Los dolores de Ana Carolina llegaron mientras yo me encontraba en la oficina. Estaba en una junta con Karl, cuando Linda entró corriendo sin tocar la puerta de la sala de juntas. 

⎯David, es Ana Caro ⎯pronunció Linda, con la respiración agitada, apenas cruzando la puerta de la sala de juntas. Su expresión lo decía todo. Me levanté de inmediato, sin preguntar más. Karl entendió al instante y asintió con una mirada de apoyo.

Cuando llegué a la casa, Ana Carolina estaba sentada en el sofá, con una mano en el vientre y otra sujetando el respaldo. Respiraba hondo, tratando de manejar el dolor, mientras me dedicaba una sonrisa nerviosa al verme entrar.

⎯¿Ya estás aquí? ⎯pregunta, con un hilo de voz entre el alivio y la ansiedad.

⎯Claro que sí ⎯respondo, agachándome frente a ella⎯. Ya estoy aquí. Vámonos.

Tomo su mano con delicadeza y la beso. Está sudando un poco, y su rostro muestra señales de incomodidad, pero también de fuerza. Ana Caro es una mujer fuerte… y valiente. Le acaricio el cabello y le sonrío, tratando de calmarla con mi presencia.

⎯Tengo miedo ⎯murmura, mirando el suelo.

⎯Lo sé ⎯le digo, apretando su mano⎯. Pero vas a estar bien. No estás sola.

⎯No quiero que Dante se lo pierda… ⎯susurra con los ojos brillosos⎯. Pero tampoco quiero hacerlo sin ti.

⎯Estoy contigo, Caro. Desde el principio. Y estaré en todo momento, ¿sí?

Ella asiente lentamente. Me pongo de pie, tomo la maleta que ya está lista junto a la entrada y le ofrezco el brazo.

⎯Vamos, te llevo con tu hijo ⎯le digo con una sonrisa.

⎯¿Ya decidiste si lo vas a cargar tú o te vas a desmayar en cuanto lo veas?

Río suavemente, aliviado de que conserve su sentido del humor.

⎯Eso dependerá de si se parece a mí o a su madre. Si es muy bonito, seguro me desmayo.

Ana Caro sonríe, entre lágrimas y risa.

⎯Gracias, Tris… por todo.

⎯Gracias a ti… por escogerme como padre de tu hijo.

La ayudo a incorporarse con cuidado. Su paso es lento, pero firme. Salimos de la casa juntos, yo llevando la maleta en una mano y su cuerpo apoyado en la otra. Afuera, el mundo sigue, pero para nosotros, todo se ha detenido. Ha comenzado la llegada de Miguel.

***

Ana Carolina lleva más de diecisiete horas en trabajo de parto. Su rostro está bañado en sudor, sus manos tiemblan, y la fatiga se le nota hasta en el parpadeo. Está exhausta. La habitación huele a desinfectante, a café viejo y a tensión contenida. Por fortuna, estamos en el hospital de mi padre, lo que significa que contamos con los mejores doctores… y con él supervisando personalmente el nacimiento de Michele.

Dante, mientras tanto, parece una sombra pegada a la pared. Sus ojos están rojos, como si no hubiera dormido en días. Y tal vez no lo ha hecho. Está confundido, abrumado. Quiere estar con Ana Caro, abrazarla, acompañarla… pero también sabe que el bebé no es suyo. Que soy yo quien debe estar a su lado. Y aun así, está aquí. Presente. Como un hombre que eligió quedarse. 

Le pedí que estuviera con nosotros dentro de la habitación. Porque esto también es parte de su historia. Tal vez no como el padre del niño, pero si cómo el hombre que la ama. 

Una contracción llega y la piel de Caro se tensa de nuevo. Su grito corta el aire.

⎯¡No, ya no puedo! ¡No…! ⎯gime, apretando mi mano con tanta fuerza que la siento entumecida.

⎯Sí puedes, Caro. Ya casi. Solo un poco más ⎯le susurro al oído, tratando de mantener la calma que no siento.

Ella niega con la cabeza, los ojos llenos de lágrimas.

⎯¡No puedo más! ¡Me voy a romper! ¡No puedo, Tristán! ⎯me ruega. 

Le doy un beso sobre la frente; se siente húmeda. 

