DANIEL
Dicen que los Canarias somos gente del mar, que no podemos vivir demasiado lejos de él. No sé si tiene algo que ver con el hecho de que compartimos apellido con las Islas Canarias, o si es por el legado de mi abuelo y mi madre, nacidos ambos en Ibiza. Lo que sí sé es que, cuando encuentro la calma absoluta, escucho el mar, sus olas, como si llegaran a mí desde un rincón remoto del océano. Esta mañana, a pesar de que estoy en Madrid, en medio de la ciudad ruidosa y agitada, puedo oírlo en mi oído, como si las olas se rompieran a mi lado, suaves y tranquilas, llevándome de vuelta a ese lugar de paz que no he visitado en mucho tiempo.
Las sábanas de la cama de Tazarte me envuelven como si fuesen arena blanca y pura. Mi cuerpo se siente cansado pero pleno, el resultado de una noche que nunca pensé que tendría. Nunca me había pasado esto. Tazarte y yo hicimos el amor no solo una vez, sino dos veces más. Aprendí y enseñé cosas nuevas, y luego caímos rendidos sobre la cama, completamente exhaustos pero satisfechos.
A pesar de la tranquilidad que rodea la habitación, hay algo en el aire que todavía parece vibrar entre nosotros. La sensación de haber cruzado una línea, de haber descubierto algo más profundo que lo que imaginaba. No sé qué será, pero lo siento en cada fibra de mi ser.
Tazarte está a mi lado, su respiración calma, pero siento que algo ha cambiado entre nosotros. La conexión es más fuerte ahora, más real. Tal vez sea el tiempo que pasamos juntos, las palabras que se dijeron, o tal vez, solo el hecho de haber compartido algo tan íntimo. Lo que sea, es innegable.
Y aquí, en este pequeño rincón de Madrid, siento que, por primera vez, el mar está más cerca de lo que nunca lo estuvo.
Me levanto con cuidado, tratando de no hacer ruido, y me acerco a él. Lo observo en silencio, admirando cada detalle. Su cuerpo, relajado, está cubierto solo parcialmente por las sábanas, dejando ver la parte inferior de su torso desnudo. La luz suave de la mañana se filtra a través de las cortinas, destacando la forma de sus músculos, su piel bronceada que parece brillar con un resplandor cálido.
Su pecho, firme y tonificado, sube y baja con cada respiración, dejando entrever la fuerza que hay en su cuerpo. La línea de su abdomen es marcada; cada músculo se define suavemente bajo la luz. Hay algo hipnótico en la forma en que su cuerpo reposa allí, sereno y natural, tan ajeno al ajetreo de la vida diaria. Los pequeños detalles, como el vello que recorre su torso, hacen que quiera quedarme en ese momento para observarlo por más tiempo, sabiendo que estas son las imágenes que me quedaré con ganas de guardar para siempre.
Comienzo a besar su torso suavemente, mis labios recorriendo su piel de abajo hacia arriba. Cada beso es más lento que el anterior, disfrutando de la suavidad de su piel, de la cercanía entre nosotros. Llego hasta su cuello y él esboza una ligera sonrisa, como si supiera lo que estoy haciendo, disfrutando de cada pequeño gesto. Sus brazos me rodean, atrapan mi cuerpo en un abrazo suave, dejándome sentir su calor, su fuerza, mientras quedo allí, escuchando el ritmo de su respiración, que se entrelaza con la mía.
Las manos de Tazarte juegan con mi cabello, deslizándose suavemente entre mis mechones. Cada toque suyo me deja una sensación de calma y de certeza.
⎯¿Buenos días? ⎯me pregunta, con la voz rasposa por el sueño, mientras se estira ligeramente, sin saber en qué hora nos encontramos.
⎯Te diría qué hora es, pero, en realidad, no veo nada ⎯respondo con una sonrisa en los labios, disfrutando del momento, de la suavidad de sus manos aún en mi cabello.
⎯Pero bien que besas y tocas ⎯me contesta pero no en tono de reproche.
Tazarte extiende la mano hacia el buró y toma su reloj de pulsera. Al ver la hora, suspira, una expresión que, aunque corta, refleja algo en sus ojos.
⎯¿Qué pasa? ⎯pregunto, levantando la vista hacia él, preocupado de que algo esté mal.
