Querida Fátima,
No sé cuántas cartas van ya, pero necesito escribirte. Necesito contarte lo que ha pasado, porque siento que me ahogo en este lugar, y eres la única persona con la que puedo ser completamente sincera.
Anoche me robaron. Entraron a mi habitación y se llevaron las joyas de la abuela. Las mismas que mamá me dio y que yo debía usar en mi boda. Todo estaba revuelto cuando llegué… cajones abiertos, mi ropa por el suelo, mis cosas desperdigadas como si no tuvieran ningún valor. Me sentí… invadida. No sólo me robaron las joyas, Fátima, también me robaron algo dentro de mí. La seguridad, la confianza en este lugar, la sensación de que todavía tenía algún control sobre mi vida aquí.
Lo peor no fue el robo en sí, sino lo que pasó después. Me culparon. No directamente, pero con insinuaciones, con palabras envueltas en falsa preocupación. “¿Por qué no las guardaste en la caja fuerte?” “¿No sabías que debías cuidarlas mejor?” Como si yo hubiera sido responsable de perderlas, como si yo hubiera dejado la puerta abierta y les hubiera dicho que pasaran.
Quise defenderme, pero aquí, Fátima, no importa si tienes razón o no. Lo único que importa es el poder. Y yo, en esta casa, en esta familia que no es mía, no tengo ninguno.
Tuvieron que despedir a una empleada por esto. Yasmin, la mujer que se encargaba de mi habitación, fue acusada sin pruebas, sin siquiera dudarlo. Y lo peor es que no pude hacer nada para evitarlo. Quise gritar que no fue ella, que lo sabía con certeza, pero mis palabras no significaban nada en comparación con las de Aida.
Me siento… vacía. Rabiosa. No por las joyas, aunque sé cuánto significaban para mamá y para nuestra familia, sino por la impotencia. Por darme cuenta de que aquí soy un adorno, un objeto que se mueve según los deseos de los demás. Por darme cuenta de que ni siquiera puedo protegerme a mí misma.
Y, aun así, hay algo dentro de mí que no se rompe del todo. Porque he descubierto que no estoy tan sola como pensaba.
Pero de eso, te contaré en otra carta.
Te extraño.
Con amor,
Amira
***
Amira
Termino de escribir la carta y la pongo en el sobre. Escribo la dirección de mi hermana en Nueva York y le coloco los timbres postales con precisión, asegurándome de que todo esté en orden. Luego tomo la que le enviaré a mis padres en Madrid y me levanto de la silla, lista para salir. Pero, en cuanto abro la puerta, algo me detiene en seco.
Frente a mí, hay un ramo de jazmines blancos, frescos, exquisitos, tan puros que por un instante olvido todo lo malo que me ha sucedido.
La sorpresa es instantánea, pero la emoción me golpea con un retardo casi calculado. Cierro los ojos un segundo, permitiéndome disfrutar el aroma dulce y embriagador que emana de las flores. Pero antes de poder reaccionar, una voz me devuelve a la realidad.
⎯Señorita Lafuente, ¿puedo pasar?
Me giro y veo al joven del personal del hotel, con una expresión neutra y profesional, pero con la cortesía de quien sabe que está entregando algo importante.
⎯Sí, claro ⎯respondo, tratando de recomponerme.
Él entra con el ramo en brazos, esperando instrucciones.
⎯¿Dónde los pongo?
⎯Sobre el tocador ⎯le indico con suavidad.
El joven asiente y deja el ramo con cuidado sobre la superficie de madera. Luego, se acerca a mí con una pequeña tarjeta en la mano.
⎯Esto también es para usted, señorita.
Tomo la tarjeta con delicadeza. No necesito verla para saber de quién es.
Nadir.
⎯Quedo a sus órdenes ⎯dice el joven, antes de salir de la habitación.
Me quedo sola con los jazmines y la tarjeta en mis manos. Me siento en la cama y respiro hondo antes de abrir el sobre.
