Valentina
-5 años antes/ Madrid-
Día de inauguración de la Casa de la música.
Después de pasar gran parte del verano diseñando, limpiando y organizando cada rincón de la Casa de la Música, al fin ha llegado el día de la inauguración. No quepo de la emoción. Todo el esfuerzo, cada decisión tomada con el corazón, todo ha valido la pena. Hoy es el gran día.
Me encuentro en el auto que me envió la fundación para trasladarme al evento, vistiendo el vestido lila más hermoso que he visto en mi vida. David me lo regaló, y desde que me lo probé supe que no volvería a ser la misma. El tul vaporoso cae en capas suaves sobre mis piernas, cubriéndolas como si fueran parte de un sueño del que no quiero despertar. El corset entallado abraza mi torso con una precisión delicada, realzando mi figura con una elegancia que nunca imaginé posible para mí. Pequeños destellos bordados a mano capturan cada rayo de luz, como si pequeñas estrellas bailaran sobre mi piel.
Los tirantes finos descansan en mis hombros y los guantes largos, hechos del mismo tul brillante, envuelven mis brazos hasta más allá del codo. Me siento parte de algo mágico, como si hubiera sido arrancada de un cuento y colocada, al fin, en un capítulo feliz. Nunca me había visto así. Nunca me había sentido así. Hermosa. Fuerte. Capaz. Como si, por fin, perteneciera a este mundo. Y tal vez, esta vez, sí pertenezco.
Tampoco puedo creer que un hombre como David Canarias esté enamorado de mí. A veces, mientras dormimos, después de hacer el amor, lo observo con detenimiento, en silencio, conteniendo la respiración como si cualquier movimiento pudiera romper el hechizo. Lo miro dormir, con el pecho subiendo y bajando con suavidad, con esa paz que parece ajena a mi vida, y me pregunto cómo es posible que esté aquí, a mi lado.
Me acerco un poco más, acaricio con la mirada cada detalle: sus pestañas largas, la curva de sus labios, la manera en que su ceja derecha se arquea apenas cuando sueña. Y ahí, en medio de la noche, me convenzo de que es real. Que no estoy soñando. Que este no es uno de esos momentos hermosos que mi mente crea para consolarme, sino una verdad que por fin puedo tocar. Que él, con toda su luz, con su ternura y sus contradicciones, me eligió a mí.
A veces me vence el miedo. Me invade esa inseguridad que arrastro desde niña, esa voz que me dice que no merezco esto, que alguien como él no podría amar a alguien como yo. Pero entonces él se mueve, busca mi cuerpo en medio del sueño, me rodea con su brazo y se acurruca conmigo como si también necesitara mi calor para dormir tranquilo. Y es entonces cuando dejo de dudar.
Sé que David no puede rescatarme. Que no puede salvarme de mi destino, ni reparar lo que el tiempo y el dolor rompieron en mí. Pero él me ve. Me ve por completo, sin adornos, sin máscaras, sin necesidad de fingir. Y cada vez que lo miro, yo también me reconozco un poco más. Y eso ⎯esa pequeña chispa de identidad que recupero en sus ojos⎯ me da fuerza para lo que viene.
⎯Ya casi llegamos, señorita Valentina ⎯me avisa el chofer, con voz amable. También él viene elegante, como si fuera parte de esta noche de gala que tanto me intimida.
Suspiro. Estoy nerviosa. Jamás en mi vida he estado en un evento así, rodeada de trajes impecables, vestidos deslumbrantes y rostros que sólo había visto en revistas o noticias. Todo ha cambiado. ¿Cómo pasé de estar encerrada en una casa pequeña, de ventanas cerradas y aire estancado, a asistir a una cena así de elegante?
A veces pienso en Tito, en la oportunidad que me dio. Y por un instante, me duele haberlo traicionado. No porque esté arrepentida, sino porque, en el fondo, fue él quien me abrió la jaula. Aunque después quiso cerrarla con doble llave. Necesitaba volar. Y por eso me fui.
