NADIR
Me despierto con una sonrisa que no recordaba cómo se sentía. El amanecer entra por la ventana del hotel y me obliga a entrecerrar los ojos, pero no me importa. Por primera vez en mucho tiempo, la luz no me molesta.
Amira.
Su nombre flota en mi mente como una oración. Aún puedo sentir el calor de su piel, el temblor de su respiración cuando nuestras frentes se tocaron. Anoche, después de tantos silencios, de tantos malentendidos, volvimos a encontrarnos.
Nos besamos. Y en ese beso sentí que el mundo podía, por fin, enderezarse. “Te daré una solución”, le prometí. Y lo haré. Aunque no tenga idea de cómo.
Me levanto con ligereza, me visto con la calma de quien lleva un secreto feliz. Camisa blanca, pantalones color arena, chaqueta ligera. Me miro al espejo y sonrío. Hace mucho que no me veía así: tranquilo, con un propósito.
Hoy, por fin, los festejos han terminado. Después de tantos días de brindis, música y sonrisas impostadas, el hotel vuelve a respirar. Sólo queda esperar la boda el fin de semana, y con eso, el cierre de todo este espectáculo.
Pienso aprovechar el día.Planeo pedirle a Amira que me acompañe a caminar por la playa, lejos del ruido, del control de Aida y de las miradas que todo lo juzgan. Solo quiero hablar con ella, disfrutar de su compañía, sentir su presencia cerca, aunque sea por unos minutos. Aunque no pueda tocarla.
Aunque no pueda besarla. Aunque no pueda decirle al oído cuánto me gusta y cuánto la amo. Porque es así… estoy enamorado.
Por primera vez en mi vida, sé lo que significa de verdad esa palabra. No es deseo, no es obstinación ni capricho. Es una calma que quema, una necesidad de verla sonreír, de asegurarme de que está bien, protegerla y amarla. Y no pienso perder este sentimiento.
Bajo las escaleras con paso firme. El aroma del café recién hecho me da la bienvenida desde el comedor, mezclado con el murmullo suave de la mañana.
Estoy a punto de doblar hacia el pasillo cuando algo —una voz conocida, un tono que me crispa— me detiene.
—¡Amira! Qué coincidencia, acabas de llegar justo a tiempo… —dice Aida, desde el vestíbulo.
Me asomo.
Y entonces la veo.
Amira está de pie frente a Aida, vestida con un tono claro que hace resaltar el brillo de su piel.
Parece una visión, hasta que noto cómo su cuerpo se tensa. Frente a ellas hay otra mujer. Una joven de cabello oscuro, ojos almendrados y sonrisa serena. La reconozco antes de que Aida pronuncie su nombre.
—Te presento a Sarah Al-Masri, la prometida de Nadir.
El corazón me da un vuelco tan fuerte que me deja sin aire.
El tiempo se detiene.
Amira se gira despacio, nuestros ojos se cruzan.
Su rostro, antes lleno de vida, ahora está vacío de color. En su mirada hay una mezcla de sorpresa, traición y algo peor: decepción.
Aida me nota en el último escalón y sonríe con una teatralidad que me resulta insoportable.
—¡Nadir! —llama con voz alta y dulce, pero con la intención venenosa detrás—. ¡Ven, cariño! Ven a saludar a tu prometida.
Mis pies se mueven sin que yo los ordene. Bajo los escalones como un autómata.
El corazón me late en los oídos. Sarah me observa con calma, sin sospechar nada. Aida parece disfrutar cada segundo.
—Nadir —me dice Sarah, sonriendo—. Es un gusto volver a verte.
Yo asiento, con una cortesía vacía, pero mis ojos no se apartan de Amira. Ella mantiene la compostura con una dignidad que me desgarra. No dice nada, no llora. Solo asiente con una leve sonrisa educada y murmura:
—Encantada.
Después, se vuelve hacia Aida.
—Si me disculpan, debo reunirme con mis padres.
Da un paso atrás, luego otro, y se marcha con la cabeza en alto, como si no se estuviera rompiendo por dentro. Yo no puedo moverme. Solo la sigo con la mirada hasta que desaparece por el pasillo.
