ANTONIO

La bienvenida en casa de los Moríns fue masiva y llena de amor. Había abrazos, risas, y ese calor familiar que a uno lo envuelve sin pedir permiso.

El padrastro de Moríns, el maestro Minor, es un hombre tierno, de voz pausada y mirada sabia. Está lleno de historias y sabiduría. Nos compartió una infinidad de anécdotas de la adolescencia de Moríns, contadas con esa mezcla de orgullo y ternura que solo alguien que ha criado con amor puede tener. El esposo de Sila terminó con los ojos llenos de lágrimas al escuchar todo lo que Minor dijo sobre él. Fue un momento íntimo, inesperadamente emotivo, que me tocó más de lo que pensaba.

No pude evitar sentir una punzada en el pecho. Me hizo extrañar tener un padre. No uno biológico, sino uno así: presente, amoroso, capaz de hablar con tanto afecto de sus hijos. Alguien que me aceptara por quién soy, no por quién debía ser.

Esa noche también escuché muchas historias sobre la infancia de Lila, sobre su familia, sobre momentos que antes solo conocía a través de sus palabras. Pero oírlos contados desde otra mirada, desde alguien que los ha visto crecer, fue completamente distinto. Me dio una visión nueva de su vida, y me confirmó algo que ya intuía: la familia en la que estoy es increíble.

Más tarde, fuimos por fin a la casa de la infancia de Lila ⎯o mejor dicho, a la casa de sus abuelos. Dormí en una de esas frescas y hermosas habitaciones, con el estómago lleno de la comida deliciosa que preparó Betty y con una tranquilidad que nunca había sentido. Nunca había experimentado algo así… ese calor de hogar. Bueno, con Lila lo siento todos los días, pero hay algo en este lugar ⎯quizá el ambiente, el aroma del mar o los recuerdos flotando en el aire⎯ que me hace sentir profundamente feliz.

Me despierto temprano, a las seis de la mañana. El sol apenas comienza a asomarse por el horizonte y pinta la habitación con tonos dorados. Lila duerme profundamente, abrazada a la almohada como siempre. Sé que está cansada, así que me levanto con cuidado, procurando no despertarla, y bajo a la cocina por un vaso de agua.

Me sorprendo al encontrar a Karl ya despierto, sentado en un escalón de la terraza, con una taza de café en la mano. Está mirando hacia el jardín, completamente en silencio, como si llevara allí un buen rato.

⎯Pensé que despertarías tarde ⎯le comento mientras me siento a su lado en el escalón.

Karl ríe bajito, sin apartar la vista del jardín.

⎯Ya no puedo despertarme tarde. El cuerpo se acostumbra. Además… tuve una pesadilla. Soñé que me apuñalaban de nuevo.

Instintivamente, mi mirada se desliza hacia su pecho, justo donde asoma la cicatriz, apenas visible bajo el cuello de su camiseta. Una línea delgada, pero contundente, justo encima del corazón.

⎯No le digas a Alegra ⎯me dice, en voz baja⎯. No quiero asustarla.

Asiento, y nos quedamos en silencio. El sonido del mar a lo lejos y el canto de algunos pájaros matinales nos envuelven en una calma extraña. Karl y yo, a pesar de que ambos trabajamos para la empresa de la familia, no convivimos demasiado. Sólo coincidimos en las reuniones familiares, donde todo es bullicio y risas, y las conversaciones son superficiales. Sé que mi integración a la familia ha sido lenta, incluso algo incómoda. A veces tengo la sensación de que algunos no terminan de saber dónde ubicarme.

⎯¿Te puedo preguntar algo? ⎯le digo finalmente.

Karl asiente sin mirarme.

⎯¿Te caigo mal?

Él gira el rostro hacia mí, confundido.

⎯¿Cómo?

⎯Sí… ¿te caigo mal? A ti. ¿Crees que a Moríns también?

Karl suspira y se toma un segundo antes de responder.

⎯¿También te dijeron que debías hacer migas? ⎯pregunta con media sonrisa⎯. Al parecer, nuestras esposas nos dieron la misma plática. Sila también se lo dijo a Moríns.