La camioneta se detiene frente a la entrada principal. Miro por la ventana y veo cámaras filmando a los invitados que van entrando con seguridad y gracia. Mi corazón se acelera.
⎯¡Espera! ⎯le digo al chofer justo cuando va a abrir la puerta.
⎯¿Todo bien, señorita? ⎯pregunta, con tono preocupado.
⎯Sí… sólo que…
No quiero que nadie me vea. Aunque estoy lejos, aunque ya no me persiguen, aunque soy otra persona, el miedo sigue ahí. Me aterra que me reconozcan, que alguien descubra lo que hice con Jon, lo que oculto, lo que soy. No quiero salir en televisión. No todavía.
⎯¿Puedes dejarme aquí? ⎯le pido.
⎯¿Aquí? ⎯repite, confundido.
⎯Sí. Entraré por la parte de atrás.
⎯Pero el joven Canarias me pidió que la dejara justo en la entrada…
⎯Lo sé. Yo le diré que fue decisión mía. No te preocupes.
Él asiente, aunque con cierta duda. Antes de que pueda bajarse a abrirme, ya he salido. Mis tacones se hunden un poco en la grava y por un momento pierdo el equilibrio. Me sujeto la falda con una mano y respiro hondo.
⎯Gracias ⎯le digo, sin mirarlo.
Camino hacia una de las entradas laterales. Una de las ventajas de haber pasado todo el verano diseñando, limpiando y organizando cada rincón de la Casa de la Música es que conozco cada salida, cada pasillo escondido, cada forma de huir… o de entrar sin ser vista.
Apresuro el paso. Cierro las manos con cuidado para no arrugar los delicados guantes de tul que envuelven mis brazos. Me aseguro de que el vestido no roce nada que pueda dañarlo, que el peinado trenzado en forma de corona no se deshaga, que el perfume que Tristán me regaló siga aferrado a mi piel como si también él caminara conmigo.
Paso desapercibida entre el personal de staff, esquivo las cámaras y logro llegar con éxito a la puerta lateral que da al jardín. Está desierta, como lo imaginaba. El evento está a punto de comenzar y todos se encuentran ya subiendo al salón principal.
Desde donde estoy, puedo escuchar el murmullo de las conversaciones, el tintinear de las copas, las indicaciones del equipo de catering que se entremezclan con las primeras notas de la orquesta afinando sus instrumentos. Risas elegantes, pasos apresurados, voces suaves. Me quedo quieta un segundo, ahí, justo en el umbral. Respiro hondo.
Memorizo cada aroma, cada sonido, cada destello de luz. Todo esto que para mí parece un sueño. Y no cualquier sueño, sino uno de esos que se repiten de niña, cuando cerraba los ojos imaginando un mundo lejos del encierro, lejos del miedo.
⎯Si tan solo me vieras aquí, mamá… ¿qué me dirías? ⎯susurro, dejando escapar el aire con suavidad.
Pienso en ella. En su sencillez, en su mirada firme. En lo poco que le gustaban estos eventos, pero en lo mucho que se habría alegrado por mí. Porque estaba viva. Porque había encontrado un propósito. Porque, al fin, tenía un lugar al que llamar propio.
¿Cómo fue que una mujer como yo llegó aquí? Una mujer que ignoraba casi todo del mundo, que vivió más de una década escondida, con miedo a su sombra, con pánico a vivir. ¿Cómo es que yo ⎯una mujer marcada, ansiosa, rota⎯ estoy a punto de entrar a un evento así, donde hay brillo, futuro y esperanza?
¿Me lo merezco por todo el sufrimiento? ¿O esto es apenas una muestra fugaz, un préstamo que me da Dios para recordarme lo que alguna vez pudo ser mío, pero que en realidad nunca me perteneció?
