AMIR

-Esa misma noche-

El ruido de la ducha calma mis pensamientos, me quita el dolor de cabeza y relaja mi cuerpo. Los golpes que me propinaron han dejado marcas en mi piel, y me duele con tan solo moverme. Sin embargo, un whisky en el club podrá calmar mi dolor.

⎯¡Amir! ⎯escucho la voz de mi madre al otro lado de la puerta⎯. ¡Sé que estás ahí!

Cierro los ojos con fastidio. No tengo fuerzas para discutir con ella ahora.

⎯¡Estoy duchándome! ¡Esto es privado! ⎯grito.

⎯No me importa. ¡Sal de ahí de inmediato!

Su voz retumba en el baño y golpea mi cráneo como un mazo. Maldigo en voz baja y dejo que el agua corra unos segundos más antes de cerrar la llave. Tomo una toalla, la envuelvo alrededor de mi cintura y abro la puerta de golpe, encontrándome con su figura erguida y la mirada fulminante.

⎯¿Qué demonios quieres ahora? ⎯pregunto con irritación.

Mi madre me observa con un gesto de desprecio antes de cruzar los brazos. Su perfume inunda la habitación, una fragancia fuerte y pesada que siempre me ha parecido insoportable.

⎯¿Qué demonios quiero? ⎯repite, con una risa seca⎯. Debería ser yo quien pregunte qué demonios estabas pensando.

Frunzo el ceño, sin entender a qué se refiere. No tengo paciencia para sus juegos.

⎯No tengo idea de lo que estás hablando ⎯murmuro, frotándome la sien. La resaca me está matando, y lo último que necesito es que mi madre grite como si estuviera exorcizando demonios.

⎯¡Conmigo no puedes fingir! ¿Cómo se te ocurre robarle a Amira Lafuente sus joyas? ⎯su voz resuena en toda la habitación, rebotando en mis sienes como un martillo.

Cierro la puerta de un golpe seco, con más fuerza de la que planeaba.

⎯¿Cómo te atreves a levantarme esos falsos? Yo jamás robaría. ¿Por quién me tomas? ⎯le espeto, sintiendo cómo mi paciencia se desvanece.

⎯No te hagas. Sé que tú fuiste…

⎯¡Yo no fui! ⎯respondo con rabia, mientras busco ropa interior en el armario. No pienso seguir con esta discusión sin haberme vestido.

Tomo lo primero que encuentro y entro al baño, cerrando la puerta tras de mí con un golpe. Me miro en el espejo. La marca del golpe que recibí, junto con otras pequeñas heridas empiezan a tornarse moradas. Me lavo la cara con brusquedad, intentando despejar mi mente, pero la furia sigue ahí, latente, creciendo con cada segundo.

Mi madre sigue del otro lado de la puerta, su voz es un constante recordatorio de que no tengo ni un segundo de paz.

⎯¿Sabes qué va a pasar si Amira descubre que fuiste tú? ¡Nos quedaremos sin nada! ⎯su voz se ha convertido en un siseo de veneno⎯. ¡Eres un idiota, Amir! ¡Un maldito idiota!

⎯¡Yo no fui! ⎯grito, abriendo la puerta de golpe y enfrentándome a mi madre. La rabia y la desesperación se mezclan en mi pecho, pero ella no se inmuta. Me observa con esa mirada afilada, como si pudiera ver a través de mis mentiras… o de mi silencio.

⎯Pero sabes quién fue, ¿verdad? ¡Lo sabes! ⎯insiste, su voz cargada de furia y algo más peligroso… certeza⎯. No te atrevas a mentirme, Amir. ¿Quién fue? ¿Cómo lo hizo?

Desvío la mirada. Intento encontrar una salida, una manera de esquivar sus acusaciones sin delatarme. Pero entonces, lanza la pregunta que me deja sin escapatoria.

⎯¿Cuánto debes?

El aire se me atora en la garganta. Suspiro.

⎯¿Cuánto debes, Amir? ⎯repite, cada sílaba cargada de veneno.

Me paso la mano por el cabello, mirando al suelo, intentando ganar tiempo. Pero no hay salida. No cuando mi madre ya ha unido todas las piezas.