⎯¿Entonces? ¿Tan mal está nuestra relación? ⎯insisto, queriendo entender de verdad.

⎯No ⎯responde con un tono seguro, sin vacilar⎯. No nos caes mal. Solo que… eres distinto.

Lo miro, esperando que continúe.

⎯Y eso no es algo malo ⎯añade enseguida⎯. En medicina hay un dicho: la medicina no es una talla única; cada paciente necesita un enfoque personalizado.

⎯¿OK? ⎯respondo, frunciendo un poco el ceño, sin entender del todo.

Karl sonríe, como si ya hubiera anticipado mi reacción.

⎯Lo que quiero decir ⎯comienza con calma⎯ es que lo que funciona con un miembro de esta familia no necesariamente funciona con todos. Moríns y Cho, por ejemplo, conectan porque comparten más cosas entre ellos. Ambos conocieron a Sabina y a Sila cuando eran jóvenes, llegaron a la familia antes que yo. Ellos crecieron junto a ellas, formaron lazos desde otro lugar, desde otro tiempo.

Hace una pausa y me mira con serenidad.

⎯Podría parecer que tú y yo llegamos tarde… pero no. Llegamos justo cuando debíamos.

Lo escucho con atención. Su forma de hablar, pausada y directa, me transmite una confianza que pocas veces siento.

⎯Yo quiero a Cho, claro ⎯continúa⎯, pero no conectamos como lo hago con Sila. Y está bien. No todos los vínculos son iguales. Tú eres más callado, más observador. A veces parece que estás juzgando, pero sé que no es así. Solo estás… leyendo el ambiente.

Asiento lentamente. Tiene razón.

⎯Nuestra relación comenzó como médico y paciente. Ahora somos cuñados. Y por más raro que suene, eso me da cierta ventaja: te conozco más de lo que crees.

Karl se acomoda en el escalón y toma un sorbo de su café antes de seguir.

⎯Moríns conecta con todos porque así es él. Su personalidad está diseñada para llenar espacios, para romper silencios. Tú, en cambio, habitas los espacios de otra forma. Y eso también vale.

Me mira de nuevo, con una firmeza tranquila.

⎯Esta familia es todo menos homogénea. Aquí hay de todo: escandalosos, introvertidos, dramáticos, analíticos, gente que canta en la ducha y otros que meditan en silencio. No estamos juntos porque seamos iguales. Estamos juntos porque decidimos ser familia.

Trago saliva. Algo en su voz, en sus palabras, me llega muy hondo.

⎯No se trata de que hagas cosas solo para agradar. ¿Tú crees que Moríns es como es solo para caer bien? No. Él es quien es. Y tú también. Y eso es suficiente. Te vemos. Sabemos que amas a Lila. Y eso nos basta.

Karl me da una palmada en la espalda.

⎯Así que, por favor, deja de preguntarte si te queremos. Ya estás aquí. Y sí, Antonio… sí te queremos.

Respiro hondo. No sé si responder o simplemente dejar que esas palabras se queden flotando en el aire, porque, por primera vez, me siento realmente parte de algo.

⎯Te abrazaría, pero sé que no te gustan los abrazos ⎯le digo, con una sonrisa.

⎯¿Ves? Ya me conoces más de lo que crees ⎯responde, esbozando una sonrisa sincera.

Ambos nos quedamos en silencio, contemplando el jardín mientras la brisa del mar llega hasta nosotros, cálida y salada.

⎯Envidio a los Canarias por haber crecido aquí ⎯murmuro.

⎯Bueno… crecer en un piso de lujo en París tampoco está tan mal ⎯responde Karl, y ambos nos reímos.

Poco a poco, la casa empieza a despertar. Se escuchan puertas, pasos, voces. Una hora después, Moríns baja descalzo, despeinado y con cara de haber dormido como piedra. Los tres comenzamos a preparar el desayuno: café, pan con mantequilla, fruta fresca y jugo de naranja recién exprimido.

Nuestras esposas se despiertan al rato, y con ellas llegan los planes del día.

⎯Iremos al temazcal de la tía de Moríns ⎯me dice Lila con una sonrisa cómplice mientras me da un beso en la mejilla.

