DANIEL
– La noche del evento –
Al fin ha llegado el día esperado, el día que se inaugurará la Casa de la Música, y yo, en lugar de estar emocionado, estoy sumido en una tristeza profunda. Se supone que este día debería estar lleno de felicidad, una celebración que marcaría un hito en la historia de la fundación, un día en que Tazarte y yo llegaríamos juntos, como pareja, y yo tendría el honor de verlo dirigir una orquesta frente a una multitud. Pero no. No será así. Él llegará por su parte, y yo por la mía, probablemente sin siquiera poder saludarlo.
—Dios, soy patético —me murmuro, mientras observo a la nada, sintiendo cómo el peso de mis pensamientos me aplasta. Miro la pila de documentos en mi escritorio, pero mi mente no está allí. No hay nada que me interese ahora mismo, nada que pueda sacarme de este agujero emocional en el que estoy atrapado.
—¿Jefe? —escucho la voz de Marlen, que acaba de entrar por la puerta.
Me giro ligeramente, levantando la mirada solo lo suficiente para ver cómo entra con un esmoquin clásico, cuidadosamente protegido en una bolsa de plástico, recién lavado y planchado. Es el traje que usaremos para la inauguración, pero en este momento, me parece solo una pieza más de una vida que ya no se siente como mía.
—Gracias, déjalo en el baño —le pido, con una voz que me sorprende por lo apagada que suena.
Marlen entra con paso firme, colgando el esmoquin en el baño. Se detiene un momento, observándome con una mirada que no puedo evitar notar. Hay algo en su gesto que me hace sentir incómodo, como si pudiera ver más de lo que quiero mostrar.
—Nunca lo había visto así, jefe —dice, su tono es suave, pero hay una carga de preocupación que no puedo ignorar.
—Siempre estoy así, Marlen —le contesto, intentando restarle importancia a lo que acaba de decir—. Sombrío, deprimido y cansado.
—No —me responde, negando con la cabeza—. Usted está triste. No tiene nada que ver con lo otro.
Me quedo en silencio por un momento, y después sonrío levemente.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Aunque no lo crea, lo conozco. Lo veo todos los días. Sé lo que ha pasado y las medicinas que toma. Pero esto… es muy diferente. La tristeza no es simplemente una emoción pasajera o una reacción a un mal día. La tristeza más profunda es la que cambia algo en ti, la que te transforma. ¿Me entiende?
Suspiro, sintiendo el peso de sus palabras.
—Esta tristeza no es algo externo, es interna. Es porque soy un idiota. Me la busqué yo. Las otras… —Me detengo un momento, dejando que mis pensamientos fluyan antes de seguir—. Bueno, tal vez las otras también fueron mías. Tal vez he estado corriendo de algo más grande que yo mismo.
Marlen se sienta en la silla frente a mí, observándome con la misma paciencia que siempre.
—Su tío Robert siempre decía que nuestra vida son las decisiones que tomamos, y que, buenas o malas, no se arrepentía de haberlas tomado. Siempre decía: “Mira, si no hubiese decidido hablarle a Julie, ahora no estaría en España, con tres hijos, tres nietos y una esposa maravillosa. La vi en esa conferencia y me enamoré. Fue amor a primera vista. Yo estaba deprimido, solo, y me sentía viejo. Ella…”
—Ella fue quien me vio con ojos nuevos y me hizo quien soy… —finalizo, recordando las palabras de mi tío Robert.
—Así es. Y con Tazarte fue igual. Él lo vio con ojos nuevos, le dio la oportunidad de hacer algo grande, y ahora lo es. Mire, que Tazarte deje de hablarle o que ya no esté con usted no lo regresa al Daniel que era antes, ¿me entiende? Ya no es el mismo Daniel. Ya no. Ya no es el deprimido, cansado y sombrío. Es un Daniel que solo está triste, pero que sabe, en lo más profundo de su ser, que puede hacer algo. La depresión ya no lo ata, ahora puede actuar. —Marlen suspira profundamente—. Mire, se lo voy a decir en su idioma favorito, las finanzas. ¿Se acuerda lo del coste de oportunidad?
—Sí, lo repetía mi abuelo millones de veces…
—Yo no lo conocí, pero su tío Robert siempre me lo decía.
