TRISTÁN
Dos días después de la boda
La boda empezó como un sueño.
Alegra y Lila estaban radiantes, mis padres felices, y yo… yo me sentía invencible. Tenía a Valentina a mi lado, esa mujer que se había colado en mi vida con la delicadeza de una herida profunda y la fuerza de un huracán. La había amado desde que la vi. Tal vez desde antes.
Creí que era el inicio de todo. Y sin embargo, terminó siendo el final.
La noche de la boda terminó conmigo caminando solo por la playa, con el corazón roto y una rabia ciega, apretándome el pecho. Valentina se fue entre sombras, arrastrada por un hombre que decía ser su tío, bajo acusaciones que aún me retumban en la cabeza: infiltrada, traidora, mentirosa.
Y lo peor de todo fue que yo… le creí. A él. No a ella. Le creí al tipo que la tomó del brazo como si fuera un objeto, y no a la mujer que me había dado su corazón, me había compartido sus miedos. Ella me había advertido y yo, como siempre, me dejé llevar por mis emociones. Soy un imbécil.
Después de que se fue, algo se rompió dentro de mí. Pero no lo dije. No lo grité. Terminé la boda como si nada. Fui el hermano del año, el hijo ejemplar, el anfitrión perfecto. Nadie supo que por dentro me estaba desmoronando.
Volvimos a Madrid un día después. Cuando entré a mi piso, lo primero que vi fue su maleta. Seguía ahí. Cerrada. Impecable. Como si Valentina fuese a regresar en cualquier momento por ella. No pude tocarla. Sólo la observé desde la puerta. Era la prueba física de que nada había sido un sueño. De que ella sí estuvo aquí. De que fue real. Y también de que se había ido.
No he podido dormir, Me he pasado los días sin poder concentrarme. He evitado a mi familia porque quiero estar solo, pero sé que no me puedo alejar demasiado. Mi padre me ha estado buscando para hablar conmigo, pero no tengo humor para ningún sermón, no tengo mente.
Estoy arrepentido, muy arrepentido. Pero ya no puedo hacer nada. No cabe duda que los Canarias somos unos idiotas para el amor. Deberían prohibir enamorarnos. Siento que la arrojé a los lobos. Ella confió en mí y yo, a la primera, la traicioné. Definitivamente, soy el amante del año.
⎯Tristán ⎯escucho la voz de Linda, entrando a mi oficina.
Trato de sonreír pero no me sale.
⎯Dime.
⎯Tienes que ver esto ⎯comenta, mientras enciende la televisión de mi oficina que jamás utilizo.
⎯Linda, no tengo tiempo de ver…
⎯Shhhhh ⎯me calla, y de pronto, lo veo. Y ahí está. En la pantalla. El rostro del hombre que arrastró a Valentina fuera de la boda. Su “tío”.
Cuando pienso que todo estaba terminado, las noticias de Valentina le llegan como un golpe. Mi corazón se acelera y me pongo de pie para ir hacia la sala.
EN VIVO — MADRID
Reportera: Claudia Méndez, desde el aeropuerto de Barajas
“Estamos transmitiendo en vivo desde el aeropuerto de Madrid-Barajas, donde hace apenas unos minutos fue capturado Pepe Hernández, más conocido como el Tío, señalado por la Interpol como uno de los operadores clave en una red criminal vinculada al narcotráfico y a la corrupción política.
Hernández ha sido identificado como colaborador directo de ‘El Tito’, un político mexicano actualmente bajo proceso por múltiples delitos. Pero la noticia que ha estremecido a los medios internacionales va más allá: ambos están acusados de participar en el asesinato de la activista ambiental Sonia Salamanca, quien en su momento denunció operaciones ilegales y abusos contra comunidades protegidas. Salamanca fue asesinada junto a su esposo e hijo. La única sobreviviente fue su hija, Valentina Salamanca, quien tenía ocho años al momento de los hechos.
Según fuentes policiales, Valentina fue secuestrada y mantenida en cautiverio por más de una década. Logró escapar recientemente y fue quien entregó información clave para la captura del hombre que, según la fiscalía, la mantuvo encerrada en un cuarto de seguridad todos esos años.