⎯Haremos limpias, baños de hierbas, vapor espiritual, rezos y bendiciones ancestrales ⎯añade Sila, con los ojos brillantes de emoción.

⎯Y probablemente un té que sabe a tierra mojada ⎯remata Moríns, provocando carcajadas.

⎯¿Tenemos que ir nosotros? ⎯pregunta Karl con el vaso de jugo en la mano, como si intentara que el desayuno lo proteja de lo que está por venir.

⎯Es parte del paquete espiritual… ⎯contesta Alegra, fingiendo solemnidad.

⎯Porque estaba pensando… ⎯continúa Karl, mirándonos a Moríns y a mí⎯. Ustedes podrían ir al temazcal y nosotros podríamos ir a hacer esnórquel. ¿Recuerdan que hablaste de una playa donde se puede hacer?

Moríns lo mira con expresión de agradecimiento, como si Karl acabara de lanzarle un salvavidas en medio del océano. Yo apenas logro contener la risa. Es sabido por todos que a Moríns no le entusiasman para nada los temazcales ni las “cosas ancestrales”, como él las llama.

⎯¿Estás tratando de escapar de las bendiciones ancestrales? ⎯pregunta Sila, cruzándose de brazos con dramatismo teatral.

⎯No, no… ⎯se defiende Karl, con su mejor cara de inocencia⎯. Solo digo que podríamos dividirnos las tareas espirituales. Ustedes se purifican y nosotros exploramos el mar. Todo muy balanceado.

⎯¿Y exactamente en qué parte encaja el mar en el proceso espiritual? ⎯inquiere Alegra, alzando una ceja con desconfianza.

⎯Pues… ⎯Karl nos lanza una mirada a Moríns y a mí, buscando respaldo⎯. Nosotros abriremos lazos de hermandad.

⎯Exacto, hermandad ⎯secunda Moríns, asintiendo con entusiasmo exagerado.

Lila sonríe y me mira, con esa mezcla de ternura y picardía que me desarma.

⎯¿Y tú? ¿Quieres ir?

La miro por un segundo.

⎯Claro que quiero ir… ⎯respondo con una sonrisa suave.

La verdad, ir a un temazcal no es exactamente mi idea de diversión. Preferiría mil veces quedarme en la casa, nadar en la piscina o salir a bucear con los chicos. Pero asiento, porque a veces el amor también es acompañar en rituales de vapor y hierbas.

⎯¡Perfecto! ⎯dice Alegra, entusiasmada⎯. Entonces ya tenemos el plan. Por la tarde nos reunimos todos para salir a comer o cenar… y tal vez… ¿bailar?

⎯Vale… me agrada ⎯responde Karl, levantando su taza con gesto cómplice.

Las chicas se levantan de la mesa, animadas, y se van a la habitación a terminar de arreglarse para su aventura espiritual. Apenas desaparecen por el pasillo, los tres nos miramos como si hubiéramos sido liberados de una condena.

⎯¿Rentamos un yate, compramos cerveza y nos relajamos? ⎯pregunta Moríns, en voz baja, como si alguien pudiera descubrirnos. Luego sonríe⎯. Conozco una playa privada por aquí cerca.

⎯¿Por qué no? ⎯respondemos Karl y yo al mismo tiempo, casi sincronizados.

Nos levantamos de la mesa y subimos a nuestras habitaciones a cambiarnos. El día apenas comienza, y de alguna forma, parece que vamos a disfrutarlo a nuestra manera.

***

El sol de media mañana comenzaba a calentar con fuerza cuando salimos de la casa rumbo al muelle. El cielo, ligeramente nublado, dejaba escapar pinceladas de luz que se reflejaban en los tejados color terracota y en las hojas vibrantes de las palmeras. Caminamos por calles adoquinadas, llenas del aroma a mar, sal y bloqueador solar. 

Puerto Vallarta tenía esa mezcla de caos colorido y calma profunda que solo las ciudades costeras saben ofrecer. El centro bullía de vida: vendedores ambulantes con sombreros enormes, turistas en sandalias, niños corriendo o andando en bicileta.

