NADIR

 

El trayecto hacia el club es largo y tedioso. Tomo el volante con calma, dejando que el paisaje pase frente a mí sin prestar demasiada atención. Aunque el día es claro y el aire fresco, no puedo sacudirme la sensación de inquietud que se ha instalado en mi pecho desde la cena de anoche.

Anoche perdí el control frente a mi padre, frente a Amir, y lo que es peor, frente a ella. No me arrepiento de lo que dije, pero me pesa el hecho de que todo esto esté sucediendo por una mujer que no debería importar tanto. Amira. La imagen de su rostro no se ha desvanecido desde que la vi, desde que la defendí. Y ahora, el pensamiento de ella en el club, sola con Amir, me carcome.

Respiro profundamente, intentando enfocarme, pero mis pensamientos no me dan tregua. “Solo voy a asegurarme de que está bien,” me digo una y otra vez, tratando de convencerme de que mi presencia en el club no es más que una casualidad.

Al llegar, estaciono el auto y me bajo sin prisa, ajustando mi camisa de lino. El club está lleno de risas y conversaciones, pero ninguna de esas voces me importa. Camino con decisión, mis pasos guiados por algo más fuerte que la lógica. Y entonces, la veo.

Sentada sola en una terraza, con la mirada perdida en el horizonte, está Amira. Su expresión es serena, pero sus ojos reflejan una tristeza que me resulta difícil de ignorar. Algo en mí se relaja al verla, como si mi inquietud finalmente encontrara un punto de reposo. “Está bien,” pienso. Pero no puedo detenerme ahí.

Camino hacia ella, sintiendo cómo el mundo a mi alrededor se desvanece con cada paso. Ella me ve, y sin querer, sonríe. Es una sonrisa leve, pero suficiente para encender algo en mi interior. “¿Por qué estás aquí, Nadir? pienso, pero no me detengo.

Cuando llego a su lado, su rostro muestra una mezcla de sorpresa y alivio. Mi voz sale más suave de lo que esperaba.

—Amira —digo, con la calma que siempre intento mantener—. Te diría que no esperaba verte aquí sola, pero sería una mentira.

Ella parece sorprendida por mis palabras, y por un momento, la veo bajar ligeramente la guardia. Su respuesta es pausada, pero en su voz hay algo que me invita a quedarme.

—Ni yo esperaba verte aquí, Nadir —dice, intentando sonar neutral, aunque noto un leve toque de alivio.

Inclino la cabeza, analizándola por un momento. No necesito decir más; el silencio entre nosotros dice todo lo que las palabras no pueden expresar.

—¿Te importa si te acompaño? —pregunto, mi tono tan tranquilo como siempre, pero cargado de un propósito que solo yo entiendo.

Ella niega con la cabeza y me regala otra de esas sonrisas discretas que tienen el poder de desarmarme por completo.

—¿Qué te parece si mejor vamos a caminar por el jardín? —sugiere, su voz suave pero firme.

Le ofrezco mi brazo, y ella enreda el suyo con una naturalidad que me sorprende. Caminamos por el sendero que lleva al jardín, rodeados de flores y arbustos perfectamente cuidados. A lo lejos, se escuchan risas y conversaciones, pero aquí, en este espacio, solo estamos nosotros.

—¿Cómo se la ha pasado? —rompo el silencio, observándola de reojo.

—Sobrevivo… —responde con una honestidad que me desarma—. Sabes que tu hermano no es el caballero que debería ser.

No puedo evitar esbozar una sonrisa amarga.

—Ni me diga… —respondo, intentando aligerar la tensión.

Ella suspira, y por un momento, me pregunto si debería decir algo más. Pero es ella quien toma la iniciativa.

—Por cierto. Gracias por lo que hiciste anoche… —dice, su voz suave y agradecida—. No debiste hacerlo. Sé cuál es mi papel, Nadir. Sé cómo me miran todos.

