TRISTÁN
Después de salir de casa de los Santander, el mundo de Ana Carolina cambió para siempre. Nosotros, desde fuera, sólo confirmamos lo que mis abuelos habían dicho siempre de su familia: rígida, racista, incapaz de amar por encima del apellido. Todo quedó claro. Ahora, la mujer que quiero, la madre de mi hijo, mi mejor amiga… ha sido repudiada por completo.
Fuimos a su piso con la intención de recoger sus cosas. Pero los Santander ya se habían adelantado. Llamaron al portero del edificio y le prohibieron la entrada. No la dejaron subir. La dejaron con lo único que llevaba encima: la ropa del día, 200 euros en su cartera… y Dante. Él estaba ahí. A su lado. Firme. Como siempre.
Mis padres no dudaron. Le dijeron que no se preocupara, que no estaría sola. Llamaron a mi tía Julie y le pidieron prestada la casa de huéspedes mientras resolvíamos todo. Así que ahora, Ana Carolina y Dante están ahí, refugiados. Dante, oficialmente, ya no tiene trabajo en la empresa. Pero tiene a Ana Caro. Y eso parece bastarle.
A pesar de todo, ella sonreía. En medio de la pérdida, había ganado. Ya no tenía que esconder su amor por él. Ya no tenía que fingir.
—Supongo que ahora tendrán que organizarse, ¿no es así? —pregunta Valentina, recostada entre mis brazos.
Esta noche no hicimos el amor. No sentí necesidad de eso. Sólo quería abrazarla, sentirla cerca. Ella ya trajo toda su ropa, y sus cosas. Ya vive aquí. Después de la boda en Ibiza, oficialmente empezaremos una vida juntos.
—Sí —respondo—. Tengo un sueño muy loco, ¿sabes?
—¿Loco? —pregunta, con una sonrisa.
—Sí… vender este piso. Comprar otro más grande, donde podamos vivir los cuatro. Tú, yo, Ana Caro, Dante… y el bebé —confieso.
Valentina se gira un poco para mirarme a los ojos.
—¿Como una familia hecha? —pregunta, sin juicio. Con curiosidad genuina.
—Algo así —suspiro—. No sé. Estoy confundido. Pero no quiero que ella esté sola. No quiero que críe a mi hijo en una un rincón prestado. Quiero que sepa que cuenta conmigo, con nosotros. Aunque ya no seamos pareja.
—Ese es un buen gesto —comenta Valentina, sonriendo con ternura.
—¿Lo aceptas? —le pregunto, buscando su mirada.
—¿Aceptar qué? —inquiere, con esa atención total que me desarma.
—¿Mi sueño loco? —respondo, con una media sonrisa.
Ella se ríe, esa risa suya que siempre me salva de mis propias dudas.
—No es tan loco… No como el mío, que es vivir en medio de la nada, con vacas y gallinas —responde entre risas—. Una granja perdida en el campo, lejos de todo.
Me giro suavemente, quedando encima de ella. Valentina alza las manos y acaricia mi rostro con una delicadeza que me derrite por dentro.
—Te daré eso también —susurra.
—¿También?
—Vacas, gallinas, caballos… una granja completa. Te mostraré el mundo. Si pudiera, te llevaría al espacio. Todo, absolutamente todo.
Ella se muerde el labio, y por un segundo, algo se apaga en su mirada. Una sombra de nostalgia atraviesa sus ojos, rápida pero profunda. No sé qué significa, pero lo noto. Está ahí. Algo que no dice. Algo que pesa.
—Ya me has dado mucho, David —susurra, bajando la voz con esa ternura que me desarma—. No necesito más. Incluso, creo que ya tuve exceso de Canarias —bromea, y sus labios se curvan en una sonrisa luminosa.
Me río bajito, disfrutando de su humor.
—No, hermosa… cuando un Canarias ama, no hay exceso de Canarias —le digo, acariciando su mejilla—. Somos como los antiácidos… los que nos prueban, repiten.
—Eso te lo dijo Moríns, ¿cierto? —pregunta entre risas.
—Sí… —admito, y los dos rompemos en carcajadas.
Me gusta oírla reír. Lo hace con soltura, con libertad. Como si por años hubiera guardado cada risa para liberarla ahora, conmigo. Como si solo aquí, en mis brazos, pudiera permitirse ser completamente feliz.
—Siempre recordaré esto… —dice de pronto, en voz baja.
—¿Lo que dijo Moríns? —bromeo.
—No —contesta con una sonrisa leve—. Esto. Tú, yo, las risas. Los planes. Todo.
—Pues no tendrás que recordarlo, porque lo vamos a vivir. Tú y yo estaremos juntos. Nos casaremos. Tendremos nuestra casa con granja y con lo que tú quieras: vacas, gallinas, hasta cabras si se te antojan.
Valentina asiente y las lágrimas comienzan a deslizarse por sus mejillas. Me inclino hacia ella, preocupado.
—¿Qué pasa, amor? —le pregunto.
—Nada… —dice, limpiándose con el dorso de la mano—. Son lágrimas de felicidad.
—Eso espero. Porque no puede haber tristezas. La boda de mis hermanas está por llegar, y bueno, la fiesta será en grande. Además, iremos a Ibiza. Nos quedaremos en la casa de mis padres, justo frente al mar.
—¡El mar! —exclama, y sus ojos se iluminan—. Me encanta el mar.
—Mis padres dicen que los Canarias viven y mueren cerca del mar. No sé qué pensar de eso…
Valentina guarda silencio un momento. Luego alza la mano y acaricia mi rostro, con esa delicadeza que me hace sentir sagrado.
—Tal vez lo dicen porque el mar no tiene límites… —murmura—. Porque, como ustedes, el mar ama sin medida. Sabe abrazar, sabe golpear, sabe calmar… y también sabe romper. Pero aun así, sigue ahí. Firme. Inmenso. Hermoso. Como ustedes. Como tú.
Me quedo sin palabras. Sólo puedo mirarla, con el corazón encogido y a punto de estallar.
—¡Guau! —digo al fin—. Eso fue bellísimo. Todo lo que dices parece sacado de un poemario.
—Tal vez un día escriba uno —responde, con una sonrisa tímida—. Se llamará Antiácido.
Río a carcajadas, y ella me sigue. Es la risa más bonita que he escuchado.
©Será un gran poema —le digo, entre risas, aún atrapado en esa imagen suya inventando un título tan nuestro.
Nos miramos a los ojos, y el silencio se vuelve cómplice.
—Te amo, Valentina. Te amo como nunca he amado a nadie.
Ella me besa. Y esta vez, no hay timidez. Hay certeza.
Es un beso que no pide permiso. Que sabe quién es y a dónde pertenece. Sus manos se entrelazan en mi cabello, tirando apenas, marcando el ritmo de su deseo. Sus labios se abren con urgencia y ternura, con la verdad de quien ha decidido quedarse.
La siento entregarse por completo. Sin miedo. Sin reservas. Su boca se mueve sobre la mía como si cada roce dijera: te amo, te creo, te elijo. Es un beso largo, profundo, con sabor a mar, a tierra fértil, a hogar.
Y en ese beso lo entiendo todo: ya no nos estamos buscando.
Nos hemos encontrado.