Al llegar al muelle, el olor a madera húmeda, salitre y gasolina de lancha nos envolvió de inmediato. El vaivén suave de las embarcaciones amarradas nos daba la bienvenida. Moríns, que parecía conocer a todo el mundo, saludó con un movimiento de cabeza a un par de trabajadores del lugar y nos guió hacia un pequeño local donde compramos provisiones.

Llenamos una hilera de bolsas con cervezas bien frías, botanas picantes, fruta cortada y un par de charolas con ceviche y camarones al ajillo que vendían justo ahí, frente al mar. Karl agregó una botella de tequila.

⎯Porque el tequila purifica el alma… y también espanta los malos espíritus ⎯dijo, guiñando un ojo mientras la colocaba en la hielera.

Moríns rió y asintió como si eso tuviera todo el sentido del mundo.

Subimos al yate poco después. No era uno de lujo, pero era lo suficientemente cómodo y espacioso para los tres. El capitán, un hombre de piel curtida y acento costeño, saludó con familiaridad a Moríns y puso rumbo hacia una playa más apartada, al sur de la bahía.

El mar se abría frente a nosotros, tranquilo y azul profundo, mientras el yate cortaba el agua con suavidad. A lo lejos, las montañas verdes caían como olas gigantes hacia el mar, y las casas de colores se volvían cada vez más pequeñas.

Risas, música suave y el sonido de las botellas abriéndose marcaron el inicio de nuestro escape improvisado. Poco a poco, dejamos atrás las playas llenas de turistas y nos adentramos hacia una zona más apartada, donde la arena era más fina, la vegetación más espesa y la paz… total.

⎯Esto sí es vida… ⎯dice Karl, dejándose caer a mi lado sobre la cubierta, con una botella de cerveza en la mano y los pies estirados al sol.

Moríns ya se ha lanzado al mar y nada lejos de nosotros, su cuerpo se pierde por momentos entre las pequeñas olas que brillan bajo el sol. Desde donde estamos, podemos oír su risa y sus gritos de libertad.

El yate se mece con suavidad, como una cuna flotante. El vaivén constante, el calor del sol y el tequila empiezan a mezclarse en un efecto hipnótico. Siento cómo el cuerpo se me afloja y la mente se va apagando, como si todo lo que estuviera cargando se derritiera con la brisa marina.

El tequila, definitivamente, nos está pegando más fuerte de lo que pensamos. Pero no importa. Aquí, con el mar frente a nosotros y sin expectativas encima, todo parece más liviano.

⎯¿Cómo se la estarán pasando las esposas? ⎯pregunto. 

Karl toma otro poco de cerveza y se recuesta. Su torso se ve algo bronceado por el sol. 

⎯Espero que bien. 

⎯¿Crees que los rituales espirituales ayuden a concebir un bebé? ⎯le digo. 

Karl voltea a verme. 

⎯Soy doctor, Antonio. Esa es mi respuesta. ¿Sabes que puede ayudarte a concebir un bebé? ⎯me dice, tan relajado como yo. 

⎯¿Qué? 

⎯Tequila… es un afrodisíaco natural ⎯dice Karl, con la solemnidad.

⎯¿Lo dicen los estudios? ⎯pregunto, alzando una ceja.

⎯No, lo digo yo…Lo receta tu doctor de cabecera ⎯responde, y ambos estallamos en risa.

⎯¿Es tu forma de justificar tomar más tequila?

⎯Así es ⎯dice con orgullo, y me pasa la botella como si fuera un trofeo.

Tomo un trago largo, sintiendo cómo me arde hasta el alma, cuando de pronto, un grito rompe la calma:

⎯¡Me mordió! ¡Un tibuórn! ⎯grita Moríns desde el agua.

Karl y yo nos levantamos de inmediato, tropezando con la hielera.

⎯¿¡Un tiburón!? ⎯grito yo.

⎯¿Tiburón? ⎯repite Karl, ya medio pálido.

⎯¡Me mordió algo! ¡Algo me mordió! ⎯insiste Moríns, chapoteando como si estuviera en una película de acción.

Sin pensarlo, me quito la playera y me lanzo al agua de un clavado. Nado hacia él con rapidez, el corazón latiéndome en los oídos.

