Tristán dejó a Ana Carolina en casa de sus padres con una sonrisa. Ambos acordaron que no dirían la ruptura de su relación hasta que pasara la boda de sus hermanas, Alegra y Lila, porque saben los dos que si la noticia sale antes, opacaría todo. Además, los Santander están invitados a la boda y podrían, incluso, cancelar su asistencia.

David y Ana Carolina saben que su relación es bastante “pesada”, y que su separación hará eco hasta en la plantilla de sociales, y deben estar preparados. Sobre todo Dante y Valentina, que no estarán listos para toda esa situación.

Mientras conduce a casa de sus padres, David no puede evitar pensar en todo lo que ha cambiado en tan poco tiempo. Hace apenas unos días, estaba ensayando cómo decirle a Ana Carolina que se había enamorado de otra mujer, y ahora, no solo se ha liberado de ese peso, sino que también ha encontrado una inesperada tranquilidad en la manera en que todo se resolvió. Sin dramas, sin reproches, solo con la comprensión mutua de dos amigos que han decidido seguir caminos distintos.

Al detenerse en un semáforo, su mente vuelve a Valentina. La recuerda tímida, un poco distante, siempre con esa mirada que parece esconder secretos y emociones profundas. Le intriga, le fascina, pero también le asusta. Ana Carolina tenía razón: Valentina es un misterio, alguien que todavía está encontrándose a sí misma, y estar con ella significa lanzarse al vacío, sin garantías, sin certezas. Pero también sabe que es lo que quiere, que está dispuesto a correr el riesgo.

Las palabras resuenan en su mente mientras retoma la marcha. Tiene miedo, sí, pero también tiene esperanza. Valentina lo hace sentir vivo, lo desafía de una manera que nunca antes había experimentado, y eso le da fuerzas para intentarlo, para descubrir lo que pueden construir juntos.

En silencio, con el radio apagado, Tristán llega a casa de sus padres. Por unos minutos se queda sentado en el auto, viendo en el móvil el número de teléfono de Valentina. El aire dentro del auto se siente denso, cargado de emociones que no logra definir del todo. Su dedo titubea sobre el botón de llamada, pero finalmente suspira y deja el teléfono a un lado. No es el momento. Valentina necesita espacio, y él también necesita claridad.

Se baja del auto. Ver a su familia, y sobre todo a sus papás, siempre lo anima. Sabe que corre el riesgo de que su mamá se percate de que le pasa algo, o que su padre comience ese juego de preguntas en el que, sin darse cuenta, termina confesando todo lo que siente. Sin embargo, este es su lugar seguro y, esta noche, quiere estar con ellos, dejar por un momento sus pensamientos y simplemente disfrutar de la calidez del hogar.

Camina hacia la casa, y el portero, Juan, le abre el portón de color negro que protege la entrada. La luz de las farolas ilumina suavemente el camino, dándole un aire nostálgico a la noche.

—Joven Tristán, no sabía que iba a venir a cantar con el joven Moríns —comenta Juan con una sonrisa amistosa.

Tristán recuerda de pronto que hoy es una de las noches de karaoke organizadas por Moríns. Por un momento, desea dar la vuelta y subirse al auto para marcharse antes de que lo obliguen a participar en el concurso. Conoce bien a su cuñado y sabe que no le dejará escapar fácilmente si lo ve.

—Solo vengo de público, Juan —responde Tristán, devolviendo la sonrisa.

Después de una conversación que se extiende por quince minutos, donde Juan le cuenta con entusiasmo sobre sus hijos y su nueva nieta, Tristán logra despedirse, no sin antes pensar que, efectivamente, es tan platicador como todos dicen.

Finalmente, se dirige a la entrada de la casa de sus padres. La luz cálida del interior se escapa por las ventanas, creando un contraste acogedor con la frialdad de la noche. Justo cuando está a punto de abrir la puerta, alguien lo hace desde el otro lado.

Lo que no espera es lo que encuentra al otro lado.