Valentina también desenmascaró operaciones que comprometen directamente al político ‘El Tito’, revelando una trama que mezcla intereses económicos, políticos y ambientales.
La joven actualmente permanece bajo protección policial, y aunque no se ha dado a conocer su paradero exacto por motivos de seguridad, se sabe que fue fundamental en la operación conjunta entre autoridades mexicanas y españolas.
Pepe Hernández fue detenido cuando intentaba abordar un vuelo internacional. La fiscalía española ya ha solicitado su prisión preventiva mientras se resuelve su extradición o juicio local.
Una historia de horror, silencio y valentía, que podría marcar el principio del fin para una red que operó durante años sin consecuencias. Y todo, gracias a una joven que decidió no callar más.
Seguiremos informando. Desde Madrid, Claudia Méndez para Noticias 24.”
Me quedo paralizado, sin decir ni una palabra.
Está ahí. En la pantalla.
Y no es la Valentina que conocí entre risas, bailes y confesiones al oído.
No es la mujer que me abrazaba en silencio frente al mar.
Todo el glamour de la boda se ha ido.
La imagen que transmite el noticiero es brutal en su crudeza: Valentina está sentada en una camilla improvisada, con un fondo blanco y clínico que apenas disimula la frialdad del entorno. Lleva puesto un conjunto deportivo que le queda grande, como si el mundo entero se le hubiese vuelto ajeno. El cuello del suéter le cubre hasta la barbilla, y sus mangas caen como si intentaran esconderla. Su hermoso cabello negro, ese que solía brillar bajo el sol de Madrid, ahora luce enmarañado, seco, opaco. Como si hubiese sido arrastrado por una tormenta.
Y sus ojos…
Uno de ellos está inflamado, morado, como si el golpe hubiera llegado con la intención de borrar su mirada valiente.
Valentina se cubre el rostro cuando la luz de las cámaras la alcanza. Se encoge. No habla.
No es que no quiera. Es que no puede. La están acosando, presionando con preguntas como disparos. “¿Dónde estuvo todo este tiempo?”, “¿Cómo escapó?”, “¿Qué sabe de Tito y del Tío?”, “¿Qué papel tuvo en la red criminal?”.
Y ella…Ella se ve aterrada.
No lo soporto. Me arde la garganta del silencio. Siento el estómago retorcerse en una mezcla de rabia y vergüenza. Porque mientras todo esto ocurría, yo estaba bailando, brindando, pensando que ella me había traicionado. Ella posiblemente sentía que era el final de su vida.
Y sí, quizás me mintió. Pero no por maldad. Sino porque estaba sola.
Sola y atrapada, y yo no lo comprendí en el momento. Ahora es demasiado parte. Y yo, en lugar de buscar respuestas, la juzgué. La empujé. La abandoné. La dejé sola… Con él.Con ellos.
Siento que me falta el aire, que algo dentro de mí se rompe, como si mi pecho ya no pudiera sostener el peso de la culpa. Y lo más triste de todo es que ahora que la veo tan frágil, tan distinta, tan lejana…No sé si algún día me perdone. O si siquiera vuelva a mirarme a los ojos.
Tomo el móvil sin pensarlo dos veces y marco el número de Moríns.
El corazón me retumba en el pecho con una mezcla de urgencia y arrepentimiento.
—¿Puedes averiguar dónde la tienen? —le digo apenas responde.
Sé que él también está viendo la noticia. Al contrario de mi oficina, Moríns siempre tiene la televisión encendida en la suya. Dice que es su manera de “estar un paso adelante del caos”. Y hoy, como tantas otras veces, tenía razón.
—Tú sabes que yo no puedo… —me contesta, con ese tono entre serio y cómplice—. Pero James Bond… puede que sí.
Me frunzo el ceño, confundido.
—¿Qué estás diciendo?
—Mira bien la pantalla, Tristán —me responde, bajando la voz—. ¿Ya viste quién está con ella?
Vuelvo la vista al televisor.
Ahí está Valentina, aún temblando, aún tragándose las preguntas. Pero esta vez, no está sola.