⎯Disfruta mientras puedas… ⎯murmuro.
Hoy soy como Cenicienta. Solo que mi hechizo no se acaba a medianoche. Se terminará en unos días, cuando regrese a México y enfrente las consecuencias de mis actos. Pero hoy no será así… hoy soy esa mujer a la que le concedieron un deseo, y ella solo pidió venir al baile.
Cuando escucho que todos los invitados ya han entrado al gran salón, respiro hondo y cruzo el umbral. Entro por la puerta que conecta con una de las habitaciones que transformamos en salones, y la atravieso despacio, cuidando el movimiento de mi vestido como si de ello dependiera la magia que me envuelve. Abro con delicadeza la puerta que da a las escaleras principales del salón, y antes de subir, me acomodo el corset, bajo con suavidad las capas de tul, y cierro la puerta con un suspiro.
Frente a mí, el espectáculo es puro encantamiento: el equipo del staff termina de colocar los últimos detalles en las mesas: candelabros de cristal, copas altas, cubiertos dorados, centros de mesa con flores blancas y lilas. Todo brilla. Todo huele a promesa.
Y entonces… lo veo. En lo alto de las escaleras, como si hubiera sido invocado por un deseo secreto, está él.
David Tristán.
Vestido de negro de pies a cabeza, como un príncipe salido de un cuento que ha cambiado las reglas. Lleva un traje entallado, diseñado para esculpir su figura con precisión y elegancia. La chaqueta, cruzada al frente, se ajusta a su cintura con una hebilla dorada que destella bajo la luz tenue del salón. Dos hebillas más, una en cada manga, le dan un aire contemporáneo, casi militar, pero refinado. Lleva una camisa negra perfectamente planchada y una corbata de textura discreta que añade profundidad al conjunto monocromático. El pantalón recto cae con impecable sobriedad hasta sus zapatos lustrados.
Pero más allá del traje… es él.
Su rostro ovalado, con una mandíbula bien definida, parece cincelado con paciencia. Las cejas espesas y delineadas enmarcan sus ojos oscuros, ligeramente almendrados, cuya mirada ⎯directa, segura, intensa⎯ se clava en mí y me sostiene. Su nariz recta armoniza con el resto de su rostro, mientras sus labios, bien formados, dibujan una sonrisa tan suave que parece contener un millón de secretos. La barba recortada le da un aire varonil, sofisticado, casi imponente. El cabello, peinado hacia atrás con volumen y brillo, lo hace parecer una mezcla entre un héroe clásico y un hombre moderno que no necesita corona para reinar.
Y está ahí. Esperándome.
Como si todo este tiempo hubiera estado buscándome en sueños y, al fin, me hubiera encontrado. Sus ojos se iluminan apenas me ve. Y yo… me quedo quieta. Porque por un instante, juro que el mundo se detiene.
No hay cámaras. No hay invitados. No hay pasado ni miedo.
Solo estoy yo. Con mi vestido lila. Con mis heridas escondidas bajo el tul. Con mi alma en las manos.
Y él. Esperando al final de la escalera. Como si supiera que soy su final feliz. O, al menos, su principio.
Subo las escaleras, levantando con cuidado el tul vaporoso de mi vestido para no pisarlo. Mis tacones tocan cada peldaño con delicadeza. Una sonrisa se dibuja en mi rostro mientras avanzo, paso a paso, sintiéndome parte de uno de esos cuentos de hadas que leía en la biblioteca pública del pueblo durante mi infancia.
Cuando llego hasta él, Tristán me toma de la mano con una suavidad reverente. El aroma de su perfume me envuelve de inmediato, y no puedo evitar morderme el labio al recordar ese mismo aroma impregnado en mi piel después de nuestras noches juntos.
⎯¿Cómo…? ⎯pregunto, sin terminar la frase, con el corazón acelerado.