—Pero el coste de oportunidad es una decisión que se toma y es definitiva; no puedes tomar la otra porque no sabes qué te perdiste.
—Ese es el chiste, jefe. Que su vida no son finanzas. Usted sí sabe lo que se perdió. Y eso, a diferencia de las gráficas o las acciones, se puede intentar recuperar. No igual, pero con valor. ¿Me entiende? No todas las oportunidades se repiten… pero algunas, si uno está dispuesto a moverse, a apostar… pueden volver. Distintas, sí. Pero aún posibles.
—Una reinversión estratégica… —murmuro, sonriendo con una mezcla de ironía y esperanza.
—Así es… —asiente, dándome una palmada en el hombro—. Pero esta vez, no mire solo los riesgos, mire también el rendimiento emocional. Porque hay pérdidas que no se contabilizan… pero pesan. Y hay ganancias que no tienen precio.
—Y Tazarte…
—Tazarte fue la inversión más valiente que ha hecho. Aunque no sepa si le va a dar dividendos, usted ya cambió. Y eso, jefe… eso ya es ganancia.
Me quedo en silencio, pensando en sus palabras. Por primera vez en mucho tiempo, siento que tengo algo que se parece a un plan. O al menos, el deseo de volver a intentarlo.
—Gracias… —digo sinceramente. La gratitud pesa en mi pecho, como si por fin estuviera viendo algo de claridad.
—Ya sabe. Estoy aquí para recordarle que su corazón también tiene su propio balance. Solo que ese no se cierra al final del trimestre. Ese se cuida cada día.
Me pongo de pie y abrazo a Marlen.
—Sé que no soy Robert, pero muchas gracias.
—De nada… Ahora, mi recompensa es ir a contarle esto a mi amiga —bromea, guiñándome un ojo.
Me separo de ella y voy hacia el baño.
—No, aún no, espérate esta noche… te juro que te daré material para un mes de chismes —le comento, mientras entro al baño, animado por lo que podría venir después. Comienzo a vestirme para el evento, con una sensación que no había sentido en mucho tiempo: esperanza.
***
Salí a tiempo, pero el tráfico está fatal, así que ahora me encuentro atrapado entre los autos, vestido de gala, con una ansiedad que me consume y temiendo que no llegaré a tiempo para la inauguración. El reloj avanza y yo sigo inmóvil, como si el mundo estuviera conspirando para retrasarme aún más.
—¿Hay alguna manera de zafarnos de esto? —le pregunto a mi chofer, quien parece completamente tranquilo y decidido a leer su libro mientras esperamos que el tráfico se mueva.
—Sólo si el auto volara, joven —me responde, con esa familiaridad que ya hemos cultivado a lo largo de los años.
Suspiro profundamente. No puedo creer que vaya a llegar tarde. Se supone que este día debería ser perfecto. Todo debería haber salido según lo planeado, pero a quién engaño, desde hace mucho tiempo, las cosas en mi vida no salen como deberían.
—No puedo llegar tarde —pronuncio en voz baja, observando el reloj. La hora de la inauguración ya ha llegado, y aquí estoy, atrapado en el tráfico.
Tomo mi móvil y noto que el chat familiar tiene 90 notificaciones entre conversación y fotos. Todos están allí, compartiendo el momento, menos los niños, que ya tuvieron su momento en la mañana.
Decido entrar a la conversación privada con David y le marco. Momentos después, contesta.
—¿Dónde estás? Estamos a punto de iniciar —me pregunta, claramente preocupado.
—Atascado en el tráfico. ¿Te mando el discurso de inauguración y lo lees? —le respondo, con la esperanza de al menos hacer algo útil mientras sigo esperando.
—¡Qué! —exclama, algo sorprendido.
—Sólo léelo. ¿Sabes leer, no? —le respondo con sarcasmo.
—¿Y así quieres que te ayude? —me pregunta, ya con el tono juguetón de siempre.
—Llegaré, aunque sea al final. Daré el discurso de cierre —le aseguro, esperando que sea
Entro a mis archivos y le mando el discurso de bienvenida.
—Ya lo recibí, le pediré a mi papá su iPad. Pero no te tardes, sabes que no soy bueno en los discursos improvisados. Oye, ¿Tazarte? ¿Cómo está? —me pregunta de repente, con un tono que no puedo identificar.