⎯No es tanto… ⎯murmuro, pero la bofetada que recibo me deja claro que esa respuesta no es suficiente.

Mi mejilla arde, pero ella no muestra ni un atisbo de remordimiento.

⎯¡Maldito estúpido! ⎯espeta, con los ojos encendidos de rabia⎯. ¿Cómo te atreves a poner en riesgo todo lo que hemos construido?

⎯¡No tenía otra opción! ⎯respondo, con desesperación⎯. Si no pagaba, me habrían…

⎯¡No me importa! ⎯grita⎯. ¡Tú no entiendes nada, Amir! ¡Nada! ¿Sabes lo que pasará si los Lafuente descubren esto? ¿Si Amira se entera? ¡Se irá! ¡Nos quedaremos sin la alianza y sin su fortuna! Y todo por tu maldita deuda.

Aprieto los dientes, pero no digo nada. Porque, aunque me duela admitirlo, tiene razón.

⎯¿Cuánto? ⎯pregunta de nuevo, más pausada, con los ojos clavados en los míos.

Esta vez, no puedo evadirla.

⎯Bastante… ⎯admito en un susurro⎯. Pero con el robo de las joyas ha quedado saldado.

Mi madre se queda en silencio por un momento, pero solo es el instante necesario para que la furia se acumule en su pecho y explote de golpe.

⎯¡¿Saldado?! ¡¿SALDADO?! ⎯su grito retumba en la habitación, como si tratara de convencerse a sí misma de que lo que acabo de decir es cierto⎯. ¡Esto jamás quedará saldado porque te gusta el juego, las apuestas! Hoy lo saldas, mañana regresas. ¡¿Qué no entiendes, Amir?!

Aprieto los puños. El dolor en mi cuerpo por los golpes sigue ahí, pero su voz lo hace aún más punzante.

⎯¿Crees que soy un maldito ludópata? ⎯espeto, mirándola con rabia.

⎯No, Amir. Creo que eres un idiota. ⎯Su tono es seco, helado, letal⎯. Y lo peor de todo es que yo soy la responsable de este idiota. ¡Eres mi idiota!

Sus palabras me golpean más fuerte que cualquier deuda.

⎯¡Nos vas a hundir! ⎯continúa⎯. Las joyas que le robaste a Amira eran de su abuela, ¡de su abuela! Tenían el doble de valor de lo que tú piensas. ¡No tienes idea de su significado! ¡Solo las robaste como si fueran una simple mercancía!

⎯No las robé yo ⎯aclaro, con voz tranquila, mirándola a los ojos⎯. Le abrí paso a alguien más para que lo hiciera. Pero yo no las robé.

Su expresión cambia. Sus pupilas se dilatan con la sorpresa antes de que la furia regrese aún más intensa.

⎯¿Qué dijiste?

⎯Lo que escuchaste ⎯respondo, con calma.

⎯¿Quieres que me dé un infarto, Amir? ⎯pregunta, llevándose las manos a la cabeza⎯. ¡¿A quién dejaste entrar?!

⎯A la persona adecuada ⎯respondo, encogiéndome de hombros.

No necesito darle detalles. Ella sabe que el tipo con el que estoy metido no es de los que perdonan deudas con un simple “lo siento”.

⎯Dime que al menos te aseguraste de que esto no se rastreara hasta ti.

No respondo de inmediato.

⎯Amir… ⎯advierte, su voz baja pero cargada de amenaza.

⎯No lo sé.

⎯¡Eres un imbécil!

Su golpe cae sobre mi pecho esta vez. No con la intención de hacerme daño, sino de desahogar su frustración.

⎯¿No entiendes lo que has hecho? ⎯Su voz es apenas un hilo⎯. Si Nadir se entera… si tu padre se entera…

⎯¡No lo harán!

Pero ni yo mismo creo mis palabras.

Mi madre se aleja un poco, llevándose las manos al rostro. Por primera vez en mucho tiempo, parece realmente preocupada. No solo molesta.

⎯Escúchame bien ⎯dice, con un tono más bajo, pero aún más peligroso⎯. Vas a recuperar esas joyas.

⎯¿Cómo?

⎯No sé, no me importa. Pero vas a traerlas de vuelta antes de que Amira o los Lafuente comiencen a sospechar.

