DANIEL 

Besé a Tazarte. Quería besarlo y no me pude detener. No soy experto en besos, ahora que lo pienso no soy experto en nada de esto, ni siquiera he besado tanto para tener un margen de comparación, pero puedo asegurar que este es el mejor beso que he dado en mi vida.

Fue tan natural, tan sutil. Los labios de Tazarte son suaves, carnosos. Besa sin prisa, con ganas, con un movimiento que se asimila a una de las tantas sinfonías que le pasan por la mente. La sensación de tenerlo tan cerca, la calidez de su cuerpo, esa suave presión de sus labios en los míos, como si fuera un experimento de algo que nunca había tocado antes, algo nuevo, algo desconocido, me embriagó. Era un beso que no pedía permiso, que simplemente surgió, como una necesidad incontrolable.

Todavía recuerdo cómo me separé brevemente, un poco sorprendido por la intensidad de lo que acababa de vivir. Al verlo, su mirada me dijo todo lo que necesitaba saber. Había algo en él, una chispa, una conexión, que hizo que el mundo alrededor de nosotros desapareciera. Solo estábamos él y yo, perdidos en ese momento, compartiendo algo que no se puede poner en palabras, algo que, para mi sorpresa, ya no me asustaba.

Su respiración era tan irregular como la mía, ambos estábamos al borde de la misma línea invisible, esa que nos unió sin previo aviso. Mi mente seguía procesando lo que había hecho, lo que había sentido. No me había detenido a pensar si estaba bien o mal. Simplemente sucedió.

Si hubiésemos estado solos, en otro lugar, donde no hubiese niños, ni mi familia, ni nadie, pude haber pasado toda la noche besándolo, sintiendo todas estas sensaciones que recorrieron mi cuerpo. Ese calor que aún tengo en mis mejillas, mientras veo el sol saliendo por el horizonte, anunciando un nuevo día.

Hace mucho que mis desvelos no se debían a algo tan mágico como un beso. Un beso que se convirtió en algo más que una simple caricia de labios, algo más que un intercambio fugaz de emociones. Me sentía extraño, vulnerable y a la vez profundamente despierto, como si todo lo que había vivido hasta ahora fuera apenas un preludio, una espera por ese instante. Y aunque mi cabeza trataba de racionalizarlo, de entenderlo, mi corazón, mi cuerpo, me decían otra cosa. No necesitaba explicaciones, no en ese momento.

Volteo hacia mi lado derecho, y veo a mi hermano profundamente dormido. De pronto, mi visión se ve opacada por los botes de medicina que hay sobre el buró. Suspiro: ¿Algún día dejaré de tomarlas?, pienso. Las pastillas han sido mis compañeras por años y me han traído más problemas que beneficios, pero, no importa, si ellas me harán sentir bien, estar estable para que yo pueda descubrir esto que he descubierto tanto con Sebastián como con Tazarte, que así sea.

⎯Ojalá se lo pudiera contar a Bart ⎯murmuro.

Es raro, pero extraño a Bart. No sé quién es y tengo teorías de que puede ser un personaje creado por la IA, pero me ayudaba a desahogarme, a platicar con alguien que no me conociera desde el inicio y no me pudiera juzgar. Era como un amigo, fuera de mi primo y mi hermano que podía entenderme. ¿Por qué se habrá ido?, ¿le habrá molestado el hecho de que besé a Sebastián?

⎯¡Cierto, Sebastián! ⎯recuerdo, y como si me hubieran pinchado la espalda, me levanto para ver por la ventana que va al patio y verlo todavía recostado sobre el sofá. Ayer, el pobre, se quedó profundamente dormido tan solo al iniciar la velada, pero no me quejo. Si no hubiera tenido ese espacio a solas con Tazarte, el beso no hubiese pasado.

Noto que Fátima, Sirena y Mena han llegado ante él. Fátima le dice algo a Sirena y a Mena y ambas se ríen. Minutos después llega Davide con una rama.

⎯¡Oh, oh! ⎯expreso, sabiendo lo que puede pasar.

Así, me pongo el pantalón del pijama, la playera y salgo de la habitación. Son tantas mis prisas que, al salir, no me percato que Tazarte acaba de salir de la suya e inevitablemente chocamos. Mis gafas se caen y de pronto no puedo ver nada.

⎯Lo siento, lo siento… ⎯me dice, apresurado.