—Bien, ¿por qué? —respondo, algo sorprendido por la pregunta.
—No, por nada… —finje, pero sé que algo no está bien.
—Pensé que tenían algo. —insiste, algo curioso.
—¿Por qué lo dices? —pregunto, comenzando a sospechar que esto no es una conversación casual.
—Pues… después de dejar a Aria en la casa de Julie para una pijamada con los críos, llegó a la inauguración con un hombre guapísimo. Al parecer, es político.
Una ola de celos me invade, aunque intento no mostrarlo.
—¡Claro que no! —respondo rápidamente, tratando de disimular mi reacción.
—Claro que sí. Guapísimo. Educado. Alto. Buen cuerpo. Con mirada 10/10 de piloto. Dicen que puede ver en la oscuridad.
—¡DAVID! —exclamo, al darme cuenta de que me está engañando.
—Así que celos, ¿eh? —bromea, claramente disfrutando de mi incomodidad.
—¡Sólo lee el maldito discurso, ¿vale?! —le reclamo, intentando cambiar de tema.
David se ríe al otro lado de la línea. Por alguna razón, mi vida amorosa siempre le resulta graciosa, como si fuese una broma interminable.
—Está bien… —constesta, mientras continúa riéndose.
Termino la llamada, y el estallido de los claxón tocando, tratando de avanzar me invade.
—Dios… no voy a llegar a nada —digo.
En eso, tomo mi Messenger bag, guardo mi móvil y mi cartera y abro la puerta del auto.
—¿Joven? —me pregunta el chofer.
—Te veo en la Casa de la Música, me adelanto —comento.
Abro la puerta y me bajo del auto. No dejo que me conteste, sólo camino hacia la banqueta y me meto por el parque para atravesar a la otra calle. Lo hago con prisa, incluso, noto que voy corriendo, aunque los zapatos no me ayudan.
—No llegaré corriendo —digo en voz alta, al notar que ya estoy sudando mi esmoquin.
Bajo la velocidad y respiro profundamente, tratando de calmar la ansiedad que se apodera de mí. Correr, en pleno verano madrileño, con un traje de gala, no es la mejor de las ideas. El calor me golpea como una pared, y el sudor comienza a pegarse a la tela del saco, lo que hace aún más incómodo el trayecto. Miro la hora nuevamente, y el pánico empieza a crecer. No voy a llegar. Necesito encontrar una manera de llegar más rápido.
En un impulso, decido que es hora de actuar, de hacer algo que, aunque no está en mis planes, podría salvarme de este desastre. Dando un vistazo a mi alrededor, noto una tienda deportiva en la esquina. Sin pensarlo más, giro sobre mis talones y me dirijo a la entrada. Al atravesar la puerta, un aire fresco me da la bienvenida. Respiro con alivio. Me acerco rápidamente a la sección de bicicletas, sin importar si me miro ridículo en mi traje de gala.
En cuanto veo la bicicleta, no me detengo a pensar demasiado. La compro sin dudarlo, pago con rapidez y, en un par de movimientos, salgo de la tienda, ya decidido a continuar mi misión.
Me pongo el casco arruinando mi peinado, subo al asiento con algo de torpeza, y rápidamente pedaleo, buscando la velocidad que el tráfico no me ha dado. La brisa de la noche empieza a despejar mi mente y, aunque sigo con la presión de llegar tarde, al menos ahora siento que tengo el control de la situación.
Sé que me veo completamente ridículo, vestido con un esmoquin, manejando una bicicleta en medio del caos del tráfico, y probablemente apeste a rayos cuando finalmente llegue al lugar. Pero es mi última oportunidad de hacer las cosas bien. Es lo que necesito hacer para recuperar a Tazarte. No puedo fallar.
Pedaleo con determinación, moviéndome entre los autos que avanzan a paso de tortuga, gritándole a la gente que se mueva, con la adrenalina bombeando en mis venas. La sensación de urgencia me empuja a seguir, sin importar cuán absurdo se vea todo esto. Me concentro en el ritmo de mis pedaleos, buscando una velocidad que me permita respirar, que me dé un respiro en medio de este caos. Trato de llegar antes de que los semáforos se pongan en rojo, rogando que el universo me dé una oportunidad.