Al deslizar la tarjeta entre mis dedos, reconozco su letra de inmediato.
“Ves, te dije que encontraría la manera de enviarte un ramo cada día. Piensa en mí.”
N.
Una sonrisa se forma en mis labios antes de que pueda detenerla.
Lo hace ver tan fácil. Lo que sentimos, lo que nos une, el secreto que compartimos. Pero no lo es. Un movimiento en falso puede hacer que todo esto se desmorone. Me pongo de pie, beso la tarjeta y la guardo dentro de las páginas de uno de mis libros. Después, acaricio los pétalos de las flores con mis dedos y por un momento dejo que la ilusión me abrace.
Después de leer la tarjeta de Nadir y sentir el dulce aroma de los jazmines impregnarse en la habitación, tomo de nuevo las cartas y salgo directamente hacia el recibidor. Omar, como todas las mañanas, me espera en recepción con su habitual expresión atenta.
⎯Buenos días ⎯digo, entregándole las dos cartas.
Omar las recibe con profesionalismo, pero no puede evitar su tono más amable cuando pregunta:
⎯¿Ahora, una para Madrid?
Asiento.
⎯Sí, tengo que informarle a mis padres sobre el asunto de las joyas. Quiero hacerlo por teléfono, pero los Khalil no me dejan hacer llamadas internacionales desde mi habitación ⎯me quejo, cruzándome de brazos con frustración.
Omar esboza una sonrisa paciente.
⎯Ya sabe cómo son.
⎯Sí… ⎯suspiro, cansada de tantas restricciones⎯. ¿Noticias de alguna carta de mi hermana?
El rostro de Omar se mantiene neutral, pero su respuesta es la misma de siempre.
⎯No, ninguna.
Mi corazón se encoge un poco.
⎯No puedo creer que después de escribirle tanto no responda ni una… es una tristeza.
Omar intenta darme ánimo.
⎯Tal vez ya vienen en camino. Ya sabe cómo es el correo internacional.
⎯Tal vez… ⎯murmuro, sin mucha convicción.
De pronto, escucho mi nombre y un escalofrío me recorre la espalda.
⎯¿Amira?
Me volteo lentamente, y ahí está Amir, caminando hacia mí con su usual aire de superioridad.
Respiro hondo.
No quiero lidiar con él. No hoy.
⎯Espero lleguen pronto las cartas ⎯le digo a Omar con una sonrisa, intentando ignorar a Amir por completo.
⎯Amira ⎯insiste, acercándose lo suficiente para que no pueda fingir que no lo escuché.
Me giro hacia él con la mejor expresión neutra que puedo fingir.
⎯Dime.
Amir me observa por unos segundos, como si estuviera evaluando mi estado de ánimo, y luego suelta su comentario con una falsa lástima que me crispa los nervios.
⎯Me enteré de que te robaron tus joyas. Es una lástima.
Su tono no suena ni remotamente afectado.
⎯Sí, lo es ⎯respondo cortante, intentando no mostrar ninguna emoción.
Él sonríe de lado, inclinando la cabeza con fingido interés.
⎯Imagino que estás devastada. Debían ser importantes para ti…
⎯Lo eran. Pero las cosas materiales pueden recuperarse ⎯respondo con calma, aunque por dentro mi rabia burbujea peligrosamente.
Amir sonríe aún más.
⎯¿Eso crees? Espero que sí porque agunas cosas, cuando se pierden… simplemente no regresan ⎯asegura⎯. En fin, quería invitarte una bebida en el jardín.
Levanto una ceja, sorprendida por su oferta.
⎯¿A mí?
Amir sonríe con autosuficiencia, como si le divirtiera mi incredulidad.
⎯¿A quién más? Después de todo, eres mi prometida, ¿no? Lo mínimo que podemos hacer es compartir un momento juntos.
Su tono es ligero, casi despreocupado, pero hay algo en su mirada que me pone en alerta. No confío en él. Nunca lo he hecho.
⎯No sé si sea buena idea ⎯respondo, midiendo mis palabras.
