AMIRA
⎯¡Señorita Amira, carta! ⎯escucho la voz de Omar al otro lado de la puerta.
Me echo un poco más de perfume en el cuello y acomodo los rizos de mi cabello antes de revisar mi reflejo una última vez en el espejo. Hoy escogí un vestido verde esmeralda, de tela ligera y caída elegante. Me gusta cómo resalta el tono de mi piel, cómo me hace sentir segura y poderosa, aunque por dentro me carcoman las dudas.
Camino hacia la puerta y la abro. Omar está ahí, con una pequeña charola de plata en la que descansan dos sobres: uno con el sello de mi padre y otro con la inconfundible caligrafía de Fátima. En su otra mano, sostiene un jarrón de cristal con jazmines frescos.
Suspiro con ternura. Las flores de ayer siguen intactas, esparciendo su fragancia por la habitación. Pero Nadir, como prometió, no ha fallado en enviarme otro ramo.
⎯Gracias, Omar. Pasa ⎯le indico con amabilidad.
Omar, sin embargo, no cruza el umbral. Se queda en la puerta, sosteniendo la charola con elegancia, y me dedica una sonrisa entre divertida y resignada.
⎯Me han avisado que ahora tengo que ser su chaperón, señorita Lafuente ⎯comunica con tono profesional, pero hay una chispa de complicidad en su mirada.
Alzo una ceja y tomo las cartas con delicadeza.
⎯Sí, Amir me dio permiso. Ahora tendrás que acompañarme cada vez que salga de aquí ⎯digo con el tono más casual posible, como si la situación no me incomodara en absoluto.
Omar asiente con una leve inclinación de cabeza, sin decir nada. Él y yo sabemos que esto no fue idea mía y que, a partir de ahora, la vigilancia sobre mí ha aumentado.
Deslizo los dedos sobre el sobre con la carta de Fátima, pero antes de abrirlo, mis ojos se posan en la nota que viene con el jarrón de jazmines. La caligrafía de Nadir es clara, elegante, como si cada trazo hubiera sido calculado con precisión.
“Soñé contigo.”
N.
Mi corazón late más fuerte de lo que me gustaría admitir. No puedo evitarlo. Sonrío y guardo la nota entre las páginas de uno de mis libros, como si así pudiera preservar el momento, encapsularlo en papel y tinta, alejarlo del mundo real donde todo es complicado.
Omar observa el gesto, pero, como siempre, mantiene su postura neutral.
⎯¿Qué planes tiene para hoy, señorita? ⎯pregunta con cortesía.
Cierro los ojos un momento y respiro hondo. Hoy, por primera vez en días, tengo algo que realmente quiero hacer.
⎯Vamos a la ciudad, Omar ⎯digo finalmente, guardando mi cartera en el bolso⎯. Necesito comprar papelería nueva y material para pintar. Escuché que hay un local en el centro donde venden lo mejor en calidad.
⎯Muy bien, señorita.
Asiento, pero antes de salir, recuerdo las cartas.
⎯Espérame un momento. Solo quiero leer esto antes de irnos.
Omar hace una leve reverencia y sale de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.
Respiro profundamente y tomo la carta de mi madre primero. Sé que no será reconfortante, pero, aun así, necesito leerla.
Amira,
Recibí tu carta. La leí dos veces, intentando entender por qué te dejas afectar tanto por algo que, aunque molesto, no es una tragedia. Lo lamento, sí, pero no es el fin del mundo. Son joyas, Amira. Cosas. Y las cosas pueden reponerse. No puedes permitirte quebrarte por esto.
Entiendo que te sientas vulnerable, pero esa sensación de impotencia es un lujo que no puedes darte en la casa en la que estás viviendo. Si algo me enseñó la vida es que en ciertos lugares no se puede mostrar debilidad. Y tú, hija mía, estás en uno de esos lugares. Si dejas que te vean herida, si permites que te culpen, habrán ganado. ¿Y tú qué harás? ¿Dejarás que te arrebaten hasta la dignidad?
No me gusta saber que te han hecho sentir pequeña. No lo eres. No lo permitas. Haz lo que debas hacer, mantente firme, sigue adelante. Y no me escribas con lamentos, porque no te eduqué para lamentarte, sino para resistir y salir adelante.
Si necesitas algo, dímelo. Pero que sea una solución, no una queja.
Te quiero,
Mamá.