A su lado, caminando con paso firme, está Ramblocq, el novio de Mar.
—Háblale. Ahora no puedo atenderte, tengo una situación —me comenta, para después terminar la llamada.
No lo digo en voz alta, pero odio al Moríns abogado de la empresa. Es increíblemente serio, meticuloso, como si vivieran dos personas dentro de él. Uno es mi amigo, el otro… es una muralla impenetrable.
No hace falta que llame a Jon. Apenas termino la llamada con Moríns, su nombre aparece en la pantalla. Él llama primero. Como siempre.
—Jon… —digo, apenas levanto la voz.
—Si tan solo escucharas… —me interrumpe de inmediato, con ese tono seco que sólo usa cuando está al límite—. Si tan solo no fueras tan…
—Sólo llévame con Valentina —le exijo.
—¿Para qué? —me responde con dureza—. ¿Para arreglarlo? ¿Sabes por qué Valentina se quedó? ¡Porque confió en ti! ¡Porque pensó que estaba a salvo contigo! ¡Porque creyó que le creerías!
Me muerdo la lengua. Su rabia es legítima, pero no estoy en condiciones de discutir con nadie más.
—¿De verdad quieres hacer esto ahora, Jon?
—Tengo que hacerlo ahora. —Su voz baja un tono, pero no pierde firmeza—. En la boda me ignoraste olímpicamente. Y claro, ahora ves a Valentina así, rota, golpeada, y piensas que ir a verla te hará el héroe, que con eso todo se va a resolver. Pero no va a ser así, Tristán. Ella no está en una situación que puedas reparar con palabras.
—No tienes idea de lo que siento —espeto, dolido.
—Sí, lo sé. Pero escúchame: a Valentina le espera un proceso duro. Largo. Pasó de ser víctima a cómplice en los papeles. Necesitará un abogado, un respaldo real. No a un hombre que, cuando más lo necesitó, dudó de ella.
Trago saliva, mordiéndome el orgullo.
—Sólo dime dónde está.
Hay una pausa del otro lado. Jon respira, profundamente.
—No. Antes de verla tienes que leer algo. Te lo enviaré a tu oficina. Léelo. Todo. Después hablamos. —Y sin más, cuelga.
Me quedo con el teléfono en la mano, temblando de impotencia.
***
El sobre llegó sin previo aviso. Era una carpeta de cartón desgastado, envuelta con un listón delgado, y una nota manuscrita pegada con cinta adhesiva al frente. No tenía remitente, pero en cuanto lo sostuve entre mis manos, lo supe. Era de ella.
Temblando, desaté el nudo con torpeza.
Dentro, entre hojas dobladas, páginas cubiertas de tinta, manchas que parecían de lágrimas secas, y letras que a ratos se habían desdibujado, encontré el diario de Valentina. Un cuaderno simple, con flores dibujadas a mano en las esquinas. Junto al diario, una hoja suelta: una carta.
“Para Tristán:
Si estás leyendo esto, quizás ya sea demasiado tarde. O quizás no.
Aquí está toda la verdad. Todo lo que quise contarte y nunca pude.
Todo lo que fui, lo que sentí, lo que soñé.
Si muero, quiero que al menos tú sepas quién fui de verdad.
Porque aunque entré a tu vida por una mentira, cada latido fue real.
Gracias por darme un respiro de libertad.
—V.”
Tragué saliva. Cerré las cortinas de mi oficina. Le pedí a Linda que nadie me interrumpiera, sin dar más explicaciones. Me senté en el sofá con el diario entre las manos y, como quien se sumerge en el océano sin saber nadar, abrí la primera página.
La letra de Valentina era inestable al principio, temblorosa, como si tuviera miedo incluso de dejar su huella en una página en blanco.
“Empiezo este diario diciendo que me llamo Valentina Salamanca. Mi madre me llamaba la niña de los ojos lilas, soy la única que heredé los ojos de mi abuela paterna. Mi padre, su musa favorita. Nací en San Cristóbal de las Casas, en casa de mi abuela. Nací libre… pero a los ocho años dejé de serlo.”