Mis pasos se detienen de golpe. La miro directamente a los ojos, sintiendo cómo mi corazón late con fuerza. Estamos debajo de un arco de flores, rodeados por un aroma dulce que parece ajeno a la tensión que crece entre nosotros.

—Eso no lo hace correcto, Amira —digo, mi voz firme pero cálida—. El deber no debería ser una excusa para dejarse maltratar.

Ella baja la mirada, y sé que mis palabras la han tocado de alguna manera. Pero no puedo detenerme ahora.

—Debes entender algo —continúa ella, su voz más baja—. Mi posición no es muy privilegiada. Y al parecer, eso es lo que se espera de mí.

—No, claro que no —respondo de inmediato, mi tono cargado de una fuerza que no esperaba—. Nadie debería tratarte así. El tiempo que hemos estado juntos, sé que eres una mujer fuerte y valerosa. Y si yo fuera tu prometido…

Las palabras se detienen en mi garganta, pero es demasiado tarde. He cruzado una línea que no puedo deshacer.

Ella me mira, sus ojos buscando respuestas en los míos.

—No digas eso, Nadir. No quiero problemas, y menos tú —dice, intentando detener lo que sabe que está por venir.

Pero no puedo detenerme. Mi mirada se fija en ella, y las palabras salen antes de que pueda frenarlas.

—¿Y qué tal si quiero problemas? —pregunto, mi voz baja y cargada de significado.

El aire entre nosotros se vuelve denso. Me acerco un paso más, incapaz de ignorar la fuerza que me atrae hacia ella.

—Amira, yo… yo pensé que podría guardar esto hasta el final, pero no puedo. Siento que si no te lo digo, voy a explotar de celos.

Ella abre los ojos, sorprendida, y yo me acerco aún más, bajando la voz a un susurro.

—Me gustas, Amira. Desde el momento en que te vi, lo supe. Eres diferente, y eso me gusta mucho… demasiado. Creo que me estoy enamorando de ti.

La confesión queda flotando en el aire, irremediablemente dicha. La miro, esperando una reacción, pero lo único que sé es que mi vida ya no será la misma después de este momento.

Amira me ve con los ojos completamente abiertos; está sorprendida, como si mis palabras hubieran golpeado algo profundo en ella. Temo que salga corriendo. Mis manos se tensan, dispuestas a evitarlo, pero me detengo. Quiero tomarla de la cintura, sostenerla, asegurarle que no tiene que temerme, pero mis valores y educación me lo impiden. Por más que lo desee, sé que no puedo cruzar esa línea.

—No bromee con algo así, joven Nadir. —Es lo primero que sale de sus labios, su voz temblorosa pero firme. Su mirada busca en la mía algún rastro de burla, como si no pudiera creerme—. No se burle de mí.

Sus palabras me golpean más fuerte de lo que esperaba. ¿Burla? ¿Cómo podría ella pensar eso?

—¿Burla? —respondo con incredulidad, mi voz baja pero cargada de honestidad—. ¿Por qué habría de burlarme?

Ella no responde de inmediato, pero puedo ver la lucha interna en sus ojos. Da un paso hacia atrás, creando una distancia entre nosotros que me resulta insoportable. Respiro profundamente, intentando calmarme, intentando encontrar las palabras correctas para hacerle entender lo que siento.

—Amira, no soy de los que juegan con sentimientos, mucho menos con los tuyos. Lo que te he dicho es cierto. No espero que me creas de inmediato, pero quiero que sepas que lo que siento por ti es real.

Ella sigue sin mirarme directamente. Su mano toca el arco de flores detrás de ella, como buscando algo sólido que la mantenga en pie.