⎯No pasa nada… ⎯respondo, pasando mi mano por el suelo en busca de mis gafas.

⎯Estaba un poco distraído… ⎯me habla con su suave voz.

⎯Yo trataba de que Davide, Fátima, Mena y Sirena no le hicieran nada a Sebastián…

De pronto, siento como la mano de Tazarte toma la mía con delicadeza y pone mis gafas en ella.

⎯Gracias… ⎯le respondo.

Me las pongo, y sonrío de inmediato al ver su sonrisa. Un gesto tan sencillo, tan espontáneo, y sin embargo, parece capaz de iluminar todo el entorno. Es como si el tiempo, esa constante que nunca para, se detuviera por un segundo, solo para que yo pudiera quedarme allí, mirándolo, con la sensación de que algo en mí había cambiado, algo profundo, algo que ni yo había anticipado.

⎯¿Mejor? ⎯me pregunta, su voz suave, llena de esa tranquilidad que no había notado antes.

⎯Sí, gracias. Tengo un glaucoma en el ojo izquierdo. Me volverán a operar en enero del próximo año para mejorar mi vista. Aun así, perderé la visión de ambos ojos en algún momento de mi vida. ⎯Me sonrojo, la incomodidad aflorando en mi rostro. Es una verdad que me cuesta compartir, como si de alguna forma al mencionarla la hiciera más real. ⎯No sé por qué te cuento esto, no creo que lo quieras escuchar.

Tazarte se ríe. Su risa es suave, casi inaudible, y me hace pensar en cómo, incluso en esos pequeños gestos, Tazarte tiene la habilidad de hacer que todo se sienta más sencillo. Como si, con cada interacción, me estuviera enseñando algo más sobre el poder de la calma, sobre el poder de estar presente sin la necesidad de complicar las cosas. Es un contraste tan refrescante con la forma en que mi mente tiende a sobrecargarse, a llenarse de pensamientos que no llevan a nada, pero que insisten en ocupar espacio.

⎯Lo bueno es que tengo bonita voz, y no te molestará escucharme cuando ya no puedas verme ⎯contesta, con una sonrisa juguetona.

⎯¿Quién te dijo que tienes bonita voz? ⎯contesto en broma, sintiendo cómo la atmósfera entre nosotros se relaja aún más. La conversación fluye, sin forzarse, de una forma que nunca había experimentado.

Ambos nos reímos bajito, y es en ese momento, en medio de la risa compartida, cuando él se acerca a mí y me da un leve beso sobre los labios. Es un gesto tan sencillo, pero lleno de una intimidad que me hace sentir como si el mundo entero desapareciera por un segundo. Solo existimos nosotros dos, en ese pequeño espacio de tiempo donde las palabras se quedan cortas.

⎯Buenos días… ⎯susurra, sus labios aún cerca de los míos, como si quisiera prolongar el momento.

⎯Buenos… ⎯respondo, sonriendo sin poder evitarlo, sintiendo un cosquilleo extraño y agradable en el pecho.

Pero de repente, el momento se rompe de forma abrupta.

⎯¡QUÉ DEMONIOS! ⎯se escucha la voz de Sebastián desde el jardín.

⎯¡Está vivo, vivooooo! ⎯exclama Fátima, seguida por las risas de los niños.

Tazarte y yo nos levantamos de inmediato, como si un resorte nos hubiera impulsado, y bajamos corriendo las escaleras hacia el patio. Al llegar allí, vemos a Sebastián, completamente empapado. Al parecer, los niños le echaron agua en el rostro para despertarlo.

⎯¡Lo hicimos! ¡Lo despertamos! ⎯exclama Sirena, con una sonrisa traviesa.

⎯¡Fátima! ⎯exclamo, mientras me acerco a ella, que observa la escena con una mezcla de culpa y diversión.

⎯¿Qué? Lo picamos con la varita y no se despertaba. Davide le tomó el pulso. ⎯responde, con una ligera sonrisa de excusa, aunque el tono de su voz no refleja demasiada preocupación.

⎯Estaba muerto ⎯responde David, muy seguro de lo que dice, como si fuese el diagnóstico oficial.

David y Maël, al ser hijos de Karl, lo imitan todo el tiempo, y juran que tienen la capacidad de tomar el pulso, la presión, e incluso analizar otros signos vitales, como si fueran mini médicos en formación.