⎯¡Un tibuórn! ¡Me modrió! ⎯grita de nuevo Moríns, cada vez más dramático.

Llego hasta él y, sin darme tiempo a decir nada, Moríns se cuelga de mi espalda como si fuera un koala en pánico.

⎯¡Nada, nada! ¡Sálvame! ⎯me grita al oído.

⎯¡Eso hago! Pero estás… muy pesado.

⎯¡Solo nada! ¡Nos va a comer el tiburón!

Nado lo mejor que puedo con su cuerpo pegado al mío, chapoteando como si estuviéramos en una comedia absurda. Él no para de quejarse mientras yo lucho contra el agua y su drama. Karl ya nos espera en las escaleras del yate, estirando el brazo con urgencia.

⎯¡Vamos, vamos! ⎯grita.

Moríns agarra su mano como si fuera la última oportunidad de sobrevivir. Entre los dos lo subimos. Tiene la respiración agitada, los ojos desorbitados y una mano en la pierna como si estuviera herido de guerra.

⎯¡Un tiburón! ¡Les dije que era un tiburón! ⎯se queja, tirado sobre la cubierta, agarrándose la pierna.

Subo rápidamente detrás de él y ayudo a Karl a incorporarlo.

⎯No veo ninguna mordida de tiburón ⎯dice Karl mientras lo examina.

⎯¡Pero me duele horrible! ¡Algo me mordió! ⎯insiste Moríns, ahora con un tono casi infantil.

Karl sigue revisando con paciencia, hasta que se detiene y señala una zona enrojecida en la pierna.

⎯No fue un tiburón ⎯dice, aliviado⎯. Pero te rozó una medusa.

Moríns se incorpora un poco.

⎯¿Una medusa? ⎯pregunta Moríns con los ojos desorbitados.

⎯Sí, una aguamala ⎯responde Karl, inclinándose para observar mejor⎯. Incluso…

Me hace una seña para que lo incorpore un poco, y cuando lo hacemos, vemos que la medusa sigue pegada a su piel… justo cerca de la ingle.

⎯Awwww, está pequeñita ⎯dice Karl, como si estuviera hablando de una mascota.

⎯¡Deja de jugar y quítala! ¡Me duelen hasta los hue… ¡AH! ⎯grita Moríns, justo en el momento en que arranco la medusa de un tirón y la lanzo al agua.

⎯Si no tocas los tentáculos, no te pican… lo vi en Buscando a Nemo ⎯me justifico, levantando las manos.

⎯¡Dios! ¡Me duele! ¡ME DUELE! ⎯se lamenta Moríns, mientras rueda por la cubierta como si le hubieran disparado⎯. ¡Esto es un atentado! ¡Una emboscada marina! ¡Me siento traicionado por el océano! ¡En mi propia tierra!

⎯No sabía que eras tan dramático, Moríns ⎯comento, intentando no reírme, pero mi voz ya tiembla de la risa contenida.

⎯Cuando una medusa te queme los huevos me dices quién hace drama, ¿va? ⎯responde, furioso, apretando los dientes⎯. ¡Karl! ¿Se me va a caer? Dime la verdad, ¿se me va a caer?

Karl ya no puede más. Se lleva una mano a la cara y empieza a reírse con fuerza, intentando contenerse, pero sin éxito.

⎯¡No es gracioso! ⎯grita Moríns, completamente ofendido⎯. ¡Mis partes nobles están en peligro nacional!

Karl y yo estallamos en carcajadas. No lo podemos evitar. La mezcla de su indignación, el ardor y su dramatismo es demasiado.

⎯Voy a demandarlos por negligencia emocional. ¡¿Qué no eres doctor?! ⎯le lanza a Karl con voz de reproche.

Karl, tratando de mantener la compostura, se agacha a su lado y le habla con tono profesional, aunque con una sonrisa burlona en los labios:

⎯Sí, claro. A ver… del uno al diez, ¿qué tan fuerte es el dolor, siendo diez el peor dolor imaginable?

⎯¡¡Diez!! ¡DIEZ! ¡DIEZ! ⎯grita Moríns, tan alterado que hasta se le traba la lengua.