—¿Por qué? —pregunta al fin, su voz apenas un susurro—. ¿Por qué yo? Soy… —duda un instante antes de continuar—. No soy lo que ustedes esperaban. Soy un compromiso, un deber. No soy…

—No digas eso —la interrumpo, dando un paso hacia adelante. Esta vez, no me detengo. Levanto una mano, apenas rozando su brazo, suficiente para que me escuche—. No eres solo un compromiso. No para mí. Lo supe desde el primer momento en que te vi. Tú… tú no eres como ellos. No perteneces a este lugar, y eso es lo que me atrae de ti. Eres auténtica, eres tú misma, y eso me gusta. Mucho.

Amira cierra los ojos por un momento, como si mis palabras fueran demasiado. Cuando los abre, hay algo nuevo en su mirada. Duda, sí, pero también algo más. Quizá curiosidad, quizá una chispa de esperanza.

—Nadir, esto no está bien… —murmura—. Tú no deberías…

—Sé que no debería. A mí también me ha tomado por sorpresa. Pero no puedo evitarlo.

—Es que, no lo entiendo… apenas me conoce —responde Amira. Su voz es un susurro cargado de incredulidad. Puedo ver en sus ojos que está impactada, pero también noto algo más: no está completamente renuente a la idea.

—Yo tampoco lo entiendo. Solo sé que, desde que la vi, despertó en mí algo que jamás había sentido. Y ahora, solo quiero estar a su lado. Quiero conocerla y…

Amira pasa saliva, sus ojos se desvían al ver que un grupo de personas pasa cerca de nosotros. Baja la mirada, como si buscara refugio. No lo pienso dos veces y, suavemente, la tomo de la mano, jalándola hacia mí, más cerca del arco de flores que nos protege del bullicio del club.

—Yo no sé si fue lo correcto haberte dicho esto —digo, mis palabras cargadas de sinceridad—. Pero no soy el tipo de persona que puede ocultar lo que siente. Sé que mi personalidad no es lo que una mujer busca en un hombre. Muchos piensan que soy frío, sin escrúpulos, un hombre serio que no sabe disfrutar de la vida. Pero todo eso es una fachada. Lo hago para sobrevivir, así como tú finges que todo está bien para sobrevivir en este mundo.

Amira me mira con una mezcla de sorpresa y ternura. Por primera vez, su sonrisa asoma levemente, pero aún hay dudas en su mirada.

—No creo que deba sentir esto por mí —responde, su tono inseguro pero honesto.

—¿Por qué no? —la interrumpo con más firmeza, mi voz reflejando mi convicción—. ¿Por qué no puedo sentir esto? ¿Por qué no puedo querer algo que sea solo mío? Amira, llevo años cumpliendo con mi deber, años siendo el hijo perfecto, el heredero. Pero tú… tú eres la primera cosa en mi vida que me hace querer algo más.

El silencio cae entre nosotros. Es pesado, denso, como si el aire mismo nos obligara a enfrentar lo que acaba de ser dicho. La miro fijamente, esperando, rezando para que mis palabras encuentren un lugar en su corazón.

Ella finalmente me mira, sus labios separados como si estuviera a punto de responder. Pero en lugar de palabras, lo único que sale de ella es un suspiro, profundo y cargado de emociones.

—Yo… necesito tiempo —dice finalmente, su voz quebrada pero decidida.

Asiento, aunque en mi interior siento cómo una parte de mí se desmorona. Sé que nada de esto debería estar sucediendo.

—Una disculpa si esto ha causado confusión —le digo, intentando recuperar algo de control, aunque sé que mis palabras suenan huecas.

Amira suspira nuevamente. Me mira directamente a los ojos, y en ese instante siento cómo mi corazón late emocionado, aún aferrándose a una esperanza que no debería existir.

—Me retiraré. No creo que Amir quiera verme aquí —dice, su voz ahora más serena, pero firme.

Ella se da la vuelta, y en un impulso que no puedo contener, tomo su mano nuevamente. Su piel es suave bajo mis dedos, y el calor de su contacto me da un último destello de valentía.