⎯¿Quieres acompañarme a un lugar? ⎯dice, mientras me mira con una leve sonrisa, como si ya tuviera todo planeado⎯. O si prefieres, podemos ir a casa.
Me levanto, con cuidado, sin despegarme de su contacto. Me quedo mirándolo a los ojos, intentando leer algo en su expresión. Siento una mezcla de curiosidad y emoción al saber qué es lo que tiene en mente.
⎯¿Qué lugar es? ⎯pregunto, la intriga claramente marcada en mi voz.
⎯Un parque ⎯responde con una tranquilidad que me invita a seguir su propuesta.
⎯¿Parque? ⎯repite mi voz con una ligera sorpresa. Nunca esperé una invitación tan tranquila de su parte⎯. ¿Quieres que te acompañe a un parque?
Él asiente, sin perder su serenidad, dejando que sus ojos se encuentren con los míos, esa mirada que siempre tiene la habilidad de desarmarme.
⎯Si quieres… ⎯dice, la suavidad de sus palabras me envuelve como una cálida manta.
No necesito pensarlo más. La calma que siento en su compañía es todo lo que necesito para decidirme.
⎯Está bien. Vamos ⎯respondo, sonriendo de manera ligera.
Tazarte me observa, sus ojos brillando con una mezcla de complicidad y algo más que no puedo identificar. Luego, su sonrisa se suaviza y se vuelve más juguetona.
⎯Pero primero, una ducha… ¿te has duchado antes con alguien? ⎯pregunta, su tono relajado, como si estuviera haciéndome una simple pregunta sin más.
⎯No. Nunca había amanecido con alguien y mucho menos me he duchado ⎯confieso.
Él sonríe, con una chispa traviesa en sus ojos, un brillo que no pasa desapercibido.
⎯Bueno, pues… ¿lo intentamos y me dices qué te parece? ⎯dice con voz suave, su mirada fija en la mía. En ese instante, todo en su expresión cambia, se vuelve más profunda, más cargada de algo más allá de la simple propuesta. Los labios de Tazarte se mueven lentamente, como si estuvieran esperando la respuesta correcta, y su mirada lo dice todo: lo que propone no es solo una invitación a la ducha, es un paso más en esta conexión que nos rodea, una invitación a compartir algo más que solo el espacio físico.
Sin decir palabra, me levanto y me acerco lentamente a él, dejándome llevar por la atracción, por la energía que fluye entre nosotros. Mientras lo hago, el aire parece cargarse de algo eléctrico, como si todo estuviera alineado para que este momento sucediera. Sin decir nada más, nos dirigimos hacia el baño.
***
Después de una larga ducha, en la que, recordé algunas de las anécdotas divertidas que Alegra compartía con mis primas entre murmullos, ambos salimos en dirección al parque. El aire fresco de la mañana me despierta por completo, aunque noto que Tazarte está un poco más serio de lo usual. Al volante, va pensativo, con una mano sujetando el volante mientras que la otra se recarga ligeramente sobre su boca. La música suave que suena de fondo crea una atmósfera tranquila, pero algo en su postura me inquieta.
⎯¿Qué pasa? ⎯le pregunto, notando la seriedad en su rostro.
Tazarte voltea hacia mí, y por un momento sus ojos se encuentran con los míos. Su sonrisa, aunque genuina, tiene algo de reservado.
⎯Nada. Estoy encontrando las palabras para explicarte lo que sigue.
⎯¿Explicarme? ⎯pregunto, confundido.
De repente, la calma en el aire se disipa, y una sensación extraña comienza a invadirme. No puedo evitar la creciente inquietud que se asoma, como si una sombra estuviera cubriendo la claridad del momento. Mi respiración se hace un poco más profunda y acelerada. Tazarte lo nota inmediatamente. Sin perder la compostura, su mano se extiende hacia la mía y me la toma con suavidad. Me sorprende aún más cuando la lleva hasta sus labios y la besa, con una ternura que calma, aunque la incertidumbre persiste.
⎯Que te explique algo no quiere decir que sea malo, Dan; simplemente es importante.
El coche se detiene, el motor se apaga con un suave susurro, pero el ruido en mi cabeza no cesa. Tazarte me mira con algo de intensidad, como si estuviera buscando las palabras adecuadas, pero algo me dice que no es lo que quiere decir, sino lo que quiere mostrarme. Su beso sobre mis labios, suave y fugaz, es suficiente para tranquilizar mi mente, aunque la ansiedad sigue presente, como un eco en mi pecho.