Amir finge ofenderse.
⎯¿No quieres compartir un trago con tu futuro esposo? Eso sería muy descortés de tu parte, Amira.
⎯No sabía que te importaban las formalidades ⎯respondo con una sonrisa fría.
Amir suelta una risa baja.
⎯Cuando me conviene.
Nos quedamos en silencio por unos segundos. Sostengo su mirada, intentando descifrar sus verdaderas intenciones. Sin embargo, me falta la astucia de mi hermana Fátima para detectar algo.
⎯Entonces, ¿aceptas? ⎯pregunta con fingida paciencia.
En realidad, no tengo a dónde ir. No hice planes con Nadir y no sé si el pretexto de que debo pintar algo o leer sería lo suficientemente creíble. Así que, sin muchas opciones, acepto.
⎯Solo una bebida ⎯lo condiciono.
⎯Bien.
Para mi sorpresa, Amir me ofrece el brazo y yo, sin muchas ganas, lo entrelazo con el suyo. Caminamos juntos hacia el jardín.
⎯Es una lástima lo de tus joyas ⎯comenta con aparente casualidad.
⎯Hmmm, lo es.
⎯Me enteré hace poco. Ayer me dio migraña y me fui a dormir temprano.
⎯¿Te dan muchas migrañas? ⎯pregunto, intentando mantener la conversación.
⎯Sí… ya sabes… el estrés.
Quiero reírme a carcajadas. ¿Estrés? Es un hombre que se levanta al mediodía y pasa el resto de la tarde en el club. ¿Qué clase de estrés podría tener?
⎯Vaya… ⎯expreso, ocultando mi escepticismo.
Al llegar al jardín, nos dirigimos a una de las mesas del centro. Los huéspedes que reconocen a Amir lo saludan con cortesía. Yo simplemente sonrío. Para mi sorpresa, al llegar a la mesa, él jala la silla y me invita a sentarme.
⎯Espero que te sientas mejor ⎯comento, fingiendo empatía⎯. Y que el calor no te agobie demasiado.
⎯Gracias por tus deseos, Amira.
El mesero llega y cada quien pide su bebida. Yo elijo una sin alcohol; él, en cambio, ordena algo con más licor del que debería tomar alguien que supuestamente sufre de migrañas.
⎯Ayer, ¿dónde estabas? ⎯pregunta de inmediato.
Lo miro, ligeramente sorprendida.
⎯¿Cómo?
⎯Sí. Ayer no estuviste en todo el día.
⎯Fui a la playa ⎯admito con naturalidad.
⎯¿A la playa? ⎯replica Amir, desviando la mirada hacia el mar⎯. ¿Esa playa?
⎯No, otra. Una más alejada. En realidad, estoy bastante aburrida de estar siempre en los terrenos del hotel.
⎯¿Fuiste sola?
⎯En un taxi… ⎯respondo con calma.
Amir sonríe levemente, pero su expresión oculta algo más.
⎯Y, ¿pasaste todo el día en la playa?
⎯No, también estuve en la ciudad. Llevo más de tres meses aquí y ni siquiera conozco el lugar donde, se supone, voy a hacer mi vida ⎯respondo con seguridad, aunque por dentro me aterra que descubra la verdad.
Al parecer, funciona. Amir cruza los brazos y, con voz molesta, me responde:
⎯Pues lo siento.
Levanto una ceja, fingiendo sorpresa.
⎯¿Lo sientes?
Amir asiente lentamente, jugando con su vaso entre las manos. Su tono es relajado, pero sus ojos oscuros me analizan con detenimiento.
⎯Claro. Se supone que esta es tu casa ahora, y no deberías sentir la necesidad de escapar de ella.
Me río por lo bajo.
⎯Creo que no es una cárcel, Amir. Puedo salir cuando quiera. Así que lo hice.
⎯No he dicho que no puedas ⎯responde de inmediato⎯. Pero no me gusta la idea de que vayas por ahí sola, en un lugar que no conoces.