⎯Si yo pudiera, absorbería todo tu dolor, Ana Caro ⎯le murmuro. 

El doctor entra a la habitación con paso firme y rostro concentrado. Lleva el estetoscopio colgando al cuello y las manos aún enguantadas. Se acerca a revisar a Ana Carolina con movimientos ágiles, profesionales. Después de unos segundos de silencio, levanta la vista hacia nosotros con expresión grave.

⎯Han pasado más de diecisiete horas y solo ha dilatado seis centímetros ⎯informa, con la voz neutra pero firme⎯. Tendremos que operar.

⎯¿Cómo que operar? ⎯pregunto, dando un paso al frente, incapaz de ocultar la angustia.

⎯El bebé presenta una situación conocida como presentación occipito-posterior ⎯explica⎯. Su cabeza está en una posición que dificulta el descenso natural por el canal de parto. Además, los latidos comienzan a mostrar signos de fatiga. No es grave todavía, pero no podemos arriesgarnos a que el bebé entre en sufrimiento fetal.

Me paralizo. Miro a Ana Caro, que respira con dificultad, los ojos llenos de dolor y miedo. Me aferro a su mano.

⎯¿Es seguro? ⎯pregunta ella con un hilo de voz.

⎯Mucho más seguro que esperar. Ya le administramos suero, ha recibido analgésicos y oxígeno, pero su cuerpo está agotado. No la vamos a dejar pasar por más dolor inútil. Vamos a hacer una cesárea controlada. El bebé está bien. Solo tenemos que sacarlo ya.

Dante traga saliva a mi lado. No dice nada, pero puedo ver en su rostro que está igual de asustado que yo.

⎯Voy a pedir que la preparen para el quirófano ⎯concluye el doctor, saliendo de la habitación.

Yo asiento, con el corazón desbocado. Miro a Ana Caro y le beso la frente.

⎯Todo va a salir bien ⎯le susurro.

⎯Por cierto, Tristán. Tus padres llegaron ⎯comenta el doctor. 

Mis padres. Las personas a las que he estado evitando desde que pasó lo de Valentina. No porque no me importen, sino porque no sabía cómo mirarlos a los ojos sin sentirme expuesto. Ellos intentaron acercarse, me buscaron, me escribieron, me llamaron. Yo, cobardemente, usé el trabajo como escudo: la casa nueva, la oficina, el embarazo de Ana Carolina, cualquier excusa para no verlos.
Y ellos, con esa paciencia que solo tienen los padres que ya han criado a un hijo testarudo, respetaron mi silencio. No insistieron demasiado. Supieron darme espacio.
Pero hoy, están aquí.

Cuando los veo cruzar la puerta del hospital, con el rostro lleno de preocupación y ternura, entiendo algo: los padres nunca dejan de ser padres, ni siquiera cuando uno ya es adulto, ni siquiera cuando uno los aparta.
Mi madre viene directo hacia mí y me abraza sin pedir permiso. Mi padre me pone una mano en el hombro con firmeza. No dicen nada, y eso me rompe por dentro. Porque no hay reproche en sus ojos, solo amor.
Ese amor que, sin decir nada, te perdona antes de que hayas pedido perdón.

⎯Ya llegamos. Lo siento ⎯dice mi madre apenas cruza la puerta, como si se sintiera culpable por no haber llegado antes. Su voz suena agitada, y su mirada busca la mía con preocupación.

⎯Está bien… ⎯murmuro, sin fuerzas para decir más. No tengo nada que reprocharles. Solo me alegra verlos aquí.

Ana Carolina, que hasta ahora se había mantenido valiente a pesar del dolor y el miedo, se rompe en cuanto ve a mi padre. Desde que su familia le dio la espalda, él se ha convertido, sin que nadie lo planeara, en una figura paternal para ella. Y ahora, tenerlo frente a frente, en un momento tan vulnerable, la desarma por completo. Se cubre el rostro y llora con fuerza.

Mi padre se acerca con suavidad, le toma la mano y le habla con su voz tranquila y firme:

⎯Tranquila, todo va a salir bien.

Luego se vuelve hacia mí y asiente con determinación.

⎯Yo estaré en el quirófano contigo. Pero será tu hermana quien atienda el parto.

⎯¿Sila? ⎯pregunta Ana Carolina, sobresaltada⎯. ¿Por qué Sila? ¿Lo van a llevar a terapia intensiva? ¿Está en peligro mi bebé?