Ahí, de pie, justo frente a él, está Valentina. Se queda paralizado por un instante, sorprendido de verla ahí, igual que ella. La mirada de Valentina refleja una mezcla de emociones: ilusión, incertidumbre y tristeza. No esperaba encontrarse con él, y por lo que puede ver en sus ojos, tampoco lo esperaba.

—Tristán… —pronuncia su nombre en un susurro, como si su voz temiera romper el delicado equilibrio de ese momento. Hay en su tono una mezcla de esperanza y miedo, como si no pudiera decidir si este encuentro es un regalo o una desgracia.

Tristán sonríe con sinceridad, una sonrisa cálida y genuina que ilumina su rostro, esa sonrisa que Valentina había echado de menos más de lo que estaba dispuesta a admitir. No dice nada, porque no hay necesidad. Las palabras sobran cuando ambos saben lo que sienten, aunque aún no lo hayan dicho.

Da un paso hacia adelante, decidido, sin dudar ni un segundo más. Antes de que Valentina pueda reaccionar, la envuelve con sus brazos, rodeando su cintura con suavidad pero con la firmeza de quien teme que, si la suelta, el momento se desvanecerá como un sueño.

Valentina siente el calor de sus brazos y, por un instante, deja de pensar. Su corazón late con fuerza, acelerado, mientras el mundo a su alrededor parece desaparecer.

Sin decir una palabra, Tristán la besa. Es un beso que comienza suave, como una caricia, pero que pronto se vuelve más profundo, más intenso. Sus labios se buscan con urgencia, con la necesidad de quienes han callado lo que sienten durante demasiado tiempo. No es solo un beso, es una declaración, un puente que cruza todo lo que los ha separado hasta ese momento.

Las manos de Valentina se deslizan lentamente por la nuca de Tristán, atrayéndolo aún más hacia ella, mientras él la sostiene con firmeza, como si no quisiera dejarla ir nunca. Es un beso cargado de emociones: deseo, cariño, anhelo… y también, la promesa de que algo nuevo está a punto de suceder. 

El calor de la noche aumenta más con el calor que ambos sienten, uno que los envuelve y que les hace olvidar dónde están, quiénes son o qué vendrá después. En ese instante, solo existen ellos dos, atrapados en un momento que parece eterno.

Cuando finalmente se separan, lo hacen despacio, sin prisa, manteniendo sus rostros cerca, como si aún no quisieran romper la magia de ese instante. El silencio que los rodea no es incómodo, es un silencio lleno de significado, de esas cosas que no necesitan ser dichas porque ambos las comprenden.

—Yo también estoy enamorado de ti, Valentina —confiesa Tristán, con una voz suave pero firme, mirándola a los ojos.

Valentina se muerde los labios al escuchar esa confesión, una mezcla de emoción y nerviosismo recorriéndole el cuerpo. Siente que su corazón va a estallar de alegría, de amor, de felicidad. Hace mucho que no experimentaba este tipo de dicha, y hoy, lo hace gracias a esas palabras, a esa declaración tan esperada de Tristán.

Por un momento, no sabe qué responder. No porque no sienta lo mismo, sino porque las emociones la desbordan. Las palabras parecen insuficientes, y lo único que logra hacer es apretar suavemente la mano de Tristán, como si ese gesto pudiera transmitir todo lo que siente.

Tristán sonríe al ver su reacción. No necesita escucharla decirlo, lo ve en sus ojos, lo siente en el temblor de sus dedos entrelazados con los suyos. Sabe que este es solo el comienzo, que hay muchas cosas por hablar, pero por ahora, lo único que importa es que ambos están aquí, juntos, y que finalmente han dejado de esconder lo que sienten.

—Vamos, hay mucho que platicar —le dice Tristán, con una sonrisa cómplice.

Valentina asiente, todavía sintiendo la calidez en sus mejillas y el latido acelerado de su corazón. Sin soltar su mano, Tristán la guía hacia el portón. No quieren que los demás se percaten de su presencia, no todavía. Este momento es solo suyo, y prefieren disfrutarlo lejos del bullicio de la casa y de las miradas curiosas.

