Alegra
Semanas después


-El día de la boda / Ibiza-

Los días de la boda por fin han llegado, y no puedo evitar sentirme profundamente emocionada. Toda mi familia ya está en Ibiza, y los invitados comenzarán a llegar en cualquier momento. La isla, tan mágica como la recordaba, está llena de vida, de voces, de ese aire cálido que solo se respira cuando algo verdaderamente importante está a punto de suceder.

Después de tantos meses de planeación minuciosa, de revisar cada detalle ⎯desde la comida hasta el pastel de tornaboda, desde las flores hasta la música⎯ todo por fin empieza a cobrar vida. Recuerdo las listas interminables de invitados: empezamos con más de seiscientos nombres y, después de una diplomacia digna de Naciones Unidas, conseguimos reducirla a trescientos. Sí, solo trescientos. Porque en mi familia hacer algo “íntimo” es casi una fantasía. Somos muchos, nos queremos mucho y, sobre todo, nadie quiere perderse una buena fiesta.

Hasta ahora, solo mis padres y mi tía Julie han logrado celebraciones más pequeñas. Los demás, nos hemos ido a lo grande. Sabina se casó en un castillo; Sila y Moríns en un hotel increíble; y ni hablar de los pioneros de las bodas multitudinarias: mi tío Manuel y mi tía Ainhoa, que tuvieron tres bodas, tres cambios de ropa y una luna de miel de ensueño.

No es una competencia, lo sé, pero esta boda… esta boda es especial. Es nuestra. La celebración oficial de lo que Karl y yo hemos construido durante años: una historia de reencuentros, de resiliencia, de familia, de amor. Ya estamos casados, sí. Tenemos cinco hijos que llenan nuestra casa de gritos, de abrazos, de caos del bueno. Pero esta boda es diferente. Es la que soñamos, la que decidimos celebrar cuando todo finalmente encajó. Es la que compartimos con quienes han estado a nuestro lado en cada paso, cada tropiezo, cada alegría.

Hoy, soy esa misma Alegra Canarias que alguna vez juró que jamás se casaría. La que aseguraba que nunca la verían en un papel de madre, y mucho menos de ama de casa. Esa mujer independiente, libre, un torbellino con cámara en mano… está a solo horas de ponerse su primer vestido de novia y caminar del brazo de su padre hacia el altar, donde la espera el hombre que, contra todo pronóstico, le enseñó lo que es amar y dejarse amar: un cardiólogo de ojos azules que cambió por completo mi vida.

Y aunque podría parecer el final perfecto para una historia de amor, para Karl y para mí, este es solo otro comienzo. Porque el final, nosotros no lo concebimos. Hoy es solo un gran festejo.

Karl y yo hemos estado adelantando todo el trabajo posible porque, justo después de la boda, viajaremos a Seúl. Yo tengo un proyecto importante con una marca coreana que admiro desde hace años, y será el primer contrato que firme en Asia. Aprovecharemos el viaje como luna de miel, aunque no sea el destino típico de descanso tropical.

Karl soñaba con playa, arena y margaritas, pero entendió lo importante que es este paso profesional para mí. Como siempre, me apoya. Me acompaña. Y eso hace que lo ame aún más. Él bromea diciendo que nuestra luna de miel tendrá ramen, kimbap y largas caminatas por templos, pero sé que en el fondo también está emocionado por explorar nuevos paisajes conmigo.

Mi agencia también ha crecido muchísimo estos meses. Tanto, que ya estoy considerando cambiar la oficina de lugar. Hasta ahora, trabajar desde casa era lo ideal, sobre todo con los niños, pero últimamente me incomoda la idea de tener personas entrando y saliendo mientras ellos están ahí. Quiero proteger su espacio, su rutina. Así que he comenzado la búsqueda de un nuevo lugar: un local, una casa, algo que se sienta profesional pero también acogedor. Sebastián, mi socio, está ayudando con eso… aunque últimamente lo he notado un poco distante. Está raro. Prefiero pensar que es por el estrés. Ya hablaremos de eso después.

Por ahora, solo pienso en este instante: en esta boda que se aproxima, en los días que vienen, en las nuevas etapas que comienzan. Y sonrío.

⎯¿Cuándo fue la última vez que nos cambiamos en la misma habitación? ⎯me pregunta Lila, entrando a la suite principal, esa que en unos minutos se llenará de damas de honor, maquillaje, flores y risas nerviosas.

⎯Hace cinco años ⎯respondo, con una sonrisa suave⎯. Antes de que te enamoraras de Antonio y yo de Karl.