Sus palabras son suaves, pero su intención es otra. Me está midiendo, tanteando terreno.
El mesero regresa con nuestras bebidas, y aprovecho el momento para desviar la mirada y tomar un sorbo del jugo fresco que pedí. Amir, en cambio, da un trago largo a su whisky, como si necesitara valor antes de continuar la conversación.
⎯Y dime, Amira… ⎯su tono ahora es más casual, casi desinteresado⎯. ¿Qué lugares visitaste en la ciudad?
Cruzo una pierna sobre la otra y le sostengo la mirada.
⎯Fui a un café con terraza, caminé un poco por las calles antiguas… la ciudad tiene mucho encanto, la verdad.
⎯¿Y fuiste sola todo el tiempo?
⎯Claro. Estoy acostumbrada a salir sola y moverme por mi cuenta. En Madrid lo hacía.
⎯Pero no estás en Madrid ⎯replica en un tono poco agradable⎯. Aquí no es lo mismo. No queda bien que una mujer salga sola por la ciudad.
⎯¿Ah, no? ⎯levanto una ceja, conteniendo la risa⎯. ¿Y entonces qué hago? ¿Vas a acompañarme tú?
Mi tono sarcástico no le pasa desapercibido. Amir suspira, con evidente fastidio.
⎯Estoy muy ocupado para estar turisteando por la ciudad. Si quieres salir, puedes decirle a mi hermana.
⎯¿Tu hermana? ¿Yo sola no puedo, pero dos mujeres juntas sí? ¿No te parece absurdo?
Amir frunce el ceño, como si no entendiera la lógica detrás de mis palabras.
⎯Bueno, si prefieres, puedes salir con mi madre.
¡Dios, no!, pienso de inmediato. Y trato de pensar qué responder. Si digo que sí, tendré a mi suegra sobre mí. Si digo que no, tendré a Amir y a mi suegra sobre mí.
⎯Creo que tu madre es una mujer demasiado ocupada como para cumplir los caprichos de su nuera ⎯comento, fingiendo resignación, como si estuviera asumiendo toda la culpa⎯. Prometo no salir tanto… o al menos, encontrar a alguien que me acompañe. ¿Tal vez alguien del personal del hotel?
Amir entrecierra los ojos, analizándome.
⎯¿Alguien del personal?
⎯Sí. Por ejemplo, Omar ⎯respondo sin dudar, mientras una idea empieza a tomar forma en mi cabeza.
⎯¿Omar? ⎯repite, confundido.
⎯Sí. Le tengo confianza, es hombre y trabaja en el hotel. Nadie pensaría mal si me acompaña, ¿no crees? Así nadie diría que ando sola por la ciudad y, al mismo tiempo, no tendría que molestarte a ti ni a tu familia. O… ¿quieres que los moleste? Tu padre está ocupado, tu madre no creo que quiera hacerlo, hace demasiado calor, y tu hermana me mataría si la interrumpo a dos semanas de su boda, ¿no crees?
Amir se queda en silencio un momento, analizándome con el ceño fruncido. Puedo ver cómo su mente trabaja, evaluando las opciones. Algo que he aprendido en mi breve estancia en este hotel es que no hay persona a la que Amir le tenga más miedo que a su madre, y cualquier cosa que implique molestarla es rápidamente descartada.
⎯Y él podría reportarte todo lo que hago. Es tu empleado, ¿por qué no lo haría? ⎯añado con confianza.
Finalmente, suspira y se recarga en el respaldo de la silla, fingiendo estar en control de la situación.
⎯Creo que es buena idea ⎯responde con tono grandilocuente, como si estuviera tomando una decisión de Estado. Luego toma su vaso de whisky con la actitud de un gran señor, creyéndose dueño del hotel y de todo lo que lo rodea.
También algo que he aprendido aquí es que Amir es bastante tonto, y que lo esconde presumiendo dinero y siendo agresivo. Confunde el miedo con respeto, los vividores con amigos y, aunque no lo admita, está sumido en una profunda soledad. Además, es pésimo jugando a las cartas. Posiblemente, también tenga una adicción al juego.