Leo la carta una vez más y trato de descifrar la postura de mi madre. Siempre ha sido firme, sí, pero hay algo en su tono que esta vez me resulta más frío, más severo de lo normal.
⎯¿Dejarán que te arrebaten tu dignidad? ¿No eres pequeña? ⎯murmuro para mí misma, repitiendo sus palabras en voz baja.
Es como si no me permitiera sentir, como si lo único que importara fuera seguir adelante, sin mirar atrás.
Suelto un suspiro y dejo la carta sobre la mesa. Mis ojos se iluminan al ver la de Fátima. No puedo evitar sonreír mientras rompo el sobre con más prisa de la necesaria.
Mi querida Amira,
Recibí tu carta hace unos días y he querido responderte antes, pero entre las clases y las actividades en el internado, apenas ahora encuentro el momento para sentarme y escribirte con calma. No sabes lo que daría por estar contigo, por tomar tu mano y caminar juntas como cuando éramos niñas, sin tantas preocupaciones, sin el peso de todas estas expectativas que han caído sobre nosotras.
Aquí en Nueva York las cosas son diferentes. A veces me siento un poco sola, pero no porque esté mal, sino porque aún no termino de encontrar mi lugar. Las monjas me tratan bien, me cuidan y, para mi sorpresa, me dan más libertad de la que esperaba. Puedo salir a la ciudad con moderación, y eso me ha permitido descubrir cosas que nunca imaginé. Nueva York es inmensa, ruidosa y siempre está en movimiento. Hay días en los que me encanta sentirme parte de su energía, y otros en los que todo parece demasiado y solo quiero volver a casa.
Últimamente, he pasado mucho tiempo en los museos. Me pierdo entre los cuadros y las esculturas, imaginando cómo los artistas crearon cada pieza, qué sentían, qué querían expresar. No es lo mismo sin ti. Sé que tú verías cada obra con una mirada más profunda, encontrarías significados en los colores, en las pinceladas, en las sombras. A veces, cuando estoy frente a un cuadro, cierro los ojos e imagino que estás a mi lado, explicándome lo que ves. Sé que no tengo tu talento ni tu sensibilidad para el arte, pero he decidido tomar la especialidad en arte. No sé si algún día seré buena en ello, pero quiero intentarlo. Tal vez, de alguna manera, así pueda parecerme un poco más a ti.
Papá, por supuesto, no está de acuerdo. Quiere que tome la especialidad en negocios. Dice que es lo más inteligente, lo que me dará estabilidad y me permitirá ayudar en la empresa familiar. No me sorprende. Para él, todo en la vida es una inversión, un movimiento estratégico. Y como si eso no fuera suficiente, ya me ha mencionado que hay una posible alianza para mí. No me ha dicho con quién aún, pero sé cómo funcionan estas cosas. Sé que, tarde o temprano, llegará el momento en el que me dirá que tengo que conocer a alguien, que sería lo mejor para la familia.
No me molesta, Amira. Sé que así son las cosas en nuestra familia. Lo acepto. Pero también sé con qué tipo de hombre quiero casarme, solo necesito encontrarlo. No quiero un hombre que solo vea en mí un apellido y una dote. Quiero a alguien que me entienda, que me respete, que no me vea como una simple extensión de los negocios de nuestro padre. Sé que puede sonar ingenuo, pero no voy a conformarme con menos.
Te extraño más de lo que puedo decir. A veces, en las noches, cuando todo está en silencio, cierro los ojos y recuerdo cuando compartíamos habitación, cuando nos quedábamos despiertas hablando de todo y de nada. No importa cuánto crezcamos, cuánto cambie la vida, para mí siempre serás mi hermana mayor, la persona que más admiro en este mundo.
Escríbeme pronto, por favor. Necesito leerte, sentirte cerca aunque estemos tan lejos.
Con todo mi cariño,
Fátima.
Me quedo unos segundos con la carta entre las manos. Me reconforta, me hace sentir menos sola en este lugar donde todo parece calculado, donde cada paso que doy está siendo observado.
⎯Así que todavía no sabe nada sobre Nadir ⎯murmuro para mí misma⎯. Supongo que pronto le llegarán las otras cartas.
Doblo ambas cartas con cuidado y las guardo en la caja fuerte. No me puedo permitir que alguien vuelva a entrar a mi habitación y las vea. Son mías, son mi refugio, mi escape.