Lila me sonríe con ternura. Hay algo en su mirada que me detiene. Nos observamos, en silencio, como si quisiéramos decirnos millones de cosas, pero ninguna palabra fuera suficiente para abarcarlo todo. Es uno de esos momentos en los que el lenguaje se queda corto, y solo las miradas saben hablar.

⎯¿Recuerdas cuando nos casábamos? ⎯dice, soltando una risa que se mezcla con la nostalgia⎯. Cuando yo me vestía de novia y tú de novio, y practicábamos la caminata hacia el altar.

La imagen me saca una carcajada. Claro que lo recuerdo. Aquellos vestidos de novia que hacíamos con los retazos de tela que la abuela Ximena nos regalaba, y el velo improvisado con una cortina vieja. Caminábamos por el jardín, tomadas de la mano, hasta un altar de flores que nosotras mismas construíamos con ramas y pétalos recogidos en la mañana.

David era el “padre” de la ceremonia, con un crucifijo hecho de palitos y cinta, y Sila se encargaba de narrar todo como si fuera una boda de verdad, usando palabras elegantes que no entendíamos pero que sonaban importantes.

⎯Éramos ridículas ⎯murmura Lila, divertida.

⎯Éramos felices ⎯corrijo, sonriendo.

Lila se sienta a mi lado en la cama, y durante un segundo, somos otra vez esas niñas. Sin maquillaje, sin anillos, sin preocupaciones. Solo hermanas, jugando a soñar.

⎯Nunca pensé que llegaría este día ⎯dice Lila en un susurro, con los ojos brillantes⎯. Que realmente vería a mi hermana vestida de novia… a horas de caminar hacia el altar.

La miro y le aprieto la mano con suavidad.

⎯Yo tampoco pensé que me vería así ⎯le contesto, dejando escapar una pequeña risa nerviosa.

Lila ríe conmigo, sacudiendo la cabeza.

⎯Me encanta que te hayas equivocado, ¿sabes? ⎯me dice, con una ternura que me desarma⎯. Porque si no hubiese sido así, no estaríamos viviendo esto… no nos estaríamos casando juntas.

⎯A Karl también le gusta la idea ⎯bromeo, rodando los ojos.

En ese momento, escuchamos una voz familiar al otro lado de la puerta.

⎯¿Podemos pasar?

Es nuestra madre, que entra con Sila, nuestro hermano David y mi papá. Los cuatro traen una sonrisa tan luminosa que me hace temblar el corazón. No sé si es porque estoy especialmente sensible hoy, pero verlos ahí, juntos, tan emocionados, me arranca las primeras lágrimas.

⎯No empieces a llorar, Alegra, porque yo también lo haré ⎯advierte mi padre, aunque su voz suena más emocionada que firme.

Me río entre sollozos, secándome las mejillas.

⎯¡Lo siento! ⎯exclamo, aunque ya es inútil. Las lágrimas ya están fluyendo.

Lila no tarda en seguirme. Se le humedecen los ojos y, en segundos, está llorando también. Nos abrazamos, y pronto los cinco terminamos envueltos en un abrazo grupal lleno de risas, lágrimas y suspiros emocionados.

⎯¿Y Moríns? ⎯pregunto, intentando recomponerme.

⎯Está afuera tratando de organizar a los niños con Cho y Daniel. Es un verdadero caos ⎯responde Sila con una sonrisa resignada.

Nos separamos lentamente y todos nos miramos, como si quisiéramos guardar ese instante para siempre. David, nuestro hermano menor ⎯aunque ya me saca más de una cabeza⎯, nos observa con cariño.

⎯Supongo que ya no seré el padre de la boda, ¿cierto? ⎯le dice a Lila, con fingido dramatismo.

⎯Pero vas a escoltar a mamá ⎯le responde ella, dándole un beso en la mejilla.

Nuestra madre se acerca, acariciándonos las mejillas con una dulzura que solo ella sabe dar.

⎯Mis gemelas… Todavía recuerdo el día en que llegaron. Moría de miedo. Me preguntaba cómo iba a poder con dos al mismo tiempo… ⎯Hace una pausa, mira a papá, y su voz se vuelve aún más suave⎯.Y ahora… bueno, creo que lo hicimos bien, ¿no, Picaflor?

Papá la rodea con el brazo y le da un beso en la frente.

⎯Mejor de lo que esperaba ⎯responde, con los ojos llenos de orgullo.

⎯¡Basta! ⎯exclama Lila, secándose las lágrimas rápidamente⎯. Me voy a hinchar antes de que me maquillen y me voy a ver fatal.

⎯Jamás te verías mal, Lila ⎯responde papá con una sonrisa⎯. Tienes la hermosa genética de tu madre.