Me río con amargura.

⎯¿Crees que puedo solo recuperarlas? Madre, no seas tan ingenua. Sabes que esas joyas ya ni siquiera están cerca de aquí, ya no se pueden recuperar.

Mi madre me observa con los labios apretados, conteniendo su rabia. Sus manos tiemblan levemente, pero no sé si es de furia o de miedo.

⎯¿Y qué haremos? ⎯pregunta, con un tono que, aunque sereno, oculta desesperación.

Me tomo un segundo para responder, disfrutando de la sensación de controlar la situación, algo que rara vez sucede cuando estoy con ella.

⎯Nada ⎯respondo, con voz firme, como si mi seguridad pudiera convertir mis palabras en realidad⎯. No haremos nada. Dejaremos que todo pase como un simple robo.

⎯¿Que pase como un robo? ⎯repite, como si no pudiera creer lo que acaba de escuchar⎯. ¡EN EL HOTEL! ¿Sabes lo que pasará? ¿Sabes el problema en el que nos meteremos?

Me acerco con calma, poniendo mis manos sobre sus hombros. Su piel está fría, como si la tensión la hubiera drenado por completo.

⎯Madre ⎯susurro, mirándola a los ojos⎯. Sé que ya lo resolviste. Sé que los culpables ya fueron despedidos. Sé que esta plática, en este momento, ya no vale la pena.

Ella abre la boca para replicar, pero no le doy oportunidad.

⎯Amira, mañana tendrá más joyas. Mis deudas han sido pagadas y te prometo… no, te juro, que ya no habrá más.

Ella me observa con incredulidad. Sé que no me cree. Y tiene razón en no hacerlo. Pero no le queda otra opción.

⎯Ahora, si me disculpas… ⎯me aparto con elegancia⎯. Voy a salir a relajarme y a olvidarme de todo.

Tomo la camisa que dejé sobre la cama y empiezo a terminar de vestirme. Me abrocho los botones con calma, como si la conversación con mi madre no tuviera ninguna importancia. Como si sus palabras no fueran más que ruido de fondo.

Pero entonces, ella suspira. No es un suspiro cualquiera, no es de resignación ni de enfado. Es un suspiro cargado de decepción.

⎯No sé qué es peor, Amir… ⎯su voz es baja, cansada, casi como si estuviera hablándose a sí misma en lugar de a mí⎯. Si el hecho de que sigas arruinándolo todo o el darme cuenta de que eres así porque yo te hice así.

Mi ceño se frunce levemente. Me giro hacia ella, pero ya está caminando hacia la puerta.

⎯Madre…

Ella se detiene por un segundo, con la mano en el picaporte. No se gira. No me mira.

⎯No te molestes en intentar cambiar, Amir ⎯dice, con un tono que se siente como una sentencia⎯. A estas alturas, sé que no lo harás.

Abre la puerta y desaparece tras ella, dejándome solo con esas palabras.

Me quedo inmóvil por un instante, con una risa seca atrapada en mi garganta. Luego, suelto el aire y termino de acomodarme el cuello de la camisa.

Las palabras de mi madre deberían dolerme. Deberían afectarme. Pero en cuanto cruce la puerta de mi habitación y el primer trago de whisky toque mis labios, estoy seguro de que las olvidaré.

Como siempre.

Al fin y al cabo, mis deudas están saldadas. 

***

NADIR

⎯Hubo un robo en tu hotel y tú estás sentado en el bar, fumando un puro y bebiendo whisky ⎯digo con frialdad.

Mi padre apenas levanta la vista de su copa, con la misma expresión de indiferencia que siempre lleva cuando algo no afecta directamente su comodidad.

⎯Ya despidieron a la culpable, ¿qué más quieres que haga?

Cierro los puños. Respiro hondo para contener la furia, pero es inútil.

⎯¡QUE TOMES LAS RIENDAS DE TU HOTEL, ESO QUIERO! ⎯levanto la voz.

El bar queda en silencio por un momento. Varios huéspedes y empleados nos miran con disimulo, pero yo ya no me molesto en bajar la voz. Me importa poco la discreción en este momento.

Mi padre suspira con cansancio, como si estuviera agobiado por una conversación que no quiere tener.