Después de guardar la llave en mi bolso, respiro hondo y me doy una última mirada en el espejo. La carta de Fátima sigue en mi mente, llenándome de una calidez que no suelo sentir en este lugar. Me ha puesto de buen humor y me ha dado una razón más para salir de estas cuatro paredes que a veces se sienten como una jaula dorada.
Bajo la escalera, con la espalda recta y la cabeza en alto. Sé que, en este hotel, la apariencia lo es todo. En el vestíbulo, Omar ya me espera con su postura disciplinada, siempre atento, siempre listo. Volteo, con un gesto casi inconsciente, hacia la puerta del comedor, preguntándome si Nadir estará allí. Pero no hay señales de él.
Los otros miembros de la familia Khalil tampoco han dado señales de vida. No me sorprende. A esta hora, siguen en sus habitaciones, disfrutando de su acostumbrada holgazanería matutina.
Me vuelvo hacia Omar.
⎯Vamos. ¿Quieres desayunar fuera? ⎯pregunto con un tono casual.
Omar sonríe con amabilidad, pero no espero que acepte. Para él, nuestra relación es estrictamente profesional.
⎯La sigo, señorita ⎯responde con esa formalidad que nunca pierde.
Camino con seguridad hacia la puerta y, al salir, el calor del sol me golpea de inmediato. A pesar de la hora, el clima ya es implacable. Me pongo el sombrero, ajusto los guantes en mis manos y me coloco las gafas de sol. Aun así, la brisa ligera me da una sensación de libertad.
⎯¿Tan temprano se marcha, señorita Amira? ⎯la voz de Hakim me saca de mis pensamientos.
Lo miro de reojo y le dedico una sonrisa leve.
⎯Solo voy de compras a la ciudad ⎯respondo, sin darle más información de la necesaria.
Hakim me observa con esa mirada calculadora que ya me resulta familiar.
⎯¿Quiere que le llame un taxi? ⎯pregunta, con su tono siempre servicial.
Suelto una pequeña risa.
⎯No, Omar y yo tomaremos el camión que pasa en la entrada. Me deja justo donde deseo.
La sorpresa en su rostro es sutil, pero no pasa desapercibida.
⎯Muy bien ⎯dice finalmente.
Sé que tomará nota de esto, que mi decisión no pasará desapercibida. Pero no me importa.
⎯Vamos, Omar ⎯indico, y ambos comenzamos a caminar por el sendero de tierra que nos lleva a la salida del hotel.
El aire matutino aún conserva un leve frescor, aunque sé que en cuestión de horas el calor se hará insoportable. Siento la mirada de Hakim en mi espalda mientras avanzamos, pero no me molesto en voltear. Sé que reportará cada uno de mis movimientos, que cualquier cosa que haga llegará a oídos de Aida antes del mediodía.
Pero, por ahora, no me preocupa. Hoy solo quiero perderme entre las calles de la ciudad. Quiero sentirme libre, aunque sea por unas horas.
Omar camina a mi lado en silencio. Su postura es alerta, su mirada siempre vigilante. Sé que está cumpliendo su deber, pero también sé que poco a poco comienza a entender mi ritmo, mis decisiones, mis silencios. Cuando llegamos a la carretera principal, el camino de tierra se convierte en asfalto. Me detengo bajo la sombra de un árbol, disfrutando unos segundos del alivio que me da. El camión pasa cada media hora, y mientras esperamos, Omar rompe el silencio.
⎯No es común que los huéspedes del hotel tomen el camión, señorita Amira ⎯comenta con una ligera sonrisa.
⎯No soy una huésped común ⎯respondo con tranquilidad.
Él asiente, pero no dice nada más.
⎯Eso es cierto ⎯añade luego, con su mirada fija en la carretera⎯. Pero no creo que le guste mucho a la familia Khalil saber que su futura nuera viaja en transporte público.
Suelto una risa breve, divertida por el comentario.
⎯Oh, estoy segura de que no les gustaría nada.
Me cruzo de brazos y lo miro con cierta picardía.
⎯Pero dime, Omar, ¿sabes qué es lo que más me gusta de esto?
Él me observa de reojo, con curiosidad.
⎯¿Qué cosa, señorita?
Sonrío y miro hacia la carretera.
⎯Que, por ahora, no tengo que pedirles permiso para hacer lo que quiero.
El camión aparece a lo lejos y me preparo para subir.