Los cinco reímos. La risa rompe el nudo en la garganta y el ambiente se aligera. Justo en ese momento, suena un par de golpecitos en la puerta.

Al abrirla, vemos a Sabina entrar, seguida por Ana Carolina, Jo y Mar, nuestras damas de honor.

⎯¿Se puede? ⎯pregunta Sabina, aunque ya todas están entrando con una mezcla de emoción y complicidad.

Van acompañadas por las maquillistas y el equipo que se encargará de ayudarnos a vestirnos, peinarnos y asegurarse de que todo salga perfecto. La habitación, que hace un momento era íntima y nostálgica, comienza a llenarse de risas, voces y el sonido de brochas, estuches de maquillaje y vapor de planchas para el cabello.

A partir de ese momento, ya no hay marcha atrás. El gran día ha comenzado.

⎯Bueno, David y yo las dejamos. Iremos a arreglarnos a otro lado ⎯dice mi padre con voz suave, como si intentara controlar la emoción que se le sube por la garganta. Luego se acerca a nosotras y nos envuelve en un abrazo cálido, fuerte, de esos que te sostienen el alma⎯. Nos vemos al pie de las escaleras, listo para llevarlas al altar.

⎯¡Ay, papá! ⎯exclama Lila, con los ojos vidriosos mientras se aferra a él un segundo más de lo necesario.

Yo me acerco también y lo abrazo por el otro lado. Es un momento pequeño, íntimo, pero sé que ninguno de los tres lo va a olvidar.

No puedo imaginar lo que debe estar sintiendo papá en estos momentos. En la boda de Sila lloró tanto al entregarla que la voz se le quebró cuando dijo sus palabras de despedida antes de tomar asiento. Decía que después de todo lo que habían vivido ⎯cuando la salud de Sila pendía de un hilo, cuando la oscuridad parecía más grande que cualquier esperanza⎯, verla sana, feliz y caminando al altar hacia el hombre que amaba era como ver un milagro hecho carne.

Hoy, entrega no a una, sino a dos hijas. Dos de sus niñas. Sus gemelas. Las que llenaron la casa de risas, de confusión, de caos y amor duplicado. Las que crecieron de su mano, entre fotografías, festivales escolares, travesuras y peleas por la última paleta del congelador.

Nos mira a ambas y asiente en silencio, como si quisiera decir mil cosas, pero ninguna palabra fuera suficiente. Y tal vez no lo es. Tal vez, en días como estos, el amor no se dice: se ve, se siente, se abraza.

Y justo antes de salir de la habitación, gira una última vez.

⎯Estoy muy orgulloso de ustedes ⎯nos dice, y luego, con una sonrisa nostálgica⎯. Y de que hayan encontrado a dos hombres que sepan cuánto valen.

Después de eso, se va con David. La puerta se cierra con suavidad tras ellos.

Y el aire queda suspendido un momento, entre la nostalgia y la emoción, entre lo que fue y lo que está a punto de comenzar.

⎯Empecemos a arreglarnos ⎯sugiere mi madre ⎯, antes de que esto se convierta en un cuarto de lágrimas ⎯bromea.

Y con esta última frase, comienza la cuenta regresiva.

****

-tres horas después-

Me veo en el hermoso vestido de novia que mi hermana ha hecho para mí y no lo puedo creer. Es un sueño tejido en tul y luz: una creación color champaña que abraza mi figura con elegancia, con un escote en V profundo que se equilibra con mangas largas, delicadas como seda. Cada centímetro está bordado con diminutas lentejuelas que capturan la luz como si llevara el cielo estrellado sobre la piel. La falda se abre con suavidad, ondulando con cada paso, y un cinturón metálico dorado en la cintura enmarca mi silueta como un toque de oro entre las constelaciones. Me siento como si estuviera a punto de entrar a un cuento, uno que jamás me imaginé en la vida.

⎯¡TE VES HERMOSA! ⎯expresa mi madre, al verme salir de la habitación hacia la sala de la suite.

Todos voltean y comienzan a aplaudir emocionadas. Mi madre va hacia mí y me da un abrazo. Los clics de la cámara suenan. Esta vez, he contratado a un fotógrafo de mi confianza para tomar las fotos, no quiero estar preocupada este día.

⎯Gracias, ma. Y espera a ver a Lila, sé que se verá más hermosa que yo.