⎯Bien, entonces le diré ⎯comento, ocultando mi satisfacción.
⎯No, le diré yo ⎯me interrumpe con aire de importancia⎯. Así mi madre sabrá que fue mi idea y que tú no te andas tomando libertades.
⎯Bien, como quieras ⎯respondo con una sonrisa de satisfacción.
Amir cree que acaba de imponer su autoridad. Yo sé que acabo de conseguir exactamente lo que quería.
Cuando pensé que todo había terminado, él se inclina hacia delante y toma mis manos. Me sorprendo.
⎯Amira… ⎯pronuncia mi nombre con un tono que intenta ser suave, pero que solo me pone en alerta⎯. Sé que no he sido buena persona contigo. Sé que lo nuestro empezó mal, pero quiero pedirte que vivamos en paz, ¿sí? Que, si vamos a compartir nuestras vidas, al menos nos llevemos bien. Al fin y al cabo, tendremos una familia, criaremos a nuestros hijos en este hotel.
Mi cuerpo entero se tensa. Solo el simple pensamiento de casarme con Amir me repugna, pero imaginarme compartiendo mi vida con él, mi cama, mi cuerpo, teniendo hijos a su lado… es suficiente para revolverme el estómago.
⎯Amir… ⎯trato de interrumpir, de encontrar las palabras correctas.
⎯No sé si te pueda hacer feliz ⎯continúa, sin darme espacio para hablar⎯, pero, al menos, podremos ser amigos, ¿no?
Amigos. Como si fuera tan fácil. Como si pudiera ignorar la forma en la que me trata frente a los demás, el desprecio velado, su crueldad disfrazada de indiferencia. Como si no estuviera viviendo en una prisión disfrazada de compromiso.
Fuerzo una sonrisa, ocultando mis pensamientos, y asiento lentamente.
⎯Claro, Amir. Seremos amigos.
Es una mentira. Pero él no necesita saberlo.
⎯Me alegra ⎯habla con satisfacción.
De pronto, se toma todo el whisky de un solo sorbo y se pone de pie.
⎯Debo irme… ⎯me comenta. Él se inclina, toma mi mano y me pone un beso sobre el dorso. La sensación me causa escalofríos, pero sólo sonrío⎯. Amiga.
¿Amiga? ¿Qué pretende este hombre?
Me quedo mirando su espalda mientras se aleja con esa falsa seguridad que siempre lleva puesta, como si realmente creyera que tiene el control de todo. Su beso en mi mano aún arde, no por ternura, sino por el desprecio que me provoca.
¿Ahora qué le dió por agradarme? He pasado meses en este hotel, varios de ellos ignorada y ahora, ¿quiere ser mi amigo? ¿Qué pretende?
Al menos saqué algo positivo de esta situación tan extraña.
Conseguí exactamente lo que quería: un motivo legítimo para salir del hotel sin levantar sospechas. Me levanto de la mesa, dejando que el cálido viento del jardín me acaricie el rostro mientras camino de regreso a mi habitación.
Si Amir cree que puede manipularme, que puede disfrazar su control con una máscara de amabilidad, entonces es aún más tonto de lo que pensaba.
Porque ahora, tengo algo que él no tiene.
Tengo a Nadir.
Tengo la ligera sospecha de que las cartas que Amira espera si han llegado al hotel pero no a sus manos. Y me molesta pensar que incluso en eso la bruja de Aida está involucrada. Por otro lado y sabiendo cómo es la suegra, no me sorprendería que sus cartas no salieran del hotel y realmente esté incomunicada sin saberlo. Y eso me altera los nervios porque supone un riesgo para Amira y Nadir. 😟😟😟
Me pone los pelos de punta pensar en lo que puede estar haciendo Aida para mantener aislada a Amira porque eso hace que la ayuda se demore y la maldad avance.