⎯Cuando una persona sufre una picadura de medusa ⎯comienza, adoptando su voz más profesional⎯, lo que ocurre es que miles de cnidocitos liberan nematocistos, unas estructuras microscópicas que inyectan veneno en la piel. Esto provoca ardor, dolor, inflamación y, en algunos casos, reacciones alérgicas.

⎯En cristiano, Karl ⎯le pide Moríns, retorciéndose un poco de dolor⎯. No tengo tiempo para Discovery Channel.

⎯Necesitamos contrarrestarlo con urea y amoníaco ⎯continúa Karl⎯, sustancias que se encuentran en cremas humectantes, algunos fertilizantes, sudor y… ⎯hace una pausa dramática, bajando la voz como si estuviera a punto de revelar un secreto milenario.

⎯¿¡Y DÓNDE MÁS!? ⎯grita Moríns, con cara de desesperación.

⎯En la orina ⎯dice Karl, muy serio.

El silencio que sigue dura exactamente dos segundos, hasta que Moríns se incorpora como puede y grita:

⎯¡NI SE LES OCURRA! ¡NADIE ME VA A ORINAR! ¡PREFIERO MORIR INTOXICADO POR MEDUSA! ⎯grita Moríns, aferrándose a su dignidad como puede.

⎯Bueno… ⎯responde Karl, encogiéndose de hombros sin pensarlo demasiado.

Se da la vuelta tranquilamente y se aleja hacia la proa, como si ya se hubiera deslindado por completo de la situación.

⎯¿¡Me vas a dejar morir aquí!? ⎯le grita Moríns⎯. ¿Nadie trae crema humectante? ¿Un bálsamo milagroso? ¿Vaselina, al menos?

Lo mira en pánico. Yo niego con la cabeza, tratando de no reírme.

⎯Nada. Ni un bálsamo labial ⎯le digo.

⎯Son 50 minutos de regreso, Moríns ⎯añade Karl, sin voltearse⎯. Piensa en lo que te importa más: tu orgullo… o tus… ⎯ Y señala con la mirada su ingle. 

Moríns lanza un quejido dramático y se deja caer de espaldas sobre la cubierta.

⎯Que alguien llame a mi madre y le diga que su hijo murió como un héroe…

⎯Como un mártir de la medusa ⎯completo yo, riendo.

⎯¡Y ni una bendita pomada, carajo! ⎯grita él al cielo. 

Karl se acerca con una bolsa de hielos y la coloca con cuidado sobre la ingle de Moríns.

⎯Mira, Moríns… solo es pipí.

⎯¿Solo es pipí? ⎯repite Moríns, en tono sarcástico, con los ojos entrecerrados por el dolor.

⎯Sí. La pipí puede ayudar a disminuir el ardor. Estamos en medio de la nada, los tres. Nadie lo sabrá más que nosotros… ⎯dice Karl, con voz de terapeuta alternativo.

⎯Una vez vi un video que empezaba así… ⎯musita Moríns.

⎯Moríns ⎯lo interrumpe Karl, sin paciencia.

⎯Perdón. El dolor me está matando. ¡Se me está entumiendo la pierna!

⎯Lo sé. Por eso… solo es pipí.

Moríns suspira como si estuviera firmando un contrato con el diablo.

⎯Y… ¿serás tú? ⎯pregunta, mirándolo con resignación⎯. ¿Tu pipí?

⎯No. Yo no tengo ganas ⎯responde Karl con total normalidad.

⎯Yo sí ⎯digo, casi sin pensarlo.

Ambos se giran a mirarme al mismo tiempo.

⎯¿Qué? ⎯pregunto, encogiéndome de hombros⎯. Digo, si nadie más puede y hay que salvar una vida…

Moríns abre la boca, claramente dispuesto a protestar, pero luego la cierra lentamente. Me mira directo a los ojos. Hay resignación, horror… y un toque de gratitud.

⎯Está bien ⎯dice al fin, como quien se entrega al destino.

Entonces me llevo las manos a la cintura para bajar el short de baño.

