DANIEL

La primera tarde en el campo fue, sin duda, tensa. Al menos para Tazarte, Sebastián y para mí. Nunca he estado en una situación así, y ser el eje de esta extraña dinámica me hace sentir el más incómodo de los tres. Aunque, si soy sincero, parece que Tazarte está empezando a superar la tensión, al menos de a poco. Sin embargo, las miradas entre él y Sebastián son inevitables, como si cada uno estuviera esperando el momento perfecto para marcar su territorio.

Desde la comida, Tazarte ha encontrado la manera de canalizar la energía hacia algo más productivo: se ha dedicado a interactuar con los niños, acompañado de Héctor, Jon y Jo. La forma en que se lleva con Valentina me sorprende, es como si hubieran sido amigos toda la vida. Ha creado un ambiente lleno de música y risas. Trajo su guitarra y, con ella, se ha ganado a todos los niños al interpretar canciones que ellos adoran. Lo observo desde lejos mientras los pequeños cantan y bailan a su alrededor, y no puedo evitar sonreír. Tiene algo especial, algo magnético, que no se puede ignorar.

Sin embargo, cada tanto lo noto desviando su mirada hacia Sebastián. Es una mirada desafiante, como si estuviera enviándole un mensaje claro: “La guerra apenas comienza”.

Por su parte, Sebastián ha encontrado una estrategia completamente diferente. Ha decidido quedarse a mi lado. Me muestra su casa, sus cuadros y cada rincón de la propiedad, como si quisiera impresionar o demostrar algo. No me molesta su atención; de hecho, sus pláticas suelen ser interesantes. Hay algo fascinante en su forma de describir las cosas, de hablar sobre arte y la historia detrás de cada pieza en la casa. Pero no puedo evitar sentirme un poco nervioso con la intensidad de su mirada. Hay algo en ella que me desconcierta, algo que no sé si me gusta o me incomoda.

⎯¿Qué opinas? ⎯pregunta Sebastián, sacándome de mis pensamientos. Estamos parados frente a un cuadro abstracto que él mismo pintó.

⎯Es… fascinante ⎯respondo, porque no sé qué más decir. Es un cuadro lleno de colores vivos, como si cada pincelada fuera una explosión de emociones contenidas.

Sebastián sonríe, satisfecho con mi respuesta, pero hay algo en su sonrisa que parece tener un doble significado.

⎯Sabes, Daniel… ⎯comienza a decir, pero su frase queda interrumpida por el sonido de la guitarra de Tazarte. Ambos volteamos hacia la terraza, donde los niños están cantando a todo pulmón.

Tazarte está sentado en una silla de madera, con la guitarra en las manos y una sonrisa tranquila en el rostro. Héctor está junto a él, ayudando a los niños a seguir el ritmo con palmadas. Incluso Jo parece estar disfrutando del momento, a pesar de que sigue molesta por el hecho de que Sebastián esté aquí. La risa de Valentina resalta entre todas las voces, y el ambiente es tan alegre que parece sacado de una postal.

⎯Tiene talento, ¿no? ⎯comenta Sebastián, observándolo.

⎯Sí, lo tiene ⎯respondo automáticamente, sin apartar la vista de la escena.

⎯Pero no creas que todo lo que ves es real, Daniel ⎯añade Sebastián, con un tono más bajo. Lo miro, confundido.

⎯¿A qué te refieres? ⎯pregunto.

⎯Tazarte es un hombre que sabe cómo mostrar lo que la gente quiere ver. Es un maestro de la interpretación. Pero detrás de esa guitarra y esa sonrisa, hay mucho más. ⎯Sebastián me mira directamente a los ojos⎯. Solo quiero que tengas cuidado.

La incomodidad regresa de inmediato, pero no respondo. No sé qué decir. Sebastián siempre parece estar jugando un juego que yo no alcanzo a entender del todo. Su tono siempre parece rozar el filo entre la sinceridad y la manipulación, y eso me pone en una posición incómoda.

⎯Una vez salí con un músico, ¿sabes? La peor decisión de mi vida. ⎯Sebastián rompe el silencio con esa seguridad que siempre lo acompaña⎯. Se enfocan mucho en el arte, en crear… dejan la realidad al lado. Podría lastimarte.

Frunzo el ceño. Su comentario me incomoda aún más, pero me esfuerzo por mantener la calma.

⎯¿Por qué crees que Tazarte me lastimaría? ⎯pregunto finalmente, tratando de entender su punto de vista, aunque no estoy seguro de querer saberlo.

Sebastián parece dudar por un momento, como si estuviera considerando cuidadosamente sus palabras. Pero al final, su respuesta es directa, cargada con un peso que no puedo ignorar.

⎯Porque parece que todo en él gira en torno a la música, el arte, la pasión… pero, ¿qué hay de Daniel? ⎯Su voz baja un poco, volviéndose más personal, más íntima⎯. ¿Qué hay de lo que tú quieres?

Sus palabras me golpean. No esperaba que pusiera el foco en mí de esa manera, y no sé cómo responder. Durante un momento, me quedo en silencio, procesando lo que acaba de decir.

⎯No creo que sea tan simple como eso ⎯respondo finalmente, cruzándome de brazos en un intento por protegerme de la intensidad de su mirada⎯. La música y el arte son parte de él, sí, pero eso no significa que no pueda preocuparse por lo que yo quiero.

Sebastián se ríe, pero no es una risa alegre. Es más bien amarga, como si hubiera esperado esa respuesta.

⎯¿Y tú crees que él va a detenerse a pensar en tus necesidades cuando esté obsesionado con la próxima pieza que quiera crear, con el próximo concierto? ⎯dice, dando un paso más cerca de mí⎯. Daniel, las personas como él son apasionadas, sí, pero también están atrapadas en su mundo. Tazarte puede ser encantador, incluso fascinante, pero… ¿puedes confiar en que siempre estará ahí para ti?