No importa cuánto intenten controlarme, cuántas personas vigilen mis movimientos. Mientras tenga la posibilidad de tomar decisiones por mí misma, no estaré completamente atrapada. Todavía tengo mi libertad. Aunque sea en pequeños fragmentos de tiempo.
***
El viaje en camión resultó ser una experiencia inesperadamente placentera. A pesar de que subieron muchas personas⎯en su mayoría trabajadores de la zona⎯el trayecto fue tranquilo y sin incidentes. Nadie me miró extraño ni me hizo sentir fuera de lugar, lo que, considerando la estricta burbuja en la que he vivido los últimos meses, fue un alivio.
Una niña pequeña, sentada junto a su madre, me observó con curiosidad durante todo el camino. Al principio, solo me miraba de reojo, pero finalmente se atrevió a hablarme.
⎯¿Por qué llevas guantes? ⎯preguntó, con la inocencia de quien no teme cuestionar lo evidente.
Sonreí y le expliqué que era para proteger mis manos del sol y del calor. Luego, quiso saber sobre mi sombrero y mi vestido. Me reí con suavidad y le respondí todas sus preguntas con paciencia. Cuando se fijó en mi abanico, sus ojos brillaron con fascinación. Sin pensarlo demasiado, se lo tendí.
⎯Es muy bonito ⎯susurró, sosteniéndolo con cuidado, como si fuera algo precioso.
⎯Ahora es tuyo ⎯le dije con una sonrisa.
La niña me miró sorprendida y luego, con una gran sonrisa, se lo enseñó a su madre. Fue un momento dulce, una interacción sencilla y genuina que me recordó lo poco que necesito para ser feliz.
Cuando el camión llegó a nuestro destino, Omar y yo descendimos justo en el malecón. El sol resplandecía sobre el mar, y una brisa ligera nos acariciaba el rostro. Agradecí el cambio de aire. Caminar por el malecón se sentía refrescante, como si por fin estuviera en un lugar donde podía respirar con libertad.
⎯Busquemos un sitio para desayunar ⎯le dije a Omar mientras nos adentrábamos en la zona.
Él asintió con discreción y comenzó a observar los restaurantes a nuestro alrededor.
⎯Llévame a uno bonito, pero que no sea demasiado caro. Tampoco es que tenga mucho dinero ⎯añadí con naturalidad.
Omar me lanza una mirada curiosa antes de preguntar con cautela:
⎯¿Puedo preguntarle por qué tiene dinero limitado?
Su tono es respetuoso, pero noto el genuino interés detrás de la pregunta. Lo miro de reojo, midiendo si debo o no responder con sinceridad. Pero al final, ¿qué más da? Omar es el único en este lugar con quien puedo ser completamente honesta.
⎯No es lo más apropiado compartirlo, pero te lo diré ⎯digo, sin perder el ritmo de la caminata⎯. Cuando supe que la alianza con los Khalil era definitiva, comencé a ahorrar todo lo que pude.
Omar no dice nada, pero su expresión indica que me está escuchando con atención.
⎯Verás, cuando una mujer se casa en familias como la mía, su dote no le pertenece directamente. El dinero y los bienes son entregados a la familia del esposo. Así que, básicamente, te mandan sin nada ⎯explico, con un dejo de amargura en la voz⎯. Se supone que ellos deberían darme una mesada mensual para mis gastos, pero… eso no ha ocurrido.
Omar frunce el ceño apenas perceptible.
⎯¿No le han dado nada?
Niego con la cabeza.⎯No. Todo lo que tengo es lo que logré ahorrar antes de venir aquí. Pero, eventualmente, ese dinero se acabará. Y cuando eso pase… ⎯hice una pausa, respirando hondo antes de decir lo obvio⎯ tendré que depender completamente de lo que Amir decida darme.
Omar no respondió de inmediato, pero su expresión se endureció.
Omar me observa por un instante más, como si estuviera procesando mis palabras, como si quisiera decir algo más pero se contuviera. Luego, simplemente asiente.
⎯En ese caso, encontraremos un buen lugar donde su dinero rinda bien ⎯dice con determinación⎯. Se merece disfrutarlo.
Su comentario me toma por sorpresa. No por sus palabras, sino por la sinceridad con la que las dice. Nadie en este hotel ha hablado conmigo de esa forma. Nadie ha insinuado siquiera que yo merezco algo, mucho menos disfrutar de mi propio dinero.
Le sonrío.
⎯Gracias, Omar.