⎯¿Ya terminaste?

⎯No, no he terminado. En todos los hoteles de la cadena jamás ha sucedido nada como esto. De pronto, en este hotel ocurre algo tan grave y a ti no te importa.

Mi padre deja su puro en el cenicero, cruza una pierna sobre la otra y me mira con atención.

⎯¿Qué insinúas, Nadir?

Cruzo los brazos.

⎯Insinúo que esto no fue un simple robo al azar. Insinúo que alguien permitió que ocurriera.

⎯¿Y qué quieres que haga? ¿Que empiece a interrogar a cada persona en este maldito hotel como si fuéramos policías?

⎯Quiero que actúes como el dueño que dices ser. Pero claro… si no puedes, yo lo haré.

Mi padre sonríe con burla y toma otro sorbo de whisky.

⎯No me hagas reír, Nadir. Has pasado tu vida intentando huir de esta familia, pero cuando algo te molesta, actúas como si te importara más que a nadie.

Aprieto la mandíbula.

⎯No es la familia lo que me molesta. Es la mediocridad con la que la manejas.

⎯Mediocridad, ¿eh? ⎯ríe con burla mi padre, acomodándose en la silla con una lentitud exasperante. Me mira a los ojos con esa soberbia que siempre me ha irritado⎯. ¿Vienes a decirme cómo hacer mi trabajo, Nadir? ¿Crees que eres mejor que yo en esto?

Aprieto los dientes, pero no respondo. Sé que no ha terminado.

⎯Te recuerdo que si tienes esta herencia es porque yo he sabido hacer este trabajo durante años ⎯continúa⎯, así que no voy a permitir que vengas a sermonearme y a gritarme como si fueras mi superior.

Su tono es grave, pero su mirada tiene un destello de burla. Quiere provocarme. Quiere hacerme perder el control.

⎯Tienes todo gracias a mí ⎯remata, con voz firme.

Me inclino un poco hacia él, con los codos apoyados en la mesa, sin apartar mi mirada de la suya.

⎯Gracias a mi madre ⎯lo rectifico con frialdad⎯. La herencia es de mi madre.

Su mandíbula se tensa, aunque trata de mantener su expresión imperturbable.

⎯Y por alianza, es mía ⎯aclara, con un tono que deja claro que para él, ese detalle es irrelevante⎯. Así funcionan las alianzas.

Deja su copa sobre la mesa con un golpe seco.

⎯Así que, hijo ⎯prosigue, con una paciencia fingida⎯, te recomiendo que disfrutes tu tiempo en el hotel, porque pronto te irás a administrar los demás de la cadena y te alejarás de aquí.

La revelación me toma por sorpresa, pero no lo demuestro.

⎯¿Es una orden?

⎯Es una decisión. La mía ⎯responde con tranquilidad⎯. El hotel donde creciste que pensé era tu hogar, no lo es, pero es el mío. Y lo que pase aquí… es mi problema.

El peso de sus palabras cae sobre mí como una sentencia. No es solo una advertencia, es un recordatorio de que, para él, yo no pertenezco aquí. 

Suspiro. No porque esté resignado, sino porque la conversación ha llegado a un punto muerto. No importa cuánto insista, mi padre nunca reconocerá lo que es evidente.

Quiero decirle que si no le importa lo que sienta Amira. La mujer que pronto será su nuera. La razón que le dará una inyección de dinero a su hotel. Pero, no lo hago. Simplemente me doy la vuelta y le hago pensar que ha ganado la batalla.

Pero no es así.

***

Me despierto temprano, más temprano de lo normal, y me visto con rapidez. Hoy dejaré el ejercicio para la tarde. Esta mañana tengo asuntos que arreglar.

He dado la orden de que cambien a Amira de habitación y, discretamente, he seleccionado una desocupada en el mismo nivel que la mía. No he querido asignarle la de al lado, aunque estuve tentado. No quiero que sea demasiado evidente.

Mientras me ajusto el reloj de muñeca, siento una satisfacción silenciosa. No pude protegerla del robo, pero puedo asegurarme de que algo así no vuelva a pasar.

Bajo a la recepción y me dirijo directamente a Omar. Él es discreto, eficiente y, lo más importante, no hace preguntas.