⎯¿Y tú sí? ⎯mi respuesta sale antes de que pueda detenerla, y la intensidad de mis palabras lo sorprende. Por un segundo, su expresión cambia, como si no estuviera preparado para esa pregunta.

⎯No se trata de mí, Daniel. Se trata de ti y de lo que mereces. ⎯Su voz es más suave ahora, casi vulnerable⎯. Yo solo quiero que estés seguro de a quién eliges, porque no quiero verte lastimado.

La sinceridad en su tono me desarma un poco, pero también me confunde. No puedo evitar preguntarme si realmente está preocupado por mí o es otra cosa. 

⎯Gracias por preocuparte, Sebastián ⎯digo finalmente, tratando de cerrar la conversación⎯. Pero creo que esto es algo que debo resolver por mí mismo.

Sebastián no responde de inmediato. En cambio, da un paso más cerca de mí, invadiendo ligeramente mi espacio personal. Sus ojos grandes y oscuros, llenos de esa intensidad característica suya, parecen buscar algo en los míos. Es imposible ignorarlo cuando está tan cerca, cuando esa energía que irradia llena cada rincón del ambiente.

⎯Yo quiero pasar el fin de semana contigo ⎯dice Sebastián, su voz baja, casi como un susurro. Hay algo en su tono que me hace contener el aliento, una mezcla de sinceridad y algo más que no logro identificar⎯. Quiero que me conozcas, Daniel. Quiero conocerte mejor. Tengo la impresión de que piensas que soy una persona vana y sin sentimientos, pero en realidad, soy un ser humano sentimental y lleno de sueños.

Arqueo las cejas, porque no sé qué responder. A veces, no parece encajar la descripción que Sebastián tiene sobre él. En las pocas interacciones que hemos tenido, siempre ha mostrado una seguridad imponente, una presencia que, a decir verdad, intimida más de lo que inspira confianza. Y ahora, lo tengo aquí, hablándome como si fuera una persona completamente diferente.

⎯Bueno, tampoco hemos tenido muchos espacios para conocernos ⎯admito, con un tono más neutral del que esperaba.

⎯Al parecer… no nos dejan tener ese espacio ⎯responde, y su mirada va directamente hacia Tazarte, que en ese momento está al otro lado del campo, tocando la guitarra para los niños que lo rodean. La insinuación es clara, y no puedo evitar seguir su mirada.

Lo miro fijamente, tratando de descifrar sus intenciones, de entender si realmente está siendo genuino o si esto es solo otra jugada más en su extraño juego.

⎯¿Qué estás diciendo? ⎯pregunto finalmente, sin moverme ni un centímetro.

Sebastián sonríe, esa sonrisa suya que parece diseñada para desarmarte, para romper cualquier barrera. Y funciona, aunque trato de que no se note.

⎯Te propongo algo. Mañana, solo tú y yo. Salgamos un rato. Hay un lugar maravilloso que quiero mostrarte. Un lugar donde puedo tomar unas fotografías… pero también uno donde podamos hablar, sin distracciones. Solo nosotros dos.

Me quedo en silencio por un momento, tratando de procesar su propuesta. Por un lado, la idea de pasar tiempo a solas con Sebastián me pone nervioso, no porque me incomode su presencia, sino porque aún no estoy seguro de qué quiere realmente de mí. Por otro lado, no puedo negar que hay algo intrigante en él, algo que me hace querer saber más.

⎯¿Otro lugar? ¿Cuál? ⎯pregunto finalmente, cruzándome de brazos, intentando mantener una postura neutral.

⎯Es una sorpresa ⎯responde, su tono más ligero ahora, como si intentara restarle importancia a su invitación⎯. Solo confía en mí. Te prometo que no te arrepentirás. Es un lugar sin interrupciones, perfecto para conocernos mejor. Dame una oportunidad.

Su insistencia, aunque parece genuina, me pone en una encrucijada. A lo lejos, Tazarte ríe con los niños, su energía tan contagiosa que casi puedo sentirla desde aquí. Y aquí estoy, frente a Sebastián, con su mirada intensa, su invitación tentadora, y esa sonrisa que no parece admitir un “no” como respuesta.

Dudo. No sé si esto es lo correcto, si debería decirle que sí. Pero, al mismo tiempo, siento que esta podría ser mi oportunidad de entender quién es realmente Sebastián, de descubrir si detrás de esa fachada hay algo más… algo que valga la pena explorar.

⎯De acuerdo ⎯digo finalmente, tratando de sonar despreocupado⎯. Pero espero que esta sorpresa realmente valga la pena.

Sebastián sonríe ampliamente, como si acabara de ganar algo importante.

⎯Te lo prometo, Daniel. Será un día que no olvidarás.

Y aunque sus palabras tienen un tono ligero, no puedo evitar sentir que hay algo más detrás de ellas, algo que tal vez descubriré mañana. Por ahora, decido no pensar demasiado en ello. Por ahora, dejo que el destino haga lo suyo.

***

No soy experto en relaciones, porque solo he estado en una, y creo que no ha sido el mejor ejemplo. Tampoco sé mucho de citas, porque con “él” nunca tuve una. Todas eran salidas entre amigos, donde él y yo podíamos convivir como amigos, y al final de la noche, en la oscuridad, podríamos demostrarnos lo mucho que nos queríamos… aunque siempre, al final, me hacía sentir mal.

Yo le pedía que nos fuéramos solos a otro lado, que hiciéramos algo diferente, algo que fuera solo para nosotros. Él me decía que cómo me atrevía a no entenderlo, que su familia no era como la mía, y otras cosas. Así que al final, no era una cita. Era un momento compartido en público que solo se convertía en algo privado cuando nadie más miraba. Y, de alguna manera, eso me enseñó a esconderme, a no desear demasiado, porque siempre parecía que estaba pidiendo lo imposible.