—Si la ofendí, le pido una disculpa. No fue mi intención.

Amira asiente con la cabeza, su expresión mezcla de comprensión y distancia. Luego, con esa gracia tan característica, se aleja de mí. Sus pasos son firmes, pero su figura parece más frágil de lo que jamás la he visto.

Me quedo ahí, bajo el arco de flores, con la brisa ligera rozándome, pero sintiendo el peso de haberlo arruinado todo. “Tal vez nunca debí decirle nada,” pienso. Pero al mismo tiempo, sé que no podría haber hecho otra cosa. Las palabras necesitaban ser dichas, aunque ahora me dejen con la sensación de vacío más grande que jamás haya experimentado.

***

No me quedé en el club, no pude. En lugar de eso, tomé mi auto y conduje hacia la playa, buscando un momento de soledad antes de regresar al hotel y enfrentarme a los comentarios malintencionados de mi madrastra y, posiblemente, al drama de mi padre. El volante temblaba ligeramente bajo mis manos, pero mi mente estaba fija en una sola cosa: alejarme. Necesitaba el mar, el aire, la calma que solo este lugar puede ofrecerme.

Cuando llego, dejo el auto estacionado y camino sin prisa hacia la arena. Me quito los zapatos y dejo que mis pies se hundan en la suavidad del suelo, el frío de la arena refrescando mi piel. Me dejo caer, literalmente me tiro sobre la arena, y permito que la brisa del mar me envuelva por completo. El mar, siempre el mar.

Lo único bueno de venir al hotel es esto: el océano que se extiende infinito frente a mí. Un mar que extraño profundamente cuando estoy en Madrid o en París, ciudades llenas de ruido, responsabilidades y un vacío que nunca he sabido llenar. Este mar, con su oleaje constante y su aroma salado, es mi refugio, mi ancla. Me trae recuerdos de una infancia solitaria, de momentos en los que me sentaba aquí, solo, buscando respuestas que nunca llegaban. El mar siempre ha sido mi compañía, el único lugar donde mi mente se despeja por completo.

Además, mi madrastra odia el mar. Ese detalle siempre me ha dado una especie de placer irónico. A mis 27 años, sigo sin entender qué hace aquí si lo detesta tanto. “No es por amor, nunca lo fue. Siempre es el dinero. Sé que es el dinero.” Suspiro, cerrando los ojos mientras las olas rompen suavemente en la orilla.

Entonces, como si mi mente no pudiera evitarlo, el recuerdo de Amira surge de entre las sombras. Esa primera vez que la vi en la playa, con el cabello rizado volando al viento y sus pies descalzos tocando la arena. Su vestido blanco ondeando como una extensión de las olas. Mi corazón se acelera, incluso ahora, al recordarla. Fue el momento en que supe que era la mujer más bella que había visto. Y lo es.

Todos hablan de Fátima, su hermana. Todos dicen que es la más bonita de las tres. Pero, para mí, Amira lo es. Con ese cuerpo delgado, pero fuerte. Con esa cintura pequeña que, en mis fantasías más atrevidas, deseo rodear con mis manos. Sus ojos, esa mezcla cautivadora entre café y miel, llenos de profundidad, de historias que deseo descubrir. Su cabello rizado, que insiste en mantener bajo control, aunque en su estado libre es un espectáculo en sí mismo.

Pienso en su sonrisa, su voz, la manera en que habla. Tiene una sensibilidad única, un alma que brilla incluso cuando intenta esconderla. Todo en ella me fascina. Y aunque no quiero aceptarlo, estoy seguro de que esto que siento es amor.

Amor a primera vista.

Abro los ojos y observo el cielo, con tonos naranjas y dorados mientras el sol comienza a bajar. Respiro profundamente, dejando que el aire salado llene mis pulmones, pero el alivio no llega. La sensación de vacío persiste. Porque sé que lo que siento por Amira no debería ser. Es un deseo que está condenado desde el principio, una esperanza que no tiene lugar en esta realidad.

