VALENTINA

-Días después- 

—¿Cómo que ya no te vas? —pregunta Jon, clavando en mí esos ojos azules e intensos que siempre me han parecido capaces de leerme el alma—. ¿Es una broma, cierto?

—No lo es —respondo con calma, aunque por dentro todo en mí tiembla.

Hoy, en la familia Canarias, es el día de las fotos familiares previas a la boda. Tienen la tradición de hacer una sesión en estudio unos días antes, cuando todo está más tranquilo. Luego, un día antes de la ceremonia, se toman fotos en el lugar del evento, ya con el montaje y la decoración lista. Así, el día de la boda lo reservan exclusivamente para convivir, disfrutar y tomarse fotos con amigos, invitados y socios. Me parece una costumbre práctica… y, para ser honesta, demasiado organizada para alguien como yo.

Después de nuestra noche juntos —una noche que lo cambió todo— David y yo hemos estado aprovechando cada minuto. En teoría, mi vuelo está reservado para el final de la semana. En teoría. Porque ya no me iré.

David me pidió que me quedara. Y aunque no le respondí en ese momento, ya tomé mi decisión. Me quedaré. Quiero quedarme. Quiero vivir mi vida aquí, en Madrid, con él. Con esta familia que me ha abierto sus puertas, sus brazos, su cariño. Pero aún no se lo he dicho a nadie. No oficialmente. Porque antes de cualquier cosa, debo hablar con Jon.

Él fue quien diseñó el plan. Él fue quien me ayudó a recuperar mi libertad. Y yo, soy parte activa de ese plan para atrapar a Tito y hacerlo pagar por todo. No puedo desaparecer sin más. No puedo simplemente cambiar el rumbo sin antes decírselo.

En medio del bullicio de la sesión, Jon me tomó del brazo con discreción y me apartó. Quería hablar. Ponerse al día. Revisar detalles. Pero antes de que pudiera actualizarlo, antes de que habláramos del plan, tuve que hacerlo.

Tuve que decirle la verdad.

—¿Te vas? —repite Jon, como si no pudiera creerlo. Está de pie frente a mí, con esa complexión de atleta olímpico y casi dos metros de altura, vistiendo un bonito traje color negro, hecho a la medida. Tiene los brazos cruzados, la mandíbula tensa, y una mirada que no me suelta. No está enojado, pero tampoco feliz de que me quede. A Jon no le gusta perder el control de los hilos, mucho menos cuando se trata de algo tan delicado.

—No, Jon —repito con firmeza—. No me voy. Me quiero quedar.

Él no dice nada de inmediato. Me estudia. Su expresión cambia, lentamente. Frustración, sorpresa, desconfianza… y, por fin, una pizca de resignación.

—¿Sabes lo que significa eso? —pregunta, con la voz un poco más baja—. Significa que esta decisión puede cambiar el rumbo del plan.

—¿Cómo? —inquiero, sin estar del todo segura.

—¡En todo! —responde él, alzando apenas la voz—. Es una cooperación internacional. ¿Crees que estoy haciendo esto solo? Además, pones en riesgo a mi familia. Tito sabe que estás aquí. Si no regresas a México, y el plan continúa, podría ser peor. Podría adelantarse, cambiar rutas, huir. Podría atacarte antes de tiempo.

—¿Y si es al revés? —le lanzo—. ¿Y si quedarme lo obliga a cometer un error? A mostrarse. ¿Y si mi presencia es la única ficha que aún no puede controlar?

Jon entrecierra los ojos. Sé que está evaluando posibilidades. Las sopesa. Siempre lo hace.

—Soy un Ruiz de Con —repite Jon, con una mezcla de resignación y orgullo en la voz—. En esta familia, todo se hace por amor. Pero no todo amor vale lo que cuesta. No todo amor te da alas. Algunos te las cortan y ni siquiera te das cuenta.

Me mira con intensidad. La misma que usa cuando está a punto de decirme algo que no quiero escuchar pero necesito oír.

—Valentina, tú no eres una mujer común. No lo fuiste nunca. Sobreviviste a cosas que romperían a cualquiera. Te reconstruiste sola. Contra todo. Y ahora estás aquí, entre dos mundos: el que te rompió y el que te está sanando. Lo entiendo. Entiendo por qué te quedas. Entiendo por qué lo amas. Pero también entiendo el peligro de construir sobre heridas que aún sangran.

Baja un poco la voz, casi como si no quisiera que nadie más escuche.