⎯Quiero que envíes un ramo de jazmines a la señorita Lafuente en su nueva habitación ⎯le digo con voz firme.

Omar asiente, sin sorpresa.

⎯Por supuesto, señor Khalil.

⎯A partir de hoy, quiero que le llegue uno cada mañana. Si alguien pregunta, di que es una cortesía del hotel. Una manera de disculparnos por lo que sucedió con el robo de sus joyas.

⎯Entendido.

Me saco del bolsillo una de mis tarjetas de presentación y, en el reverso, escribo con trazos seguros:

“Ves, te dije que encontraría la manera de enviarte un ramo cada día. Piensa en mí.”

N.

Doblo la tarjeta y se la entrego a Omar.

⎯Solo en este ramo, entrégale esta nota.

Omar la toma y me dedica una leve inclinación de cabeza antes de desaparecer tras la recepción.

Miro el reloj. En unas horas, Amira despertará en una habitación nueva, con un ramo de jazmines esperándola.

Y sabrá, sin lugar a dudas, que estoy pensando en ella.

Sin decir nada más, salgo del hotel y me subo a mi auto. La ventaja de ser hijo del dueño es que nadie cuestiona dónde voy o lo que hago; ventaja que también tienen mis medios hermanos.

Concentrado, manejo por la ciudad hasta llegar a una zona que pocos asociarían conmigo. Las calles están más sucias, los edificios con pintura descascarada, y los negocios tienen luces de neón que parpadean con intermitencia. Aquí nadie hace preguntas y todos tienen algo que ocultar.

Me detengo en un callejón angosto, detrás de un bar sin letrero. No es un lugar de alta categoría, pero tampoco es la peor cueva de la ciudad. Es un punto de encuentro para quienes prefieren operar al margen de la legalidad sin atraer demasiada atención.

Apago el motor y me quedo sentado por un momento, observando a los pocos transeúntes que pasan por la zona. Dos hombres se intercambian algo en la esquina, una transacción rápida. Un grupo de motociclistas está reunido frente al bar, hablando en susurros mientras fuman. Aquí nadie finge ser alguien que no es.

Salgo del auto y camino hacia la puerta trasera del bar. Golpeo dos veces con los nudillos, pausando antes del tercer golpe. La señal.

Unos segundos después, la mirilla se desliza y unos ojos oscuros me observan con recelo.

⎯Nadir Khalil ⎯digo, sin rodeos.

La mirilla se cierra y escucho el sonido de un cerrojo destrabándose. La puerta se abre con un crujido y me encuentro cara a cara con un hombre bajo y fornido, con el cabello rapado y una cicatriz en la mejilla.

⎯Adelante. Está esperándote ⎯dice con voz ronca, haciéndose a un lado.

Entro al pasillo mal iluminado. El olor a tabaco y alcohol es fuerte, pero nada que no haya sentido antes. Camino hasta una puerta al fondo, donde sé que me espera el hombre que busco.

Ali. Un hombre que no es exactamente un espía, pero que sabe cosas. Un hombre del bajo mundo que se especializa en encontrar respuestas cuando la ley no puede o no quiere.

Me detengo frente a la puerta y la abro sin anunciarme.

Ali está sentado detrás de un escritorio de madera maltratada, contando billetes como si fuera una actividad meditativa. Levanta la mirada y sonríe al verme.

⎯Nadir Khalil… Qué sorpresa verte en mi humilde oficina.

Me acerco y tomo asiento frente a él.

⎯Necesito respuestas, Ali. Y sé que eres el único que puede dármelas.

Ali deja los billetes a un lado y se inclina hacia delante, con los ojos brillando de interés.

⎯Eso depende. ¿Qué tan desesperado estás?

⎯No tanto. Pero, tengo el tiempo contado aquí y necesito que sea rápido.

Ali sonríe como un depredador que acaba de encontrar su presa. Se reclina en su silla de cuero desgastada, jugueteando con un bolígrafo entre sus dedos.

⎯Entonces hablemos de negocios ⎯dice, con una calma ensayada⎯. ¿Qué deseas? ¿Que mate a alguien? ¿Algún socio?

