AMIRA
—Ya había sucedido un robo en el hotel, ¿recuerdas? —le digo a mi madre, que ahora está sentada en el sillón forrado, respirando con más calma—. Robaron mis joyas. Quiero pensar que fue algo similar.
—No, hija —responde ella, negando con la cabeza—. Esto fue más grande. Mucho más grande. Parecía que alguien lo había planeado con anticipación. El hombre que atraparon traía uno de tus anillos.
—¿Uno de mis anillos? —repito, sintiendo un escalofrío recorrerme la espalda.
Entonces escucho a Nadir murmurar con rabia contenida:
—¡Faris!
Mi padre gira a verlo, sorprendido.
—¿Faris? —pregunta.
—Esto fue culpa de Amir —declara Nadir, sin titubeos.
—Nadir —interviene mi padre con un tono autoritario—. Te aconsejo que no levantes falsos. Acabas de casarte con mi hija, hijo. Piensa antes de hablar.
Pero Nadir no se deja intimidar. No esta vez.
—No estoy levantando falsos —dice, mirándolo directo a los ojos—. Fue Amir. Lo sé. Yo mismo investigué quién había robado los anillos de Amira. Sé que fue él. Seguro se quedó con uno… pero si Faris está involucrado, Amir tiene que ver.
Mi madre lleva una mano a su pecho.
—¿Estás diciendo que Amir… planeó un asalto?
Nadir aprieta los dientes.
—No sé si él lo planeó. Pero sé que lo permitió. Y sé que Faris no se mueve sin él. Sin embargo… —sus ojos se oscurecen, y cuando continúa, lo hace con una gravedad que me deja sin aire— …si me están acusando de asesinato, no fue Amir.
—¿Por qué dices eso? —pregunta mi padre.
Nadir respira hondo. Y su respuesta cae como un martillo:
—Porque Amir no tiene los pantalones para algo así.
El silencio es devastador.
—Entonces… ¿quién? —pregunta mi madre.
Nadir baja la mirada. Se pasa una mano por la nuca. Y cuando vuelve a levantar la vista, sus ojos están helados.
—Aida.
Mi madre se santigua. Mi padre se pone rígido. Al decir el nombre yo siento cómo la piel se me eriza.
—Aida —repite Nadir, con una voz que parece tallada en piedra—. Ella es la única que tiene motivos. La única que odia con suficiente fuerza. La única que sería capaz de manipular y matar si cree que eso protege a sus hijos… o sus planes.
Mi padre niega, incrédulo.
—Eso es muy grave, Nadir.
—Lo sé —contesta él, firme—. Y no me importa lo grave que sea. Aida mató a mi madre. No tengo pruebas pero no me queda duda.
Mi corazón da un vuelco.
—Y ahora, mató a mi padre.
—No creo que sea conveniente que digas eso, Nadir —interviene mi padre, con esa voz que usa cuando algo es más grave de lo que parece—. Son acusaciones peligrosas… y ya estás metido en dos grandes problemas. No solo creen que mataste a tu padre.
Rompiste una Alianza. Y sabes lo grave que es.
—Estoy dispuesto a enfrentar las consecuencias —responde Nadir, sin siquiera parpadear.
Mi padre aprieta la mandíbula.
—¿Sabes cuáles son? —pregunta, y luego gira hacia mí—. ¿Tú sabes cuáles son?
Mi respiración se corta.
No.
En realidad no sé. Sé que es malo… gravísimo quizás, pero no qué tan lejos puede llegar.
—¿De qué sirve mantener mi apellido si ahora estoy acusado de asesinato? —pregunta Nadir, casi con amargura.
Me doy la vuelta hacia él, confundida.
—¿Cómo? ¿Cómo que… mantener tu apellido? ¿Qué quieres decir?
Mi madre se pone de pie con una expresión que nunca le había visto: miedo.
—Cuando rompes una Alianza —explica, con voz baja y temblorosa— se considera alta traición.
Siento que algo dentro de mí se desploma.
—Nadir… ahora es considerado así —continúa ella—. Un traidor ante los Khalil, ante la familia del prometido de tu cuñada… ante todos.