⎯No, no es eso ⎯responde mi padre con serenidad, sin perder el aplomo⎯. Simplemente, Sila conoce cada detalle del embarazo, está familiarizada con tus análisis y tus signos vitales. Yo acabo de llegar, y quiero que tengas la mejor atención posible. Confía en ella.

Ana Carolina asiente despacio, pero su cuerpo aún tiembla.

⎯Lo estás haciendo muy bien ⎯le digo con voz serena, tomándole la mano con firmeza⎯. Ya casi estamos ahí. Ya casi llega nuestro hijo.

Una nueva contracción la atraviesa. Cierra los ojos con fuerza, aprieta los dientes y respira entrecortado.

⎯Yo… yo quería que el nacimiento de Michele fuera perfecto, ¿sabes? ⎯balbucea, con la voz rota⎯. Sólo quería que fuera bonito, algo especial. Pero todo me está saliendo mal, todo está mal…

Sus palabras se quiebran al mismo tiempo que su llanto. Y no, no lo dice para arruinar el momento. La conozco demasiado. Es el dolor de la expectativa rota, de los sueños que no se cumplen como una los imagina. Siempre me dijo que soñaba con tener a su madre a su lado, a su padre también. Con sentirse protegida. Con sentirse completa. Pero hoy, está aquí, con contracciones desgastantes, una cesárea en puerta y un hueco en el corazón que nadie puede llenar.

⎯No quiero que le pase nada al niño ⎯solloza, apretando más fuerte mi mano.

⎯No le pasará nada ⎯le susurro, acercándome a ella para que me escuche con claridad⎯. Te lo prometo. Mi padre está aquí, es el mejor pediatra del mundo, y Sila es extraordinaria. Sabes que está al tanto de todo, ha seguido tu embarazo paso a paso. Estás en las mejores manos, Caro. Todo saldrá bien.

La beso en la frente y le acaricio la mejilla con la yema de los dedos.

⎯Será perfecto. Michele será perfecto ⎯añado con una sonrisa, aunque me tiemble un poco por dentro. Porque si ella necesita creerlo, entonces yo tengo que decirlo con toda la fuerza del universo.

Ana Carolina asiente, cierra los ojos y respira hondo, dejándose envolver por mis palabras. Y en ese instante, aunque el miedo siga allí, aunque las cosas no hayan salido como lo soñó, al menos sabe que no está sola. Estamos los dos, esperando juntos a nuestro hijo.

***

Entro al quirófano envuelto en esa bata quirúrgica que tantas veces vi usar a mi padre y a mi hermana. Me siento fuera de lugar, torpe con la mascarilla, los guantes y el gorro, pero también emocionado. No sé si me tiembla más el cuerpo por los nervios o por la emoción. Entro apurado, con la voz de Dante aún resonando en mi mente: “Cuídala. Quédate con ella. Y si puedes… toma fotos.”

Intenté hablar con Valentina antes de entrar, pero no lo logré. Así que sólo le envié un mensaje rápido: “Michele está por llegar.” No sé si lo leerá a tiempo, pero necesitaba que lo supiera. Que esté presente de alguna forma.

Apenas cruzo la puerta, lo primero que veo es a mi padre y a Sila. Ambos están completamente concentrados, preparándose para el parto. Aun así, cuando mi padre me ve entrar, gira ligeramente la cabeza. A través del cubrebocas, alcanzo a notar la curva suave de una sonrisa. Me está diciendo, sin palabras, que todo está bien. Que puedo respirar.

Mi madre está afuera, esperando para entrar . Alegra también ha llegado, acompañada de Karl. Y Lila viene en camino, en un vuelo urgente. Todos quisieron estar, pero Ana Caro me había pedido que no avisáramos hasta después del nacimiento. “Quiero verlos cuando me vea mejor”, dijo entre risas nerviosas. Al final, las cosas no salieron como las planeamos, pero tampoco importa. Lo único que importa ahora es ella… y Michele.

Me acerco al sitio que me indican, junto a su cabeza. Ana Carolina ya está anestesiada, aunque aún consciente. Me toma la mano con fuerza apenas me tiene cerca. Sus ojos, cansados pero firmes, me buscan. Yo le sonrío con dulzura, intentando transmitirle paz.