Hoy, esas experiencias se reflejan en mi poco conocimiento sobre citas y relaciones. Antes solía ser muy coqueto, solía pensar que era un hombre atractivo. Era sonriente, confiado… me sentía seguro de mí mismo. Hoy, por más ropa combinada, de marca o con estilo que use, simplemente no puedo encontrar esa versión de mí. Ni siquiera porque tengo un cuerpo marcado creo que soy atractivo. Las inseguridades han ganado terreno.

Mañana saldré con Sebastián, y aunque trato de convencerme de que es solo una salida casual, no puedo evitar que mis inseguridades salgan a flote. No tengo a nadie con quien hablar sobre esto. David está bastante ocupado, Jo no quiere hablar conmigo por ahora (y, francamente, no sé por qué), a Jon no le importan estos líos emocionales y Héctor ya tiene demasiados problemas como para cargar con los míos. Extraño a Bart… ya estaría aconsejándome. Sus palabras siempre me hacían sentir menos solo, menos como un desastre.

Mientras todos preparan la cena, me aíslo un poco para pensar. Odio ser así. Odio este constante sobreanálisis que parece controlar cada paso que doy. No solía ser así. No solía dudar tanto de mí mismo. Hoy, cada movimiento, cada palabra, parece venir acompañada de un torbellino de ansiedad. Sigo siendo un desastre.

⎯¿Todo bien? ⎯pregunta una voz detrás de mí. Me sobresalto un poco y volteo. Tazarte está ahí, mirándome con esa mezcla de calma y curiosidad que parece ser tan natural en él.

⎯Sí ⎯miento, tratando de sonar despreocupado⎯. Solo estoy tomándome un tiempo de diez minutos antes de ayudar con 11 niños a que cenen sin que termine siendo un caos.

Tazarte sonríe, y esa sonrisa tiene una calidez que hace que mis hombros se relajen un poco.

⎯Yo me encargo de Lucho ⎯dice Tazarte, como si fuera lo más sencillo del mundo. Al parecer, ha hecho buena amistad con él.

Su comentario me arranca una pequeña sonrisa. Lucho parece haber encontrado en Tazarte a un aliado inesperado, lo que, debo admitir, me alivia un poco. Con 11 niños alrededor, cualquier ayuda es más que bienvenida.

⎯¿Qué pasa? ⎯me pregunta de repente.

⎯¿Cómo? ⎯respondo, fingiendo no entender.

⎯Sé que te pasa algo ⎯insiste⎯. Tienes humores muy cambiantes.

Me avergüenzo al instante y bajo la mirada, pero él coloca sus dedos debajo de mi barbilla, levantándome el rostro con suavidad.

⎯No bajes la mirada ⎯dice con un tono tranquilo, aunque lo noto ligeramente preocupado⎯. No lo dije para ofenderte. Lo siento, quizá no usé las palabras correctas.

⎯No, está bien… ⎯respondo, desviando los ojos⎯. Es solo que me pongo a pensar que mi personalidad siempre arruina las cosas.

⎯Esta no es tu personalidad ⎯responde de inmediato, con firmeza⎯. Yo ya vi tu personalidad en el restaurante… y es genial.

⎯Basta ⎯digo, rodando los ojos⎯. Siempre justificas mis acciones.

⎯No, solo digo la verdad ⎯me contesta con una sonrisa. Luego, cambia de tema de manera casual, pero sincera⎯. En fin, quería pedirte perdón por lo de la mañana. Sé que ya hablamos, pero solo quería reafirmarlo. No volverá a pasar, Sebastián dormirá en su estudio. Creo que será lo más sensato.

⎯Más que tú en el jardín ⎯bromeo, y él ríe.

⎯Los niños dicen que sería bueno acampar… están planeando hacerlo.

⎯¿Te gustan los niños? ⎯pregunto, genuinamente curioso.

⎯Me caen bien. Son personas increíbles. Me recuerdan lo creativos que nacemos y cómo, a veces, ellos tienen respuestas sencillas a problemas que nosotros vemos como imposibles. Bueno, menos Fátima. Ella tiene preguntas que me quitarán el sueño.

Me río, recordando a mi pequeña sobrina.

⎯Sí, Fátima puede hacerte reflexionar profundamente. A David y a mí nos ha quitado el sueño varias veces. Luego tiene sesiones de “terapia” en casa de Alegra. Nos recuesta sobre el sofá y nos pregunta sobre nuestro día. No me digas cómo, pero hemos terminado llorando.

Tazarte ríe conmigo, y hay algo en su risa que parece disipar cualquier nube que pueda haber en mi mente.

⎯¿A ti qué te preguntó? ⎯pregunto, intrigado.

⎯¿Crees que la música realmente expresa lo que sientes o simplemente la creamos para intentar entender lo que sentimos? ⎯me cuenta, imitando la voz seria de Fátima.

⎯¡Guau!

⎯Quiero llorar, pero no le daré ese placer ⎯dice con humor, y ambos nos reímos.

Por un momento, me siento más ligero, como si todos mis miedos y dudas se liberaran. Sin embargo, su mirada cambia, más seria, más penetrante.

⎯Ya dime, ¿qué te pasa? ⎯insiste.

Suspiro, sabiendo que no podré evitarlo por más tiempo.

⎯No sé si es adecuado decirte… ⎯admito, mirando al suelo.

⎯¿Tiene que ver con Sebastián? ⎯pregunta de forma tan directa que me sorprende.

⎯Lo es…

⎯¿Y no me quieres decir por qué es “competencia”? ⎯continúa.