⎯¿¡Espera, espera, espera!? ⎯salta Moríns, volviéndose hacia Karl⎯. ¿No lo pondrás en un vaso o algo así?

⎯No ⎯responde Karl, completamente serio⎯. Es mejor directo. Más amoníaco, más efectivo.

Moríns mira a ambos lados, como si de pronto alguien pudiera espiarnos desde las nubes.

⎯¿Aquí? ¿En la cubierta?

⎯Estamos en medio del mar. El capitán no nos ve. Esto es zona segura ⎯le aseguro.

Él cierra los ojos y asiente lentamente, como si estuviera firmando un pacto con el universo.

⎯Si esto no nos convierte en hermanos para siempre, no sé qué lo hará ⎯digo, mientras busco una toalla y la extiendo para crear un perímetro logísticamente funcional.

Moríns se cubre los ojos con ambas manos.

⎯Ni una palabra de esto a nadie… nunca.

⎯Nada… ⎯promete Karl, solemnemente, como si estuviéramos jurando ante una corte ancestral.

El silencio que se hace después tiene el peso sagrado de un ritual absurdo, y el mar sigue moviéndose, imperturbable, como si todo fuera perfectamente normal. Ya no hay palabras, sólo hermandad.

***

Una hora después, el yate atraca en el muelle con la misma calma con la que todo en Puerto Vallarta parece suceder. Moríns camina un poco mejor, aunque todavía lleva una bolsa de hielo en la mano ⎯por si las dudas, según él. Karl y yo intercambiamos miradas cómplices. Somos sobrevivientes de una escena que jamás será contada. O eso juramos.

Las chicas ya nos esperan cerca de la entrada del muelle. Lila y Sila lucen radiantes y relajadas, con la piel ligeramente enrojecida por el calor del temazcal. Alegra toma agua de coco como si viniera de una ceremonia chamánica de alto nivel.

⎯¡Ahí están mis guerreros del mar! ⎯dice Lila con una sonrisa.

⎯¡Sobrevivieron! ⎯añade Alegra, abriendo los brazos para abrazar a Karl.

⎯¿Qué tal estuvo el viaje espiritual? ⎯pregunta Sila, mientras se abanica con una hoja de palma que claramente trajo del temazcal.

⎯Purificante ⎯responde Moríns, apretando los dientes como si todavía sintiera el ardor⎯. Muy… intenso.

⎯¿Qué te pasó? ⎯pregunta Sila, frunciendo el ceño al notar cómo camina.

⎯Lo picó una aguamala ⎯dice Karl, con tono neutral, como si hablara de una picadura de mosquito.

⎯Awww, pobrecito… ⎯Sila se acerca a su marido con cara de ternura⎯. ¿Ya te dio Karl paracetamol? Seguro que el capitán tenía uno en el botiquín.

Moríns se queda congelado por un segundo. Karl y yo nos miramos, tratando de no reír.

⎯Eh… no fue necesario ⎯responde él, evitando los ojos de su esposa⎯. Se aplicó un tratamiento alternativo.

⎯¿Alternativo? ⎯pregunta Alegra, sospechando.

⎯Espiritual… pero no místico. Más… práctico ⎯añade Karl, dándole un trago a su agua de coco.

Yo me aclaro la garganta.

⎯Digamos que fue una experiencia de unión ⎯respondo, intentando sonar místico y no morir de risa.

⎯¿Podemos irnos ya? ⎯interrumpe Moríns, algo molesto, mientras camina por el muelle apretando la bolsa de hielos contra la ingle con una dignidad dolorosa.

Karl y yo nos miramos por un segundo… y sonreímos.

⎯¿Sí había paracetamol, cierto? ⎯le pregunto en voz baja.

⎯De nada… hermano ⎯me responde.

Karl me lanza una sonrisa ladeada, toma de la mano a Alegra y se aleja con la tranquilidad de quien sabe que ha cumplido con su misión médica… Y sí, lo que pasó en altamar… se queda en altamar. Por ahora.

4 Responses

  1. No paro de reír, jajajaja que buena broma jajajaja este es uno de los que me agradan más lleno de unión y travesuras jajajaja gracias Ana eres Grande 💕💕💕

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