El ruido de las olas parece burlarse de mí, constante e implacable, recordándome que el mar puede aceptar todos mis secretos, pero no puede resolver ninguno de ellos. Me quedo ahí, tirado en la arena, dejando que el ritmo del agua se mezcle con el caos de mis pensamientos. Ojalá el mar pudiera llevarse mis sentimientos con ella, arrastrarlos lejos, hacia un lugar donde ya no pudieran atormentarme. Pero no lo hace. El peso de todo sigue ahí, en mi pecho, implacable. Sé que esta batalla interna está lejos de terminar.

No tenía planeado venir. Ni siquiera quería asistir a la boda de mi hermana. Pero un capricho de mi madrastra fue suficiente para arrastrarme de vuelta a este lugar. Ella quiere que todos mostremos una imagen de familia perfecta, aunque eso no podría estar más lejos de la realidad. Nuestra familia es todo menos perfecta. Es una fachada, una mentira cuidadosamente construida, y yo soy solo una pieza más en su juego.

Ese día que vi a Amira por primera vez, estaba a punto de decirle a mi padre que no me quedaría, que no estaba interesado en hacerlo. Había planeado regresar a París, alejarme de este drama constante que representa mi familia. Pero entonces, Amira apareció. Estaba en la playa, con el cabello rizado volando al viento y el sol iluminando su rostro. Fue como si el tiempo se detuviera. Ella se convirtió en mi motivación para quedarme.

¿Por qué lo hice? ¿Por qué dejé que alguien que apenas conocía me anclara a este lugar? La respuesta debería ser simple, pero no lo es. Amira no es como las demás mujeres que he conocido. Hay algo en ella, algo que me atrapa, que me atrae de una manera que no puedo controlar.

Y ahora, estoy aquí, arrepintiéndome de mis acciones. Porque no planeaba confesarle lo que siento, no de esa manera, no tan pronto. Fue algo que hasta a mí me tomó por sorpresa. Pero las palabras salieron, crudas, reales, incontrolables. Y ahora, no sé cómo retroceder.

Me siento, dejando que mis codos descansen sobre mis rodillas, y miro el horizonte. El cielo, en su transición al anochecer, comienza a oscurecerse, y las primeras estrellas tímidamente se asoman, pequeñas luces en un lienzo infinito. Todo en este momento debería parecerme apacible, pero dentro de mí solo hay caos.

“¿Qué hago ahora?” La pregunta flota en mi mente como una nube pesada, sin respuesta. No puedo deshacer lo que dije. Esas palabras escaparon de mí, impulsadas por una fuerza que ni yo mismo comprendí en ese instante. Ahora Amira lo sabe. Sabe lo que siento, sabe que me importa más de lo que debería. Y aunque prometí darle tiempo, no puedo evitar preguntarme qué hará con lo que le confesé.

¿Qué pasará si ella me confiesa que no siente nada por mí? Esa posibilidad me carcome, una espina en lo profundo de mi ser. He sentido su atracción, la chispa en sus ojos cuando nuestras miradas se cruzan, el leve temblor en su voz cuando me habla. Pero, ¿y si estoy equivocado? ¿Y si decide quedarse con Amir? ¿Cómo podré aceptar eso? ¿Cómo podré seguir adelante sabiendo que ella está con alguien que no la merece?

El peso de mis emociones me hunde. Miro las olas, tratando de encontrar respuestas en su movimiento constante, pero no las hay. Amira tiene la última palabra. Lo que sea que decida, será definitivo. Y yo, por primera vez en mucho tiempo, estoy completamente a merced de alguien más.

***

Abro los ojos cuando los primeros rayos de sol entran a mi habitación. Sin pretextos, me levanto, me pongo la ropa deportiva y bajo a la playa para correr. Necesito despejar mi mente. Cada paso que doy, cada inhalación, se convierte en un intento desesperado por dejar atrás el torbellino de pensamientos que me persigue desde ayer. Por primera vez en mucho tiempo, no pienso en Amira.