Salen en silencio, caminando de la mano hacia el auto de Tristán, mientras la brisa nocturna les refresca el rostro y aligera un poco la intensidad de las emociones. Al llegar, él abre la puerta del copiloto para que Valentina suba, y luego da la vuelta para tomar asiento tras el volante.

—¿A dónde quieres ir? —pregunta Tristán, encendiendo el motor y mirándola de reojo.

Valentina lo piensa por un segundo. No quiere un lugar ruidoso ni concurrido. Quiere un sitio donde puedan hablar, reír, y quizás, simplemente estar juntos sin preocuparse por nada más.

—A donde sea que podamos estar solos —responde ella, con una sonrisa tímida.

—Bien, te llevaré a mi lugar favorito de la ciudad —contesta. 

***

Tristán maneja por la ciudad en silencio. Todo el trayecto ha sido así, pero es un silencio cómodo, de esos que solo se comparten con alguien que verdaderamente te entiende. Valentina mantiene la mirada en la ventana, observando las luces de la ciudad que pasan rápidamente a su lado, pero de vez en cuando lo mira de reojo, como si necesitara asegurarse de que realmente está ahí, que no es otra de sus tantas fantasías. Fantasías que van desde lo más inocente, como un paseo por el parque, hasta lo más audaz y profundamente erótico, de esas que la hacen sonrojarse al recordarlas.

Tristán, por su parte, sonríe ligeramente al notar su mirada, pero no dice nada. Disfruta de la calma que comparten, del simple hecho de estar juntos después de tanto tiempo de incertidumbre.

Finalmente, llegan al edificio donde se encuentra el piso de Tristán, un edificio moderno, con líneas elegantes y una entrada iluminada por luces tenues. Tristán estaciona el auto y apaga el motor. Valentina lo mira con una mezcla de curiosidad y sorpresa.

—¿Es en serio? —pregunta ella, entre risas, mientras observa el imponente edificio frente a ella.

—Créeme, te vas a sorprender —responde él con una sonrisa cómplice, bajando del auto.

Valentina lo sigue, sintiendo cómo la curiosidad crece en su interior. No sabe exactamente qué esperar, pero algo en la mirada de Tristán le dice que lo que viene será especial. Entran al edificio y toman el ascensor hasta el último piso. Durante el breve trayecto, el silencio sigue presente, pero está cargado de expectación. A pesar de estar juntos, los dos aun no saben qué hacer. 

Cuando las puertas del ascensor se abren, Tristán la guía hasta una puerta al final del pasillo. Saca las llaves, abre la puerta, y de pronto, Valentina ve el techo del edificio. La brisa nocturna la envuelve al instante, mientras las luces de la ciudad parpadean a lo lejos.

—¿El techo? —dice Valentina entre sonrisas, sorprendida por la elección del lugar.

Tristán le toma la mano con naturalidad, como si siempre lo hubiera hecho, y la lleva por el lugar, guiándola entre las macetas y las luces tenues que decoran el espacio.

—Tiene la mejor vista de Madrid, eso te lo puedo asegurar —responde él, con una sonrisa confiada.

Valentina se ríe, disfrutando de la espontaneidad del momento. Camina a su lado, dejando que la calidez de su mano le transmita una extraña sensación de tranquilidad, a pesar de los nervios que empiezan a florecer en su interior. Juntos llegan a una de las orillas, donde se despliega una vista panorámica impresionante de toda la ciudad iluminada. La imagen parece sacada de un sueño, y por un instante, ambos se quedan en silencio, contemplando el espectáculo.

Después de unos segundos, Tristán se mueve. Con cuidado, la recarga suavemente sobre el borde de la barda, poniendo su cuerpo frente a ella. Sus manos vuelven a posarse en su cintura, pero esta vez hay algo distinto en el gesto. Valentina tiembla, no de miedo, sino de nervios. Jamás se imaginó tener a Tristán así, tan cerca, tan real.

