NADIR

—¿En serio dejaste todo por mí?

La pregunta de Amira cae en medio de su habitación como una piedra en un estanque.

El lugar es pequeño y cálido: libros apilados en el buró, cuadros pintados por ella misma, una cama blanda iluminada por la ventana que da a la calle. Es un espacio que huele a ella. A paz. A hogar.

Pero sus ojos… sus ojos no tienen nada de paz.

—Sí —respondo—. Lo hice.

Ella traga saliva. Se acerca despacio y se sienta en la orilla de la cama. Sus manos tiemblan ligeramente sobre sus muslos.

—¿Y lo pensaste bien? —pregunta.

—¿Cómo?

Vuelve la mirada hacia mí. Esa mirada vulnerable que solo me muestra cuando estamos solos. La Amira fuerte se quedó en el estudio enfrentando a su padre. Esta es la Amira íntima, frágil, la que se permite romperse.

—Nadir… —susurra—. Cuando tomaste la decisión, ¿lo pensaste? ¿Fue espontáneo? ¿Crees que valió la pena?

Hay un temblor en su voz. Esa clase de temblor que anuncia que está por perder el control.

—¿Cómo? —repito, torpemente, y me maldigo por sonar tan idiota justo ahora.

Ella cierra los ojos, respira profundo.

—¿Sabes quién es Sara Al-Masri? —pregunta de pronto.

Sé exactamente quién es. La heredera más poderosa de Beirut. La mujer con la que mi familia me quería unir desde hace años.

Asiento.

—Tal vez… —continúa Amira, cada vez más agitada—. Tal vez si regresas… y la convences… si reconstruyes esa alianza, podrías salvarte. Puedes decir que yo te convencí de casarte conmigo. Puedes decir que te manipulé o que…

—Espera —la detengo, sintiendo cómo el corazón se me tensa—. ¿Me estás diciendo que te deje?

—No —su voz se quiebra—. No… no quiero eso. Solo… solo estoy diciendo que… —Una lágrima le cruza la mejilla—. Yo no sé si valgo todo esto. Perdiste tu apellido, los hoteles de tu madre, tu herencia… y ahora…

—Espera. Espera. Espera.

Me acerco de inmediato. Me arrodillo frente a ella y le tomo los hombros con suavidad, obligándola a mirarme.

—¿Crees que arriesgué todo por nada? ¿Por nadie? ¿Que esto fue una locura sin sentido?

Ella aprieta los labios, tratando de contener el llanto. Y esa simple expresión… me destroza.

—Nadir… —murmura—. Yo sólo soy Amira. 

Amira parece que me confesará el gran secreto de su vida y al escucharlo, sé que es así. 

—Yo… no soy una Lafuente. Si piensas que dejaste todo por mí porque te puedo ofrecer más… bueno, en realidad no soy una Lafuente. Mis padres me adoptaron y… 

—Mírame —le ordeno, con voz suave pero firme.

Levanto su barbilla delicadamente hasta que sus ojos se alinean con los míos.

—Arriesgué todo por ti porque tú eres lo único que vale la pena. Porque elegí amarte. Y volvería a elegirte mil veces más. No me importa si eres adoptada o no… si eres Lafuente o no. A mi me importas tú. 

Ella respira entrecortado. Una lágrima cae… y la limpio con mi pulgar.

—Perdí mi apellido —continúo—, sí. Perdí mi herencia. Tal vez perdí la mitad de lo que construyó mi familia. Pero Amira… lo que gané no tiene comparación.

—¿Qué ganaste? —pregunta en un susurro.

La acerco a mí con delicadeza, apoyando mi frente contra la suya.

—A ti. Mi esposa. Mi hogar. Mi destino.

Ella rompe en un pequeño sollozo. Y yo la abrazo. No para calmarla. Sino para sostenerla.

—Tú vales cada renuncia —susurro—. Porque por primera vez en mi vida, elegí por amor. No por alianzas. No por conveniencia. Elegí ser libre.
Elegí ser tuyo.

Sus manos suben a mi cuello, aferrándose, como si necesitara comprobar que realmente estoy aquí.

—Nadir… —murmura, hecha un suspiro roto.

—No vuelvas a preguntarte si vales la pena. No vuelvas a dudar de que eres el centro de mi vida. No vuelvas a pensar que habría elegido otra cosa.

La rodeo con mis brazos y la siento hundirse en mí, finalmente dejando de luchar contra sus propios miedos.

—Estoy aquí —le digo—. Y no pienso irme.
Seremos dos personas sin apellido por el mundo. Eso incluso nos da una ventaja: podremos escoger el apellido que queramos… ¿Santander te gusta?

Ella ríe bajito, esa risa suave que me derrite.

—No creo que los Santander quieran emparentarse con nosotros.

—Bueno… pensaremos en uno entonces.

La tomo del rostro y beso sus labios, que me saben ligeramente a sal, a lágrimas recién contenidas.
Mi pecho se aprieta. Hay tanto que quisiera quitarle, tanto que quisiera prometerle.

—Yo soy quien debería estar apenado contigo, Amira —susurro, rozando mi frente con la suya—. Tal vez no podré darte la vida que mereces. Ahora que no tengo nada… tendré que buscar lo que sea con tal de mantenernos.
Pero te juro que estarás cómoda.
Que nuestros hijos serán amados.
Y que seré el mejor de los hombres para ti.

Ella me mira con esos ojos suyos que siempre parecen ver más allá de todo.

—No necesito mucho —responde con una ternura que me desarma.

—Pero yo te lo daré igual —insisto—. Todo lo que pueda. Todo lo que encuentre. Todo lo que sea mío.

Antes de poder decir más, escuchamos unos golpecitos suaves en la puerta.

—¿Amira? Soy Fátima.

Amira da un respingo lleno de emoción.

—¡Fátima! —exclama, casi corriendo hacia la entrada.

Abre la puerta y ahí está su hermana, con esa mirada brillante que tiene las mujeres que han llorado y se han recompuesto mil veces. Se abrazan con una fuerza que no necesita palabras. Un abrazo que cura. Que recompone. Que anuncia que la luz sigue ahí, incluso en medio del desastre.

Por un instante —solo uno, pero suficiente— Amira respira sin miedo. Y sé que ese pequeño respiro será la fuerza que necesitaremos para enfrentar lo que viene.

2 Responses

  1. Ese abrazo de hermanas que se apoyan 🥰🥰
    Pero Nadir es todo lo que necesita Amira y ese amor tan bello ❤️❤️❤️

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