De vez en cuando, reviso mi reloj. El evento ya comenzó. Tazarte debe estar en el escenario, dirigiendo a la orquesta, y yo aquí, atrapado en este atasco ridículo, perdiéndome la oportunidad de estar a su lado, de ser testigo de lo que tanto he deseado. Me siento como un idiota, pero no puedo detenerme ahora. Tengo que hacerlo. Tengo que llegar, aunque me cueste el último aliento.
Poco a poco, el tráfico va dando paso a una leve liberación. El aire fresco comienza a rozarme el rostro, y el sudor que antes me cubría el cuerpo empieza a disiparse. La presión en mis piernas persiste, pero no me importa. Mi objetivo está claro, y no puedo permitir que nada me detenga. Pedaleo, con más y más fuerza, cada movimiento más decidido. La Casa de la Música ya está a la vista.
Finalmente, con un último esfuerzo, llego a la entrada de la que fuera la antigua casa de los Karagiannis. Me bajo de la bicicleta, con las piernas temblando de cansancio, y le hago un gesto al valet parking para que la deje en un lugar que pueda recordar fácilmente.
—Lo logré… —me susurro, con una sonrisa nerviosa, mientras comienzo a subir las escaleras hacia la entrada.
Desde la planta baja, la música comienza a colarse por los pasillos, suave al principio, pero creciente a medida que me acerco. Puedo escuchar el eco vibrante de una melodía clásica que llena el aire, resonando entre las paredes como un símbolo de la noche que me espera. Todo está cuidadosamente ordenado. Las mesas dispuestas para la recepción después del concierto, cubiertas con manteles blancos, donde las copas de cristal reflejan las luces brillantes del salón. El personal se mueve de un lado a otro con precisión, mientras los meseros, impecablemente vestidos, se aseguran de que todo esté en su lugar.
Pero mientras todo parece estar en armonía, algo en el aire cambia cuando empiezo a caminar por el salón. El personal me observa de reojo. Algunos se detienen por un momento, dejando de organizar las bandejas o limpiar las mesas. A pesar de la sonrisa profesional, puedo ver la sorpresa en sus ojos al verme llegar empapado de sudor, exhausto y con la respiración entrecortada. Algunos, en su afán de no ser obvios, se alejan rápidamente, pero yo sé que lo notan. Una parte de mí quiere esconderme en la esquina, pero otra sabe que es el momento de enfrentarme a todo esto, aunque sea con un respirón agotado. Con un poco de vergüenza, pero con el corazón en la mano, subo las escaleras hacia el salón.
Entro a la oficina y, de inmediato, noto a Valentina y David sentados en el sofá. Hay algo en la atmósfera, un silencio que habla más que mil palabras. Al parecer, acabo de interrumpir un momento muy privado entre ellos.
—Casi no llegas… —dice David Tristán, con esa sonrisa juguetona que a veces me saca de quicio—. Te ves…
—Cállate —le respondo rápidamente, anticipando el sarcasmo en su voz antes de que pueda decir algo más—. ¿Cómo te fue el discurso?
—Bien, como siempre.
David se levanta del sofá y camina hacia mí, su paso confiado y relajado, como si no hubiera una montaña de emociones apretando mi pecho. Nos quedamos quietos detrás de la puerta, esperando a que todo suceda. Me paso una mano por el cabello, intentando calmarme, y abro un poco el saco para ventilar el calor.
—Dios… —expreso en voz baja, casi como una súplica, mientras intento controlar los nervios.
—¿Cómo llegaste? —me pregunta, con la curiosidad en sus ojos, y yo, sin pensarlo, respondo.
—En bicicleta. He estado rondando casi desde el Conglomerado hasta acá, sin descanso.
—¡Guau! —dice, casi impresionado—. Pues debiste haber pasado por casa a buscar un desodorante.
—¡Cállate! —contesto, intentando mantener una sonrisa mientras me preparo para lo que viene.
De repente, los aplausos se oyen a través de las paredes. El concierto ha terminado. Mi corazón se acelera. Es mi turno. El momento por el que he corrido, pedaleado y sacrificado tanto. Un solo momento que podría cambiarlo todo.
La puerta se abre y mis ojos se cruzan con los de Tazarte. Es una mirada fugaz, intensa, y todo parece ralentizarse. Él entra a la oficina, con una seguridad inquebrantable, como si fuera parte de un acto ensayado. Es curioso cómo, de alguna manera, el director siempre deja que la verdadera estrella, la orquesta, brille. Pero hoy, es él quien ocupa el centro del escenario.
