Valentina entra a la iglesia y se persigna. Es la segunda vez que viene en el día, y el padre simplemente sonríe al verla pasar. ¿Cuántos pecados puede tener una mujer para venir dos veces al día? piensa, aunque sabe que lo de Valentina no son realmente pecados; son confusión, arrepentimiento y, sobre todo, una búsqueda de dirección. Al parecer, Valentina ha estado perdida casi toda su vida.

Como todos los días, entra al confesionario, se sienta y espera. El olor a incienso y madera la envuelve mientras respira profundamente, tratando de calmar el torbellino en su interior. Hoy no es solo la culpa por los sueños con Tristán o el peso de lo que está haciendo; lo que más le duele es saber que está perdidamente enamorada de él. Cada mañana se pregunta lo mismo: ¿por qué el amor duele tanto?

La puerta del confesionario se abre, y Valentina siente cómo su corazón se acelera. Es momento de descargarse, piensa.

—Padre, perdóneme porque he pecado —dice en un tono sobrio, dejando escapar un suspiro.

Sin embargo, no hay respuesta. Solo un incómodo silencio.

—¿Padre? —pregunta, preocupada.

Y entonces una voz familiar, aunque completamente inesperada, responde del otro lado:

—Es mi primera vez de padre, ¿tal vez puedas orientarme un poco?

Valentina se congela. La voz no es la del padre Alberto. Esa voz…

—¿Perdone? —responde, incrédula.

—He sido de todo, hija mía. Guardaespaldas, enfermero, mesero, maestro… Ayer estuve en un trío en Ibiza. Ahora que lo pienso, yo debería estar confesándome hoy… Bueno, padre no he sido nunca, ¿qué es lo que se dice?

Valentina se pone de pie de un salto y trata de mirar a través de la rejilla del confesionario. Su corazón se acelera cuando unos ojos azules se encuentran con los suyos.

—¿Jon? —pregunta, todavía sin creerlo.

—Padre Jon, para ti.

—¿Qué demonios? —exclama ella, visiblemente alterada.

—Hija, no creo que esa expresión sea adecuada para la Casa del Señor —responde Jon Carter con una sonrisa burlona.

Valentina se persigna automáticamente. Tiene razón, piensa. Pero su confusión rápidamente se convierte en molestia.

—¿El padre sabe que estás cometiendo sacrilegio?

—El padre sabe muchas cosas de mí… créeme. En fin, sabía que te encontraría aquí. Al principio pensé en meterme a escondidas a tu habitación y esperarte, pero luego consideré que no era la forma más adecuada.

Valentina intenta salir del confesionario, pero se percata de que hay alguien bloqueando la entrada.

—¿Qué está pasando aquí? —pregunta con desconfianza.

—Es el agente Ramblocq. No te preocupes, su altura puede intimidar, pero es inofensivo si te portas bien.

—Jon, ¿qué haces aquí? —insiste ella, visiblemente irritada.

Y entonces Jon, sin rodeos, suelta la bomba:

—David me mandó a investigarte.

Las palabras caen como un balde de agua fría sobre Valentina. Su respiración se vuelve irregular, y siente cómo el mundo se detiene.

—¿Qué?

—Así es, hija mía. Me pidió que te investigara. —Jon levanta un folder y lo muestra a través de la rejilla—. Y aquí está: Valentina Salamanca y Casas.

El corazón de Valentina se acelera aún más. Ese nombre, el que le arrebataron hace años, ahora está en manos de alguien más. Su primer instinto es huir, pero la entrada está completamente bloqueada por Ramblocq.

—Lo leí todo. Sé todo de ti. Todo.

—Jon, te juro que…

—¿Que todo tiene una explicación? —la interrumpe con sarcasmo.

Jon suspira y su tono cambia a uno más serio.

—Sé que todo tiene una explicación. Todos tienen algo que explicar, desde los que cometen los peores crímenes hasta los niños más inocentes. Pero en mi trabajo, Valentina, no acepto explicaciones; acepto misiones. No me detengo a escuchar historias.

Valentina pasa saliva con dificultad. Está atrapada. Pensó que podía llevar esta mentira hasta el final sin que nadie descubriera nada. Pero ahora Jon, el último hombre de la familia al que quería cerca, lo sabe todo.

