VALENTINA
México
-5 años después –
No sé qué día es. Hace mucho que perdí la cuenta. Tampoco sé si es madrugada o si apenas empieza la noche. Solo sé que hay estrellas. Estrellas… y el traqueteo irregular de la camioneta avanzando por un camino de terracería.
El metal oxidado de la caja vibra bajo mi espalda magullada, mientras la música de un grupo regional retumba desde la cabina. Cada bache es un nuevo puñal que se clava en mis costillas, que deben estar rotas. La mano derecha ya no la siento, solo un zumbido sordo recorre todo el brazo. La pierna rota desde hace días me mantiene inmóvil, y las muñecas atadas me recuerdan, con su ardor constante, que no he podido escapar.
Estoy tirada sobre una lona maloliente, junto a dos cuerpos que no reconozco. Me duelen hasta los párpados. La boca la tengo seca, los labios partidos, la lengua entumecida. No hay duda. Hoy voy a morir.
Un bache más me lanza contra el suelo metálico. El grito me sale del alma.
⎯Ya casi llegamos, Valentinita. No me grite, muchacha, que si no le va a ir peor ⎯dice uno de los hombres desde el asiento delantero, sin molestarse en voltear.
No distingo sus rostros. Solo sus risas. Huele a humo de cigarro barato. Apenas entiendo lo que dicen, pero lo suficiente: tienen órdenes de llevarme a donde nadie me encuentre. Callarme. Para siempre.
Y pienso que este destino, tal vez, me lo busqué. Pude haberlo evitado. Pude haber dicho que no. Todo comenzó como un acto de libertad. Una idea de Jon que se complicó. No lo culpo, él cumplió. Fui yo quien no supo cómo. Pasé de los brazos fuertes de Tristán ⎯mi refugio, mi amor⎯ al abandono más cruel. Terminé en México, sola. Pero libre.
Me llamaron activista incómoda. Porque en lugar de esconderme, decidí salir al mundo. Ayudar a los que no tienen voz. A los niños huérfanos por el narco. A las madres que escarban con sus propias uñas buscando huesos. Por eso estoy aquí.
⎯¡Ahhh! ⎯gimo cuando otro bache me lanza la cabeza contra el metal.
El golpe me deja aturdida. Quieren que esté consciente. Que sienta el final.
¿Quién podría enamorarse de alguien como yo?
Yo lo haría…
Escucho la voz de Tristán. Recuerdo ese instante en la cascada. Su ternura. Su mirada. Si su recuerdo es lo último que tengo antes de morir… me basta.
La camioneta se detiene.
⎯Dios… mi destino está en tus manos ⎯susurro.
Las puertas se abren. Escucho pasos sobre la grava. Una linterna me ciega. Una mano me agarra del brazo roto y me lanza fuera de la camioneta. El grito se me escapa entre dientes, desgarrado. Me arrastran por la tierra como si fuera un costal vacío.
⎯Tranquila, Valentinita… esto acabará pronto.
Me jalan sin piedad, ignorando mi pierna rota. Cada piedra es un aguijón. El cuerpo no me responde. Apenas respiro.
⎯¿Y si le pegamos un tiro? ⎯pregunta uno.
⎯No. El patrón dijo que la dejáramos así, como regalo. Por lo del Tito y el tío. Igual se va a morir. De frío, de dolor, o se la comen los coyotes. Que le sirva de escarmiento a las demás.
Ríen. Ríen con una crueldad que duele más que los golpes. Intento mantener los ojos abiertos. No lo consigo.
⎯Está bien guapa la Valentinita ⎯dice uno, acercándose demasiado. Siento su mano rozando mi muslo.
Lucho. Como puedo. Como mi cuerpo me permite.
⎯No… te… atrevas ⎯susurro con rabia, con todo lo que me queda.
Me toma del cabello. El dolor me arranca un grito seco, ronco.
⎯Así me gustan… necias. Si no fuera porque tenemos prisa, te daría una buena despedida de este mundo ⎯dice con asco.
Me suelta. El suelo es duro, áspero. Las piedras se me encajan en la espalda, pero ese dolor ya no es nada, comparado con lo que sentí días atrás, cuando uno de los sicarios me rompió la mano, dedo a dedo, uno a uno. Me desmayé tantas veces… solo para ser despertada de nuevo y volver a sentir el mismo infierno.
Uno de ellos se agacha a mi altura, se pone de cuclillas y me habla al rostro.