En ese instante, las puertas de la otra habitación se abren y Lila sale con su vestido, y por un momento el tiempo se detiene. Lleva una creación de ensueño, blanco como la nieve con un brillo sutil que parece atrapado entre las capas de tul. El corsé ajustado, con varillas delicadamente marcadas y escote en forma de corazón, resalta su figura con elegancia. Las mangas caídas, etéreas y vaporosas, descansan sobre sus brazos como si fueran parte de una flor recién abierta. Todo el vestido está cubierto de aplicaciones florales en relieve, pequeñas ramas y pétalos que trepan por la falda como si el vestido hubiera nacido de un jardín encantado. Es imposible no mirarla: parece una princesa salida de un cuento que, por fin, ha encontrado su final feliz.

⎯¡Oh, por Dios! ⎯exclama mi madre, llevándose las manos al rostro como si no pudiera contener la emoción⎯. ¡TE VES HERMOSA!

Lila sonríe con orgullo mientras recibe un abrazo apretado de mi madre, de esos que solo una mamá puede dar cuando se desborda de amor y orgullo.

Después, se gira hacia mí, con una sonrisa pícara y los ojos brillando.

⎯Soy una chingona ⎯dice, alzando una ceja mientras contempla su reflejo en el espejo.

⎯Lo eres. Y además, sumamente talentosa ⎯le respondo con sinceridad, porque lo es. Siempre lo ha sido.

Ambos vestidos parecen haber capturado a la perfección lo que somos. El mío, cubierto de lentejuelas discretas pero radiantes, refleja ese espíritu festivo, fuerte, audaz, que me ha acompañado desde niña. El de Lila, con detalles florales delicados y bordados suaves, evoca esa ternura suya, esa forma soñadora que tiene de ver el mundo, incluso cuando finge ser la más dura de las dos.

Dos gemelas. Mismo rostro, mismo origen, pero personalidades completamente diferentes. Y hoy, eso queda más claro que nunca.

Hoy, las Canarias estamos listas.

***

Después de las fotos, y de un brindis entre todas. Es hora de salir hacia el altar. Mi madre sale antes para asegurarse de que mi papá y mi hermano estén listos.

Lila y yo tomamos nuestros ramos, unos preciosos arreglos hechos por nuestro padre en origami. Lo hicimos así para hacerle honor a nuestra abuela Ximena, que solía hacernos flores de papel para decorar nuestro cabello cuando éramos niñas. Pero estos no eran papeles cualquiera. Cada pétalo estaba formado con hojas arrancadas de un libro muy especial: la historia de amor de nuestros abuelos, Tristán y Ximena. El ramo parecía un pequeño jardín de recuerdos, con flores en forma de espirales, mariposas y estrellas, adornadas con perlas, broches antiguos y alfileres plateados. No olía a jazmín ni a lavanda, pero llevaba el aroma invisible de todo lo que somos, de todo lo que heredamos. Más que un ramo, era una ofrenda viva al amor que nos enseñaron a creer.

⎯¿Hermana? ⎯le susurro a Lila, mientras estamos detenidas al pie de la escalera, una junto a la otra, tomadas de la mano.

⎯Lista… ⎯me contesta, con la voz temblorosa y los ojos brillando de emoción contenida.

Ambas inspiramos hondo. Luego, sin necesidad de decir nada más, comenzamos a bajar los escalones, una a una, al mismo ritmo, como si nuestros pasos se hubieran sincronizado desde antes de nacer. Lila a mi izquierda. Yo a su derecha. El vestido de cada una rozando los escalones pulidos con delicadeza. El sonido de nuestros tacones apenas se escucha por encima del murmullo lejano de los invitados y el suave fondo musical.

Y entonces lo vemos. Al pie de la escalera, esperándonos como lo hizo durante toda la vida, está nuestro padre.

Nos sonríe con esa mezcla de orgullo y ternura que solo un papá puede tener cuando ve a sus hijas convertidas en mujeres. Sus ojos brillan, iluminados por la ilusión… y por las lágrimas que apenas logra contener.

Me prometí que no iba a llorar, que no arruinaría el maquillaje, que iba a mantenerme entera. Pero en el instante en que siento la mano de mi padre tomando la mía, cálida, firme, amorosa… las lágrimas me ganan sin remedio.

⎯¿Listas, niñas? ⎯nos pregunta mi padre, con la voz quebrada por la emoción.

⎯Listas… ⎯decimos Lila y yo al unísono, como tantas veces en la vida, como cuando éramos niñas y empezábamos juntas cualquier aventura.

Él asiente, respira hondo y, con una sonrisa llena de orgullo, nos toma de los brazos para guiarnos. Detrás de nosotros, mamá avanza tomada del brazo de David, quien la escolta con cariño. La familia completa camina hacia un nuevo capítulo.

4 Responses

  1. Me encanto el capitulo, que magia Ana como transmites todas esas emociones ❤️❤️
    Que felicidad tan grande la de David Canarias de llevar a sus hermosas gemelas al altar

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