—Nadir… —dice Aida con ese tono meloso que anuncia veneno—. Le pedí a tu prometida que llegara antes. No quería que estuvieras solo estos días. Tal vez su presencia te arregle un poco el humor.
Sarah sonríe con elegancia, sin notar la tensión que se instala entre nosotros.
—Me alegra que me hayan llamado —responde con su voz dulce, perfecta—. El vuelo desde América fue largo, así que agradezco poder descansar unos días antes de la boda aquí, en el hotel.
No digo nada. Mis pensamientos se atropellan, pero mi rostro permanece impasible.
—Nadir… ¿no estás feliz de ver a tu prometida? —insiste Aida, cada palabra suya una daga disfrazada de cortesía.
Fuerzo una sonrisa.
—Claro que sí. Le pediré al personal que la acompañe a su habitación —digo, tratando de mantener la calma.
—No, ¿por qué no desayunamos de una vez? —propone ella con fingida naturalidad—. Mi hija y su prometido están en el comedor.
—Prefiero ir primero a mi habitación y darme un baño —interviene Sarah con amabilidad impecable—. Bajaré en una hora, si te parece bien.
—Sí, claro —respondo.
Por órdenes de Aida, uno de los botones aparece enseguida.
—Señorita Sarah, por aquí, por favor —dice el joven, y ella lo sigue con una sonrisa cortés.
—Regreso pronto —me dice antes de irse, despidiéndose de Aida con una inclinación de cabeza.
En cuanto desaparece por el pasillo, el silencio se vuelve denso. Aida y yo quedamos frente a frente en medio del vestíbulo. Su sonrisa cambia. Ahora es la sonrisa de una mujer que disfruta tener el control.
—¿Creíste que no me daría cuenta, Nadir? —empieza, acercándose un paso—. ¿Creíste que no me enteraría de tu pequeño romance con la prometida de tu hermano?
Sus ojos brillan con malicia.
—Puede que este hotel no sea mío por herencia, pero es mío por vigilancia. Yo sé todo lo que pasa aquí. Ayer, cuando los vi en la biblioteca, solo lo confirmé. Me dio mucha ternura, ¿sabes? —su voz gotea desprecio—. La insípida de Amira, enamorada de ti. Como si se lo mereciera.
—No hables mal de Amira —le advierto, con la voz baja y tensa—. Es mucho mejor mujer que tú.
Aida ríe.
—¿Y eso de qué te sirve ahora, Nadir? Dime, ¿por qué no le dijiste que estabas comprometido, eh? Claro… porque sabes que una mujer como ella no es para tomarse en serio. Porque sabes que está prometida con Amir, y que las alianzas, cuando se rompen, traen consecuencias que duran toda la vida.
Da otro paso hacia mí, tan cerca que siento el perfume sofocante que usa para ocultar su podredumbre.
—A pesar de todo tu valor conmigo… —susurra, mirándome a los ojos—, en el fondo sigues siendo un cobarde.
Aprieto los puños.
—¡Cállate! —murmuro, con el filo del odio contenidísimo.
Ella sólo sonríe, esa sonrisa que ya conozco: blanca, afilada y sin remordimientos. Se acerca un paso más, hasta quedar tan cerca que puedo sentir el calor de su perfume como una muralla entre nosotros.
—Eres un hombre terrible, Nadir —dice con voz envolvente, tan baja que parece un cuchillo—. Le regalaste a Amira promesas que no pensabas cumplir. La ilusionaste, la hiciste creer que había un lugar para ella en tu vida, y eso… eso es perverso. ¿No te das cuenta? Juegas con la esperanza de los demás como si fuera un divertimento.
Inclina la cabeza, como quien observa a una mascota a la que se le acaba de romper el juguete.
—Y no te confundas —continúa, fría—. Tú y yo no somos tan distintos. Tú sonríes, seduces, la haces soñar, yo coloco las piezas y me aseguro de que el tablero quede en mi favor. Si hay que apartar a un peón del camino para que el juego siga, se aparta. No por crueldad, sino por orden.