—El plan que hicimos, todo lo que trabajamos… no era solo por justicia. Era por ti. Por tu libertad. Para que nunca más tuvieras que mirar por encima del hombro. Para que tu historia no terminara como la de muchas otras mujeres que no tuvieron opción. Y ahora estás arriesgando todo eso por un hombre.

—Tristán no es solo “un hombre” —murmuro, sintiendo el ardor en los ojos.

—Lo sé. No digo que sea malo. Digo que no sabes todavía si es suficiente. Si este amor es fuego o ceniza. Porque sí, Valentina… todo esto puede salir bien. Pero también puede quemarte viva.

Guarda silencio por un momento. Luego, da un paso más hacia mí y su voz se suaviza, casi como un hermano mayor que ha visto demasiado.

—Tú mereces amar, Valentina. Con locura, con dulzura, con deseo y con fe. Pero no puedes amar si no estás libre. No puedes amar bien si aún estás huyendo, si aún estás reparándote. Y no puedes hacerle justicia a tu historia si abandonas tu camino por el de otro, aunque ese otro te mire como si fueras un milagro.

Me quedo en silencio. Él tiene razón. En parte. Tal vez en todo. Pero no puedo evitarlo. No ahora.

—No estoy abandonando nada —le digo al fin—. Estoy eligiendo quedarme. No por él. Por mí. Porque aquí es donde empieza mi verdadera libertad. Él no es mi rescate, Jon. Es mi compañero, es mi hogar. 

Jon asiente lentamente. Ya no intenta convencerme. Pero en su mirada hay una mezcla de orgullo y temor.

—No sabes cuánto deseo que tengas razón —dice, con un suspiro que pesa.

Él se acerca y me abraza. No como un aliado. No como un cómplice. Me abraza como alguien que me quiere de verdad. Que me ha cuidado desde el silencio.

—Trataré de protegerte, lo más que pueda —susurra cerca de mi oído—. Pero me dolerá si algo sale mal. Te deseo que tengas razón. 

Yo asiento contra su pecho. Porque esta vez, no se trata de escapar. Se trata de elegir. De amar. De sanar… y de quedarme.

Los aplausos retumban en el estudio, interrumpiendo nuestra conversación y atrayendo nuestra atención. Al voltear, vemos a Alegra, Lila, Karl y Antonio bajando por la gran escalera, mostrando los vestidos de novia que Lila diseñó especialmente para esta sesión fotográfica. La imagen es poderosa. Magnética.

Salimos del rincón donde hablábamos y, al verlos, no puedo evitar sonreír. El color me toma por sorpresa: los vestidos son rojos. No blancos, ni marfil. Rojos. Intensos. Audaces. Vivos.

Alegra, como siempre, llama la atención apenas aparece. Lleva un vestido rojo carmesí que combina elegancia y sensualidad de forma perfecta. La tela, llena de bordados florales, brilla con cada paso que da, como si el vestido tuviera vida propia. El escote en forma de corazón está adornado con encaje, y los hombros descubiertos le dan un toque delicado. El vestido se ajusta a su cuerpo hasta la cintura y luego se abre en dos capas: una interior más ceñida, con encaje transparente que deja ver las piernas, y otra exterior más suelta y vaporosa, con bordados que le dan movimiento y estilo sin hacerlo pesado.

El vestido de Lila también es espectacular, aunque diferente. Está hecho de terciopelo con pedrería y bordados en relieve que brillan sutilmente. Tiene forma de sirena, es decir, se ajusta al cuerpo y resalta su figura. A diferencia del de Alegra, el escote es cerrado y las mangas son largas, lo que le da un aire más elegante y clásico. Lo más llamativo son las mangas tipo campana, grandes y forradas con un rojo más intenso que hace contraste y añade dramatismo al diseño. También tiene detalles similares en la falda, lo que le da volumen sin quitarle sofisticación.

Ambas están peinadas con un chongo sencillo pero bonito, que resalta lo mucho que se parecen. Si no fuera por el estilo de los vestidos y el tipo de cuerpo de cada una —Alegra tiene más curvas que Lila—, sería difícil distinguirlas.

—¡Hermosas! —exclama Luz, con los ojos brillantes de emoción al ver a sus hijas luciendo los vestidos—. Oficialmente, ha comenzado la cuenta regresiva para la boda de mis pequeñas.