—Jon…

—Pero en tu caso, y para tu suerte, no estoy aquí como Jon Carter, el agente. Hoy estoy aquí como Jon Carter Ruiz de Con, el primo de David… un primo que lo quiere mucho. Así que, querida Valentina, te voy a dar una oportunidad: cuéntame la confesión de tu vida. Estoy aquí para escucharte, y esta vez sí aceptaré explicaciones.

Valentina siente que el peso en su pecho se vuelve insoportable. Jon no es alguien que se pueda engañar fácilmente, y aunque su tono es amable, sus palabras tienen un filo que no puede ignorar. Sabe que está en un punto de no retorno. Si Jon sabe algo, tarde o temprano David también lo sabrá.

—Está bien, Jon… pero no aquí. No puedo hablar de esto en un confesionario.

—¿Por qué no? Me parece el lugar perfecto —responde él con una sonrisa burlona.

—Porque esto no es solo una confesión. Esto… esto es mi vida entera.

Jon asiente lentamente, percibiendo la sinceridad en su voz.

—De acuerdo. Pero te advierto algo, Valentina: si estás aquí, es porque tienes más cosas que perder de las que estás dispuesta a admitir. Así que espero que seas honesta.

Valentina respira profundamente. Es ahora o nunca. Todo está a punto de cambiar, y no sabe si Jon Carter será su aliado o su peor enemigo.

—¿Qué es lo que dice el archivo? —pregunta finalmente, con un hilo de voz.

—Todo —responde Jon, de manera contundente.

—¿Todo?

—Desde el momento en que naciste hasta tu entrada en migración hace un mes… todo.

El peso de esas palabras cae sobre Valentina como una avalancha. Cierra los ojos y siente cómo el aire le falta. Lleva las manos al rostro, y sin poder evitarlo, comienza a llorar. No es un llanto silencioso, es uno profundo, desgarrador, como si cada lágrima arrastrara años de secretos, miedos y dolores que había guardado en lo más profundo de su ser.

Por un momento, el alivio se mezcla con la desesperación. Alguien finalmente sabe quién es ella, la verdadera Valentina, algo que ni siquiera ella misma había podido aceptar durante mucho tiempo.

Jon, desde el otro lado, se mantiene en silencio. Está a punto de decir algo para calmarla, pero se detiene. Recuerda que Valentina no es una de sus misiones, no es una sospechosa a la que deba interrogar ni una criminal a la que deba controlar. Es solo una mujer que, evidentemente, ha pasado por más de lo que cualquiera podría imaginar. Más importante aún, es la mujer de la que su primo está perdidamente enamorado.

—Si te hace sentir mejor… también tengo información clave para ti. Algo que podría ayudarte.

Valentina no lo escucha al principio. Su llanto sigue, mientras murmura entre lágrimas, casi como una oración.

—Papá… mamá… ayúdenme… —susurra, como lo ha hecho tantas veces antes.

—Tranquila, Valentina. —La voz de Jon suena más suave esta vez, casi paternal.

Ella intenta recuperar el aliento, pero las palabras siguen fluyendo, como si no pudiera detenerlas.

—Te juro que no era mi intención involucrarme así. ¿Yo qué iba a saber que David era un hombre tan maravilloso? ¿Yo qué iba a saber que me enamoraría de él? ¿Yo qué iba a saber que…? —Valentina vuelve a cubrirse el rostro con las manos, su voz rota.

Jon, incapaz de mantenerse distante, sale del confesionario. Se mueve hacia donde está ella y se sienta a su lado. Sin decir nada, la abraza. Es un gesto inesperado, pero lleno de comprensión. Jon no está enojado con Valentina. No la ve como una amenaza ni como alguien que haya actuado con malicia. Siente ternura por ella, por lo que ha pasado, por la vida que ha llevado, por todo lo que ha soportado.

—Tranquila… —murmura mientras le acaricia la espalda, tratando de calmarla.

—Mi intención no es hacerle daño a tu maravillosa familia —continúa Valentina, entre sollozos—. Ni siquiera vengo con esa intención…

—Lo sé —responde Jon con sinceridad—. Lo leí todo.

Valentina se separa ligeramente de él, sus ojos llenos de lágrimas pero también de preguntas.

—Entonces… sabes todo.

—Sí. Y te digo algo, Valentina. Tu historia es una de las más fuertes que he leído, pero también una de las más inspiradoras. No voy a juzgarte por lo que has hecho o lo que no has hecho. Solo estoy aquí porque mi primo está metido hasta el cuello contigo.

—¿David? —pregunta ella, incrédula.

Jon asiente.