—¡Felicidades, Taz! —dice Valentina, con una sonrisa amplia, llena de sinceridad.
—Gracias —responde él, simplemente, sonriendo de manera contenida, con esa elegancia que siempre lo caracteriza.
Nos volvemos a encontrar frente a frente. El momento está cargado de todo lo que hemos sido y lo que podemos llegar a ser. Con seriedad, le digo, sin poder ocultar la profundidad de mis palabras.
—Tazarte…
—Daniel… —responde, sin más, y el simple sonido de su voz parece resonar en mi pecho.
Tazarte sale nuevamente, como habíamos ensayado, y yo lo sigo detrás, sin poder dejar de pensar en lo que se viene. Es hora del discurso, antes del Encore. Es el momento que he estado esperando, pero también temiendo. Es el momento de hacer uno de los actos más importantes de mi vida: intentar recuperarlo. Intentar mostrarle lo que realmente siento, lo que nunca le pude decir.
Recibe los aplausos, regresa a su lugar y tomo el micrófono. Mis manos empiezan a sudar, pero no es solo por el esfuerzo físico, no es solo por la bicicleta. Es el nerviosismo, la ansiedad de estar completamente expuesto frente a todos. Las cámaras se ajustan, los flashes se disparan. Sé que todos me están mirando. Mi familia, mis amigos, los invitados, y más allá de las paredes de esta sala, toda España. La sensación de estar en el centro de una tormenta de miradas me invade por completo. Estoy completamente expuesto, vulnerable.
Suspiro y comienzo a hablar. Mi voz suena más firme de lo que siento por dentro, pero intento ocultarlo.
—Esto ha sido maravilloso, ¿no es cierto? —pregunto, y la respuesta es un rotundo sí, como un eco de lo que todos esperan escuchar.
Me dirijo a la cámara frente a mí, la que no deja de capturar cada detalle, y continúo:
—Este es el proyecto en el que participo. Tuve la suerte de que el maestro de la Mora me invitara a formar parte y que tomara en cuenta mis ideas, sabiendo que no sé mucho de música, a pesar de ser hermano de un pianista muy talentoso. —Volteo a ver a mi hermano Héctor y todos aplauden—. Pero lo que realmente me marcó fue que el maestro vio algo en mí. Algo que ni yo mismo era capaz de ver.
El silencio se hace pesado por un momento, pero trato de no dejar que el nerviosismo me consuma. Los flashes siguen iluminando mi rostro. La expectación se siente en el aire. Respiro profundamente y continúo, porque sé que no puedo detenerme ahora.
—Con la experiencia del maestro, logramos que esta casa se convirtiera en un refugio para la música, un lugar en el que todos pudieran expresarse mediante el arte. Pasó de ser una mansión fría a convertirse en un hogar. Un lugar seguro, lleno de talento. —Tomo aire, buscando fuerzas—. Muchos no lo saben, pero el maestro Tazarte es sumamente talentoso. Ha ganado concursos de dirección e instrumento. Toca muchos instrumentos, pero comenzó con la guitarra clásica, y también toca piano, cello y flauta transversal. Ha recibido múltiples becas, patrocinadores y menciones. Por eso, es un honor para la Fundación Canarias-Lafuente que haya aceptado ser el director de nuestra orquesta juvenil y, con ello, que los futuros músicos sepan que no todo es talento, suerte y patrocinadores, sino también mucho estudio, esfuerzo y, sobre todo, corazón.
Los aplausos estallan, y me tomo un momento para respirar. Siento que he dicho lo correcto, pero lo que sigue es lo más importante. Lo más difícil.
—Lo que pocos saben es que Taz no solo es un gran director y músico, sino una gran persona. Es entregado, coherente con lo que dice. Además, nadie sabe que él es, y siempre será, una persona especial para mí. Porque, entre consejos musicales y relatos de su experiencia, me permitió ser su amigo, formar parte de ese universo que lo rodea. Pero lo más importante de todo es que me abrió su corazón.
El murmullo se intensifica, las cámaras siguen su curso, pero mi voz es firme. Mi corazón late más fuerte que nunca.