⎯No te preocupes, Valentinita, pronto estarás acompañada de tus papacitos y tus hermanitos ⎯dice con crueldad.
Quiero responder, pero la voz ya no me da. El último grito me ha desgarrado la garganta.
⎯¡Vámonos! ⎯le indica uno al otro⎯. Tenemos que ir a enterrar a los otros dos.
El que me tocó el muslo se acerca a mi rostro y me da un beso en los labios. El asco me envuelve, pero no puedo hacer nada.
⎯Hasta nunca, Valentinita… ⎯y se ríe con malicia.
Minutos después, escucho las llantas de la camioneta alejándose. Después… solo la naturaleza. El canto de los grillos inunda mis oídos. Estoy aquí, tirada en medio de la nada, sin poder moverme. Siento tanto dolor que ya no es dolor; estoy entumecida. Sé que hace frío ⎯es diciembre⎯ pero no lo siento. Mi piel, mis sentidos, ya no me responden.
Abro los ojos como puedo y noto el cielo estrellado. La luna está llena. Hay un halo a su alrededor que la hace más brillante.
⎯No quiero morir… ⎯murmuro, mientras con mi única mano sana alcanzo el dije de picaflor que David Tristán me regaló la noche de la inauguración de la Casa de la música.
Para que me recuerdes… recuerdo, mientras lo colocaba sobre mi cuello.
Escucho a lo lejos unos aullidos. Primero lejanos, luego más cercanos. Mi corazón se acelera como si intentara escapar antes que yo. Sé lo que viene. Pronto olerán la sangre. Vendrán por mí. No quiero morir así. No así.
Cierro los ojos con fuerza y me pregunto, una vez más, cómo llegué aquí. Cómo fue que terminé abandonada en medio de un cerro, golpeada, rota, con el alma hecha pedazos… si hace no tanto estaba en brazos de Tristán. Si hace no tanto creía que el mundo, al fin, me abrazaba de vuelta.
Es una larga historia. Una que comenzó cinco años atrás, pero que en mi memoria sigue tan viva como si hubiera pasado ayer.
Recuerdo Madrid.
Las calles bañadas por el sol de verano, ese olor a jazmín que salía de los balcones, el ruido de las fuentes, el sabor del café en los labios. Recuerdo cómo Tristán me tomaba de la mano y parecía que el tiempo se detenía. Sus besos… Dios, sus besos. Eran como si alguien, al fin, hubiera aprendido a leerme en un idioma que ni yo conocía.
La forma en que me hacía el amor… era como si le hablara a mi cuerpo con devoción. Como si cada caricia tuviera la intención de decirme: te veo, estás viva, mereces esto. Yo, que había crecido entre sombras y silencios, me encontré entre sus brazos como se encuentra un hogar. Era más que piel, más que deseo. Era pertenencia.
Planeamos un futuro. Una casa cerca del campo, libros por todas partes, mañanas lentas y noches con música. Él me hablaba de niños con su sonrisa traviesa y yo me ilusioné con tener un hogar propio, lejos de la tristeza y del infortunio. Me creí feliz. Me creí salvada. Me creí… amada.
Pero ahora estoy aquí. Sola. A punto de morir. Como si toda esa felicidad hubiera sido un espejismo cruel. Y, sin embargo, no me arrepiento. No me arrepiento de nada.
No me arrepiento de haberlo engañado. No me arrepiento de haber tomado las decisiones que tomé. No me arrepiento de haberlo amado. Porque ese amor fue real. Es real.
Porque Tristán es mío.
Y aunque para él todo se convierta en un recuerdo difuso, una historia pasada que el tiempo diluye, para mí… será el momento más feliz de mi vida. La cima de mi esperanza. El instante en que el mundo, por primera vez, fue amable conmigo.
Y si esta es mi última noche… si este es mi final…
Quiero que lo sepa.
Él fue lo más bonito que me pasó en la vida. Y si esta es mi última noche, que el mundo sepa que alguna vez fui amada por él. Y eso fue suficiente.
Así comienza la segunda parte de esta historia de un amor…

Ana Martínez
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Con cariño,
Ana Martínez
Cuanto dolor y cuanto amor el de Valentina 😢
Ay no 🥺 pero que paso para que Valentina esté en esa situación toda lastimada 💔💔
Que dolor físico el q está viviendo. De seguro sabremos en esta nueva parte de la historia lo que pasó. Yo tb considero q fue un amor bonito
Ay nooo que angustia!!! Pobre Valen!