⎯¿Competencia? ⎯repito, tratando de entender.

⎯Él lo ha puesto así ⎯dice Tazarte, encogiéndose de hombros⎯. Yo, jamás he pensado que esto sea una competencia, Daniel.

⎯¿Y cómo lo ves? ⎯pregunto, curioso por su perspectiva.

⎯Desde mi perspectiva, solo somos dos personas conociéndote. Y uno compitiendo. Yo no compito por ti. Solo juego a tu lado.

Me quedo en silencio, procesando lo que acaba de decir. ¿No compite por mí? Pensé que todo esto era un juego por mi atención y resulta que él ni siquiera está jugando. ¿Debería sentirme molesto? ¿Aliviado? ¿Usado?

⎯Ok… ⎯respondo, sin saber qué más decir.

⎯Solo te puedo decir una cosa, Daniel. En este juego, tú decides si lo terminas, le pones pausa, quién gana y quién pierde. Es todo.

⎯Dijiste que no era un juego para ti ⎯le recuerdo.

⎯No, no lo es… ⎯admite⎯. Solo estoy jugando a tu lado. Recuerda, Daniel, en la vida necesitas alguien que juegue a tu lado, no alguien que juegue por ti. Ahora, dime qué te pasa.

Sonrío, aliviado por sus palabras y su tono sincero.

⎯Saldré mañana con Sebastián a solas y no sé cómo comportarme.

Tazarte no parece sorprendido. Supongo que ya sospechaba lo que Sebastián haría.

⎯Vale. Te recomiendo que seas tú mismo.

⎯No es un consejo que quiero escuchar ⎯admito, encogiéndome de hombros.

⎯Pues… no sé qué consejo gustes escuchar de mi parte. A mí me gusta cómo eres. Cuando hemos salido, tu personalidad es increíble. Pero bueno, ser “uno mismo” siempre depende de la persona con la que estemos. A mí me gustas cómo eres. Tal como eres.

Por un instante, sus palabras quedan suspendidas en el aire, como una melodía que se niega a desaparecer. Mi corazón late un poco más rápido, y no sé si es por sus palabras, por la sinceridad en su mirada, o por algo más que aún no logro comprender.

La tensión en el aire es palpable, y por un momento quiero aferrarme a esa sensación, como si con ello pudiera entender algo de mí mismo. Pero entonces, rompo el silencio, como siempre lo hago cuando me siento demasiado expuesto.

⎯¿Entonces? ¿No te importa que salga con Sebastián? ⎯pregunto, buscando una reacción que no sé si quiero encontrar.

⎯¿Acaso me estás pidiendo permiso? ⎯responde, arqueando una ceja, su tono es tan neutral que me siento ridículo al instante.

⎯Yo… ⎯trato de explicarme, pero las palabras no salen. En realidad, me siento como un completo idiota por haber dicho eso.

Él se encoge de hombros, y una sonrisa traviesa aparece en sus labios.

⎯Puedes salir con quien desees. Es más, te aliento a que lo hagas… probar del menú no le hace daño a nadie.

⎯¿Tú has probado del menú? ⎯pregunto, sin pensar demasiado en cómo suena.

Tazarte me lanza una mirada inquisitiva, levantando una ceja con un toque de desafío.

⎯¿Te importa?

Su respuesta me deja sin palabras. ¿Me importa? ¿Por qué lo pregunté en primer lugar? No debería importarme, pero lo hace. Siento que estoy caminando en círculos dentro de mi propia cabeza.

⎯Solo… Dios, soy malísimo en esto ⎯digo finalmente, dejando escapar un suspiro, arrepintiéndome de haber abierto la boca.

Él sonríe, y en lugar de responder con una burla, me da una palmada en la espalda, una mezcla de consuelo y camaradería que de alguna manera me reconforta.

⎯Las citas son complicadas… ⎯dice, y su tono es tan sincero que, por un instante, siento que todo está bien.

⎯¿Tú crees? Porque en mi caso, siento que son un desastre ⎯respondo, con una risa nerviosa.

⎯No son un desastre. Solo… ⎯hace una pausa, como buscando las palabras correctas⎯. Solo son como una canción sin ensayar. Al principio suena desordenada, pero después encuentras el ritmo.

Lo miro, sorprendido por la metáfora, y siento que algo en mí se calma. No sé si es su manera de hablar o el hecho de que siempre parece saber exactamente qué decir, pero en ese momento, las dudas que me invadían comienzan a desvanecerse, aunque sea un poco.

⎯Así que… ¿tú ensayas tus canciones con el menú? ⎯bromeo, tratando de aligerar el ambiente.

Tazarte se ríe y niega con la cabeza.

⎯No, Daniel. Yo solo me aseguro de tocar la canción con la persona adecuada. Aunque, claro, alguna vez también he cometido errores. ¿No es eso lo que nos hace humanos?

Asiento lentamente, dejando que sus palabras se asienten en mi mente. Tal vez tiene razón. Tal vez todo esto no sea más que una serie de intentos, de ensayos, hasta encontrar la melodía perfecta. Pero entonces, me surge una duda.

⎯¿Y si nunca encuentras a la persona adecuada? ⎯pregunto, mi voz es más seria de lo que esperaba.

Él me mira por un momento, como si estuviera considerando su respuesta con mucho cuidado.

⎯No se trata de encontrar a la persona adecuada, Daniel. Se trata de ser la persona adecuada para alguien. La música se compone entre dos. Si te esfuerzas en buscar a alguien que encaje contigo, pero no trabajas en lo que tienes para ofrecer, jamás encontrarás ese equilibrio.

Sus palabras me golpean más fuerte de lo que esperaba, y por un instante me quedo en silencio, procesándolas. Él sonríe de nuevo, pero esta vez, su sonrisa es más suave, casi vulnerable.