—No solo me dejó entrar en el mundo de la música, sino también en su vida, en su mundo interior y en su hogar. Fue un gran escucha cuando lo necesité, y me demostró que puedo volver a confiar en las personas. Él estuvo conmigo en mis momentos más bajos, y yo le prometí que vería lo mejor de mí. Sin embargo, le fallé. Me dejé llevar por las pruebas incorrectas y, citándolo a él, le escupí en la cara.
Los invitados se miran entre sí, sorprendidos, pero veo a mi padre, que con ligeras señas me indica que siga.
—Y por eso, quiero aprovechar este momento, frente a todos ustedes, para pedirle perdón.
El silencio se hace denso, palpable. Toda la sala parece contener la respiración. Puedo ver a mi papá sonriéndome desde el fondo, a mi madre emocionada y a Jo al borde de las lágrimas. Miro a Tazarte, que sigue tranquilo, pero claramente expectante, aguardando lo que vendrá.
—Taz, sé que mis errores te han herido profundamente. Y sé que soy la última persona que quieres ver en este mundo, pero no puedo seguir adelante sin decirte lo mucho que te admiro, lo mucho que te amo y, sobre todo, lo mucho que te debo. Eres una de las personas más importantes de mi vida. Me enseñaste a confiar, a amar, a mirar la vida con otros ojos. Por ti, soy una persona diferente, y, sobre todo, mucho mejor que antes.
Tazarte esboza una leve sonrisa, pero sigue sin mirarme directamente.
—Sé que te fallé, pero quiero que sepas, aquí públicamente, ante mi familia, los invitados y toda España que nos está viendo, que lo que más deseo es hacer todo lo posible para que confíes en mí, para que me dejes entrar en tu vida de nuevo. Para que me dejes demostrarte, día a día, lo mucho que te amo. Si me das la oportunidad de estar a tu lado de nuevo, te prometo que pasaré el resto de mi vida demostrando lo que siento por ti.
El silencio es absoluto, todos esperan. Algunos miran a Tazarte, mientras la tensión en el aire parece volverse más espesa. Pero ya no puedo retroceder.
—Gracias.
Levanto la cabeza, mis ojos buscan a Tazarte, esperando una respuesta. Mi corazón late con fuerza, temblando ante la incertidumbre, pero sea cual sea la respuesta, ya no me importa. Lo importante es que ahora soy honesto conmigo mismo y con él.
Los flashes de las cámaras no se hacen esperar. No hay aplausos, no hay nada. Solo un silencio que parece devorarme poco a poco. He confesado todo frente a todos. Todo Madrid, toda España se ha enterado no solo de mi orientación, sino de lo que hice al hombre que amo. Es una exposición total de mis sentimientos, esos que por mucho tiempo mantuve en secreto. Una muestra pública de amor, una vulnerabilidad absoluta que ya no puedo ocultar. Amo a Tazarte, y ya no tengo miedo de decírselo al mundo.
Me siento completamente orgullosa de Daniel.. y sin duda estoy en una combinación de Manu, Ainhoa y Jo. Que momento tan hermoso y tan lleno de incertidumbre
Ahhhhhhh por Dios Dani, Taz merece ser elogiado en su gran día, amado y valorado hasta el final
Guauu que declaración Daniel se la re jugo❤️❤️💪🏽💪🏽💪🏽
Excelente Dani!! Increíble momentazo!! 🥰🥰
Qué belleza de capítulo y qué diferente es este Daniel al que conocimos en los primeros capítulos; el amor de Tazarte lo motivó a permitir que la verdad lo haga libre.
OMG!!! Después de la intervención de Jo, Marlene, Manuel… Dani tenían que hacer algo… que emoción!!!
Estoy justo como Jo, al borde de las lágrimas con el discurso de Daniel 🥹… Un instante tan lleno de sinceridad y amor que no puedo esperar para saber la reacción de Tazarte 🤭
Daniel ha tenido un proceso difícil para llegar hasta esta nueva versión de él. Y es bueno que haya notado el cambio y sobre todo que está dispuesto a mantenerlo. Muy orgullosa de ti, pequeño gran Dan 🥹 🫂
Wow no me esperaba eso, es el acto de valentia y amor mas grande q le puede demostrar a Taz, para lo q significa eso para Dan. Todos lloramos. Q lindo.