La veo sonreír, aplaudir suavemente, y su emoción es tan genuina que se me forma un nudo en la garganta. Cada vez que la escucho hablar así, tan llena de orgullo, tan ilusionada por los detalles, no puedo evitar preguntarme cómo habría sido mi madre en una escena como esta. ¿Se habría emocionado igual? ¿Me habría ayudado a escoger mi vestido con lágrimas en los ojos? ¿Se habría tomado una foto abrazándome, diciendo que no podía creer que su niña ya se casaba?

No lo sé. Y esa incertidumbre a veces duele más que la ausencia. Pero hoy, al ver a Luz tan feliz, tan entregada a este momento, me permito imaginar que sí. Que mi mamá estaría igual. Que habría disfrutado del proceso, de verme reír entre encajes y tules, de acompañarme con paciencia a cada prueba de vestido. Que habría estado a mi lado, susurrándome que todo estaría bien.

—¿Todo bien? —escucho la voz de Tristán.

Al voltear, noto que ya se ha cambiado. Lleva el mismo traje que Jon: impecable, entallado, con ese aire elegante que sólo él puede llevar con tanta naturalidad. Por un momento, me cuesta responder.

—Te ves guapísimo —le digo, ignorando su pregunta.

Él sonríe, pero no se deja engañar.

—Gracias, pero… ¿todo bien? —insiste, con ese tono suave que usa cuando realmente le importa la respuesta.

Veo que el resto de la familia aún se está acomodando, que algunos bromean y otros se ajustan el vestuario para la sesión. Aprovecho el momento. Lo tomo de la mano, entrelazo mis dedos con los suyos y lo llevo hacia el rincón donde minutos antes había hablado con Jon. Él me sigue sin decir nada, hasta que nos detenemos. Me recarga suavemente contra uno de los muros del estudio, su cuerpo a pocos centímetros del mío.

—¿Qué pasa? —pregunta divertido, con una sonrisa torcida y los ojos fijos en los míos.

—Me voy a quedar… contigo —digo, sin vacilar.

Por un segundo, su expresión se queda congelada. Después, la emoción le brota por todos los poros. Sus ojos se iluminan, su sonrisa se ensancha.

—¿De verdad?

Asiento, sintiendo que el corazón me late con fuerza.

—Sí. No tomaré el avión a México. Me quedaré contigo, aquí. Haremos proyectos juntos y…

No me deja terminar. David se lanza hacia mí como si necesitara confirmar con su cuerpo lo que acaba de escuchar. Sus labios se funden con los míos en un beso intenso, profundo, lleno de emoción contenida. Me toma por la cintura y me pega a su cuerpo, como si quisiera borrar la distancia, como si al tenerme así pudiera sellar esta promesa con la piel. Su boca se mueve sobre la mía con urgencia, pero también con ternura, como si en ese beso pusiera todo lo que siente y todo lo que viene.

Sus manos tiemblan ligeramente al sostenerme. Y las mías suben por su espalda, buscando anclarme a él, a esta decisión, a este momento.

Al separarse, solo unos centímetros, me mira con los ojos brillantes y susurra, con la voz entrecortada:

—No sabes lo feliz que me haces… No sabes los planes que tengo contigo.

Sonrío. Acaricio su rostro, recorriendo con mis dedos las líneas de su boca, esa sonrisa abierta que no oculta nada, que me habla de ilusión, de esperanza… de amor. Es una sonrisa sincera, de esas que no se ensayan, que nacen del alma.

En ese instante pienso que, cuando se trata de decisiones, David Tristán y yo somos iguales. Las pensamos demasiado… o no las pensamos en absoluto. A veces decidimos por impulso. A veces por miedo. Y otras, como ahora, por amor.

Y aunque aún no lo sabíamos —ni él ni yo— esa decisión que acabo de tomar, la de quedarme, sería el inicio de todo: de la separación, de los problemas, de la distancia, de los silencios incómodos y las verdades difíciles. Pero también sería el inicio de algo mucho más grande: el camino que nos haría crecer, que nos enseñaría a ser mejores personas, a sanar nuestras heridas y, sobre todo, a valorar más lo que sentimos.

Porque algunas decisiones duelen… pero otras, aún en el caos, salvan. Y esta, sin duda, nos iba a salvar de nosotros mismos.

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Ana Martínez

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Ana Martínez

One Response

  1. Ohh que pasará con esa decisión que Valentina tomó quedarse….me da miedo creo que 😭 lloraré buuu y este par va a sufrir al igual que nosotras…Ana realmente eres impredecible, jiii, Eres muy buena escribiendo……con ganas de saber massss!!!,

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