Ayer, no vino a cenar. Amir llegó tarde del club, borracho y gritándole al personal del hotel, quienes intentaban llevarlo a su habitación sin alterar a los huéspedes. Lo sé porque alguien del personal subió a informarme de la situación, como siempre hacen. En este hotel, no soy gerente, pero, al parecer, nadie está dispuesto a lidiar con los problemas de Amir.

—¿Y la señorita Lafuente? —pregunté, aunque intenté que sonara casual.

—Al parecer, se encuentra en su habitación —me respondieron. No hubo más información.

No pude ir a tocar a su puerta, no después de lo que pasó en el club. Todo lo que podía hacer era quedarme en mi habitación, con una inquietud que no me dejaba en paz. Y ahora, aquí estoy, tratando de no pensar en ella mientras corro por la playa, intentando calmarme y convencido de que la veré en el comedor a la hora del desayuno. Espero que estemos solos.

Cuando termino mi recorrido, hago mi rutina de lagartijas y abdominales diaria.  Mantengo mi mente enfocada, aunque sé que este estado mental es temporal. En cuanto entre al comedor y la vea sentada ahí, perderé la concentración.

De regreso en mi habitación, me doy una ducha larga y me pongo un conjunto blanco de lino que resalta mi tono de piel. Es algo casual, pero elegante, justo lo que necesito para un desayuno en el hotel. Cuando me siento listo, salgo y bajo al comedor. Pero, al llegar, me sorprendo al ver que Amira no está en la mesa de siempre.

—Tal vez todavía no llega —murmuro para mí mismo. Sin embargo, miro mi reloj de pulsera y noto que ya es tarde. Más de lo habitual para ella.

Mi mirada se dirige hacia las escaleras, la idea de subir y buscarla cruza mi mente, pero sé que no sería lo correcto. No quiero presionarla, no después de lo que le confesé.

Me siento en mi lugar habitual, pidiendo un café para intentar calmarme. A mi alrededor, el comedor está lleno de gente, pero no importa cuántas voces escuche, todo se siente vacío sin ella. Me encuentro mirando hacia la puerta cada pocos segundos, con la esperanza de que entre y nos encontremos, aunque sea por un momento.

Mientras espero, el recuerdo de ayer vuelve a mí. Su rostro cuando le confesé lo que siento, la mezcla de sorpresa, duda y algo más que no pude descifrar. Me digo a mí mismo que no debo arrepentirme. Fue lo correcto, decirle la verdad.Pero ahora, en este vacío que ha dejado su ausencia, me pregunto si realmente lo fue.

El café llega, pero su sabor no me tranquiliza. “¿Y si no baja? ¿Y si decide evitarme?” El pensamiento es insoportable, pero intento calmarme. Amira necesita tiempo, y yo estoy dispuesto a dárselo. Aunque el tiempo parece estirarse infinitamente cuando lo único que quiero es verla, hablar con ella, entender qué está pensando.

Respiro hondo y miro por la ventana hacia los jardines del hotel. Quizás esté ahí, buscando la misma paz que yo vine a buscar esta mañana. Sin embargo, en el fondo, sé que no importa dónde esté. Mientras no la vea, la inquietud no desaparecerá. La espera se convierte en mi prueba, un castigo por confesarle lo que siento antes de tiempo.

Pero, incluso ahora, no puedo arrepentirme. 

—¿Señor Khalil? —escucho una voz detrás de mí. Al voltear, veo a uno de los meseros del comedor.
—Dime.
—Tengo un recado para usted —responde, entregándome un pequeño sobre con el emblema del hotel.

Lo tomo con calma, aunque mi curiosidad arde por dentro.
—Gracias.