⎯Ya estoy aquí… ⎯le murmuro, acercándome más⎯. Todo va a salir bien.

Ella asiente despacio. Está exhausta, eso es evidente, pero en sus ojos también hay confianza. Yo le acaricio el cabello con ternura, enredando mis dedos entre sus mechones húmedos de sudor, y me preparo para ser testigo del momento que cambiará nuestras vidas para siempre.

⎯No te vayas a desmayar ⎯dice con una sonrisa débil, usando el poco humor que le queda⎯. Necesito al menos la foto perfecta.

Suelto una risa suave. Ella sabe que la sangre y yo nunca fuimos buenos amigos, uno de los tantos motivos por los que jamás pude ser médico como mi padre. Pero para esto estoy preparado. Para ella. Para Michele.

⎯Tranquila. Te prometo que tendrás la foto perfecta. Ojalá la tomara mi madre, pero bastará con el ojo experto de mi padre ⎯respondo con una sonrisa cómplice.

Ana Caro sonríe también, con ese gesto que sólo me muestra a mí. Y en ese instante, a pesar del miedo, del cansancio, de todo… somos sólo ella y yo. Dos personas que, entre todo el caos, están a punto de recibir el regalo más grande de sus vidas.

⎯Carito ⎯le murmuro, y ella me ve directo a los ojos, con ese brillo entre miedo y esperanza que sólo aparece en los momentos más reales⎯. Sé que esto no debió ser así. Que te imaginabas otra cosa… un nacimiento distinto. Más sereno, rodeada de quienes amas. Tal vez, ahora que lo pienso, hasta con alguien diferente a tu lado. Y que en este instante sientas que estás sola.

Ella no dice nada, pero su expresión me lo confirma. La abrazo con los ojos, porque con las manos no puedo.

⎯Pero escúchame bien… no lo estás. No estás sola, Carito. Puede que tu familia no esté aquí físicamente, puede que no tengas a tus hermanas o a tus padres a tu lado como soñaste. Pero me tienes a mí. Me tienes ahora, y me vas a tener siempre.

Trago saliva y continúo, acariciándole el rostro con los dedos que tiemblan por la emoción.

⎯Sé que esto no fue planeado. Sé que ha sido un camino raro, torpe, a veces torcido. Pero también sé que desde el momento en que supe que vendría Michele, decidí caminarlo contigo. No como un deber, sino como un acto de amor. Porque aunque esta familia sea distinta, será una familia. La nuestra. Y tú y yo, aunque no seamos pareja, seremos siempre padres. Seremos siempre un equipo. Y yo voy a estar ahí, en cada paso, en cada caída, en cada sonrisa de nuestro hijo.

Ella parpadea, y las lágrimas caen. No hay palabras, pero su mano aprieta la mía con fuerza.

⎯Nunca vas a estar sola. No mientras yo respire. Seré tu amigo, seré su padre, seré esa voz en la madrugada cuando no sepas qué hacer, y también esa risa tonta que aparece cuando todo va mal. Vamos a criar a Michele como se merece: con amor, con verdad, con presencia. Aunque el mundo diga que no es la forma tradicional, nosotros vamos a escribir nuestra propia versión.

Beso su frente, y ella cierra los ojos. Sus labios tiemblan, pero ya no de miedo.

⎯Te lo prometo, Carito. Aquí estoy. Y aquí me voy a quedar. 

⎯¡Viene Michele! ⎯escuchamos la voz del médico. 

Respiro hondo. Es el momento. Ya no hay marcha atrás. Seré padre. El quirófano se ha vuelto un universo pequeño donde todo cobra sentido. El sonido constante del monitor, la luz blanca e intensa, el leve murmullo del equipo médico… todo se detiene en mi cabeza cuando escucho la voz firme de mi padre:

⎯Vamos, ya casi está. Tranquila, Ana Caro… sólo un poco más.

Acaricio el cabello de Ana Carolina, que mantiene los ojos cerrados, serena dentro del agotamiento, pero aún aferrada a mi mano. Su rostro tiene esa mezcla de sufrimiento y ternura que sólo he visto en las mujeres que dan vida. Y entonces, sucede.

Un llanto.

Un primer grito que me atraviesa por dentro. Fuerte. Vivo. Nuestro.