⎯Mejor te muestro y luego explico. No sé cómo hacer esto de otra manera ⎯me dice, con la voz baja, como si estuviera pidiendo permiso para hacer algo importante.
⎯Vamos, Taz, ¿qué pasa? ⎯pregunto, un poco preocupado, sintiendo la tensión en el aire entre nosotros. El hecho de que se esté tomando tanto tiempo para explicar algo me deja con más preguntas que respuestas. Pero no quiero presionarlo. Quiero confiar en él.
⎯Sólo acompáñame ⎯me pide, con una sonrisa que, aunque suave, tiene un toque de preocupación.
Obedeciendo sin dudar, salgo del auto y sigo sus pasos hacia el lugar donde hemos llegado, un parque que parece estar desierto a esta hora. La quietud del lugar solo aumenta mi incertidumbre. Los árboles, las sombras alargadas por la luz del atardecer, todo parece cobrar una nueva dimensión bajo la luz tenue. Me pregunto si estamos a punto de dar un paso importante, algo que cambiará las cosas entre nosotros. Pero aún no sé si estoy listo para lo que sea que Tazarte quiera mostrarme.
Tazarte camina a mi lado, pero algo en su postura me hace sentir que la conversación que está por venir no será fácil. Él no es de hablar mucho sobre lo que siente, y eso, aunque me hace confiar en él, también me deja con la sensación de que hay algo más, algo profundo, que está por revelarse. Lo observo en silencio, mis pensamientos cruzándose como olas que no encuentro la forma de calmar.
Camino junto a Tazarte, mis pensamientos envueltos en confusión. Cada paso que damos me hace sentir más distante de lo que pensaba que era nuestra realidad juntos. Pero, al llegar al final del sendero del parque, me detengo al ver a una mujer de cabello rizado y a una niña pequeña jugando en los columpios. La imagen es tan tranquila, tan normal, que siento un nudo en el estómago.
Algo dentro de mí se revuelca. Un sentimiento de inseguridad me invade, un recuerdo oscuro que no quiero revivir, pero que está ahí, invadiendo mi mente como una sombra. La imagen de Raúl y su novia, esa mujer que usaba para negarme, me cruza con rapidez.
⎯No… ⎯murmuro para mí mismo, un escalofrío recorriendo mi espalda⎯. Tú no.
Pero Tazarte, con una determinación tranquila, sigue caminando. No parece notar la tormenta de emociones que está sucediendo dentro de mí. Él se detiene y se agacha, y en ese instante, la pequeña niña corre hacia él, se lanza en sus brazos y él la abraza con una ternura que me deja paralizado. No hay palabras, solo una conexión que es imposible de ignorar.
El sonido del columpio y el aire nocturno parecen desaparecer cuando me doy cuenta de lo que está pasando. Mis pasos vacilan, mi corazón late más rápido, y por un momento me encuentro observando esa escena con algo de incredulidad. ¿Qué es lo que está sucediendo? Mi mente, tan acostumbrada a los engaños, no puede comprender lo que mis ojos están viendo.
Pero antes de que pueda darme la vuelta, de sentirme abrumado por esa incomodidad, Tazarte se levanta y, mientras le habla a la niña con gestos, la toma de la mano. La niña, con su cabello rizado y su sonrisa amplia, me mira fijamente, como si estuviera esperando algo. Tazarte se acerca y, con una calidez que me desconcierta aún más, me dice:
⎯Dan, te presento a Aria.
Su voz, llena de orgullo, me sacude un poco, como si las piezas de un rompecabezas comenzaran a encajar lentamente. Tazarte luego se vuelve hacia la niña, le habla con una mezcla de señas y palabras, y lo que sucede a continuación me deja sin aliento.
⎯Aria, él es Daniel ⎯le dice con dulzura, mientras sus ojos se llenan de afecto.
La niña sonríe, y, con sus pequeñas manos, comienza a hacer señas. Es entonces cuando Tazarte me mira a los ojos, interpretando lo que su hija le dice.
⎯Dice “mucho gusto, Daniel” ⎯traduce, con una ligera sonrisa⎯. Daniel, Aria es mi hija.