Sus miradas se cruzan. Los ojos de Valentina brillan bajo la luz de la ciudad, y el viento nocturno juega con su cabello negro, haciéndolo bailar alrededor de su rostro. Tristán la observa con intensidad, como si quisiera grabar cada detalle de ese instante en su memoria. Valentina, por su parte, evita poner sus manos sobre el cuerpo de Tristán, aunque la tentación es enorme. Desea tocarlo, sentir sus brazos fuertes, el calor que emana a través de la tela de su camisa. Siente un nudo en la garganta y pasa saliva, intentando controlar los nervios.

Por un momento, aparta la mirada, tratando de recuperar el aliento que parece haberse esfumado.

—Leí tu carta —murmura Tristán, rompiendo el silencio.

Valentina lo mira de golpe, los nervios reflejándose en su expresión.

—¿Mi… carta? —repite, con la voz ligeramente temblorosa.

—Sí —confirma él, con una sonrisa suave—. La carta donde me confiesas que estás enamorada de mí.

—¡Ay, Dios! —murmura Valentina, llevándose una mano a la frente, completamente apenada. Levanta la mirada solo para encontrarse con los ojos marrones de Tristán y su sonrisa perfecta, lo que no hace más que aumentar su nerviosismo—. Es cursi y no debí…

—Es perfecta —la interrumpe Tristán con firmeza, pero su tono es suave, cálido, cargado de sinceridad. Con sus largos dedos, hace a un lado dos pequeños mechones que caen sobre el rostro de Valentina, dejando al descubierto sus mejillas sonrojadas—. Es la carta más bonita que me han escrito.

—Basta, Tristán… —contesta Valentina, entre avergonzada y divertida.

—Eres una poeta… —insiste él, con una sonrisa traviesa.

—Claro que no —responde ella entre risas nerviosas, agachando la mirada un instante.

El ambiente entre los dos comienza a cargarse de nuevo, una tensión palpable que acelera sus corazones y llena el aire de deseo, de amor no dicho, de esa electricidad que surge cuando dos personas se permiten ser vulnerables frente al otro.

Tristán no deja de mirarla. Valentina siente el calor de su mirada, la intensidad de un deseo que se ha contenido durante demasiado tiempo. Y aunque su mente le dice que debería calmarse, que debería tomar las cosas con más calma, su corazón le grita que se deje llevar, que viva este momento, porque ha esperado mucho para estar así, con él, tan cerca.

—Leer tu carta me dio el valor para decirte que… estoy enamorado de ti, que te amo —confiesa. 

“Te amo”, Tristán le ha dicho las palabras que jamás pensó que alguien pronunciaría. Valentina, que se pensaba destinada a envejecer en el olvido, sin amor y sin nadie. De pronto, se encontraba en un techo en Madrid, en brazos del hombre más bueno, guapo e inteligente que había en el mundo, y él, le había dicho que la amaba. 

—¿En serio? —pregunta ella, con los ojos brillando por las lágrimas que están a punto de brotar—. Y, ¿Ana Carolina? 

Tristán suspira. 

—Ella lo entendió… no debes preocuparte de eso—. Ella sonríe—. Valentina… —susurra Tristán, inclinándose un poco más hacia ella, dejando que sus labios queden a escasos centímetros de los suyos—. No tienes idea de cuánto he pensado en esto.

Valentina cierra los ojos un segundo, dejando que sus sentidos se concentren en el momento. El viento sopla a su alrededor, la brisa nocturna acaricia su piel, pero todo parece desvanecerse ante el calor que emana de Tristán.

—¿En qué? —pregunta ella en un susurro, abriendo los ojos para encontrarse de nuevo con los de él.

—En lo mucho que quiero besarte de nuevo.

Valentina sonríe levemente, y esta vez, es ella quien toma la iniciativa. Se acerca, acortando la poca distancia que los separa, y sus labios se encuentran en un beso lento, tierno, cargado de emoción. Es un beso que lo abarca todo: el deseo contenido, la conexión que ambos han evitado por tanto tiempo, y la certeza de que, finalmente, están exactamente donde deben estar.