Pasé la hoja, sin aliento. Su historia se desplegaba ante mí como un campo minado: cargada de matices, de ausencias, de silencios largos y dolores que no sabía que existían.
Me enteré de cosas que ella nunca dijo en voz alta. Que nunca terminó la primaria, que era autodidacta, que todo lo que sabía lo había aprendido de su madre y de los pocos libros que le permitían tener.
“El Tío me encerró en una habitación sin ventanas, salvo una en el baño, alta y pequeña, donde apenas podía ver el cielo. Me dijo que el mundo era peligroso. Que me buscaban.
Que me querían muerta. Me dijo que mi madre murió por terca, por meterse donde no debía. Yo le creí. Hasta que ya no pude más. […] Siempre como lo mismo. Lo fácil, lo rápido. No tienen tiempo para mí. Me conformo con lo que la sirvienta me prepara. […] El Tío me dijo que si dejaba de gritar, me daría algo para entretenerme. Le pedí libros.”
Seguí leyendo, línea tras línea, como si cada palabra fuera un latido que no supe escuchar en su momento.
“Cuando conocí a Tristán, tenía miedo. De todo. De él. De mí. De sentir. Pero él…Él fue el único lugar donde me sentí a salvo. Lo vi frente a mí y supe que algo me estaba pasando. Ahora sé que no era un ataque de ansiedad. Era amor.”
Sonreí. Por un segundo. Hasta que volví a llorar.
“A veces me despierto llorando porque no quiero fallarle. Porque tengo órdenes que no quiero cumplir. Porque si las cumplo, lo traicionaré. Pero si no las cumplo, Tito me matará. […] Lo vi reír con su familia. Pensé: ojalá yo pudiera ser parte de eso… sin tener que mentir. […] Le mentí. Pero también lo amé. Lo amé tanto que me duele el cuerpo de cargar con la mentira. Pero si le digo la verdad, lo pierdo. Y si no se la digo… también lo pierdo.”
Una hoja suelta cayó del cuaderno, como si hubiera esperado su turno para ser leída.
Era una lista, escrita con lápiz.
“Cosas que quiero hacer si salgo de esta”:
- Amar a Tristán sin miedo.
- Dormir sin tener pesadillas.
- Decirle que me gusta cuando me acaricia el cabello.
- Comprar libros. Muchos libros.
- Recorrer el mundo.
- Estudiar.
- Aprender idiomas.
- Encontrar un cantante que me guste.
- Ser mamá.
- Tener una casa con muchas ventanas.
- Vivir.
Al final, con tinta más firme, otra frase:
“Perdóname. No por mentir. Sino por tener tanto miedo que no supe cómo confiar.”
Cerré el diario con las manos temblorosas. Me ardía la garganta. No podía tragar. Me ardía el pecho. Como si la verdad pesara más que la mentira. La silla me quedó grande. El mundo me quedó grande. El amor de Valentina, también.
Lloro como no había llorado en años. No es un llanto silencioso, ni uno contenido. Es un llanto feo, de esos que arrugan el rostro y rompen el cuerpo desde dentro. Me doblo sobre mí mismo, el diario entre las manos, el corazón hecho pedazos en el suelo de mi oficina. No puedo dejar de pensar en ella, en todo lo que escribió con esa letra temblorosa que ahora siento tatuada en mi piel.
Lloro por cada vez que me habló con miedo y yo no supe verlo, por cada sonrisa suya que me pareció nerviosa, y que ahora sé que lo era.Lloro por cada abrazo en el que ella buscaba refugio, y yo creía que solo buscaba cariño. Lloro por haberle gritado. Por haberla echado. Por haberla entregado a los lobos.
Lloro porque me siento una mierda. Una absoluta mierda de hombre. Valentina estuvo sola… sola durante años, y cuando por fin se atrevió a confiar, lo hizo en mí. Me lo dijo en sus palabras, en su diario, en su lista de sueños, en sus silencios. Me dio lo que le quedaba. Y yo… yo lo pisoteé.
Otra hoja cae del diario. Otra carta.