Esas palabras caen sobre mí como una bomba. De alguna manera, la verdad se hace clara y la confusión se disipa, pero al mismo tiempo, todo cambia. La sensación de sorpresa se mezcla con algo mucho más profundo, una especie de revelación que no esperaba, pero que no puedo ignorar. Mi mente intenta procesarlo, pero el peso de lo que acabo de escuchar es innegable. Además, es sorda; es una ironía.
⎯Y ella es mi hermana, Dácil ⎯me dice Tazarte, señalando a la mujer que estaba junto a Aria.
Dácil me saluda con una sonrisa amable.
⎯Hola, Daniel, mucho gusto ⎯dice, su tono suave, pero con una calidez que me hace sentir bienvenido.
⎯Hola, Daniel Ruiz de Con ⎯respondo, tratando de encontrar mis palabras en medio de la confusión.
El silencio cae entre nosotros, pero no es incómodo. Es el tipo de silencio que ocurre cuando las palabras aún no alcanzan para llenar el espacio. Mi mirada se va directamente a Aria. La niña tiene el cabello lleno de rizos, desordenados pero perfectos, como si siempre acabara de levantarse. Sus ojos, grandes y claros, parecen captarlo todo, observando atentamente a su alrededor. Sonríe sin esfuerzo, como si no conociera otra forma de estar en el mundo. Es inquieta, curiosa, pero al mismo tiempo, parece tranquila, como si estuviera esperando ver qué sucederá a continuación.
La sensación que me da es que tiene la misma seguridad que Tazarte. Incluso se parece a él en muchos detalles, en su mirada, en su forma de ser, como si de alguna manera, compartieran la misma esencia.
De repente, Aria lo jala suavemente del brazo y, en gestos, le dice algo.
⎯¿Quieres comer? ⎯pregunta Tazarte, mirando a la niña con una suavidad en la voz que me hace pensar en cuánto la cuida.
Aria asiente con la cabeza.
⎯No desayunó mucho de la emoción ⎯comenta Dácil, con una ligera sonrisa.
⎯Pues, vamos ⎯dice Tazarte, sonriendo también, mientras se vuelve hacia mí⎯. No tienes que acompañarnos, si no quieres. Sin embargo, me gustaría que lo hicieras, para poder explicarte.
Lo miro a los ojos y veo algo más allá de su calma habitual. Hay un dejo de miedo e incertidumbre que me sorprende, como si él también estuviera atravesando un momento vulnerable. Tazarte me ha acompañado en mis momentos más oscuros, y ahora siento que le debo lo mismo, le debo el escuchar que tiene que decir.
La curiosidad puede más que la sorpresa, así que asiento con la cabeza.
⎯Vamos… Cerca de aquí está la nueva cafetería de Eduardo Jaz, el padre de Sabina. Es buena y tiene menú para niños. ¿Les parece?
Aria hace otro gesto con las manos, y Tazarte traduce con rapidez.
⎯Pregunta si tienen fresas con yogurt ⎯me dice, su mirada se llena de ternura cuando le traduce.
⎯Las tienen ⎯respondo, mirando a Aria a los ojos. Un destello de alegría cruza su rostro.
⎯Vamos ⎯dice Tazarte, hablando con las manos.
La niña toma su mano y comienza a caminar junto con él.
Tazarte es papá, pienso, mientras lo veo interactuar con su hija. Y de pronto, la ternura me invade. El mar me sigue cantando al oído.
AHHHH mi Dan, pobrecito tan predispuesto a la mentira, la traición, la decepción. Vale la pena oír a Taz 🙂 Apareció Aria awww
Que hermosos que linda situación me encantó el capítulo!!!💞💞💞
Ohhh q bonito. Dan no todo siempre es traición, aveces es bueno escuchar
Me encantan 😍 el torbellino de emociones que están sintiendo, es un momento muy importante
Uffff que bendición que no te hayas ido,Dan y en cambio aceptaras darle a Taz la oportunidad de explicarse. Siento mucho que aún te afecte el pasado, pero Taz no es Raúl, no tienes por qué tener miedo. 🫂
Ayy que lindo que nombres a las Islas Canarias…tierra que me acogió con cariño.🥰
Ayyyy ese encuentro me tenia en ascuas. Hasta ahora va bien. Aunque Dan entro en su crisis un momento, pero bueno, es entendible, pobrecito. Esperemos como resulta.