—David te ama. Aunque él mismo no lo haya dicho en voz alta, yo lo sé. Lo veo en cómo habla de ti, en cómo te mira. Por eso estoy aquí, porque quiero asegurarme de que si esto sigue adelante, él no salga lastimado.

Valentina siente que su corazón se acelera. No sabe qué responder, qué hacer. Solo sabe que está atrapada entre dos mundos: el que dejó atrás y el que está tratando de construir.

—¿Se lo dirás? —pregunta finalmente, con un hilo de voz.

—No —responde Jon de manera contundente—. No diré nada que tú no me pidas que diga. Pero tampoco te permitiré que hagas algo que afecte o hiera a mi familia. ¿Entiendes?

Valentina asiente con la cabeza, su mirada fija en el suelo.

—Sí, claro que sí. Eso lo comprendo. Si yo tuviese una familia, diría lo mismo.

Jon la observa en silencio. Se pregunta cómo una mujer como Valentina, después de todo lo que ha vivido, ha logrado conservar su ternura, su inocencia. ¿Cómo puede ser tan fuerte? Piensa que hay algo en ella que lo desconcierta, una dualidad que no había visto en nadie más: fragilidad y fortaleza, todo en un solo cuerpo.

Cuando Valentina parece más tranquila, Jon se separa de ella. Se inclina un poco para que sus ojos queden a la misma altura y, con una seriedad que ella no había visto antes, le dice:

—Ahora, cuéntame la versión de tu historia.

—¿Ahora? —pregunta ella, sorprendida.

—Ahora —responde Jon, cruzando los brazos—. Es el momento, Valentina.

Ella lo mira, siente el peso de su mirada azul y la sinceridad que hay detrás de sus palabras. No puede evadirlo más. Respira profundamente, cierra los ojos por un segundo y comienza.

***

Valentina lo cuenta todo. Desde su verdadera identidad, el motivo de su huida, hasta la forma en que su vida dio un giro al conocer a David Tristán. Cada palabra la libera un poco más, como si estuviera soltando las cadenas que la habían mantenido prisionera durante años.

Jon escucha en silencio, con los brazos cruzados, sin interrumpirla. Su mirada, que suele ser dura y calculadora, se suaviza a medida que comprende la magnitud de lo que ella ha vivido.

—¿Se lo dirás? —pregunta ella, casi sin aliento.

—No —comenta de forma contundente Jon—. No diré nada que tú no me pidas que diga. Pero tampoco te permitiré que hagas algo que afecte o hiera a mi familia. ¿Entiendes?

—Sí, claro que sí —responde Valentina, dándole la razón—. Eso lo comprendo. Si yo tuviese una familia, diría lo mismo.

Jon observa a Valentina, estudiándola por un momento. Se pregunta cómo, a pesar de todo lo que ha vivido, ha logrado conservar su ternura y su fortaleza. ¿Cómo puede alguien que ha pasado por tanto seguir siendo tan humana, tan llena de vida?

—Sé que no se justifican los medios, pero, como te digo, yo jamás pensé que me enamoraría de Tristán. Debí darme la vuelta e irme el día que lo vi por primera vez. Debí huir —dice Valentina, con la voz entrecortada.

—¿Y que te cazaran como siervo? —responde Jon con un toque de ironía—. Además, con tu poco conocimiento del mundo, ¿dónde ibas a ir?

Valentina se sonroja y baja la mirada.

—Pues no sé… pensé muchas veces en convertirme en monja.

Jon suelta una risa ligera.

—Las monjas dan su corazón a Dios. El tuyo ya lo tiene Tristán. Así que ahí ambos tienen muchos problemas.

—¿Por Ana Caro? —pregunta Valentina, mordiéndose el labio—. Te juro que mi intención tampoco es superarlos. Incluso, si puedo irme antes sin que nada de eso suceda, será mejor.

Jon suspira profundamente.

—En eso yo no me meto. Ustedes sabrán qué hacer con el amor que sienten uno por el otro. Si lo fingen, si lo confiesan… Solo te diré una cosa: más vale que arregles todo y se lo expliques a Tristán antes de que algo más pase. ¿Vale?

—Lo juro… no sé cómo lo haré, pero… lo juro. Solo, ¿te puedo pedir un favor?

—Dime.

Valentina saca una libreta pesada de su bolso y se la entrega a Jon con cuidado.

—Si Tristán no me cree cuando se lo diga… ¿podrías darle esto?