⎯¡Es su niño! ⎯anuncia Sila, mientras el doctor lo pone entre sus brazos para revisarlo.

Y allí está. Michele. Rojo, arrugado, envuelto en un mar de lágrimas y luz. Su llanto llena el quirófano, pero para mí, es música celestial. Mi pecho se hincha, mis ojos se nublan. No sabía que podía amar a alguien tan intensamente en apenas un segundo.

Mi hermana lo revisa con precisión, con esa mezcla de ciencia y amor que la caracteriza, y luego se aparta para darme espacio. Sila lo envuelve en una mantita azul y me lo acerca.

⎯¿Quieres cargarlo? ⎯me pregunta con una sonrisa, y evitando que las lágrimas caigan. No es la primera vez que mi hermana atiende un parto de la familia, pero por una razón, hoy está conmovida. 

Mis manos tiemblan, pero lo hago. Lo tomo con el mayor cuidado del mundo, como si sostuviera algo más frágil que el cristal y más sagrado que cualquier reliquia. Y entonces, Michele abre los ojos… por una fracción de segundo. Me mira. Y yo sé que todo ha cambiado.

⎯Hola, hijo… ⎯susurro, mientras las lágrimas me ruedan por el rostro⎯. Aquí estoy.

Me agacho un poco y acerco al bebé a Ana Carolina. Ella lo mira con asombro, luego con una ternura profunda, antigua, infinita. Lo besa en la frente con un suspiro emocionado.

⎯Hola, mi amor… ⎯le dice⎯. Bienvenido.

⎯¡Miren aquí! ⎯escuchamos la voz profunda y suave de mi padre, y nosotros lo hacemos.

Ana Carolina, con la mirada más plena que le he visto nunca. Yo, con el corazón expuesto. Michele, dormido ya sobre su pecho, nos toman la foto perfecta. Una familia distinta. Una historia compleja. Un amor sin condiciones.

Y una vida, apenas comenzando.

⎯¿Qué se siente darle la bienvenida a tu onceavo nieto? ⎯le pregunto a mi papá, entre sonrisas, mientras él termina de acomodar una cobijita sobre Michele.

Él me mira con esa mezcla de orgullo y ternura que sólo he visto en los momentos más importantes de nuestras vidas. Se le forman las arrugas en los ojos, esas que aparecen cuando sonríe de verdad.

⎯Se siente igual de maravilloso que cuando recibí al primero… ⎯dice, haciendo una pausa, con un tono travieso en la voz⎯. Y, si todo sale como imagino, igual de feliz que cuando reciba al doceavo.

⎯Doce… ⎯murmuro, aún con una sonrisa incrédula.

⎯Y los que faltan. Esta familia no sabe estarse quieta. ⎯Mi padre se cruza de brazos y suelta una risa suave⎯. Ahora entiendo la verdadera razón por la que me hice pediatra ⎯bromea, mirando con ternura a Michele.

Ana Carolina suspira, agotada pero en paz. En su mirada ya no hay miedo, solo amor. Acaricia la cabecita de nuestro hijo, que duerme entre sus brazos, ajeno al torbellino que ha sido su llegada al mundo.

⎯Diecisiete horas de espera, amor mío… pero valiste cada segundo. Llegaste para enseñarme que lo más hermoso de la vida… a veces toma tiempo.

Yo los observo en silencio, sintiendo que algo en mí se acomoda, como si todas las piezas finalmente estuvieran en su lugar. No es la historia perfecta que habíamos imaginado… pero es la nuestra.

⎯De todas las decisiones que no pude tomar… esta es la única que he tomado con toda la seguridad del mundo. Y no me equivoqué.

Una de las dos decisiones que serían para siempre. 

4 Responses

  1. Que bonito llegó Miguelito aunque hizo sufrir a la mami, pero llegó sano y para dar felicidad…👶 .y que bueno que Valentina y David estén en contacto….ojalá no le pase nada malo a ella…

  2. Pobre Ana con tantas horas de labor de parto pero lo lucho para traer a Miguelito a este mundo. Y muy sabias palabras las de Tristán no son la familia perfecta pero son la familia real con amor y sus propias reglas y más que todo siempre hay respeto entre unos amigos q son ahora padres

  3. Sabes cómo sacar lágrimas, y hoy fueron entre felicidad y nostalgia.
    Falta Valentina y Dante allí.

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