⎯Te conozco mejor de lo que crees ⎯responde él, mientras sus manos se enredan con naturalidad en mi cintura⎯. Te ves…
⎯Bien ⎯digo yo, anticipándome, con una sonrisa cómplice. La palabra que siempre usa.
⎯Hermosa ⎯corrige con firmeza, como si necesitara sacarlo del pecho⎯. Eres la mujer más hermosa que he visto en toda mi vida.
Me sonrojo. Él me besa la frente con ternura y luego acaricia mi mejilla con los nudillos.
⎯Tengo un regalo para ti ⎯dice, como si no acabara de darme ya demasiado.
⎯¿¡Más!? ⎯respondo entre risas, sorprendida.
Saca de uno de los bolsillos de su chaqueta una pequeña caja de terciopelo negro. Cuando la abre, contengo el aliento: dentro reposa un dije de colibrí elaborado en oro. El cuerpo del ave está formado por un diamante en forma de gota, las alas decoradas con diminutos cristales brillantes, y el ojo, una pequeña gema rosada que parece tener vida propia. La cadena fina, también dorada, reluce con la luz cálida del salón.
⎯Dios… es… hermoso ⎯susurro, tocando instintivamente la cruz de plata que siempre he llevado colgada al cuello.
⎯El picaflor ⎯dice con una sonrisa⎯. Simboliza ligereza, alegría, libertad… y también es para que me recuerdes. Donde estés, donde vayas… a cada momento.
Con manos temblorosas, me quito la cruz. Es lo único que me queda de mi padre. Tristán toma la nueva cadena y la pasa por mi cuello, con una delicadeza que me hace contener las lágrimas. Siento el peso suave del oro, pero más que eso, la intención. El símbolo. El amor.
⎯Nunca me lo quitaré ⎯le prometo en voz baja.
Él me observa en silencio. Sus dedos rozan mi piel mientras acomoda el colibrí justo sobre mi clavícula. Siento un estremecimiento. Entonces recuerdo que yo también tengo algo para él.
⎯Yo… también tengo un regalo para ti ⎯digo, sacando la cruz de plata con la cadena que mi padre me dio días antes de morir⎯. No es tan elegante ni caro como el tuyo, pero… era de mi papá. Me la dio diciendo: “para que te proteja siempre”. Y bueno…
Le extiendo la cruz. Tristán la toma con ambas manos y la mira con respeto, como si sostuviera algo sagrado.
⎯Arruinaría tu conjunto ⎯digo en tono juguetón⎯. Puedes llevarla en el bolsillo, si quieres.
⎯No ⎯responde con firmeza. Sin pensarlo dos veces, se la cuelga al cuello, por encima de la camisa negra⎯. La llevaré donde todos la puedan ver. Donde pueda tocarla.
Sonrío, conmovida.
⎯Te protegerá, estoy segura. Ha sido bendecida en muchos lugares… y también aquí. Sé que no eres creyente, que tal vez pienses que es solo un gesto, pero yo le pediré a Dios que te proteja. Me protegió a mí cuando más lo necesité…
Tristán se inclina hacia mí y me besa los labios con una dulzura infinita. Un beso que no busca provocar, sino afirmar. Sellar.
⎯Te creo a ti ⎯responde Tristán, con los ojos fijos en los míos.
Luego toma mi mano con suavidad y suspira.
⎯¿Vamos? ⎯pregunta con una sonrisa leve⎯. Me toca dar un discurso.
⎯¿Tú? ⎯pregunto, sorprendida.
⎯Sí. Daniel no vió el camión que lo trae hasta aquí… y no llegará a tiempo ⎯bromea con picardía.
⎯¡Tristán! ⎯respondo entre risas, recordando las bromas pesadas que se hacen entre primos.
Comenzamos a caminar juntos. Entramos por la oficina de Tazarte, que también funciona como una pequeña sala de descanso para los músicos. David se acomoda las gafas para leer y toma el iPad donde tiene anotado su discurso.