Me río bajito. No me sorprende la pregunta. Con Ali, siempre es así. Su trabajo no tiene límites morales.

⎯No. Ayer hubo un robo en el hotel de mi padre.

⎯¿Quieres que averigüe quién lo hizo?

⎯No. Ya sé quién lo orquestó. Lo que quiero es que encuentres a dónde fueron a parar las joyas robadas.

Ali levanta una ceja, su interés despertando.

⎯¿Joyas, eh? ¿Algo valioso?

⎯Mucho más que eso. Son importantes.

⎯¿Y quién es mi cliente en este negocio? ⎯pregunta, con un brillo en la mirada⎯. ¿Tu hermano?

⎯No ⎯respondo de inmediato⎯. Pero sé que tu primo está involucrado.

Ali suspira con diversión.

⎯Ah, Faris… Siempre metiéndose en problemas.

⎯Así es, Ali Ben-Rahman. Sé que él estuvo detrás del robo. Averigua a quién le vendió las joyas o, si aún las tiene, dile que me diga un precio.

Ali se pasa la lengua por los dientes, pensativo.

⎯Veo que son realmente importantes para ti.

⎯Lo son. Solo hazlo.

Ali asiente, como si ya estuviera calculando los movimientos que debe hacer.

⎯¿Algo más? ⎯pregunta, alzando las cejas con interés.

Respiro profundo. Este es el verdadero motivo por el que estoy aquí. Esto es lo que ha estado quemándome por dentro durante años.

⎯Sí ⎯respondo, midiendo mis palabras⎯. Quiero que espíes a una persona.

⎯¿A tu hermano?

⎯No, a él ya sé lo que hace. A alguien más.

Ali me estudia con más seriedad.

⎯¿A quién?

Suspiro. Siento la presión en mi pecho antes de decirlo en voz alta.

⎯A mi madrastra.

Ali se queda en silencio por unos segundos. Ya no hay diversión en su rostro.

⎯¿Aida?

⎯Sí.

⎯¿Qué quieres de ella?

El ambiente en la habitación se vuelve tenso. El aire parece más denso, más pesado.

⎯Quiero que compruebes algo para mí ⎯digo, con una voz que suena más fría de lo que esperaba⎯. Quiero que confirmes que ella mató a mi madre.

Ali deja el bolígrafo en la mesa. Se queda en silencio por un momento, observándome con una mezcla de incredulidad y respeto.

⎯Eso es una acusación seria, Khalil.

⎯Lo sé.

⎯Si me meto en esto, no hay vuelta atrás.

Lo miro fijamente, sintiendo el peso de mis propias palabras.

⎯Nunca la hubo. Tráeme las pruebas de que ella lo hizo y yo… te pagaré lo que desees.

Ali mantiene su expresión neutral, pero en sus ojos brilla un destello de desafío.

⎯Bien… lo haré ⎯asegura, inclinando apenas la cabeza.

No necesito decir más. Me levanto de la silla, ajusto el cuello de mi camisa y camino hacia la salida.

Antes de cruzar la puerta, escucho su voz detrás de mí.

⎯Prepárate para lo que puedas descubrir, Khalil. A veces, las verdades son peores que las sospechas.

No me molesto en responder. Solo salgo del lugar, con la certeza de que esta decisión lo cambiará todo.

5 Responses

  1. No encuentro una palabra para identificar lo que siento con Aida y Amir, porque solo odio, no es. 😤

    Por lo menos Nadir logro sacar ventaja de esto y cambió a Amira de pieza, y enviará flores sin levantar sospechas 🫶🏼🙏🏼.

    Pero lo que si me inquieta es Ali y lo que pueda descubrir, en como afectará a Nadir y como esa información moverá a la familia y por ende a Amira 🫣.

    El señor Khalil es despreciable.

  2. Amir es un ser desagradable y su madre mucho más por encubrir. Pero que caballero que es Nadir. Merece saber la verdad, sea cual sea. Y liberar a su amor bonito

  3. Muchas emociones en un capítulo. Lástima que la madre de Nadir haya muerto pero esos tres son dignos esposos e hijo, no pegaba con ese hombre y Nadir es mucho hijo pa ese papá. Son hermosos Amira y Nadir 🙂

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