Seguimos caminando por el malecón, en busca del sitio perfecto para desayunar, mientras el mar nos acompaña con su vaivén incesante. El sonido de las olas rompiendo contra las rocas es tranquilizador, un eco de libertad que contrasta con el peso de la vida que llevo en el hotel.
Omar, siempre atento, comienza a explicarme cómo funcionan los precios en esta zona.
⎯Los lugares cercanos a las áreas turísticas son siempre más caros ⎯comenta con la naturalidad de quien conoce la ciudad como la palma de su mano⎯. La comida es buena, pero se paga más por la vista que por la calidad.
⎯Tiene sentido ⎯murmuro, observando los restaurantes que dan frente al mar. Cada uno con terrazas amplias y decoraciones que parecen sacadas de revistas de lujo.
⎯Si quiere comer bien sin pagar de más, hay que alejarnos un poco. Ir a donde come la gente local.
Asiento.
⎯Entonces, confiemos en tu criterio, Omar. Llévame a donde creas que es mejor.
Él sonríe levemente, como si le causara gracia mi confianza.
⎯Tiene que confiar en mí ⎯dice, con una mezcla de orgullo y responsabilidad en su tono.
⎯Lo hago ⎯respondo con sinceridad.
Y es cierto. En el poco tiempo que llevo con él, Omar ha demostrado ser alguien leal, alguien que, a pesar de sus deberes con los Khalil, parece estar de mi lado. No sé si eso es una estrategia o si realmente lo hace por voluntad propia. Pero, en este mundo donde todo está envuelto en política y apariencias, confiar en alguien, aunque sea un poco, es un lujo.
Nos alejamos de lo conocido, adentrándonos en las calles más estrechas de la ciudad. Poco a poco, la ostentación turística queda atrás, dando paso a pequeñas cafeterías y locales con fachadas modestas pero acogedoras. Aquí no hay mesas adornadas con manteles impecables ni camareros con chalecos de diseñador, pero hay algo mucho más valioso: autenticidad.
⎯Aquí es ⎯dice Omar, deteniéndose frente a una pequeña cafetería con mesas de madera en la acera y un aroma a pan recién horneado que me hace cerrar los ojos con placer.
La cafetería es pequeña, pero acogedora. No tiene los lujos de los restaurantes del malecón, pero su encanto radica precisamente en eso. Las paredes son de piedra blanca, con detalles de madera oscura que le dan un aire rústico. El aroma a pan recién horneado impregna el aire, mezclado con el dulzor del café recién hecho y un leve toque a canela.
Hay pocas mesas, todas de madera, con sillas de respaldo alto que parecen haber sido talladas a mano. Algunas tienen cojines de colores gastados por el uso, pero todo luce limpio y bien cuidado. En una de las esquinas, una estantería de hierro sostiene frascos de vidrio con galletas, bizcochos y otros dulces caseros. Un pequeño pizarrón colgado en la pared muestra el menú del día, escrito con tiza blanca en una caligrafía sencilla.
Al fondo, detrás del mostrador de madera, una mujer mayor atiende con una sonrisa amable. Su cabello canoso está recogido en un moño bajo, y sus manos se mueven con la precisión de alguien que ha pasado toda una vida preparando café.
⎯Esto es lo que buscaba ⎯dice Omar, señalando una mesa cerca de la ventana.
El ventanal deja entrar la luz de la mañana, iluminando el interior con un brillo cálido y natural. Desde aquí, se alcanza a ver la calle empedrada y, más allá, el reflejo del sol en el mar.
Me quito el sombrero y los guantes con tranquilidad, disfrutando la sensación de estar en un lugar que, por primera vez en mucho tiempo, no me hace sentir vigilada.
⎯Creo que este será mi nuevo sitio favorito ⎯comento, mientras me acomodo en la silla.
Omar sonríe y toma asiento frente a mí.
⎯Sabía que le gustaría. Aquí nadie la molestará.
Nos acomodamos en una mesa junto a la ventana, desde donde puedo ver el ir y venir de la ciudad. Omar se sienta frente a mí con su habitual postura de discreción, pero hay algo en su expresión que me dice que, aunque se mantiene en su papel de chaperón, en el fondo disfruta el cambio de rutina.
⎯¿Qué va a pedir, señorita? ⎯pregunta, abriendo el menú de cuero gastado.
⎯Algo dulce y café, por supuesto. Y tú, ¿qué vas a pedir? ⎯le miro con una sonrisa.