Tazarte está allí, en silencio, moviendo la batuta con lentitud, como si calentara las emociones antes de salir al escenario. Va vestido con una elegancia clásica, sobria y sobradamente teatral. Al verme, su expresión se ilumina.
⎯¡Valentina! ⎯dice con entusiasmo⎯. Te ves increíble.
⎯Muchas gracias ⎯respondo con una sonrisa⎯. Tú te ves…
⎯Como un director de orquesta ⎯completa, guiñándome un ojo.
⎯Bueno… es que sí ⎯admito riendo, y él también se ríe.
⎯¿Vienes? ⎯interviene David, interrumpiendo nuestra conversación con suavidad.
Sé que tras esa puerta están las cámaras. Sé que en cuanto crucemos, nos verán todos. Doy un par de pasos hacia atrás, dudando. Pero Tristán me toma de la mano.
⎯No pasará nada. Estás conmigo ⎯susurra.
Trago saliva. Sonrío, apenas. No debería dudar, no con él. Él me da la seguridad que no tuve durante años. Así que asiento con un leve gesto, y salimos juntos de la habitación.
Antes de que las cámaras puedan captarnos, suelto su mano.
⎯Recuerda, Ana Caro… ⎯le digo en voz baja.
Él asiente con comprensión inmediata. Sabe que si nos ven tomados de la mano, los rumores se dispararán. Su relación con Ana Carolina, el embarazo… todo saldría a la luz antes de tiempo.
⎯Te prometo que más tarde te compenso ⎯me murmura al oído, guiñándome un ojo.
Me sonrojo. Sé exactamente a qué tipo de recompensa se refiere.
Así que ambos salimos. Los aplausos no se hacen esperar. Han venido todos, absolutamente todos.
Noto que la familia de Tristán está sentada al fondo del salón, como siempre: sin causar escándalo, sin ocupar más espacio del necesario, discretos y elegantes como sólo ellos saben serlo. David Canarias padre me sonríe con calidez. Luz me toma una fotografía con su móvil, y Karl me saluda con un gesto cordial desde su asiento. Jo está de pie, al lado de Jon, quien no me quita la vista de encima. Debo admitir que su mirada me cohibe un poco… pero no lo suficiente como para huir.
Todos están vestidos con una elegancia que impresiona. Y por primera vez, me siento como parte de ellos. No como la extraña que llegó desde otra realidad. No como la chica que no sabía usar tacones. Hoy, sí. Hoy soy una de ellos.
David Tristán se acerca al micrófono y toma aire. Por un momento, se queda observando el iPad con el discurso preparado. Luego, algo cambia. Apaga la pantalla y alza la mirada, decidido. No leerá lo que está escrito. Hablará desde el corazón.
⎯Buenas noches, invitados, amigos y familiares ⎯inicia con voz firme⎯. Buenas noches, Maestro Tazarte de la Mora, orquesta y músicos que han venido desde distintos rincones para apoyar la inauguración de este proyecto.
Hace una pausa breve. Respira. Organiza sus ideas en ese instante.
⎯Todos ustedes están aquí para inaugurar esta hermosa Casa de la Música, el proyecto más reciente de la Fundación Canarias-Lafuente. Un proyecto imaginado por mi abuela, Fátima Lafuente, que durante años vivió sólo en papel y en sueños, porque nadie parecía capaz de interpretarlo como ella lo imaginó.
La voz de David se suaviza con emoción.
⎯Mi abuela fue una mujer extraordinaria. Una filántropa que amaba las artes, pero especialmente la música. Siempre creyó en el poder de transformar vidas a través de ella. Apoyó a jóvenes músicos, financió instrumentos, abrió puertas que otros habían cerrado. Su legado está vivo en quienes hoy tocan aquí, en quienes enseñan, en quienes escuchan.
Mira hacia el público y sonríe con complicidad.