⎯Así que… diviértete mañana ⎯dice, cambiando el tema con un guiño⎯. Sé tú mismo. Y, si quieres ensayar otra melodía, aquí estoy.

Me río, aunque su comentario me deja algo nervioso. Él siempre parece tener una manera de hacerme cuestionar todo, pero también de hacerme sentir seguro al mismo tiempo. Tal vez, solo tal vez, hay más en esta “canción” de lo que estoy dispuesto a admitir.

Lo miro fijamente, y por un momento, pienso en decir algo más, algo importante. Pero me contengo. En lugar de eso, simplemente sonrío y asiento.

⎯Gracias, Tazarte.

Y mientras me alejo, no puedo evitar pensar que, por primera vez en mucho tiempo, tal vez, solo tal vez, estoy empezando a encontrar mi propia melodía.

***

El viaje hacia el lugar especial que Sebastián prometió comienza al amanecer. Apenas despierto del todo mientras subo al Jeep. El aire fresco de la mañana se cuela por las ventanas abiertas, y la música que Sebastián pone a todo volumen inunda el silencio del campo. Él maneja con confianza, dominando los senderos desconocidos, mientras me cuenta con entusiasmo la historia de este lugar que, según dice, es uno de sus favoritos.

⎯Aquí hice mis mejores fotos de naturaleza, las que me dieron un nombre ⎯me platica mientras sus dedos tocan el volante con un ritmo relajado, casi casual.

⎯Y, ¿siempre quisiste ser fotógrafo de naturaleza? ⎯pregunto, aún luchando contra el sueño que parece colarse entre la música y sus palabras.

⎯Yo fotografío de todo. No tengo tema. Soy un hombre libre ⎯responde con una sonrisa llena de autoconfianza. Esa sonrisa, esa manera en la que pronuncia sus palabras como si la vida fuera tan simple, logra que me sienta pequeño, menos seguro.

⎯¡Vaya! ⎯es todo lo que logro responder, porque no sé exactamente qué pensar de esa declaración. Hay algo tan atractivo en esa libertad que proclama, pero también algo intimidante, algo que me hace preguntarme si algún día podría ser tan audaz como él.

⎯Te va a encantar, ya verás. Es un rincón mágico ⎯dice, con un tono casi prometedor, como si estuviera a punto de mostrarme un secreto que pocos conocen.

⎯Seguro que sí… ⎯acepto, mientras dejo que mis ojos sigan el horizonte, intentando prepararme para lo que venga.

Tras un rato de curvas y baches, Sebastián apaga el motor del Jeep. Estamos en medio de lo que parece ser una pequeña colina rodeada de un bosque denso. No hay un alma a la vista, ni siquiera una señal de civilización cercana. Solo los sonidos de los pájaros y el crujir de las ramas bajo los pies de Sebastián mientras baja del auto. Me giro para seguirlo, todavía adormilado.

⎯¿Aquí? ⎯pregunto, intentando no sonar desanimado por lo desolado que parece el lugar.

⎯Sí, pero falta caminar un poco más ⎯responde, mientras saca una mochila del asiento trasero y me lanza una botella de agua⎯. Vamos, que la aventura nos espera ⎯me comenta. 

Emprendemos una pequeña caminata. El sendero es estrecho, cubierto de hojas secas y ramas caídas, y la luz del sol comienza a filtrarse a través de las copas de los árboles, creando un efecto casi cinematográfico. Sebastián camina delante de mí, sus pasos firmes y seguros, como si este lugar fuera una extensión de él mismo. De vez en cuando, se detiene para señalar algo: una planta rara, un juego de sombras que parece sacado de un cuadro, o simplemente para asegurarse de que no me he quedado demasiado atrás.

El aire fresco del bosque se mezcla con el perfume de la tierra húmeda. A cada paso, la naturaleza parece invadir mis sentidos, absorbiendo mis pensamientos. Las palabras quedan suspendidas entre nosotros, como si el paisaje mismo hablara sin necesidad de expresión verbal. Solo el crujir de las hojas bajo nuestros pies y el suave murmullo del viento rompen la quietud.

Así, después de un rato caminando, Sebastián y yo llegamos a un lugar tranquilo, un lugar en medio del bosque que parece una piscina natural enorme y exclusiva para nosotros dos. La vista desde aquí es sensacional: el valle se extiende ante nuestros ojos, como una pintura en movimiento, y en la lejanía, apenas visible, creo que se puede ver la casa.

⎯Hay una cascada más arriba, es medio secreta, no sé llegar ⎯me comenta⎯. Este es el final de la cascada, creo que es hermoso, ¿no crees? ⎯pregunta, mientras me mira a mí y no al paisaje.

⎯Me recuerda a un lugar en Oaxaca, México, se llama Hierve el agua. También tiene una piscina natural con una vista sensacional ⎯contesto, mirando la escena ante nosotros, aunque mis pensamientos viajan a un pasado lejano. David y yo recorrimos parte de los Pueblos Mágicos hace años. Fuimos a un festival en Quintana Roo y luego nos fuimos de mochileros por algunos lugares. Ahora que me preguntas, no sé cómo nuestros padres nos dejaron hacer eso a los 17 años.

Sebastián se ríe con suavidad, como si la historia le pareciera tanto sorprendente como encantadora.

⎯Al parecer, eres bastante aventurero.

⎯Bueno, no sé si soy… pero, en su momento me divertía. ⎯respondo, con una sonrisa nostálgica, recordando aquellos días de juventud sin preocupaciones.

Él se acerca a un lugar apartado y deja la mochila junto a unos roquedos. Luego comienza a sacar su cámara, organizando los lentes con cuidado.

⎯¿Siempre traes a alguien aquí? ⎯pregunto, intentando llenar el silencio que, aunque tranquilo, comienza a parecer demasiado íntimo.