⎯Un té ⎯responde sin titubear⎯. No soy muy de café.
Sonrío y dejo el menú sobre la mesa.
⎯¿No te parece curioso? ⎯comento mientras observo a la gente afuera.
⎯¿El qué?
⎯Todo esto. Yo, sentada aquí, desayunando tranquilamente contigo, cuando hace unos meses ni siquiera sabía que existías.
Omar suelta una leve risa.
⎯No suele pasar que las futuras esposas de los Khalil tengan interés en conocer a los empleados.
⎯¿Es eso lo que soy? ⎯levanto una ceja⎯. ¿Solo “la futura esposa de los Khalil”?
Omar me observa por un momento, como si midiera sus palabras antes de responder.
⎯No lo sé, señorita. Pero es lo que ellos quieren que sea.
La respuesta me deja pensando, pero el mesero llega con nuestros pedidos y deja dos tazas humeantes frente a nosotros.
⎯Tienes razón ⎯susurro después de un momento de silencio⎯. Siempre he estado rodeada de empleados. Mi padre es dueño de hoteles, así que, los empleados forman parte de la familia, por así decirlo.
⎯Vaya ⎯comenta Omar con una leve sonrisa, como si encontrara interesante mi visión de las cosas.
Él toma su taza de té y la mueve ligeramente entre sus manos, como si organizara sus pensamientos antes de hablar.
⎯Los Khalil siempre han sido así. Sus actitudes han hecho que muchas personas huyan ⎯murmura, casi como si hablara para sí mismo.
Levanto la mirada, intrigada.
⎯¿Huyan?
⎯Sí. Huyan. Empleados, amigos… alianzas.
La palabra se queda flotando en el aire. Me incorporo ligeramente en la silla.
⎯¿Alianzas? ¿A qué te refieres? ⎯pregunto de inmediato.
Omar aparta la mirada, como si lamentara haber dicho demasiado. Baja los ojos a su taza de té y, por un instante, parece dudar.
⎯Lo siento, señorita. No es mi lugar.
Me cruzo de brazos.
⎯Ya lo mencionaste. Ahora dime.
Él suspira, sabiendo que ya no tiene escapatoria. Da otro sorbo a su té y finalmente comienza.
⎯Los Khalil… no siempre fueron como los ves ahora. Antes eran diferentes.
⎯¿Diferentes en qué sentido?
Omar se recuesta ligeramente en su silla, como si estuviera midiendo sus palabras.
⎯Eran aún más poderosos. El hotel era uno de los mejores de la región, lo que les permitió expandirse a otros países. El señor Khalil, el padre de Nadir y Amir, era un gran hombre de negocios. Pero la verdadera fuerza detrás de la familia… era su esposa.
⎯¿La conociste? ⎯pregunto, sorprendida, pues Omar es joven, como yo.
⎯No. Pero los empleados más antiguos del hotel sí. Dicen que el señor Nadir se parece mucho a ella.
Sonrío ante el comentario. Puedo imaginármelo.
⎯En fin ⎯continúa Omar, dejando la taza sobre el platillo con cuidado⎯. La madre de Nadir murió inesperadamente.
Frunzo el ceño.
⎯No. Nadir me comentó que estaba enferma.
⎯Lo estaba ⎯asiente Omar⎯. Pero no tanto. No sé si me entiende.
El tono con el que lo dice me pone la piel de gallina.
⎯¿Qué insinúas?
Omar duda, pero finalmente susurra:
⎯Algunos dicen que la madrastra de Nadir, la señora Aida Khalil… tuvo algo que ver.
Un escalofrío me recorre la espalda.
⎯Eso es una acusación muy grave, Omar.
Él baja la voz aún más, como si temiera que alguien pudiera escucharnos.
⎯Los empleados más viejos… los que han estado en la familia por años, cuentan cosas. Que, después de que ella llegó, empezaron a ocurrir cosas extrañas en el hotel. Sombras en los pasillos, puertas que se cerraban solas, espejos que reflejaban cosas que no estaban ahí.
Trago saliva.
⎯Eso… son solo historias.
Omar me mira con seriedad.
⎯Puede ser. Pero muchos empleados se fueron por miedo. Y la otra familia… la de la primera alianza, también.
Mi corazón se acelera.
⎯¿De qué hablas?
⎯¿Sabía que antes de que su familia negociara esta alianza, hubo otra?
La sangre se me hiela.
⎯¿Otra alianza?