Los brazos de Tristán la rodean con suavidad pero con firmeza, como si quisiera proteger ese momento, como si supiera que es único. Esta noche es suya, es de ellos. Es la noche que Valentina tanto había soñado en silencio, una fantasía que ahora se convierte en realidad. Y lo único que piensa es que, por fin, Tristán es suyo, real, tangible.

Sin previo aviso, como si el cielo quisiera añadir un toque mágico a la escena, las primeras gotas de lluvia comienzan a caer suavemente sobre ellos. Valentina apenas lo nota al principio, demasiado absorta en el calor de los brazos de Tristán y el sabor de sus labios. Pero las gotas se intensifican, mojando lentamente su cabello y su rostro.

Tristán se separa de ella con delicadeza y mira hacia el cielo, sorprendido por la inesperada lluvia.

—Esto sí que es inusual —comenta con una sonrisa—. No suele llover en esta época.

Valentina lo observa y sonríe, dejando que las gotas resbalen por su rostro. Hay algo mágico en ese momento, algo que la hace sentir plena, viva, como si todo el universo conspirara a su favor.

—Mi mamá decía que la lluvia siempre era de buena suerte —contesta ella, mientras siente cómo las gotas comienzan a caer con más fuerza, empapándolos poco a poco.

Tristán baja la mirada hacia ella, sus ojos reflejando la luz tenue de la ciudad y la emoción del momento. La lluvia los empapa, pero ninguno de los dos parece querer moverse. Al contrario, la lluvia parece añadir una nueva capa de intimidad, como si los envolviera en un mundo solo suyo.

—Entonces, esto debe ser un buen augurio —responde él, acercándose de nuevo, con una sonrisa traviesa.

Valentina ríe, y esa risa se mezcla con el sonido de la lluvia golpeando el suelo y los techos. No intenta cubrirse ni huir del agua. Se siente libre, como si la lluvia se llevara con ella todos sus miedos, todas sus inseguridades.

—Sí, lo es —dice Valentina, alzando el rostro hacia el cielo por un instante, disfrutando de la sensación de las gotas frías en su piel.

Tristán la observa con atención, embelesado por su belleza natural, por la manera en que la lluvia parece resaltar cada detalle de su rostro. Sin poder resistirlo, se acerca de nuevo y la toma por la cintura, atrayéndola hacia él.

—Entonces, que llueva todo lo que quiera… —murmura, antes de besarla de nuevo, esta vez con más pasión, dejando que la lluvia sea testigo de su conexión, de ese momento que han esperado tanto tiempo.

Las gotas caen con fuerza, mojando sus ropas, pero ni Tristán ni Valentina parecen preocuparse. Solo están ellos, perdidos en un beso que promete mucho más que una simple noche.

El ruido de las gotas cayendo los acompaña, mientras los rayos resuenan a lo lejos. Valentina y Tristán se besan, se toman un respiro, se miran y vuelven a besarse, manteniendo los cuerpos calientes, el corazón cálido y la cabeza en la luna. La intensidad de la tormenta parece reflejar lo que sienten, un torbellino de emociones desatado sin aviso, pero que ambos están dispuestos a dejar fluir.

—Creo que será mejor bajar —le dice Tristán en voz alta, cuando la tormenta se intensifica y un trueno suena demasiado cerca.

Valentina asiente, y Tristán la toma de la mano. Ambos corren hacia la escalera, mojados, riendo entre nervios y el eco de sus pisadas en el metal. La adrenalina del momento los mantiene cerca, como si no quisieran soltar esa conexión que acaban de descubrir.

—No es la noche que tenía en mente —confiesa Tristán con una risa ligera mientras bajan los últimos escalones hasta llegar al nivel donde se encuentra su piso.

—Ni yo… —responde Valentina, aún recuperando el aliento, pero sonriendo.

Tristán abre la puerta de su piso y, con voz segura, dice:

—Alexa, luces.