⎯Entonces, decidimos echarle un vaso con agua en la cara para ver si era verdad… pero, despertó. Yo lo considero un milagro ⎯continúa Fátima, riendo entre dientes, como si en realidad no pudieran creerse que funcionara.

Yo, sin embargo, no puedo evitar soltar una risa nerviosa, mientras observo la expresión atónita de Sebastián, que ahora se está sacudiendo el agua de la cara con gesto de irritación.

⎯¡Estaba dormido! ⎯grita Sebastián, con los ojos bien abiertos, al darse cuenta de que el truco no había sido tan “mágico” como pensaba.

Me doy cuenta de que Mena, que está parada a un lado, se ha asustado un poco por la reacción de Sebastián, y veo cómo su rostro refleja una mezcla de sorpresa y miedo. Me acerco a ella y la cargo rápidamente, queriendo protegerla de cualquier enojo innecesario.

⎯¡No nos grites! ⎯responde Fátima, con su habitual tono protector, como si fuera la defensora oficial de sus primos⎯. Nosotros no te estamos gritando. Dice mi papá que siempre debemos hablar con un tono moderado para entendernos. 

⎯Sí, Sebastián, moderate. Son niños, solo hicieron una travesura ⎯agrego, con una sonrisa para suavizar la situación, pero mi voz suena más firme de lo que quisiera. No me gusta ver a los niños asustados.

Sebastián me mira a los ojos. Está verdaderamente enojado, y lo sé. No es muy bonito iniciar el día con el rostro y el cuerpo empapados de agua.

⎯Mierda… ⎯murmura, su voz grave, marcada por la molestia.

Él se pone de pie, y sin decir más, camina hacia la casa con paso firme, desapareciendo rápidamente entre las sombras de la puerta. Su enfado es palpable, y aunque yo también lo hubiera estado, siento una punzada de culpa. La broma había ido demasiado lejos.

⎯Fátima… ⎯le digo, con un tono serio, mientras sus ojos me esquivan momentáneamente.

⎯Perdón… ⎯responde, su voz baja, casi inaudible, como si supiera que las palabras ya no son suficientes para calmar la situación.

⎯Le voy a decir a tu papá lo que hiciste ⎯le comento, bajando a Mena al suelo, quien, al ver la interacción, parece no entender del todo lo que está pasando.

⎯¡Uy, qué miedo! ⎯me responde Fátima, tratando de disimular su nerviosismo con sarcasmo.

No me convence. En su tono hay algo de inseguridad, algo que sé que se oculta bajo su fachada de niña traviesa.

⎯Pero en este momento le voy a hablar a tu mamá para que se entere ⎯agrego, más firme.

El rostro de Fátima cambia de inmediato. Su expresión se endurece, sus ojos se abren ligeramente y el color de su rostro palidece. Sabe que llamarle a Sila no es una amenaza vacía. Es el punto de no retorno, el momento en que las travesuras dejan de ser algo gracioso.

⎯¡No! Podemos negociar, ¿no es así? ⎯me pregunta, tratando de salvarse, su tono se torna más desesperado.

Tazarte, que ha estado observando la escena en silencio, se ríe, su risa suave llena el aire con una sensación de ligereza, aunque la situación no lo sea.

⎯Jamás había conocido a una niña tan… Fátima ⎯dice, en tono divertido.

⎯Lo sé, es difícil describirla con palabras ⎯comento, sonriendo ligeramente ante la caracterización de Tazarte, que no podía ser más acertada.

De pronto, Fátima, al ver que ya no puede salirse con la suya, sale corriendo con sus primos siguiéndola al instante. La risa y el bullicio que dejan atrás parecen disolver toda la tensión por un momento.

⎯¡No hemos terminado, Fátima Luz Moríns Canarias! ⎯le grito a lo lejos, y ella, desde la distancia, se ríe, un sonido alegre que resuena en el patio.

Es curioso cómo las preocupaciones pueden desvanecerse tan rápido en una familia llena de caos y risas. Y, sin embargo, en ese instante, algo en mí se mantiene intranquilo.

De nuevo, Tazarte y yo nos quedamos solos. Por un momento, el silencio entre nosotros parece pesado, y nuestras risas compartidas se disipan en el aire. El cambio es casi tangible. La atmósfera, que antes había estado llena de ligereza, ahora se vuelve densa, como si algo no dicho flotara entre nosotros.

⎯Entonces, ¿en qué nos quedamos? ⎯me pregunta, rompiendo el silencio con una pregunta que me toma por sorpresa.