⎯Así es ⎯afirma⎯. Amir estaba comprometido antes de que llegara usted.
Mi respiración se corta por un instante.
⎯¿Comprometido con quién?
⎯Con una chica de una familia poderosa, alguien con una dote importante. Su madre quería que él se casara con ella porque aseguraría su posición.
Mis dedos se aprietan alrededor de mi taza.
⎯¿Qué pasó?
Omar suspira.
⎯La chica desapareció.
Me quedo inmóvil.
⎯¿Desapareció?
⎯Sí ⎯asiente, bajando la voz⎯. Todo estaba listo para la boda, pero días antes del anuncio oficial, la familia de ella canceló la alianza de manera repentina. Dijeron que se marchaban del país, que no podían seguir con el trato. No dieron explicaciones. Simplemente… se fueron.
Mis pensamientos empiezan a girar en mil direcciones.
⎯Eso no tiene sentido. Si la familia de ella tenía tanto poder, ¿por qué habrían huido?
Omar me observa con seriedad.
⎯Dicen que la joven descubrió algo. Algo sobre ellos. Y que los obligó a irse.
Un escalofrío recorre mi espalda.
⎯¿Descubrió qué?
⎯No lo sé ⎯admite⎯. Pero sea lo que sea, provocó un cambio en la familia. Desde entonces, todo ha estado mal. El hotel ha comenzado a arruinarse.
Respiro hondo.
⎯¿Cuánto hace de esto?
⎯Unos años antes de que usted llegara.
Miro a Omar fijamente, tratando de darle sentido a lo que me acaba de contar. ¿Qué pudo haber sido tan grave como para que una familia entera huyera del país? ¿Qué descubrió la ex prometida de Amir? ¿Mis padres sabrán de esto?
Omar se inclina un poco hacia adelante y me dice en voz baja:
⎯Algunos dicen que la madre de la primera novia de Amir… vio algo que no debía ver. Que descubrió lo que realmente es la señora Aida.
Mi pulso se acelera.
⎯¿Qué insinúas?
Omar me mira fijamente.
⎯Que esa mujer… no es como los demás.
Siento que el aire se vuelve más denso.
⎯¿Crees que anda en malos pasos? ⎯inquiero.
Omar no responde de inmediato. En su rostro no hay burla ni exageración. Solo una certeza inquietante.
⎯No lo sé, señorita ⎯repite Omar, su voz apenas un susurro, como si temiera que alguien pudiera escucharnos⎯. Pero lo que sí sé… es que nadie cruza a la señora Aida y sale ileso.
Una sensación helada me recorre la espalda.
⎯¿Qué quieres decir con eso?
Omar aparta la mirada y toma su taza de té con ambas manos, como si así pudiera aferrarse a algo tangible.
⎯Que ella obtiene su fuerza de algún lado. No es solo su influencia, ni su dinero, ni siquiera su apellido. Hay algo más… algo que la hace intocable.
El bullicio del café se vuelve un murmullo lejano.
⎯¿Algo cómo qué? ⎯insisto, sintiendo cómo mi propia voz se atenúa.
Omar duda, pero finalmente suelta un suspiro.
⎯Nadie entra a su habitación. Nadie, excepto la empleada más confiable de la señora… Yara.
El nombre resuena en mi mente. He visto a Yara en el hotel de los Khalil. Es reservada, discreta, siempre en segundo plano. Nunca se mete en nada, nunca habla más de lo necesario.
⎯¿Y por qué nadie entra? ⎯pregunto, tratando de sonar más escéptica de lo que en realidad me siento.
Omar me observa por un momento, como si intentara decidir si debería decirme más.
⎯No lo sé con certeza. Pero hay rumores…
⎯¿Qué clase de rumores? ⎯insisto.
⎯Los empleados dicen que hay noches en las que la luz de la habitación de la señora Aida no se apaga nunca. Que se ven sombras moviéndose tras las cortinas, incluso cuando ella no debería estar ahí.
Un escalofrío me recorre los brazos.
⎯Eso no prueba nada.
⎯Tal vez no ⎯admite Omar⎯. Pero la gente que ha trabajado en ese hotel durante años… los que han servido a la familia por generaciones… ellos sí creen.
Aprieto los labios, incapaz de responder.
⎯Una vez ⎯continúa⎯, una empleada nueva intentó entrar en su habitación para limpiar. Pensó que no había nadie. Dicen que entró y salió minutos después, completamente pálida. Renunció al día siguiente sin dar explicaciones.