Espero a que el mesero se retire antes de abrir el sobre. Una vez solo, rompo el sello y sonrío al leer el mensaje en su interior. “La biblioteca.” Un mensaje sencillo, pero cargado de significado para mí. Incluso su letra, elegante y cuidadosa, me parece fascinante.

Doblándolo con cuidado, lo guardo en el bolsillo de mi pantalón, rompiendo después el trozo sobrante para evitar que alguien lo encuentre. Mi corazón late con fuerza mientras me pongo de pie y me acerco al mesero que me lo entregó.

—¿Cuál es tu nombre? —pregunto, mi tono deliberadamente tranquilo.
—Omar —responde, con una ligera sonrisa.
—¿La persona del mensaje te lo dio personalmente? —insisto, con delicadeza.
—Sí. Ella…
—No digas nada —lo interrumpo, sacando un par de billetes de mi cartera y entregándoselos—. Vendrá más si no dices nada, ¿entendido?
—Entendido, señor.

Me alejo con rapidez, sabiendo que ahora Omar se ha convertido en un participante silencioso de lo que está ocurriendo. No me agrada la idea de involucrar al personal, pero si Amira confía en él, yo también puedo hacerlo.

Con cuidado, asegurándome de que nadie me siga, camino hacia el lugar que llamamos “biblioteca”. Una pequeña sala olvidada, pero acogedora, llena de estantes con libros que rara vez alguien lee. Al entrar, la encuentro de pie, con un vestido blanco de algodón que resalta su figura esbelta. Está hojeando un libro, y el sol que entra por la ventana ilumina su cabello, haciéndola parecer un cuadro vivo. Cuando escucha mis pasos, levanta la mirada y nuestros ojos se encuentran. Su sonrisa es tímida, pero suficiente para desarmarme por completo.

—Ese libro es muy malo —comento mientras me acerco a ella, tratando de aligerar la tensión—. Lo leí hace mucho. No creo que deberías leerlo.
—O tal vez debería leerlo para saber qué tan malo es —responde, su tono juguetón pero contenido.
—Tal vez…

Cuando llego frente a ella, veo cómo sus mejillas se tiñen de rojo. Con un gesto rápido, cierra el libro y lo coloca de vuelta en el estante. El sonido de pasos afuera de la biblioteca nos pone nerviosos a ambos. Tomo un libro al azar, lo abro y pretendo leerlo. Si alguien nos viera, solo pareceríamos dos personas discutiendo literatura.

—Señorita Amira, me quiero disculpar… —comienzo, pero ella me interrumpe, sus palabras saliendo antes de que pueda detenerlas.

—¿Es verdad lo que me dijiste? —pregunta, su tono suave pero cargado de intensidad—. ¿Te gusto?

Asiento con la cabeza, incapaz de decir más.

—Lo es… —respondo finalmente, mi voz un susurro lleno de honestidad.

Ella me observa, sus ojos buscando algo en los míos, como si quisiera asegurarse de que no hay engaño.

—No me tome como tonta, joven Nadir, porque no lo soy. Pero tampoco soy lo suficientemente fría como para no admitir que… yo también siento algo por usted.

Sus palabras me golpean como una ola inesperada. Mi corazón, que ya latía rápido, parece detenerse y reiniciarse al mismo tiempo. La miro, incrédulo, pero profundamente emocionado, sabiendo que lo que acaba de decir lo cambia todo. Amira también siente algo por mí.

—Pero, si sabe que admitir estos sentimientos no es algo bueno para los dos… —dice, intentando mantener la lógica en un momento que ya ha escapado de cualquier racionalidad.

—No, no es bueno para los demás… —le interrumpo con suavidad, pero con una convicción que la desarma—. Pero, para nosotros, es muy bueno.

Extiendo mi mano y tomo la suya con delicadeza. Siento cómo se tensa al principio, pero no se aparta. Su piel es cálida, y ese contacto simple parece encender algo dentro de mí. Sin embargo, al escuchar pasos afuera, ella la retira, mirando nerviosa hacia la puerta.