Para Tristán,
Te escribo esta carta rápido, mientras terminas de darte un baño antes de salir para Ibiza. Lo hago para prevenir, porque mi vida es caótica y no sé que pasará más adelante.
Tengo algo que confesarte, y no sé cómo empezar sin que suene a excusa. Pero no es una excusa. Es una decisión que tomé sola, una de esas que te cambian para siempre.
Cuando Tito me envió a Madrid, me mandó a robar el proyecto Picaflor. Confiaba en que nadie sospecha de mí, y hasta ahora tenía razón. Nadie sospechó. Pero yo tampoco sospechaba lo que me pasaría al llegar a tu mundo.
Porque conocerte… conocerte cambió todo. No puedo explicar con palabras lo que fue sentirme parte de algo por primera vez en años. Tú, tus hermanas, tus padres. Linda. Moríns. Hasta Fátima con sus preguntas que me dejaban sin aire. Yo… yo no sabía que podía reír así. Que podía amar así. Y entonces supe que no podía traicionar lo que me estaba sanando.
Gracias a mi memoria fotográfica, estudié el proyecto original. Día tras día lo repasé en mi mente hasta memorizarlo por completo. Después, fuera de la oficina y sin levantar sospechas, lo reescribí. Lo modifiqué. Lo maquillé, lo descompuse, lo desarticulé desde la raíz. Y ese fue el archivo que le mandé a Tito. Él creyó que era el original. Jamás lo dudó.
Pero lo más importante, Tristán… es que en el proceso también mejoré el verdadero proyecto. Lo pulí, lo hice más fuerte, más viable, más claro. No por él. No por mí. Por ti. Por lo que representa. Por lo que puede cambiar. Porque quiero creer que, a pesar de todo, puedo aportar algo bueno.
El proyecto Picaflor está listo. El real. El tuyo. Si decides retomarlo, te prometo que cada línea escrita es correcta y hará que hagas el sueño realidad de tu padre. No sé si algún día me perdonarás. No sé si después de todo aún hay un lugar para mí en tu vida, aunque sea uno pequeño. Pero si no… si este es el final, quiero que sepas esto: elegí traicionar a Tito, por elegirte a ti.
Con amor,
Valentina.
Y con esa última carta, me mató.
—No te la mereces, Tristán —murmuro, para después, soltarme a llorar.
Por Dios, cuanto dolor… Valentina no se merecía nada de eso…
John a su manera, estuvo ahí para ella. Me parte el dolor de saber, qué siempre estuvo tan sola…no puedo ni opinar más.
Gracias Ana Martínez por ser tan real, y sigo amando tus libros
Desgarrador, Tristan no la mereces, Jon te lo dijo y no escuchaste…. Espero los años te den la sabiduría del primer Tristan y sepas escuchar 💔💔💔💔
Estoy llorando como una Magdalena, al igual que Tristán, que pena que reaccionó así, pero bueno de eso se trata la novela de giros inesperados , que espero después tomen otra vez el giro correcto y puedan reconstruir este amor…. Gracias Ana por regalarnos tus bellas historias, sos genial…
Consternada con todo lo que pasó, con el corazón apretado, pensé que David Tristán iba a reaccionar mejor,.pero no, en el momento de la presión le falló a Valentina, pobre niña
Consternada al mil como siempre, por un momento feliz, al sentir todo ese amor que se tenían y por otro lloro a mares por todo ese sufrimiento
Consternada al mil como siempre, por un momento feliz, al sentir todo ese amor que se tenían y por otro lloro a mares por todo ese sufrimiento
No pensé que David Tristán sería tan cerrado en no escuchar. Pero así pasaron las cosas y es mejor que llore por lo que perdió y que bueno que Valentina al menos tuvo a Jonh de apoyo y no estuvo sola. Veremos qué pasa. Pero lo q si digo es gracias Ana. Excelente descripción como en todos tus libros
Nooo que horror!! Pobre Valen…
Tristan la recontra embarro con esa reacción….y ahora Valen esta pasando una situación terrible cuando el hombre que ama pudo haberla ayudado… Pero bueno… menos mal esta Jon!