Mi garganta se seca.
⎯¿Qué vio?
Omar niega con la cabeza.
⎯Nunca lo dijo. Pero desde entonces, el personal sabe que la habitación de la señora Aida es un territorio prohibido.
Mi corazón late con fuerza.
⎯¿Crees que Aida…?
Omar me mira con una seriedad inquietante.
⎯No lo sé, señorita. Pero algo sí le digo… debe cuidarse. Y mucho.
Las palabras quedan suspendidas entre nosotros. El café a mi alrededor sigue con su bullicio habitual, con el aroma de pan dulce y especias flotando en el aire. Pero en mi interior, todo se sacude con un nuevo miedo.
Tal vez las historias sobre sombras y presencias no eran solo cuentos. Tal vez la mujer que controla esta familia tiene más poder del que imaginaba.
⎯Yo no creo en eso ⎯murmuro.
⎯Pero ahora sabe que debe cuidarse ⎯me responde⎯. Deberíamos ir con la bruja Zafira para que le dé una protección.
⎯¿Zafira? ⎯pregunto.
⎯Sí. Está cerca. Podríamos ir ahora y que le haga una limpieza y una protección. ¿Qué le parece?
Suspiro.
⎯Son tonterías, Omar ⎯le reclamo, y tomo otro sorbo de café.
Omar no se inmuta ante mi rechazo. En lugar de eso, entrelaza los dedos sobre la mesa y me observa con paciencia, como si estuviera esperando el momento justo para hablar.
⎯Señorita Amira… ¿de verdad cree que son tonterías? ⎯pregunta con calma.
⎯Por supuesto que sí ⎯respondo, casi de inmediato⎯. No voy a negar que Aida es una mujer cruel y manipuladora, pero… ¿Brujería? Eso es ridículo.
Omar inclina la cabeza, con una expresión que me irrita, como si supiera algo que yo no.
⎯Usted no ha sentido lo que otros han sentido en ese hotel ⎯dice⎯. No ha escuchado las historias de los empleados que han trabajado allí por años… los que se han ido sin dar explicaciones. ¿Cree que es casualidad?
Cruzo los brazos, incómoda con la conversación.
⎯No estoy diciendo que no haya cosas extrañas ⎯admito⎯, pero ir con una bruja no va a cambiar nada.
⎯¿Está segura? ⎯Omar me sostiene la mirada⎯. ¿No quiere asegurarse de que nada pueda tocarla? ¿De que no haya algo… siguiéndola?
Su pregunta me eriza la piel.
⎯Omar…
⎯¿Sabe qué dicen en los pasillos del hotel? Que la señora Aida nunca ha perdido una batalla ⎯su voz baja un poco, como si temiera que alguien más pudiera escucharnos⎯. Que siempre consigue lo que quiere. Y cuando alguien se interpone en su camino… desaparece.
Trago saliva.
⎯Esas son habladurías.
⎯¿Está segura? ⎯repite, dándome espacio para dudar⎯. Señorita Amira, no pierda nada con una limpia, pero podría ganar mucho. No se arriesgue.
Lo miro fijamente, intentando descifrar si realmente cree en todo esto o si solo está tratando de asustarme. Pero su rostro es serio, sincero.
⎯¿Quién es esa mujer?
Omar sonríe, como si supiera que ya había ganado.
⎯Se llama Zafira. No es cualquier bruja. Es sabia, antigua. Si alguien puede darle respuestas, es ella.
Exhalo con frustración, pero algo dentro de mí se estremece.
⎯Está bien… iremos. Pero no esperes que crea en esto.
⎯No tiene que creer ⎯dice Omar, levantándose⎯. Solo tiene que protegerse.
La palabra queda suspendida en el aire. Protegerme.
Algo en su tono me incomoda. Me hace sentir que sabe algo que yo no. Pues ve algo que yo aún no he visto.
Ya me hacía falta seguir leyendo esta historia, gracias Ana por hacernos vivir esta historia.
Hasta yo temo por la seguridad de Amira… qué mujer tan perversa puede ser Aida para que todos le tema. Ojalá que su final sea cosechado por toda la maldad causada.
Hijole tocaya, hasta yo sentí el escalofrío cuando Omar habla de los rumores que hay
No puede tener tanta buena suerte para que todo le salga bien, hay maldad y mucha. Ojalá la ley le caiga en la realidad.