—Mi familia… —empieza, con la voz baja, casi un susurro.

—Sé que hay arreglos, sé que hay protocolos, tradiciones… Sé que esto significa muchas cosas que pueden hacer eco en el futuro. Pero si esto que sentimos crece, si sabemos que es para siempre… estoy dispuesto a enfrentarlo. —Mis palabras salen firmes, directas, como una promesa que no sabía que podía hacer hasta ahora.

Ella sonríe, un gesto tímido que ilumina su rostro de una manera que me hace querer verla sonreír siempre. Pero incluso en su alegría, noto la sombra de las dudas que pesan sobre ella.

—Los tratos han sido firmados, las alianzas pactadas… —murmura, como si intentara recordarse a sí misma que esto no debería estar pasando.

No puedo soportarlo más. Tomo su mano nuevamente, esta vez sin importar si alguien nos ve. La miro directamente a los ojos, dejando que vea toda mi sinceridad, toda mi determinación.

—La alianza entre nosotros dos será más fuerte que cualquier trato. Lo que siento por ti no es un acuerdo, no es un protocolo. Es algo real, Amira. Y eso, ni mi familia ni la tuya podrán cambiarlo.

Ella me mira, sus ojos reflejan una mezcla de esperanza y miedo. Sé que todavía está luchando con todo lo que esto implica, pero por primera vez, parece dispuesta a creerme.

—Nadir… —empieza, pero sus palabras se pierden en el aire.

—No tienes que decir nada —la interrumpo suavemente, apretando su mano con un gesto de consuelo—. No ahora. Solo quiero que sepas que no estás sola en esto. Pase lo que pase, yo estaré contigo.

El silencio que sigue es un momento cargado de emociones, un punto en el que las palabras ya no son necesarias. Afuera, el sonido de los huéspedes y sus pasos se hace pequeño, insignificante, mientras la biblioteca se convierte en nuestro refugio, un espacio fuera del tiempo y las obligaciones.

—Te creo… —murmura Amira, su voz apenas audible, pero llena de significado.

Sonrío. Es todo lo que necesito escuchar, una confirmación que me da fuerza, que me asegura que lo que estamos construyendo, por más frágil que sea, tiene un propósito.

De pronto, la puerta se abre y ambos damos un paso hacia atrás, como si la distancia entre nosotros pudiera borrar cualquier sospecha. Un huésped entra, su rostro desorientado.

—¿Podrían decirme dónde está el comedor? —pregunta, mirando a su alrededor.

—Es a la izquierda, al final del pasillo —respondo con una sonrisa tranquila, como si no acabara de estar al borde de un abismo emocional.

El hombre asiente y se va, cerrando la puerta tras de sí. Pero el momento de intimidad ha cambiado. Amira se sonroja, y sus ojos bajan hacia el suelo.

—Si nos descubren… —dice, su voz cargada de preocupación.

—No lo harán… —le aseguro, aunque en mi interior siento la misma inquietud. Pero la certeza de lo que siento por ella es más fuerte—. Pero, si tú sientes lo mismo que yo… no debería darnos miedo, ¿cierto?

Ella levanta la mirada, y por un instante veo algo nuevo en sus ojos: determinación mezclada con vulnerabilidad.

—Cierto… —murmura finalmente.

El silencio vuelve, pero esta vez no es incómodo. Es un pacto tácito, una promesa sin palabras de que ambos estamos dispuestos a enfrentar lo que venga, aunque no sepamos cómo. La luz tenue de la biblioteca nos envuelve, y por un momento, me permito creer que este pequeño refugio es un símbolo de lo que podemos construir juntos. Frágil, sí, pero real.

Es el fin de lo que éramos. Es el principio de lo que podemos llegar a ser juntos.

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