Sus palabras caen como sal en una herida abierta. Me quema la acusación; me humilla su indiferencia. Intento responder, pero la garganta me pesa y las palabras mueren antes de nacer.
Aida se endereza, satisfecha por la conmoción que dejó, y sin despedirse se aleja con paso ligero, como quien ha cumplido un deber y vuelve a su trono. Quedo allí, inmóvil, oyendo cómo su risa se diluye en el vestíbulo, y siento, por primera vez, lo cerca que estamos ambos de convertirnos en aquello que ella dice.
—Amira… —murmuro, apenas respirando, y sin pensarlo me lanzo a buscarla. Tengo que aclarar esto antes de que se haga más grande, antes de que me odie del todo.
La busco por todo el hotel. En el comedor, en la recepción, en la terraza… nada. Salgo al jardín, recorro los senderos de flores, los bancos junto al estanque, pero tampoco está ahí. Es como si el hotel entero hubiera decidido esconderla de mí. Estoy desesperado. El sol empieza a caer sobre los mosaicos y aún no tengo rastro suyo.
Cuando ya estoy por rendirme, escucho voces cerca de la entrada. Me giro y ahí está.
Amira. Camina detrás de sus padres, callada, con los ojos fijos en el suelo. Omar los sigue, cargando varias bolsas de compras.
—¡Nadir! —saluda con alegría la señora Lafuente, sin notar mi turbación.
Amira levanta la mirada y, al verme, su expresión cambia. Da media vuelta sin decir palabra y se encamina hacia el pasillo que conduce a las escaleras traseras.
No lo pienso. La sigo.
—¡Amira! —la llamo.
Ella acelera el paso. Comienza a subir los escalones, pero la alcanzo y la tomo del brazo antes de que logre escapar.
—Amira…
—¡Suéltame! —su voz es un látigo, fría y rota al mismo tiempo.
—Tengo que explicarte…
—¿Qué me vas a explicar? —me interrumpe con los ojos encendidos de rabia y decepción—. ¡Dime, Nadir! Jugaste conmigo. Me hiciste creer que me amabas y yo… —su voz se quiebra, pero enseguida recupera fuerza—. ¡Yo estaba dispuesta a hacerlo todo por ti! ¡A enfrentar a mi familia, a romper las reglas, a desafiar las costumbres! ¿Y qué hiciste tú? ¡Me dejaste en ridículo! ¡Me hiciste perder mi honor!
Trata de soltarse, pero la sostengo con cuidado.
—Escúchame, Amira… ¡tengo derecho a que me escuches!
—¡No tienes derecho a nada! —grita, temblando—. ¡Te quejas de tu familia, pero eres igual que ellos! ¡Juegas con las vidas de los demás por diversión! ¡Eso fui para ti! ¡Un pasatiempo! ¡Una curiosidad!
Sus palabras me atraviesan como cuchillos.
—No fue tu culpa —continúa, con lágrimas contenidas—. Fue la mía. ¡Qué ingenua fui al pensar que un hombre como tú podría fijarse en mí! ¡Qué estúpida al creer que eras distinto! ¡Eres un Khalil! —escupe el apellido como si quemara—. Siempre juegan sucio.
Se suelta de mi mano con un tirón.
—¡No quiero que me vuelvas a dirigir la palabra en tu vida! ¿Entiendes? ¡En tu vida!
La veo subir los últimos peldaños sin mirar atrás. Su vestido ondea con el movimiento, y el sonido de sus pasos resuena como un cierre, como una puerta que se interpone entre los dos para siempre.
Me quedo quieto, en silencio, con la mano aún extendida hacia ella… y el corazón hecho pedazos.

💔💔💔😭😭😭
Maldita Vieja bruja!!!!
Ay Nadir 😞😞😞 te alcanzo el peso de las alianzas
💔😭 Aida lograste romper el corazón de Amira y Nadie, solo espero que tu final sea justo a la medida de tus acciones y un poco más.
Ay tanta maldad para quedarte con lo que no te pertenece Aida. La vida no se queda con nada