era el comienzo de la confianza que tanto temía darle, una grieta en la muralla que había construido para protegerse de Carlos y de lo que representaba.
⎯Me besaste en frente de todos ⎯comentó ella finalmente, su voz suave pero cargada de significado.
Carlos dejó escapar una pequeña risa, ese tipo de risa que se mezcla con el alivio y la satisfacción.
⎯Y, al parecer, a nadie le importa ⎯respondió con una sonrisa que desbordaba confianza, pero también un dejo de sorpresa.
Martha lo miró con una mezcla de incredulidad y algo que parecía acercarse a la diversión. Negó con la cabeza suavemente, dejando que el momento la envolviera.
⎯Vives en esta isla, pero no te pertenece. No todo gira a tu alrededor, Carlos; eso quería mostrarte. No eres el centro del universo, ni aquí ni en ningún otro lugar ⎯le dijo con firmeza, aunque su tono no era tan tajante como solía ser. Había algo casi tierno en sus palabras.
Carlos arqueó una ceja, pensativo. Por un momento, su mirada se perdió en el horizonte, en el reflejo de la luna sobre las olas. Tal vez era la primera vez que alguien lo confrontaba de esa manera, que alguien rompía la burbuja de privilegio y adoración en la que había vivido toda su vida.
Pero en lugar de molestarse o sentirse atacado, Carlos sonrió. Una sonrisa diferente, menos arrogante, más sincera.
⎯Ahora disfruto más la isla… ⎯dijo finalmente, sus palabras cargadas de un peso que Martha no esperaba.
⎯¿Cómo? ⎯preguntó ella, un tanto confundida.
⎯Contigo aquí ⎯respondió Carlos sin dudarlo, sus ojos fijos en los de ella, como si esa fuera la verdad más simple y absoluta del mundo.
Antes de que Martha pudiera procesar lo que acababa de escuchar, Carlos se inclinó nuevamente hacia ella y la besó. Pero esta vez, el beso no era impulsivo ni cargado de la intensidad desenfrenada que habían compartido antes. Este beso era diferente: más suave, más íntimo, como si quisiera demostrarle que todo lo que había dicho era cierto.
Martha, aunque sorprendida, no se apartó. Sus manos, casi por instinto, se posaron en los hombros de Carlos, mientras su corazón latía con fuerza, pero no por miedo, sino por la conexión innegable que estaba comenzando a aceptar. El sonido del mar, el calor del verano y la presencia de Carlos a su lado hicieron que el mundo a su alrededor se desvaneciera por completo.
Cuando finalmente se separaron, Carlos apoyó su frente contra la de ella, su respiración entrecortada pero tranquila.
⎯¿Confías en mí? ⎯pregunta Carlos.
⎯Confío en ti… ⎯contesta ella, esta vez, sin dudar.
Que intenso!!! 💥🔥
Cada vez más bueno ☺️☺️
Ahora sí confía ☺️ qué dulce momento