Las luces del piso se encienden automáticamente, iluminando el espacio con una luz cálida. Valentina se ríe suavemente, aún sorprendida por lo que acaba de escuchar.

—Interesante —comenta entre risas.

—Lo instaló Moríns hace unos días, ¿puedes creerlo? —explica Tristán mientras cierra la puerta tras ellos—. Siempre ha sido bueno para estas cosas, instalar o reparar lo que sea. Me enteré que se fueron de despedida de solteros él, mis hermanas, Karl y Antonio, mientras me dejaron a sus hijos a cuidar. Me regaló la instalación —bromea mientras camina por el piso, dejando un pequeño rastro de agua.

Valentina observa cómo desaparece por un momento, para luego regresar con una toalla en la mano.

—Ten… —le dice Tristán, ofreciéndosela con una sonrisa.

Antes de que Valentina pueda responder, un rayo cae con fuerza, iluminando la calle por unos instantes, y segundos después, las luces del piso se apagan, dejándolos completamente a oscuras.

—Mierda… —murmura Tristán—. Iré por las velas, tú sécate.

Valentina toma la toalla, que huele suavemente a lavanda, y comienza a secarse el cabello y los brazos, aún sintiendo el cosquilleo en su piel provocado por el contacto con Tristán momentos atrás. Mientras lo hace, observa cómo él, con la ayuda de un botón, enciende unas velas distribuidas por el piso, que comienzan a iluminar el lugar con una tenue y cálida luz dorada. La escena se vuelve íntima, casi irreal, como si la tormenta y la oscuridad hubieran creado el escenario perfecto para ellos.

Sin decir nada, Tristán se quita la camisa empapada y la deja a un lado. Valentina lo mira de reojo mientras sigue secándose, pero no puede evitar que su mirada se deslice lentamente sobre él. Su torso desnudo, todavía húmedo, refleja la luz de las velas, y cada línea de su cuerpo parece estar diseñada para tentarla.

Tristán se pasa la toalla por el cabello, secándolo un poco antes de dejarla caer sobre la cama. Por un momento, el único sonido que se escucha es el golpeteo de la lluvia contra las ventanas y el suave crepitar de las velas. El aire entre ellos se vuelve más denso, cargado de una tensión que ninguno de los dos puede ignorar.

Cuando él termina de secarse, levanta la mirada y sus ojos se encuentran con los de Valentina. Ninguno de los dos dice nada, pero no hace falta. Saben lo que están pensando, lo que están sintiendo. Están solos, completamente solos, y ese silencio compartido parece ser el preludio de algo más.

Tristán da un paso hacia ella, lento, calculado, como si temiera romper el delicado equilibrio del momento. Valentina se queda quieta, su respiración ligeramente acelerada, sus manos aún sosteniendo la toalla. Siente que su corazón late con tanta fuerza que cree que Tristán puede escucharlo.

Ella lo mira, perdida en el magnetismo de sus ojos, y en ese instante, todo su nerviosismo se desvanece, dejando solo el deseo, la necesidad de estar más cerca de él, de entregarse a lo que ambos han estado evitando durante tanto tiempo.

—Tristán… —susurra ella, su voz apenas un hilo. 

Él levanta una mano y la desliza lentamente por su mejilla, acariciándola con delicadeza. Valentina cierra los ojos ante el contacto, dejándose llevar por la calidez de su piel, por la suavidad de ese gesto que lo dice todo sin necesidad de palabras.

Las velas titilan, la tormenta arrecia afuera, pero dentro de ese piso todo parece detenerse. Tristán se inclina, sus labios rozan los de Valentina, y ambos saben que, esta vez, no habrá marcha atrás. Este es su momento, el que han estado esperando, el que han temido, pero que ahora abrazan con cada fibra de su ser.

2 Responses

  1. Que emoción, quede con mariposas, elefantes y rinocerontes en el estomago. 😱😱😱😱😱😱😱😱🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥🔥 ahora si Valentina preparate para hacer realidad todos esos sueños. Jejeje

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