Nadir baja la mirada, pero no niega nada.
—Si él se arrepintiera —sigue mi madre, mirando a mi padre como pidiéndole apoyo— y… te regresara a Amir, quizás las consecuencias serían menores. Pero…
Traga saliva.
Me mira directo a los ojos.
—Como ya han… concretado el matrimonio… —su voz se vuelve un susurro— eso es imposible.
Nadir debe permanecer casado contigo para salvar tu honor.
Pero eso significa que debe perder…
Hace una pausa.
Una pausa que me quema por dentro.
—TODO —concluye finalmente mi madre.
Siento un nudo en la garganta.
—¿Todo? —repito, mirando a Nadir como si necesitara que me lo negara.
Pero él solo asiente.
Mi padre respira hondo y enumera, como un verdugo leyendo una condena:
—Apellido… herencia… prestigio… posición… derechos familiares… posibilidad de volver a casa… todo.
Cada palabra es una estocada.
Siento cómo el aire se me escapa del pecho. Llevo una mano a mi corazón, intentando sostener algo que se me está rompiendo.
—Nadir… —murmuro, temblando—. ¿Pero…?
Mi padre gira lentamente hacia mí. Y esa mirada… esa mirada pesa más que todo lo que ha dicho hasta ahora.
—Te mandé al Líbano para que mantuvieras el honor de la familia —dice con una frialdad que me helaría si no estuviera ya hecha trizas.
—Señor… —intenta defenderme Nadir.
—Guarda silencio. Quiero que escuches esto —ordena mi padre.
Y lo más impactante… es ver cómo Nadir, el hombre más firme y orgulloso que conozco, baja la cabeza y obedece.
—Te mandé para que mantuvieras el honor —repite mi padre—. Para que le dieras a nuestro apellido algo más que solo dinero y negocios. ¿Y qué recibí? —me mira directamente— Una alianza rota. Un yerno sin apellido, sin herencia, sin posición… que no tiene nada. Nada. Y además acusado de asesinar a su propio padre.
Sus palabras me perforan.
—¿Qué puedes decirme al respecto? —pregunta, sin suavizar ni una sílaba.
Miro a Nadir.
Luego a mi madre, que tiene los ojos llenos de lágrimas, como si quisiera intervenir pero no pudiera. Y entonces lo sé. Sé la verdad que quiero defender. Sé el lado correcto de la historia.
Respiro hondo. Enderezo los hombros. Y respondo con toda la fuerza que me queda:
—Que escogí al Khalil correcto.
El silencio cae como un telón.
—Escogí al Khalil correcto —repito, más firme aún—. Y te lo voy a demostrar.
Mi padre abre la boca para responder, pero ya no le doy espacio. No hoy. No ahora.
—Si nos disculpas… —digo, con dignidad levantada— iremos a nuestra habitación.
Tomo la mano de Nadir.
Él entrelaza sus dedos con los míos con una fuerza que me hace sentir invencible. A mi lado, parece un árbol inmenso y sólido, un refugio al que puedo aferrarme. Y Dios… cómo me gusta sentirlo así.
Los dos salimos sin esperar permiso. Cierro la puerta detrás de nosotros. Nadir me mira. Quiere decir algo. Tiene palabras en los labios, emociones agolpadas en los ojos.
Pero yo niego con la cabeza.
—No aquí —susurro—. Sarahí seguro está pegada a la puerta de su habitación escuchando.
Él sonríe. Una sonrisa grande, hermosa, llena de orgullo y alivio.
Lo tomo del brazo y tiro de él suavemente.
—Vamos, esposo —le murmuro.
Y entonces ocurre algo que jamás había visto: Nadir sonríe más. Mucho más. Como si lo que acabamos de enfrentar hubiera reafirmado algo dentro de él. Como si, por primera vez, supiera que no está solo.
Caminamos juntos por el pasillo. Yo con el corazón ardiendo. Él con un futuro incierto. Pero tomados de la mano. Y eso, ahora mismo, es suficiente.

Aaaaaaaa si el es el correcto ❤️❤️