Sebastián se detiene, su rostro serio mientras arma su cámara. Finalmente, levanta la mirada y me observa fijamente, como si estuviera ponderando qué responder. La respuesta sale, sincera y pausada, casi como un susurro confesional.

⎯No, no siempre ⎯dice, con un tono que parece más profundo de lo que imagino. ⎯Este lugar es especial. No lo comparto con cualquiera.

⎯Vaya ⎯murmuro, sorprendido, pero intento mantener la calma. Sin embargo, siento que algo en mi interior se estremece ante esa revelación. Trato de no darle demasiada importancia, pero mi curiosidad se desborda y me hace mirar a Sebastián más de cerca, buscando alguna pista, algún indicio de lo que realmente significa esta declaración. ⎯¿Especial? ⎯repito, queriendo sonar neutral, aunque no puedo evitar que mi tono denote algo de intriga.

⎯Sí, especial ⎯responde, y su mirada se pierde en el horizonte, como si buscara algo entre los árboles o en el murmullo del viento. ⎯No es solo por el lugar. Es la calma, el silencio… lo que este espacio me ha dado a lo largo de los años. Vengo aquí cuando necesito claridad, cuando el ruido del mundo es demasiado. Compartirlo contigo… bueno, significa algo para mí.

La sinceridad en sus palabras me deja sin aliento. Por un momento, me siento incapaz de articular algo coherente. En lugar de responder, mi mirada se desliza hacia la cascada, tratando de asimilar lo que acaba de decirme. Mis pensamientos se confunden en el silencio del lugar.

⎯Es… impresionante. No sé qué más decir. Supongo que no esperaba que me trajeras a un lugar tan personal ⎯admito, finalmente, reconociendo lo que realmente significa este momento.

⎯¿Por qué no? ⎯pregunta Sebastián, mientras toma una foto de mi rostro. Su gesto me hace sonrojar, aunque no sé si por la foto o por la tensión en el aire. Luego me mira directamente a los ojos. ⎯Me interesas, Daniel. Quiero que conozcas una parte de mí que no suelo mostrar. Tal vez pienses que soy alguien superficial, que solo vive en el glamour y las apariencias, pero no soy solo eso. En realidad, soy un ser humano que siente, que desea… que… ama. ⎯En ese instante, Sebastián toma mi mano con suavidad y la coloca sobre su pecho, a la altura de su corazón. ⎯Soy solo un hombre, enfrente de ti, sincerándome.

El aire entre nosotros se vuelve denso, cargado de algo que no sé si quiero explorar. Sus palabras, su mirada, su cercanía… todo parece empujarme hacia un terreno inexplorado. No estoy seguro de cómo navegar en él, y me quedo en silencio, buscando palabras que no llegan.

⎯No soy bueno en el amor, Daniel, lo admito. Pero cuando te veo, quiero arriesgarme, quiero… todo. ⎯susurra con una vulnerabilidad que me toma por sorpresa.

Sebastián se acerca más a mí. Pone su mano en mi rostro y me sonríe de una manera que hace que mi corazón lata más rápido.

⎯Eres guapísimo, Daniel ⎯me murmura, su voz suave y envolvente⎯. Un hombre que vale la pena…

Mis mejillas se tiñen de rojo. No puedo evitarlo. Sus palabras me descolocan, y él se ríe bajito, como si estuviera disfrutando de mi incomodidad.

⎯¿Qué pasa? ⎯me pregunta, sus ojos brillando con una chispa divertida⎯. ¿Nadie te ha dicho que eres guapísimo? Que puedes excitar a cualquier hombre.

⎯Bueno… es un cuento largo ⎯admito, nervioso, sintiendo cómo el calor empieza a subir por mi cuerpo, una mezcla de vergüenza y un deseo latente que no sé cómo manejar.

Es extraño, pero me siento como aquella vez en su casa, cuando sus ojos se clavaron en los míos con esa intensidad. Las sensaciones que me invaden ahora son una combinación de lo viejo y lo nuevo: un deseo que creí olvidado, pero que está floreciendo otra vez.

⎯Da un paso para atrás ⎯me pide, su tono se vuelve más serio, pero no pierde esa cercanía tan envolvente.⎯ La luz está perfecta para tomarte un par de fotos.

⎯¿Ahora? ⎯pregunto, mirando mi ropa sudada y nada adecuada para una sesión de fotos de moda.

⎯Sí, ahora… ⎯insiste, con una sonrisa que parece prometer algo más.

Obedezco, aunque la duda me queda flotando. Doy unos pasos, y él me acomoda, indicándome cómo debo quedarme, cómo debe caer la luz. Tras unos momentos ajustando el encuadre, da unos pasos atrás y comienza a disparar, la cámara haciendo clic tras clic.

⎯Basta… ⎯comento, bastante avergonzado por la situación, sintiendo cómo mi rostro se calienta aún más bajo su mirada tan intensa.

⎯Eso es justo lo que me gusta de la fotografía ⎯responde él sin dejar de capturar imágenes⎯. No solo es capturar la imagen, sino la vulnerabilidad, la personalidad, la belleza interna. Y tú, Daniel, tienes tanto que capturar.

Respiro profundamente, escuchando el sonido de la cámara, que se convierte en un ritmo constante. Siento que algo dentro de mí se abre, aunque sigo sin comprender del todo qué está sucediendo.

⎯Ven… ⎯me dice finalmente, con una suavidad que me invita a acercarme.

Me acerco a él, y me muestra las fotos en su cámara. Me sorprendo al verlas, no solo por la vista, sino por cómo me veo. Es como si no fuera solo yo, como si mi imagen hubiera sido transformada en algo más, casi una obra de arte.

⎯Eres… bueno ⎯comento, sin encontrar las palabras adecuadas.

⎯El modelo es excepcional ⎯responde, con una sonrisa que hace que mi estómago se encoja.

Volteo a verlo, y mi sonrisa se convierte en una mueca nerviosa. Pero él no se aparta, y su mirada se intensifica. Se muerde los labios, y eso hace que mi respiración se vuelva más pesada.

⎯No quiero asustarte de nuevo, así que voy a decírtelo ⎯dice, su voz cargada de una cierta determinación. ⎯Voy a besarte, porque se me antojan mucho tus labios.

Antes de que pueda responder, Sebastián me toma del rostro con manos suaves, pero firmes, y me besa. La sensación de sus labios sobre los míos es electrificante, como si el tiempo se hubiera detenido y todo lo que existiera en ese momento fuera él, yo, y el suave roce de un beso que lo cambia todo.

El beso es suave al principio, casi tentativo, como si ambos estuviéramos midiendo la reacción del otro. Siento sus labios cálidos sobre los míos, y es como si una corriente eléctrica recorriera mi cuerpo, despertando cada nervio, cada sentido. Su aliento es cálido, y el aire entre nosotros parece espeso, cargado de una tensión que no quiero, pero no puedo evitar, sentir.

Mis manos, que estaban tensas a los lados, se levantan lentamente, moviéndose hacia su cuello. Cuando mi piel entra en contacto con la suavidad de su camisa, un escalofrío recorre mi espalda. Él responde a mi toque, su mano sobre mi rostro se mueve ligeramente, acariciando mi mejilla con suavidad, como si no quisiera romper el momento, como si tuviera miedo de que la intensidad de lo que estamos compartiendo se desvanezca.

Nuestros labios se ajustan, se exploran, cada uno buscando el ritmo del otro. El beso se profundiza, se vuelve más urgente. Mi corazón late con fuerza, como si estuviera tratando de escapar de mi pecho. No hay palabras, no las necesitamos. Hay algo en la manera en que sus labios se mueven sobre los míos que lo dice todo. Es una mezcla de deseo y necesidad, de algo que ha estado creciendo en el aire entre nosotros y ahora finalmente encuentra su expresión.

Siento sus manos deslizándose por mi cuello, y luego, suavemente, sus dedos acarician mi mejilla antes de ir hacia mi cabello, enredándose entre los mechones. El contacto de sus manos es firme, pero no agresivo, como si me estuviera tomando en cuenta, como si me estuviera protegiendo de algo que aún no comprendo bien.

El calor de su cuerpo cerca del mío, la suavidad de su toque, todo se mezcla en una experiencia tan intensa que no sé si quiero que termine o si quiero que siga, si quiero explorar más o quedarme aquí, así, atrapado en el instante.

Finalmente, me separo un poco, apenas unos centímetros, pero nuestros rostros siguen cerca. Ambos respiramos entrecortados, mirándonos con una mezcla de sorpresa y deseo. La sensación en mi pecho es tan fuerte que siento que voy a explotar, y al mismo tiempo, quiero que el momento se quede aquí, suspendido en el aire, perfecto y completo. Sebastián me mira fijamente a los ojos, y por un segundo, siento que hay una leve conexión o no se que sea. Eso sí, sé que Sebastián hace que mi cuerpo despierte. 

⎯¿Estás bien? ⎯me pregunta, su voz suave, con un toque de preocupación que me sorprende.

⎯Supongo… ⎯respondo, tratando de ocultar el nerviosismo que me invade.

Él sonríe ante mi reacción, una sonrisa que tiene algo de satisfacción, pero también de curiosidad, como si estuviera esperando a ver hasta dónde llego. De repente, deja la cámara a un lado con un gesto despreocupado y se quita la camisa con una agilidad que me deja sin palabras. Lo primero que noto son los tatuajes que cubren su pecho, cada uno con una historia, tal vez, que me imagino que no me ha contado. Luego, mi mirada se desplaza hacia su abdomen, marcado, tonificado, cada músculo esculpido con precisión. No puedo evitarlo, tengo que admitirlo: Sebastián tiene todo lo que podría atraer a cualquier hombre o mujer. Su cuerpo es una obra de arte, una perfección que no puedo ignorar, y por un momento me siento completamente fuera de lugar, como si todo esto fuera demasiado para mí.

⎯Venga… vamos a nadar un rato, ¿quieres? ⎯me invita con una sonrisa pícara, como si no hubiese notado mi distracción.

Él da un paso hacia la piscina natural y, con una agilidad sorprendente, se echa un clavado, desapareciendo en el agua. Yo me quedo allí, en la orilla, mirando cómo se hunde bajo la superficie. Mi mente empieza a dar vueltas, sin saber cómo reaccionar. Lo veo salir del fondo, moviendo su cabello hacia atrás con un gesto que me deja sin aliento, y luego me sonríe, como si todo esto fuera lo más natural del mundo.

⎯Vamos, no muerdo. Excepto que así lo desees. ⎯me dice con una sonrisa juguetona.

Respiro profundamente, tratando de calmarme, pero hay algo en la situación que me inquieta. No sé qué tan buena idea es meterme al agua con él, en un lugar tan apartado, tan alejado de todo. Miles de pensamientos pasan por mi mente: mis miedos, mi falta de experiencia, la intensidad de Sebastián y, como siempre, Tazarte regresa a mi mente, como una sombra que no puedo deshacerme de él.

“Prueba el menú”, escucho la voz de Tazarte en mi mente, y me sonrío involuntariamente. Aunque la situación sea incómoda, él siempre encuentra una manera de sacarme una sonrisa, incluso en momentos como este.

⎯Vamos… el agua está deliciosa. ⎯dice Sebastián, interrumpiendo mis pensamientos.