⎯Ni Karl, ni yo, ni su yerno, ni nadie en la familia, supimos cómo hacer realidad su sueño ⎯la audiencia ríe ante el guiño familiar⎯. Hasta que llegó alguien con ojos nuevos. Alguien que vio lo que nosotros no podíamos ver. Y lo hizo con una sensibilidad tan precisa que parecía que conocía a mi abuela en vida.
David me mira. Y en ese instante, mi mundo se detiene.
⎯Ella es Valentina de la Torre. Y esta noche, les pido un fuerte aplauso para ella.
El aplauso que estalla en el salón es atronador. Miradas amables. Sonrisas sinceras. Me siento abrumada. No sé cómo reaccionar. Sólo intento mantenerme en pie.
⎯Valentina vino de un mundo muy distinto al nuestro ⎯continúa Tristán⎯. Pero entendió la esencia del proyecto. Supo leer el alma de mi abuela y darle forma. En otra vida, estoy seguro, habría sido una Lafuente.
Ríen de nuevo, y yo me río con ellos, temblorosa.
⎯Todo esto ⎯dice, extendiendo los brazos hacia el salón⎯. Cada muro, cada detalle, cada arreglo floral, cada pasillo… lleva su huella. Ella organizó, diseñó, ejecutó. Y lo hizo con un nivel de entrega y belleza que nos conmueve profundamente.
Su mirada vuelve a encontrar la mía. Y esta vez, hay algo más: emoción, gratitud… amor.
⎯Señorita de la Torre ⎯dice con voz suave, pero firme⎯. Usted nos ha dado a mi familia y a mí el proyecto que tanto anhelábamos. Ha hecho tangible el sueño de una mujer que nos enseñó a amar la música y ayudar a los demás. Nos ha regalado un hogar para el arte, una casa para la esperanza. Y por eso, le estaremos eternamente agradecidos.
Hace una pausa, respira hondo.
⎯Gracias por llegar a mi vida. Gracias por convertirla en un caos. Porque en ese caos descubrí cosas maravillosas. Gracias, de parte de todos nosotros… por hacer realidad el sueño de mi abuela. Para usted, todo nuestro cariño. Sobre todo por parte de mi padre, quién tenía esta cuenta pendiente.
Veo a David Canarias y él me guiñe un ojo.
⎯Muchas gracias y disfruten del espectáculo ⎯finaliza.
Entonces, todo el salón se pone de pie. El aplauso se repite, más fuerte, más prolongado. Me abruma, sí, pero también me llena el corazón. Tristán me aplaude también, y su sonrisa me recuerda que este momento, por caótico que parezca, es real. Que lo merezco. Que por fin… pertenezco.
Las cámaras me filman. Sé que mañana mi rostro estará en todos los periódicos, en todos los titulares, pero hoy, en este instante, no me importa. Porque por primera vez en mi vida, no soy invisible. Soy Valentina. Soy alguien. Y estoy viva. Sobre todo eso… estoy viva.
Cruzo miradas con Jon, que también aplaude y me sonríe. El plan sigue en marcha, y pronto, los resultados hablarán por sí solos. Pero hoy no me preocupo por eso. Hoy no corro, no me escondo. Hoy soy la protagonista de mi propio cuento de hadas. Y mi príncipe… acaba de gritarle al mundo que me ama, de la manera más discreta, más elegante y más bonita que jamás imaginé.

Ana Martínez
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Ana Martínez
Ayyyy se viene el verdadero caos 🥹🥹
Q lindas palabras lleno de mucho amor, gratitud y respeto. De seguro sabremos más sobre lo que paso
Que bonito creo que tosad quisiéramos un día así, sobre todo con Tristan
Que hermoso discurso 😍
Ame cada detalle del capítulo
Que hermosura!!!! Pero después de la calma, del amor y todo estos sentimientos viene el caos… Valen eres muy fuerte!!!