⎯¿De qué? ⎯respondo, desconcertada, sin comprender exactamente a qué se refiere.

Tazarte da un paso hacia mí, acercándose más, y sus ojos fijándose en los míos. Siento cómo su presencia llena el espacio entre nosotros, tan cercana y a la vez distante. Se inclina ligeramente hacia mí, como si fuera a darme un beso, pero en el último segundo, instintivamente lo rechazo. Me aparto de él con rapidez, el gesto de sorpresa en su rostro refleja la confusión que también siento yo.

⎯¿Ok? ⎯me pregunta, en voz baja, su confusión claramente marcada en su tono⎯. ¿Todo bien?

Miro hacia la casa. Nadie está viendo, pero esa sensación de peligro, esa incomodidad, regresa con fuerza. El nudo en el estómago no desaparece.

⎯No me gusta hacer muestras de afecto en público ⎯digo con amargura, tanta, que hasta yo me sorprendo al escucharme.

⎯¿Cómo?

Me alejo, dando un paso atrás, como si de esa forma pudiera escapar de lo que siento.

⎯No me gusta besar o hacer muestras de afecto en público.

⎯¿Por qué? ⎯pregunta Tazarte, claramente confundido, pero también genuinamente interesado⎯. ¿Qué tiene de malo?

⎯¿Qué tiene de malo? ⎯repito, más para mí mismo que para él. Ni siquiera sé cuál es la respuesta, pero lo que sé es que no quiero sentirme vulnerable, como si estuviera entregándome sin saber lo que él piensa o lo que podría pasar después.

Es una excusa, me doy cuenta. La respuesta más fácil para evitar algo que no estoy listo para enfrentar. Pero al mismo tiempo, me siento patético.

⎯Vale… ⎯dice Tazarte, notando mi inseguridad, y yo lo estaría también, con una respuesta tan vacía.

⎯Es que… no lo entiendes.

Con la calma que lo caracteriza, Tazarte me responde con la tranquilidad que siempre transmite:

⎯Hoy no… posiblemente mañana o dentro de unos días, sí. Pero hoy no te comprendo. No después de lo que pasó ayer, no después de… ⎯Entonces su voz se quiebra.

Su rostro cambia al instante. Un ligero temblor en sus labios, como si quisiera decir algo más, pero algo lo detiene. Se muerde el labio inferior, disimulando todo lo que está sintiendo, y luego mira hacia el cielo. Como si buscara respuestas en algún rincón del cielo que le otorgara comprensión.

Sin embargo, cuando baja la mirada hacia mí, sé lo que está pasando. Quiere llorar. Veo cómo lucha contra las emociones que lo invaden, pero lo evita.

No puedo evitar sentir un golpe en el pecho al verlo así, tan vulnerable.

⎯Iré a caminar. Sólo… ⎯su voz se quiebra un poco, pero recupera firmeza en la última palabra, como si tuviera que ser fuerte, aunque sus ojos lo delatan.

⎯Taz…

⎯Sólo iré a caminar ⎯me dice, con una firmeza que no logro comprender completamente, pero en su tono suave también hay algo de dolor. No parece enojado, no parece feliz, pero tampoco está completamente apagado. Es como si estuviera buscando un espacio para respirar, para procesar lo que acaba de pasar entre nosotros.

Él da un paso atrás, evitando mi mirada, y se dirige hacia el jardín. De pronto todo lo que nos acercaba, se separó tanto que siento a Tazarte muy lejos, y todo por mi culpa.

⎯Mierda, Daniel ⎯me reprocho en voz baja, mientras veo cómo la distancia se hace más grande entre nosotros, cómo esa conexión que sentía tan fuerte ahora se diluye por algo tan simple, pero tan complejo a la vez. ¿Por qué no pude dejarlo ser? ¿Por qué tenía que complicarlo todo?

Quiero seguirlo, de verdad… pero en ese preciso momento, mi móvil suena, rompiendo el silencio incómodo que se ha instalado entre nosotros. Al ver el número en la pantalla, un balde de agua helada cae sobre mí, dejándome congelado por un instante. No está registrado, pero no necesito que lo esté. Sé quién es. Es Raúl.

5 Responses

  1. Tarzate…💔 ouch! Y ahora que quiere Raul?!😡 ahora va a complicar las cosas y ya queremos a Tarzate y Daniel juntos. 🤭

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