No tengo muchas opciones, así que me quito la playera y la dejo caer sobre las piedras. Me siento expuesto, vulnerable, de una manera que no estoy acostumbrado. Siempre que he hecho esto, lo he hecho en total oscuridad, o en soledad, nunca así, frente a alguien, frente a él. Un recuerdo me asalta: Raúl, cómo siempre insistía en apagar todas las luces antes de hacer algo íntimo. Algo en esa idea me reconfortaba, me daba una sensación de control, de privacidad. Pero ahora, aquí, en este lugar tan abierto, todo parece diferente.

Sebastián sonríe cuando me ve sin camiseta, y no puedo evitar sentir que todo su interés está puesto en mí, en cada detalle.

⎯Siempre supe que tenías un cuerpo perfecto ⎯me comenta, con una sonrisa sincera.

⎯Ni tanto… ⎯respondo, algo avergonzado, mientras entro al agua con cuidado, intentando mantener la calma.

El agua fresca me envuelve, ayudándome a regular mi temperatura, mis emociones, mi vergüenza. Al verme dentro del agua, Sebastián se acerca a mí con paso seguro y se pone frente a mí. El agua apenas nos cubre hasta la cintura, pero el espacio entre nosotros parece estar cargado de una tensión que no puedo evitar notar.

⎯Eres perfecto… ⎯me murmura, su voz suave, casi reverente.

No puedo responder a eso. En lugar de palabras, siento cómo sus labios encuentran los míos, nuevamente, en un beso. No me toma por sorpresa, ya sabía que esto sucedería, pero aun así, la sensación de sus labios sobre los míos me pone nervioso. No es solo el deseo, es la situación. Estoy en un lugar tan aislado, con él, y no sé si estoy listo para avanzar más allá de esto.

No quiero hacer nada con él. No quiero volver al ámbito sexual, no aquí, no ahora, no en medio de la nada. Mi instinto me dice que no es el momento, que aún no, que necesito más tiempo. Con suavidad, coloco mis manos sobre su pecho, apartándolo un poco.

⎯Espera… yo… ⎯digo, sin saber cómo expresar lo que siento.

⎯Solo es un beso ⎯me comenta, como si la situación fuera simple, pero algo en su tono parece más insistente.

Vuelve a besarme, esta vez con más fuerza, pero nuevamente me alejo.

⎯Lo sé ⎯digo, mi voz temblorosa pero firme⎯. Pero… no cederé a más… no quiero más, por ahora.

Sebastián parece tomarlo con calma, encoge los hombros, como si no le importara, y sonríe, sin molestarse.

⎯Como desees… ⎯responde, sin forzarme, antes de nadar hacia la otra orilla de la piscina.

La culpa me golpea de inmediato. Sé que lo rechacé, pero no quería más, no ahora.

⎯Sebastián, no quiero hacerte sentir mal… yo… ⎯digo, sin saber cómo continuar, sintiendo que he cruzado una línea que no debí haber cruzado.

⎯Tranquilo… esto se dará con el tiempo… ⎯me responde, su voz tranquila, como si no hubiera nada que preocuparse. ⎯Ahora, ¿te tomo unas fotos? ⎯me pregunta, tomando nuevamente la cámara y comenzando a disparar.

El cambio de tema es tan abrupto que me descoloca por completo. ¿Se ofendió? ¿Está bien? Mis pensamientos se enredan como un nudo que no puedo deshacer, y me pregunto si lo que acaba de pasar le ha afectado más de lo que me gustaría admitir. Es extraño, pero me siento atrapado en un torbellino de emociones. El simple hecho de que Sebastián haya aceptado mi rechazo tan fácilmente me desconcierta. Tal vez no le importa, tal vez solo lo vio como algo trivial, pero la duda sigue pesando sobre mí.

Sé que Tazarte me dijo que debo “probar el menú”, pero ¿y si yo soy el tipo de persona que sabe qué es lo que quiere y no necesita probar más? ¿Y si, en lugar de perderme en un mar de opciones, prefiero ser más selectivo, más cauteloso? ¿Qué pasa si mi tipo de hombre es el que, en realidad, me mandó a terapia y me hizo cuestionar tantas cosas sobre mí mismo y sobre lo que realmente quiero? Raúl… siempre está en mi mente. ¿Por qué no puedo dejarlo atrás? 

Raúl me ha afectado más allá de lo que yo hubiese deseado. Las palabras que pronunció, su indiferencia, su desprecio, todo lo que hizo, me dejó marcado de una manera que no puedo describir sin que el dolor resurja. Las cicatrices que dejó en mi alma no son algo que pueda sanar rápidamente, ni siquiera con el paso del tiempo. El vacío, esa sensación de que algo se rompió dentro de mí, es algo que no puedo llenar. No importa cuántas veces intente distraerme, evadirlo o reemplazarlo, la verdad es que sigue allí, presente en cada pensamiento, en cada rincón de mi mente.

Y en medio de todo esto, en mis momentos de reflexión, me pregunto si estoy buscando en Tazarte y Sebastián lo que perdí o, tal vez lo que nunca llegué a tener de verdad. De pronto llega a mi mente algo que jamás pensé: Maldita la hora en que conocí a Raúl… maldita la hora en que me enamoré de él.

2 Responses

  1. Ay Dani, quizá también necesitas darle un mejor cierre a la situación. La violencia de todo lo que pasó dejó una huella que no sana tan fácil. Calma

  2. Es demasiado traumatico lo que vivio Daniel. Es fuerte volver al ruedo como se dice. Y Sebastian no me gustaaaaa jajajaja. No logra convencerme. Tazarte tan maduro prefiere aconsejarlo y hasta lo incita a q pruebe delmenu. Jejejeje en cambio sebastian habla mas de taz. Q mal eso.

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