—¿Qué es esto? —pregunta Jon, alzando una ceja mientras hojea las primeras páginas.

—Todo —responde ella con firmeza—. Absolutamente todo.

Jon ve su letra detallada, las fotos cuidadosamente pegadas, las notas al margen. Es un relato de su vida, un registro de las cosas que nunca había compartido con nadie.

—Te prometo que se lo diré… pero quiero que lo guardes por si acaso. Y, si llega el momento, que se lo entregues junto con todo lo que sabes.

Jon asiente, cerrando la libreta con cuidado.

—Es una promesa, Valentina Salamanca.

Ella sonríe por un momento, pero sus ojos se llenan de nostalgia.

—Hace años que no escuchaba ese apellido. Me lo quitaron hace mucho.

—Lo sé… lo sé todo —responde Jon, señalando el archivo que había traído consigo—. Ahora escucha, porque te voy a dar algo que puede cambiar tu vida. Espero que tengas la inteligencia suficiente para usarlo bien.

Valentina lo observa con una mezcla de curiosidad y temor.

—¿Qué es?

Jon saca un sobre de su chaqueta y se lo extiende.

—Información que puede ayudarte a limpiar tu nombre… y algo más.

Ella toma el sobre con las manos temblorosas.

—Gracias, Jon.

—No me des las gracias. Solo asegúrate de hacer lo correcto. No solo por Tristán, sino también por ti.

Jon le da una palmada en el hombro y sonríe levemente antes de girarse para salir del confesionario.

—Por cierto —añade, volviendo la cabeza hacia ella—, la próxima vez que necesites confesarte, hazlo con el verdadero padre. Aunque debo admitir que no me sale tan mal el papel.

Valentina suelta una risa ligera entre lágrimas.

—Lo pensaré, “Padre Jon”.

—Eso espero, hija mía —bromea Jon con un guiño—. Y recuerda, nadie puede cargar con tu verdad más que tú misma.

Valentina asiente, aunque sus pensamientos siguen dando vueltas. Se siente más ligera, como si finalmente pudiera respirar después de mucho tiempo. Pero justo cuando Jon está por irse, algo la detiene.

—Jon… —dice, poniéndose de pie y alcanzándolo antes de que salga del confesionario.

Él se gira, arqueando una ceja con curiosidad.

—¿En verdad Tristán está enamorado de mí? —pregunta, con un tono de voz tan bajo que casi parece un susurro.

Jon la observa por un momento, como si estuviera decidiendo cómo responder. Pero entonces sonríe, una sonrisa llena de sinceridad y complicidad.

—No se necesita ser agente para saberlo —responde con calma—. Todo está en la mirada, Valentina. Confía en la mirada.

Sus palabras resuenan en el pequeño espacio como un eco, cargadas de una certeza que Valentina no sabe cómo procesar. Antes de que pueda decir algo más, Jon se despide con un leve gesto de la mano y cruza la puerta de la iglesia, dejando tras de sí una calma extraña.

Valentina se queda quieta, con las manos temblorosas. Por primera vez en semanas, siente que parte de su carga se ha disipado, como si el simple hecho de saber que alguien más conoce su verdad y no la juzga fuera suficiente para aliviar el peso que lleva en el pecho.

Se sienta en una de las bancas de la iglesia, mirando el altar en silencio. Las palabras de Jon no dejan de rondar su mente. Todo está en la mirada. Y entonces recuerda cada vez que los ojos de Tristán se cruzaron con los suyos: la intensidad, la calidez, la forma en que parecían leer su alma sin esfuerzo.

Pero con ese alivio viene también el miedo. Si Jon lo ha notado, si sus sentimientos son tan obvios, ¿qué tan cerca está Tristán de descubrirlo también?

—¿Qué voy a hacer ahora? —murmura para sí misma, cerrando los ojos y dejando que el silencio de la iglesia la envuelva.

Por primera vez en mucho tiempo, Valentina siente que tiene una oportunidad para tomar las riendas de su vida. No sabe si será fácil, pero algo en su interior le dice que ha dado el primer paso hacia su libertad, y tal vez, solo tal vez, hacia el amor que tanto teme.

3 Responses

  1. Que buen capítulo….cual será la verdadera historia de Valentina, muero de curiosidad….pero lo más importante es que John le ofreció información para que se pueda liberar según mi apreciación de detective jiji…ojalá lo logre…Ana apiadate de nosotros no nos dejes así, jiji…

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *